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CAPÍTULO SIETE

LA VISITA

Luego de aquel maravilloso día conociendo y acostumbrándose a su nuevo empleo regreso a su apartamento más que contenta. Observo como el vehículo del doctor Laing se alejaba de su propiedad y aún así permaneció atenta hasta perderlo de su vista, sonrió como niña colegial a la que le gustaba su profesor y se reprendió por tan siquiera pensar en eso.

"Él es tu jefe Isis, deja de mirarlo cómo un hombre... Pero que digo, mirar nunca es un pecado."

Subió por el ascensor ansiosa de comer algo dulce y ver televisión. Estaba cansada y orgullosa por haber rendido el día. Cuando solo faltaba un piso por subir las luces de aquel aparato de metal comenzaron a pestañear, ella observo aquella extraña situación y se abrazo a sí misma. Seguía recordando el sueño y se cuestionaba el hecho de comenzar a subir escaleras, al menos era más abierto y menos... ¿Oscuro?

Las luces habían fallado al igual que el ascensor. Grito todo lo que pudo mientras golpeaba la puerta o paredes, fuese lo que fuese que tocaba sus puños. Estaba entrando en pánico, jamás en su vida imagino una situación igual y comenzaba a comprender a aquellos que temían de los lugares cerrados y oscuros.

-¿Alguien me escucha? ¡Ayúdenme! ¡Estoy atrapada en el ascensor! –Cada intento por su parte era inútil, habían pocas personas en aquel edificio y regresaban tarde por la noche- ¿Alguien...?

Las lágrimas se acumulaban en sus ojos, su corazón latía desbordante de miedo y temblaba. No podía evitar hacerlo.

No puedo creerlo. No puedo creerlo. No puedo creerlo.

Su mente lo repetía una y otra vez hasta que unas manos gélidas tocaron sus hombros. Cerró sus ojos con urgencia, ni siquiera tenía voz para gritar. Fuese lo que fuese no estaba antes allí con ella y seguramente no era algo de ese mundo.

-Solo tú puedes salvarlo Isis... ¡Ayúdalo!

No era humano, lo sabía por el aura triste que transmitía, la voz era de un hombre joven, al que no pudo reconocer y que luego de eso desapareció.

Las luces regresaron a su normalidad y entonces el ascensor comenzó a subir nuevamente abriendo las puertas en su piso. Ella observo cómo alguien esperaba por aquel mecanismo de metal, el hombre la miraba con sus ojos claros y le sonrió. Era su vecino del frente pero no pudo ni siquiera dar un paso fuera de allí. Estaba conmocionada, temblaba por el miedo y su tensión había bajado tanto que sentía que desfallecía.

Cerro sus ojos y se dejo caer sobre la alfombra fría
, aquello le recordaba la sensación sobre sus hombros y las manos heladas que la habían sostenido.

¿Había sido real?

-Está bien doctora Sharpe –Todos en aquel edificio la llamaban así, era cómo si hacerlo le daba más valor a su persona.

No pudo responder.

Se abrazo a sí misma y lloro.

Claro que no estaba bien, algo o alguien quería asustarla o tal vez advertirla de algo, pero en ese instante solo podía pensar en el terror que le producía quedarse sola o dormir otra vez.

-¿Desea que la ayude, llamo a alguien? –Él insistía en conseguir respuestas por parte de ella pero no estaba en sus mejores momentos como para hacerlo.

Fue ayudada a levantarse y cuando estuvo frente a su puerta temió lo peor. ¿Y si aquella cosa estaba esperándola dentro? No quería entrar para conseguirse con eso, dio un paso hacia atrás y su vecino lo noto.

-Oye no se qué te haya ocurrido pero si deseas puedo acompañarte un rato –Ella le miro y asintió, cualquier compañía sería mejor que estar a la merced de lo que fuese que estaba persiguiéndola.

Entraron al interior y allí él le preparo un té de Tila, lo único que tenía en la cocina además del café. Según el muchacho ayudaría con sus nervios. Y fue así, después de unos minutos se sintió más tranquila.

-Gracias... -No sabía su nombre, ni siquiera se había tomado la tarea de preguntarlo.

-Leo. Soy Grimm Leo, tu vecino del frente –Le sonrió dejando notar unos hoyuelos en la comisura de sus labios, los cuales lo hacían más lindo de lo que ya era.

-Gracias Leo, sé que eres mi vecino y pido disculpas por esto que ocurrió. Fue un día pesado en mi trabajo. Mi primer día por cierto –Tenía que mentir, no podía estar diciéndole a los demás sobre lo que había visto o soñado, la llamarían loca de inmediato.

Tal vez estaba loca.

-Comprendo, el primer día siempre es difícil –El hombre que tenia al frente se mostraba tan compresivo que casi le dolía mentirle de esa forma pero tenía que hacerlo, de ello dependía su integridad emocional- Si gustas cuando te sientas más tranquila vas a mi casa...

La doctora le miro algo seria y él volvió a sonreír. Lo estaba haciendo mal y ella había mal interpretado esa oferta.

-Así conoces a mi esposa Juliet y a mi hija Jessica –Luego de eso se relajo, no podía creer que había mal interpretado su invitación.

-Seria todo un placer hacerlo. Tal vez este fin de semana me pase un momento por allá –Él volvió a sonreírle y se dirigió a la puerta. Pensaba irse y era claro que ella no quería quedarse sola.

Los nervios regresaron a ella y observo con horror cada espacio de su hogar. Se sentía ajena al sitio, como si nunca lograría pertenecer a el.

-¿Debe irse? ¿No gusta cenar aquí? Podría invitar a su familia y así me la presenta de una vez.

Fue ingeniosa, tal vez él lo vería como una forma de comenzar una amistad pero estaba intentando no quedarse sola. Él acepto su propuesta y pronto se encontró con una familia de tres bellas personas. Él era alegre y cautivador, su esposa era dulce y compresiva y su hija curiosa y enérgica. La combinación perfecta para el éxito matrimonial.

-Entonces se conocieron en ese viaje a Madrid –Ambos asintieron, en su mirada se les veía el amor que se tenían- Que linda historia.

-Mama y papa se la cuentan a todo el mundo. Yo la veo aburrida –La menor de solo diez años parecía desinteresada de la conversación, y no era para más, su inocencia la hacía ignorar el hecho de que era un milagro que sus padres estuvieran ahora juntos. Su madre era española y su padre norteamericano ¿Qué posibilidades habían de que se conocieran? Pues la hubo y allí estaban frente a ella.

-Por favor Jess no seas así –Le reprendió su madre e Isis le sonrió.

-No se preocupen. Es una niña –Llevo sus manos al vaso con agua que tenía al frente y la criatura observo aquel anillo rojizo.

-Qué lindo anillo –Dijo Jessica mientras lo señalaba- Es de compromiso.

Todos rieron ante su ocurrencia y luego Isis prosiguió con su explicación.

-Lo fue hace un siglo –Le parecía más que obvia su respuesta.

-¿Qué es un siglo? –Aquel tema parecía atraer a la niña.

-Son cien años –Le aclaro su padre el cual miro a Isis- Es muy antiguo.

-¿Es posible que algo tan viejo aún exista? –Dijo la niña impresionada.

-Lo es, con el cuidado adecuado –Respondió su madre- Realmente es algo hermoso ¿Le pertenecía a algún familiar suyo?

-Sí, le perteneció a mi tatarabuela. Fue su anillo de compromiso, y desde entonces ha sido entregado de padre a hijo, a hijo, a hija. Y que sé yo s quien más, solo sé que es hermoso y tiene un valor sentimental inmenso para mi abuelo.

-Qué lindo ¿Me lo prestas un rato? –La niña parecía atraída por su exótica belleza e Isis no pudo evitar ese sentimiento de posesión.

-No cariño, lo hiciera si no fuera tan importante para mi abuelo pero si gustas puedo prestarte alguna otra cosa –No era el valor que la hacía responder así, algo había en ese objeto que se negaba a abandonar sus manos.

Ni siquiera noto ese extraño deseo.

La niña hizo un sonido de tristeza a lo que su padre le volvió a sonreír. La cena siguió su curso normal e Isis miraba de vez en cuando el anillo en su control. Mirarlo le daba la sensación de que aquel objeto ocultaba más de lo que se veía a simple vista. Su rojo brillante parecía gritar al exterior que su pasado era más siniestro del que alguna vez alguien creyó.

Solo Edith sabia su verdadero significado y jamás lo contó. Ella no lo guardo por poder o deseo. 

Lo cuido y protegió con su ser porque cada vez que lo observaba podía observar la sangre escarlata que escapaba de la mejilla de su amado Thomas.

Esa reliquia familiar era lo único que le quedo de él.

Eso y su hijo.

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