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CAPÍTULO DIEZ

UNA SOLA VEZ NO HACE DAÑO

Cuando él quiso reaccionar ella estaba sentada sobre una de las bancas colocando unos vasos en la mesa y dos botellas. Habían hablado mucho y comenzaban acostumbrarse al ambiente.

-Tomemos un poco –La sonrisa de Isis podía manipularlo al instante así como las lagrimas de Lucille.

-No creo que sea buena idea –Se levanto de donde estaba y se sentó frente a ella para así evitar la cercanía, de alguna forma quería evitar lo evidente. Isis preparo dos vasos con whisky y soda extendiéndole uno a él- ¿Qué? No, no planeo tomar Isis.

-¡Vamos! Una sola vez no hace daño –Le volvió a sonreír y tuvo que aceptarle la bebida.

Una sola vez no haría daño.

Al menos eso quería pensar. No se tomo la tarea de observar bien su entorno, ni siquiera noto el frio espectral que destilaba el ser que los observaba desde las sombras, con celo y odio. Aquello solo era la dinamita de una gran explosión. Ni siquiera su susurro fue oído.

Thomas...

Terminaron sus vasos y nuevamente fueron llenados con aquel licor, y eso volvió a suceder varias veces más. Después de unas cinco rondas decidieron encender el karaoke. La música les contagiaba de una euforia desconocida, y sus risas parecían ir en aumento. Claro, ya llevaban diez rondas y no parecían querer detenerse para entonces.

-Sabes... Una vez baile sobre esta mesa –Isis gritaba para que fuese escuchada.

-De seguro estabas ebria –La respuesta de él fue acompañada de una carcajada.

-Ni para tanto, solo quise hacerlo –Dijo una vez que se levantaba para subirse sobre la mesa con una botella a media.

-Oh vamos Isis, baja de allí –Estaba algo encendido pero tampoco había perdido la conciencia. Isis comenzó a moverse lentamente al ritmo de "Do I Wanna Know" de Arctic Monkeys y Thomas no podía evitar que sus ojos observaran sus caderas, realmente aquello era algo que no esperaba y si seguía así se rendiría a sus encantos- Isis hazme caso, baja de allí.

-Oblígame –Le decía coquetamente mientras se inclinaba un poco al frente.

Thomas se levanto decidido a bajarla de la mesa pero cuando quiso agarrarla ella se tiro hacia atrás. Ni siquiera supo como evito que ella se golpeara con más fuerza. Simplemente se tiro con ella y dieron contra la banca y esta al no recibir su peso como debía se volteo dejándolos caer el piso.

Respiro agitadamente mientras observaba como Isis mantenía sus ojos cerrado.

Aquello lo puso nervioso, se levanto un poco para así evitar que su peso la ahogara, trago grueso mientras la tocaba con desespero, necesitaba verla bien, necesitaba ver aquellos ojos azules observándole de nuevo.

-Isis ¿Estás bien? –No podía creer que aquello estaba sucediendo y lo peor era que él había contribuido a eso- Isis por favor...

La sentía fría, y estaba tan ebrio que no podía tocarla sin temblar. Era un doctor que no podía ayudarla por el grado de alcohol en su sangre. Estaba frustrado pero entonces escucho una pequeña risa.

-¿Isis?

-Escuchaste tu voz –La muchacha abrió sus ojos haciendo que toda preocupación que Laing sentía se convirtieran en enojo.

-¿Estas mal o qué? Me asustaste. Podrías haberte hecho daño. Yo... -Se levanto de inmediato dispuesto a marcharse del sitio pero ella lo detuvo.

-Lo siento. De verdad. No lo volveré hacer.

-Isis suéltame por favor –Le miro molesto y pudo visualizar la sonrisa de alguien más en la habitación, quedo entumecido. Lucille estaba parada al lado del karaoke mirándole con rabia pero sonriendo, aquello no era bueno- Isis de verdad, debo irme.

Su voz sonaba ahora con temor, no temía de Lucille, temía lo que ella podría hacerle a Isis. Pero era tarde ella lo sabía. Sabía lo que él sentía por esa chica.

Tampoco estuvo seguro de cómo ocurrió pero aquel fantasma desapareció dejándolo solo con ella, solos y ebrios, besándose con deseo, como si hubiese sido su imaginación aquella visión, estaba tan ebrio que de seguro era eso, Lucille jamás los hubiera dejado solo, jamás la hubiera dejado viva, jamás... Se dejo de complicaciones, beso con dulzura y deseo aquellos labios finos que poseía la chica, acaricio con su mano aquel fino cabello y de cierto modo lo despeino un poco buscando apoyo en cada mechón con sus dedos, se aferro a ella como pudo, la beso sin compasión, aquello era la consecuencia de sentir aquel deseo casi inhumano.

Isis de vez en cuando abría sus labios para dejar salir algún gemido, Laing la devoraba con la misma intensidad en que ella lo devoraba a él, se desvistieron sin delicadeza y se acariciaron encendido en aquella locura. Aquella mesa les sirvió como punto de apoyo para sus más traviesos pensamientos.

Esa noche se entregaron el uno al otro sin saber siquiera lo que les esperaba, al menos Laing jamás imagino que aquel arrebato de deseo le fuese a costar algo.

*

Cuando llego a su casa consiguió varias de sus pertenencias fuera de lugar y algunas hechas pedazos contra el piso o paredes. Alguien común y corriente hubiese pensado que algún ladrón irrumpió en su propiedad pero él era Thomas Laing, heredero de Sir Thomas Sharpe. No había nada de normal en su vida así lo quisiera.

Entro molesto y eso se noto en el ruido producido por la puerta al cerrarse con brusquedad.

-¿Lucille? –Llamo con todas las intenciones de reclamar sobre aquel suceso- ¿En donde estas?

-En donde siempre. En donde nunca –Aquellas frases salieron del aire, no podía verla y aquello comenzaba a despertar un sentimiento que él creía extinto.

Miedo.

Thomas Laing tenía miedo de quien amo desde que tuvo memoria.

-¿Qué estás diciendo? ¿Por qué no me dejas verte? –Observaba toda la estancia y un aire frio recorrió su mejilla provocando con ello que cerrara sus ojos, seguía algo ebrio pero no tanto como para olvidar las advertencias que ella le hizo de joven. Ella realmente los vio y por alguna extraña razón no ataco a Isis.

Detrás de él la figura oscura y tenebrosa de Lucille comenzaba a hacerse visible.

Esta vez mostraba aquellas heridas mortales por la cuales había fallecido. Había encontrado la forma de abandonar la mansión en el amor de aquel joven heredero de su apellido, pero jamás podría huir de la realidad, no solo era él quien la mantenía penando y vagando por el mundo de los vivos, no. Era el anillo. Estaba muerta y así sería por siempre si no lograba su cometido esa misma semana.

-Dijiste que seriamos libres –Susurro aquel espíritu detrás de él.

-¿Qué diablos estás diciendo? ¿Libres de qué? –Laing no comprendía aquella situación, se giro para observarla y aquella visión fue más que suficiente para hacer que su corazón latiera más rápido.

Nunca la había visto de esa forma, tan horrible, tan malvada.

Ella liberaba de su ser humo de dolor, humo de venganza y locura. Aquellas heridas brotaban un liquido viscoso color vino el cual se extendía al exterior y ascendía al aire en forma de humo, algo que jamás vio en ella en toda su vida. También parecía tener el cuello mal colocado, era doctor y sabia que aquella no era una postura correcta. Su pecho, su rostro, su cabello. Todo lleno de aquel color asqueroso, rojo, un rojo muerto, carmesí como la arcilla de su hogar, escarlata como la maldición que los alejo de la gloria.

Esa era la Lucille que sufrió por más de un siglo en aquella mansión, a la espera de su amado, ella lo sabía. Lo reconoció desde que nació y ahora volvía a suceder lo mismo, él la traiciono. No, ella había vuelto para querérselo llevar de nuevo, y no lo permitiría, ella jamás lo dejaría porque él, Thomas Laing; era suyo.

Él era su mejor vía de escape, el amor que sembró en él era el fruto de todos aquellos años en los cuales juro venganza, en los cuales juro volver para acabar con todo aquello que seguía vivo de él. Y ni ella, ni nadie se lo arrebatarían.

No podían, Laing no la dejaría sola.

No, ella no podía estar sola.

Todo debía ser una broma, él la amaba, se lo había repetido tantas veces, se lo había dicho en tantos idiomas.

Él la libero de aquella mansión, él la trajo a Búfalo, él...

Él la amaba y no podía haber otra explicación, no podía, simplemente él no podía amar a otra. Ella se negaba a aceptar aquello, ella temía perderlo de nuevo, ella lloraba lágrimas amargas y Laing la observaba con un semblante pálido y culpable.

Él la había hecho sufrir nuevamente y ella parecía caer de nuevo en aquel abismo del cual la había salvado o del cual había pensado que la había salvado.

¿Por qué lo hizo? ¿Porque?

-¿La amas? -Y la rabia junto con los malos recuerdos la cegaron por completo. 


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