6
Perseguida por la mirada penetrante de Wolf, Lin se marcha con la cabeza gacha, con prisa, sin detenerse a arreglarse el cabello ni alisarse la ropa.
Una vez nos hemos quedado a solas él y yo, reparo en el intenso aroma a sexo. Wolf se acomoda los hombros de la chaqueta y el nudo de la corbata, un gesto sin importancia que en él queda de lo más sexy.
—¿Hacía falta que la echara así? —le digo con la garganta seca.
—Quiero dejarle clara una cosa, señorita White.
Rodea la mesa y se apoya en ella, frente a mí. Wolf es tan alto que su abultada entrepierna queda exactamente a la altura de mi cara.
—¿Qué cosa? —pregunto mirando mis manos en mi regazo.
—Si quiere seguir en este proyecto, más vale que sea obediente.
Trago saliva asintiendo con la cabeza, incapaz de levantar la mirada.
—¿Ha quedado claro? —insiste con la voz ronca.
Vuelvo a asentir nerviosa, muy, muy ruborizada.
—Míreme.
Aparto los ojos de mi regazo para dirigirlos a los suyos. Para mi sorpresa, logro hacerlo sin detenerme a comprobar si Wolf sigue erecto.
—Responda —me ordena.
—Sí, me ha quedado claro.
Consigo decirlo con suficiente seguridad como para que Wolf frunza el ceño. Veo que sus dedos se tensan contra el borde de la mesa. Sus nudillos se ponen blancos. Wolf me mantiene la mirada hasta que la bajo de nuevo.
—¿Por qué tienes que ser tan testaruda? —me pregunta más relajado.
Wolf me ha tuteado por primera vez. Su tono cercano rompe mis defensas y me confío mirándolo de nuevo. Tiene una sonrisa que me saca de quicio.
Antes de que le responda de malas formas, añade:
—La necesito en este proyecto, señorita White.
Su retomada cordialidad es un muro entre nosotros.
—Puede llamarme Emily —balbuceo atontada.
Wolf me tiende la mano. Cuando se la estrecho tímidamente, recuerdo lo que sentí esta mañana en el laboratorio. Por imposible que suene, es como si todas mis terminaciones nerviosas buscaran entrelazarse con las suyas.
—Emily —dice, con una pausa en la que parece saborear mi nombre—, me devuelve la mano, ¿por favor?
—Sí, sí, claro, perdone —respondo aprisa.
Wolf se la seca en el traje. Dios, qué mal, no me di cuenta de que las mías estaban sudando por los nervios. Estoy a punto de pedirle disculpas cuando me aborda con una pregunta que me sorprende muchísimo.
—Señorita White, ¿qué opina de las fiestas benéficas?
Tras pensarlo un momento, doy la respuesta que creo correcta:
—Si son por una buena causa...
—¿Visibilizar su investigación le parece una buena causa?
Tiene una ceja levantada, me mira divertido y dice:
—Usted será la protagonista de la fiesta.
—¿Qué... qué está tramando, señor Wolf?
—Lo sabrá a su debido tiempo —responde enigmático.
Por supuesto, Wolf ignora cualquier réplica. Solo se separa de mí para volver junto a su elegante sillón de cuero, dándome la espalda.
—¡¿Quiere escucharme, señor Wolf?!
—Puede irse —termina, haciendo oídos sordos mientras observa cómo cae la lluvia sobre la ciudad a sus pies por la amplia pared acristalada.
Salgo del despacho con la extraña sensación de haber dejado algo a medias. Afuera, me esperan dos guardaespaldas que me acompañan hasta el ascensor. Uno de ellos baja conmigo. Sus miradas furtivas me inquietan.
Son noventa y nueve pisos.
Mantengo la vista al frente. Siento sus ojos clavados en mí. Se trata de un hombre enorme, con la cabeza afeitada y cara de pocos amigos.
Ahora no, por favor, me digo.
Ahora no quiero ser víctima de mis feromonas.
Aguanta un poco.
Respiro profundamente para tranquilizarme.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —me pregunta con una voz gutural que no me resulta atractiva en lo más mínimo.
—Por favor, no me toque.
Gruñe como un perro al que se le niega el hueso. Se pega a la esquina del ascensor junto a los botones, bloqueándome la salida. Toma la típica pose de gorila de discoteca, con las manos cruzadas frente a su entrepierna.
Por un momento se me pasa por la mente si se estará tocando.
Trato de calmarme. Inspiro como en una sesión de yoga, y el horrible hedor a sudor de este hombre me golpea en las fosas nasales.
—¿Usted también tiene calor? —me pregunta en un tono que es de todo menos amable—. Quítese el abrigo, si quiere. ¿Puedo?
Da un paso en mi dirección.
—Estoy bien.
—Insisto.
Trata de quitármelo por los hombros con un gesto que, en otro contexto, hasta me parecería caballeroso. Asustada, me sacudo sus manos de encima.
—¿Qué se cree que...?
Antes de que pueda terminar de decir nada, una de sus manazas se cierra como un cepo alrededor de mi antebrazo, retorciéndome la piel.
—Suélteme —gimoteo—, o responderá ante Adrian Wolf.
—¡¿Se cree tan importante?! ¡Usted solo es otra de sus putas!
Tiene los ojos inyectados en sangre saliéndose de sus órbitas y las aletas de la nariz hinchadas, como un animal antes de atacar. Retrocedo hasta que mi espalda choca contra el espejo del ascensor.
Justo en ese instante llegamos a la planta baja.
—¡Deténgase! —oigo que grita alguien.
Frente a nosotros, a unos metros, está Alessandro. Sostiene el teléfono móvil con una mano y una pistola con la otra. Cuando lo veo trajeado y armado, no me cabe duda de que en el pasado fue militar o agente secreto.
—¿Va a dispararme? —se burla el hombre que me tiene sujeta.
—No me ponga a prueba —le advierte Alessandro, apuntándole.
El cañón de la pistola apunta directamente a mi cara.
—Voy a contar hasta tres —anuncia Alessandro.
Con una risa ansiosa, como si no terminara de creérselo, el gigante me sujeta más fuerte situándose tras de mí, usándome de escudo humano.
Alessandro comienza la cuenta atrás:
—Tres... dos... —Su tono es frío, no le tiembla el pulso.
Casi puedo ver cómo acerca el dedo al gatillo.
De algún modo sé que ha matado antes, que tiene experiencia haciéndolo, que no dudará en volarle los sesos al tipo que me tiene sujeta.
—...uno. —Alessandro suena amenazador, su última advertencia.
Justo antes del disparo aprieto los párpados, aterrorizada.
—¿Cero? —oigo que lo provoca el gigante detrás de mí.
Primero abro un ojo y después el otro. Tengo el corazón latiéndome en las sienes, la sangre me hormiguea de un modo en que siento que voy a desmayarme. Cuando logro reponerme, veo que la situación no ha cambiado en lo más mínimo: Alessandro sigue apuntando al gorila que me usa de escudo.
—Te faltan agallas, sabía que no ibas a disparar —se burla este con la boca pegada a mi cabeza, oliéndome el cabello como un degenerado.
Pero Alessandro parece más pendiente del teléfono que de nosotros.
—Sí, señor Wolf —dice, y acto seguido, pone el altavoz.
Alessandro nos apunta ahora con la pantalla del móvil.
—¿Puede oírme? —pregunta el señor Wolf al otro lado de la línea.
Wolf consigue con su voz lo que Alessandro no pudo a punta de pistola: el hombre tras de mí está asustado. Siento su ancho brazo como un ancla contra mis clavículas. Gruñe una respuesta que ni yo ni Wolf entendemos.
—Hable más alto —le ordena Wolf.
—Sí, puedo oírle —repite tras aclararse la garganta.
Hay un silencio tan tenso que podría cortarse con cuchillo.
—Tiene suerte —dice Wolf al fin.
Antes de que el hombre a mi espalda responda, prosigue:
—Tiene suerte de que lo haya encontrado Alessandro y no yo. —Su tono me pone la piel de gallina—. Ahora suelte a la señorita White.
Poco a poco, su guardaespaldas acata su orden. Una vez me termina de soltar, corro junto a Alessandro, que apenas me presta atención, concentrado como está en apuntar con la pistola al hombre que tiene delante.
—Bien, ahora suba a la planta noventa y nueve —se oye decir al señor Wolf a través del altavoz.
El hombre nos dedica una última mirada que parece la de un condenado a la horca. La puerta del ascensor lo encierra como la tapa de un ataúd.
—¿Estará bien? —pregunto en cuanto oigo el ascensor subiendo.
—Señorita White, no pregunte lo que no quiere saber.
Dicho esto, Alessandro me indica que lo siga con un gesto. Cruzamos el aparcamiento en absoluto silencio. Aún un poco aturdida, lo sigo hasta que me encuentro junto al coche de gama alta en el que me trajo. Me abre la puerta trasera. Una vez sentada, recaigo en la presencia que hay a mi lado.
Lin.
—Hola —articulo sorprendida, sin entender qué hace aquí.
Por supuesto, ni me saluda ni me mira. Ha retomado la actitud de cuando la conocí, demasiado engreída para alguien que hace un momento suplicaba y gemía como una perra. Inspiro profundamente para callarme lo que opino.
—Alessandro, ¿adónde nos lleva? —le pregunto, molesta.
—De compras. Para la fiesta benéfica —responde poniéndose el cinturón.
—¿De qué está...?
—Wolf me ha dicho que usted necesita un vestido nuevo —aclara.
Cruzamos una mirada en el retrovisor. Alessandro, que sonríe a pesar de mi enfado, responde a mi pregunta antes de que la formule:
—Por supuesto, Wolf se hace cargo de todos los gastos.
Dejo caer la espalda contra el asiento, enfurruñada.
—Preferiría ir sin ella —mascullo, refiriéndome a Lin.
—Lo mismo digo —responde Lin, que hasta ahora fingía no escucharme.
Alessandro se gira en el asiento delantero y nos da una reprimenda con la mirada, como lo haría un padre para detener la pelea de sus hijas. De pronto, nos tiende el teléfono móvil listo para marcar el número de Wolf.
—Pueden decírselo ustedes mismas, si quieren —nos desafía.
Inmediatamente las dos nos ponemos el cinturón.
—Bien, ¿listas? —pregunta Alessandro, satisfecho.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro