16
—¿Entonces acabo de tener sexo con un demonio? —me pregunta Matt, burlón, mientras acaricia suavemente mi pezón erecto, mirándome como si acabara de contarle el argumento de una película de bajo presupuesto.
—Esa es la forma más sencilla de verlo —respondo riendo, pues sé lo tonto que suena—. Pero como científica no puedo dejar que lo veas de ese modo, sería como creer que las herboristas y curanderas que hace siglos morían en la hoguera eran de verdad brujas. No soy un demonio, igual que la hipertricosis no es licantropía. Esas supersticiones son cosa del pasado. Lo mío es más bien una tara genética, un fallo evolutivo de la especie humana, y tiene cura.
—¿Tara genética? ¿Fallo evolutivo? Puedes follar sin protección sin riesgo a quedarte embarazada ni a contraer enfermedades venéreas —me recuerda con una sonrisita de envidia—. Emily, nadie describiría así tu situación.
—Olvidas la parte en la que mis parejas sexuales mueren.
Matt abre mucho los ojos con una mueca de dolor y horror absoluto y se agarra el pecho donde el corazón clavándose los dedos mientras abre y cierra la boca como si le faltara el aire, y entonces se detiene tan rápido como empezó.
—Nah, estoy perfectamente —dice.
—No te lo tomes a broma. Por ahora no notas nada, pero lo notarás. Hay una investigación de los años cincuenta que explica bastante bien esto. Unos investigadores conectaron electrodos al cerebro de una rata, más concretamente al área del placer. Con un botón le daban una pequeñísima descarga eléctrica, y descubrieron que la rata prefería esa descarga a cualquier otra cosa. Cuando le pusieron una palanquita para que pudiera estimularse el cerebro a sí misma, le daba hasta siete mil veces por hora. Esos electrodos le proporcionaban una recompensa mucho más potente que cualquier estímulo natural. Las ratas preferían ese estímulo eléctrico a la comida o al agua, independientemente de si tenían hambre o sed. Las ratas macho que se autoestimulaban no hacían caso de una hembra en celo, y para llegar a la palanca cruzaban una y otra vez una rejilla electrificaba que les aplicaba descargas en los pies. Las ratas hembra abandonaban a la camada recién nacida para seguir pulsando la palanca. En los casos más extremos, las ratas se estimulaban hasta dos mil veces por hora durante veinticuatro horas seguidas con exclusión de cualquier otra actividad. Tuvieron que desconectarles el aparato para evitar que murieran por inanición.
Matt, que me estaba toqueteando el pezón mientras hablaba, dice:
—Encima de estar buenísima, eres lista.
—No me escuchas, te estoy diciendo que las ratas eran capaces de morir de hambre con tal de seguir recibiendo orgasmos —me quejo, quitándole la mano—. Hablando de morir de hambre... ¿no quieres desayunar? —le recuerdo, mientras me levanto para ponerme las pantuflas.
—Sí, de primer plato quiero Emily y de segundo quiero White —decide, y me agarra de la muñeca tirándome de nuevo en la cama, sobre él.
Me abraza acariciándome la espalda cariñosamente mientras su mano va bajando poco a poco hacia mi culo, donde deja de ser suave. El primer azote me pilla por sorpresa, me enfada. El segundo azote lo ansío. Me besa en los labios y toca mi nariz con la suya. Esa sonrisa solo puede significar una cosa.
—No tienes remedio —le digo, poniéndome a horcajadas sobre él.
Tomo su polla entre mis dedos y la guío hasta mi entrada. Una vez tengo la punta en mi interior, bajo las caderas hasta albergarlo por completo. Pongo las manos abiertas sobre su pecho y me muevo adelante y atrás.
—Oh Dios, Emily, me encanta lo fácil que te mojas —susurra en mi oído mientras me toma del cabello—. Quieres que te folle duro, ¿verdad?
Estoy tendida sobre él y, en esta posición, atrapada entre sus brazos, con mi pecho contra el suyo, apenas puedo moverme, así que lo hago lo mejor que puedo, o más bien dejo que sea él quien me mueva con sus embestidas. Me besa el cuello y el hombro, sería un abrazo cariñoso si no fuera por lo duro que me folla. Mi culo se sacude como gelatina con cada azote. Me lo agarra con ambas manos, me lo amasa con hambre y me atrae hacia su cuerpo mientras empuja sus caderas para que mi clítoris hinchado friccione en su vello púbico.
—Me voy a... me...
No logro terminar la frase. Matt me mete los dedos de una mano en la boca y los de la otra en el culo. Pero no es necesario que me deje decirle lo que voy a hacer para hacerlo, y él lo sabe, le encanta sentir cómo me contraigo.
—Córrete —gruñe en mi oído, respirando pesadamente.
También siento las pulsaciones de su polla descargando dentro de mí.
—Eres increíble —jadea bajo mi cuerpo desplomado.
—Gracias —respondo sin aliento—, tú tampoco lo haces mal.
Matt me da un pequeño mordisco en el cuello, riendo. Me acaricia desde el cuello hasta muy abajo en la espalda. Una vez dije que no hay nada mejor que una buena siesta después de un buen orgasmo, y ahora sé que estaba muy equivocada. Los abrazos y las caricias de Matt son mucho mejores.
—Me estás pringando —murmura, pasando un dedo por la entrada de mi coño para hacerme notar que se está saliendo su corrida.
—Te fastidias, es tuyo.
Lo abrazo como un marsupial mientras restriego mi entrepierna contra su polla, que no ha llegado a ponerse flácida. Esta es una de las ventajas de ser una súcubo, Matt no tardará mucho en estar completamente duro de nuevo.
—Espera, espera —dice, agarrándome de las caderas para detenerme.
—¿No quieres repetir?
Mi mohín le hace sonreír enternecido.
—¿No acabaré como una de esas ratas del experimento? —pregunta.
—Puede.
Presiono mi entrepierna contra él. La tiene dura otra vez, aunque seguro que está demasiado cansado para una segunda ronda. Podría follármelo, me encantaría. O podría hacerle una mamada mientras me froto en su pierna.
—¿No querías desayunar? —pregunta, sujetándome con más firmeza.
Matt me suelta cuando por fin me saco la polla de dentro.
—Tú querías desayunarme —le recuerdo, avanzando con las rodillas a cada lado de su cuerpo hasta situarme sobre su cara, donde bajo lentamente sin que él ofrezca resistencia—. El primer plato fue Emily, ahora viene White.
Matt saca la lengua y se dispone a limpiar el plato a conciencia.
***
Lo único que puede competir con Matt dándote caricias después de una intensa sesión de sexo es verlo prepararte el desayuno sin camiseta.
Entre sus numerosos dones —recordemos que siempre huele bien y que baja la tapa del retrete— está el de cocinar de maravilla, y encima se ve bien mientras lo hace, así que hasta me da un poco de vergüenza que me vea con estos pelos cuando él está como si acabara de salir de un salón de belleza.
Es lo que tienen los chicos tan guapos como él: usan el jabón del cuerpo para el cabello sin que se les estropee y les basta con peinarse con las manos.
—¡Tortitas! —exclamo tras olisquear el aire.
Huelen de muerte. Lo abrazo por detrás y le doy un besito en la escápula.
—Gracias por hacerme el desayuno —le digo, tímida.
—¿Hacerte? Estas tortitas son solo para mí —responde de broma.
—Tonto.
Le muerdo el hombro flojito haciéndole reír.
—¿Me darás tortitas? —pregunto con voz lastimera.
—Puedo compartirlas contigo. Pero solo si te portas bien.
—¿Es que no me estoy portando bien?
Le muerdo de nuevo, esta vez un poco más fuerte. Matt da un respingo.
—Para —exclama, riendo.
Me gusta cómo suena su risa, cómo se siente su cuerpo entre mis brazos.
—¿O qué? —le reto, con mis dientes rozando su hombro—. ¿Me azotarás?
Matt no responde, así que le muerdo por tercera vez. Para mi sorpresa no logro ninguna reacción en él, así que deslizo mis manos por sus abdominales hasta su bulto para comprobar si es que he perdido facultes.
No las he perdido. Para nada.
—Estás duro —ronroneo.
—Estoy cocinando —me recuerda.
—Puedo devolverte el favor.
Introduzco los pulgares por la cintura de su pantalón deportivo. Él no se mueve ni me pide que me detenga, tengo luz verde para continuar.
—¿Quieres que te devuelva el favor? —pregunto, melosa, bajándoselos hasta los muslos, liberando su endurecida polla.
Mientras le acaricio el vientre con una mano, la otra dedica todas sus atenciones a la entrepierna de Matt. La piel baja y sube, está caliente y es muy muy suave, en contraste con la dureza rugosa en la arista de su glande. El aro de mis dedos se desliza desde la base de su tronco hasta la misma punta.
Matt gime roncamente como si sufriera de gusto. Tiene la polla sensible, no me extraña después de follarme doce veces esta noche. Incluso yo, con toda mi experiencia, siento mis partes un poco hinchadas, irritadas.
Cuando mi mano empieza a ganar velocidad suficiente para que hacer unas simples tortitas se convierta en tarea imposible, las saca del fuego, se gira hacia mí y me pone una mano imperativa en el hombro. Tenía ganas de que me lo pidiera. Bajo mis labios por su vientre poco a poco hasta que mis rodillas tocan el suelo. Guío su polla hasta mi boca y me la trago sin preámbulos.
Matt me agarra del cabello con firmeza mientras mueve las caderas. Lo siento al fondo de mi garganta. Me pone el sabor de su lubricación, que mi saliva caiga por mi barbilla hasta mis pechos. Es duro, y me encanta.
—Me levanto a hacerte unas tortitas y resulta que tú querías desayunar corrida —dice, con la sonrisita sádica que le aparece cuando me castiga—. Pues si es lo que quieres, Emily, haré que te tragues hasta la última gota.
Está decidido a hacerme sufrir un poco. Ha hundido su polla hasta lo más profundo de mi boca, donde hasta una súcubo sufre arcadas, y la deja ahí durante el tiempo suficiente para que sienta que me falta el aire. No lucho, sé que si me resisto será peor, y además me está poniendo muy perra notar cómo le palpita en mi garganta, deseo que se corra así, bien adentro.
Es como si Matt escuchara mis pensamientos. Gruñe de placer soltando un denso chorro tras otro. Me asfixio y toso, y me sale semen por la comisura de los labios y hasta por los agujeros de la nariz. Es la descarga más copiosa que ha tenido, o puede que me lo parezca por lo que se me dificulta tragar.
—Has aguantado mejor de lo que esperaba —me felicita, acariciándome la cabeza mientras me esmero en recogerlo todo con mis dedos para introducirlo de nuevo en mi insaciable boca—. ¿He sido demasiado duro?
Repasa mi labio inferior con su pulgar y me lo da para chupar.
—Nada es demasiado para mí —le digo, después de dejárselo limpio.
—Tenemos toda la semana para poner eso a prueba —responde, y me tiende de la nada mi teléfono móvil—, pero lo primero es lo primero. Tienes varias llamadas perdidas de Cachorrito Llorón. Deberías llamarlo de vuelta.
Miro el teléfono y luego a Matt sin entender qué pretende. Es mi semana libre, no me apetece hablar con Wolf y no sé por qué Matt querría...
Oh, vale, es un juego.
—¿Qué quieres que le diga? —pregunto mientras me da tono.
—Es mejor que le dejes hablar a él.
Matt me acorrala contra la encimera. Wolf responde al segundo tono, ha sido lo bastante rápido como para pensar que esperaba esta llamada.
—He visto dos llamadas perdidas —le digo—, ¿ha ocurrido algo?
Wolf tarda un momento en responder. Es posible que trate de modular su voz para sonar profesional, frío. Empiezo a pensar que fuerza el acento.
—No, solo llamaba para saber si ha pasado buena noche.
—S-sí, claro...
Matt me está besando entre las clavículas. Tiene uno de mis pechos en la mano, lo aprieta suavemente, lo justo para calentarme al teléfono, y se lo lleva a la boca para morderlo como si fuera la más deliciosa de las frutas.
—¿Por qué lo pregunta? —logro decir a duras penas.
—Ordené a mis hombres que vigilaran. Hay guardaespaldas de paisano cerca de su edificio y también en los edificios colindantes, en ese barrio no ocurrirá nada sin que yo lo sepa. Puede estar tranquila.
Giro la cabeza hacia la ventana de mi derecha. No veo a nadie, obvio, y sin embargo tengo la sensación de estar siendo observada. Puede que sus hombres vieran lo que pasó con Matt esta noche, que informaran a Wolf de todas y cada una de las veces que lo hemos hecho, de las posiciones y de...
Matt me muerde el pezón con fuerza, arrancándome de mis pensamientos y haciéndome suspirar de gusto con la boca pegada al auricular. Es posible que Wolf sepa perfectamente lo que está ocurriendo ahora mismo. Tomo a Matt por el cabello y lo dirijo a mi otro pecho para que me marque sus dientes.
—Perdone, ¿qué decía? —me disculpo, respirando ansiosa.
—¿La pillo ocupada?
—No, dígame, señor Wolf.
Matt en este preciso instante está deslizando su lengua por mi pubis y más abajo, hasta donde se unen mis labios rasurados. Hurga cautelosamente con su lengua en busca de mi clítoris, y lo sorbe en cuanto lo encuentra. Oh, dios. OH, DIOS. Lo agarro del cabello para que baje el ritmo.
Matt entiende lo contrario, pone una de mis piernas por encima de su hombro para tener mejor acceso a mis secreciones y chupa como si le fuera la vida en ello. Me muerdo el labio mientras oigo a Wolf impacientarse.
—¿Señorita White? ¿Me escucha? —gruñe con esa voz profunda.
—Perfectamente, señor Wolf, yo... eh... yo... uff...
—Creo que es mal momento. Puedo llamarla más tarde.
—No, por favor, dígame, es que...
Un poco más, debo mantenerlo en línea un poco más para que escuche mi orgasmo a manos de otro. Matt me ha aupado a la encimera y con ambas piernas abiertas tiene vía libre a mi más que lubricado coño. El muy maldito sabe que no nos queda mucho tiempo antes de que Wolf cuelgue, así que no duda en jugar sus mejores cartas: sin separar su habilidosa lengua de mi clítoris hinchado, me introduce un dedo que en seguida da con el punto G.
—Llámeme cuando termine —me dice, colgando con una frialdad que no hace más que confirmar su enfado.
Gimo, o más bien chillo, liberando por fin el orgasmo reprimido. Matt se lo traga todo igual que yo hice con lo suyo unos minutos antes, y no se detiene, no, el muy bastardo sigue lamiendo y chupando y dedeándome hasta que logra provocarme otro orgasmo, mucho menos intenso, pero igual de satisfactorio.
Cuando mis piernas dejan de temblar, Matt se incorpora y me adelanta el culo en la encimera, presionando su entrepierna contra la mía. Me besa apasionadamente. Está muy duro, se muere de ganas de volver a follarme.
—¿Quieres dejar el desayuno para luego? —me pregunta.
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