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10

—Quiero saberlo todo de usted —digo—. De usted, y de esto.

Bajo mi mano por su trabajado abdomen hasta su entrepierna.

Se le marca tan bien en estos pantalones que casi puedo rodearla con los dedos. Con una mínima presión, se la masajeo de arriba a abajo, masturbándolo suavemente. Wolf exhala como si se le escapara el alma por la boca. Su fuerte respiración me enciende. Afianza su agarre en mi cabello, clavándome los nudillos en la nuca, y me muerdo el labio de gusto, ahogando un gemido.

—Joder, Emily... —jadea con la mirada nublada de placer.

Wolf me mira con expresión ida justo un instante antes de besarme.

Su beso es sucio, apasionado, se desata como una tormenta en mi boca, con mordiscos y chupetones que van desde mis labios hasta mis pechos, tras bajar por mi cuello. Su enorme cuerpo me aprisiona contra el contenedor de basura. Tiene la cazadora de motorista abierta. Con la barbilla se sujeta la camiseta mientras se desabrocha ansiosamente el cinturón.

He estado con infinidad de hombres, pero estoy segura que ninguno de ellos tenía el torso definido del señor Wolf, ni siquiera los atletas de élite. Wolf es mucho más que su cuerpo, es una droga, es la promesa de volverme adicta y es saber que no debería hacerlo, que caer en la tentación es condenarme de por vida. Pero qué difícil es resistirse cuando su piel me magnetiza. Cada uno de sus músculos es una obra de arte. Mis dedos se distraen del bulto en sus pantalones para recorrer uno a uno sus abdominales, subo por ellos hasta sus clavículas y trepo por su cuello hasta alcanzar su boca. Wolf me muerde los dedos y no puedo sino soltar una risita nerviosa. Jamás imaginé a Wolf mordiendo los dedos de nadie, era más fácil verme a mí mordiéndole otra cosa: lo que tiene ahí abajo, liberado por fin de su apretada bragueta. Tocarlo sin la barrera de la ropa es una experiencia completamente distinta.

—No voy a soltarte hasta que termines —le digo, extasiada.

Tampoco podría, no ahora, que tengo al mismísimo Adrian Wolf comiendo de mi mano. Con una lentitud deliberada, retiro la piel hasta el límite y vuelvo a subir hasta que le cubro la punta con el aro que he hecho con mis dedos. Wolf tiembla de gusto, es una placentera tortura. Toda su longitud arde como si le corriera fuego por dentro. La tiene ligeramente curvada hacia arriba y es tan gruesa que me resulta imposible rodear por completo su tronco.

He masturbado muchísimas pollas antes que esta, por supuesto, y sin embargo ninguna me ha embriagado tanto. La de Wolf es más suave, más prometedora. El multimillonario transpira feromonas por cada poro de su piel.

—¿Ahora se arrepiente de no haberme follado en la cocina del hotel, señor Wolf? —le pregunto, mientras mi mano sube y baja cada vez más rápido.

Pese a su larga experiencia, a Wolf se le acelera la respiración como si estuviera al límite de su aguante. El poderoso magnate ahora no es nada, solo un juguete en mis manos, entregado al placer de una ansiosa pero torpe paja callejera. Disfruto viendo cómo ondean los abdominales de su bajo vientre, cómo mueve impaciente las caderas, cómo suspira al ritmo que yo le marco.

Wolf lubrica tanto que está empezando a humedecerme la mano. Con el pulgar recorro la arista de su hinchado glande, lo paso por la punta y extiendo el resbaladizo líquido con la yema haciendo círculos, dedicando mis atenciones a sus puntos débiles y deleitándome con su sensual expresión de placer.

Quiero ver al Wolf que todos temen derrumbándose con un orgasmo.

—¿Se le ha comido la lengua el gato? —le pregunto burlona, citando lo que me dijo una vez mientras presiono mi puño en la base de su tronco.

—¿Que si me arrepiento? —gruñe, tomándome del culo para aplastarme contra su duro torso, frotándose contra mi vientre desnudo—. Señorita White, me arrepiento de no haberla follado la primera vez que la vi en el laboratorio.

Tomo su polla para situarla entre mis muslos cerrados.

—¿Quiere follarme ahora?

Inicio un lento vaivén de caderas con la punta peligrosamente cerca de mi entrada. Lo masturbo con mis lubricados pliegues, tentándolo.

—La haría mía —gruñe—, cada parte de su cuerpo sería mío.

Tiro de mi pubis para abrirme los labios y froto mi hinchado clítoris a lo largo de sus veinte centímetros. Wolf baja la vista, no pierde detalle.

—Lo rodearía entre mis labios —me dice— y la haría acabar en mi boca.

Poso mis manos en sus hombros y me cuelgo de él para notar más su dureza en mi sensible entrada, y me estoy moviendo tan rápido, lo cabalgo con tanta pasión, que en cualquier instante se podría deslizar adentro.

—Oh, joder, me traes loco, pequeña...

Wolf late entre mis pliegues, su calor me invade.

—¿Quiere meterme la punta? —le pregunto.

—Créame, señorita White, no se conformaría solo con eso.

Pasa el brazo por uno de mis muslos para abrirme de piernas. La noche me acaricia con su aliento frío ahí abajo. Con la pierna colgando me siento muy abierta. Wolf tiene vía libre, bastaría con que empujara un poco.

—¿Recuerda lo que me dijo en el laboratorio? —Por muchas ganas que tenga de sentirlo dentro, no le voy a dar el gusto de poseerme—. ¿Recuerda lo que le dije yo cuando no me folló en la cocina del hotel?

Un atisbo de duda asoma en sus fieros ojos dorados. Me encanta su expresión confusa. Nadie se ha resistido a Wolf, y menos dos veces. Hasta ahora.

—Le dije que si se iba no tendría otra ocasión de follarme —le recuerdo con una sonrisa de satisfacción que no me cabe en la cara—, y se fue.

Con suavidad, pero con decisión, aparto el torso de Wolf del mío.

—¿Me está diciendo que usted no desea esto tanto como yo? —me pregunta con una risa que suena a la vez pretenciosa y dolida.

—Wolf, le dije que no habría segundas oportunidades.

—Pero ¿qué es lo que desea ahora? —insiste, clavándome esa mirada penetrante que parece ver a través de mí.

Sus manos siguen afianzadas en mis caderas. El modo en que Wolf me tiene sujeta es firme sin resultar violento. El magnate es de esos pocos hombres que con un gesto mandan mil mensajes al sistema nervioso de una mujer sin que estos sean procesados previamente por el cerebro. Cuesta pensar con claridad teniéndolo tan cerca, más aún si está con los abdominales a la vista y su polla humedeciéndome el vientre, presionándome con el glande. Pero ahora que mi mente tiene el control no puedo ceder a lo que me pide el cuerpo.

—Vamos, señorita White, ¿acaso va a decirme que no quiere que me la folle duro aquí mismo, que no quiere sentir mi tamaño en su interior? —Su voz ronca es como droga para mis oídos—. ¿Va a negarme que está tan cachonda como yo? Sea sincera, señorita White, admita que quiere gemir mi nombre con cada embestida. Usted solo tiene que admitirlo, yo haré el resto.

Tomo su polla con ambas manos y lo miro directamente a los ojos.

—Perdió su oportunidad —le recuerdo.

Sin previo aviso, le doy una placentera sacudida desde la base hasta la punta. Wolf cierra los ojos echando la cabeza hacia atrás de gusto.

—Pudo follarme y no lo hizo —insisto, castigándolo un poco con la uña en su lubricado conducto, abriéndolo con la yema para recoger los fluidos.

Wolf traga saliva. Su gruesa nuez se mueve arriba y abajo.

—Parece que han cambiado las tornas —le digo, dándole una maliciosa caricia en la parte más sensible, manteniendo tenso su frenillo.

Cierra fuerte la mandíbula, la tiene bien definida.

—Quizá después de esto aprenda a mantener el hocico cerrado.

Con la piel retirada al máximo y mi puño presionando en sus testículos, uso la otra mano para masturbar su sensible glande lubricado. Wolf jadea como un loco con la mirada ensombrecida, está al límite de su aguante.

Pobre, el lobo no soporta sentirse como un cachorrito.

—¿Quién se ríe de quién ahora? —le provoco.

—¿Pretende cabrearme? —jadea, ya sin ninguna autoridad.

—Puede que sí. ¿Qué haría si lo cabreara?

Los dedos del hombre más poderoso que conozco se cierran alrededor de mi cuello, asfixiándome. Lo hace sin medirse, con fuerza. Pero en vez de soltarlo, acelero el movimiento de mi mano sin dejar de mirarlo a los ojos.

Un ruido extraño escapa de mi garganta estrujada. Tengo la cara roja e hinchada y noto la presión aumentando bajo mi piel.

—Emily, maldita sea... —gruñe mientras se folla mis manos.

Por suerte, solo necesita unas pocas sacudidas más para acabar. Dispara tres chorros de espeso semen sobre mis manos y contra mi abdomen.

—Casi me mata —me quejo divertida, tosiendo.

Wolf da unos pasos atrás, tambaleándose.

—Emily, no podemos volver a hacer esto —dice sin fuerza.

—¿Tiene miedo de no poder controlarse la próxima vez?

—¿Dice que se convirtió en súcubo hace cinco años? —me pregunta, apoyándose en la pared de ladrillo mientras recupera el aliento.

—Quizá algunos más.

Con parsimonia, recojo mis bragas del suelo y las uso como pañuelo para limpiarme la corrida. Hago una bola pringosa con ellas.

—Tome —le digo, entregándoselas—, como recuerdo.

Me dirijo hacia la salida del callejón con los tacones rotos en la mano.

—¿Adónde cree que va con ese aspecto? —me reprende.

—Déjeme en paz —le respondo, tratando de peinarme con los dedos.

—Emily, debe cuidar un poco su imagen.

—Wolf, cállese un rato, hágame el favor.

El multimillonario aprieta mis bragas en su puño. Por un instante, pienso que va a meterme la bola en la boca para hacerme callar a mí.

—No puedo dejar que la prensa la vea así.

—Le agradezco su preocupación —le contesto irónica—, ahora suélteme.

—Traeré el coche, espéreme aquí escondida —me pide, soltándome.

Ruedo los ojos saliendo a la calle principal. Wolf me sigue de cerca, trata de hacerme entrar en razón y se interpone en mi camino o bien me detiene agarrándome. Cada vez que me sujeta doy un tirón para soltarme. Cada vez que se pone delante lo empujo. Estamos dando el espectáculo. La gente nos mira como si fuera lo más interesante que verá esta noche. Con mi vestido caro y su cazadora de motorista debemos parecer una pareja de lo más extraña. Si lo que quiere es no llamar la atención de la prensa, así no lo está consiguiendo.

—Wolf, váyase a casa, ¿quiere? —le pido, frenando en seco.

—Con la condición de que venga conmigo.

Una limusina encerada se detiene a nuestro lado.

—Pero... ¿quién...? —Wolf da un paso atrás y se lleva la mano tras la espalda, donde asumo que debe esconder una pistola.

Baja la ventanilla polarizada y en vez de un arma, como creí que pasaría por la reacción de Wolf, lo que aparece es una sonrisa, la de Viktor.

—Buenas noches, señorita White. ¿Quiere que la lleve?

—Por favor —respondo, entrando sin esperar a que me abra la puerta.

—Viktor, no dejaré Emily se suba en tu coche —le advierte Wolf.

—¿Cómo vas a impedírmelo? —le reta el ruso, mostrándole el móvil con un vídeo explícito de lo que ha ocurrido en el callejón—. ¿Quieres que esto llegue a la prensa? Puedo imaginar los titulares. Wolf, el poderoso multimillonario, se aprovecha de su posición para abusar de otra empleada.

—Hijo de...

Wolf retira la mano del bolsillo trasero, pensándoselo mejor.

—Señorita White —me dice entonces—, si quiere que siga financiando su investigación, será mejor que salga ahora mismo de esa limusina.

—No se preocupe —interviene el ruso, posando su mano en mi rodilla para que no me levante del asiento—, no le costará encontrar otro inversor.

—Viktor —gruñe Wolf con su mirada asesina—, esto no quedará...

Pero Viktor no está dispuesto a escucharlo, así que simplemente cierra la puerta con elegancia, interrumpiéndolo.

—Podemos irnos —le dice a su chófer, tan tranquilo.

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