IV
Los días siguientes pasaron con lentitud, trayendo consigo una atmósfera de complicidad. Las miradas discretas y los sutiles roces se hacían cada vez más constantes y el deseo era cada vez más evidente.
Compartieron una última sonrisa mientras Greer se llevaba a los gemelos a su rutina nocturna antes de dormir. Hacía días que las mariposas en su estómago se habían convertido en una bandada de pájaros, y los nervios alrededor de Embry eran cada vez más fuertes. Miro a sus sobrinos y la calidez en su pecho se extendió por todo su cuerpo. Los amaba, de eso no había ninguna duda; los amaba a los tres. Y por primera vez sintió que estaba en el lugar correcto. Ese era su hogar, ese era el lugar al que pertenecía. Les leyó un cuento y los vio sucumbir en los brazos de Morfeo. Dejo la puerta a medio cerrar y regreso a la sala para ayudar a poner en orden la cocina.
Embry la esperaba con una sonrisa radiante en sus labios y almohadas y mantas en sus brazos.
—¿Te apetece ver una película? —preguntó, dejando caer las mantas en el sofá.
—Claro, ¿por qué no?
Caminó hasta él sin romper el contacto visual, contagiándome de su sonrisa.
—¿Cuál te apetece?
—Sorpréndeme. —comentó. Con movimientos gráciles y bajo la atenta mirada de Embry, se acomodó en el sofá y se cubrió con varias mantas.
—¿Mi elección? —dijo aclarándose la garganta.
—Toda tuya.
Su elección fue sencilla: The Holiday empezó a reproducirse en la televisión. Greer miró sorprendida a Embry, que tenía su atención en la pantalla. Era su película favorita, se lo había mencionado cuando recién se habían conocido, y jamás imaginó que recordaría algo tan vago sobre ella. Tomó una bocanada de aire tratando de calmar las lágrimas que picaban por salir. Varios segundos después, regresó su atención a la pantalla.
Sabía lo mucho que amaba esa película y no dudó ni un segundo al elegirla. Ver la sonrisa en el rostro de Greer era suficiente para verla una y mil veces, aunque le pareciera aburrida. Estiró su mano tomando un mechón de cabello rebelde que se negaba a permanecer en su lugar. Jugó con él antes de ponerlo detrás de su oreja. Le miro con esos ojos verdes que le quitaban el sueño, acompañados de una sonrisa. Liberó el aire que estaba conteniendo, sintiéndose abrumado por todo lo que estaba sintiendo. La muerte de Molly lo devastó y pensó que jamás volvería a sentir nada por otra mujer. Pero el destino tenía otros planes y puso a su cuñada frente a su puerta para enseñarle que aún tenía una oportunidad para ser feliz.
Lleno de determinación, supo que no podía pasar otra noche sin tenerla. Con un rápido movimiento se acercó, tomándola por sorpresa, unió sus labios a los de ella, en un beso sutil. Cuando se separaron, se miraron, el deseo reflejado en los ojos del otro, con la pregunta flotando en el aire. Una invitación para lo inevitable.
—Sí. —Susurró.
Redujo el espacio que los separaba y la volvió a besar. Un beso de esos que ya no se pueden reprimir, de esos que no pueden esperar. Mientras la película seguía reproduciéndose, Embry y Greer se despojaron de su ropa; la tomó entre sus brazos y le hizo el amor bajo la luz de la chimenea, con la música postcreditos como su banda sonora.
☃︎
Greer tenía su cabeza sobre su pecho, escuchando los latidos de su corazón. Sus dedos acariciando los vellos de su pecho, mientras Embry dejaba suaves besos en su cabeza y acariciaba su cabello. Cada caricia era un reconocimiento, cada mirada una confirmación.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja, temiendo romper la magia del momento—. Hace mucho tiempo que no... No fui brusco, ¿verdad?
Rió ante sus palabras, dejó un beso en su pecho y lo miró. Negó con la cabeza y acarició su mejilla.
—Fue perfecto.
Solo el reflejo de la luz de la televisión los cubría; ambos yacían desnudos sobre el sofá, cubiertos con una de las mantas. La miro con intensidad, con miedo de que solo fuera un sueño y que la realidad le trajera de vuelta a la soledad.
—¿Qué pasa? —preguntó, sintiendo el repentino cambio en su actitud. La rigidez de su cuerpo diminuto y el ligero temblor de sus manos.
—Si vamos a iniciar una relación, quiero que sea llena de honestidad.
—Está bien, pero me estás asustando.
—Quiero saber si realmente me quieres a mí, Embry; no quiero ser una sustituta de tu esposa fallecida.
—Y no lo eres —contestó con rudeza, aterrado de que Greer dudara de lo que sentían—. No lo eres. Te quiero a ti, a ti, Greer Ashford, quiero que seas mía y que me dejes ser tuyo. Quiero despertar a tu lado cada mañana y ver tu sonrisa. Nunca dudes de lo que siento por ti. A Molly la amé, la quiero y la querré siempre. Pero ella es mi pasado y tú eres mi presente y mi futuro.
—Yo también te quiero.
—Eres mi segunda oportunidad para ser feliz y te juro por Dios que no te dejaré ir.
—Me alegro, porque tampoco te dejaré ir.
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