Llevo un par de semanas sin dormir, un par de semanas sin salir de mi habitación y un par de semanas sintiendo un revoltijo en el estómago.

Hace un tiempo, cuando comencé a leer cierto libro que mi padre me prestó, nunca imaginé que aquella protagonista con un corazón roto y una mente a punto de explotar de dolor emocional podría llegar a ser yo. Después de todo, los libros de ficción no son más que historias que toda persona desearía vivir y cada libro tiene cierto nivel de fantasía que te hace creer que, aunque son escritos que reflejan la naturaleza humana, son hechos que nunca te pasarán a ti. ¿Por qué otro motivo alguien leería una novela? ¿Acaso no es ése el fin último: el poder vivir cosas imposibles?

Podría decir que se trataba de un libro soso. Últimamente no he disfrutado mucho de la literatura; de hecho, parece que últimamente no disfruto de nada. Si mi madre me viera probablemente estaría muy decepcionada de mí, incluso yo estoy decepcionada de mí misma. ¿Pero qué tiene eso de importante? Mi padre ve el noticiero todas las mañanas y pareciese que todos los días el mundo se está yendo a la mierda; pero entonces, durante las clases de historia, siempre termino recordando que el mundo siempre ha sido una mierda.

Por ende, podría intentar convencerme a mí misma de que existen cosas más importantes sobre las cuales preocuparse, cosas más importantes sobre las cuales pensar: las guerras en Oriente, el mundo post-pandémico, la hambruna mundial, los índices de pobreza; podría preocuparme más por unirme a un grupo que se dedique a limpiar las playas y los océanos, o por intentar recaudar fondos para organizaciones sin ánimo de lucro y sin apoyo gubernamental. Dios, existen tantos problemas en el mundo que los míos parecen insignificantes ante ellos; sin embargo, no puedo preocuparme por esas cosas, no puedo pensar en esas cosas, porque últimamente sólo puedo pensar en él.

¿Quién es él? Me lo he preguntado repetitivamente durante mis muchas noches sin dormir, pues ahora siento como si no lo conociera. El mero hecho de pensar en él me provoca náuseas. Comienzo a sentirme sofocada por el olor a colonia impregnado en la sudadera que llevo puesta, su sudadera, su colonia; la prueba única de que estuvo cerca de mí hoy, aunque no pudiera verlo.

Ahora, todas las personas que me rodean y me observan fijamente están logrando intimidarme y pronto soy consciente de que no sólo me sofoca el aroma de la sudadera: he comenzado a sudar frío como respuesta a los nervios que germinan en mi interior. Sus miradas analizan cada movimiento que hago, cada expresión que se cruza por mi rostro, cada pequeño detalle contenido en las palabras que digo.

—Comencemos por algo sencillo —propone la persona que se encuentra sentada frente a mí—. ¿Cuándo sucedió el hecho?

La sala se llena de silencio, casi podría escuchar el sonido de los latidos de mi propio corazón. Todos están atentos a mi respuesta, pero por un instante las palabras se atoran en mi garganta. Tengo que narrarles a la perfección lo que pasó hace meses. Este no es el momento de arrepentirme de acciones pasadas, no sirve de nada analizar a profundidad la situación, tampoco sirve intentar encontrar en mi cabeza una respuesta perfecta. No hay respuesta perfecta, sólo existe una verdad.

Pareciese que si hablo de más podría salir perjudicada, pues podrían pensar que fui cómplice, pero hablar poco también podría afectarme; sin embargo, es lo segundo por lo que opto, son las únicas palabras que salen de mi boca.

Me aclaro la garganta antes de hablar. Entonces, me limito a contestar a la pregunta de manera concisa:

—Sucedió en invierno.

Fecha de publicación:  26 de junio <3