
Capítulo 6 | Prejuicios
Aprieto la costosa bandeja entre mis manos mientras el abuelo aparca el Renault fuera de la casa de los Berkley, que ahora se ve mucho más vacía en comparación a la noche de su fiesta navideña. Durante todo el camino intenté convencerlo de que fuera él quien entregue la bandeja mientras yo me quedaba en el auto, pero su respuesta fue negativa. Responsabilidad, eso es lo que él espera de su nieta.
Aún no han encendido las luces navideñas de su jardín, lo cual me otorga un poco de alivio, esperando que Christopher no se encuentre en casa, que nadie se encuentre en casa. No obstante, cuando nos acercamos a la puerta mis fosas nasales reciben el aroma a café recién hecho. Sí hay alguien en casa.
El abuelo me lanza miradas de extrañeza cada tanto, pues estoy tan tensionada que no muevo ni un solo músculo y aprieto mis dientes con tal fuerza que mi mandíbula comienza a doler. A los pocos segundos de tocar el timbre, la puerta se abre con rapidez y mi corazón da un vuelco en el proceso, pues temo encontrarme con Christopher; sin embargo, es su padre el que abre y un inevitable suspiro de alivio sale de mi boca. Entonces, las exclamaciones de sorpresa y los efusivos saludos no se hacen esperar, logrando sobresaltarme.
—¡John! No esperaba verte por aquí.
Tony recibe la bandeja y nos dedica una enorme sonrisa.
—Queríamos devolverle esto, muchas gracias —digo, un tanto afanada—. Pero bueno, ya nos tenemos que ir. ¡Hasta luego!
El abuelo frunce el ceño ante mi actitud y Tony no demora en hablar:
—Pasen por una taza de café, está haciendo mucho frío afuera. No los demoro, pasen, pasen.
—Oh, no, much...
—¡Claro! Yo te la aceptaré, tengo los dedos entumecidos. —El abuelo acepta la invitación de Tony sin siquiera contar con mi opinión.
En un abrir y cerrar de ojos ya me encuentro dentro de la propiedad, dejando mi abrigo en el perchero y dirigiéndome hacia la cocina detrás de ellos y prácticamente contra mi propia voluntad.
Observo a mi alrededor con nerviosismo, apretando mis puños de manera inconsciente. Al menos hasta ahora él no se encuentra a la vista, lo cual me otorga un poco de calma momentánea. No obstante, permanezco alerta, atenta a cualquier ruido o señal que pueda indicarme sobre su presencia.
—¿Y cómo has estado, John? —inquiere Tony, ofreciéndole la taza de café.
—Todo muy bien. Marianne tuvo un encuentro nada agradable hace casi una semana, pero lo importante es que se encuentra sana y salva.
Tony nos señala con la mano las sillas de la isla de la cocina, invitándonos a sentarnos. Comienzo a mirar compulsivamente mi reloj de muñeca; la ansiedad de encontrarme en esta casa se mezcla con la ansiedad de llegar a tiempo a la fiesta, tengo que conducir por un largo periodo de tiempo y el abuelo lo sabe, en el camino le dije hasta dónde debo ir, pero parece no tener afán.
—¿De verdad? ¿Qué te sucedió?
No puedo evitar pensar en lo decepcionante que sería para él escuchar lo que me sucedió y en manos de quién. La ironía de estar en esta casa, con el padre de Christopher y a punto de hablar del robo es totalmente inigualable. La vida da giros extraños, sin lugar a duda.
—A mi amigo y a mí nos robaron de camino al trabajo, un grupo de delincuentes en motocicletas.
La mirada de asombro en el rostro de Tony pronto cambia a una de enojo. Si tan solo supiera.
—Los índices de criminalidad han ido en aumento, están al tanto de ello en la alcaldía. Tu caso no es uno aislado, estos criminales en motocicleta han estado acechando desde hace un par de meses.
Alzo las cejas.
—¿Cuántos reportes han recibido? —inquiero. Tony trabaja en el ayuntamiento, después de todo, él sabrá toda la información.
—Muchos —responde, sirviéndose otra taza de café—. No puedo darles mucha más información, pero está en proceso de investigación. ¿Ya lo reportaron a la policía?
—El mismo día, no hicieron mucho —contesta el abuelo.
Cuánto quisiera decirles sobre mi encuentro con Christopher y la policía fuera de la pizzería, pero eso rompería el trato, el único medio para lograr obtener mi dinero de vuelta.
—No hay mucho que podamos hacer por ahora.
—¿Pero por qué no lo han reportado en los periódicos y noticieros? —inquiere mi abuelo, preocupado—. Nadie sabe de esto, la comunidad necesita estar alerta.
—Tienes un muy buen punto, John, pero estamos intentando ser lo más discretos posible. Si una de nuestras teorías es cierta... Bueno, necesitamos saber ciertas cosas primero antes de dejarlo salir a la luz. Por ahora, anden con cuidado.
Puedo sentir una especie de inmunidad ante los ataques de la banda de Christopher. Al menos por ahora sé que no se atreverían a atacarme de nuevo, o al menos eso es lo que quiero creer.
Mi abuelo, por otro lado, no se siente conforme con la respuesta de Tony. La expresión de preocupación no se desdibuja de su rostro ahora que sabe que mi caso no fue uno aislado. No obstante, yo intento no preocuparme más de lo que ya estoy referente a mi seguridad. Las opiniones de Tony me dan una nueva perspectiva: si en verdad llevan tanto tiempo investigando y Christopher no cumple con el trato, lo mejor sería decirles todo lo que sé. ¿Qué tanto daño podrían hacerme él y su banda desde prisión? Todo caería de manera inmediata, o al menos así lo pienso.
—Pero bueno, hablando de temas un poco más amigables, ¿en qué proyecto estás trabajando ahora, John?
—Estoy en proceso de comprar un viejo Lincoln Continental del 61. No está en muy buenas condiciones que digamos, realmente está casi echado a perder, pero me conoces, me gustan los retos.
—Vaya, ese es un auto increíble. —El interés de Tony incrementó notablemente al escuchar el modelo del auto, al parecer comparte los mismos gustos del abuelo—. ¿Y cuándo comenzarás a repararlo?
—Cuando lo tenga en mis manos. El dueño está un poco delirante, en verdad quiere venderlo al mismo precio que se vendería estando en un estado excelente. Pero el auto ni siquiera tiene neumáticos y sólo te estoy diciendo lo mínimo... es casi un chasis andante.
Tony niega con la cabeza mientras lanza una pequeña risa.
—¿Crees que podría ayudarte con la reparación? —inquiere con entusiasmo—. Sabes lo mucho que me gusta el tema, pero nunca he tenido la oportunidad de reparar un auto viejo. Hasta podría considerar comprártelo.
—Oh, por supuesto, te dejaré saber cuando esté en mi garaje.
El nivel de entusiasmo de Tony acaba de incrementarse. En verdad le emociona la idea. De repente, comienza a bombardear a mi abuelo con preguntas sobre el auto y, por supuesto, mi abuelo también se emociona.
—¿Tienes fotos del auto?
—¡Claro!
Saca el teléfono de su abrigo y entonces le doy una pequeña patada a su pierna, esperando que pueda notar que el tiempo comienza a correr, pero está tan ensimismado en el tema que ni siquiera se da cuenta de este detalle.
Entonces, un ruido acelera mi corazón, y no de una buena forma: alguien baja las escaleras corriendo y todos los malos presentimientos comienzan a acecharme. Necesito el auto, pero el abuelo también lo necesita para volver a casa. Durante el camino algo me decía que entregar la bandeja tomaría más tiempo del previsto y vaya, sí que tenía razón.
—Abuelo, ¿recuerdas que tengo que irme? El auto...
Pero mi voz es interrumpida por la de Tony, quien observa detrás de mí con una enorme sonrisa en su rostro. Y no quiero voltear a ver de quién se trata, pues de repente siento una extraña tensión en el aire. Ni siquiera tengo que mirarlo, sé quién está detrás de mí.
—¡Christopher! Ven a saludar antes de irte.
Ese nombre es una tortura para mis oídos. Su silueta aparece lentamente por el rabillo de mi ojo hasta que la tensión misma me obliga a mirarlo por más que no quiera hacerlo.
Su expresión es de shock, casi podría decir que su corazón dejó de latir momentáneamente. No esperaba verme aquí, por supuesto, yo tampoco esperaba verlo. Entonces, fuerzo mis labios a curvarse hacia arriba mientras dibujo una sonrisa bastante falsa.
—Christopher. —Me limito a decir.
Él hace una mueca, la cual disimula bastante rápido. Entonces, pone la mejor cara que puede cuando ve a mi abuelo sentado a mi lado.
—Marianne —responde de manera cortante, antes de estirar su mano hacia el abuelo—. Mucho gusto.
—Christopher, el placer es mío. He escuchado mucho de ti.
—Espero que buenas cosas —responde el joven, cruzándose de brazos—. Señor...
—Puedes llamarme John.
Ruedo los ojos ante el comentario de Christopher mientras todas las miradas están puestas sobre él. Su colonia llega hasta mis fosas nasales y no puedo evitar notar lo arreglado que está, como si estuviese a punto de salir. Tiene unas botas casi del mismo color que las mías, un pantalón cargo negro y un suéter gris. Un elegante reloj reposa sobre su muñeca y no puedo evitar preguntarme si habrá sido otro de sus artefactos robados.
—Maravillosas, de hecho —responde el abuelo.
¿Por qué todo el mundo parece creer que él es una buena persona?
—Bueno, lamento no poder quedarme a charlar, pero debo irme ahora.
—Oh, no te preocupes, nosotros también debemos irnos. Marianne debe conducir hasta la playa Silver Sands y creo que ya le quité demasiado tiempo.
¡Gracias al cielo! Me pongo de pie abruptamente cuando el abuelo por fin recuerda que debo irme, y casi dejo caer la silla a mis espaldas, pero mis reflejos fueron mucho más rápidos. Sin embargo, Tony nos detiene con un ademán de sus manos.
—¿Silver Sands? Mi hijo se dirige al mismo lugar a una fiesta, puede llevar a tu nieta.
—Marianne también va a una fiesta —responde el abuelo con sorpresa.
Mi corazón da un vuelco mientras observo a Tony con los ojos bien abiertos a medida que mi mandíbula comienza a temblar levemente. Las palabras se atoran en mi garganta y, aunque no quiero mirar a Christopher, puedo deducir que él se encuentra igual. De no ser por la presencia de su padre y mi abuelo estoy segura de que una discusión inigualable ya hubiese estallado. Así que, de no haber venido a este lugar, de igual manera me hubiese llevado la nada agradable sorpresa de encontrarme con él en la fiesta.
No puedo creer lo que mis oídos están escuchando. ¿Cuántas casas de playa estarán haciendo una fiesta universitaria en Silver Sands justo ahora? ¿Y por qué carajos él tiene que dirigirse al mismo lugar? Entonces soy consciente de que las posibilidades son limitadas: probablemente se dirige a la misma fiesta. Una sensación nauseabunda comienza a recorrer mi estómago mientras espero despertar de una terrible pesadilla, pero eso no sucede. El aroma a café me mantiene despierta y cien por ciento consciente de que tengo la peor suerte del universo.
Comienzo a maldecir mi suerte internamente antes de abrir la boca para hablar.
—No, no es necesario, yo iré en el auto del abuelo.
—Marianne, Tony y yo estamos teniendo una conversación bastante interesante. ¿No dices siempre que debo dejar el garaje?
Sí, lo digo, pero no tiene que ser ahora.
—Christopher, ¿puedes llevar a Marianne contigo?
Mis ojos furiosos se posan sobre los de él mientras le ruego con la mirada que diga que no; no obstante, él está observando a los dos hombres con la expresión más amable que puede poner, aunque puedo ver cómo tiene sus manos a sus espaldas apretadas en un puño.
—Por supuesto, papá —responde.
Tal parece que Christopher no es capaz de desobedecer a su padre o de quedar mal ante un anciano. Se nota lo mucho que le cuesta disimular su enojo.
—Bueno, deberíamos partir ahora. Que tengan un buen día —dice, asintiendo a mi abuelo en señal de despedida, antes de dar media vuelta y salir de la cocina.
El abuelo me da un abrazo y me pide que me reporte cada tanto antes de volver a su emocionante conversación sobre su próximo proyecto. Yo salgo de la cocina y me dirijo hacia la puerta de entrada, donde Christopher está poniéndose su abrigo antes de abrir la puerta, salir y cerrarla en mi cara, dejándome dentro de la casa.
Abro la puerta con un gruñido después de agarrar mi abrigo y me dirijo hacia su auto, que se encuentra a unos pasos de distancia. Entro con rapidez al asiento del copiloto antes de que pueda siquiera considerar arrancar el auto e irse sin mí y, mientras me abrocho el cinturón, escucho cómo maldice por lo bajo antes de encender el auto, la calefacción y comenzar a retroceder rápidamente.
Me cruzo de brazos y me dedico a mirar por la ventanilla en un intento de olvidarme de su estúpida presencia. ¿Cómo voy a aguantarme un viaje de hora y media a su lado?
Él no dice ni una sola palabra, pero la tensión en el aire podría cortarse con un cuchillo. Puedo notar que acabo de arruinar su noche, así como él arruinó la mía. No tengo más opción que tomar mi teléfono y escribirle a Nick lo que está sucediendo, pidiéndole que se vaya con Naya y Newt en el auto de estos. Entonces, cuando lee mis mensajes comienza a atacar mi teléfono con textos y emojis, no pudiendo creer lo que acabo de decirle.
Así, mientras la primera media hora de camino transcurre en silencio me dedico a desahogarme con Nick antes de tener que dejar el teléfono de lado porque mi batería, muy oportunamente, está a punto de morir. Puedo notar por el rabillo del ojo cómo voltea a mirarme mientras deja escapar un enorme y sonoro suspiro.
—Pues vamos a tener que hablar de algo —propone no muy amablemente.
—¿Qué te hace creer que quiero hablar contigo?
—Yo tampoco quiero hablar contigo, Marianne, pero sucede que queda una hora de camino y no pienso aguantarme la absurda tensión que está arruinando mis esperanzas de una maravillosa noche.
—Pues no es mi culpa, es tuya.
—¿Mía? —Alza las cejas con sorpresa, riendo con ironía.
—Si no me hubieses robado nada de esto estaría pasando.
—¿Quién fue la que se apareció en mi casa como toda una acosadora?
—¡Porque me robaste! Todo se reduce a eso —contraargumento con molestia.
Claro, no podía pasar mucho tiempo sin que comenzáramos a pelear.
—¿Y qué hay de hoy?
—Mi abuelo, que por cierto es una excelente persona, me obligó a ir con él a devolver la bandeja del pavo...
—Ah, sí, la obra de caridad de mis padres —refuta.
Resoplo ante su estúpido comentario.
—Oh, pero eres nieta de ese hombre, no lo recordaba —añade.
—¿Y?
—Tu abuelo debe tener mucho dinero, no cualquiera se dedica a reparar y vender autos antiguos sólo por hobby.
Por algún motivo su comentario provoca un vacío en mi pecho. Alzo mi índice, apuntándole directamente al rostro, mientras él me dedica una mirada de confusión.
—Ni siquiera te atrevas a considerarlo.
Rueda los ojos antes de dirigir nuevamente su mirada hacia delante.
—Créelo o no, no quiero ni necesito robarle a todo el mundo.
—Eso es difícil de creer —contesto—. Bueno, lo único que puedo creer es que no lo necesitas, tienes una vida económicamente perfecta.
—Ya te dije que el dinero no es lo que importa.
—Y ya me dijiste que no es de mi incumbencia preguntar qué es lo que te importa. ¿Ves? No tenemos absolutamente ningún tema de conversación porque no tenemos nada en común. Tú eres un delincuente y yo una simple civil.
Christopher ríe y enciende la radio, poniendo música desde su teléfono. Entonces, las ventanillas comienzan a temblar y la tensión en el auto aumenta cuando él sube el volumen casi al máximo. Cierro los ojos con fuerza mientras intento buscar en mi mente un espacio de tranquilidad, pero la voz del hombre cantando desafinadamente —y de manera bastante intencional— retumba en mis tímpanos y no me permite concentrarme en otros pensamientos.
Aguanto la situación por unos minutos antes de perder la paciencia. Llevo mi mano hacia la radio y bajo el volumen rápidamente. Él me observa fijamente antes de volver a subirlo. Yo debo morder el interior de mis mejillas para evitar explotar de ira. Bajo el volumen una vez más y, cuando él hace ademán de volverlo a subir, yo soy más rápida y apago la radio con prontitud.
—¿Cuál es tu problema? —pregunta.
—Puedes adivinar qué es.
—¿No te gusta mi hermosa voz?
—¿Crees que no sé que estás cantando horriblemente para irritarme?
Él menea la cabeza.
—Puede ser, irritarte es divertido —contesta—. Entonces, ¿no te gusta mi hermosa voz desafinada?
—Pues mi problema no es Iron Maiden —respondo con sarcasmo.
—Así que podemos hablar de algo —señala—. ¿Te gusta Iron Maiden?
—¿En verdad piensas que vamos a hablar de nuestros gustos musicales, Christopher?
—Mira, Marianne. —Pronuncia mi nombre lentamente, resaltando cada sílaba—. No soy el tipo de persona que aguanta estar en silencio por mucho tiempo durante un viaje tan largo, ¿vale? O hablo con quien sea que esté a mi lado, así seas tú. —Me señala con desdén—. O canto a todo pulmón. Elige.
Es su auto, su radio, su espacio. No tengo mucho poder sobre las cosas que puede o no puede hacer. Sólo una cosa tengo segura: no aguantaré a Christopher cantando metal desafinadamente con el mero y obvio objetivo de hacer de este viaje toda una tortura.
—Mi delincuente personal me está obligando a hablar con él, vaya.
—Delincuente personal, eso suena lindo. —Una fingida sonrisa coqueta se dibuja en sus labios.
Yo frunzo el ceño y hago una mueca de asco, a lo que él lanza una carcajada.
—No creas que es muy agradable para mí compartir auto contigo. Se supone que iba a ser una noche perfecta, divertida, agradable; todas las cosas que tú no eres.
Alzo una ceja ante la suposición de que fui yo quien arruinó su noche.
—¿Y por qué no le dijiste que no a tu padre?
Suspira, como si la respuesta a esa pregunta fuese muy obvia.
—Porque respeto a mis padres —contesta—. Incluso aunque se trate de tu estorbosa presencia.
—Vaya ironía: los respetas tanto que andas por el mundo robando el trabajo honesto de otras personas. ¿Viste a mi abuelo? Él vendió a tu padre ese Cadillac a un precio ínfimo sólo para obtener el dinero que tú arrebataste de mis manos.
No puedo evitarlo, he comenzado a enojarme y todas las malas emociones están tomando control de mí. Aprieto con fuerza mis puños ante las enormes ganas que tengo de golpearlo, si tan sólo eso fuese posible y para nada ilegal. Christopher disfruta de reírse en mi cara y pretender que yo le he hecho algo malo a él. Su actitud odiosa y grosera no tiene ningún sentido, fue él quien me robó y tiene el colmo de portarse como una persona buena que es víctima de una persona como yo.
¿Por qué tiene esas actitudes? Es algo que he pensado incontables veces antes de dormir y sólo puedo llegar a la misma conclusión siempre: cuando alguien sabe que ha hecho algo mal y que tiene la posibilidad de sufrir consecuencias serias, usualmente responden a la defensiva, pues saben que tienen que defenderse de alguna manera. La manera de Christopher es insultarme.
Por un momento hay silencio. Lo observo de reojo para notar que, increíblemente, su expresión ha cambiado a una que nunca antes había visto en él; tal parece que la mención del trabajo duro de mi abuelo, trabajo que él robó, ha movido algo en su interior. Incluso podría decir que está a punto de pedirme disculpas. Sin embargo, no podría estar más alejada de la realidad: vuelve a poner cara de seriedad antes de encogerse de hombros.
—Tenemos un trato y lo voy a cumplir, ¿qué más quieres? —pregunta.
Entrecierro mis ojos y vuelvo mi mirada hacia la carretera. El blanco paisaje a nuestro alrededor es lo único que logra otorgarme un poco de calma, aunque sea momentánea. ¿En verdad pensé que me pediría perdón? Creo que nunca en mi vida había sido tan ilusa. Pero la pregunta más importante realmente es: ¿me importaría si me pide perdón?
Jamás he sido una persona rencorosa, eso es seguro. He aprendido a perdonar y seguir adelante, pero nunca en mi vida me habían ofendido tanto como lo han hecho Christopher y su banda de criminales. En el caso hipotético y prácticamente imposible de que el hombre me pida disculpas sinceras, ni siquiera sé si sería capaz de aceptarlas.
Ante mi falta de respuesta, se encoge de hombros y lleva su mano hacia la radio con intención de encenderla nuevamente. Yo empujo su mano lejos antes de que pueda completar esta acción. Suspiro, preparándome para la interminable hora de viaje que aún falta.
—No es mi banda favorita, pero mi abuelo tiene una enorme colección de música la cual he escuchado desde que tengo memoria, así que los conozco y sí, me gustan —respondo a la pregunta de Iron Maiden, cambiando por completo el tema del que veníamos hablando.
Ni siquiera lo miro a los ojos cuando le hablo. Me cruzo de brazos mientras fijo mis ojos en el paisaje. Me siento completamente impotente justo ahora. Tal vez Christopher no pueda entender lo humillante que esto puede resultar para mí, pues él no ha sido víctima de un crímen ni se ve en la obligación de pasar tiempo con quien cometió ese crímen sólo por intentar mantener un trato.
Sé que mi orgullo puede superarme y esta es una de esas veces. Jamás lo admitiría ante él, pero esta situación está hiriendo mi ego. Sólo debo aguantar dos semanas y mi dinero estará de vuelta en mis manos, jamás tendré que volver a verlo y todo volverá a ser como antes. Cierro mis ojos cada tanto en un intento de imaginar que estoy hablando con alguien que en verdad me agrada, tal vez si pretendo eso podré fingir que la conversación es más amena de lo que en verdad es.
—Bien, es una de mis bandas favoritas —dice.
Incluso en su tono de voz puedo notar lo incómodo que se siente también al tener que intentar mantener una conversación normal conmigo. Al menos puedo sentir la satisfacción de no ser la única que está pasando por un tensionante e indeseable momento.
—Ya sé, vi los pósters en tu habitación.
—¿Y cuál es la tuya? ¿Alguna banda o músico en particular?
—Kasabian —respondo sin más.
—Buena banda, fui a uno de sus conciertos —dice, sin mirarme tampoco.
La envidia comienza a crecer en mi interior y ni siquiera puedo ocultarlo. Tan pronto como pronuncia esas palabras mis ojos se dirigen a él con rapidez mientras mi boca se abre ante la sorpresa. Christopher fue al concierto de mi banda favorita de todos los tiempos y yo nunca he podido hacerlo. Otro motivo más para odiarlo.
—He de admitir que siento celos —confieso, resoplando.
Él ríe, sorprendentemente no es una risa irónica.
—¿Acaso nunca fueron a Los Ángeles? —pregunta.
—El problema no es la ciudad, el problema era mi padre.
—¿No te dejaba ir a conciertos? Ya estás grandecita.
—Pues qué te digo, es bastante estricto —respondo, frustrada. No puedo ni siquiera contar cuántos conciertos y festivales me he perdido por mi padre.
—Kasabian tendrá conciertos el próximo año, no será un problema —supone.
—¿Y qué te hace creer que no lo será?
—Bueno, si tu abuelo te dejó ir a una fiesta universitaria, no tendrá problema en dejarte ir a un concierto.
Meneo la cabeza, ojalá fuera el caso.
—Mi abuelo cree que estoy yendo a una inocente fiesta de año navidad y año nuevo, omití la parte de los universitarios.
Por primera vez en mucho tiempo voltea a mirarme y no es una sensación nada agradable. Puedo intentar pretender que no estoy hablando específicamente con él si sus ojos no están puestos sobre mí.
—¿Así que Marianne Andrade también hace cosas malas? Ya comenzaba a creer que eras toda una puritana.
Ahora soy yo quien se ríe de él.
—Hago el tipo de cosas malas que cualquier persona de mi edad haría; no ando por ahí robando a nadie a punta de cuchillo.
Él alza su mano con ademán de callarme.
—Vale, vale. ¿Qué tal si añadimos un nuevo punto al trato? —propone con impaciencia—. Me dejas de llamar criminal.
Río una vez más mientras le dedico una mirada de odio que no puedo disimular.
—Eso es lo que eres, Christopher.
—Ya sé lo que soy, Marianne, por eso no necesitas andar recordándomelo cada cinco minutos. Te recuerdo que nos dirigimos a la misma fiesta y sería maravilloso si pudiéramos intentar tener una noche normal.
—Sería una noche normal si no tuviera que encontrarte a cada maldito lugar al que voy.
—Vamos a evitarnos en la fiesta, como si no fuera obvio —señala—. Pero para que las cosas puedan ser un poco más normales necesito que dejes de llamarme criminal. ¿Puedes hacer eso?
Me encojo de hombros. También quiero tener la noche más normal posible, pretender como mínimo que nada extraño está sucediendo.
—Está bien —respondo sin más.
Él asiente lentamente.
—Gracias.
Observo sus manos sobre el volante y mis ojos se fijan en el tatuaje que se encuentra en su mano izquierda, el mismo tatuaje que lo delató por completo el día que fue a la pizzería. Todavía no logro encontrarle forma a ese diseño y he de admitir que es una pregunta que me ha llenado de curiosidad desde el primer día. Supongo que es un buen tema de conversación si tanto desea fingir que todo está bien.
—¿Qué significa tu tatuaje? —inquiero, todavía mirándolo.
Él levanta su mano del volante levemente al escuchar mi pregunta, de manera casi instintiva. Puedo presentir que está a punto de decirme que no me importa, pues toma tanto aire para hablar que sé que el tono de voz con el que quiere responder no es el mejor; no obstante, parece pensarlo dos veces hasta que finalmente habla.
—Es el símbolo de la tribu del agua en Avatar. Ya sabes, muñequitos —responde, diciendo esto último en un intento de hacerlo menos interesante que no le pregunte nada más al respecto.
No obstante, recuerdo haber visto varias referencias a "Avatar, la leyenda de Aang" en su habitación, entre pósters y pequeñas figuras coleccionables, lo cual me provoca aún más curiosidad. Aunque quisiera disimularlo, realmente me causa intriga saber qué podría significar para alguien como él un tatuaje como ese. No tengo muchos recuerdos de la serie, la vi cuando era muy pequeña, por lo que ni siquiera podría llegar a la conclusión de su significado por mí misma.
—¿Y qué significa para ti el tatuaje? —inquiero.
—Estás entrando en terrenos muy personales —se queja, negando con la cabeza.
—Pues fuiste tú quien insistió en hablar —argumento.
Él suspira, sabe que tengo razón. Aún así, no parece dispuesto a responderme.
—Como dije, es muy personal.
—Oh, perdona, señor espacio personal —respondo con ironía, él fue el que invadió mi espacio personal cuando decidió robarme en primer lugar.
—¿Y tú me dirías algo íntimo a mí? —Cambia de tema con tal rapidez que ni siquiera me da tiempo de insistir.
—Por supuesto que no.
—Pues a mí no me cuesta admitir que me da curiosidad —dice.
Frunzo el ceño ante su inesperada y extraña confesión. A este punto ni siquiera sé distinguir cuándo habla con sarcasmo y cuándo no. Christopher realmente puede ser bastante difícil de leer, sobre todo teniendo en cuenta que pasa la mayoría de su tiempo siendo grosero conmigo.
—¿Te da curiosidad? Hace un rato dijiste que no soy perfecta, ni divertida, ni agradable. ¿Así que qué cosa sobre mí te puede causar curiosidad?
Él se encoge de hombros mientras frunce sus labios.
—No sé, pues a mamá le caíste bien —admite, aunque parece que le cuesta decirlo.
Alzo las cejas mientras asiento lentamente.
—¿Y?
—Mi madre me dijo que en verdad creyó que eras la chica de la que le hablé, así que me causa curiosidad saber qué le gustó de ti.
—Espero que le hayas aclarado una vez más que no soy ninguna de tus chicas.
Él ríe, mirándome con el ceño fruncido.
—¿Chicas? —repite—. ¿En plural?
—Te ves de ese tipo —señalo con fastidio.
—¿De cuál tipo?
—Del tipo que anda con muchas chicas al tiempo —respondo sin más.
Sus ojos miel me observan con fijeza, haciéndome sentir incómoda; una curiosa sonrisa está dibujada sobre sus labios y yo sólo puedo devolverle una mirada cargada de tensión.
—¿Puedes poner tus ojos en la carretera, por favor? —acuso.
—¿Qué te hace pensar eso de mí? —pregunta, antes de hacer caso a lo que le dije.
—¿Desde cuándo te importa lo que yo piense?
—De nuevo, mera curiosidad.
¿Qué me hace pensar eso de él? Tengo tantas cosas qué decir y realmente no quiero guardarlas.
—Eres un universitario rico con músculos oxigenados marcándose en tu suéter y todo tu ser evoca egocentrismo; probablemente piensas que es el centro del universo, porque esa es la vibra que me das ya que pareces querer pisotearme cada vez que me ves. Ese tipo de personas suele ser bastante promiscuas.
Él parece sorprendido ante mi detallada descripción y comienza a parpadear con bastante rapidez, como intentando asimilar todo lo que acabo de decirle. Entonces, una leve y suave risa escapa de su garganta.
—¿Piensas que soy promiscuo por ir al gimnasio? Tú también te mantienes en forma, así que es algo hipócrita de tu parte.
—¿Y cómo lo sabes? —pregunto.
—Porque también se te nota, Marianne, no creas que tú fuiste la única que se fija en cómo se marca un cuerpo sobre la ropa.
Abro mi boca de par en par ante sus palabras, sintiendo cómo la incomodidad se sube hasta mis mejillas. No me sorprende que lo diga, es natural examinar a detalle a otra persona cuando uno está hablando con la misma, pero definitivamente no esperé que saliera de su boca. Hasta ahora, ni siquiera había pensado en la posibilidad de que Christopher hubiese detallado mi cuerpo como yo detallé el suyo.
Él observa mi reacción con una sonrisa y este gesto sólo logra empeorar las cosas que estoy sintiendo.
—¿Por qué te sonrojas? ¿Te puse nerviosa? —pregunta con burla.
Yo niego rápidamente con la cabeza antes de desviar mi mirada hacia la ventanilla.
—Además, también eres rica.
—No es cierto.
—Mi padre me contó sobre tu familia: tu padre es guionista...
—De una productora independiente —corrijo.
—... tu madre es una periodista reconocida a nivel nacional...
En quiebra y en rehabilitación, pienso.
—... y tu abuelo tiene como hobby comprar y vender autos clásicos a precios que ni siquiera podemos imaginar.
—Mi familia tiene dinero, sí, pero no como la tuya —argumento.
—Pero eso te hace económicamente estable, a pesar de tu trabajo como mesera. —Ríe.
—¿Y a qué quieres llegar con eso?
—Que eso también te haría promiscua a ti —responde.
—¿Cuándo has escuchado que una mujer que va al gimnasio y es económicamente estable es una mujer promiscua? Siento informarte que todo lo que describí de ti es, lamentablemente, el prejuicio sobre un tipo de hombre promiscuo.
—Lo dijiste bien: prejuicio —contraataca.
Suspiro con frustración cuando me doy cuenta de que tiene razón, me he dejado guiar por un prejuicio. No digo nada para remediarlo, pues mi orgullo no me lo permite, pero mi mera reacción ya lo dice todo y él lo nota.
—Así que no —continúa—, no tengo muchas chicas al mismo tiempo. Cuando estoy soltero me divierto, como todos los chicos y chicas en la universidad; pero cuando estoy con alguien en verdad la respeto, como debe ser.
Me cuesta creer que Christopher en verdad tenga moral. Tal vez sea otro de mis prejuicios: para mí un criminal no tiene valores en absolutamente ningún área de su vida. Pero aquí estoy con uno que respeta a sus padres y a su pareja, eso se encuentra totalmente fuera del molde en el cual lo había encasillado.
—Es un tanto difícil de creer, pero está bien, admito que tengo prejuicios.
Él menea la cabeza mientras me observa. Esta vez no hay expresión de burla o fastidio en su rostro, pareciera que en verdad siente intriga sobre algo. No soporto cada que que me mira, quisiera que la tierra me trague.
—¿En serio crees que soy una mierda de persona? —pregunta, tomándome desprevenida.
Frunzo el ceño ante la seriedad que denota su voz. Teniendo en cuenta su ego y la forma en la que me trata, nunca pensé que podría hacerme una pregunta de esta índole, como si en verdad le importara saber lo que pienso.
—Pues sí, lo creo —contesto, es la realidad.
Él asiente mientras vuelve su mirada a la carretera.
—Es otro de tus prejuicios —señala.
Levanto las cejas ante su acusación. ¿Qué más quiere que piense sobre él? No creo que haya olvidado lo que hizo.
—No sé qué otra cosa esperas de mí —respondo—, es lo que me has mostrado.
—Tú en serio crees que disfruto hacer lo que les hice a tu amigo y a ti —murmura, más para él que para mí.
Me sorprendo ante esa frase, no entiendo por qué se lo plantea. No puede existir un lugar en su cabeza en el que en verdad piense que yo puedo pensar de él de una manera diferente.
—No vengas a hacerte la víctima —digo en voz baja, cruzando mis brazos nuevamente—. Realmente no te queda ese papel.
—No me hago la víctima —refuta—. Yo soy consciente de las cosas que hago.
—O sea, robar.
—Sí, robar —repite con desdén—. Tampoco pretendo que entiendas mis motivos.
—Nunca me dirás tus motivos de igual manera y no me importa escucharlos. Para mí hiciste lo que hiciste y punto.
—En verdad te estás aguantando las ganas de llamarme con esa palabra —anota, puedo notar como sonríe, pero no es una sonrisa genuina, como todas las que hace.
—En verdad pareces harto, al igual que yo —añado.
—Touché —responde, mirando la hora en su reloj de muñeca con impaciencia, como si quisiera estar en cualquier lugar menos en este—. Espero que no te cruces por mi camino en la fiesta.
—Créeme, estaré más que encantada —escupo.
Entonces, los dos permanecemos en silencio por el resto del camino. Puedo sentir que es un alivio para él no tener que escuchar más mi voz, así como es un alivio para mí no tener que escuchar la suya.
No sé cuánto nos falta para llegar, pues realmente perdí la noción del tiempo y del espacio, pero espero que lleguemos pronto. Me dedico a observar el blanco paisaje por la ventanilla y a tratar de olvidar, al menos por un momento, que Christopher Berkley existe y que tuve el infortunio de conocerlo aquel martes de mala suerte.
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