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Capítulo 12 | El Club de los Corazones Rotos

En un intento de distraerme y sentirme menos sola, comienzo a pensar en un montón de cosas aleatorias. Esta es la primera vez que pasamos año nuevo sin madre; incluso cuando vivía en Los Ángeles siempre la veía el año nuevo, pues mi padre también viajaba a Portland a visitar a su familia, así que podría decir que podía turnarse entre ambos en un mismo día, incluyendo también las navidades.

No obstante, después del divorcio ninguna festividad volvió a sentirse igual. No hay manera alguna en la que uno pueda arrancar las memorias del ser y desecharlas en fechas especiales; en esas fechas los recuerdos siempre duelen más, siempre. No importa qué tanto lo intentes, no podrás dejar de pensar en ello.

La nostalgia ha de ser uno de los sentimientos más hermosos y horribles al mismo tiempo, de hecho, no conozco ningún otro sentimiento que se mueva de esquina a esquina en el espectro de emociones, es tanto negativa como lo es positiva; duele, pero duele lindo; arde, pero arde lindo; lloras, pero son lágrimas de felicidad combinadas con tristeza. Podría decir que es el sentimiento que más detesto, pues la característica especial de la nostalgia es que se trata de recuerdos que nunca más podrán ser vividos.

La mayoría de nosotros éramos más felices cuando éramos niños, sólo que no lo sabíamos. He reflexionado cientos de veces sobre el mismo tema y esa es mi conclusión final cada vez. Existe un aspecto esencial arraigado a la niñez y es que no solíamos ser conscientes de que existe la pérdida: pensábamos que nuestros amigos durarían para siempre, que nuestros seres queridos vivirían por siempre, que la diversión nunca acabaría. No existía un mundo más allá del juego, ni responsabilidades más grandes que hacer la tarea. Todo era tan sencillo, tanto... cuánto daría por volver a ser niña.

Si pudiese ser niña nuevamente mis padres estarían juntos, estarían felices, se dirían "te amo"; mamá continuaría con su exitosa carrera y papá eventualmente abriría su propia productora cinematográfica. Yo no tendría que preocuparme por nada, porque en mi mente las cosas nunca cambiarían. Haría lo posible por ignorar los problemas que comenzaron a surgir entre papá y mamá, problemas de los que comencé a ser consciente a medida que crecía, porque tal parece que su amor comenzó a acabarse desde mucho antes de que la palabra "divorcio" se pusiera sobre la mesa, sólo que yo no quería aceptar las señales, yo simplemente las evitaba.

Y si no pudiese volver a ser niña de nuevo, entonces pediría poder hablar con ella, con mi niña pasada, aunque sea tan sólo unos minutos. Cuántas cosas no le diría a mi niña interior: le pediría que disfrute más de nuestros momentos en familia, de los viajes, las salidas, las noches de película; que aproveche más las cenas, cuando todos nos sentábamos a la mesa, y que se empeñe más en guardar esas escenas en su memoria con el fin de no olvidar ni un solo detalle de las mismas, porque eventualmente, al crecer, todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.

Si tan sólo hubiese prestado más atención a Blade Runner cuando era niña, entonces habría entendido la importancia de aquel monólogo final. Los momentos realmente se pierden en el tiempo y, una vez se pierden, no hay manera de recuperarlos. Es realmente difícil volver a encontrar la felicidad contenida en la nostalgia de los tiempos pasados. Me cuesta mucho formar memorias nuevas que sean lo suficientemente significativas como para curar el dolor de mi pérdida, porque cuando mis padres se divorciaron sentí que el mundo se me vino encima, sentí que había perdido una parte esencial de mi existencia: a mi familia.

Una familia puede conformarse de distintas maneras: mamá y papá; sólo papá o sólo mamá; mamá y abuelos; o mi propia familia: mamá lejos, papá lejos, tía y abuelo cerca. Por algún motivo me cuesta sentir la estructura de mi familia como la de una familia completa. Sólo este detalle trae consigo decenas de emociones repletas de tristeza. Sé que tengo que curar a mi niña interior, a mi adolescente interior, a mi yo interior.

Cuando menos lo pienso, una lágrima silenciosa se escapa y recorre mi mejilla lentamente. Llevo mi mano a mi rostro y la remuevo rápidamente. Por esto no me gusta pasar tiempo conmigo misma y recurro siempre a la evasión.

Vuelvo a concentrarme en la realidad, donde la mayoría de personas ha terminado de comer. Ya falta poco para media noche. El alcalde da un breve discurso antes de anunciar que ha comenzado la hora de bailar. Anthony se lleva a mi abuelo para presentarlo con sus amigos coleccionistas y el alcalde, dejándome sola con Priscilla, quien finalmente termina de hablar con Emily, ya que esta se va de la mesa también.

Mi tía permanece pensativa por unos minutos antes de mirarme.

—¿Puedo hablar contigo, Marianne? —inquiere, poniéndose de pie.

Yo siento extrañeza ante su petición y la sigo hacia el pequeño camino de piedras. Los árboles cubiertos de nieve forman una especie de túnel sobre nuestras cabezas, iluminándonos con luces cálidas que cuelgan de sus ramas. Pronto dejamos atrás el bullicio de la fiesta para encontrarnos en un ambiente un poco más solitario y tranquilo, rodeado de arbustos, flores y decenas de caminos más. Justo en el medio, donde el camino se divide, hay una fuente iluminada con luces blancas; una estatua que representa a Cupido está erigida en la parte más alta de la fuente y varios chorros de agua salen de la nube de piedra sobre la cual está parado. A juzgar por la cantidad de monedas que yacen en el fondo de la fuente, puedo confirmar que se trata de la fuente de los deseos.

Se me hace extraño que Priscilla me traiga aquí para hablar cuando pudimos quedarnos donde estábamos. Ella también observa la fuente detalladamente y, cuando se da cuenta de que está repleta de monedas, sus cejas se alzan en señal de sorpresa.

—Una fuente llena de monedas en la casa del alcalde —analiza, llevándose la mano a la mandíbula—. ¿Esto cuenta como lavado de dinero?

Admito que su broma estuvo buena y comienzo a reír con fuerza, al menos una risa entre tantos pensamientos grises.

—Posiblemente —respondo, acercándome a ella—. ¿Viniste a pedir un deseo?

—En realidad quería hablarte sobre algo —apunta—. ¿Cuál es el estado de tu relación actual con Christopher Berkley?

Frunzo el ceño ante su extraña pregunta.

—¿Cómo? Nada, sólo conocidos —respondo con prontitud.

—¿Y estás segura de que él es el ladrón, Marianne?

—Él mismo me lo ha admitido varias veces —afirmo.

—Vale... ¿Y estás cien por ciento segura de que sólo son conocidos?

—Priscilla, lo conocí hace tres semanas, ¿de qué hablas?

—El tiempo no importa.

—Somos conocidos y ya —confronto, siendo tan clara como puedo—. Y, en caso de que se te olvide, él me robó.

Ella menea la cabeza mientras me mira con ojos entrecerrados, como si sospechara algo.

—No lo sé, es que parece buen muchacho —opina. A juzgar por su tono de voz parece que habla en serio—. Su madre habló maravillas de él.

—¿Qué madre no habla maravillas de sus hijos, tía? Eso no prueba nada.

—Y en verdad se ve como todo un caballero —añade.

—¿Por qué todos dicen eso? —inquiero.

Recuerdo la noche de la fiesta abruptamente.

—Bueno, tal vez sí es un poco caballeroso —corrijo modestamente—, pero eso no lo hace buen muchacho.

Ella continúa observándome con esos ojos llenos de sospecha y al estilo interrogatorio policial. Yo muerdo mis labios ante su forma de actuar, comenzando a ponerme nerviosa.

—Yo vi cómo se miran —acusa, levantando su índice—. Conozco ese tipo de miradas.

Mi corazón da un vuelco con su afirmación y mi boca se abre de par en par cuando escucho lo que dice. Comienzo a negar rápidamente con la cabeza, sintiéndome ofendida.

—No puedes estar hablando en serio.

—No importa cuánto lo niegues, Marianne, soy una tía y las tías sabemos cosas.

Alzo mis manos en un intento de pausar sus suposiciones. No sé qué mosca le picó o qué cosas están cruzándose por su cabeza, pero no existe absolutamente nada extraño entre las miradas que Christopher y yo nos damos, sólo somos dos desconocidos jugando a llevarnos bien mientras se cumple el plazo del trato.

—Pues lamento informarte que no lo sabes todo —replico, cruzándome de brazos.

—Bueno, el punto no es ese, el punto es que necesito pedirte un favor.

Vale, eso tampoco lo esperaba. Alzo las cejas con confusión mientras intento analizar qué tiene que ver Christopher con todo esto, pero cuando veo su expresión algo me dice que no se trata de nada bueno.

Ella toma un respiro antes de comenzar a hablar.

—Estuve hablando con la señora Berkley sobre el caso de mi hija, como sabes necesito un abogado, uno bueno...

—Bonito y barato —repito las palabras que ha pronunciado tantas veces al hablar del tema.

—Exacto. Ahora, ni la señora Berkley ni su grupo de abogados se dedican a casos de este tipo, además me costaría todo un año de salario poder pagar abogados como esos —recapitula, haciendo una pequeña pausa, mirándome con nerviosismo.

—No entiendo a qué quieres llegar.

—La señora Berkley me recomendó un abogado que tiene más experiencia con este tipo de situaciones, al parecer es buen amigo de la familia... Bueno, en realidad es el hermano de la señora Berkley.

Me sorprendo al escuchar esto y pienso en lo irónica de la vida de Christopher: no sólo sus padres son abogados: su tío también lo es. Vaya lío en el que se metería si su familia se entera de lo que está sucediendo; realmente es el ladrón con la peor suerte que he conocido —bueno, sólo he conocido a uno—.

—¿Y qué tengo que ver yo? —pregunto—. Me parece excelente, puedo acompañarte a hablar con él.

—El problema es que él no es barato, pero su número de casos exitosos similares al mío es realmente increíble, él podría ser el indicado.

—Okay... —Frunzo el ceño con confusión, todavía sigo sin entender qué papel juego yo en esta situación.

Priscilla se acerca a mí con una extraña sonrisa dibujada en su rostro.

—Bueno, ahora que Christopher y tú, ya sabes...

—No sé.

—Que se miran de esa forma y todo —prosigue.

—No sé de qué me hablas —reitero.

—Necesito que le pidas que hable por mí ante su tío, que intente convencerlo de que me cobre más barato —concluye, ignorando por completo todo lo que intentaba decirle.

Yo me quedo pasmada ante su petición y comienzo a negar rápidamente con la cabeza.

—No, lo siento, no puedo hacer eso —contesto.

¿Qué tipo de relación cree que tengo con él? En verdad no sé casi nada de su vida, somos prácticamente desconocidos; nos conocimos bajo las circunstancias más extrañas posibles y no tenemos ni la más mínima pizca de confianza como para siquiera atreverme a pedirle eso.

Además, pedirle un favor de esta magnitud a Christopher implicaría tener que abrirme a él, contarle una de las cosas más íntimas de mi familia y literalmente tener que tragarme mi orgullo. No quiero depender de él en absolutamente nada. Tal vez Priscilla no entiende la magnitud de mis sentimientos; ella sólo ve a un chico que parece ser buena persona, pero es un chico que me hirió, tomó algo de mí a la fuerza en la manera más despreciable posible, y eso es razón suficiente como para yo negarme a pedirle un favor. Sería darle más poder del que ya tiene.

A ella no le gusta mi respuesta y no es necesario que me lo diga.

—¿Cómo que no puedes hacerlo? —pregunta.

—¿Acaso olvidas lo que él me hizo?

—Por supuesto que no lo olvido, pero tampoco me olvido del trato que tienen.

—Si es que lo cumple —recalco.

—Lo hará, tiene que hacerlo. —Su tono de voz ha cambiado considerablemente.

Ya no hay amabilidad en la manera en la que expresa las cosas. Conozco a mi tía bastante bien: la forma en la que su voz comienza a temblar significa que está a punto de estallar y yo comienzo a ponerme a la defensiva ante su actitud.

—Él no quiere ir a prisión, saldrás ganando —prosigue.

No, definitivamente no entiende lo que significa para mí pedirle un favor.

—No estás siendo comprensiva —señalo con seriedad.

Entonces, su rostro se encoge en una expresión de asombro, ofensa y enojo. Comienza a ponerse roja y me mira como si estuviera siendo la peor persona del mundo.

—¡¿No estoy siendo comprensiva?! —grita.

Mi corazón comienza a acelerarse y ahora el enojo también corre por mis venas. No obstante, intento mantener la calma.

—No voy a hablar contigo si continúas gri...

—¿Quieres hablar de ser comprensiva, sobrina? —interrumpe—. ¡He pasado toda mi maldita vida a la sombra de mi hermana!

—No metas a mamá en esto.

—¡No me importa! Es la realidad. ¿A quién siempre le han pagado sus caprichos? A Diana; ¿quién tiene que esperar a que su turno llegue porque nadie se acuerda de ella?

Se señala a sí misma dándose golpes en el pecho mientras sus ojos llenos de ira comienzan a inundarse de lágrimas.

Yo aprieto mis puños cuando la escucho hablar. ¡¿Cree que la rehabilitación de mi madre es un capricho?!

—Estás hablando de cosas que no deberías.

—¡Oh, por supuesto! No debería hablar de la pobre Diana y su puto problema de alcoholismo, porque nadie parece recordar que fue por su culpa que me quitaron a mi hija.

Está completamente descontrolada y ahora yo no puedo permanecer tranquila.

—¡Cállate, Priscilla! —Ahora también estoy gritando—. Mi madre no es la culpable de tus tragedias, no es culpa nuestra que hayas conseguido un esposo de mierda porque tú nunca pareces escucharnos.

—¿Escucharnos? Por favor, tú eras sólo una niña cuando me casé, no intentes darme una cátedra de sabiduría.

—No me importa, lo conozco y conozco su tóxica relación y todo lo que te hizo. ¡Intentas culpar a mi madre porque no eres capaz de asumir las consecuencias de tus propias decisiones!

Esto la molesta aún más. Comienza a negar con la cabeza mientras se acerca a mí lentamente. A este punto agradezco que nos haya traído hasta acá, sino estaríamos haciendo un escándalo frente a todo el mundo.

—Siempre es culpa de tu madre, Marianne, aunque no te guste escucharlo. —Su boca ha comenzado a temblar, creo que jamás en mi vida la había visto tan enojada—. Ahí están tú y papá, haciendo lo posible por conseguir el dinero para pagarle por un problema que ella misma se buscó. Entonces mis problemas quedan de lado, como siempre.

—Nosotros siempre te hemos apoyado.

—Ah, ¿sí? ¿Se han esforzado de la misma manera para ayudarme a mí a pagar un abogado para recuperar a mi hija? —La ironía en su voz es tal que yo misma comienzo a sentir ganas de llorar. Nunca me había tratado de esta forma—. Cero, he recibido cero ayuda de su parte. Pero ella, que gastó absolutamente todo en un puto casino, recibe su ayuda como si en verdad la mereciera. Y cuando yo te pido algo tan simple como hablar con Christopher tu orgullo puede más, ni siquiera te estoy pidiendo dinero.

—¡La merece! —No permitiré que se meta con mi madre—. Y ya sabes que vamos a ayudarte cuando mamá salga de rehabilitación.

—De última, como siempre.

—¡Lo de mamá era de vida o muerte!

—¿Y crees que lo mío no? ¿Sabes lo que es llorar cada noche porque te estás perdiendo los momentos más importantes de tu pequeña niña?

Me observa con desdén mientras las lágrimas de enojo corren por sus mejillas.

—Oh, de hecho, tal vez sí sabes lo que es llorar cada noche —continúa con sarcasmo—. Después de todo, estuviste encerrada en un psiquiátrico como la maldita loca que eres.

Entonces, un silencio sepulcral reina en el ambiente. Siento un vacío en el pecho cuando escucho sus palabras y ya no puedo contener las lágrimas. Ha usado uno de los momentos más traumáticos de mi vida para herirme, y lo ha logrado.

No puedo hacer más que mirarla mientras mi rostro se contrae con dolor. Ella mira hacia otro lado y es entonces cuando comienzo a correr.

Las lágrimas impiden que pueda ver con claridad. Atravieso la fiesta con rapidez, agradeciendo que todas estás personas se encuentran tan distraídas que ninguna nota el mar de lágrimas que corre por mis mejillas.

Sigo corriendo sin rumbo alguno en búsqueda del lugar más solitario que pueda encontrar. Termino en el segundo piso de esta laberíntica mansión intentando abrir todas las puertas, pero sólo una cede. Se trata de una elegante biblioteca cuya pared del fondo está totalmente hecha de cristal; pronto me doy cuenta de que en realidad se trata de varios pares de puertas que dan a un enorme y hermoso balcón cuya vista da a alguna solitaria parte del jardín.

Entonces, en un intento de buscar aire, salgo al balcón, me apoyo sobre la barandilla y simplemente lloro.

Había olvidado lo que era este tipo de llanto: el pecho sube y baja frenéticamente porque cuesta mucho respirar; los quejidos de la voz son incontrolables y las lágrimas son tantas que pronto comenzará la deshidratación. Es el tipo de llanto más doloroso, el que sólo ciertas situaciones logran provocar, y usualmente esas situaciones implican a un otro: un otro querido, un otro que lastima.

Miles de pensamientos se cruzan por mi mente, pero ninguno se conecta de forma lógica. La única pregunta recurrente que tiene algún sentido es, ¿cómo alguien a quien amo pudo usar algo que me duele tanto en mi contra? ¿Qué tipo de crueldad es esa?

Pierdo la noción del tiempo ante la cólera que me carcome desde dentro. No sé por cuánto tiempo lloro. El llanto se detiene en algún punto después de lo que parece ser una eternidad. Mi cabeza y mis ojos duelen, mis párpados están hinchados y no hay nada que pueda hacerme sentir mejor, absolutamente nada.

Jamás entenderé cómo funciona el alma. ¿Cómo puede herirse algo que es intangible y de lo cual dudamos de su existencia desde antaño? El alma es un concepto tan abstracto que ni siquiera podría encontrar las palabras para describir su esencia, pero de alguna manera, cuando el ser está herido, uno está seguro de que el alma existe. El dolor que se experimenta en este tipo de situaciones no se trata de un dolor físico, va mucho más allá de eso. Es como si doliera el pecho, el corazón mismo, pero a la vez doliese algo más, algo invisible contenido en el órgano que nos da la vida.

Y ese dolor es tan imposible de curar que no queda más que esperar. Sí, algunas veces pasa y sólo quedan rastros lejanos, otras veces te hace terminar en un psiquiátrico.

Priscilla sabe la lucha que tuve que librar mientras me encontraba en ese lugar. Tal vez mi madre y yo no somos tan diferentes: ambas terminamos encerradas en una prisión, sólo que tienen diferentes nombres.

Entonces, justo cuando comenzaba a absorberme por la soledad de este recóndito balcón, un estrepitoso ruido a mis espaldas me hace sobresaltar. Ha entrado alguien a la biblioteca, dos personas para ser exacta, y tienen una pelea casi tan intensa como la que tuve con mi tía, si es que no más. Un pequeño escalofrío recorre mi espalda cuando escucho y reconozco las voces que participan de esa discusión y no tengo más opción que arrinconarme en el balcón, no tengo vía de escape.

Christopher y Margaret pelean con tanta energía que presiento que así debimos vernos Priscilla y yo en la fuente. Presiento que venían discutiendo desde antes y sólo necesitaban un lugar para desatar toda su ira.

—¡¿Y cómo carajos vas a explicarme lo que encontré?! —La estorbosa voz de Margaret rebota en mis oídos de una manera bastante desagradable.

—¡Ya te lo expliqué! —Puedo sentir la frustración en la voz del chico, como si hubiese repetido a Margaret la misma explicación varias veces ya.

—No creas que soy estúpida, Christopher, jamás en mi vida había visto esa bufanda y tu tonta historia no me cuadra.

Mierda, creo que están hablando de mí.

Siento un vacío en el pecho cuando me doy cuenta de esto e instintivamente me asomo por el balcón y observo hacia abajo, me imagino qué tan dolorosa sería la caída, preferiría saltar antes que escuchar lo que sea que estoy escuchando.

Pero la altura a la que me encuentro me provoca vértigo y no tengo de otra más que arrinconarme en la esquina de este balcón, cerrar los ojos y rogar que se vayan pronto.

—No vamos a empezar con lo mismo.

—¿Esperas que crea que tu papá te obligó a llevar a esa tal Marianne a mi fiesta y que su bufanda se quedó accidentalmente en tu auto?

Esto confirma que ella no sabe que Christian es un ladrón, porque en realidad la dejé el día que encontré su dirección y fui a buscar mis cosas.

—¡Ya te dije la misma historia mil veces!

—¿Y entonces por qué no se la has devuelto? ¿Por qué la encontré en tu cama?

—¿Qué estás pretendiendo?

—¿Acaso te gusta su olor a vainilla? ¿O te recuerda a ella? ¿O la usarás como excusa para volverla a ver?

Tierra, por favor trágame.

—No puedo creer que después de tanto tiempo puedas dudar de mí de esa manera. —Christopher dice esto entredientes, pero aún así puedo escucharlo.

—Oh, no creas que no noté cómo se miran.

¿Otra persona con el mismo cuento? No sé cuántas veces hay que dejar en claro que Christopher y yo nos detestamos. Claramente no saben diferenciar una mirada de odio cuando la ven.

—¿Cómo? ¡Ya te dije que ni siquiera es de mi agrado!

—Pues no te creo.

—¡Qué mierda es tener que convivir contigo, Margaret! —Ahora ha vuelto a gritar. Jamás lo había escuchado tan enojado—. Te he sido leal durante toda esta maldita relación y tú no puedes dejar de armar ideas en tu cabeza.

—No intentes manipularme.

—¿Manipularte? —Una risa sarcástica sale de su boca—. ¡¿Quién fue la que me fue infiel con el idiota de Joshua como se llame?!

Ahora todo tiene sentido.

No puedo evitar llevarme la mano a la boca como señal de sorpresa ante las palabras de Christopher. Es por ello que reaccionó tan mal cuando mencioné a Joshua, ni siquiera soporta escuchar su nombre. Su voz está temblando de la ira, incluso puedo sentir cómo lastima sus cuerdas vocales. Hay tanto dolor saliendo a través de su voz que por un momento me siento mal por él. Mi corazón se acelera ante lo que estoy oyendo y ni siquiera se trata de mí.

—¿Vas a volver a mencionarlo? —inquiere Margaret, ofendida.

—Oh, y no sólo una, sino dos veces —responde Christopher, completamente descontrolado—. ¡Dos!

¿Dos veces? ¿Qué le pasa a la tipa? Sacudo la cabeza cuando me doy cuenta de lo chismosa que estoy siendo y una vez más examino la posibilidad de saltar.

—¿Y por qué carajos lo invitaste a la fiesta? —interroga el hombre con voz entrecortada.

—¡Ya te dije que yo no lo invité!

—Pero tampoco lo echaste —afirma—. Tuve que aguantar su presencia toda la noche. ¿Sabes lo que es tener que verle la cara al hombre con el que te acostaste en la misma cama en la que te acuestas conmigo?

—Pues no es mi culpa.

—¡Nada es tu culpa nunca! —Su voz ahogada me indica que las lágrimas han comenzado a salir de sus ojos—. ¡Ya estoy harto!

—¿Harto de mí? —pregunta ella, como si acabara de decirle la cosa más terrible del mundo a pesar de que es ella quien parece ser la mala de la historia.

—De ti, de la relación, ¡de todo! Tú sigues insistiendo que sigamos juntos, pero pareces ciega.

—No te atrevas...

—¿No ves que discutimos casi todos los días? ¿No ves que ni siquiera sientes el más mínimo respeto hacia mí y permites que tu amante respire el mismo aire que yo?

—Se supone que ya me habías perdonado.

—¡Porque intenté hacer las cosas bien! Pero estoy cansado de pretender que están bien. Estar contigo duele, te he dicho mil veces que no lo quiero más.

—¿No quieres qué?

—¡A ti! —grita, perdiendo la paciencia—. ¡Ya no siento el mismo amor que antes y tú me retienes!

Entonces, puedo escuchar cómo Margaret comienza a llorar y pasa de atacar a rogar.

—Chris, por favor, podemos solucionarlo.

—¡Que ya te dije que quiero terminar! Te lo he dicho mil veces y lo de la fiesta fue la gota que derramó el vaso.

—¿Qué?

—Dime que no te acostaste con él después de que me fui, ¡dilo!

Entonces sólo hay silencio y el silencio dice más que mil palabras. Christopher comienza a llorar, nunca imaginé que él pudiera llorar.

—Terminamos, punto —concluye con evidente dolor en su voz.

Entonces, puedo escuchar los tacones de Margaret corriendo antes de que la puerta se cierre de un golpe.

Christopher lanza un gruñido y yo me quedo pasmada, completamente en shock. Intento procesar lo que acabo de escuchar y ni siquiera puedo asimilarlo por completo.

Justo cuando pensaba que todo había llegado a su fin, la silueta de Christopher aparece de repente en el balcón y, entonces, adopta la misma posición que tenía yo, justo en el mismo lugar, antes de echarse a llorar.

Yo me quedo tan quieta como una estatua en mi pequeña esquina, conteniendo la respiración y mirándolo con los ojos bien abiertos. No me atrevo a mover un músculo, él no ha notado mi presencia y yo sólo puedo rogar al cielo que lo haga dar media vuelta e irse. Pero eso no sucede.

Lo observo fijamente mientras llora y entonces realmente siento lástima por él, o más bien, siento el mismo dolor que él. Tal vez hayamos estado llorando por motivos muy diferentes, pero somos dos seres cuyos seres queridos nos han herido de manera cruel.

No sé qué pensar al verlo tan quebrado y vulnerable. En verdad tenía una idea de él bastante diferente, casi como si se tratase de un ente sin sentimientos que simplemente deambula por el mundo haciendo mal a otros. No obstante, en este momento no lo estoy viendo como un criminal desalmado y oscuro, en este momento lo estoy viendo como un humano, uno real con sentimientos y con un corazón hecho pedazos.

Algo dentro de mí quisiera consolarlo, aunque no es algo que pueda o deba hacer. Me siento tan mal por él como me siento por mí misma, supongo que esta noche compartimos algo en común.

Puedo notar que su llanto comienza a disminuir y entonces recuerdo que estoy literalmente escondiéndome de él, aunque se encuentre a pocos pasos de mí y esté dándome la espalda. Observo el pequeño reloj de muñeca que llevo puesto, a pesar de que la oscuridad no me permite ver bien, y sé que falta poco para la medianoche. Entonces, tomo coraje y comienzo a caminar hacia la puerta intentando ser lo más silenciosa posible, pero su inesperada voz me sobresalta.

—Ya te vi —dice, todavía dándome la espalda.

Me quedo petrificada por haber sido descubierta y no sé qué hacer, estoy completamente helada.

Carraspeo con incomodidad mientras muerdo mis labios.

—Mientras mirabas tu reloj —explica.

—Vale —respondo, sin saber qué más decir.

Retomo mi camino hacia la salida, pero algo me detiene. Por algún motivo, mis piernas no obedecen mis órdenes y, en su lugar, camino hacia él, parándome a su lado mientras observo el blanco paisaje.

Por un momento ambos permanecemos en silencio. Ni siquiera nos hemos mirado al rostro, pero un sentimiento reconfortante calienta mi interior; simplemente estar aquí, de pie en silencio y pensando en nuestros respectivos dolores se siente bien de alguna forma.

Después de varios minutos soy yo quien se atreve a romper el silencio.

—Yo sólo estaba aquí, no quise escuchar tu discusión.

—Lo sé, no te preocupes —tranquiliza—. Ya me acostumbré.

—¿A qué?

—A que el universo conspire en nuestra contra.

Yo asiento, qué mejor manera de describirlo.

—Sí, yo también —concuerdo, ni siquiera tengo ganas de insultarnos—. Lamento lo de Margaret.

Parece que lo toma por sorpresa mi pequeña muestra de empatía, pues puedo notar cómo me mira por primera vez desde que estamos aquí.

—Era lo mejor —dice sin más—. Y yo lamento lo que sea que te haya pasado —corresponde—. Puedo notar tus ojos hinchados, al parecer los dos pensamos en el mismo lugar para llorar.

—¿Otra conspiración del universo? —bromeo, aunque esta vez no río.

—Puede ser —contesta, volviendo sus ojos hacia el frente.

Sólo cuando retira su mirada de mí yo me atrevo a mirarlo a él. Sus propios ojos también están hinchados y de alguna manera eso me hace verlo diferente.

Ha de ser la primera vez desde que lo conozco que no lo miro con odio, ni que siento enormes ganas de decirle los insultos más terribles y, aunque no lo haya dicho, puedo sentir que le pasa lo mismo conmigo ahora.

—Pues bienvenido al club —digo.

Él me mira y nuestras miradas se encuentran por primera vez, lo cual provoca que un escalofrío recorra mi espina dorsal.

—¿Al club? —pregunta, curioso.

—Al club de los corazones rotos —aclaro, aludiendo a lo que él me dijo en su auto.

Él sonríe de la nada y provoca una reacción espejo en mí, provocando que yo también lo haga.

—Así que sí te acuerdas de esa noche —apunta.

—De algunas cosas, sí.

—¿Recuerdas que reímos y cantamos?

—Sí, bastante bien.

—Bueno, se supone que lo olvidarías, ahora sabe que fui amable contigo —bromea.

—Y no te he dado las gracias.

—¿Por qué?

—Por recogerme de la carretera y llevarme a tu casa —admito—. Aunque haya sido raro despertar en la cama de alguien que, ya sabes...

—Sí, de tu ladrón personal.

Río con su comentario. Nunca pensé que le daría las gracias a Christopher. Verlo llorar ha ablandado mi corazón y mi boca comienza a hablar deshinibidamente, como si estuviese ebria de nuevo. Probablemente me arrepienta de eso después, pero por ahora se siente bien hablar con alguien que también está sufriendo en mayor o menor medida.

—No hay de qué —contesta, volviendo a mirar el jardín—. No fue nada fácil convencerte, pero hice lo que pude.

Me sorprende lo amena de nuestra conversación y entonces recuerdo el tema de la recompensa. Mientras pienso en ello no soy capaz de mirarlo, pues una encrucijada ha surgido en mi interior. Hablar con él en este momento se siente casi normal, me cuesta pensar en delatar su identidad ante la policía si él no cumple el trato. Después de todo, se está mostrando vulnerable, probablemente porque no tiene otra opción, ya presencié la pelea, después de todo, y dudo que estaríamos teniendo esta conversación si yo no hubiese estado presente; pero verlo de esta manera me hace sentir empática, aunque sea momentáneamente.

Christopher tiene problemas, como todos, contradiciendo absolutamente la imagen que tenía de él hace poco.

—Falta poco para medianoche. ¿Quieres ir a pedir un deseo? —sugiere.

—¿Tú crees en esas cosas? Cada vez me sorprendes más.

—Bueno, ya sabes lo que dicen: año nuevo, vida nueva. Hay que aprovechar todas las leyendas y esperar que alguna se cumpla.

Él estira sus músculos y, con un gesto de la cabeza, me pide que lo siga, y por algún motivo yo lo hago.

Al parecer él conoce esta mansión bastante bien, probablemente viene cada año. Pronto nos encontramos bajando unas escaleras alternas y salimos por la puerta de la enorme cocina, que da al solitario jardín, justo al lado contrario de la fiesta.

Me cuesta caminar en la nieve con mis zapatos de tacón y siento cómo se congelan mis pies, pero confío en que Christopher sepa el camino, pues este enorme jardín con su pequeño bosque personal es todo un laberinto, pero sé que está evitando la fiesta lo más posible, probablemente para evitar encontrarse con Margaret. No lo juzgo, no quiero ver a Priscilla tampoco.

En poco tiempo llegamos a la fuente y el lugar se encuentra totalmente solo. Cuando nos acercamos, el sonido del agua resulta bastante relajante, ni siquiera había notado ese detalle cuando estuve aquí con Priscilla. Christopher saca dos monedas de su bolsillo y, cuando nota que no traigo mi cartera, me da una.

—No es una obra de caridad, para aclarar —resalta, aludiendo a lo que dijo Margaret—. Tómalo como un adelanto de mi deuda.

Tomo el centavo y alzo mis cejas.

—Vaya, ahora sólo me debes 4999.99 dólares.

¿En qué punto llegué a bromear sobre el dinero que me debe?

Él asiente.

—Es algo —dice, encogiéndose de hombros—. Bien, es momento de que pidas tu deseo.

Nunca he lanzado una moneda a una fuente ni creo que los deseos se puedan cumplir, pero cuando Christopher me dice que lo haga entonces un debate comienza en mi interior. ¿Qué deseo podría pedir? Tantas cosas se pasan por mi mente que no podría elegir una; muchas de ellas son imposibles de cumplir, claro está, como que mis padres vuelvan a estar juntos. Así que tengo que enfocarme en algo que pueda ser posible, algo un poco más realista, y entonces me quedo sin ideas, como si ninguno de mis deseos fuesen realistas y todo lo que quiero fuera producto de una fantasía.

Entonces observo al chico de reojo y un extraño sentimiento recorre mi pecho. No es algo que se sienta bien ni mal, simplemente se siente extraño, como incómodo. De repente, el único deseo que viene a mi mente está relacionado a Christopher y eso no podría ser más absurdo.

Cierro mis ojos y alzo la moneda, haciendo caso a mi mente con el fin de terminar con esto de una vez por todas.

—Deseo...

—No, si lo dices en voz alta no se cumplirá —interrumpe, poniéndole misterio al asunto.

Yo frunzo el ceño y asiento, cerrando mis ojos de nuevo, pronunciando las palabras en mi mente:

Deseo no tener que denunciarlo con la policía.

Lanzo la moneda al agua sin pensarlo dos veces y sólo cuando escucho el sonido del pequeño chapuzón reflexiono sobre lo que acabo de pensar. Abro mis ojos abruptamente, sorprendida. Pude haber deseado cualquier otra cosa, pero eso es lo único que se me vino a mi mente.

Miro a Christopher, quien todavía tiene sus párpados hinchados y sus ojos un tanto irritados, y entonces me doy cuenta de que esta noche lo estoy viendo simplemente como Christopher, no como el ladrón que robó mis pertenencias ni como la persona que más odio sobre la tierra. Es extraño, pero el que nos hayan roto el corazón en la misma noche me hizo sentir identificada, acompañada y empática.

Recuerdo aquel relato histórico sobre la Primera Guerra Mundial, llamado "La Tregua de Navidad": durante las vísperas de Navidad de 1914, en medio de una batalla, los soldados alemanes se enfrentaban a los ingleses, disparándose sin piedad, matándose entre ellos. No obstante, durante Nochebuena, los alemanes comenzaron a decorar e iluminar algunos árboles en las trincheras e, inesperadamente, los ingleses se unieron en un cese al fuego repentino ante este gesto.

Sólo por una noche decidieron dejar de pelear. Se ayudaron mutuamente a cavar las tumbas de sus caídos, intercambiaron regalos de navidad, los cuales les habían enviado sus familias; cantaron villancicos e incluso jugaron fútbol. Una pequeña muestra de humanidad entre los horrores de la guerra, en la que dos bandos enemigos deciden dejar sus diferencias de lado por una noche.

Aunque menos poético y en la comodidad de una fiesta de fin de año, siento que es lo que Christopher y yo estamos haciendo esta noche. Somos humanos, después de todo, y las emociones que compartimos en esta fría Nochevieja han logrado que pactemos un silencioso cese al fuego, aunque no lo digamos en voz alta.

Tal vez por ese mismo motivo pedí ese deseo, estoy empatizando tanto con él esta noche que me resulta difícil pensar en enviarlo a la cárcel. Sólo necesito que me pague, así él podrá seguir su camino y yo podré seguir el mío, nadie estará descontento.

Ahora es él quien cierra los ojos. Le toma un poco más de tiempo que a mí y, cuando lanza su moneda finalmente, no puedo evitar preguntarme qué habrá deseado.

—¿Y cómo sabremos si se cumplirán? —pregunto.

Él abre sus ojos y los posa sobre mí.

—Sólo queda esperar —murmura.

Entrecierra los ojos antes de sentarse al borde de la fuente. Yo imito sus pasos y me siento a su lado, escuchando el ruido lejano de la fiesta.

—Entiendo por qué reaccionaste así cuando mencioné a Joshua —comento, aunque no sé si sea muy educado de mi parte hablar sobre una pelea que no debí escuchar.

Él suspira.

—Sí, bueno, no es de mi agrado, ahora entiendes por qué.

—Si te hace sentir mejor, me pasó algo similar con el único novio que he tenido —narro, encogiéndose de hombros—. Se siente terrible.

—Supongo que la única opción que queda es dejarlo atrás —destaca en voz baja.

Realmente lo noto cansado, emocionalmente cansado.

—Lamento que mi bufanda te haya causado problemas.

Él ríe, como si le pareciera la cosa más graciosa del mundo. Yo frunzo el ceño, extrañada.

—Créeme, me ayudó más de lo que me causó problemas —argumenta—. Si Margaret no hubiese encontrado esa bufanda, probablemente nunca hubiéramos tenido la discusión que tuvimos hoy, no habría confesado silenciosamente que me fue infiel por tercera vez y yo no le hubiera terminado definitivamente.

—Tal vez es una bufanda de la buena suerte —añado.

Él menea su cabeza, pensativo.

—No me hagas creerlo, porque sino terminaré quedándomela, ya sabes, para que continúe dándome suerte.

—Si eso sucede no tendré más opción que quedarme con tu camiseta y tu sudadera —refuto—. Recuerda que es mi bufanda favorita, no recuperarás tus cosas.

—Tal vez también te den suerte a ti —conjetura.

—¿Eso crees? —pregunto.

Christopher, quien se encontraba observando un punto aleatorio de la nada, voltea a mirarme cuando escucha mi pregunta. Entonces, nuevamente nos observamos por silencio un par de segundos, pero esta vez se siente extrañamente cómodo.

—Quién sabe —contesta finalmente.

Entonces, cuando cierto nerviosismo comienza a surgir en mi interior, soy la primera en perder esta pequeña batalla de miradas. Me dedico a observar los árboles como si fuesen la cosa más interesante que conozco.

Y de la nada, la voz conjunta de una ruidosa y alejada multitud comienza a hacer una cuenta regresiva al unísono. Christopher y yo escuchamos en silencio por todo un minuto hasta que, cuando llega a cero, el cielo se ilumina de repente y los fuegos artificiales del alcalde dan comienzo, mezclándose su ruido con el de los gritos de celebración de la gente.

Observamos hacia arriba mientras un espectáculo de vivos colores ilumina el firmamento, dando comienzo a un nuevo año. Es curioso pensar que estoy pasando este momento tan preciso sentada junto a él en medio de un solitario jardín nevado, pero cuando pienso en mi familia un revoltijo aparece en mi estómago.

—Bueno, feliz año nuevo, Marianne —manifiesta él, sacándome de mi ensimismamiento.

—Feliz año nuevo, Christopher —expreso.

Y así nos quedamos un rato más mientras miramos al cielo. Pienso en las últimas palabras que dije, palabras que nunca pensé pronunciarle a él. Cada vez me siento más sorprendida con los extraños giros que da la vida y, al menos durante nuestro pequeño cese al fuego, intento olvidarme de mi realidad mientras permanezco en silencio junto al otro miembro del Club de los Corazones Rotos.

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