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Prefacio.


Aquí les traigo el capítulo. Espero que les guste :D

Por cierto... no se si les dije... esta será una historia corta, no creo que tenga más de doce capítulos :P Aún así... disfruten. :)

El calmado sonido del mar meciendo la canoa que nos llevaba a puerto, la brisa marina acariciando mi piel, echando mis cabellos hacia atrás, mientras pensaba en Laura, una compañera de la universidad, con una gran sonrisa en el rostro.

En realidad, la razón de que visitase aquel país era ella, su inminente boda con el chico con el que llevaba saliendo desde el instituto, ni siquiera el estar separados 6 años, lo que duró la carrera, había terminado aquel amor.

Pensé en ello... ¿Cuántas personas pueden presumir de un amor así? Era la envidia de muchas, incluso la mía.

Hacía mucho que no creía en el amor eterno, eso de pasar toda la vida con la misma persona sin aburrirte de él, no es lo mío. Soy demasiado enamoradiza, y me canso después de unos años con la misma persona. Después de conocer todo de una persona, de acostumbrarte a él... el amor se acaba y sólo queda el cariño. Pero ... ¿qué queda cuando ni siquiera te excita la persona que tienes al lado? Al final se convierte más en un amigo que en un amante.

Sí, mi última relación de más de cinco años acabó mal, cansada del sexo opuesto, quizás esa era la razón de que llevase tres años sin pareja, huyendo de las citas a ciegas, de los chats por internet, incluso de las aplicaciones para ligar, no quería saber absolutamente nada de hombres en un aspecto más romántico.

"Seguro que ligas en la boda" – resonaba la voz de Carla en mi cabeza – "un buen meneo es lo que necesitas" – sonreí, ignorando a mi hermana, centrándome en el paisaje.

Las gaviotas revoloteaban alrededor del puerto, a lo lejos, ya no quedaba mucho para llegar.

No necesitaba un hombre para cubrir esas necesidades – pensé, refiriéndome a las palabras de mi hermana – hoy en día, la mujer es perfectamente capaz de darse placer a sí misma, sin la necesidad de un hombre.

Pero a veces lo echaba de menos, tener a alguien que cuidase de mí cuando estaba enferma, que me despertase con besos en la mañana, recibir un mensaje de ese chico que te gusta, algo que provoque que una sonrisa tonta se dibuje en tu rostro. Echaba de menos las mariposillas que se forman en tu estómago al principio de la relación... el enamorarse.

Hablemos de Laura, Lorreine en inglés, ya que pronto la vería, y debía quedarme en su casa, pues ella así lo había dispuesto, hasta que tuviese lugar la boda. Al parecer, su familia era una de esas que celebra todo el proceso antes de la boda.

Laura era mi mejor amiga en el instituto, aunque nos distanciamos cuando ella volvió a casa, y lo entendía, la distancia y la vida de uno a veces puede hacer eso.

Lo cierto es que éramos como el agua y el aceite en cuanto al físico: Ella era rubia, ojos azules y piel clara. Yo era morena, piel media y ojos marrones, mucho más baja que ella, y parecía menor, a pesar de tener la misma edad. En la forma de ser nos parecíamos más, las dos éramos unas románticas empedernidas, enamoradizas, algo alocadas y con muchas ganas de aventuras, al menos en aquella época.

El barco se detuvo junto al puerto y las personas se arremolinaron para salir en primer lugar, yo, por el contrario, me tomé todo el tiempo del mundo para colocarme la bufanda, el bolso y coger las maletas.

Sabía que Laura había mandado a alguien a recogerme para llevarme a la casa de sus padres, pero lo cierto es que no tenía ni idea de quién era. Recorrí el pantalán con la mirada, pero no parecía haber nadie interesante. Y entonces lo vi, era un tipo normal, del montón, si no se hubiese puesto en mi campo de visión, cortándome el paso, jamás me hubiese fijado en él, aunque viéndolo de cerca... Cejas pobladas, barba abundante, nariz delgada, labios... en aquel momento no me centré en sus labios, debo admitir, era delgado y un poco más alto que yo. Pero a pesar de no ser guapísimo tenía algo que llamaba mi atención... un aire de misterio.

- Hola – me saludó, con una voz varonil muy marcada, que me dejó algo desubicada, me faltó el aliento y se me secó la garganta – Noelia, ¿no? - ¡Dios! ¿Cómo podía ese sujeto conocer mi nombre, y peor aún, por qué sonaba tan bien en sus labios? – Soy Sergio, el mejor amigo de la novia – bromeó. Lo entendí entonces, ese era el tipo que ella había mandado a por mí – Venga, te ayudo con las maletas – añadió, rozando mi mano en un acto de agarrar las bolsas, haciendo que una corriente eléctrica me recorriese entera.

A medida que avanzaba tras él, me iba acordando de las palabras de Laura... Sergio era su mejor amigo, habían crecido prácticamente juntos, eran como hermanos, y fue un gran apoyo en su vida cuando su hermano Robert murió. Era tímido, demasiado para echarse novia, por eso ella siempre tenía que ayudarle en su tarea de ligar...

Una sonrisa cruzó mi rostro al recordar ese detalle.

Se detuvo junto a una motocicleta con sidecar, metió todas mis maletas en él, y luego me hizo una señal para que me subiese. No me iban demasiado las motos, y menos con aquel vestido y con tacones. Sólo se me ocurría a mí visitar ese frío pueblo de Alaska con ese atuendo.

Su mano se afianzó a la mía y me ayudó a subir, yo no dije nada, me había quedado muda después de verle, como si fuese la chica más tímida del universo, cosa totalmente errónea sobre mi persona. Era más atrevida de lo que aparentaba, debo añadir.

Intenté por todos los medios agarrarme a los enganches que había detrás, pero la moto iba demasiado rápido, y me daba tanto miedo, que terminé aferrándome a su cintura, con él sonriendo justo delante.

Su fuerte cuerpo, aunque no de gimnasio y su fuerte calor corporal pronto me calmó, incluso me atreví a abrir los ojos y observar las montañas heladas, el lago y el bonito paisaje de nuestro alrededor. Su olor era agradable, olía a chocolate, más tarde me enteré de la razón, pero hasta ese momento... tan sólo quería... ¿morderle?

¡Dios! ¡Contrólate, Noelia!

La motocicleta se detuvo frente a una enorme mansión de madera, me quedé mirándola con incredulidad, jamás en toda mi vida había esperado que Laura viviese en un lugar así, pues ella tampoco es que soliese hablar mucho de su hogar, siempre fue muy reservada en ese aspecto.

- Vamos – me llamó Sergio, me quitó el casco, y me ayudó a bajar. Evité su mirada todo el tiempo, la cercanía de ese hombre me ponía nerviosa, y no era porque quisiese tirármelo a toda costa, o porque existiese tensión sexual entre ambos, esta no es una de esas novelas eróticas. Simplemente llevaba demasiado tiempo sin la cercanía de un hombre, y eso me incomodaba.

Agarré las maletas y seguí sus pasos, se adentraba escaleras arriba por aquella bonita casa sacada de una película. Y al llegar arriba, Laura me estaba esperando con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Dios! ¡Cómo la había extrañado!

Nuestro abrazo no se hizo esperar, la había añorado demasiado, y he de admitir que había pocas personas a las que dejaba acercarse tanto. Quizás Laura era una, quizás Carla era la otra.

Lo cierto es que mi pasado, al igual que mi forma de ser, siempre fue complicado.

- ... dormirás conmigo en la planta de arriba – explicaba, después de haberme presentado a sus padres, su abuela y algunos de los miembros del servicio, tirando de mí escaleras arriba, dejando las maletas y a todos los demás en la planta de abajo – mi cuarto está al final del pasillo, pero para ti ... he pensado que te gustaría más este – abrió la puerta y me quedé maravillada, no era sólo la decoración minimalista, si no la enorme cristalera desde donde podía verse la parte de atrás, el muelle, el lago, y un hermoso paisaje que me conquistó – aunque, te advierto, que es imposible ver las estrellas en este cielo – sonreí, mientras ella volvía a abrazarme – te he echado de menos.

- Y yo a ti – me atreví a confesarle, dedicándole una gran sonrisa cuando nos separamos.

- Aquí están las maletas – dijo una voz que conocía bien, haciendo que ambas mirásemos hacia él. Era Sergio. Se miraron con complicidad, ella le observaba con cariño, con amor de hermanos, él... de una forma distinta. Eso me sorprendió. Yo era demasiado buena leyendo a la gente... quizás sólo era un hecho aislado, quizás... - Bueno... yo me voy ya, tengo que pasarme por el spa de camino a casa – ella asintió, sintiendo entonces un beso cálido en su frente, antes de que él se marchase, sin tan siquiera despedirse de mí. Lo entendía, no soy el centro de atención del universo, y ese tipo ni siquiera me conocía.

- ¿Qué te ha parecido? – preguntó ella, cuando nos quedamos a solas, mientras yo dejaba la maleta sobre la cama y abría la cremallera, más que dispuesta a ordenar la ropa para que no se me arrugase – Sergio – insistió, me encogí de hombros, sin darle ni siquiera importancia - ¿no es un encanto? – de nuevo más silencio por mi parte – Noelia – me llamó. La miré entonces, dejando de colocar mis braguitas en la cómoda – está soltero.

- ¿Y? – inquirí, cansada de que tanto Carla como ella intentasen buscarme novio a toda costa, como si no tener pareja fuese un crimen – A algunas personas no les gusta cada tipo soltero que ven en la calle – ella sonrió, negando con la cabeza, agarrándome del brazo, sentándose en la cama, guiándome para que yo también lo hiciese.

- ¿No podrías si quiera ser amable? – la miré, sin comprender – Ni siquiera le has dirigido la palabra ¿Verdad? – bajé la cabeza, sin decir nada. Resopló, molesta – Es mi mejor amigo, y tú eres mi mejor amiga de la universidad. Me gustaría que os llevaseis bien, eso es todo.

- Lo prometo – contesté – seré amable.

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