
Capítulo 8 - El arquitecto.
Conocer sus sentimientos hacía que los míos se desbocasen, que no tuviese miedo a sentir, y que esa sensación me ilusionase por momentos. Él me gustaba mucho, aunque aún no estaba preparada para hablar de ello.
Pasear con él por el paseo fue agradable, con el viento sacudiendo nuestros cabellos, su brazo alrededor de mi cintura, aferrándose a mi cadera, con su cuerpo cerca del mío, escuchándole hablar sobre lo que sintió la primera vez que me vio.
- ¿No crees que ya es suficiente? – le dije, con ganas de provocarle, de jugar con ese hombre que tanto me gustaba, deteniéndome frente él, haciendo que dejase de agarrarme. Sonrió, divertido – Deberías dejar algo para después – apoyé la mano en su chaqueta y moví los dedos en círculos – harás que pierda el interés si me lo cuentas todo ahora – entre abrió los labios, divertido.
- No vas a perder el interés – aseguró, con esa voz susurrante que tanto me gustaba – tengo miles de secretos que aún no te he contado – sonreí, divertida, me gustaba mucho que se atreviese a ser él mismo conmigo.
- Así que... te parecí guapa cuándo me viste aquel día – sonrió, sin apartar su mirada de la mía ni un poco – tú a mí también me pareciste atractivo.
- ¿ah sí? – sonreí, dejando escapar una risotada, mientras él intentaba provocarme con su mirada, acercándose un poco más a mí. Ambos estábamos deseando probar los labios del otro, pero nos resistíamos, queríamos crear expectación, porque ambos sabíamos que se volvería caótico. Sus besos me harían perder la cordura, lo sabía bien, porque él ya me hacía olvidarlo todo cuando estaba conmigo. Lo que sentía por él era distinto a cualquier otra cosa que hubiese sentido por otro tío. Provocarnos y recular era nuestro juego favorito – cuéntame más.
- Tú primero – pedí, sintiendo sus dedos acariciando los míos, haciéndome estremecer. Sólo con eso y ya me tenía, ni siquiera quería imaginar lo que sentiría al besarle – te moriste de celos esa vez, ¿verdad? – sonrió, divertido – Deseabas ser tú... - mi voz se quebró en cuanto sus dedos se entrelazaron con los míos, afianzando su agarre, creando en mí una corriente eléctrica que me ponía bastante a tono.
- Yo no me hubiese conformado sólo con un polvo en un baño, ya te lo he dicho – sonreí, porque le creía - ¿y tú?
- ¿Qué si quiero sólo un polvo en el baño contigo? – jugué, sonrió, sin apartarse ni un poco, mientras yo miraba hacia sus labios, antes de levantar la mirada – no te hubiese dado calabazas anoche si sólo quisiese eso, ¿no crees?
- ¿Hasta cuándo tengo que fingir que no me muero por besarte, Noelia?
- Es divertido, ¿no crees? – tragó saliva, estábamos a tan sólo tres dedos de distancia – crear expectación, saber que podemos pero ...
- Quédate hoy conmigo – suplicó. Sonreí, porque no tenía ninguna intención de irme aún, no quería pensar en eso, no cuando acababa de confesárseme el chico más guapo del lugar – te compraré el vuelo de mañana.
- Puedo hacerlo yo – me quejé, tirando de su mano, volviendo a caminar por el lugar, haciéndole sonreír.
- No quiero que volvamos al pueblo – me confesó, eso me hizo ladear la cabeza para mirarle – quiero que nos quedemos aquí, quizás en un hotel si quieres, o podemos quedarnos toda la noche despiertos visitando el casino de la ciudad.
- Podemos dejarnos llevar – sugerí – contigo no quiero planear nada, Sergio – sonrió, besando mi mejilla, muy cerca de mis labios, despertando en mí sensaciones dispersas.
Dejamos la bolsa en una de las taquillas del aeropuerto y luego me llevó a comer a un bonito restaurante de la ciudad, no dejó de hacer bromas en todo el tiempo, y de lanzarme miradas muy apetecibles, parecía hambriento, a pesar de haber acabado de comer, no era comida lo que quería en ese momento.
- Ni siquiera te has dado cuenta de que la camarera no te quitaba el ojo de encima – él sonrió, divertido, justo cuando paseábamos por la calle, de camino al centro comercial – de seguro se moría por estar en mi lugar, poder disfrutar de la compañía de un chico guapo – rompió a reír, apoyando la mano en mi cintura, mientras yo me moría porque tocase mucho más. ¡Dios! Su cercanía me estaba volviendo loca.
"Me gustas mucho" – me moría por decirle, pero no dije ni una sola palabra al respecto.
Dimos una vuelta por los alrededores, entramos en el centro comercial y pasemos por la puerta de varias tiendas, sin entrar en ninguna, hasta que me emocioné al ver un puesto de algodón de azúcar, como una niña pequeña, y el fotomatón que había al lado.
- No – contestó, en cuanto le miré, antes si quiera de que lo hubiese propuesto.
- Anda, vamos, será divertido – le dije, arrastrándole al interior. Era pequeño, más pequeño de lo que había esperado. Sentarnos el uno junto al otro no era una opción, por lo que terminé de pie, agachándome, eligiendo un marco divertido, mientras él tiraba de mi mano para sentarme sobre él, haciendo que una corriente eléctrica volviese a detener mi corazón, irradiando calor en una zona peligrosa. Me moría por acostarme con él, no os lo negaré. Tragué saliva, fingiendo estar bien, y elegí el fondo del elefante – no te rías – me quejé – tienes que salir guapo y ... - perdí el aliento en cuanto me di cuenta de que estaba demasiado cerca. Ni siquiera me importaban las malditas fotos, tan sólo podía mirar hacia sus apetitosos labios, me moría por besarle, maldita sea.
El pitido en la máquina nos hizo despertar de aquel momento tan ansioso a ambos. Me levanté con rapidez, saliendo del habitáculo, mientras él sonreía y seguía mis pasos. Agarré las fotos, habían salido muy bien, me encantaba la forma en la que él me miraba.
- Quizás podríamos ir al pueblo un rato – sugirió, haciendo que dejase de pensar en lo mucho que había querido besarle allí dentro, y me fijase en él – podríamos pasarnos por la pastelería de mis padres.
- ¿Ya quieres presentarme como tu novia? – me quejé, divertida.
- Prometo traerte mañana a primera hora – insistió. Sonreí.
- ¿ya te has cansado de estar a solas conmigo? – jugué, él negó con la cabeza – entonces... es que temes besarme y perder en este juego ¿no? – rompió a reír, divertido.
- No perdería nada si te beso ahora – dijo, deteniéndose delante de mí, provocándome. Sonreí – es sólo que quiero despedirme de ellos – le miré, sin comprender – me quiero ir contigo a España, Noelia – perdí la sonrisa y me alejé de él, perdiendo las ganas de bromear y de todo.
- Eso es una locura, Sergio – me quejé, dándole la espalda, sintiendo su cercanía justo detrás, por lo que tuve que darle la cara, porque me estaba poniendo histérica – irte detrás de la chica que te gusta... ni siquiera me conoces.
- No voy a dejarte marchar sin tan siquiera haberte besado, joder – sonreí, divertida, acercándome un poco a él.
- Te daré un gran beso de despedida mañana, antes de subirme al avión.
- ¿Y por qué crees que ese beso va a calmar mi ansiedad?
- ¿No lo hará? – acaricié sus dedos con los míos, haciéndole sonreír.
- No. No voy a conformarme con un solo beso cuando puedo tenerlos todos.
- ¿Con cuántos te conformarás? – jugué
- Infinitos – rompí a reír, él me hacía sentir muy bien.
- Aun así, no deberías irte detrás de una chica que acabas de conocer. ¿No tienes responsabilidades aquí?
- No me dan miedo los cambios, Noelia – contestó – Tengo estudios, así que puedo buscar algún trabajo allí. Hice un curso de fotografía para poder costearme la universidad con ese tipo de trabajos.
- ¿y qué estudiaste? – quise saber.
- ¿Lorreine nunca te lo dijo? – negué con la cabeza – soy arquitecto. Pero no he querido trabajar para ninguna empresa en particular, sólo hago algunos trabajos en el pueblo y ...
- Un arquitecto – estaba asombrada, os lo aseguro, no lo esperaba en lo absoluto – jamás lo habría imaginado.
- Puedo probar suerte en Madrid – añadió.
- ¿Y dónde piensas vivir? – me quejé, haciéndole reír, con fuerza, sin apartarse demasiado.
- Quizás podría alquilarme algo una vez que consiga un trabajo, pero hasta que eso suceda, quizás mi amiga Noelia se apiade de mí.
- Así que piensas gorronear en mi casa – me quejé.
- Podemos compartir gastos – sugirió.
- Ese era tu plan desde el principio – bromeé, haciéndole sonreír – querías conquistarme para luego... ¿en qué momento sucedió, por cierto? – me miró sin comprender - ¿En qué momento empecé a gustarte? Porque al principio era obvio que seguías enamorado de ella.
- Creo que hace tiempo que no lo estaba – contestó – tan sólo quedaba el recuerdo de lo que fue, y me aferraba a humo.
- Conozco esa sensación – declaré, pues se parecía a lo que me sucedió a mí con Moisés.
- Escúchame bien – me dijo, agarrándome de la mano, tirando de mí hacia él, haciéndome sonreír – si aún sientes cosas por ese tío, déjame decirte que haré que te olvides de él – rompí a reír, sin poder evitarlo – haré que te enamores de mí completamente.
- ¿ah sí? – asintió, acortando las distancias entre ambos, para luego acariciar sus labios con los míos, haciéndome estremecer, retirándose antes de que me hubiese acostumbrado a su tacto.
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