Capítulo 10 - Regreso.
¡Cómo lo prometido es deuda... aquí tienen el especial de hoy, al ser el último día del año!
Espero que les guste.
Disfruten :D
La luz que se colaba por la ventana incidía en mis ojos, eso y el ruido de los coches, pero me resistía a abrir los ojos. Se estaba tan a gusto allí con el olor a chocolate irrumpiendo en mis fosas nasales, aunque alguien más a mi lado si los abrió, elevándose en cuanto me vio, enamorado de aquel espejismo.
Sus caricias pronto acariciaron mi rostro, haciéndome abrir los ojos. La sorpresa no pude fingirla y eso le hizo reír.
- Ahora es cuando me dices que no recuerdas nada de lo que pasó anoche – sonreí, divertida, cayendo en que él estaba desnudo por la parte de arriba, quizás habíamos tenido sexo, y yo ni siquiera lo recordaba. Maldito alcohol - ¿nada? – se quejó.
- ¿Qué hora es? – fue mi única respuesta, mirando debajo de las sábanas, respirando con normalidad al darme cuenta de que estaba en ropa interior, señal de que no nos habíamos acostado – vamos a perder el avión – me puse en pie, avergonzada, le di la espalda y busqué el vestido. Tiró de mi mano antes de que hubiese decidido qué hacer y me tiró sobre la cama.
- Dime hasta dónde recuerdas – pidió. Yo lucía tremendamente avergonzada. Justo se me confesó el día anterior, y yo ni siquiera le dije nada sobre mis sentimientos, no podía ser que ya estuviésemos encamados, era inadmisible – Noelia...
- Recuerdo que fuimos al casino – contesté, sonrió, al darse cuenta de que iba a colaborar – cenamos en la terraza, con unas maravillosas vistas – Acaricié su mejilla, su perfecta barba, mientras él esperaba a que dijese algo más – bailamos, fuimos a la sala de juegos, apostamos, nos tocó el premio en el conejito feliz, bebí mucho y ... ¿qué pasó después?
- La chica atrevida que tanto me gusta me besó otra vez – sonreí, me encantaba que hablase así de mí – acabamos la noche aquí, sin poder dejar de besarnos – perdí la sonrisa al recordar lo último que dijo
- ¿Nos acostamos? – me preocupé. Él negó con la cabeza.
- Ibas muy pedo, quería esperar a que estuvieses en plenas facultades para eso – sonreí, agradecida. Él era un buen tipo – además, aún no me has dicho que te gusto, eso lo tengo muy presente.
- Tengo que marcharme a Madrid – le dije, mientras él negaba con la cabeza, como si no pudiese aceptar esa respuesta – Sergio, tengo responsabilidades.
- Voy a raptarte – bromeó, sonreí, dejándome caer en su brazo, acariciando su barba, encantada con ese hermoso rostro. ¿Por qué era tan guapo? – no te dejaré ir hasta que me digas lo que quiero oír – rompí a reír, sin poder evitarlo.
- ¿Un me gusta? – puse cara de asco, haciendo que él se enfadase en broma, al respecto - ¿no somos mayorcitos para eso?
- Me conformaré si me dices que sientes algo por mí – sonreí. Él me gustaba mucho, no quería dejar nada en el aire, me recordaba un poco a mí.
- De acuerdo – acepté – siento algo por ti.
Me besó entonces, irradiando una electricidad constante en mi interior, aferrándose a mis labios de una manera que me parecía del todo irracional, arañándome con la barba, tocando con su lengua hasta el más recóndito lugar de mi boca, entrelazándola con la mía, deteniéndose al fin, ansiando respirar. Nunca nadie jamás me había besado de esa forma tan arrebatadora.
Le agarré del cuello y volví a besarle, saboreando sus labios, atreviéndome a inspeccionar yo misma su boca, respirando con dificultad, dejándome llevar por aquella ansiedad, cada vez más nítida, cerrando los ojos sin darme cuenta, para cuando quise darme cuenta estaba sobre él, y el deseo era algo palpable en aquella habitación.
¡Dios! ¿En qué momento había comenzado a desearle de aquella manera?
- Lo siento – me disculpé, retirando las manos, haciéndole sonreír – no tengo ni idea de qué me ha pasado, yo no...
- Tranquila – me calmó, justo cuando yo me sentaba en la cama, incómoda.
El viaje a España fue entretenido, mucho más que la ida, él no dejaba de hacer bromas, de provocarme, de ligar conmigo a cada rato, y eso me hacía sentir bien, nunca había estado con un chico tan bueno como él, era un camino incierto, demasiado, y a veces me asustaba al pensarlo, pero con sólo una mirada los disipaba todos.
Aseguraba que tenía un plan para triunfar en España, y se jactaba de que su primer triunfo había sido llamar la atención de una española.
Empezó a sudar tras bajar del avión, mientras yo reía a cada tanto. El clima de la ciudad era mucho más suave que el de Alaska.
- Así que te vengas de mí ¿no? – se quejó mientras llegábamos al final. Maldije en cuanto vi aparecer a Carla.
- Espera – pedí hacia él, adelantándome, molesta con mi hermana – Te dije que no hacía falta que vinieses a recogerme – pero esta me ignoraba, tenía la vista fija en el americano que había detrás de mí.
- ¿Quién es? – quiso saber. No estaba preparada para un encuentro así. Él sólo sonrió, y yo me sentí incluso peor. Mi hermana sonrió, de oreja a oreja – Al final yo tenía razón ¿no? ¿Has encontrado novio en la boda?
- No es mi novio – me quejé, molesta, mientras él llegaba hasta nosotros, poniéndome incluso de peor humor.
- Tú debes de ser Carla, soy Sergio – se presentó él, en un perfecto español que ni siquiera sabía que hablaba.
- ¿Sergio? – Ella abrió la boca, sin dar crédito, y yo aproveché su confusión para tirar de él, de nuestras maletas y seguir avanzando por los andenes, mientras mi hermana nos seguía la pista – Ni te imaginas lo felices que se pondrán nuestros padres...
- No hagas esto, Carla – me quejé, deteniéndome junto a su auto, era irremediable lo que ocurriría a continuación. Ernesto se bajó del coche y corrió a abrazarme. Sonreí, como una idiota, porque le había añorado demasiado, a mi sobrino favorito, el único que tenía en realidad.
- Tía Noelia ¿por qué has tardado tanto en volver? – besé su mejilla, sin decir nada más, y le cogí en brazos, observando como Sergio se detenía junto a mí.
- Hola amigo – dijo, con ese acento suyo tan español que no parecía en lo absoluto que fuese extranjero. Tenía una voz muy sexy hablando español, debo admitir – Me llamo Sergio, ¿y tú?
- Ernesto – contestó él, algo reacio a conocer a un desconocido, pero en cuanto notó mi mirada sobre la de ese sujeto, cambió de opinión, pues si yo lo miraba de esa manera, no podía ser malo.
- Soy un amigo de tu tía – se presentó, para no hacerlo demasiado incómodo. Sonreí, agradecida, hasta que mi hermana carraspeó al otro lado.
- ¿Nos vamos? – asentí, ayudándola después a meter las maletas en el maletero, dejando a Ernesto junto a él, cuando volvimos, parecían haber hecho buenas migas.
- Déjanos en mi piso, no quiero ir a saludar a mamá – ella resopló molesta, pero no entró al trapo, no quería discutir frente a un extraño, y yo lo agradecí.
El camino fue incómodo, Ernesto se puso a jugar con su maquinita y a cada rato miraba hacia su nuevo amigo y le enseñaba como se pasaba los niveles. Este asentía, mirándome de reojo.
Mi hermana besó mi mejilla y se marchó justo después, haciéndome prometer que iría a visitar a nuestros padres pronto.
- No mentías cuando decías que tu relación con tu familia era mala – se percató, sonreí, frente a mi piso, mientras él me ayudaba a subir las maletas – un quinto sin ascensor, debes tener buenas piernas... - rompí a reír, abrí el piso y él se sorprendió por lo lujoso que parecía – veo que tú tampoco eres pobre.
- Me va bien en la revista – contesté – soy redactora, por si no te lo dije.
- Una redactora y un fotógrafo, nada mal.
- Un arquitecto – corregí, colgándome de su cuello en cuanto llegamos al salón. Dejó las maletas y me agarró de la cintura – me gustas mucho, Sergio.
- Te ha costado decirlo ¿eh? – sonreí, divertida, acortando las distancias entre nuestros labios. Dimos varios traspiés por la habitación, hasta chocar contra el muro de carga que había en el pasillo, haciéndome reír durante un buen rato.
- Ven, deja que te enseñe la casa – sonrió, dejándose arrastrar – ya conoces el salón. Esta es la cocina – señalé hacia la cocina, sin entrar si quiera, y luego tiré de él hacia el pasillo – el baño – lo miró de refilón y siguió avanzando – mi estudio – ni siquiera le dejé ver nada y entré en la última puerta – y mi habitación.
- Así que voy a dormir en el sofá – contestó. Sus palabras me sorprendieron, pero fingí que no – ya que no tienes cuarto de invitados, y que me parece muy precipitado dormir en la misma cama, más después de lo asustada que lucías esta mañana – me mordí el labio inferior, al entender su punto de verlo.
- No voy a dejar que duermas en el sofá – le dije. Sonrió, divertido, mientras yo volvía a colgarme de su cuello - ¿nunca has dormido con una mujer en la misma cama sin que sucediese nada? – rompió a reír, al notar el tono divertido con el que lo decía.
- Te parecerá una locura, pero ... - acercó su boca a mi oído antes de decir algo más - ... ayer fue la primera vez.
- ¿Ni siquiera con Lorreine? – sonrió, entendiendo mi punto de verlo.
- Con Lorreine era distinto – esperé, paciente, a que dijese algo más – Era mi mejor amiga, ella no sentía nada romántico hacia mí y ni siquiera he comprobado si sus besos me hacían perder la cordura – sonreí, divertida – En cuanto te beses dos veces más en esa cama... no puedo prometer que no pase nada más íntimo entre tú y yo – rompí a reír, divertida, sin poder evitarlo – Lo digo en serio, Noelia – las malditas tripas estropearon el momento, me delataron en seguida - ¿Sabes que es lo primero que haremos? Iremos a comprar algo de comida al supermercado – sonreí, encantada – vamos – tiró de mi mano, sacándome de la habitación, recorriendo el pasillo, hasta llegar al salón, agarró mi bolso y me lo cedió, las llaves y nos marchamos escaleras abajo – ahora dime, ¿hacia dónde vamos? – afiancé nuestro agarre y tiré de él calle abajo, importándome bien poco que mis vecinos nos viesen. Él me hacía sentir bien, hacía que mis miedos se disipasen.
Entramos a comprar en el Hipercor, compramos lo básico, entre bromas, era mi primera vez en un supermercado junto a ese hombre tan divertido, y me lo pasé pipa. Era como una niña que visita un lugar por primera vez.
No puedo recordar la última vez que me comporté así, antes de ese momento, cuando me reí con ganas, de verdad, cuando me dio igual lo que los demás opinasen de mí, cuando miré a alguien de la misma forma en la que lo miraba a él y sentía ese calor expandirse dentro de mi pecho. Me gustaba demasiado, esa era la realidad.
Mi teléfono comenzó a sonar cuando ordenábamos la compra en los muebles de la cocina. Lo descolgué, despreocupada, no era más que el pesado de Francisco, pero lo descolgué, con desgana.
- Esta noche reunión de petardas – bromeó, justo sus bromas pesadas que no aguantaba, pero que fingía que me hacían gracia. Esa vez no iba a aguantar nada.
- No puedo – contesté, dejándole sorprendido, pues yo jamás le decía que no – ya tengo planes – le colgué antes de que dijese nada al respecto, y miré hacia él, estaba guapo, cortando las pechugas de pollo, como si fuese un buen cocinero - ¿también sabes cocinar? – asintió, despreocupado, mientras yo le abrazaba por detrás, sorprendiéndole - ¿por qué eres tan perfecto? – sonrió, sin decir nada, y yo me arrepentí en seguida de haber sido tan espontánea, ¿qué pensaría él de mí? – mmm hueles tan bien a chocolate – escondí la cabeza en su cuello y le besé.
- ¿Pretendes desconcentrarme? – se quejó, dándose la vuelta, agarrándome de la cintura, atrayéndome hasta él - ¿piensas alimentarte sólo de besos?
- Te dejaré cocinar – prometí, para luego sentir un cálido beso por su parte en mi mejilla, volviendo a prestar atención a la comida.
Pronto la casa entera se llenó de un olor característico a especias, mientras yo me sentaba en la terraza, esperando que terminase de cocinar. Ni siquiera me dejó ir a poner la mesa, dijo que debía pagarme la hospitalidad de alguna forma. Era un buen chico.
Mi teléfono comenzó a sonar, haciéndome salir de mis pensamientos un momento.
- ¿Dónde te metes? – se quejaba Ari – Dice Fran que no te unes esta noche, tenemos ganas de verte – escuché las risas de Casandra por detrás, no quería hablar con esa arpía, no después de que Fran me dijese que se había liado con Moisés. Nosotros ya no estábamos juntos, era cierto, pero en ese entonces me molestó bastante. En aquel momento, ni siquiera quería pensar si lo hacía – Vente y nos cuentas cómo te fue en la boda, ¿cómo fue hablar en inglés todo el día? Agotador ¿no?
- La comida ya está lista – me avisó el hombre perfecto, haciendo que me fijase en que había decorado la mesa que había junto al sofá y que el pato con el pollo y las patatas estaba listo para comer. Se me hizo la boca agua con solo ver eso, pero mi cerebro se fijó en lo que Ari decía.
- ¿Qué es eso? ¿Estás con un chico?
- Tengo que dejarte – colgué, bloqueándolo en el acto, caminando hacia él, sentándome a su lado en el suelo, como si fuésemos hindúes, me ofreció el tenedor y esperó a que lo probase. Estaba riquísimo una fusión de sabores que se mezclaban en mi boca – deberías abrir un restaurante – bromeé, haciéndole sonreír – lo digo en serio, cocinas muy bien.
- También estuve trabajando en un restaurante, para conseguir dinero antes de estudiar fotografía – asentí, era un chico tan polifacético, casi me recordaba a mí, que siempre estaba dispuesto a aprender cosas nuevas. La mente se oxida si no la usas, solía decir mi abuela cuando estaba en la universidad. La añoraba, cada día, pero no quería pensar en cosas tristes en ese momento.
- Háblame sobre tu familia – pedí, entre bocado y bocado – tu madre tiene el spa y tu padre la tienda de chocolates – asintió - ¿y los demás miembros de tu familia? – se encogió de hombros, sin soltar palabra - ¿no vas a decirme nada?
- Ellos no viven en Alaska, Noelia – Le observé, sin comprender, lucía mucho más serio que de costumbre – lo cierto es que mi madre se vino a América cuando era joven, se enamoró perdidamente de mi padre y me tuvieron a mí – eso me sorprendió demasiado – ella apenas habla mucho sobre mi familia materna, no vieron con buenos ojos que se casara con un extranjero, pero a veces mi abuela me llama por video conferencia para saber sobre mí, muy de vez en cuando. La familia de mi padre murió cuando él era joven, era hijo único, y mis abuelos no tenían más hermanos – asentí, entendiendo su punto de verlo.
- Por eso estás tan unido a tus padres – me percaté. Él asintió – porque no tienes a nadie más – volvió a asentir - ¿Cuándo aprendiste español?
- Eso fue culpa de Lorreine – sonreí – quería sorprenderla cuando volviese a casa, que tuviese alguien con quién practicar el idioma y que no lo olvidase.
- Ella estaba obsesionada con el español en esa época – aseguré – le encantaba la comida, la cultura, todo.
- No he probado la comida española – confesó, sorprendiéndome – pero me gusta una española, ¿eso cuenta?
- Voy a enseñarte la ciudad – me animé. Él sonrió – cuando termine de enseñártelo todo, lo amarás todo de este lugar.
Lo llevé al parque del retiro donde nos hicimos fotos sin parar, le encantaban los patos, y se ponía a llamarlos repitiendo el sonido que estos producían, mientras yo reía a su lado. Hubo muchas risas, besos intensos, y miradas cómplices esa tarde, y al llegar la noche le llevé a mi bar favorito, a por un buen bocadillo de calamares, puso caras raras al mirarlo, pero lo disfrutó al probarlo.
- Cuando era niña, venía con mis abuelos a este lugar, cada viernes, a por un buen bocata de calamares – aseguraba – eran los favoritos de mi abuelo, y siempre los disfrutábamos juntos, después de mis clases de inglés, antes de que me dejasen en casa con mis padres.
- ¿Murieron? – asentí, sin comprender cómo podía saberlo – Si aún viviesen estarías más unida a tu familia – contestó. Sonreí, entendiendo su punto de verlo - ¿cuál será nuestra siguiente parada? – pensé en ello, mientras él sonreía, tragando luego un poco de cerveza – me lo estoy pasado muy bien contigo, Noelia.
- Me gusta cuando hablas español, se te da muy bien – sonrió, atreviéndose a decir algo más en ese idioma.
- ¿Vas a llevarme a bailar? – bromeó.
- Si quieres – no le di mucha importancia, pero entonces él dijo algo más.
- Me contendré a llegar a casa, no quiero que nuestra primera vez sea en un baño – sonreí, él seguía con sus bromas, y mi teléfono volvió a sonar. Dejé el bocata a la mitad y contesté sin tan siquiera mirarlo. Era Alexia.
- Esta noche salimos, juerga, juerga, uh – escuchaba, sonreí, divertida, en aquel momento no había nada que me pudiese poner de mal humor – Ari me ha dicho que estabas ocupada esta tarde con un maromo, pero por la noche... nada de chicos, nena, ya lo sabes.
- Quiero veros, de verdad, pero esta noche no puedo – contesté, mientras él besaba mi mejilla, entrelazando luego nuestros dedos, haciéndome estremecer.
- No aceptamos un no por respuesta, si no vienes iremos a tu casa y te traeremos de los pelos – tragué duro, sabía que ella era muy capaz de eso – venga nena, anímate y olvídate de una vez del capullo de Moisés. Tienes que salir y demostrarles a todos que lo has superado.
- Está bien – contesté, ya cansada de todo aquello – allí a las doce ¿no?
Mi amiga me vitoreó cuando escuchó aquello y yo aproveché para colgar, mientras él terminaba de masticar su bocadillo. A mí se me había quitado el hambre de golpe.
¿Qué iba a hacer con él? No quería presentarlo como mi novio, porque no lo era.
- ¿Podrías hacerme un favor? – sonrió, terminándose la cerveza, antes de que yo dijese algo más – mis amigos están muy pesaditos, no los he visto desde que me fui, no aceptarán un no por respuesta, así que voy a tener que pasarme a saludarlos al bar de siempre – asintió, calmado - ¿podrías, por favor, actuar como si sólo fuésemos amigos allí dentro? – mi pregunta le sorprendió demasiado, bajó la mirada, defraudado, pero la levantó con rapidez, con una sonrisa de oreja a oreja, sonriéndome – Siento muchísimo pedirte esto, Sergio.
- ¿Iremos así? – preguntó, señalando su atuendo. Estaba guapo, con una camisa y unos jeans, yo iba más informal, con un peto y una camiseta blanca, pero no iba a pararme en casa, sólo iba a saludarlos antes de volver a casa, estaba agotada.
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