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XIV. Placeres y vergüenzas.

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   Nadine y Antonia se encontraban sentadas en la arena disfrutando del sol. Rosadella dentro del bus preparaba las cosas para partir, lo cual no tardaría más de cinco minutos, pero quería buscar una excusa para dejarlas solas. Se debían una charla.
   Luego de calmarse, Antonia había pasado una hora en silencio. Ahora, melancólicamente le contaba a Nadine todo lo que había hablado con Abele, sobre sus sueños y sus aspiraciones. En una noche había desarrollado un vínculo fuerte con el adolescente, para luego ver desaparecer la humanidad de su joven cuerpo con sus propios ojos.

   Rosadella les observaba a lo lejos, no pudo evitar recordar sus extensas conversaciones sobre psicología con Leonardo. Él siempre le mencionaba que era sabido que en situaciones de adrenalina los sentimientos evolucionan más rápido y con más fuerza que nunca. La adrenalina era cosa de todos los días en una crisis climática y una pandemia... En solo una semana, el amor o el odio podían crecer con la fuerza y firmeza que solo se consigue luego de años. Rosadella rio para sus adentros, entendió cuánto lo extrañaba.

   En un mes la relación entre ellas tres había cambiado, evolucionado y avanzado como una montaña rusa. Antonia se sentía sola, era como si despertara de un sueño y de repente había perdido todo... al conocer a Abele pudo sentir como una gran amistad florecería entre ellos, se sentía en sintonía, pero se le fue arrebatado.
   Por otro lado, Nadine se había aferrado a aquel amor hacia Antonia, el cual en realidad se había extinguido mucho tiempo atrás. No fue hasta que volvió a verla que lo entendió. Era casi como aquellas estrellas que brillan mucho después de haber muerto. Tan cegada por ese falso brillo, había tardado en ver la luz que Rosadella desprendía sobre sus días.

   Rosadella no tenía planes, ya había perdido todo antes de la crisis climática. Al desintoxicarse pensaba dedicar su vida a Pangea, dando todo de sí por un mundo mejor. No le interesaba un futuro propio, ella ya había amado y había perdido.

   Sin embargo, cuando conoció a Nadine y la tierra se movió bajo sus pies, entendió que toda su vida la había esperado sin ni siquiera conocerla.


   Nadine intentaba combinar su energía con la de Antonia mientras charlaban, ya que su antigua amiga, su antigua amante, se encontraba demasiado inestable.

   —Nadine...

   —¿Mmm? —dijo Nadine recostada en la arena, con los ojos cerrados. Ya sabía que le diría Antonia, y le aterraba mirarla.

   —Creo que estoy embarazada... —Nadine en respuesta se sentó, abrió los ojos y la miró esperando a que dijera algo más. Exactamente como esperaba, Antonia continuó—: Perdona no habértelo dicho antes, pero lo peor de la desintoxicación había pasado y Leonardo me ayudó a hablar de las fiestas... comencé a sufrir náuseas, dolores de espalda, entre otros, pero tú sabes que esos síntomas son parecidos a la regla, pero la regla nunca llegó. Y honestamente hace meses no la tengo...

   »Cuando comenzamos el viaje, entre tanto aire fresco intenté hacer cuentas, lo cual trajo horribles recuerdos... Pero poco después, pude sentir como mi barriga crecía. —Finalizó con una sonrisa.

   —...No te preocupes —dijo Nadine con los ojos brillosos—. En un par de días estaremos en Islandia y allí habrá médicos.

   Por suerte, Rosadella la había preparado para este momento aquella noche en la cafetería. Le dio todos los consejos que Leonardo le había dado antes de partir. En una situación tan delicada no podían contradecirla, pero al mismo tiempo no podían ser parte de la mentira. Debían retrasar el tema lo más posible, el personal médico se encargaría en Pangea, ellas solo deberían estar allí para apoyarla, al menos Nadine; Rosadella tenía planes de no volver a verla jamás.

   Antonia era una adicta, sufría de estrés postraumático y depresión. Todo eso la había derivado en un inevitable estado de gestación fantasma. El miedo a quedar encinta después de tanto abuso había plantado aquel pensamiento obsesivo en su mente. El cual luego se había convertido en una falsa esperanza, un intento desesperado de su mente por no colapsar.

   Nadine la miraba como emocionada hablaba sobre todo lo que haría y no haría como madre. Se sentía morir cuando la miraba, en una época la había amado con todo su ser, pero ahora no podía encontrar rastros de esa persona. La seguía amando pero no de la misma manera, ya no era un amor romántico. Su relación se había basado en la dependencia emocional de parte de ambas desde el momento que se conocieron, ahora las cosas habían cambiado.

   En un momento dado, Antonia gritó de alegría y comenzó a reír. Tomó las manos de Nadine, las colocó en su barriga y llorando de felicidad le dijo que podía sentirlo moverse, que presentía que era un niño. Nadine en cambio no sentía movimiento alguno, por lo que no pudo más y comenzó a llorar. "Que dulce eres, Nadine" dijo Antonia al tiempo que la abrazaba, malinterpretando una vez más su llanto.

   —Rosadella nos debe estar esperando —dijo al fin, no podía sostener más dicha conversación.

   Nadine se puso de pie, se sacudió la arena de la ropa y ayudó a Antonia a hacer lo mismo. En aquel momento fue consciente de cada una de las heridas de su cuerpo, la oreja le palpitaba y el rostro le picaba. Antonia comenzó a corretear por la arena persiguiendo unas gaviotas, Nadine no pudo evitar sonreír.

• ────── ✾ ────── •

   Las tres ya se encontraban camino al puerto, podían verlo a los lejos. A su derecha: Ámsterdam, a su izquierda el mar abierto. El sol bañaba cada rincón del paisaje, el calor y la humedad poco a poco se estabilizaban. Los cambios en el clima eran repentinos, impredecibles, pero este mismo ya no azotaba con temperaturas donde ninguna planta jamás podría crecer.

   El puerto era pequeño ya que al fin y al cabo era solo la entrada que llevaba al puerto principal. Pasarelas preparadas para cruceros que ya no estaban ahí, se veían a la lejanía, junto con un grupo pequeño de edificios y postes de luz torcidos por la maleza. La pasarela de agua se introducía en el centro de la ciudad para dirigirse al puerto más grande, pero ellas debían esperar en el pequeño. Si los cálculos no le fallaban a Rosadella, en solo tres días un barco que se acercaba cada semana las recogería para llevarlas a su nuevo hogar.

   Sin aviso previo comenzó a llover torrencialmente, de un segundo a otro se encontraban empapadas, pero continuaron su camino. Luego de casi una hora el agua paró de repente, las nubes desaparecieron completamente para darle paso al sol brillante.

   Tres horas de caminata después, sus pies al fin sentían el contacto del asfalto. Caminar en la arena las había agotado completamente.

   —Creo que lo mejor es pasar los días que faltan... allí —dijo Rosadella al tiempo que señalaba un edificio pequeño, de unos cinco pisos—. Si nos instalamos en el último piso podremos ver el barco acercarse con antelación.

   —¿Cinco pisos de escaleras? —dijo con irritación Antonia.

   —Estarás bien —respondió Nadine, al tiempo que se dirigía a la puerta del edificio—. Estarás bien, Antonia.

   En silencio continuaron caminando. El puerto estaba inundado de plantas que descontroladamente crecían, pequeños barcos a vela ahora servían de hogar para cientos de aves que descansaban paradas en sus astas. La destrucción era igual que en la ciudad, cristales rotos y puertas arrancadas, entre otros. Sin embargo, no podía verse basura por ningún lado, alguien había estado limpiando y arreglando las edificaciones, pero sin parar el crecimiento de las plantas.

   Se cruzaron con tres supervivientes, con pequeñas maletas, quienes las observaron temerosos.

   El edificio era de un tono amarillento, su forma era cuadrada pero sus puntas eran redondeadas. Tenía ventanas por doquier y cuatro puertas principales en la entrada, todas estas destruidas. Verdes enredaderas tomaban las paredes, ingresaban por los huecos y volvían a salir por otros. Pequeños pimpollos naranjas anunciaban una primavera descolocada como si nada hubiese sucedido.

   Dentro, una familia numerosa de supervivientes las saludó amigablemente, pero todo intento de conversación se vio arruinado por la diferencia de idioma. Las tres muchachas hablaban entre ellas en español, inglés y un poco de francés, pero dicha familia era de proveniencia asiática, de un hogar muy humilde donde no habían tenido la oportunidad de aprender más de un idioma. Así que con una educada sonrisa se despidieron.

   El interior era el clásico recibidor de los hoteles, se encontraba completamente patas arriba. Los sofás rasgados dejaban salir su relleno, y las decoraciones de la barra de tragos se encontraban destrozadas en el suelo, en pedazos. La vegetación había crecido de tal manera allí que tenías que convencerte que no habías vuelto a salir. Comenzaron a subir las escaleras de a poco, en dicha travesía se encontraron con dos cadáveres. Uno de ellos asesinado, el otro había acabado su vida con pastillas, al menos eso parecía.

   Faltaban solo dos pisos cuando Antonia comenzó a irritarse.

   —Rosadella esto no es buena idea. No creo que tanto esfuerzo sea bueno para mí...

   —¿Has caminado desde París hasta Ámsterdam, pero no puedes subir cinco pisos? —respondió Rosadella.

   Antonia respondió con un insulto murmurado y continuó subiendo, Nadine no emitía sonido ya que pensaba en su familia. Rosadella pudo ver en su rostro angustia, por lo que le tomó la mano y con una sonrisa continuaron subiendo detrás de Antonia, llevándole su bolso para que no levantara peso, a petición de esta.

   Ya en el quinto piso Rosadella tuvo que abrir la puerta a patadas, ya que la habitación con mejor vista al puerto se encontraba atrancada por la vegetación. En el cuarto golpe la puerta cedió, pero no se abrió, simplemente cayó hacia atrás saliéndose completamente del marco generando gran estruendo al caer.

   —Ups —dijo.

   Rosadella fue la primera en entrar, luego Antonia quien se recostó en un sofá y automáticamente se durmió. Nadine se limitó a pararse en el balcón y observar el horizonte. A pesar de que el barco no llegaría dentro de tres días no podía parar de mirar hacia allí, sabiendo que podría llegar antes. Temía perder la oportunidad.

   Ya era de noche, Nadine había empujado un sofá moviéndolo hasta el gran cristal para poder ver desde allí el mar. Rosadella había registrado el lugar, tomando cosas y dejando otras que solo ocupaban espacio en sus bolsos y en Islandia ya no necesitarían. Nadine no quiso deshacerse del bate, dijo que a su hermana Triana le encantaría. Rosadella se acercó a Nadine y le besó la mejilla brevemente, esta la tomó de la mano y la guío para que se sentara a su lado. Rosadella se acurrucó junto a ella y descansó su cabeza sobre el hombro de Nadine. Y así se quedaron, mirando el horizonte por casi una hora en completo silencio. Con el cangrejo de Wilfred en el regazo de Nadine.

   —No has hablado en todo el día, ¿es por Antonia? —preguntó Rosadella en un susurro.

   —No, a pesar de que pende de un hilo, pronto recibirá ayuda y sé que podrá aguantar hasta entonces... Solo no puedo creer que en menos de una semana veré a mi familia.

   —¿Cómo te sientes?

   —Aterrada... Ya perdí la cuenta hace cuanto tiempo no se de ellos, ha sido un infierno. Y aquel número... Aquel maldito número debe estar mal. —Su voz comenzó a temblar, las palabras se atropellaban.— Quizás contaron mal a mis hermanos, no lo sé, pero yo sé que están bien. Tienen que ser ellos. ¡Después de tanto no pueden no ser ellos!

   —Vale, tranquila —comenzó a decir Rosadella al tiempo que la abrazaba con amor—. Cuéntame de ellos, dime que harás cuando ya estemos todos a salvo.

   —Honestamente... Lo primero que me gustaría hacer es encontrar un árbol, muy grande, como aquel roble donde yo y todos mis hermanos hemos almorzado desde que éramos bebes. Hacer un gran picnic ahí, con las mermeladas de mi madre para el desayuno y almorzar las pastas caseras de mi padre. Probablemente mi hermano le ponga nombre al árbol, mientras Joalí leería una novela romántica. Triana te volverá completamente loca... te va a adorar.

   —Ah, ¿así que ya me toca conocer a mis suegros y cuñados? —Rio Rosadella. Lo cual provocó que las mejillas de Nadine se volvieran rosadas en el instante.

   —Pues... si quieres. No tienes por qué... —Comenzó a balbucear Nadine, pero se vio interrumpida por un dulce beso de Rosadella, quien luego besó sus mejillas.

   —No puedo esperar, suenan maravillosos. —Un beso más en la frente y prosiguió—: ¿Luego qué más haríamos?...

   Fuera había comenzado a llover con furia. Como cada noche hablaron hasta caer rendidas, abrazadas se durmieron. El reflejo del sol en el mar las despertó, miraron hacia el horizonte pero no vieron rastros de ningún barco.

   Las tres se sentaron en un círculo en la peluda alfombra, tomaron una gran cantidad de provisiones y comenzaron a desayunar. Sin saber cómo terminaron riendo a carcajadas, contando antiguas anécdotas vergonzosas, incluso Antonia contaba sobre el periodo de ambas en la universidad, pero el ambiente no estaba tenso. Rieron todo lo que no habían reído en dos años y luego dieron un paseo por el edificio entero, rebuscando cosas interesantes para pasar el rato. Encontraron una gran cantidad de ropa, por lo que decidieron ponerse las que más les gustaba.

   Antonia se había puesto un largo vestido blanco, de estilo bohemio, se había cepillado el cabello el cual había recuperado al fin su brillo, caía por sus hombros y espalda. Su pequeña barriga sobresalía del vestido. Nadine se decidió por un esmoquin verde esmeralda, le quedaba espectacular. En el bolsillo frontal de la chaqueta descansaba el cangrejo de Wilfred. Rosadella se decidió por unos vaqueros, una camisa holgada color crema y una chaqueta deportiva roja demasiado grande para ella. Una coleta baja le devolvía aquel efecto juvenil, el cual la pandemia le había arrebatado a las tres.

   Nadine observaba el paisaje a través de la ventana, recordando las charlas con sus hermanas y las travesuras de su pequeño hermano. Recordaba cómo le gustaba sacar fotos de sus padres a escondidas, se veían adorables cuando distraídos se miraban con ojos de amor. El flash de una cámara a su lado llamó su atención. Se dio la vuelta y allí estaba Rosadella con una cámara instantánea en un mano, en la otra agitaba la foto que acaba de salir, donde podía verse a Nadine de pie, sonriendo distraída en sus pensamientos.

   Pasaron la siguiente hora jugando con dicha cámara. Hasta que Antonia, agotada por su estado, se recostó en un sofá con ropa de niño en la mano y se quedó completamente dormida. En silencio, Rosadella y Nadine la dejaron descansar y volvieron a su habitación, donde olvidaron por completo mirar el horizonte.

   Rosadella se apoyó en el respaldo del sofá y con ambas manos tomó de la ropa a Nadine, la atrajo hacia sí y la besó. De un segundo a otro el corazón de Nadine pareció explotar. Tomó el rostro de Rosadella entre sus manos y no pudo evitar sonreír al sentir los suaves labios de Rosadella. Así permanecieron unos minutos hasta que Rosadella dijo:

   —Aún queda un papel. —En su mano levantaba la cámara.

   Sin decir nada Nadine se paró a su lado, abrazándola por la cintura y colocando su rostro en su hombro. Ambas con el mar a sus espaldas, el corazón acelerado y el rostro caliente, sonrieron a la cámara; Rosadella mostrando su perfecta dentadura, Nadine con la boca cerrada y ligeramente torcida en una simpática mueca.

   Cuando la foto estuvo clara ambas sonrieron ante tan lindo recuerdo creado, luego se voltearon a ver el mar. Aún no había señales del barco.

   Rosadella guardó la foto en el bolsillo trasero de sus vaqueros, se paró frente a Nadine y mirándola fijamente dijo:

   —Creo que te quiero.

   —Yo estoy segura de que te quiero.

   En silencio se miraron, para acabar estallando en una carcajada sincera. En muy poco tiempo ambas se habían vuelto todo para la otra. El plan de Rosadella era esperar hasta estar en Islandia para declararse, pero era un amor demasiado grande para no ser dicho.

   —Nadine... quiero estar contigo, después de tanto tiempo me has devuelto las ganas de vivir. Definitivamente te quiero, tú eres mi familia.

   Sin decir más, Nadine la tomó del rostro y la besó apasionadamente. Rápidamente dieron la vuelta al sofá, se recostaron allí y continuaron besándose y riendo. Sus manos recorrían el cuerpo de la otra con urgencia, quitando las prendas de ropa que con tanto cuidado habían elegido. Besaron y acariciaron cada centímetro del cuerpo de la otra, aprendiendo sus lunares, sus cosquillas, sus inseguridades y sus cicatrices. Conocían el alma de la otra a la perfección, esa noche conocieron sus cuerpos, sus placeres y sus vergüenzas.

   Rosadella no había vuelto a tener una relación romántica desde que su pareja se había suicidado, su amor no había sido dañino para nada. Lo único que lo dañaba eran las sustancias. Se habían amado con sinceridad y respeto. Pero jamás se había sentido tan en sintonía como lo hacía ahora con Nadine, piel con piel. Quien su única relación romántica había estado llena de falsas promesas, mentiras y miedo. Se había aferrado a una imagen de Antonia que jamás había existido, la había idealizado por completo. Sin embargo, al conocer a Rosadella pudo ver con claridad cada uno de sus defectos y aun así desde el primer día la hizo sentir como en casa. Tardó en entenderlo, pero la amó desde el momento cero... Rosadella le había enseñado lo que en realidad era el amor, mostrándole incluso como amarse a ella misma.

   La noche que se dieron su primer beso, ninguna dudo que su lugar estaba donde se encontraba la otra. Que un vínculo invisible conectaba sus caminos esperando a que sea el momento de encontrarse. La vida las puso frente a frente como si de un regalo se tratara. Enseñándoles que cuando te enamoras de tu alma gemela, todo es fácil. No hay nada que forzar, nada que pulir, nada que pensar, es ahí y sus corazones que latían con fuerza no lo dudaban.

   Y mientras recorrían el cuerpo de la otra, se fundían en un solo cuerpo, las piezas encajaban. Las más grandes tragedias se habían interpuesto en su camino, pero jamás iban a abandonar aquello que tenían. Sus pieles habían anhelado el tacto desde siempre, ahora el tacto quemaba. Les dejaría cicatrices, no olvidarían jamás aquel momento.

   En los brazos de la otra dormían. Comenzaba a amanecer, y muy a lo lejos podía verse una pequeña figura navegante.

   La mañana siguiente llegó, volvieron a ponerse aquellas ropas tan bonitas. Nadine comenzó a empacar mientras Rosadella iba en busca de Antonia. Nadine se aseguró de no olvidarse la sudadera que Rosadella le había regalado, algunos libros para su familia y todas las fotos que habían sacado, excepto la última que seguía en los vaqueros de Rosadella.

   Antonia empacó toda la ropa para infantes que encontraba al tiempo que frenéticamente preguntaba si el viaje en barco le haría mal.

   Rosadella sonriente le decía que todo estaría bien.

   —¿Vamos, preciosa? —exclamó Rosadella de pie en la puerta. Cargaba su bolso y el de Antonia, quien se mantenía de pie a su lado mordiendo sus uñas.

   Nadine se había mantenido hipnotizada mirando el horizonte, el cual se encontraba libre de nubes, se dio la vuelta con una sonrisa y comenzó a gritar y a correr hacia Rosadella. "¡Lo veo! ¡El barco, allí está! ¡Veré a mi familia!". Rosadella soltó los bolsos en el suelo y con ambas manos levantó a Nadine quien de un salto enredó sus piernas en su cintura. Intentaban besarse, pero sus propias risas las interrumpían.

   Antonia se limitó a observar el navío.

   Casi saltando, la pareja comenzó a bajar las escaleras, a menudo debían detenerse y esperar a Antonia quien bajaba con gran lentitud. Aprovechaban esos momentos para charlar entre ellas como dos chiquilinas, llenas de alegría reían y se besaban.

   Al salir del edificio pudieron ver el barco con claridad.

   Un antiguo barco pesquero se acercaba con lentitud. La palabra Pangea se encontraba escrita en todos colores en toda su estructura, una y otra vez. Por diferentes personas, diferentes manos. Era como ver un sueño, su naturaleza de otra época, bañado en colores, generando espuma a su paso, reflejaba arcoíris en el agua y su enorme sombra se extendía por las olas.

   En ese momento comenzó a llover a cántaros generando fuertes olas, pero no más fuertes que Pangea. Avanzaba impenetrable hacia la pasarela donde alrededor de quince sobrevivientes lo esperaban esperanzados.

   Nadine no pudo contener su emoción y comenzó a correr bajo la lluvia hacia la pasarela. Rosadella riendo, pasó su brazo por los hombros de Antonia, en un intento de protegerla de la lluvia y continuaron caminando.

   Las tres, ya de pie en la pasarela, en silencio boquiabiertas miraban el barco el cual comenzaba a girar ligeramente, poniéndose en la posición correcta para subir a los pasajeros. Las nubes volvieron a desaparecer, el sol volvió a brillar con fuerza.

   —No puedo subirme ahí —sentenció Antonia.

   —¿De qué hablas? ¡Claro que sí! —dijo Rosadella volteándose un segundo para mirarla, sin perder la alegría.

   —No voy a subir. Me quedo aquí, es muy peligroso. No estaría arriesgando solo mi vida, ¡estaría arriesgando dos! —Comenzó a gritar con una furia desquiciada, provocando que los supervivientes se voltearan a verla con precaución. Lentamente comenzaba a caminar hacia atrás.

   La sonrisa de Rosadella había desaparecido, en silencio la miraba enojada. Nadine en cambio la miraba desesperada.

   —Antonia no seas ridícula. Es un viaje corto y el barco es fuerte. Estarás más segura del otro lado que aquí.

   —Eso tú no lo sabes. No tienes la mínima idea de lo que hay allí. ¡¿Qué tal si todo es una mentira?!

   —Antonia no grites, asustas a la gente. —La preocupación crecía en el pecho de Nadine. La falta de paciencia de Rosadella podía oírse en cada maldición que soltaba.— No sé qué hay del otro lado, en eso tienes razón, pero estoy segura que será mejor que aquí...

   —¿Qué no lo ves? Las cosas han cambiado aquí. —Antonia suplicaba, tomó las manos de Nadine y continuó—: Quédate conmigo, es muy peligroso cruzar, podemos volver a empezar.

   Rosadella soltó una risa incrédula, Nadine frunció el ceño y apartó sus manos del agarre de Antonia.

   —No. Voy a cruzar, voy a ver a mi familia. Rosadella se viene conmigo y tú también. —Nadine, agotada, tomó el brazo de Antonia y comenzó a arrastrarla al barco, donde los otros sobrevivientes comenzaban a subir. Antonia como solía hacer, comenzó a gritar.

   Rosadella las seguía en silencio, a medio metro de ellas, incómoda por la escena que Antonia estaba montando.

   De un momento a otro, con su mano libre Antonia tomó el bate que colgaba del bolso de Nadine, quien automáticamente la soltó asustada ante el grito de advertencia de Rosadella.

   Se encontraban en triángulo. La espalda de Antonia daba a un contenedor, la espalda de Nadine al barco y la de Rosadella al agua.

   —Antonia... estás cometiendo un error —suplicaba Nadine.

   —Yo no soy la que irá hacia el matadero. Morirán. —No podía verse una pizca de cordura en los ojos de Antonia.

   —Baja el maldito bate —dijo Rosadella seria. La respuesta de Antonia fue escupirle el parche del ojo. Rosadella furiosa la empujó—. ¡¿Quieres que te saque ambos ojos?!

   —Rosadella tranquila —decía Nadine. Luego se acercó a tomar el bate—. Antonia, por favor.

   Antonia bateó el arma golpeando la prótesis de Nadine, soltó un crujido horrible. Rosadella saltó sobre Antonia cayendo ambas al suelo, luchaban por la posesión del bate. El brazo del esmoquin quedó completamente rasgado, Nadine lo miraba aturdida, tenía náuseas.

   Tan distraídas como estaban no lograron ver como dos voluntarios de Pangea bajaban del barco sigilosamente, con tranquilizadores en su mano. Se encontraban a gran distancia, pero lograban reconocer a Rosadella por la fotografía que Greta les había mostrado.

   Antonia empujó con fuerza a Rosadella, quitándosela de encima, luego ambas se pusieron de pie.

   —¡Me has golpeado la barriga! —Con expresión de pánico metió la mano debajo del vestido para luego sacarla y mirarla—. ¡Estoy sangrando! ¡sangre!

   Pero su mano se encontraba completamente limpia de sangre. Rosadella abrió la boca para decir algo, pero antes de que pudiera emitir palabra cayó al agua. Impulsada por una patada en el pecho de parte de Antonia, quien gritaba llamando a su bebe.
   El sonido del cuerpo al caer al agua despabiló a Nadine, corrió hacia donde había caído Rosadella, luchaba por volver a subir. Nadine le extendió la mano y la ayudó a salir del agua. El golpe en el pecho le había cortado la respiración y había tragado gran cantidad de agua salada. Nadine se dio la vuelta y comenzó a gritarle a Antonia quien aún sostenía el bate, mientras miraba aquella sangre inexistente en su mano, llorando.

   —¡No estás embarazada! ¡Nunca lo estuviste! No subas al maldito barco si no quieres, pero Rosadella y yo nos vamos de aquí. —Nadine comenzó a acercarse a Antonia, la furia de aquella noche cuando Rosadella había perdido el ojo estaba volviendo poco a poco. Su tono de voz estaba cargado de crueldad.— Tu mano está limpia, no puedes quedar embarazada y nosotras nos vamos. Felicitaciones, te quedaras sola, lo lograste.

   Rosadella, con las rodillas y las manos como apoyo en el suelo comenzó a vomitar. Nadine se dio la vuelta, tomó los bolsos y comenzó a acercarse a ella con decisión. Su paciencia y bondad habían llegado a su fin, no le debía absolutamente nada a Antonia y pensaba abandonarla allí. Ya no importaba lo que habían significado una a la otra en el pasado, aquellas dos personas ya no existían.
   Rosadella levantó la mirada, se encontró con la miel en los ojos de Nadine. Extendió su mano hacia ella, sus dedos comenzaron a tocarse y entrelazarse.

   El bate golpeó con fuerza la cabeza de Nadine, provocando que caiga violentamente hacia un costado, como si de un muñeco se tratara. Antonia había depositado toda su fuerza en aquel golpe, tropezando luego de hacerlo. Rosadella gritó horrorizada.

   Un fuerte viento comenzó a soplar. El cielo seguía despejado, pero el viento era tal que generaba un sonido ensordecedor. Antonia en el suelo observaba el rostro desfigurado de Nadine, donde la sangre brotaba desde el interior de su oreja y nariz. El viento movía su cabello y su vestido, manchado con la sangre de Nadine.

   Rosadella desesperada se arrastró hacia Nadine, arrodillada la tomó en sus brazos. Esta lloraba y se encontraba completamente desorientada, no lograba ver nada. Los recuerdos de su familia, Wilfred, Antonia y Rosadella se mezclaban en su mente. Un hilo de sangre caía por la comisura de su boca.

   —Preciosa, mírame. Estás bien, tranquila. —Tomó la mano de Nadine y la colocó en su rostro.— Estoy aquí, estarás bien. Te amo, Nadi, vámonos a casa...

   El cuerpo de Nadine convulsionó ligeramente, sus ojos se inyectaron en sangre. Su cabeza cayó con un golpe seco hacia atrás. La mano en el rostro de Rosadella cayó también. Rosadella comenzó a llorar y a gritar, al tiempo que abrazaba su cuerpo sin vida.

   —Nadine tranquila, Pangea ya está aquí. Estarás bien, vámonos a casa, preciosa...háblame.

   Un dardo tranquilizador se clavó en la pierna de Antonia. En silencio miraba a Nadine, se mente no lograba procesar que la había asesinado.

   —¡Nadine, vámonos! ¡Levántate, estás bien! —Rosadella tocaba su rostro frenéticamente, intentando despertarla, con fuerza la levantaba del torso. Sus brazos y cabeza colgaban, la cual Rosadella intentaba levantar, pero volvía a caer.

   Nadine se había ido, pero Rosadella no podía aceptarlo, no otra vez.

   —¡No! ¡No, no! —Los voluntarios de Pangea se mantenían de pie, al lado de ella esperando.— ¡Estamos muy cerca de lograrlo Nadine!, ¡estás bien, ya levántate! ¡Me prometiste una vida a tu lado!... —Besó sus labios y sollozando le susurraba una y otra vez—: Tu familia te espera...

   Comenzó a gritar al cielo como un animal lastimado. Sentía como su corazón se desgarraba, podía verla sonriendo en su mente. La camisa de Rosadella completamente teñida de rojo por la sangre de su amada, se agitaba con fuerza a causa del viento.

   —Tu pequeño amigo me dejó en claro que tu corazón ya pertenecía a alguien decía Rosadella al tiempo que se ponía de pie, para luego apoyar las manos en el respaldo del asiento al tiempo que se inclinaba hacia Nadine. Una lástima, de verdad, podrías haberte quedado como voluntaria... conmigo.

   Dos voluntarios la tomaron de debajo de los brazos, ella luchaba por no ser separada de Nadine, pero ya no le quedaban fuerzas. Logró tomar el cangrejo de Wilfred antes de estar demasiado lejos para alcanzarlo.

   En la ópera, Leonardo observaba a Rosadella. Era su turno de hablar, pero continuaba mirándose con Nadine, quien la observaba seria.

   Más voluntarios habían bajado para ayudar. Uno llevaba a Antonia inconsciente en brazos, como si de una princesa se tratara; otro llevaba los tres bolsos. Los dos restantes intentaban llevarse a Rosadella, quien con toda la fuerza que le quedaba luchaba, suplicando que no la dejaran ahí. Que por favor la llevaran a ella también, que estaba bien y que había luchado muchísimo por llegar allí.

   —¡¿Qué les pasa?! ¡¿Por qué no me oyen?! —lloraba—. ¡Nadine!

   En ese momento un dardo tranquilizador que le habían disparado sin que ella ni siquiera lo notara, hizo efecto. Completamente inconsciente la arrastraron hacia el barco. El cuerpo sin vida de Nadine continuaba con los ojos abiertos, mirando hacia el barco.

   —Creo que te quiero.

   —Yo estoy segura de que te quiero.


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