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XII. Viejo continente.

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   Desde el incidente los días transcurrían como un sueño. Rosadella caminaba al frente, con su mapa guiaba el camino; sufría gran dolor, pero podía continuar el camino. A veces la herida le volvía a sangrar, pero lentamente la herida comenzaba a cerrar y cicatrizar. Nadine caminaba tres metros detrás de ella, en completo silencio sin levantar la vista del suelo, con el cangrejo de Wilfred colgando de su cinturón. Unos cuantos metros detrás estaba Antonia. A menudo se atrasaba, distraída revisando rincones, automóviles y bolsos. Debía trotar para no perderlas de vista.

   Los pocos intentos de conversación habían terminado en discusiones, y algunos en ligeras agresiones. Por lo cual cuando caía la noche o se detenían a alimentarse no se dirigían palabra alguna. Las tres ignoraban constantemente su presencia, al mismo tiempo de que se encontraban pendientes una de las otras.

   Llevaban consigo un cuaderno de cuero rojizo donde apuntaban toda la información que pudiera resultar útil. Por las mañanas, al tiempo que caminaban, Rosadella iba escribiendo apuntes sobre los cambios en el clima y los animales vistos. Al acabar el descanso del mediodía se lo dejaba a Antonia, sin mirarla lo colocaba a su lado. Ella no escribía nada, simplemente leía... su única observación era que no había logrado encontrar ningún tipo de sustancia, ni siquiera en Bélgica, pero no tenía intenciones de apuntar aquello.
   Por último, en la noche quedaba en posesión de Nadine, quien al ver lo que escribía Rosadella se centraba más en el comportamiento de los supervivientes y los pocos ahogados que habían visto.

   Cuando terminaba de escribir, Nadine leía una y otra vez los apuntes de Rosadella, se moría por hablarle, pero sabía que las cosas estaban mejor así. En cambio, esta misma evitaba leer a toda costa los apuntes de la otra... le dolía demasiado lo mucho que la extrañaba.

   Podía verla ahí, cerca de ella, durmiendo o tomando agua. Se moría por correr hacia allí y abrazarla, pero la situación era demasiado frágil.

   Antonia, sin embargo, no lograba retener lo que leía, además no le importaba. Sentía que se estaba volviendo completamente loca. Podía recordar con demasiada claridad cada día en la fiesta. Recordaba cada persona que la había utilizado como si de un objeto se tratara, recordaba cada cosa que ella había hecho y dado por un poco de sustancias. Durante las noches no podía dormir pensando en aquel hombre, en su última noche ahí, el cual le había dejado marcas imborrables para toda la vida. También recordaba cómo había sido bañada en su sangre... se sentía sucia todo el tiempo.

   Tantos tormentos, tanta abstinencia, la hacían sentir enferma constantemente.

   En la ciudad de Bélgica, los apuntes en el libro se duplicaron:

   "El frío durante de las noches dejó de ser mortal hace unas cuantas semanas (sin conocimiento de la fecha exacta de dicha modificación). El calor sigue siendo alto para esta época del año, pero poco a poco soportable. La humedad ya no es tan sofocante, incluso casi no logra sentirse cuando no llueve. El agua de lluvia ya no tiene altas temperaturas.

   Cada día logro divisar al menos un rayo de sol que se filtra entre las nubes por unos segundos.

- Rosadella. Abril 2036. Bélgica."


   A menudo podían ver a un superviviente siendo alcanzado por un minúsculo rayo de sol. Automáticamente las personas se quedaban quietas, de cara al sol, con los ojos cerrados y una pequeña sonrisa. Algunos incluso lloraban.

   El contacto con el sol era escaso, los supervivientes aún más.

   "Antes de Bélgica: Un superviviente (hombre solitario en una casa, indiferente ante nuestra presencia). Un ahogado (no seguro), pudimos verlo a los lejos saltando desde un acantilado.
   Ya estamos a medio camino de la ciudad, un par de días más y habremos salido camino a Ámsterdam. Hasta ahora logré contar 8 supervivientes. Todos nos ofrecieron ayuda, lucían saludables a pesar de la situación y la esperanza podía verse en sus ojos.
   Ahogados: 0.

- Nadine. Abril 2036. Bélgica."

   Antonia vomitaba cada mañana, apenas tenía apetito. Había comenzado a dormirse en cada pausa que hacían para descansar, el cabello se le caía a mechones. Desde que habían entrado en la ciudad se encontraba atenta a cada sonido, tratando de detectar si había alguna fiesta en las cercanías. Rosadella y Nadine no lograban descifrar si huía de ellas o las buscaba.

   "Bélgica se encuentra más en pie que Francia, claramente puede verse que los supervivientes hicieron los arreglos que pudieron. Al mismo tiempo, la flora se está apoderando completamente de cada edificación, una gran maleza de color verde inunda cada rincón.

   Sorprendentemente he perdido la cuenta de la cantidad de animales que he visto, se pasean como si de su hábitat natural se tratara... es casi como si reclamarán lo que una vez suyo fue. Se encuentran en perfecto estado, a diferencia de los animales que veíamos hace unos meses, luchando por sobrevivir en un ambiente tan hostil.

- Rosadella. Mayo 2036. Bélgica."

   Lo que ellas no sabían es que los cambios que ellas anotaban en su libro sucedían en el mundo entero. El orden natural de las cosas volvía todo a su sitio, antes de la pandemia, mucho antes de que las acciones de la humanidad provocarán daños irreversibles.
   El mundo había evolucionado. Greta no tenía dudas: como a menudo sucede en la naturaleza, el planeta detectó una amenaza en su ecosistema y había puesto el orden y las especies de cabeza para arreglarlo.

   En California pavos reales se pasean elegantes por las calles, ante la mirada estupefacta de los supervivientes. En Madrid y Barcelona, los jabalíes corretean por las calles produciendo con sus patas y el asfalto un sonido encantador.
   En Asturias, mamá oso se relajaba sentada en una plaza, mientras sus cachorros investigaban cada rincón donde los turistas solían pasear. En Panamá, mapaches pescaban su cena con tranquilidad, luego de años de comer nuestras basuras.
   Delfines en los canales de Venecia, bandadas de cientos de pájaros en las copas de cada árbol de cada calle. Zorros, coyotes, cisnes y lobos marinos reclamando lo que era suyo por derecho.


   "Esta vez los atemorizados somos nosotros, esto llevó a la liberación de quienes nos tenían miedo.

- Rosadella. Mayo 2036. Bélgica."

   La herida de Rosadella había dejado de ser un problema, ya no sangraba y la piel comenzaba a curar. Decidió cambiar aquellas vendas por un parche que había tomado de una tienda de disfraces. Era del color del cuero y tenía una pegatina de calavera, la cual Rosadella le había arrancado con paciencia con la ayuda de su navaja... mientras observaba a las otras dos jóvenes. El comportamiento de Antonia no le había pasado desapercibido, tampoco la reacción de Nadine ante esto.

   Esa tarde, Rosadella se armó de valor y se atrevió a mirar el rostro de Antonia, abrió la boca para decir algo pero Antonia se le adelantó:

   —Lo siento muchísimo...

   Rosadella se quedó de piedra. Con las emociones desbordadas y los puños apretados se dio media vuelta y se alejó, dejando a Antonia sentada con libro y lápiz en la mano. Nadine observaba a la distancia, para su sorpresa vio como esta tomaba el lápiz y comenzaba a escribir frenéticamente.

   Esta acción le pasó desapercibida a Rosadella, la pérdida de un ojo no era algo que se tomara a la ligera. No quería volver a ver a Antonia en su vida, pero sabía que lo mejor era dejar la situación como estaba hasta que llegaran a Islandia. Mientras tanto debía mantenerse serena. Tenía la certeza que a pesar de todo un fuerte vínculo aún unía a Antonia y a Nadine. El solo sonido de su voz, la ponía de los nervios... pero bastaba con voltear y mirar a Nadine, automáticamente la paz invadía su cuerpo. Al verla, sabía que haría cualquier cosa por ella.

   Se encontraba de cara a una pared, con ambas manos apoyadas en esta. A su lado un café abandonado se encontraba sepultado en enredaderas. De repente observó con atención el suelo, donde podía verse cruces en la acera, generando una línea. Rápidamente se enderezó, agarró su mapa, lo desdobló y leyó. Habían llegado a la frontera de Holanda.

   —Ya casi... —dijo para sí misma. Sin embargo, Antonia estaba a su lado mirando el suelo, seguida por Nadine.

   Sin despegar la mirada del suelo, Antonia le entregó el libro a Nadine: ya era su turno. Sin decir palabra las tres al unísono cruzaron aquella frontera, esa línea invisible que los humanos habíamos inventado para separarnos unos a otros. Se adentraron en aquel café y se acomodaron para pasar la noche allí.

   En el interior podía verse que los dueños habían creado un ambiente acogedor, con mimbre y macetas colgantes, colores pasteles decoraban el lugar. Con las enredaderas que cubrían cada calle y cada edificio, le daba un efecto como si de otro mundo se tratara.

   Sobre la barra del café iluminaba la única vela que habían prendido. Rosadella parada del lado del barista, con las manos en la encimera dejaba caer el peso de su cuerpo hacia adelante. Observaba la llama de la vela danzar. Nadine, en un taburete recostada sobre la encimera leía los apuntes de Antonia; era difícil, eran fechas y números desordenados.

   En el umbral de la puerta Antonia observaba a lo lejos unas luces que provenían de un edificio, se encontraba en el camino que recorrerían al día siguiente. A través de los cristales podía ver los movimientos de los perdidos en la "fiesta". Se mantenía inmóvil, con los ojos vidriosos, mirando aquel punto fijo y la boca ligeramente abierta. Recuerdos de las fiestas en las que había participado provocaban pequeños espasmos en su cuerpo. Una lágrima silenciosa caía por su mejilla, reflejando la luz de la vela.

   Reinaba el silencio entre ellas. Cruzar a Holanda había aliviado un poco la atención, pero las acciones no se borran ignorando que pasaron.

   Rosadella observaba el rostro de Nadine, la llama no era tan interesante de observar cómo el rostro de aquella quien le debilitaba cada una de sus extremidades con una sola mirada. Lentamente observaba cada uno de sus lunares, sus cejas despeinadas y la curva de sus labios. A través de sus ojos podía ver cómo se esforzaba por entender las cifras de Antonia, ella no necesitaba leerlo, ya sabía de qué trataba.

   Leonardo y Álvaro le habían advertido.

   Se movió unos centímetros hacia la izquierda quedando frente a Nadine, quien sin moverse la miró directo a los ojos. No hablaron, simplemente se observaron, estaban tan cerca que sus respiraciones se mezclaban. Cada célula de Rosadella se moría por besarla, pero no era el momento... sin embargo, en ese instante Nadine dejó de mirar sus ojos, para mirar sus labios y luego volver a sus ojos. Ante esto, la única respuesta de Rosadella fue extenderle un lápiz, recordando a Nadine la primera vez que hizo eso en la ópera, cuando Wilfred aún vivía.

   Sin decir palabra Nadine tomó el lápiz. Sin entender que buscaba lograr bajó la vista hacia el papel, comenzó a ordenar las fechas de Antonia, analizar las frases y completar las letras faltantes. Guiándose por los cálculos de Antonia, los cuales se encontraban anotados en toda la página. Comenzó a tachar todo lo que parecía no tener importancia, al final, el resultado era claro:

   "Última vez: hombre asesinado por Nadine ¿Noviembre?
   Última menstruación: desconocido.

- Antonia. Mayo 2036. Bélgica/Holanda."


   Boquiabierta, Nadine se sentó lentamente y miró a Antonia.

   —Nadine, no es lo que crees... —Rosadella le había tomado las manos, y en un susurro la llamaba.— Escúchame, puedo explicarte.

   —Espera. —Nadine se dio la vuelta, quedando cara a cara con Rosadella, susurró—: ¿Tú sabías de esto?

   —No está embarazada.

   La mueca de incredulidad de Nadine era tal que por poco era digna de comedia.

   —Rosadella, ¿de qué mierda hablas? —dijo cuando recuperó el habla—. Sé más clara... carajo.

   —Preciosa... no puede. Álvaro hizo todas las pruebas que tenía en su mano, y luego de hacerle un par de preguntas llegó a la conclusión de que es incapaz de tener hijos. Durante esas fiestas, quedó embarazada múltiples veces y en todas los perdió por las condiciones... destruyendo su sistema reproductor.

   Nadine no hablaba, estaba demasiado atormentada por imágenes horribles de las cosas que le habían hecho a Antonia. Por ende, Rosadella continuó:

   —Si no la hubieses encontrado... ya sabes que después de pasar algo así quedan restos en tu cuerpo que pueden llevarte a la muerte.

   —... ¿Cómo explicas...? ¿Ella cree estar embarazada? ¿Y por qué nadie nos informó sobre esto?

   —Puede ser por muchas razones, no hay manera de saberlo con certeza. Aunque tenemos sospechas de que puede ser, ya sabes... Leonardo me ha dicho...

   —¿Qué? Habla Rosadella.

   —Preciosa, no les dijimos nada porque ni tú ni ella estaban en condición de obtener una noticia de tal índole, les iba a contar cuando fuera el momento, tienes que creerme.

   —¿Qué pinta Leonardo en todo esto? —Rosadella no respondió, por lo cual Nadine insistió—: ¡Habla!

   —Me dijo que en su primera sesión se la pasó hablando de sus embarazos, una relación de amor y odio luchaba en su interior. Contaba desesperada pero con un brillo de esperanza las veces que había notado síntomas de embarazo. Luego contaba aliviada, pero con odio, cuando despertaba y descubría sus pérdidas... Habló de eso durante tres horas. Leonardo me advirtió que no era algo común pero que ella tenía muchísimas posibilidades...

   —Basta —interrumpió Nadine cubriéndose los ojos abrumada, todo encajaba en su mente y ahora podía entender todo—. No lo digas, por favor.

   —No sé cómo tratar esto Nadine, es una situación muy delicada. —Rosadella susurraba, en su rostro y en el temblor de sus manos podía verse el estrés que aquella situación le estaba generando.— Leonardo me ha dicho que en caso de que suceda tenemos que mantenerla tranquila hasta llegar a Islandia.

   —¿Realmente crees que es un embarazo psicológico? —Nadine se había descubierto los ojos y miraba a Rosadella, desesperada.

   —Leonardo y Álvaro me advirtieron que sería tan convincente, que incluso nosotras podíamos llegar a dudar —respondió Rosadella al tiempo que asentía con la cabeza.

   Ambas se voltearon a ver a Antonia, se había recostado en una silla apoyando los pies en otra, de cara a la fiesta en la lejanía. Trenzaba su cabello distraída en sus pensamientos.

   Esa noche ninguna de las dos durmió, se mantuvieron despiertas hablando. Poco a poco la incomodidad entre ellas desapareció. Rosadella acabó por sentarse en un taburete al lado de Nadine, con la mano apoyada en uno de sus muslos. Se habían extrañado horrores.
   Nadine la observaba con una sonrisa, ignorando las mariposas en su estómago que confirmaban sus miedos: se había vuelto a enamorar. Otra vez cometí el mismo estúpido error.
  Rosadella siempre le había dejado claro la atracción que sentía por ella... Sin embargo, su primera y única experiencia en el amor no le había dejado un buen sabor a Nadine. Ambas se deseaban tanto, pero sentían que una barrera invisible no les permitía estar juntas. Querían destruirla, pero no sabían cómo, a pesar de que ellas la habían construido.

   El sol comenzaba a salir, se pusieron de pie y despertaron a Antonia. No había tiempo que perder, en menos de cuarenta y ocho horas estarían en el puerto.

   En silencio comenzaron a caminar en dirección al mar. Ya no era el silencio de antes, los rencores habían desaparecido durante la noche. La confianza jamás volvería a ser la que había sido, pero tres mentes pensaban mejor que una. Y las tres tenían un mismo objetivo: sobrevivir.
   Cada paso que daban las acercaba donde la noche anterior podía oírse la fiesta. Esta vez el silencio era sepulcral.

   La mente de Antonia cada día se enfermaba un poco más, en algún momento de su vida algo se había instalado dentro de sí para destruir todo a su paso.


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