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XI. Frágil como porcelana.

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   Su viaje había comenzado ya hace rato, se sentía como una eternidad y los segundos se arrastraban. No hablaban mucho entre sí, más que nada era Antonia quien hablaba, sin parar. Rosadella le respondía un poco aturdida por la velocidad en la que las palabras brotaban de su boca. Nadine solo hablaba de ser necesario.

   Caminaban en línea recta hacia Bélgica, debían cruzar por allí para llegar a Ámsterdam.

   Los primeros días caían rendidas en el primer refugio al atardecer, pero cuando ya se encontraban a mitad de camino hacia Bélgica comenzaron a mantenerse despiertas para planificar en caso de que allí se encontraran con problemas, dormían de a turnos.

   En una solitaria pradera cubierta de una densa niebla, se encontraban en una pequeña casa de campo, rodeada de unas veinte más. Solo una de ellas estaba habitada, por un anciano con cara de amargura. Se había negado completamente a hablar con ellas.

   Cada vivienda era igual a la otra, pero todas habían sido modificadas ligeramente, agrandando la cocina, poniendo un cuarto más o una terraza exterior para desayunar en la naturaleza. Se encontraban a un metro del suelo, parecía ser una zona que solía sufrir inundaciones en caso de lluvia, ya que no había fuentes de agua a la vista.
   Al subir los peldaños para entrar en la casa uno de los escalones se había roto, atrapando uno de los tobillos de Rosadella. No había sido nada grave, pero lo tenía bastante hinchado.

   Las tres estaban sentadas en lo que antiguamente había sido un salón. Solo habían revisado la cocina, comedor y salón que se encontraban en una sala común. No había nada que pudiera servirles. Las puertas de las habitaciones se encontraban atrancadas y un fuerte olor emanaba de ellas, por lo cual desistieron de abrirlas.
   Las paredes de excesiva decoración repletas de estanterías con diferentes figurillas de porcelana sorprendentemente intactas y las cajas de juegos de mesa por doquier, generaban un efecto entre sombrío, nostálgico y acogedor, era extraño. Dos sofás se encontraban frente a frente, con una mesa ratona en el centro, donde descansaba un juego de mesa a la mitad. Observarlo generaba tristeza, podías imaginar a una familia obligada a huir de su hogar en medio de una noche de júbilo.

   En un sofá se encontraba Antonia, sentada con ambos pies en el suelo, quien se negaba a apoyar su espalda en tal repugnancia, como había dicho ella. Hablaba atropellando las palabras al tiempo que era escuchada por Rosadella y Nadine.
   Rosadella se encontraba con las piernas cruzadas sobre el otro sofá, mirando a Antonia. Nadine estaba sentada sobre el apoya brazos junto a ella, mirando por la ventana la oscuridad de la noche.

   —¿Sabes? No creo que sea necesario que evitemos pasar desapercibidas en Bélgica. —Antonia hablaba mientras frenéticamente movía las manos.— Quizás haya alguien que nos ayude y podría facilitar...

   —¿Ayudar con qué? —interrumpió Rosadella.

   —¡Pues con tu tobillo! Tía, mira como lo tienes —rio incrédula.

   —Antonia... mañana ya voy a estar como si nada hubiese pasado. Apenas me doblé el tobillo, nada más.

   Continuaron hablando del asunto mientras Nadine se ponía de pie y se acercaba al cristal, para apoyar su mano en ella. De tanto observarla había notado que no se había formado la habitual capa de hielo, y al apoyar su mano se encontró con que ya no generaba ese efecto adherente.

   —No sabía que se me veían los pies... —dijo Wilfred en su mente.

   De un salto se alejó del cristal y pasando frente a las muchachas se dirigió a su bolso y comenzó a hurgar en él.

   —Pero te duele. ¿Verdad? —continuaba Antonia, insistente, mirando fijamente a los ojos de Rosadella.

   —Si, naturalmente. —La mirada de Rosadella iba de Antonia a Nadine.

   Ante esto, Antonia se distrajo y poniéndose de pie le dijo a Nadine:

   —¿Qué buscas?

   Pero no fue oída.

   —El duelo de miradas es mi espacialidad —continuaba Wilfred, en los recuerdos de Nadine.

   —¡Nadine te estoy hablando! —Antonia desesperada empujó a Nadine en un intento de llamar su atención, pero esta perdió el equilibrio y cayó torpemente. Estiró el brazo hacia las estanterías intentando sujetarse, sin embargo, se llevó consigo una gran cantidad de estatuillas de porcelana. Estallaron en mil pedazos al instante, casi parecían romperse antes de tocar el suelo.

   Rosadella rápidamente se había puesto de pie, casi por puro instinto logró atajar en el último segundo una estatuilla que se dirigía directo al rostro de Nadine. La ayudó a ponerse de pie con el miedo dibujado en el rostro de ambas. Antonia revolvía el bolso de Nadine frenéticamente.

   —¡¿Qué mierda crees que haces?! —gritó Nadine mientras arrancaba el bolso de las manos de Antonia.

   —¡¿Qué tienes ahí?! —Antonia escupió sus palabras y sin pensarlo tomó una de las estatuillas que aún se mantenía en pie y la arrojó directo hacia el rostro de Nadine.

   Esta logró cubrir la mayoría del impacto con sus brazos, pero la estatuilla impactó directo en sus labios, para luego estallar. La mayoría de los trozos volaron hacia sus espaldas, donde se encontraba Rosadella de pie.

   Cuando el sonido del estallido cesó, Nadine con su lengua tocó su labio partido, sangraba, una mueca de dolor se dibujó en su rostro. Con furia, pero en silencio, Nadine levantó con su mano buena el cangrejo de felpa. Respondiendo así la pregunta de Antonia.

   Silencio. Antonia se dio la vuelta, abrió la ruidosa puerta de la casa y salió al exterior, donde la niebla se había vuelto aun más densa al caer la noche.

   En ese momento, Nadine pudo oír el llanto de Rosadella.

   Se encontraba de rodillas detrás de ella, en su cara se podía ver una expresión de horror, era como si gritara en silencio. Con sus manos sangrientas y temblorosas cubría su ojo izquierdo. Maldiciendo, Nadine se arrodilló junto a ella al tiempo que retiraba sus manos.
   Tuvo que respirar hondo y aguantar con todas sus fuerzas para no emitir sonido. La visión tan de cerca del globo ocular de Rosadella destruido le había bajado la presión, pero debía mantenerse serena por ella. Un gran trozo de porcelana teñido de rojo se mantenía firme en aquel ojo.

   —Lo siento, creo que debo sacarlo —comenzó a decir Nadine al tiempo que con fuerza intentaba contener los brazos de Rosadella con su prótesis, y con la otra mano quitar el objeto punzante. No notó las lágrimas que recorrían su propio rostro.

  Su mano temblorosa rozó la porcelana, los gritos de Rosadella resonaron en las paredes. Nadine no tenía conocimientos médicos, por lo cual comenzó a sacarlo despacio, pero los temblores de Rosadella y sus gritos de súplica le hacían sentir que la torturaba.

   Con un fuerte suspiro de valentía tomó la porcelana y tiró.

    En el último segundo cerró los ojos para no ver lo que sucedía, pero logró captar como algo salía enganchado en la punta de la porcelana, automáticamente arrojó dicho trozo al otro lado de la habitación.

   Con los ojos cerrados oyó como la porcelana se estrellaba en una pared, y abrazó con fuerza a Rosadella quien temblaba. Sus gritos eran tan fuertes que dolían en los oídos de Nadine. Podía sentir como la sangre que emanaba con descontrol le manchaba el hombro de la sudadera.

   El cangrejo de felpa tirado a su lado, junto con millones de trozos de porcelana.

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   Rosadella descansaba en el sofá, lloraba en silencio con su agujero ocular destrozado, las vendas rodeaban su cabeza y perdía el conocimiento de a ratos. Nadine depositó un suave beso en su frente, enganchó el cangrejo en su cinturón y salió de la casa.

   Ninguna de las tres se había abrigado para la noche, ya no era necesario.

   No tardó mucho en encontrar a Antonia, bastaba con seguir los sonidos de alguien abriendo frenéticamente los cajones.

   —Ya basta Antonia, no encontrarás nada —dijo Nadine parada en el umbral de la puerta, abierta de par en par. La sangre se había secado en su labio, lo podía sentir latir, completamente hinchado.

   Antonia balbuceó algo sin sentido, sin ni siquiera mirarla, al tiempo que revisaba cada rincón de aquella casa. La oscuridad era inminente.

   —Sé que estuviste revisando las provisiones de Pangea antes de partir... la mañana que fui a buscarte para oír a Leonardo —continuó Nadine. Al no obtener respuesta se acercó a Antonia, la tomó de los hombros obligándola a mirarla—. ¡Basta!

   Antonia comenzó a llorar, tomó el rostro de Nadine en sus manos y en un susurro dijo:

   —Tengo miedo.

   —Tengo miedo —susurró Wilfred tomando el rostro de Nadine de la misma manera, en la enfermería.

   Como si una represa estallara, como si una puerta se abriera y el frío se apoderara de la habitación, las lágrimas proclamaron suyos los gentiles ojos de Nadine. Comenzó a llorar ante el recuerdo de su pequeño amigo y los sollozos inundaron la noche, desesperada se aferró a Antonia, rogando que de alguna manera le arrancara ese dolor aparentemente eterno. Sin embargo, Antonia malinterpretando esto, la besó.

   —Lo sé, yo también. Pero todo irá mejor, ya verás. —Le decía Nadine a Wilfred, con sus frentes tocándose

   —¡Suéltame! —Nadine empujó a Antonia, esta bajó la mirada hacia el suelo.— ¡¿Qué pasa contigo?! ¿Cuál es tu maldito problema?... ¡Has dejado tuerta a Rosadella, de por vida!

   Antonia no respondió. Ante la mención del dolor de Rosadella la furia se apoderó de Nadine, quien con violencia tomó del cabello a Antonia y comenzó a arrastrarla hacia donde se encontraba Rosadella.

   ¿Por qué? pensaba Nadine mientras en su mente se reproducían imágenes de Rosadella sonriendo y tomando su mano. No puedo permitírmelo otra vez... por favor no, no puedo sentir esto otra vez.

   Los gritos de Antonia asustaron a Rosadella, por lo cual se había acercado al exterior de la casa. Gemidos de dolor salían constantemente de ella, sentía que iba a desvanecerse. No se había enterado cuando Nadine la había dejado sola.
   Solo pudo entender lo que pasaba cuando ambas se encontraban a corta distancia. Ya que la oscuridad, la niebla y el dolor no le permitían ver con claridad.

   —¿Nadine, qué haces?

   —¡Discúlpate con ella! —gritó Nadine al tiempo que empujaba a Antonia al suelo, frente a Rosadella.

   —¡Nadine, basta! —chilló Rosadella espantada.. El comportamiento de Nadine la aterrorizaba, no la reconocía.

   —¡Discúlpate! —continuaba gritando Nadine. Antonia lloraba asustada.

   Con gran esfuerzo Rosadella rodeó a Antonia hecha un ovillo en el suelo, con la frente en la tierra. Tomó de los brazos a Nadine y le gritó que era suficiente, que no podían matarse entre sí. En ese momento Nadine se quedó callada, mirando un punto fijo, atormentada por recuerdos. Se sentía constantemente impotente por haber perdido a Wilfred, se esforzaba sin éxito por no pensar demasiado en el asunto de su familia y al ver a Rosadella herida el miedo se había apoderado de todos sus sentidos. Y eso la había asustado, se sentía una estúpida cayendo otra vez en el mismo espiral tortuoso que el amor era para ella.

   Una lluvia torrencial había comenzado.

   Ante el esfuerzo Rosadella cayó al suelo inconsciente, la venda comenzó a teñirse de rojo. Antonia lloraba desconsolada en el suelo, en posición fetal. Nadine tomó el cangrejo de felpa de su cinturón, lo abrazó con fuerza contra su pecho y cayó de rodillas mirando al cielo. Gritó con todas sus fuerzas, lastimando su garganta. Gritó como si eso pudiera traerlo de vuelta, o llevarla con él... cualquiera de las dos opciones se sentían correctas en aquel momento.

   —Wilfred, señodita —dijo como si se encontraran en una reunión tomando té, hablando con la gracia de un noble. 

   La abrazó con sus pequeñas manos regordetas, y le dijo que todo estaría bien, que él era muy valiente y ella muy fuerte.

   La voz del pequeño era lo único que podía oír.


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