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X. Maniaca esperanza.

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   Antonia se encontraba en su nueva habitación, el corazón le iba a mil por hora. Sudaba completamente. Había pasado horas buscando y había fallado, en su mente diferentes ideas de qué hacer a continuación se mezclaban entre sí, cuando de repente alguien golpeó la puerta suavemente. Se acomodó el cabello y fingió estar limpiando tranquilamente.

   —Adelante —dijo con toda la calma que fue capaz de aparentar.

   —Hola... —susurró Nadine sin mucha emoción, al tiempo que abría la puerta—. ¿Estás bien? Estás un poco pálida y... ¿agitada?

   —Ah, sí. —Soltó una risa escandalosa, avergonzada por el volumen de esta apartó la mirada de los ojos curiosos de Nadine.— Solo tengo un poco de calor.

   —Vale... —Nadine no disimulaba su extrañeza, pero estaba demasiado cansada para exigir la verdad.— Leonardo nos convocó a todos a la ópera, al parecer tiene un gran anuncio.

   —Ah, vale, si si si. Vamos.

   Antonia caminó hacia la puerta con una sonrisa, esperó a que Nadine comenzara a caminar. Ambas se sentían incómodas ante su presencia, a pesar de que en el pasado habían sido un lugar seguro la una a la otra.
   Pasearon por los pasillos hacia la sala del escenario. Antonia avanzaba moviendo sus manos constantemente y con una extraña sonrisa que luchaba por desaparecer. Nadine, cabizbaja, caminaba con las manos en los bolsillos de la sudadera de Rosadella, tocando el cangrejo.

   —Te recuperaste rápido... —Comenzó a decir Nadine lentamente.

   —Si, bueno, dicen que uno es adicto para toda la vida. Será algo con lo que tendré que luchar siempre. —Antonia frunció el ceño ante sus propias palabras, le sonaban apresuradas e incómodas. Sentía que había olvidado cómo comportarse.

   —Si, ya... Me refería a los recuerdos, la terapia parece estar ayudando—respondió Nadine con suavidad, intentando que Antonia se sincerara con ella.

   —¡Ah sí! —Antonia rio, Nadine no entendía el porqué.— Leonardo me ayudó con eso. Dice que probablemente cualquier actividad sexual va a suponer un reto para mí al principio, pero ya sabes: paciencia.

   Nadine no respondió, se limitó a elevar las cejas con extrañeza ante la alegría en la voz de Antonia, pero la dureza de sus palabras. Antonia volvió a reír y quiso que la tierra se la tragara por sus incómodas palabras.
   Continuaron caminando. Antonia soltaba comentarios irrelevantes, Nadine respondía con monosílabos, en su mente recordaba la hora anterior:

   Rosadella y Nadine seguían sentadas en el suelo, abrazadas, cuando alguien tocó la puerta. "Pasa Leonardo, está todo bien" dijo Rosadella. Se oyó el sonido de una llave y luego a Leonardo con una sonrisa de simpatía. Hablaron sobre la situación de la familia de Nadine, quien mencionó que nada era seguro, pero que era la única pista que tenía de ellos. Debía ir al refugio y a partir de ahí ver cómo continuar. Trataba de ignorar el hecho de que si eran ellos se encontraría con un integrante menos en la familia. Los sentimientos encontrados la estaban volviendo loca, su corazón no sabía si desear que fueran ellos o que no lo fueran. Al mismo tiempo los recuerdos de su hermano pequeño Irving y Wilfred se mezclaban como un cóctel en su mente.

   Leonardo se sentó frente a ellas, ambas le sonrieron y él no pudo evitar pensar que ambas parecían brillar cuando estaban juntas. La mirada triste de Nadine y la preocupación en el rostro de Rosadella, quien parecía en proceso de memorizar cada una de las pecas de Nadine, acabaron por distraer a Leonardo. Decidió ocupar sus mentes con otro tema, al menos por un rato. Comenzó a adelantarle a Nadine sobre lo que se hablaría en la ópera, Rosadella ya sabía todo desde el principio. Una cosa llevó a la otra y terminaron hablando sobre Antonia. Leonardo gesticulando dramáticamente con sus manos arrugadas de anciano, comenzó a explicar que se encontraba muy preocupado por Antonia. "No está bien, no sé qué sucedió, pero... Había logrado que se abriera conmigo, la primera vez que fui a hablar con ella como psicólogo comenzó a contarme todo lo que recordaba, y suponía, de las fiestas. ¡Ni siquiera tuve que pedírselo! Luego hablamos de cómo se sentía respecto a su sobriedad, fue sincera, puedo saberlo. Pero en la siguiente sesión fingía estar perfectamente, ignoraba el tema, diciendo que no había nada que hablar, que ya estaba bien. 

   Siento decir que creo que se encuentra en un estado maníaco, los químicos de su cerebro ante la desesperación la llevaron al punto más alto... por ende la caída será garrafal."

   —Parece que aún no llegaron todos —dijo Antonia sonriendo, al tiempo que ambas se sentaban en tercera fila, a pocos pasos del escenario.

   Veinte voluntarios se encontraban sentados en las primeras filas con ellas, charlaban alegremente. Al borde del escenario con las piernas colgando de este, se encontraban Rosadella y Leonardo, leyendo unas cartas al tiempo que hablaban en susurros entre ellos.

   Diez minutos después llegaron los diez voluntarios faltantes, junto con algunos refugiados que vivían fuera de la sede, pero solían visitarla en busca de provisiones o atención médica.

   —Bien —comenzó Rosadella, con un tono de voz lo suficientemente alto para que la oyeran. Al momento todos hicieron silencio para escuchar con atención—. Leonardo tiene en sus manos las cifras. Luego de meses de arduo trabajo, el equipo de Pangea ha logrado obtener un porcentaje aproximado... Leonardo, por favor.

   Antonia se encontraba sentada con la espalda recta, no tocaba el respaldo del asiento. Nadine a diferencia de ella se encontraba con la pelvis hacia el suelo, parecía que estuviera derritiéndose.

   Ante la introducción de Rosadella, Leonardo le sonrió y luego hacia la audiencia desdobló el papel, lo leyó para ganar tiempo y relajar sus nervios. Mirando a cada uno a los ojos, dijo:

   —Debo advertirles que no es nada bonito de oír, pero sí algo que siempre hemos intentado es ser honesto entre nosotros. Bien... actualmente se estima que el setenta porciento de la población... —Se aclaró la garganta y continuó—: Solo queda menos del treinta porciento de la población, esto sin contar a los ahogados, claro.

   El silencio sepulcral demostró que nadie se sentía sorprendido. Nadie se quedó sin aire, no hubo expresiones de asombro, nada. Solo miradas tristes, recordando a cada ser querido que había quedado en el camino, a la vida que todos habían perdido. Y al mundo que se les marchitaba en sus propias manos.

   Antonia había pasado la mayoría de los meses en una especie de otra realidad, por lo cual al momento de oír la noticia había caído en un círculo de pensamientos asesinos que la habían desconectado por completo de la realidad. Se encontraba en la misma posición, completamente inmóvil, respirando ruidosamente. Su boca se encontraba ligeramente abierta y sus ojos clavados en el papel en las manos de Leonardo. Nadine la observaba inmóvil de reojo, creía que Antonia no podía notarlo gracias a la capucha de la sudadera; la realidad es que Antonia no se encontraba realmente ahí, se encontraba en algún lugar remoto de su mente, con sus padres. Sus padres, ellos formaban parte de ese setenta porciento y ella había quedado atrás.

   Una pre-adolescente de cabello largo, rojizo, y mejillas regordetas levantó la mano decidida. Se encontraba en la primera fila sentada junto a Álvaro, parecían ser amigos. Leonardo asintió con una sonrisa.

   —Gracias —dijo mientras se ponía de pie. Con voz alta y clara preguntó—: ¿Todas las muertes tuvieron relación directa con los ahogados?... He visto más cadáveres de los que puedo contar, muchos han despertado la duda de si realmente los ahogados son el mayor peligro.

   —Con las altas temperaturas y la humedad es difícil saber con certeza de que han muerto muchos, Olivia —respondió Rosadella—. Sin embargo, podemos decir con algo parecido a la seguridad que solo un terció de los fallecidos fue producto del ataque de un ahogado; otra parte no pudo soportar las condiciones y el clima extremo, enfermando gravemente.

    —¿Qué hay de los suicidios de personas comunes? —intervino Olivia, apelando a los recuerdos de sus amistades. Aclaró—: Me refiero a personas que decidieron escapar de este mundo para no sufrir, sin ser ahogados.

   —...Ese es el ultimo tercio —respondió Leonardo con la mirada clavada en los ojos oscuros de Olivia. La multitud observaba, inmersos en la conversación. Nadine asentía lentamente, observando las espaldas de la joven. Por sus palabras y madurez, entendió que había pasado por mucho, incluso antes de la crisis.

   —¿Cuántas eran mujeres? —preguntó la joven de golpe. Todos callaron, Rosadella la observó apenada mientras los ojos de la pelirroja se llenaban de lagrimas. Aun así continuó serena—: ¿Cuántas se fueron ante caer en la decadencia que traería consigo un apocalipsis hacia el sexo femenino?

   Nadine volvió a mirar a Antonia, completamente ida, perdida en sus pensamientos. Rosadella le respondió a la joven en un susurro audible que viajó por la ópera sin problema, gracias a la acústica de esta:

   —Más del setenta porciento.

   —Gracias —dijo Olivia, asintiendo visiblemente disgustaba, hasta incluso furiosa. Se volvió a sentar y con los ojos cerrados suspiró. Álvaro tomó su mano y ella sonrió sin abrir los ojos.

   El teatro se sumió en silencio, interrumpido por algunas butacas rechinantes. 

   "Podrían haber salvado el mundo", pensó Álvaro, con la ferocidad de la voz de Olivia grabada en su piel. Recordaba las últimas palabras de su abuelo a la perfección: "Podrían haber arreglado lo que nosotros rompimos, podrían habernos salvado a pesar de que no era responsabilidad de ustedes... Podrían haberlo logrado, pero no tuvieron suficiente tiempo."
   El joven tomó entre sus manos el rosario que colgaba entre sus ropas, un recuerdo de su abuelo, lo besó en silencio e intentó no pensar en el calor de la sangre en sus manos cuando inútilmente intentaba detener la hemorragia. Una herida de bala por un par de latas de comida, eso había acabado con su mejor amigo. Algunas heridas jamás sanaban, algunas pérdidas dolían para siempre.

   Rosadella y Leonardo se observaron, este suspiró y lentamente explicó que era casi imposible saber si el porcentaje claramente asesinado había sido atacado por ahogados, o simples personas.

   —Los ahogados de hecho... —continuó Leonardo—. Digamos que son escasos, no tenemos cifras de eso lamentablemente. Pero déjenme decirles que luego de mucho observar nos hemos dado cuenta que su deseo de dañar a otros ya no está ahí, no me pidan que lo explique por qué aún ni nosotros, ni Greta, ni los investigadores en Islandia logran entenderlo... No queremos que bajen la guardia, los protocolos continuarán como siempre. Solo queremos hacerles entender que lo más peligroso ahora mismo son aquellas personas que no se han convertido en ahogados, ya saben... los perdidos. Se recomienda alejarse lo más posible de aquellas fiestas.

   Al momento de dicha mención, Rosadella no pudo evitar observar a Antonia. Ante su comportamiento extraño, alarmada miró a Nadine, quien ya la estaba mirando directo a los ojos. Sin decir nada le comunicó que estaba al tanto del estado de su compañera.

   —...las drogas se están acabando —continuaba Leonardo—. Por lo cual comenzarán a ponerse violentos, la abstinencia los volverá locos y harán cualquier cosa por meter sustancias en su cuerpo. Y definitivamente nos superan en número...

   Silencio. Leonardo observaba a Rosadella, era su turno de hablar, pero continuaba mirándose con Nadine, quien la observaba seria. Rosadella había decidido enterrar su atracción por la francesa cuando llegó Antonia, no quería complicarle más las cosas. Pero cuando la miraba así, el corazón golpeaba con tanta fuerza que desenterraba hasta los sentimientos más prohibidos.

   —Rosadella... —dijo Leonardo luego de aclararse la voz. Sacando a Rosadella de su ensueño, quien de un salto se puso de pie y comenzó a mirar a sus oyentes.

   —Si, lo siento. Gracias, Leonardo. —Volvió a observar a Nadine, quien volvía a mirar a Antonia.— Bien, el...

   —...el refugio... —Ayudó Leonardo.

   —¡El refugio! hostia puta —susurró—. En Islandia hay espacio para todos, la sociedad comienza a reconstruirse allí, creemos que tendremos que mantenernos alejados de las ciudades para darnos un respiro de los perdidos, y alejarnos del campo para darle un respiro de nosotros...

   »En Islandia un nuevo tipo de humanidad se levanta... Por alguna razón allí el clima es más estable. Islandia siempre ha sido muy adelantado cuando se trata del cuidado del medio ambiente, creemos que de alguna manera eso tiene algo que ver. Allí estarán seguros... Tienen el derecho de quedarse aquí, si así lo desean. Leonardo por ejemplo ha decidido quedarse, junto con algunos voluntarios, que quieren intentar ayudar a los perdidos.

   »Otros hemos decidido irnos al refugio. —Rosadella pudo sentir como Nadine la observaba sorprendida, pero con toda su fuerza evitó cruzarse con su mirada.— El punto de recogida más cercano es en el puerto de Ámsterdam, donde los ayudaremos a cruzar. Es peligroso, no les voy a mentir... Estoy cansada de luchar, y cruzar hasta allí sería el combate final. Una vez lo logremos, al fin tendremos un lugar donde podamos reconstruir nuestra vida. Una nueva, no podemos volver a cometer los mismos errores que nos llevaron a esto.

   »El trabajo ya está hecho. Ya no hay razones para seguir aquí, honestamente les recomiendo que si no tienen razones para quedarse: no las busquen —Rosadella pasaba su mirada entre los oyentes, se detuvo en Nadine y finalizó—: Ahora es tiempo de levantar un mundo mejor.

   Rosadella terminó de hablar, llegaron las preguntas. Voluntarios que preguntaban qué pasaría con la sede de Pangea, otros que querían saber cómo podían albergar tanta gente en una isla. Todas eran respondidas con gran profesionalismo por Leonardo, con la ayuda de las cartas de Greta. Rosadella se había bajado del escenario de un salto y caminaba hacia Nadine. De una manera u otra ambas continuaban luchando por no perder los ojos de la otra de vista.
   Con el calor en el cuerpo, Rosadella llegó junto a Nadine y de pie la observó en silencio. Nadine no se movió, su mirada brillaba mientras rebuscaba consuelo en los ojos de Rosadella.

   Luego de unos segundos, la sensatez de Rosadella pudo más, volviendo a enterrar dichos sentimientos dijo:

   —¿Aceptas otra compañera de viaje? —Temió que el nerviosismo se sintiera en su voz.

   —Eso iba a decir yo... Parece que tú puedes guiarnos mejor hacia allí —respondió Nadine dejando escapar una pequeña sonrisa la cual ocultó con su prótesis. Se volteó hacia Antonia y dijo—: Antonia, ¡Antonia!

   —¿Si?, sí. ¡Dime! —respondió aturdida Antonia, pero con una sonrisa de lado a lado. No recordaba absolutamente nada de lo que habían hablado, solo recordaba aquella cifra. "El setenta porciento, Julio y Dolores, el setenta porciento, Mamá y Papá", se repetía constantemente en sus pensamientos. La voz de Nadine la había vuelto a la realidad, como un cubo de agua helada.

   —Has estado todo el rato inmóvil y callada. —Nadine comenzó a ponerse de pie, al lado de Rosadella. Observando a Antonia, apoyó su brazo en el hombro de ésta.

   Ante la mirada de ambas, Antonia comenzó a reír con nerviosismo.

   —Si, lo siento. ¿Cuándo partimos Nadine?

   Nadine le había contado la situación de su familia antes de entrar a la sala del teatro,  le había dicho que al día siguiente partiría a Islandia, que podía venir si quería, pero que ella no se quedaría bajo ningún término. En respuesta, Antonia le había dicho: "Iré a donde tú vayas, debemos permanecer juntas". Lo único que había obtenido como respuesta era un desinteresado levantamiento de hombros.

   —Yo también voy, espero que eso no sea un problema —dijo Rosadella con una genuina sonrisa.

   —¡Si, claro no hay problema! —La sonrisa de Antonia había desaparecido automáticamente luego de saber que no estarían solas, por lo cual intentó disimularlo con gran aceptación fingida. Lo cual provocó una pequeña mueca de disgusto en Nadine.

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   La mañana siguiente llegó con un calor sofocante. Había un gran ajetreo dentro de la sede. Los voluntarios que decidieron quedarse reorganizaban todo, ya que más de la mitad partiría. Muchos habían partido la noche anterior, otros estaban decididos a irse a Islandia, pero se preparaban con tranquilidad; otros volvían a sus ciudades natales, Olivia era una de estas. La gente no tenía miedo de salir, la realidad es que los ahogados se habían vuelto algo escaso de ver.

   Nadine, Rosadella y Antonia se encontraban de pie en la desierta carretera. Con un bolso cada una, inmóviles, observaban aquello que había llamado su atención.

   Un hermoso ciervo caminaba distraído frente a ellas, pastaba con tranquilidad sobre la ciudad que alguna vez había sido sede de miles de personas. Un hermoso patrón de pecas blancas recorría su lomo y sus delgadas patas. Levantó la mirada y movió las orejas con curiosidad ante el trío que le observaba.
    Con unos hermosos saltos elegantes se alejó entre los autos y la maleza, segundos después fue seguido por una pequeña manada de otros ciervos. Al final de la calle las nubes se separaron, dando espacio a un gran rayo de sol que impactó en sus rostros. Bañándoles de una luz mágica.

   Nadine sonrió, pensando en lo mucho que le hubiesen gustado los animales a Wilfred. Antonia cerró los ojos y frunció el ceño, no supo por qué pero aquella bella demostración de la naturaleza no hizo más que angustiarle. Por su lado, Rosadella tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llorar, estaba cansada pero aquellos momentos le ayudaban a no rendirse.
    Toda la ciudad de París se encontraba observando lo mismo. Aquel sol que cada día les recordaba su presencia mediante el sofocante calor, pero hace tanto no lograban ver, había decidido que era un buen día para bañar la ciudad de dorado.

   Cuando las nubes negras volvieron a cubrir el sol, un fuerte viento movió las copas de los árboles.

   —Vamos —dijo Rosadella al tiempo que se ajustaba el bolso y pestañeaba repetidamente en un intento de secar las lágrimas en sus ojos.


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