VII. Desequilibrio químico.
ALGUNAS ESCENAS EN ESTE CAPÍTULO PUEDEN RESULTAR PERTURBADORAS.
Leer: "Música y advertencia de contenido."
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París, Francia. Marzo de 2036.
Nadine se encontraba sentada en una de las gradas superiores de la ópera, sus pies descansaban sobre la barandilla mientras ella leía un grueso libro escrito a mano con diferentes tipografías y múltiples autores. Se lo había enviado Greta a través de Rosadella, una de las voluntarias más importantes en Pangea, allí podía leer toda la información recaudada de la crisis. Eran observaciones y teorías, nada confirmado. El sonido de las hojas al pasar quedaba opacado por los gritos de alegría de los niños jugando.
Cada vez que finalizaba dos hojas se incorporaba para observar a Wilfred, quien jugaba alegremente.
La observación que más le interesaba era la que hablaba de los niños, algunos habían sido encontrados vagando solos con apenas algunos rasguños, otros siendo protegidos por ahogados. Dicha observación iba ligada con la teoría de que la enfermedad se "activaba" por la pérdida total de endorfinas y serotoninas, pero no sabían por qué se producía. Algo estaba claro: eran humanos, perdidos dentro de las trampas de sus más antiguos instintos y un estado agresivo constante. No eran monstruos, sino personas que habían perdido una guerra contra la desesperanza.
Diferentes escenarios relatados por quienes habían tenido la suerte de ver la transición entre ser humano pensante y sintiente a un ahogado. Todos hablaban de situaciones donde los seres perdían algo muy significante para ellos, o directamente perdían todo.
La inocencia de los niños les impedía perder la esperanza. Siempre encontraban la luz en las peores situaciones, si no había luz ellos la creaban.
Nadie en el libro podía explicar por qué los ahogados no los lastimaban.
Al final de dicha teoría, con letra cursiva se leía la firma: "Rosadella".
—Es solo una teoría, pero una vez que empiezas a ver las señales no puedes parar de notarlo —dijo Rosadella, apoyando su mano en el hombro de Nadine.
Nadine se volteó, le sonrió al tiempo que le señalaba la silla a su lado, invitándola a sentarse.
Era una joven alta, de piel negra y cabello marrón el cual llevaba trenzado en diferentes twists. Sus delicados labios y sus tupidas cejas la hacían de gran belleza. Llevaba unos pantalones color beige con muchos bolsillos, que le quedaba grande, se había colocado un grueso cinturón negro. Llevaba una sudadera morada, de una tela vieja. Debajo llevaba una camiseta blanca sin mangas.
—Cuando Greta me dio el libro para que escribiera todo lo que sabía, comencé a escribir y las palabras salieron solas. Toda esa información estaba aquí —continuó Rosadella apoyando su dedo índice en la sien—. Dicho escrito le ayudó a mucha gente a entender cosas que habían presenciado, dijeron que al leer mis palabras sintieron que mi teoría le daba sentido a sus experiencias.
Ante esto, Nadine le contó lo que había presenciado en Borgoña, aquella madre que había perdido a su niño, perdiendo al siguiente segundo completamente todo lo que la caracterizaba como humana.
—Escríbelo —respondió Rosadella, con una pequeña sonrisa de lado.
—¿Qué?
—Si, para eso es el libro. Todos los que pasan por aquí deben leerlo y escribir todo lo que puedan. Greta se lo lleva a Islandia y allí juntan toda la información... ya tenemos cientos de estos.
—...Greta va y viene constantemente, ¿verdad? —preguntó Nadine al tiempo que se sentaba de costado para quedar de frente hacia Rosadella. Con atención observó sus rasgos.
—Si, ella lleva a los niños y a los más ancianos al refugio. Luego viaja entre sede y sede. Tuviste suerte de aparecer justo cuando ella estaba por aquí, conocerla es un placer...
Una explosión de risas las distrajo de la conversación por un segundo, con una sonrisa miraron hacia abajo, luego continuaron:
—El viaje me preocupa. Sé que no puedo ir junto con Wilfred, sé que yo estaría ocupando el lugar de un niño. Aun así, temo separarme de él, aunque nos veremos de nuevo en el refugio... a pesar de que ese siempre fue el plan, me aterra. Creo que mi familia está en el refugio, pero antes tengo que buscar a alguien más —Nadine soltó un suspiro, seguido de una sonrisa vergonzosa.— No estoy segura, pero algo me dice que está en París.
—Antonia, ¿verdad?
—Si... —dijo extrañada Nadine—. ¿Cómo sabes de ella?
—Wilfred me contó lo mucho que le has hablado de ella...
Las mejillas de la francesa se volvieron rojas de un segundo a otro, provocando risas en la otra muchacha. Y no entendió por qué, pero tuvo el impulso de confesarle que todo había acabado con Antonia.
—Tu pequeño amigo me dejó en claro que tu corazón ya pertenecía a alguien... —continuó Rosadella mientras se ponía de pie, para luego apoyar las manos en el respaldo del asiento al tiempo que se inclinaba hacia Nadine, el cuerpo de esta se tensó por los nervios—. Una lástima, preciosa, podrías haberte quedado como voluntaria... conmigo.
Dicho esto, le extendió un lápiz a Nadine, se dio media vuelta y se fue. Dejándola sola con sus pensamientos y el libro. Nadine la observó marchar, no pudo evitar sonreír. Tampoco supo cuanto tiempo se quedó mirando el pasillo por donde la joven se había marchado. Negó con la cabeza confundida al darse cuanta que se había pasado los últimos minutos pensando en Rosadella. Se esforzó por concentrarse en el cuaderno.
Dos horas sin parar le tomó escribir todo lo que había observado. Al finalizar, releyó lo escrito. Unos gritos la interrumpieron, podía oír que la llamaban. De un salto se puso de pie y miró hacia abajo desesperada, buscando a Wilfred.
Entre tanto gentío no podía encontrarlo, pero divisó un lugar donde los niños empezaban a agruparse alrededor de algo en el suelo. Los adultos ya corrían hacia allí.
En apenas un minuto Nadine ya se encontraba abajo, saltando entre las sillas, esquivando niños y con los ojos rebosantes de lágrimas. Apartando desesperadamente, pero con cuidado, a los niños se encontró con Wilfred desmayado en el suelo, temblaba ligeramente.
—¡Leonardo! —gritó Nadine desesperada, tomando al pequeño en sus brazos, tenía la piel caliente. Estiró el cuelo buscando a Leonardo.
Él ya había apartado a los niños, dejando pasar a la muchacha. Corriendo frente a ella le indicaba el camino más corto hacia la enfermería. En los pasillos los voluntarios se encontraban a los lados permitiendo el paso, con los ojos cerrados y la cabeza gacha. En una silenciosa plegaria. Esto no hizo más que aumentar el nerviosismo de Nadine.
Los brazos de Wilfred colgaban a los costados de su cuerpo, Nadine podía sentir lo poco que pesaba, la preocupación crecía más que nunca en su pecho.
Ya en la sala preparada para el equipo médico, Nadine esperaba sentada en el suelo abrazando sus piernas, los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la pared. Mientras revisaban a Wilfred, quien ya no convulsionaba pero aún no despertaba, Nadine recordaba aquel primer día que llegaron a Pangea.
Habían revisado primero a Wilfred, luego a Nadine. Mientras el pequeño conocía a sus nuevos amigos, el equipo médico le informó:
—Nadine. Tu estado de desnutrición es grave, pero no es nada que una buena dieta no pueda arreglar. Por otro lado, Wilfred... creemos que una bacteria lo ha enfermado gravemente: Escherichia coli. Es muy común por consumir alimentos en mal estado. No podemos confirmarlo ya que no tenemos el equipamiento, pero los síntomas coinciden. Creemos estar a tiempo para ayudarle, me has mencionado que jamás has visto sangre en sus vómitos o sus heces, eso es buena señal. Sin embargo, le quedarán secuelas...
En su recuerdo, el personal médico se turnaba para explicarle, al tiempo que la tranquilizaban. Ya que su mano comenzó a temblar violentamente cuando recibió la mala noticia.
—Se que no es nada bonito de oír, pero no podemos mentirte. Hay posibilidades de que salga adelante, asegúrate de que tome líquido constantemente, continúa revisando en busca de sangre. Mientras estemos atentos, y su ánimo y energía continúen como ahora, estará bien.
Se pasó su mano temblorosa por el cabello, al tiempo que sollozaba. Tardó en oír a Leonardo quien la llamaba con dulzura. Sin levantarse del suelo, abrió los ojos y lo miró, esperando lo peor. Él se agachó ante ella y tomó sus manos.
—Está despierto, lo cual es buena señal, pero está delirando a causa de la fiebre. Me han mandado a hablar contigo mientras terminan de revisarlo... ven conmigo, por favor.
Nadine en completo estado de shock lo siguió hasta la habitación de al lado, la cual se encontraba cerrada con llave. Estaba completamente vacía, sin ventanas, una sola puerta. Las paredes eran de un color cielo, apagado y triste.
Asustada se dio la vuelta y enfrentó a Leonardo. El hombre se encontraba de espaldas a ella cerrando la puerta otra vez.
—¿Qué es esto, Leonardo? —dijo con los ojos desbordantes de lágrimas.
Al tiempo que desenfundaba un arma, con expresión de disculpa, respondió:
—Te prometo que es solo un dardo tranquilizante. Lo siento de veras, no queremos hacerte pasar un peor rato del que ya estás pasando, pero debemos seguir el protocolo para la seguridad de todos, incluida la tuya.
—¡¿De qué mierda me estás hablando?! ¡Déjame ya salir de aquí! —Nadine se movía frenéticamente por la habitación. Con el mismo tono sereno, Leonardo respondió:
—Solo debo decirte algo y te llevaré con Wilfred...
Ante la mención del nombre la muchacha se detuvo, más calmada, con las lágrimas cayendo incontrolablemente por sus mejillas, preguntó:
—¿Desde cuándo se necesita estar armado solo para hablar?
Leonardo bajó la mirada y tragó saliva, se enfrentó a sus ojos de nuevo cuando dijo:
—Los médicos creen que la enfermedad de Wilfred ha evolucionado, creen que tiene síndrome urémico hemolítico. Los síntomas son muy similares a la Escherichia coli... el problema es que no tenemos el equipamiento necesario para tratarlo. No sabemos si va a sobrevivir, podemos ayudarlo, pero no sabemos qué tan dañado está su cuerpo por dentro y si será capaz de recuperarse —finalizó Leonardo, con arma en mano sin apuntarle, pero preparado para todo.
Nadine cayó de rodillas, comenzó a respirar con dificultad. La impotencia impulsó una nueva oleada de lágrimas, sollozaba escandalosamente. Leonardo ahora le apuntaba, pero solo esperaba. Pasados unos minutos guardó el arma y se arrodilló frente a ella, abrazándola.
—Lo siento, de verdad. Lo siento muchísimo —repetía al tiempo que la abrazaba con más fuerza—. No podemos permitir que nadie se transforme en un ahogado aquí dentro, espero que lo entiendas...
Pasaron los minutos, ambos hablaron y se tranquilizaron. Salieron a la habitación donde Rosadella los esperaba, al ver a Nadine sin convertir su gesto detonó alivio. Sin pensarlo la abrazó y le susurró palabras de aliento. Nadine la rodeó con sus brazos y enterró el rostro en su cuello, su aroma le tranquilizó. Juntas entraron a la enfermería, los médicos los dejaron solos. Rosadella se quedó en una esquina de la habitación, mientras Nadine se acercaba insegura a la cama.
Wilfred se encontraba tapado con una frazada color cielo, pero más alegre que el de las paredes. Parecía más pequeño que nunca, su palidez encogía el corazón de cualquiera. La joven en silencio le dio un suave beso en la frente, en respuesta el niño abrió los ojos y le colocó ambas manos en las mejillas.
—Hola.
—Hola —respondió Nadine, con una triste sonrisa.
—Tengo miedo. —Mantenían la conversación en susurros, con sus frentes tocándose y las manos del niño aún en el rostro de ella.
—Lo sé, yo también. Pero todo irá mejor, ya verás.
—¿Ahora cómo jugaremos?
—Tú no te preocupes por eso, tú preocúpate por descansar. Yo me encargaré de todo, ¿y ves a nuestra gran amiga? —dijo Nadine al tiempo que ambos voltearon hacia Rosadella, quien sonrió en respuesta. El niño y la muchacha habían construido una buena relación—. Ella me ayudará a cuidarte.
Wilfred se disponía a responder cuando de pronto vomitó, la sangre cubrió las sábanas de un rojo oscuro y espeso. Rosadella salió rápidamente en busca de los médicos. Nadine le limpió la boca al pequeño, lo arropó y se quedó de pie junto a él, observándolo dormir en silencio.
París, Francia. Marzo de 2035.
—Buenos días. —Nadine le daba pequeños besos en todo el rostro a Antonia, intentando despertarla con suavidad.— Mon amour*...
—Alguien está de buen humor hoy —dijo Antonia, con tono somnoliento.
—Acabo de hablar con mis padres, ya están armando las maletas. La próxima semana salen hacia el refugio.
—¿Enserio? ¡Eso es una gran noticia! —Antonia se incorporó y la abrazó.— ¿Cómo está tu madre?
—Ha estado mejor, le duele. Sin embargo, asegura que cuando vuelvan todo estará en orden, un poco descuidado y ya. Lo importante es que estarán a salvo —suspiró aliviada y prosiguió—: ¿Esta noche salimos a festejar?...
La proposición tomó por sorpresa a Antonia, quien con nerviosismo respondió:
—Creía que Triangle Rose estaba cerrado por vacaciones...
—Si, lo está, pero por una vez podríamos ir a tu bar favorito. Últimamente solo quieres ir al mismo lugar.
Silencio.
—Antonia... —prosiguió Nadine—. ¿Esto tiene algo que ver con nuestra relación? No hay que hacerlo público si aún no quieres, no voy a presionarte.
—No no, lo siento. Tienes razón, vamos al bar de aquí a la vuelta.
—Antonia...
—De verdad, no pasa nada, estoy exagerando. Solo me da un poco de vergüenza, pero a la gente en realidad no le importa.
—No tienes por qué hacerlo si no estás lista.
—¡Estoy lista! ¿Vale? —La besó y mirándola a los ojos dijo más para sí misma—: Todo estará bien, es solo una fiesta, ya hemos ido a miles.
—Te quiero.
—Te quiero.
Entre besos, risas y caricias, prendas de ropa fueron perdiendo. Ambas torpemente se metieron juntas bajo las sábanas. La falta de experiencia de Antonia con mujeres, y la falta de experiencia en general de Nadine, no fue un impedimento en lo más mínimo. Después de todo, el amor le gana a la ignorancia.
París, Francia. Marzo de 2036.
—¿Te has vuelto loca?, no puedes salir durante la noche —dijo Rosadella.
Nadine se encontraba de pie frente a ella, abrigada de pies a cabeza. Había ido a su habitación a pedirle la llave de la puerta principal. Era noche cerrada, todos dormían. Wilfred descansaba en su habitación en la enfermería, un enfermero (amigo de Rosadella) cuidaba de él.
—No te he pedido tu opinión, solo quiero que me des tu llave y te quedes con Wilfred durante la noche.
—¡Ah sí! Claro, sin problema. Te presto mis servicios y te hago favores. Pero que no se me ocurra opinar —respondió Rosadella con sarcasmo. Se puso de pie frente a ella—. ¿A dónde vas?
—Voy a buscar provisiones.
—Mientes.
En silencio se miraron.
—Ya sabes dónde voy.
—Quiero que lo digas... —Rosadella se mantenía seria, pero realmente se estaba divirtiendo e intentaba liberar aunque sea por un rato a Nadine de sus tormentos. Parecía estar funcionando, por que los ojos de Nadine brillaban cuando le miraban.
Nadine suspiró y finalmente dijo:
—Voy a buscar los medicamentos.
—No hay más, las farmacias están vacías.
—Mientes —respondió Nadine levantando una ceja—. Hay algo que no me estás diciendo.
—Justamente para que no hagas estupideces como las que intentas hacer.
Ante esta respuesta, Nadine empujó a Rosadella hacia la pared poniendo sus brazos a los costados de su rostro, evitando así que escape.
—De todas maneras, voy a hacerlo, si tú me lo dices simplificamos las cosas. —Acercándose más a ella, arqueando sus cejas, Nadine finalizó en un susurro—: Por favor...
Rosadella río ante el acercamiento de la muchacha.
—Iba a decírtelo de todas maneras... solo quería que me rogaras —susurró. Con un movimiento decidido invirtió los papeles, dejando esta vez a Nadine con la espalda en la pared. Elevó las cejas sorprendida al ver la mirada de Nadine clavada en sus labios.
Tomó su rostro entre sus manos y le dio un pequeño beso, su sorpresa aumentó cuando sintió como Nadine la atraía hacia si. Fueron unos pequeños segundos, pero se sintieron preciados.
Rosadella se alejó. Nadine intentaba calmar su pulso mientras Rosadella caminaba hacia sus pertenencias, fingiendo tranquilidad, al tiempo que decía:
—Pangea tomó todos los medicamentos que pudo, dejando en su lugar folletos con la dirección de la sede. —Revolviendo entre sus cosas continuó—: El problema fue que la mayoría de las farmacias ya estaban vacías, siguieron el rastro y descubrieron que un gran grupo de personas se metía en el cuerpo todas las drogas que encontraban; combinaciones que se les ocurrían en el momento, no lo pensaban. Por suerte su mente está lo suficientemente quemada como para no hacer el razonamiento de que nosotros aquí tenemos más... perdón, teníamos.
—No entiendo, ¿los ahogados ahora también consumen drogas? No vi nada de eso en el libro.
Rosadella con llave en mano se volteó y riendo dijo:
—No, preciosa, ahogados no. Ojalá así fuera. Son personas comunes y corrientes, que antes de la pandemia ya no tenían nada que perder. Nada de metas, ni aspiraciones en la vida. ¿Qué esperanza van a perder si su vida se basa en meterse mierda en el cuerpo?
—¿Dónde los encuentro?
—No lo sé...
—¡Vamos, deja de mentir!
—¡He dicho que no lo sé!.. ¡Dios! Relájate, no me grites. No sé nada más, solo sé qué día y noche tienen fiestas descontroladas. Leonardo encontró una hace un tiempo, casi no sale de allí con vida. Las cosas que nos contó que vio son realmente desagradables.
Le extendió la llave, Nadine la tomó pero se quedó inmóvil. Rosadella suspiró y finalmente le prometió:
—Ve, yo me quedo con Wilfred hasta que vuelvas. ¿Vale? Porque volverás, no harás estupideces. —Sonrió y le guiñó un ojo.— Ten cuidado, preciosa.
Camino a la salida, Nadine le agradeció y dijo:
—Después de todo, de una manera u otra, los humanos siempre somos la peor escoria.
• ────── ✾ ────── •
Semana después, luego de salir cada noche en busca de dichas fiestas, Nadine se encontraba de pie observando los cristales de su antigua universidad. Luces de miles de velas iluminaban el interior del campus, podían verse gran cantidad de cuerpos moviéndose al ritmo de dos músicas que tocaban al mismo tiempo, lo cual resultaba verdaderamente irritante. El olor repugnante podía sentirse desde afuera.
Sigilosamente se acercó a la puerta, cubriendo con una vieja bufanda de Rosadella su rostro de los ojos hacia abajo. Teniendo cuidado donde pisaba subió las escaleras siguiendo el sonido de la música. Cuando estaba terminando de subir el tercer piso pudo ver la luz al final de la escalera. El olor era penetrante y diferentes sonidos la acobardaron por unos segundos. Cerró los ojos, pensó en Wilfred, pensó en el hecho de que si no se curaba pronto no podría ir al refugio. No sabía cuál era el siguiente transporte de refugiados, no podía perder el tiempo.
Continuó su camino, y al momento de llegar al final de la escalera entendió a qué se refería Rosadella.
En cada extremo del pasillo se encontraban dos grupos de personas, con instrumentos mugrientos, tocando melodías al azar a gran volumen. El lugar se encontraba completamente lleno, personas de todos los sexos y edades bailaban como en trance. Otros yacían en el suelo, Nadine no lograba identificar si estaban vivos o muertos. En las esquinas hordas indescifrables de personas mantenían relaciones sexuales, muy, demasiado, ruidosamente... O quizás estaban luchando, no era algo placentero de ver así que decidió quedarse con la duda.
Todo el ambiente tenía una extraña neblina rojiza, Nadine no pudo descifrar de dónde salía esto, se limitó a sostener con fuerza la bufanda sobre su nariz.
Lentamente comenzó a abrirse paso entre la gente, mirando cada esquina en busca de algo que aparentara ser medicamentos. A medida que avanzaba el sudor se apoderaba de su cuerpo, un calor infernal amenazaba con producirle un desmayo, por lo cual tuvo que deshacerse del abrigo. Ya al final del pasillo logró divisar a un grupo de gente sentada en el suelo, se inclinaban constantemente sobre algo y se lo quitaban de las manos. Pasar desapercibida era bastante fácil, cada uno estaba en su mundo.
Cuando logró ver lo del suelo descubrió que, de hecho, eran medicamentos; pequeñas cosas que no producían mucho efecto en sí, pero mezclados con el estómago vacío de alimentos y lleno de alcohol generaba un gran impacto. En especial si se encontraban expirados.
Se mantuvo de pie, observándolos. Tratando de pensar cómo podría hacer para quitarles lo que ella necesitaba sin morir en el intento. Antes de que una idea la iluminara, comenzaron a pelear entre ellos. Muchos se sumaron a la pelea sin saber el origen de esta, incluso los que la comenzaron no estaban seguros de por qué luchaban.
Era su oportunidad. Con rapidez se agachó y comenzó a guardar todo lo que encontraba en sus bolsillos. Cuando ya no quedaba nada que recoger se puso de pie para marcharse, pero en la confusión de la pelea se vio siendo empujada hacia el cristal, automáticamente se rompió. Ya podía sentir su cuerpo flotar, no veía posible sobrevivir la caída de espaldas desde tres pisos, ya se daba por muerta cuando una mano la sostuvo con fuerza de la ropa.
Un hombre con una capucha se mantenía de pie, al borde del filo de la ventana, con gran equilibrio tiraba su cuerpo hacia atrás para no caerse. Nadine tomó la mano del hombre, estaba fría, comenzó a hacer fuerza hacia adelante.
Cuando sus pies volvieron a tocar el suelo del salón, lo miró. No logró ver su rostro, se encontraba igual de tapado que el suyo, pero por algo más macizo. En sus verdes ojos pudo ver una profunda angustia. Antes de que pudiera decir palabra se retiró, parecía que buscaba algo.
Después de todo, cada persona luchaba sus propias batallas. Y en un mundo tan corrupto, a veces uno tenía la suerte de cruzarse con otras personas que aún conservaban bondad dentro de ellos.
En su mente, Nadine le deseó suerte en su viaje a aquel desconocido, y sin darle vueltas al asunto se dirigió a la salida, pasando otra vez entre la masa de gente bailando. Las velas proyectaban tenebrosas figuras en las paredes, a menudo alguna caía quemando a alguien. A lo lejos ya podía ver las escaleras, pero alguien la tomó de los hombros.
Dicha persona bailaba, al tiempo que la agarraba con fuerza y la sacudía al ritmo de una música que solo sonaba en su cabeza. Ella intentaba zafarse, pero mientras más se movía con más fuerza le clavaban los dedos en los hombros. Sin pensarlo demasiado tomó el cuchillo que llevaba y se lo clavó en el hombro, automáticamente la liberó. Nadine siguió avanzando, pero la volvieron a agarrar con fuerza, esta vez de su prótesis. Podía ver en los músculos de los brazos de su atacante que la apretaba con fuerza, pero ella no podía sentirlo.
Con un grito de furia volvió a clavarle la navaja, esta vez en el estómago. Su atacante abrió los ojos asustado y sorprendido, intentó parar el sangrado con sus manos. Nadine se sorprendió de la cantidad de sangre. En pocos segundos cayó al suelo, su vida se extinguió. Ella, asustada miró a su alrededor, a nadie le importaba el cadáver entre ellos ni la sangre que emanaba. Comprendió por qué les llamaban perdidos. Con repugnancia llegó hasta la escalera, antes de irse se dio la vuelta y observó el panorama. Quería dar un último vistazo, para asegurarse que no había más medicamentos para robar.
Lentamente barrió con su mirada aquel infierno, se detuvo cuando a través de una puerta abierta pudo ver a una figura sentada en una esquina de la habitación.
Su rubia cabellera con grandes rizos llamó la atención de Nadine.
No lograba ver su rostro, se encontraba a apenas unos metros de ella. Caminó hacia el portal de la puerta, allí no había tanta gente, apenas unas diez personas. Con temor se acercó y estiró la mano, casi podía tocarla. Esta vez se vio interrumpida por un pinchazo en su pierna, miró hacia abajo: una adolescente la miraba desde el suelo clavando una jeringa en su pierna al tiempo que sin dientes sonreía.
—¡Ahora somos amigas! —gritó.
La respuesta de Nadine fue sacársela de encima de una patada. Automáticamente comenzó a sentirse débil, las piernas le temblaban. Cayó de rodillas frente a aquella joven de rizos, y con mucho esfuerzo la llamó:
—¡Antonia!
Antonia levantó la mirada y la observó. Por lo que se sintió como una eternidad, pudo volver a perderse en esos ojos que tanto le encantaban y no veía hacía tanto tiempo, solo en sueños. Lo último que pudo ver antes de desmayarse fue como alguien jalaba el cabello de Antonia con gran violencia.
París, Francia. Marzo de 2035.
Ya en el bar, Antonia y Nadine se mantuvieron sentadas en la barra. Antonia estaba callada, pero aceptaba las sutiles caricias de Nadine sin problema.
—¡Eh, mira! Ahí está Marcus, vamos a saludarlo —dijo Nadine. La idea no le convencía a Antonia, pero de todas maneras la siguió.
Atravesaron el gentío hasta el grupo de amigos de Antonia, no eran íntimos, pero salían de fiesta muchas veces. Alegremente recibieron a las dos muchachas, mencionando que era lindo encontrarlas por ahí, que hace tiempo no las veían. La timidez de Antonia desapareció luego de un rato.
Todos se encontraban bailando en el centro de la pista, en grupo, pero al mismo tiempo en pareja. Antonia y Nadine bailaban pegadas una a la otra, como hacían desde incluso antes de volverse una pareja.
Marcus se acercó con más copas, Antonia se disponía a agarrar una, pero Nadine no creyó que fuera buena idea. Suavemente intentó disuadirle, pero el tambaleo de la borrachera de la española provocó que toda la bebida cayera sobre la ropa de Nadine.
—¡Lo sientooo! —Había ahogado su vergüenza y nervios en alcohol, ahora no podía pensar en línea recta.
—No pasa nada, tranquila —respondió Nadine, al tiempo que cubría su pecho cruzando los brazos, la camiseta húmeda comenzaba a traslucirse y pegarse a su cuerpo. Se sentía desnuda y realmente incómoda—. ¿Podemos irnos ya a casa?
—¡Relájate! —Le acercó la copa a los labios hasta que Nadine se la terminó. Antonia con un susurro al oído le dijo—: Estás preciosa así...
Lentamente, la vergüenza y los nervios de Nadine se fueron al mismo lugar donde habían ido a parar los de Antonia.
Ya era tarde, no sentían el cuerpo de tanto bailar, pero tampoco sentían el cansancio. Comenzaba a amanecer, por lo cual el Dj lo estaba dando todo.
Antonia comenzó a bailar lentamente alrededor de Nadine, ambas se encontraban completamente borrachas. Los tambores de la canción sonaban con furia. De un momento a otro Antonia comenzó a bailar sola, alejándose. Con suavidad giraba sobre su eje, moviendo sus caderas y hombros, al tiempo que elevaba sus brazos. Nadine la observó con ojos de amor, se acercó a ella tomándola de la cintura y cuando Antonia bajó sus brazos, los posó sobre sus hombros.
Nadine la besó. Pero Antonia no respondió al beso, se quedó de piedra, con desespero la apartó. Las personas a su alrededor las observaron curiosos.
—¡¿Qué haces?! —gritó Antonia desorientada, evitando la mirada de Nadine. Con el revés de la mano se limpio la boca.
—¡¿Qué haces tú?! —Nadine soltó un suspiro esforzándose por no enfardarse, intentó tomar la mano de Antonia al tiempo que le rogaba volver a casa.
—¡Suéltame! —Con violencia apartó la mano, mientras con terror observaba a las personas a su alrededor. Su mirada se cruzó con la de Nadine, con los ojos vidriosos ésta la observaba con desilusión.
Intentó acercarse, repitiendo una vez más que quería irse a casa, esta vez tomando suavemente el rostro de Antonia entre sus manos. Automáticamente fue rechazada. Antonia la empujó realmente furiosa, provocando que Nadine cayera al suelo de espaldas. Desapareció entre el gentío, sin mirar atrás.
Aún en el suelo, Nadine sintió como su móvil vibraba en bolso. Lo tomó y leyó la pantalla. El nombre de su hermana le heló la sangre. Corriendo salió del bar al tiempo que atendía la llamada. Ruidos indescifrables y respiraciones aceleradas la recibieron.
—¡¿Triana, qué pasa?! ¡¿Dónde estás?!
—¡Tenemos que... irnos! —La mala recepción desconectaba la llamada a cado rato y los sonidos salían entre cortados—. ¡Nadine!...
—¡¿Dónde están mamá y papá?! ¡¿Qué sucede?! —Nadine gritaba en el aparcamiento del bar, estaba amaneciendo, pero grandes nubes escondían el sol.
—¡... es tarde! —lloraba Triana en el móvil—. ¡Pangea!
Y la llamada se cortó. Desesperada Nadine volvió a llamar, una y otra vez. El número no estaba disponible. Casi veinte minutos de lucha después, su móvil terminó por perder la cobertura y comenzar a fallar. Con un grito ahogado arrojó el móvil lo más lejos que pudo, al caer se desarmó y la pantalla estalló. Sollozando volvió al bar, poco a poco comenzaba a vaciarse. Tomó su abrigo buscando a Antonia, la necesitaba más que nunca. Una canción después, logró divisarla.
Inmóvil la observó en la barra, en la otra punta del establecimiento. La gente que pasaba entre ellas le cortaba la visión, pero podía ver claramente como Antonia y aquel desconocido se besaban, mientras ella pasaba las manos por su cabello, él tomaba su cintura con ambas manos y las bajaba lentamente.
El dolor en su pecho era oprimente, sentía pinchazos que le cortaban la respiración. Con el corazón roto la llamó.
París, Francia. Marzo de 2036.
—¡Antonia! —despertó Nadine en medio de la fiesta. La noche llegaba a su fin, el calor se volvía más sofocante a cada segundo.
La cabeza le palpitaba, tenía muchísima sed, no lograba ver con claridad, pero si la oía gritar.
Con dificultad se incorporó, mirando hacia donde lograba oír a Antonia, pero su visión estaba demasiado borrosa para saber qué pasaba. Debido a la inyección recuerdos de la última noche que vio Antonia se mezclaban en su mente con el presente.
—¡Antonia! —gritó Nadine, caminando hacia la barra.
Antonia sobresaltada se dio la vuelta y la miró. Comenzó a balbucear.
Al tiempo que se arrastraba pudo recuperar su visión, se encontró con la mirada de Antonia, lloraba desesperada y gritaba, tratando de quitarse a un hombre de encima, quien le arrancaba la ropa.
Desesperada intentaba ayudarla, pero no podía mover bien los miembros de su cuerpo. Con fuerza sobrehumana intentaba no vomitar, ni pensar, su cuerpo le dolía por todas partes. Podía sentir la sangre correr entre sus piernas, las cuales se encontraban en ruinas, con quemaduras de cigarrillos y cortes. Lloraba frenéticamente.
Arrastró su cuerpo hasta el hombre, intentó empujarlo.
Con furia empujó la puerta del bar, seguida por Antonia quien en susurros le pedía por favor que la escuchara. Nadine la ignoraba, hasta que no pudo más y gritó en la acera, captando la atención de las personas que fumaban a la salida del bar.
—¡¿Por qué mierda susurras?! —Se dio la vuelta y la enfrentó—: ¡¿No quieres que la gente sepa que estás conmigo o la clase de basura que eres?!
—Eso es injusto —continuó susurrando Antonia al tiempo que las lágrimas caían por sus mejillas.
—¿Injusto? ¡Injusta eres tú, Antonia! Confié en ti, me aferré a ti por tres malditos años... Luego vienes, me confundes y me haces creer en un amor el cual ¡no eres suficientemente valiente para vivir!
—Solo necesito más tiempo...
—No soy tu experimento para descubrir... ¡si eres heterosexual o no!
Antonia rápidamente miró a su alrededor, luego miró a Nadine con odio en sus ojos.
El hombre no la soltaba, atacaba a Antonia sin prestar atención a Nadine que sin apenas fuerza tiraba de él.
—¡Suéltala! —gritaba esta, desesperada.
En cambio, Antonia ya no gritaba, simplemente miraba a Nadine mientras las lágrimas caían silenciosas por sus mejillas. Su mirada parecía perderse, y el color de sus ojos desaparecer. Nadine comprendió lo que sucedía, tenía que actuar en ese mismo instante o se convertiría allí mismo.
Con dedos temblorosos tomó la navaja de su pantalón y comenzó a trepar por la espalda del hombre. La manera en que los tres temblaban, por diferentes razones, dificultaba esto. Pero Nadine podía sentir como poco a poco la sangre volvía a correr por su cuerpo con normalidad.
—Me voy a Borgoña, mi familia... —El llanto interrumpió a Nadine, ante el silencio de Antonia en el estacionamiento del bar había recordado el llamado de su familia—. No puedo hacer esto ahora, te necesito...
—Cállate —soltó Antonia con frialdad, al tiempo que las lágrimas corrían su maquillaje—. ¡Cállate! No quiero oírte, no quiero verte. ¡No quiero saber nada de ti! Me has arruinado la puta vida, ¿sabes?
—Eso no es verdad.
—Nunca fui más sincera en mi vida.
—Podemos arreglar esto, ahora solo tengo que ir a Borgoña y cuando vuelva...
—No hay nada que arreglar... Tengo muchos recuerdos de decisiones que he tomado, que me repugnan cada célula de mi ser, pero nada, ¡créeme que nada!, me provoca los escalofríos que me da pensar en estar contigo.
—Vete a la mierda... —Las palabras de Nadine apenas podían entenderse entre su llanto.
—¡De la mierda intento alejarme!
El hombre comenzó a temblar con más fuerza, al tiempo que balbuceaba cosas sin sentido. Con desesperación, Nadine se aferró a su cabello y cortó su garganta en un profundo y largo tajo. Automáticamente su sangre comenzó a brotar con furia sobre el cuerpo semidesnudo de Antonia. Esto la arrancó de su trance y le devolvió el color a su ojos con un jadeo.
Con torpeza, el hombre comenzó a caer hacia atrás, aplastando a Nadine y liberando a Antonia en el acto. La fiesta continuaba como si nada hubiera pasado.
Esa noche, Nadine intentó reservar el boleto de tren hacia Borgoña vía online, pero ni el internet ni el computador funcionaban. En su lugar comenzó a hacer una rápida maleta con lo esencial, pero el sueño le ganó a la mitad. Horas después se despertó, confundida observó la maleta. La cerró y se puso de pie. La resaca de hoy, le recordaba el alcohol de ayer. Lo cual le recordó a Antonia.
Levantó la vista y rendida observó el lado de la habitación de Antonia: completamente vacío, lo único que había dejado era la fotografía de la familia de Nadine, donde del otro lado se encontraba el boceto dibujado. Antonia la había tomado para hacer la pintura, también se la había llevado consigo. La muchacha tomó el dibujo de la cama, lo dobló en cuatro partes y lo guardó en su bolsillo y salió hacia la estación de tren. Olvidando sobre su propia cama el mapa que había preparado la noche anterior.
Antonia le quitó el cuerpo del hombre sin vida de encima. Se encontraba completamente perdida, sus pupilas estaban dilatadas y en sus brazos podían observarse múltiples moretones donde se habían pinchado diferentes agujas. Nadine tardó un segundo en reaccionar, el estado de Antonia era devastador, su cabello encrespado no tenía vida y su cuerpo entero lucía como si estuviera a punto de romperse. Estaba completamente cubierta de sangre, propia y ajena. Nadine tomó su rostro entre sus manos, ambas tenían la respiración agitada. Enarcando las cejas observó sus ojos con atención, la mirada de Antonia expresaba dolor y amor.
Nadine suspiró aliviada, casi la había perdido ante sus propios ojos. No creía poder recuperarse de ver a Antonia transformada en un ahogado.
Aguantando el dolor se puso de pie, ayudó a Antonia a hacer lo mismo, pasando su brazo alrededor de la espalda de su compañera, quien arrastraba sus pies y luchaba por mantener su cabeza en alto. Nadine se abría paso entre la gente, empujándoles con su prótesis. Podía sentir como múltiples manos intentaban agarrarlas, las tocaban y clavaban sus uñas en ellas. Nadine no podía oír la música, ni a la gente, solo podía oír la respiración de Antonia.
Arrastrándose lograron llegar a la sede de Pangea, donde la escalera del exterior fue el mayor desafío. Al entrar Nadine comenzó a gritar en pedido de ayuda, Antonia necesitaba atención médica enseguida.
Tres jóvenes se acercaron y comenzaron a tomar a Antonia en sus brazos, al tiempo que le hacían preguntas a Nadine, pero no lograba oírlos... Alguien la observaba en el descansillo de la gran escalera. Levantó la vista y la vio.
De pie, hecha un completo desastre, estaba Rosadella. Lloraba desconsoladamente, intentando gesticular alguna frase sin éxito.
—No...no... ¡No! —comenzó a repetir Nadine, al tiempo que subía corriendo la escalera hacia la enfermería seguida de Rosadella, quien gritaba cosas que Nadine no entendía.
Al entrar a la enfermería pudo ver cómo los médicos se abalanzaban sobre el pequeño cuerpo de Wilfred, convulsionaba con violencia. Los gritos de Nadine alertaron a dos voluntarios que la tomaron de los brazos y comenzaron a llevarla hacia aquella habitación vacía tan desoladora.
Encerrada gritaba desgarradoramente llamando a Wilfred, con los medicamentos en mano, golpeando una y otra vez la puerta. Del otro lado, Rosadella con un tranquilizador en mano, lloraba con la frente apoyada sobre la puerta.
Lo último que pudo ver Nadine antes de ser encerrada fue como la vida se escapaba de los ojos de Wilfred, la observaban vacíos; como su cuerpo ya sin vida exhalaba por última vez, quedando inmóvil, mientras la sangre que brotaba de su nariz manchaba su cangrejo de felpa.
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*Mon amour: "mi amor" en Frances.
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