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V. Lo que ellos ven.

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París, Francia. Febrero de 2036.

   Era de madrugada, y por la ansiedad Nadine se había despertado antes de que el sol saliera. Pasaron la noche refugiados en una pequeña tienda de decoración. La puerta a la calle no le daba una seguridad extrema, pero prefería eso a un edificio donde podría haber ahogados en el otro piso sin que ellos supieran nada.

   La tienda era pequeña, un gran cartel con una hermosa letra cursiva escrita a mano rezaba: "Magenta". Por fuera daba la sensación de estar espiando un cálido hogar por la ventanilla, los muebles se encontraban ubicados como si de una casa real se tratara; pero cuando se pasaba entre cada ambiente uno debía caminar con un pie delante del otro, por la falta de espacio. A diferencia de muchas tiendas por las que pasaron, esta aún se mantenía en pie. Nadine no entendía el sentido de robar sofás o lámparas cuando en el mundo parece acabarse.

    Con cuidado para no despertar a Wilfred, que dormía en una gran cama de hierro, se levantó y caminó entre el comedor y la cocina. Soñadora, centró el florero vacío en la mesa de madera, deslizó su mano por la encimera, ajustó los botones de la estufa inservible y abrió la nevera, vacía. Siguió su camino hacia la sala de estar, se acercó al sofá por la parte trasera pasando una pierna y luego otra por el respaldo.

   Mientras cruzaba sus piernas sobre el sofá rosado, Wilfred balbuceó en sueños mientras su estómago gruñía con furia. Nadine lo observó hasta que volvió a quedarse tranquilo, luego miró hacia la televisión apagada al tiempo que cubría su cuerpo con una frazada. Detrás del televisor se encontraba la vidriera, la cual daba a la calle. No podía verse mucho debido a la suciedad y el frío, pero el efecto de luz que generaba era tranquilizador.

   Se quedó allí para observar el amanecer. Logró ver la silueta del sol asomando detrás de su destino. El hielo del cristal se derritió rápidamente, arrastrando gran parte del polvo con ella, permitiendo tener una buena visión. Nadine siguió con su mirada la poca luz que lograba filtrarse entre las nubes, observando cada detalle de la construcción a la que se dirigían. Sus columnas, su gran cúpula y sus estatuas, las cuales habían fascinado tanto a Wilfred al punto de aplaudir de la emoción. Al ver la felicidad tan simple del niño, Nadine había comenzado a saltar en círculos mientras reía con su pequeño amigo.

   Con una sonrisa por el cálido recuerdo del día anterior se puso de pie, buscó en su bolso hasta dar con la última lata de conservas que una mujer altísima de gran carisma les había regalado. Al ver la sorpresa de la muchacha por ver comida en buen estado y al pequeño flacucho que la acompañaba, no se había resistido.

   Todo su viaje había sido por el campo, allí la gente casi no consumía comida enlatada, la poca que tenían se la habían llevado consigo. Allí cada uno compraba en el comercio de su pueblo alimentos frescos. Cuando aún existía tal cosa.

   Volteó hacia la cama para despertar a Wilfred. Se encontraba vacía. El miedo lo pudo sentir en cada una de sus vértebras. Un sonido la despistó, miró hacia el comedor. Wilfred se encontraba sentado en la silla del comedor, con los ojos hinchados y cerrados, su cabello sudado se había pegado a su rostro; bostezaba al mismo tiempo que frotaba uno de sus ojos, torciendo sus lentes en el proceso. Con la mano sobrante movía su cangrejo, Wilfred le cambiaba el nombre dos veces por día.

   —Buenos días, cariño.

   —Buenos días, mami —respondió el pequeño aún dormido.

   El corazón de Nadine se encogió. Los dolores de estómago del niño provocaban que tuviera fiebre durante la noche, en sus sueños él llamaba a los integrantes de su familia. Nadine había contado casi ocho nombres. Wilfred tenía mejor aspecto desde que habían llegado a la ciudad, ya solo vomitaba una vez al día, en la hora donde el sol calentaba con más intensidad.

   Se sentó a su lado, besó su frente y le extendió el desayuno, en un plato había servido las lentejas y zanahorias.

   —Gracias, Nadi. —Ya se encontraba más despierto.

   Tomó un bocado, el cual le produjo náuseas por su estado estomacal, pero logró aguantar. Sonrió y mencionó que realmente estaba delicioso. A continuación, le extendió la cuchara a Nadine.

   —¡Ah, no te preocupes! ya desayuné mientras aún dormías. —Mintió Nadine con una sonrisa.

   Mientras el pequeño disfrutaba de su desayuno, Nadine tomó uno de los juegos de mesa que encontró en lo que simulaba ser el cuarto de un infante, y lo preparó en la mesa con cuidado. El juego consistía en apilar piezas de maderas en una gran torre, cada jugador debía quitar una a una las maderas por turnos, perdía quien hacía caer la torre.

   Cuando la torre cayó por cuarta vez en el turno de Wilfred, el niño le preguntó si podían jugar al escondite, su juego favorito. Nadine se puso de pie, tomó el plato y la cuchara vacía, para depositarlas dentro del fregadero, dándose tiempo a pensar.

   —Vale, a ver si me ganas.

   Jugaron por horas, al escondite, a las adivinanzas, armaron fuertes con la ropa de cama y contaron historias de fantasía hasta el cansancio. Se encontraban sentados en el suelo, debajo de la mesa del comedor, rodeados de cojines en el suelo y sábanas simulando murallas. En silencio se observaban a los ojos. Wilfred con un rostro sereno, Nadine con una expresión parecida a la sospecha, una lágrima cayó por su mejilla y luego pestañeó.

   —¡Perdiste! —gritó Wilfred mientras cerraba sus ojos con fuerza repetidas veces.

   —¡Oh mon Dieu*!... —Reía Nadine mientras frotaba sus ojos y alargaba las vocales.— ¿Cómo lo haces?

   —El duelo de miradas es mi espacialidad —dijo con una chistosa altanería.

   —Pues mi espacialidad  —repitió la joven—, es ganarte en el escondite...

   Fingiendo enfado, respondió:

   —No sabía que se me veían los pies.

   Como era de esperarse, terminó en una pelea de almohadas. En un descuido el cojín en la mano de Wilfred se le escurrió entre los dedos, lo cual provocó que el niño le pegara un puñetazo directo en el rostro. Automáticamente se llevó ambas manos a la boca, con los ojos muy abiertos la miró. Nadine con la boca abierta por la sorpresa comenzó a reírse, ante esto el niño se sumó a la risa. Con tanta carcajada, uno de los muros del fuerte cayó, dejando al descubierto que el sol se estaba escondiendo.

    El niño observó el cristal, el cual rápidamente se congelaba, confundido mencionó el hecho de que se habían olvidado de ir al refugio, mientras abrazaba a Nadine. Ella respondió que sí, que se les había pasado.

   De hecho, ella había decido darle un día de descanso al pequeño. Hace un mes que lo conocía y hace un mes que se encontraba intoxicado por la comida, incluso desde mucho antes por lo que él le contaba. No sabía con que se encontrarían en la sede de Pangea, quería darle un día de algo parecido a la normalidad.

   Después de dejar cada cosa en su lugar, se sentaron tomados de la mano en el sofá a observar la caída del sol, el comienzo de la noche. Los días eran bastantes oscuros por el poco sol que lograba filtrarse entre las densas nubes, pero la oscuridad durante las horas de frío era tal como el océano en la noche. Cuando ya no podía verse absolutamente nada, Nadine cerró los ojos, escuchando la respiración profunda de Wilfred. Cayó en un sueño reparador junto a él.

   Como cada noche, ambos soñaron a sus familias.

   El llanto de Wilfred la arrancó del sueño, se encontraba sentado en el sofá, había vomitado un poco, una pesadilla lo despertó. Inmediatamente ella lo atrajo hacia su pecho mientras intentaba calmarlo.

   —¡Papaa! —gritaba con dolor—. ¡Papa no te lastimes!

   Sus gritos dolían, su voz se volvía ronca al final de cada frase. Lloraba con la boca muy abierta, con sus manos golpeaba sus piernas. Gritaba "basta" una y otra vez, les pedía a sus padres que ya no estaban allí, que pararan.

   Unos largos minutos tardó en calmarse, lloraba despacio. Y le repetía a Nadine una y otra vez entre balbuceos:

   —Papi atendió su móvil y después se golpeaba mucho, mucho. Mama se asustó y quería hacerlo parar, pero no podía. ¿Por qué papa hizo que mami no pudiera movese más?...

   —Shh, tranquilo.  —Le susurraba suavemente mientras lo llevaba en brazos hacia la cama, las lágrimas de ambos se mezclaban.

   —Papi también se quedó quieto. Yo les pedí que se levantaran, pero ni siquiera quisiedon abrir los ojos.

   Ya en la cama, acurrucados, Wilfred repitió las mismas frases hasta volver a dormirse. Completo silencio, solo se escuchaban sus respiraciones y el estómago del pequeño. Nadine lloró en silencio hasta dormirse.


*Oh mon Dieu: "ay dios mío" en Frances.

...

París, Francia. Marzo de 2036.

   Recogieron sus cosas y salieron con cautela de la tienda. A pesar de la mala noche que ambos habían pasado se sentían recargados de energía y optimismo. El día anterior había sido maravilloso con todos esos juegos, mencionaba Wilfred una y otra vez. No tenía buen aspecto, se encontraba más pálido que nunca, sus ojeras parecían el doble de grandes que el día anterior y alrededor del iris de sus ojos podían verses rastros de amarillo. A pesar de su enfermizo aspecto, sus ánimos detonaban salud.

   Caminaron media hora hasta la puerta de la ópera donde colgaba una madera en la cual estaba escrito muy claramente: Pangea. El edificio parecía sacado de un cuento, Wilfred contaba con sus dedos rechonchos las columnas del frente, mientras Nadine se encontraba completamente hipnotizada por semejante obra arquitectónica, sin darse cuenta comenzó a contarle al pequeño sobre la construcción:

   —Mira, un detalle poco común es que la edificación no dispone de una puerta principal, observa que hay muchos arcos, no uno principal. —Sin querer, hablaba a una velocidad bastante acelerada.— Si miras con atención verás los ventanales donde se encuentra el ático. El arquitecto utilizó diferentes tipos de mármoles para así crear ese efecto multicolor pero armonioso. ¡Me encanta!

   Distraída bajó al niño de sus brazos para así gesticular mejor mientras le explicaba, como si de una clase se tratara, hablaba sin parar de las diferentes elecciones del arquitecto. Por qué había elegido esas columnas y no una más detalladas, y por qué había decidido no usar cierto mármol.

   —Eso se llama cúpula, ¿es muy bonita verdad? Solía ser azul y turquesa. —Finalizó mientras tomaba una gran bocanada de aire. Hablar por diez minutos seguidos sin parar sin duda te deja sin aliento, pensó. El niño acostumbrado a su excentricidad y obsesión a la hora de hablar sobre arquitectura, sonrió y señaló que las estatuas eran su cosa favorita en el edificio.

   Nadine se disponía a responder cuando alguien se arrojó sobre ella, tirándola al suelo. El niño gritó al tiempo que cubría sus ojos con sus pequeñas manos. Nadine, presa del terror miró a su atacante quien se encontraba sobre ella, levantando sus manos cerradas en un puño, preparándose para golpear el rostro de su víctima. Por sus ojos carentes de expresión y color supo que era un ahogado. Antes de que lograra dar el golpe, salió disparado hacia la derecha impulsado por un hacha de bombero, la cual había impactado directo en su cuello dejando su cabeza colgando por poco.

   La muchacha se incorporó y miró al niño, seguía en la misma posición, a salvo. Lo llamó y él con una sonrisa corrió a los brazos de ella, aliviado. Mientras lo abrazaba miró a su salvadora.

   Aparentaba tener alrededor de veintitrés años, se encontraba a cierta distancia, con tranquilidad su hacha con gran dedicación, comportándose como si ellos no estuvieran ahí. En su rostro podían observarse lunares, su tez era blanca, pero se encontraba bronceada por el sol. Sus ojos eran de un verde azulado oscuro, el izquierdo de estos se mantenía más entrecerrado que el derecho. Llevaba su cabello castaño en una larga trenza, la cual se encontraba sobre uno de sus hombros.

   Luego de dos minutos, Nadine decidió que alguien tenía que comenzar la conversación.

   —Emm... Merci *.

   En respuesta la muchacha desvió la mirada de su afilada herramienta. Miró a Nadine, levantó el pulgar en señal de Ok, sonrió por un segundo escondiendo sus finos labios y retomó su tarea. Nadine la observó un instante, luego se giró a mirar al ahogado; sorprendida clavó la mirada en sus ojos abiertos, estos habían recuperado su color y su vida a pesar de yacer en un cuerpo carente de pulso. Parecía en paz.
   La desconocida se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la sede de Pangea, la antigua Ópera Garnier.

   Apresuradamente Nadine se puso de pie, tomó la mano del niño y comenzó a caminar detrás de ella.

   —¡Perdona! ¿eres de Pangea?

   —Si, yo la fundé —respondió. Tenía una extraña forma de hablar, como si no prestara mucha atención. Por la expresión de sus ojos parecía estar pensando en cosas importantes.

   Silencio. Su falta de colaboración daba la sensación de que no quería ser molestada, pero no habían llegado hasta allí para no poder entrar.

   —Mi nombre es Nadine, él es Wilfred...

   La muchacha dejó de caminar, los miró con atención. Pasaron unos segundos, luego pareció como si de algo se acordara y levantando la palma en señal de saludo, se presentó:

   —Greta, un gusto —dijo en sueco, para luego continuar en francés colocando un dedo en su sien—: Lo siento, muchos asuntos... ¿Quieren entrar a la sede?

   —Eh, si si, claro. A eso venimos, muchas gracias, de verdad.  —Se apresuró a responder Nadine, Wilfred repitió como un pequeño loro: "muchas gracias, de verdad."

   Una vez dentro, podía verse un gran vestíbulo circular. El suelo estaba decorado con mosaicos de mármol, las paredes talladas, estatuas por doquier. El lugar estaba limpio, y las pocas cosas que no se encontraban en perfecto estado habían sido arregladas lo mejor posible.

   Caminaban detrás de Greta, quien parecía absorta en sus pensamientos.

   Nadine no imaginaba que iba a encontrar el edificio en ese estado, tampoco se imaginaba la poca gente que había dentro. Solo se habían cruzado con dos personas, las cuales cargaban pesadas cajas, les sonrieron y continuaron su camino.

   Ya se encontraban al pie de la escalera. Ante esta, Wilfred quedó maravillado. Nadine había estado más de una vez allí, antes de la pandemia. Comenzaron a subir.

   —La escalera es preciosa, ¿verdad? Uno de los espacios más espléndidos del edificio por su diseño, su altura y la diversidad de los materiales utilizados... Mármoles, ónix, cobre...—Comenzó a contarle en voz baja, Nadine al pequeño. Señalando el techo donde colgaban diversas arañas de cristal, prosiguió—: Magníficas pinturas... El Olimpo, Apolo, Orfeo...

   —Veo que sabes mucho del tema —interrumpió Greta, al tiempo que frenaba a media escalera, donde se dividía en dos caminos separados.

   —Si, iba a ser arquitecta. —La timidez podía sentirse en sus palabras.

   —Bra*... tengo que ir a preparar todo, en una semana será el siguiente viaje al refugio. Este lugar es solo de paso. El refugio se encuentra en Islandia. Allí la gente puede formar un nuevo hogar permanente.

   »Pangea existe mucho antes de la pandemia, de hecho, existe desde el 2027. Siendo adolescente me volví activista contra el cambio climático, incluso dejé los estudios. —La sueca comenzó a soltar la información mientras se mantenía de pie frente a ellos.— Pangea fue creada en el '27, porque a partir de ese momento la crisis climática producida por el calentamiento global se volvió algo inevitable. Desde mucho antes mi equipo y yo intentamos advertir a las grandes autoridades y al pueblo, pero pocos escucharon. Los que nos escucharon, nos siguieron.

   »Lo único que cambió hace dos años, cuando la pandemia comenzó, fue que al fin teníamos la atención de la gente. Los países más inteligentes se sumaron a la causa, junto con una infinidad de organizaciones más. —Greta soltaba aquel discurso que ya había sido recitado a demasiados viajeros para contarlos.— Año después, nos cedieron el control, ya que nosotros estábamos listos hacía ya tiempo.

   »La raza humana ha destruido el planeta al punto de que ya no hay vuelta atrás. Lamento decirte que esto jamás acabará. Podemos salir adelante, créeme, cambiando muchos aspectos de nuestras vidas y nuestros valores. Pero solo quiero que entiendas que esta es la nueva realidad del planeta tierra. Ya nada volverá a ser como antes...

   »Debo irme —soltó de pronto, Greta, luego de su discurso. Se había mantenido con el rostro con una sonrisa casi inexistente. Después de anunciar su retirada les dedicó una sonrisa más amplia. Esta vez enseñó los dientes, pequeños, un poco torcidos—. Leonardo los ayudará.

   Comenzó a subir la escalera por el ala izquierda.

   —Adiós Wilfred, adiós Nadine. Nos veremos pronto. —Finalizó Greta antes de desaparecer por un pasillo.

   Leonardo los esperaba al final del ala derecha de la escalera, él era la cuarta persona que se encontraban allí. Era un anciano con una dulce sonrisa, de tez morena y cabello blanco, una ligera barba cubría parte de su rostro. Se encontraba vestido formalmente, como si acabara de llegar del trabajo. A pesar de su edad, se encontraba en buena forma.

   Se acercaron a él, quien los recibió con una cálida bienvenida. Les explico las instalaciones, como se manejaban allí dentro y en las afueras, hasta llegar a una gran puerta cerrada con llave.

   Cruzando la puerta se encontraba un largo pasillo, el cual estaba construido en forma circular; el final del pasillo, era también el comienzo. Caminaron hacia la derecha unos pocos metros hasta otra puerta. Dicho pasillo rodeaba el estadio, el cual se encontraba detrás de la puerta. Adultos, adolescentes y ancianos caminaban por la instalación, realizando diferentes tareas. Nadine logró contar quince personas en total.

   —No somos muchos voluntarios, ya que no hay mucho para dar si uno nada tiene —mencionó Leonardo mientras rebuscaba entre sus bolsillos la llave correcta—. Refugiados hay muchísimos, pero aún no están listos para ser voluntarios... ya lo verás.

   Detrás de la puerta se oía un gran barullo. Nadine no era capaz de identificar que provocaba esos sonidos. En su mente imaginaba un grupo incontable de personas gritando, riendo, llorando y corriendo. Comenzó a sudar a causa de los nervios.

   Leonardo metió la llave en la cerradura, la giró tres veces y un sonido de engranajes les indicó que ya podían pasar. El hombre se hizo a un lado y los dejó pasar, entrando último y cerrando a sus espaldas. Los sonidos extraños que se oían ahí dentro asustaron a Wilfred, quien extendió sus brazos hacia arriba, cerrando y abriendo las manos. Conociendo el gesto, Nadine lo tomó en sus brazos.

   Se encontraban en la grada superior principal del estadio, solo lograban ver el telón. En silencio caminaron entre los asientos color café, hasta llegar a la barandilla. Nadine tenía mucho que decir, pero no lograba que las palabras salieran por su boca.

   Se limitó a mirar con sus ojos llenos de lágrimas a Leonardo, quien sonreía plácidamente.

   —Wilfred, mira —dijo el hombre, tocando suavemente el hombro del niño.

   El pequeño se despegó del hombro de su protectora y miró hacia abajo.

   Cientos y cientos de niños jugaban y gritaban de alegría. Saltaban entre las sillas, dibujaban sentados en el suelo. Algunos dormían en los colchones colocados en el escenario. Aviones de papel volaban dentro de la sala, dragones imaginarios eran combatidos con espadas de cartón. Los únicos adultos en la sala, además de Nadine y Leonardo, eran unas seis personas en las gradas superiores más pequeñas. Cuidaban de los bebés y de los niños más pequeños, al mismo tiempo que desde arriba controlaban a los niños que jugaban.

   Debajo, cuatro preadolescentes ayudaban a asegurar la seguridad de los niños.

   Era el desastre más hermoso que podías ver en tu vida.


⋅ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⊱∘──────────────∘⊰ ⋅⋅⋅⋅⋅⋅ ⋅

*Merci: gracias, en Frances.

*Bra: bueno, en Sueco.

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