IX. Abstinencia.
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París, Francia. Abril de 2036.
—¿Dónde está Nadine? —susurró Antonia en un volumen demasiado bajo para ser oída. Se encontraba postrada en una habitación. No la dejaban salir. Se encontraba allí hace dos días, creía, no lograba contarlos bien.
No recordaba gran parte de lo sucedido. Tenía memoria de los meses en los que todo se volvió un caos. Perder a su familia, los crímenes en París, la huida de las figuras de poder. También tenía un vago recuerdo de la universidad siendo tomada por aquel descontrol. Ella jamás se fue, se había limitado a cambiar de habitación la noche que ella y Nadine terminaron. Se encontró con alcobas disponibles de sobra, los estudiantes comenzaban a huir. Todo se había salido de control en apenas unos días.
Los siguientes meses no eran más que flashes confusos y borrosos, teñidos de rojo. Las drogas distorsionaban su percepción de la realidad durante ese periodo y su mente se esforzaba en no recordar, para protegerse. Sin embargo, hace dos días que lo único que consumía eran provisiones en buen estado y agua potable. La falta de toxinas en su cuerpo era como una niebla que se disipaba, dejando al descubierto dolorosos recuerdos.
Rosadella la observaba con expresión seria y distraída, de pie a su lado. Un enfermero de estatura baja, contextura delgada y un cabello casi tan oscuro como sus ojos le hablaba en voz baja y tímida.
—Aún no ha llegado la parte más dura, su estado es tal que sigue bajo el efecto de las drogas. La desintoxicación es un proceso duro que se suele hacer de a poco, paso a paso. El problema es que no podemos gastar los pocos medicamentos que tenemos en ella. Esto hará el proceso más intenso, pero los heridos necesitan los medicamentos... —El joven escondió sus labios en una línea, paseando su mirada por las sabanas.— Lo siento, de verdad. A ambas les esperan unos días difíciles...
—No te preocupes, Álvaro. Gracias. Me quedaré con ella todo lo necesario.
—¿Dónde está Nadine? —repitió Antonia un poco más fuerte.
El enfermero la miró, susurró algo al oído de Rosadella y con una sonrisa de disculpa se retiró.
—Hola, me llamo Rosadella —dijo, con una leve sonrisa de costado—. Nadine no puede verte ahora. Está bien, a salvo, pero está ocupada.
Los recuerdos de los gritos de Nadine cuando se encontraba confinada produjeron un leve escalofrío en Rosadella. Para disimular dio un paso adelante, quedando de pie al lado de la cama de Antonia de brazos cruzados, en ellos se podían ver unos tatuajes de delicadas flores. No llevaba su sudadera puesta. Esperó la respuesta de Antonia, tardó unos minutos en llegar.
—¿Por qué? —Sufría una fuerte jaqueca, la cual se agravaba cada vez que se movía o hablaba.
—¿Por qué, qué?
—... ¿Dónde estoy?
—En la Ópera Garnier, sede de Pangea... París. —Se encogió de hombros, no sabía que recordaba y que no.
—...Ah.
—No tienes idea de que hablo.
—La verdad que no.
—No importa, encárgate de estar mejor, nada más. Estás a salvo, Nadine también. Cuando ambas estén mejor podrán ponerse al día.
—¿Cuándo ambas estemos mejor? —Antonia intentó incorporarse, alarmada. Se rindió ante el fuerte dolor muscular.— ¿Qué le pasó a Nadine?...
—Solo está cansada. Probablemente tú también, duérmete. Voy a estar aquí fuera de tu habitación por si me necesitas.
Sin decir más se marchó, dejando a Antonia completamente confundida. Se hundió en las suaves almohadas, mordiendo sus uñas observó las luces sobre su cabeza. La abstinencia se encontraba cerca. Los minutos pasaron, la joven acabó por dormirse. No recordaba la última vez que había dormido sin miedo.
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En la habitación de Rosadella, Nadine se acurrucaba en un colchón en el suelo. Se había cambiado a aquel cuarto la noche que Wilfred murió, pero se había negado a ser ella quien durmiera en la cama. Con la vista fija en el tejado, lágrimas caían silenciosas. La última imagen de Wilfred se repetía una y otra vez en su mente.
La comida le sabía a piedras, y la vida a mierda.
Leonardo la visitaba a diario, le llevaba las comidas y siempre tenía algo dulce que decir, pero ella no emitía sonido. Él no se iba hasta asegurarse de que comiera y bebiera. A Rosadella poco la veía, no se despegaba de Antonia. Le había prometido que cuidaría de esta, siempre y cuando ella también se dejara cuidar por Leonardo.
Los recuerdos comenzaron a atormentarla, por lo cual, luego de comer lo mínimo que Leonardo le exigía se dio media vuelta y fingió dormir. En completo silencio el hombre se marchó. Nadine permaneció acostada, abrazada al cangrejo de felpa de Wilfred y con la sudadera morada de Rosadella.
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Rosadella caminaba por los pasillos con la cena de Antonia en mano, se encontró con ella mucho antes de lo esperado. Sin fuerzas abría puertas y revolvía cada caja que encontraba, dando vuelta cada cajón y maldiciendo. Tenía el cabello húmedo y llevaba ropa limpia. Rosadella observó apenada sus heridas un segundo antes de que la rabia la invadiera.
—¿Qué crees que haces? —El tono de Rosadella no detonaba pizca de paciencia. Se lo había perdonado las primeras dos veces que la había encontrado intentando robar, no querían atentar contra su libertad. Le había dado una última oportunidad, ahora había perdido su confianza.
No la dejaría vagar por los pasillos en aquel estado, en especial por el inmenso terror que le daba que se encontrara en Nadine y se destruyeran aún más.
—Busco a Nadine.
—La última vez que me fijé Nadine no entraba en los cajones de la cómoda.
—Piérdete —Antonia se había dado la vuelta para mirarla con fastidio.
Ante esto, Rosadella, levantando la voz la tomó de la camiseta, acercándose a ella le dijo con fastidio:
—Vamos a dejar las cosas claras, esto no es ningún juego. Lo que estás buscando, no lo vas a encontrar. No somos tan imbéciles para dejar drogas por ahí tiradas para que tú las encuentres. Vas a volver a tu maldita cama, y vas a colaborar.
—¡Suéltame! —Antonia forcejeaba con gran debilidad. Rosadella se mantuvo inmóvil.
—Vamos.
Tomándola del brazo comenzó a arrastrarla hacia la enfermería. Antonia comenzó a gritar con gran escándalo, provocando que voluntarios se asomaran al pasillo para ver si todo estaba en orden. Volvían a sus habitaciones luego de que Rosadella les dijera que todo estaba bien con un solo movimiento de cabeza.
Ya en la enfermería, Rosadella dejó sin delicadeza la comida de Antonia en una mesa, mientras esta seguía gritando y retorciéndose. La metió en la cama intentando esposar su mano izquierda con los grilletes preparados en la cama del hospital hacía ya tiempo.
No fue una tarea fácil, Antonia luchaba como si de su vida se tratara. A pesar de estar muy débil y Rosadella tener gran fuerza, le llevó unos minutos poder esposarla. La paciencia de Rosadella había llegado a su límite pero hacía lo posible para mantener la calma.
—¡Me cago en tus muertos! —gritó Antonia, escupiendo saliva en el proceso.
—Te callas o no comes —respondió Rosadella seriamente, fuera del alcance de Antonia con el plato de comida nuevamente en la mano.
Unos minutos de silencio después le entregó un plato de verduras enlatadas y se alejó para sentarse en una silla. Desde allí la observó con cara de pocos amigos. Al terminar su plato Antonia se durmió. Rosadella tomó los restos y se fue.
Con paso lento y cansado regresó a su alcoba, Nadine continuaba en la misma posición.
—Puedes engañar a Leonardo, pero no a mí —dijo Rosadella sonriendo levemente al tiempo que se ponía una chaqueta, el sol ya había bajado.
Nadine se dio vuelta, la miró y se limitó a sonreír tristemente. Rosadella se sentó en el suelo a su lado y esperó hasta que Nadine al fin preguntó lo que quería saber:
—¿Cómo está Antonia?
—Estos tres días simplemente durmió, y devoró todo lo que se le ponía en el plato. Probablemente en un par de días comience lo más difícil.
—¿Estará bien?
—¡Claro que sí, preciosa! No corre ningún peligro, Nadine. Pero el proceso de desintoxicación no es nada agradable, no creo que sea buena idea que la veas hasta que ambas estén mejor... lo más probable es que comience a ponerse violenta.
Silencio en respuesta.
—Bueno, descansa —susurró dulcemente Rosadella mientras arropaba a Nadine. Se dirigió a su cama, apagó la vela y se acomodó para dormir.
—... ¿Familia o pareja? —dijo de repente Nadine.
Rosadella dejó salir una pequeña risa ante la comprensión de Nadine a sus palabras.
—Ambas. A mis padres se los llevó una sobredosis, yo tenía apenas once. Nahuel, mi pareja de años, se suicidó luego de volver a consumir. Un año sobrio...
Silencio, Nadine esperó, luego le animó:
—Ese no es el final de la historia...
—Casi lo fue. Luego de casi tres años de sobriedad recaí. Un día desperté y todo esto había comenzado hacía ya rato. Me habían cortado la electricidad hace meses, no me enteré de nada hasta que no me vi obligada a salir a la calle en busca de... provisiones. —Cerró los ojos, aún recordaba aquel piso que Nahuel y ella habían compartido. Sonrió al darse cuenta que no pronunciaba su nombre desde su muerte. Aquellas letras se sintieron seguras y oxidadas en sus labios.— Desesperada me colé en Pangea, necesitaba consumir algo, no me importaba si tenía que robarlo, no me importaba que el mundo se caía a pedazos a mi alrededor. Revisé todos los rincones que pude, encontré apenas unas aspirinas vencidas... estaba cansada y quise irme. Sin embargo, alguien me detuvo, —rio melancólicamente y murmuró—: con un golpe en la cabeza.
»Me desperté esposada en la misma cama en la que ahora duerme Antonia. Greta me había seguido desde el momento que crucé la puerta de entrada. Dijo que no pensaba dejar ir la posibilidad de ayudarme, que había visto un futuro para mí en Pangea desde el primer instante. Ella me ayudó, o me obligó mejor dicho, a desintoxicarme. No me resistí, me sentía sola y solo quería que alguien cuidara de mi. —La suave risa de Rosadella inundó el silencio de la noche, Nadine no pudo evitar sonreír también. Le encantaba la alegría que Rosadella irradiaba, incluso en los peores momentos.— Tú... te vas al refugio, ¿verdad?
La voz de Rosadella pareció temblar al pronunciar la última frase, pero la mente de Nadine estaba demasiado distraída para notarlo. Últimamente se sentía como si viviera en las nubes, durante una tormenta. Sus únicos momentos de paz eran cuando Rosadella estaba con ella.
Ambas permanecían recostadas en sus respectivas camas, a oscuras. La tensión en el aire era extraña, pero no se sentía como algo malo.
—Tengo que esperar el mensaje de Greta. —Nadine se aclaró la voz y suspiró pesadamente.— Prometió mirar los registros para saber si ellos estaban allí. Me advirtió que más que eso no podía hacer, que no podía asegurarse que eran ellos, que apenas se iba a quedar dos días allí y tenía mucho que hacer.
—¿Y si no están allí?
—Seguiré buscando alguna pista por aquí. Lo extraño es que jamás pasaron por esta sede.
—La mayoría evita la ciudad por seguridad. Tranquila, estoy segura que Greta traerá buenas noticias.
Hablaron por una hora más, como si de minutos se trataran en un mundo que no estuviera roto. Juntas llenaron los silencios hasta caer dormidas, sintiendo que algunas heridas comenzaban a curar.
• ────── ✾ ────── •
Una semana había transcurrido desde la muerte de Wilfred, los segundos se arrastraban pesadamente, el tiempo parecía doblarse y los recuerdos volverse un sin fin de momentos que no volverían, risas que ya no oirían y manos que no volverían a tomar.
Greta se encontraba de camino al sur de Asia, una de las sedes más grandes se alzaba con resilencia. En una semana más algún voluntario llegaría con provisiones para la sede de París y una carta para Nadine, o al menos eso esperaba ella, a cada segundo.
En la enfermería, en la habitación de Antonia, esta se encontraba aún esposada. Discutía con Rosadella.
—Tienes que comer.
—No tengo hambre, por favor —se quejaba Antonia.
Después de mucho insistir Rosadella logró que comiera. A la hora vomitó todo lo que había consumido, el círculo vicioso había comenzado hace cuatro días.
Su cuerpo levantaba fiebre constantemente, todo lo vomitaba y su irritabilidad y violencia habían aumentado considerablemente. Su cuerpo comenzaba a volverse loco ante la falta de sustancias.
Segundos después de vomitar Antonia comenzó a rogarle a Rosadella que por favor le diera algo, que sentía que se moría y los órganos se le prendían fuego. En respuesta solo obtenía silencio, y ahí comenzaba a ponerse violenta. Rosadella suspiró agotada, cada tarde el mismo círculo, pensó.
—Maldita zorra —dijo Antonia, sentada tirada hacia adelante todo lo que las esposas le permitían.
—Siempre eres tan dulce conmigo —respondió Rosadella sonriendo de costado. De pie la observaba, fuera de su alcance con los brazos cruzados y las piernas separadas, como siempre hacía cuando Antonia se ponía así—. Deberías escribir poesía.
El sarcasmo de Rosadella fue respondido con gritos de Antonia, insultos demasiado enredados para entenderlos, las palabras se pisaban y escupía saliva. Rosadella era consciente que su actitud la irritaba más, pero al menos los episodios duraban menos.
—¡Nadine! ¡Nadine! —Los gritos de Antonia retumbaron de repente entre los pasillos. La sonrisa de Rosadella desapareció automáticamente y sus ojos expresaron pánico.
—¡Silencio! —Con el revés de la mano la hizo callar.— ¡Mientras más tardes en mejorar, más tiempo estarás sin ver a Nadine! No pienso permitir que te vea en este estado, ya ha pasado por bastante. ¡Y tú más que nadie debería entenderlo!
Su comportamiento duró unos minutos más, al tiempo que movía sus piernas como un niño encaprichado chillaba de frustración. Cuando se calmó, Rosadella se retiró sin decir palabra. Estaba segura de que Nadine había oído los gritos desde el final del pasillo. Su corazón latía fuertemente en su pecho.
En la habitación, Nadine sufría un ataque de furia. Había destruido el cuarto al tiempo que lloraba desconsolada tiraba de su cabello. El dolor la estaba consumiendo, los recuerdos de Wilfred la atormentaban a cada segundo y la ansiedad comenzaba a meterle en la cabeza la idea de que toda su familia estaba muerta. Había creído oír a Antonia llamándole, ahí supo que estaba perdiendo la cabeza.
...
—¿Cómo se encuentra? —dijo Álvaro, el enfermero. En ese momento se estaba encargando de la revisión semanal de los voluntarios, intentando asegurarse que ninguno se estuviera enfermando. La falta de análisis hacía difícil la diagnosticación temprana de enfermedades. Rosadella le seguía los pasos.
—Insoportable —soltó pesadamente Rosadella, estaba agotada. Había buscado a su amigo para despejar un poco la mente, quería ver a Nadine con la mejor energía posible—. Probablemente dentro un par de días su cuerpo ya esté mejor. Tiene apetito la mayor parte del tiempo, pero su sistema rechaza todo lo que no sea droga.
—Sus peleas se escuchan por todos los pasillos —respondió al tiempo que le tomaba la presión a una anciana sonriente.
—No me hagas empezar con eso —bufó—. Insiste en ver a Nadine, pero no creo que sea lo más óptimo. Se encuentra muy frágil, y Antonia muy violenta.
—¿Nadine cómo está? Nadie la volvió a ver después de lo que sucedió.
Álvaro se despidió con dulzura de la anciana y junto a Rosadella comenzaron a caminar por los pasillos. Observó con atención a Rosadella mientras esta buscaba las respuestas en las losas del suelo.
—Sigue en el suelo de mi habitación. Come obligada, pero la angustia a veces la hace vomitar. No se levanta de la cama, apenas habla y cuando lo hace me pregunta por la carta de Greta o por Antonia. Oleadas de llanto la invaden de repente... ha cambiado mucho, puedo sentirlo.
—Se que no crees que es buena idea, y lo respeto, pero quizás verse bajo supervisión les haga bien a ambas —murmuró Álvaro con timidez. Rosadella levantó la mirada para observar los ojos del joven, las mejillas de este se encendieron—. Aunque sea unos minutos, para ver que la otra también está luchando por mejorar y eso les permita concentrarse más en ellas mismas.
Rosadella miró a la distancia al tiempo que suspiraba. No sabía quién de las dos era más preocupante.
—O quizás no, no se... —tartamudeo el muchacho nervioso con un hilillo de voz.
—No, no. Puede que tengas razón, vale la pena intentarlo.
Rosadella lo acompañó a terminar la ronda mientras él le contaba sobre el estado de los voluntarios y refugiados. Al rato ella se despidió con un beso en la mejilla y se dirigió hacia su habitación.
La encontró vacía.
Ambos colchones habían sido lanzados a la otra esquina de la habitación. El espejo se encontraba roto, junto con las pertenencias de Nadine, tiradas en el suelo. Las cosas de Rosadella estaban intactas, solo un poco desordenadas.
Automáticamente comenzó a correr hacia la enfermería, buscándole en cada pasillo. A pocos metros de la puerta pudo verla de pie, con la capucha de su sudadera morada cubriendo su cabeza. Observaba a Antonia quien se encontraba completamente dormida.
Silenciosamente, Rosadella se sentó en el suelo del pasillo y esperó.
Antonia estaba pálida, con grandes ojeras, las uñas sucias y el cabello encrespado. Lucía muy enferma. Nadine, con las manos en los bolsillos donde guardaba el cangrejo de Wilfred, la veía igual de hermosa que siempre. Sin embargo, el sentimiento ya no era el mismo. Con expresión solemne la observó, el cuerpo le pesaba. No se ponía de pie hace mucho tiempo. Y desde que había perdido a su pequeño compañero algo tan simple como respirar le costaba horrores.
Se dio la vuelta, se sentó en aquella silla donde Rosadella solía hacerles compañía a ella y a Wilfred, y mientras observaba a Antonia se durmió.
Los forcejeos de Antonia la despertaron, sentía que se había dormido hace cinco minutos pero al mismo tiempo hacía veinte horas. Antonia se sacudía frenéticamente, tratando de escapar de las esposas, su muñeca se encontraba completamente irritada de tanto forcejeo diario, a pesar de estar cubierta en tela. Murmuraba groserías y gritaba de frustración. Sin notar la presencia de quien tanto había pedido, comenzó a llorar, pidiendo por favor que le dieran algo, que no quería recordar. Terminó por vomitar, con su mano libre limpió su boca y con un movimiento brusco levantó la vista hacia Nadine. Ésta la observaba con el rostro ensombrecido y tampoco lucía muy saludable.
Asustada se puso de pie decidida a retirarse. Sin saber que en el pasillo Rosadella escuchaba todo con atención, esperando para intervenir de ser necesario.
—Nadine, por favor no te vayas —rogó Antonia sollozando.
Nadine se frenó en seco. No se dio la vuelta, tampoco emitió sonido alguno.
—Por favor... —repitió la española.
Nadine se dio la vuelta, su expresión seguía igual, pero con una pizca de rencor en sus ojos. Lentamente volvió a la silla, suspiró con fastidio.
—Hola. —Antonia sonrió. No obtuvo respuesta.
Los minutos continuaron con otros intentos de Antonia de comenzar una conversación, pero sin obtener nada a cambio. Nadine ni siquiera le miraba a los ojos. Esto irritó a Antonia, volvió a forcejear. Ante la mirada de Nadine se sentía avergonzada, pero también estaba desesperada.
—¿Puede decirles que me den algo? Por favor, Nadine-
—Nadie va a darte nada, deja de hacer el ridículo —interrumpió Nadine cruelmente.
—No lo entiendes, no quiero recordar... —El llanto de Antonia parecía el de una niña pequeña.
—¡Tú no lo entiendes! Por una vez en tu vida deja de hacer todo sobre ti —Nadine se puso de pie, furiosa gritaba.— ¡Mírate! Das asco...
Pronunció las últimas palabras en un susurro, se sintieron como puñaladas. Rosadella entró en la habitación apresuradamente. Antonia en silencio lloraba.
Al pasar el tiempo los recuerdos de Antonia en la mente de Nadine se habían distorsionado creando una dulce mentira. Al volver a verla la realidad le había quitado uno de sus grandes consuelos, recordando todo el dolor que estar con ella le había provocado. Y entender eso le había sentado horrible, no le quedaba nada.
—Nadine, creo que es momento de que vuelvas a la habitación —dijo Rosadella con tono autoritario, pero dulce.
Nadine no la miró, simplemente salió por la puerta, chocando su hombro con el de Rosadella. Ya solas las dos, Antonia intentaba esconder su llanto. Rosadella tomó la silla de la esquina y la acercó a la cama de Antonia, dónde se sentó.
—Ey... ¿Te sientes mejor?
Antonia negó con la cabeza, con un puchero como los niños.
—¿Qué tienes?
—Tengo muchísimo frío.
En ese momento Rosadella notó que Antonia temblaba. Tomó el termómetro del carro de la enfermería y se lo puso bajo la axila. Pasados unos minutos empezó a pitar. Rosadella miró la pantalla.
—Treinta y ocho grados. Ya comienzas a levantar fiebre —Levantó la mirada del termómetro y dulcemente dijo—: Ya es la recta final, aguanta Antonia. Un poco más y te sentirás mejor de lo que te has sentido en muchísimo tiempo.
• ────── ✾ ────── •
Rosadella entró en la alcoba en silencio, su plan era acostarse directamente, estaba agotada. Nadine se revolvía en su cama, lloraba y gemía, otra vez estaba teniendo pesadillas. Se arrodilló a su lado, tomándola de los brazos la despertó. Nadine despertó con un ligero grito y comenzó a llorar desconsolada. Rosadella la abrazó hasta que volvió a dormirse.
Se puso de pie, apagó la vela y se acostó en su cama para dormir. Nadine en sueños llamaba a Wilfred y a su familia.
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Los siguientes días Antonia levantaba temperatura y en sueños deliraba, recuerdos de las fiestas la atormentaban. No dejaba que nadie la tocara pero ya no era violenta, incluso a veces le contaba partes de lo que recordaba a Rosadella, quien la escuchaba con atención y respondía con palabras de apoyo.
En la enfermería, Rosadella y Antonia charlaban. Antonia se encontraba sentada en la cama, contándole una vieja anécdota a Rosadella. Al fin le habían quitado las esposas. Rosadella sentada al lado de la cama en su silla reía.
Se vieron interrumpidas por Leonardo, quien golpeaba la puerta abierta en señal de permiso.
—¡Leonardo! —exclamó Antonia con gran ánimo, al tiempo que Rosadella se ponía de pie y salía de la habitación.
—¡Hola bella! Se te ve con más energía.
Hablaron por un minuto, luego Leonardo se despidió para hablar con Rosadella quien lo esperaba en el pasillo.
—Es increíble, se le ve muy bien —dijo Leonardo con una sonrisa, señalando hacia su espalda, donde se encontraba la enfermería.
—Si, una vez que deje de tener fiebre estará mejor. Aunque la abstinencia no se va tan fácilmente, sé que sigue ahí, aunque ella lo disimula. Por otro lado, realmente tiene recuerdos horribles de aquellos meses... Me preguntó por ti.
Leonardo sonrió encantado. Había sido psicólogo y ahora usaba sus conocimientos para ayudar a los sobrevivientes. Antonia se había negado todas las veces que él había intentado hablar con ella, sin embargo, eso parecía haber cambiado.
—Si ella quiere ahora mismo tengo un rato libre.
—Perfecto, gracias —dijo Rosadella con la mano en el hombro de su amigo. Suspiró y preguntó—: Ahora dime, ¿Qué pasó?
—Nadine se niega a comer. En la mañana no logré que probara bocado, me dijo que tenía náuseas así que la dejé estar. Vengo de intentar darle la cena y me ha dicho de forma no muy dulce que me vaya de paseo. Creo que sabe que mañana deben llegar los voluntarios desde Islandia.
—¿Le has dicho lo de...?
—Si —suspiró con pesar—. Anoche. Creo que por eso dejó de comer. La angustia le debe haber cerrado el estómago.
—Vale, gracias Leo. Hablare con ella. ¿Tú...? —Terminó la frase señalando la enfermería con la cabeza.
—Ve, tranquila.
Leonardo se metió en la habitación con Antonia donde hablaron por horas, hasta que la cabeza de Antonia comenzó a doler. Tenía mucho que contar y mucho que llorar. La gran mayoría no lo recordaba, pero las cosas que sí amenazaban con volverla loca. Le contó a Leonardo todas las cosas que le hicieron y todas las que ella hizo. Leonardo prometió venir a hablar con ella dos veces por semana para ayudarla a salir adelante. Noche cerrada se retiró a su alcoba. Antonia, en cambio, no podía dormir, se quedó mirando el tejado pensando en la conversación de Rosadella y Leonardo que había oído.
• ────── ✾ ────── •
—No pienso hacerlo. —Nadine se encontraba sentada en su cama abrazando sus piernas, mirando a Rosadella sentada en el suelo frente a ella.
—Nadine, sé que no es nada bonito, sé que suena frío. Pero será solo un minuto, no podemos salirnos del protocolo. Incluso será una habitación diferente.
—¿Igual de vacía, sin manera de salir? No, gracias.
—Joder, Nadine. ¿Qué quieres?, ¿Qué ponga muebles para que me los partas en la cabeza?
—Estás dando por hecho que voy a convertirme en un ahogado. ¿Sabes algo que yo no?
—No, no sé nada. Por eso hay que seguir el protocolo.
Al día siguiente, Rosadella se encontraba de pie con un anotador en la mano y un lápiz. Allí escribía todas las provisiones que llegaban desde Islandia. Leonardo guiaba a los voluntarios que cargaban las cajas con conservas, mientras Álvaro se llevaba a los heridos por el viaje.
Nadine, en una habitación vacía, sin ventanas y con una sola puerta, de paredes color cielo apagado; con la espalda en la pared mirando hacia la salida, esperaba a Rosadella. En su mente lograba oír sus gritos la mañana en que perdió a Wilfred, provocándole náuseas.
Antonia caminaba lentamente por los pasillos de la ópera. El día anterior Leonardo le había concedido el permiso de salir de la enfermería, ya tenía su propio salón transformada en habitación para ella. Hoy sería la primera noche que pasaría allí.
Había recorrido toda la ópera, pasando por cada pasillo, deteniéndose en las gradas superiores, observando el escenario vacío donde reinaba el silencio. Sin saber qué hace unos cuantos días la alegría de los niños inundaba el lugar. Ahora se encontraba de pie en una ventana, donde observaba pensativa las provisiones que llegaban.
De vuelta en el salón vacío, Nadine oyó como alguien ponía la llave en la puerta. Un escalofrío recorrió su espalda y comenzó a sudar. El nombre de Wilfred resonaba constantemente en su cabeza, debía salir ya de ahí o se volvería loca.
Era Rosadella, quien le mostró el sobre en la mano. Dándole vueltas para mostrarle que aún se encontraba cerrado, por lo cual ella tampoco sabía absolutamente nada. A sus espaldas volvió a cerrar la puerta con llave.
Como habían hablado la noche anterior, Nadine se sentó en el suelo en un extremo de la habitación, Rosadella en el otro. Ya posicionadas, Rosadella con tranquilizador en mano deslizó el sobre con fuerza por el suelo, el cual chocó contra las piernas de Nadine. Esta lo abrió desesperada y comenzó a leer. Las manos de Rosadella sudaban, pero se encontraba dispuesta a disparar al primer indicio de violencia.
Rosadella deseó para ella la mejor de las noticias. Mantuvo la mirada en ella, una sonrisa se dibujó en sus labios mientras pensaba en lo bonita que era.
—No entiendo. —Con angustia Nadine levantó la vista del papel, miró a Rosadella y luego volvió al papel.
—Léelo para mí.
Con un suspiro, Nadine comenzó:
—"Nadine, espero que te encuentres mejor. He consultado la lista de refugiados: el apellido de tu familia se encuentra aquí, junto con la aclaración de que su procedencia es Borgoña. No he podido pasar a verlos, hay un gran caos aquí, ya que nos preparamos para recibir refugiados de todas las sedes" —leía Nadine en voz alta la carta de Greta—."Pero puedo asegurarte que cuatro personas de apellido Dubois se encuentran aquí, y vinieron desde Borgoña."
Al finalizar la carta miró a Rosadella con expresión seria. Al principio había sentido desesperación y angustia, pero de un momento a otro dejo de sentir, como si de un interruptor se tratara. No podía pensar con claridad.
—No entiendo que no entiendes...
—Tendría que haber cinco personas, no cuatro.
Ante esto, Rosadella se puso de pie, se sentó a su lado con la espalda en la pared, pasó su brazo alrededor de Nadine. Nadine apoyó la cabeza en su hombro y entrelazó sus dedos con los de Rosadella. Y así se quedaron la siguiente hora.
Nadine releía la carta una y otra vez, esperando que por arte de magia las palabras cambiarán. Pero aunque así fuera, los hechos no lo harían.
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