VIII: Si fue, será.
VIII: Si fue, será.
Santuario de Athena, Grecia, 2015
Se desplomó de nuevo en aquel salón que más de una vez lo vió llorar, gritó como si no hubiese un mañana son importarle que el templo callera sobre su cabeza pues, tal vez, era lo que quería; no le interesó que los demás le escucharan ni que la tierra entera se estremeciera con su alarido; Kiki anhelaba aquello, deseaba que el mundo entero reconociera que estaba deshecho de nuevo, que una vez más, el cruel destino y los crueles dioses, le habían arrebatado a su maestro, a su amigo... a su padre. Las paredes replicaron a ecos su dolor y los cielos se partieron en dos cuando fueron conscientes de aquello.
"Es mi culpa" se decía y a veces lo creía y otras se convencía de lo contrario pero suponerse el origen de la tragedia era más a menudo pues se permitió recordar lo que le habían dicho sobre el destino, sobre el camino de las personas en el mundo y quizá, su interferencia había sido un error, su infantil deseo de volver a ver a su maestro y a Aldebarán habían podido más que su voluntad como guerrero, de su lugar en el mundo como protector y nada más o quizá solo era que aquella vida no era la correcta pues estaban tan alejados el uno del otro, separados por barreras de todo tipo y él creyó que no sería problema alguno.
Y luego, el hecho de que Shion no le recriminara absolutamente nada y le abrazara para consolarle y consolarse así mismo terminó por abrir brechas enormes en su alma y en su corazón, ahora solo esperaba pacientemente a que la muerte llegase a por él, mientras se enclaustraba en la torre de Jamir, esperando, aguardando para recibir su final con un beso en la mejilla. Pero el destino – lo sabía – era tan imperfecto en la misma medida que ensanchaba la perfección a su actuar que le dio la oportunidad de levantarse, de transmitir el legado que alguna vez le perteneció a Mu.
Camina por las playas de Grecia sin rumbo alguno, esperando a que vuelva, ruega por volverlo a ver, aunque sea en sueños, por un instante, por un corto momento pero nadie le escucha, nadie siente piedad por él, nadie en el mudo le mira porque se ha convertido en un fantasma, apenas en un alma que vaga por el cosmos buscando lo que siempre fue suyo, lo que ama, lo que desea y lo que le devolverá a la vida. Aquellos ojos marrones no son más que orbes sin brillo, sin esperanza, sin felicidad y es que también se culpa y por más que el mismo porvenir le diga que no es el fin, que se encontrarán de nuevo en la siguiente o en la otra vida, ya no sabe si creerle o no.
Lo buscaba aún sin saber que aquella alma tan luminosa como el sol mismo y más suave que la lana de un cordero había ya encontrado el camino de vuelta y sin embargo él aún seguía ahí, recordando, viendo una y otra vez los momentos más felices de su primera vida, el momento en el que se conocieron, en el que se re-encontraron, de esa fugaz mirada, de esas promesas incumplidas, de besos y caricias que deseaba llevar a la realidad. Pero también rogaba por piedad.
Athenas, Grecia, 2055
Estaba sentado en aquella playa que tanto le gusta, solo observando la infinidad del mar como si algo le faltase, se sentía extraño en el mundo, caminando una y otra vez por la playa sin conocer un objetivo indistinto del que llevaba haciendo gran parte de su vida, contemplaba el océano, dejaba que la arena le cubriera los pies y despues regresaba a casa, su padre le miraba con curiosidad y luego le preguntaba acerca de aquella mirada que expresaba tanto pero al mismo tiempo nada. Todo en su modesta vida en la costa, cerca de Cabo Sunion, le gustaba pero dentro de todo, apenas si sabía que quería para su futuro.
Pero tampoco es que fuese muy importante, apenas tenía quince años, o al menos eso es lo que decían todos, decían que quizá tenía pinta de ser uno de los tan raros herreros, aquellos cuya inteligencia era tan superior que podía reparar cualquier cosa que le pusieran enfrente. Ahora pasaba las imágenes en su móvil que no le dio tiempo siquiera de ver nada, era tan aburrido que a menudo daba vueltas por toda la casa y no encontraba como distraerse, se había devorado ya los viejos libros que tenía su padre y a pesar de sentirse un poquito completo con todas aquellas historias de fantasía, mitos, cuentos y leyendas que le parecían fascinantes.
Recordaba que, cuando era niño, tomaba mantas y montaba su propio castillo, su santuario en el que era el protector y cuyo deber era proteger a una doncella que resultaba ser una hermosa Diosa y luego, los muros se derrumbaban cuando le mandaban a dormir pero siempre resurgía al día siguiente. Ahora ya no tenía torres ni fortalezas, ni armadura ni espadas, era un chico que soñaba con olivos y cerezos, con cielos rojos y eclipses eternos y con la sombra de un muchacho que le invitaba a seguirle. Se había dejado crecer el cabello lavanda y se lo ataba con una cinta roja y a pesar de siempre sonreír, su alma intentaba escapar de su cuerpo pera ir a... ¿a dónde?
¿A dónde iría un muchacho que apenas conoce el lugar dónde nació? ¿A qué parte del inmenso mundo se dirigiría? ¿Por qué deseaba abandonar todo cuanto conocía?, quizá el hecho de sentirse extraño en su propia piel, quizá el pavor que le tenía a la carretera, a la soledad, a la muerte, a un muro inmenso plagado de símbolos míticos y figuras espeluznantes, a una vida sin compañía, sin cariño... sin amor, sin el amor que no había encontrado y que se convencía, algún día llegaría a él de manera inesperada, así como los fortuitos encuentros de las historias que tanto amaba; tal vez como Eros y Psique o Ariadne y Dioniso, o quizá como un guerrero y la princesa o un mago y un hada.
Amaba ver la Acrópolis desde lejos y su inmensidad lo hacía desear estar ahí, recorrer las infinitas escaleras que componían el sagrado recinto y perderse entre los pilares, fundirse como uno solo en aquellas paredes de piedra caliza, ser invisible y a la vez deseaba ser tan reluciente como el oro mismo para que todos notasen su presencia, para que todos le preguntasen quien era, a dónde se dirigía, que era lo que deseaba y quien podría robar su corazón. Pero aquello eran ilusiones, sueños de un niño que no entendía nada del funcionamiento del mundo, de la vida, del pasado o del futuro, del presente inamovible y de las cosas que aún le faltaban por vivir, de ese universo que algún día visitaría y es que las cosas nunca habían sido fáciles para nadie. Regresó a casa, con la mirada baja.
— ¿Qué te sucede, Mu? — le preguntó su padre al verlo, aquel hombre de mirada cerúlea y cabellos rojizos se acercó a él y le puso la mano al hombro.
—Nada — suspiró — bueno, lo de siempre — se encogió de hombros y trató de sonreír, sus orbes lilas se posaron en su progenitor — siento que algo me falta y no sé qué es.
—Sabes que puedes pedirme lo que sea — Kiki apenas y podía con la angustia de verlo de aquella manera.
Y es que, su hijo le recordaba a alguien, a un antepasado, quizá a un familiar de su estirpe o tal vez solo era su imaginación, quizá había visto una vieja fotografía dónde el parecido era imposible, una fotografía sepia del siglo pasado, de un muchacho que se parecía al joven que había engendrado, quizá puras coincidencias. Él también se parecía muchísimo a alguien del pasado e incluso llevaba el mismo nombre y al igual que su retoño, seguían con la tradición familiar de los nombres, su madre, Raki, también tenía la misma genética pero ahora las cosas resultaban complicadas, difíciles de comprender porque las ideas eran distintas.
—No creo que puedas conseguir lo que quiero porque incluso yo no sé qué es, es algo más allá de lo material, quizá son solo caprichos míos — dijo y suspiró de nuevo — no tienes por qué preocuparte, padre, seguro se me pasará.
No le respondió, dejó que entrara a su habitación y durmiera un poco puesto que se veía cansado, las ojeras estaban incrementando su oscuro color y le sugirió tomar una siesta despues del desayuno, sin embargo Mu salió a la costa y ahora se encontraba en su cama tratando de conciliar el sueño. Pero cada vez que cerraba los ojos, lo único que podía observar eran las luces intermitentes de un auto que se dirigía en su dirección impactando con su cuerpo sin darle tregua y entonces abría los ojos asustado para comprobar que todo había sido un sueño, una cruel pesadilla que lo atormentaba.
Después de varios minutos intentando y viendo lo mismo, por fin pudo dormir y ahí, en las fauces de los oníricos parajes, divisó a un hombre igual a él, con los ojos verdes le observaba y balbuceaba algo tendiéndole la mano, cómo si lo llamase a algún lugar, siempre lo ignoraba pero esta vez decidió acercarse para escucharlo, para saber que decía, cuando estuvo lo suficientemente cerca lo descubrió, aquel joven le daba la mano y sonriendo le preguntaba ¿Quieres venir conmigo? yo sé lo que buscas, lo que te falta.
— ¿Qué es lo que me hace falta y cómo lo sabes? — preguntó y su cuerpo en la realidad se remolineó molesto en la suave cama.
—Mu — lo llamó y se percató de que aquel hombre sabía su nombre — ¿tienes miedo de mi respuesta? — Negó con la cabeza — entonces ven conmigo y lo sabrás
— ¿Cómo sabes mi nombre? — volvió a preguntar y tomó su mano con cierta incertidumbre.
Él no respondió, lo condujo a un paisaje extraño, era la Acrópolis pero se veía distinta, no eran las ruinas que podía ver desde su casa, era un magnifico santuario cubierto de flores, de templos hermosos cuyo eco lo aturdía, habitado por personas que parecían irreales, había mujeres cuyo rostro estaba oculto por mascaras de plata y sus cuerpos cubiertos por armaduras de distintos colores y brillos esplendidos, también había hombres revestidos con oro y plata, de sedosos cabellos y fuerzas inhumanas. "¡MU!" alguien más lo llamó pero no era a él, era a quien lo había llevado hasta ahí, sorprendido atendió al gesto del hombre que le indicaba se ocultara tras un pilar y guardara silencio.
Frente a él apareció un hombre alto, muy alto, de largos cabellos color uva, de piel tostada y ojos marrones, abrazó al otro hombre y despues de un rato se despidieron, cada uno fue por su propio camino y luego el otro Mu regreso a por él, le sonrió y lo condujo a otro lugar, una alta montaña cubierta de nieve que no conocía y que a pesar de todo no le resultaba extraña, pudo ver caer los copos lentamente y despues de observar su alrededor, aquel que yacía a su lado comenzó a hablar.
—trata de recordar al hombre que viste conmigo, y cuando sepas quien es, búscalo, búscalo por cielo, mar y tierra de ser necesario, destruye el mundo si quieres pero encuéntralo, tu eres yo, yo soy tu y él... él es quien más amo en la vida y sin su presencia el vacío me come, la oscuridad me atrapa y el miedo ruega por mi llegada, temo pasar otros tantos años sin él porque una vida no es suficiente para amarlo...
Y entonces, Mu despertó agitado, aun sin comprender porque, apenas si estaba consiente de dónde estaba pero de algo estaba seguro, encontraría a aquel hombre.
Pues vamos de nuevo, a empezar con el anhelado rencuentro de estos dos.
Y a modo de datos teóricos, las vidas pasadas se manifiestan a través de fobias, talentos, sueños o aficiones, estos, a diferencia de los recuerdos, no desaparecen, son permanentes porque su relación con el "ser" va más allá de una cuestión física, son parte del alma.
Dan R
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