IV: En alguna esquina
IV: En alguna esquina
Lhasa, El Tíbet, 2015
A veces miraba el paisaje montañoso que siempre había estado ahí como si fuese algo nuevo, como si fuese una de esas fotografías pausadas de las revistas de geografía a pesar de haberlo visto a diario, desde nació; otras tantas perdía su verdosa mirada en el joven que iba a su lado, caminaba como si fuese uno de esos caballeros de las historias antiguas, con elegancia pero con cada paso la tierra parecía templar, el cielo parecía zumbar al ritmo de su andar y en sus ojos podía ver las estrellas. Pensó por un momento que era su imaginación. En un par de ocasiones, antes de llegar al centro de la capital, sus miradas se cruzaron pero seguían sin reconocerse.
—Maestro — lo llamó aunque Mu le había dicho que aquel sobre nombre le causaba un poco de incomodidad — ¿Tiene alguna idea sobre el paradero del señor Aldebarán?
—Nada, no sé más que el cómo suena su voz, un poco de su aspecto y gracias a ti, su nombre pero hay algo que se repite mucho en mis sueños — cerró un poco sus ojos, tratando de traer a la realidad sus memorias oníricas.
— ¿Un lugar? — Preguntó, ya se imaginaba su respuesta porque él mismo los había visto ahí, bajo un olivo o en las escaleras que separaban ambas casas — ¿o tal vez es un momento?
—Sí, un lugar, y también una conversación — mientras caminaban la charla estaba tomando aquel rumbo ya que Kiki lo consideró necesario.
—Deme los detalles, por favor
Antes de que Mu hablara, llegaron a su destino, la casa del menor de ambos que a orillas del poblado fungía también como el límite con los distritos ahí establecidos. El joven de cabellos lavanda invitó al jovencito al interior de su hogar, le ofreció té y ambos se sentaron a charlar, aprovechando que el padre del menor no se encontraba y que de ser así no habría ningún problema. Aquel hombre comenzó a creer que su hijo era un ser más en el proceso de transmigración* terrestre y por ello era tan doloroso el solo recordar o soñar sin poder siquiera acercarse al desconocido de sus oníricos paisajes.
—Siempre me veo a mi mismo en un lugar gris, sin color, sin ruido pero muy pacífico y amable, quiero decir, no se siente triste o deprimente por el color, me veo vestido con oro pero no puedo descifrar que forma tiene, nos veo a nosotros, a Aldebarán y a mi bajo un olivo, en unas escaleras muy largas y a veces...
—Dentro de una casa que parece un templo vació, dónde la voz se convierte en eco y la luz casi no entra — completó a sabiendas que el lugar descrito no era otro que el santuario, la casa de Aries o quizá la de Tauro.
—Sí, ¿Cómo lo sabes? ¿Tú también tienes estos recuerdos? — cuestionó bastante sorprendido y a punto de sonreír ampliamente con la esperanza de no ser el único.
—No, no, maestro, yo no tengo sueños o recuerdos en ese lugar, lo he visto con mis propios ojos — trató de sonar cotidiano, sin un atisbo de desear sonar convincente.
— ¿Enserio? — sus ojos llenos de sorpresa se posaron delicadamente sobre su persona, como si quisiera o exigiera saber más. Kiki asintió enternecido por el comportamiento cuasinfantil del que fuera su mentor años atrás — cuéntame más.
—Lo haré, se lo prometo — le sonrió — pero antes debe terminar de darme los detalles, ¿recuerda? — él asintió y puso ambas manos sobre la mesa, queriendo ser lo más objetivo posible.
Continuó por unos minutos más describiendo aquel lugar, los peldaños que parecían infinitos pero que no se cansaba de recorrer, de las verdes hojas del olivo que florecía todo el año como si estuviese encantado, de una sensación tan pacifica que rodeaba todo lo que podía, de las muestras de cariño entre ambos que, a pesar de no poder verlo, lo sentía tan propio y a la vez tan ajeno que a veces le daba miedo. También de los cielos despejados dónde podía ver las estrellas y de aquella torre a lo alto de la colina, la que nunca visitaba pero que conocía como si hubiese nacido ahí.
Y sus labios replicaron aquella conversación, las palabras que hasta hace poco se repetían una y otra vez en su cabeza, ahora cobraban más sentido del que creía, una promesa de encontrarse si algo malo pasaba, si no podían volver a verse porque estaba seguro, se querían, o tal vez había algo más que solo cariño mutuo. Kiki escuchaba atentamente y en ocasiones su sonrisa se hacía más grande, esa promesa la escuchó porque yacía escondido tras un robusto pilar, ahora más que nunca, haría todo lo posible porque ambos se encontrasen y vivieran lo que aquella guerra les impidió, ahora que el mundo estaba en paz, no había nada que temer.
—Comprendo, con todo eso, creo que puedo encontrarlo — se sinceró, sabía un poco sobre el origen de Tauro y con los datos proporcionados por el joven, no le quedó ninguna duda — pero necesito un poco de tiempo.
—He esperado toda una vida para ello — respondió con una sonrisa melancólica que más bien parecía amarga — puedo esperar un poco más.
Siguieron charlando, Kiki se encargó de contarle como era el lugar de dónde veía, le dijo que había nacido ahí, en Lhasa, algún par de décadas atrás pero que no recordaba a sus padres, solo a un hombre que lo había instruido en todo lo que sabía, al que amaba como a un padre y apreciaba como su maestro y que había muerto y creía que él era una rencarnación, quizá solo por el parecido. No quiso llenarlo de información o asustarle. También dijo que aquel lugar tan alto como la montaña dónde se habían encontrado estaba en Grecia, en la capital y que era su hogar, omitió detalles importantes pero Mu no podía estar más feliz, sus fantasías no eran del todo sueños lucidos o falsas ilusiones. Eran la verdad. Kiki se marchó esa noche.
São Sebastião do Rio de Janeiro, Brasil, 2015.
"Lo prometiste, Aldebarán, no dejes de buscarme, yo te espero, en alguna esquina, bajo aquel olivo, en dónde los recuerdos viven, en dónde te conocí. No demores, porque tengo miedo de no volverte a encontrar", despues de aquello, volvió a desaparecer con su típica sonrisa tierna, intentó detenerlo y preguntarle su nombre pero aquel muchacho solo amplió su mueca y se desvaneció, como si de humo o niebla se tratase, dejando tras de sí su esencia, su perfume y tal vez un pedacito de su alma.
Aldebarán despertó como de costumbre y repitió su rutina, todas y cada una de sus acciones parecían repetirse de la misma manera cómo un video rebobinado una y otra vez sin pausa y como de costumbre salió de casa, caminó con pesadez por la empinada calle que lo separaba del centro de la ciudad, de la gente, de los turistas... de la esperanza de hallar lo que siendo para él, era, al mismo tiempo, apenas un desconocido del que sabía nada, al que solo veía en oníricos paisajes y que se despedía siempre con una sonrisa tierna y una mirada llena de cariño.
Conocía como la palma de su mano el camino que siempre tomaba, sabía a qué distancia estaba una casa de la otra, cada tope, cada hueco o callejón, cada puesto, cada cruce; podría caminar por ahí aún con los ojos cerrados y sin embargo, aquel día había ahí algo diferente, quizá era el viento que se sentía apaciguado por alguien, tal vez el clima o incluso él mismo se descubrió distante, apenas con ganas de seguir buscando. En un inicio pensó que las palabras de su madre habían hechos migas en él y se rendiría poco a poco descubriendo entonces que si se trataba de solo un par de ilusiones.
Echó a andar sin rumbo fijo, paseándose de un lado a otro sin apartar la vista de los nuevos rostros que se le cruzaban, con pena comprobó que ninguno era él, ninguno de los extraños que pasan a su lado era a quien buscaba. Un par de minutos despues, decidió ir más allá de los límites que se había auto-impuesto con un ápice de la decreciente certeza de al menos, encontrar una pista, algo insignificante que le dijera dónde podría estar. Apenas se adentró en aquella calle giró bruscamente pues sintió sobre su persona una mirada penetrante pero a la vez dulce. Creyó que era él. No, en su lugar estaba un joven de azules orbes que le sonreía con el mismo gesto del muchacho de sus sueños.
—Señor Aldebarán — lo llamó con la certidumbre de que él si llegase a reconocerlo, de que por lo menos supiera su nombre o se alegrara de verlo pero no fue así.
—Hola ¿nos conocemos? — Cuestionó una vez se hubo acercado al joven — tu mirada se me hace muy familiar, ¿te he visto en alguna parte?
—No señor — respondió — usted no me conoce — dijo un poco apenado pero ya consiente de que su reacción había sido la misma — pero yo sí sé quién es usted.
— ¿Cómo te llamas, muchacho y de dónde me conoces? — inquirió con una ceja arqueada y con los brazos cruzados. Kiki vio la pose y sonrió por inercia.
—Me llamó Kiki, señor, he escuchado mucho de usted por parte de alguien a quien aprecio mucho — despues de aquello la expresión del brasileño se relajó pensando un sinfín de cosas — vine a buscarlo, señor Aldebarán, le prometí que lo encontraría y le ayudaría a verlo de nuevo y despues de buscarlo por casi todo el país, al fin puedo decir que mi misión se cumplió.
—Así que me has estado buscando — se acercó un poco más y le hizo una seña para que caminaran juntos — y dime, ¿Quién es aquel que me busca y no tuvo el valor de venir?
Esa pregunta le dio una tentación de risa enorme al mayor de ambos, le recordaba tanto a sus días de infancia cuando sacaba de quicio – que no era muy seguido – al primer guardián y entonces se refugiaba en la segunda casa y acababa doblemente regañado. Aquello solo pudo provocar que también recordase la última vez que pudo verlos para despues llorar por días enteros mirando las estrellas, rogando que volvieran. Al parecer alguien escuchó sus suplicas.
—Usted lo ha visto, aunque no en persona, claro está; pues de ser así yo no estaría aquí — le dijo con toda la calma del mundo, como si contara lo más común — imagino que no sabe su nombre ¿o me equivoco?, lo único que conoce de él es su voz, su aspecto, alguna conversación que en dónde promete buscarlo en "el techo del mundo" y un lugar gris, con escaleras infinitas, un olivo y casas extrañas.
—Es verdad, nunca me dice su nombre pero ¿Cómo sabes todo eso?, ¿Lo has visto?, ¿Cómo se llama?, ¿Dónde está?, ¿Por qué solo puedo verlo en sueños? — lo bombardeó con aquellas preguntas mientras Kiki sonreía, no podía estar más emocionado por hacer esto.
—Sí, lo he visto y he hablado con él, me dijo que también pudo verlo solo en sueños y que nunca revelaba su nombre — rio bajito cuando la confusión surcó aquel rostro — no se preocupe, le explicaré todo, primero que nada, su nombre es Mu.
Los ojitos le brillaron cuando su mente le repetía una y otra vez que ahora podía llamarlo por su onomástico, ya era un problema menos. Cuando Kiki comenzó a decirle todo lo que sabía, hasta ese momento, de su situación, hubo una turbación en su espíritu, su alma se remolineó extrañada y pensó que el muchacho de cabellos rojizos mentía pero no era así, algo en su hablar tan educado y formal y a la vez con tintes de sabio y tan serio descartó aquella posibilidad. Supo porque aquellos sueños eran en realidad, lo que ya sospechaba, recuerdos de un pasado lejano que quizá, aquel hombre había vivido a lado de ambos o quizá había nacido cuando aquellas memorias apenas estaban en formación.
—Entiendo, ¿podemos ir hasta dónde está Mu? — preguntó a sabiendas de que quizá era imposible, estaba tan lejos que...
—Lo mejor sería que esperara, yo mismo lo llevaré, primero debo darle la buena nueva a mi maestro — lo estrechó como si fuese un buen amigo y se despidió de él.
Me acabo de dar cuenta que lo de Alde fue más sencillo, y me gusta que Kiki sea la Celestina de este par.
Dan R
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