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III: Recuerdos ajenos

III: Recuerdos ajenos.

Lhasa, El Tíbet, 2015

Se quedó estupefacto sin saber porque aquel joven, a quien le calculaba unos 25 o 27 años, se había abalanzado en su dirección, lo había abrazado, lo había llamado maestro y encima se había puesto a sollozar en su hombro; no es que le molestara, sin embargo, veía poco correcto que sin conocerle le tratara como un conocido más o quizá un amigo. El habla se le fue y el color lo abandonó, no supo que hacer, no sabía si abrazarlo de vuelta o rechazarlo de manera amable o quedarse ahí y esperar a que aquel joven se separara de él. Para su suerte, aquel muchacho actuó primero.

—Maestro Mu, pensé que no lo volvería a ver — se limpió los rastros de amargura y le sonrió ampliamente.

Pero Mu no entendía, ¿Por qué sabía su nombre?, ¿Ya se habían conocido antes?, ¿Por qué lo seguía llamando maestro?, le miró con la sorpresa inicial que no abandonaba su rostro, con las tikas* casi juntas y los labios separados, como intentando decir algo. No se percataba de la mueca de su repentino interlocutor quien presa del silencio y de notar la incomodidad del hombre frente suyo – quien a simple vista no había cambiado nada desde aquella vez – supo que algo andaba mal y sin embargo no se atrevió a indagar.

—Discúlpame — por fin decidió ser él quien rompiese la quietud nerviosa de aquel ambiente — no te conozco, pero al parecer tu sí, dime ¿Cómo te llamas?

—Ma- maestro — aquella confesión lo dejó atónito y apenas pudo hilar una palabra vaga — soy Kiki, ¿no me recuerda? — se señaló y sonrió con aquella inocencia que lo caracterizaba cuando niño.

— ¿Kiki? — Preguntó en un susurro y le miró con tristeza, no lo conocía, nunca en su vida lo había visto pero algo de él se le hacía vagamente familiar — lo lamento, no... no te recuerdo, ¿ya nos conocíamos?

Aquello terminó de romper el corazón del, ahora, portador de Aries, su mentor, aquel que le miró con cariño y que lo acuno muchas noches, quien admiraba y aspiraba a ser igual, aquel hombre cuya sonrisa y amabilidad hacía sus días más llevaderos, aquel cuya muerte dejó devastado no lo recordaba, ni siquiera sabía su nombre; se dio cuenta entonces que Mu, ese Mu, no era quien conocía, era, quizá, una reencarnación, un hilo que unía el pasado con el presente porque aún quedaba algo pendiente. Entonces miró el cielo con unas terribles ganas de llorar, rogó a su Diosa que todo fuese un sueño.

—Nos conocimos hace mucho — dijo con la voz quebrada — perdone, no fue mi intención molestarlo — se levantó de donde estaba y emprendió su camino de vuelta — me marcho, cuídese, maestro.

Un nudo en su garganta se formó cuando cabizbajo lo miró avanzar colina abajo, no supo descifrar porque su corazón se entristeció tanto y porque de pronto unas inmensas ganas de ir tras él se formaron. A su mente, como aquellos sueños entre olivos y templos de piedra caliza, llegaron memorias borrosas, recuerdos ajenos – que sentía tan suyos – de su hogar cubierto de nieve, de un bebé llorando en la lejanía, de un niño que se parecía al muchacho que caminaba en dirección opuesta, de un niño cuyo rostro lleno de tierra limpiaba con ternura, de un ruego inocente que retumbaba en su cabeza.

De un par de bracitos temblorosos rodeando sus piernas cubiertas de un oro brillante, suplicando que no se fuera, de un hombre tan alto como un roble revoloteando aquella rojiza melena y a su memoria regreso aquella voz, ya sabía a quién le pertenecía y quizá aquel jovencito podría ayudarle. Deshaciéndose de toda la duda que surcaba su mente, se levantó de su asiento improvisado, corrió colina abajo y detuvo a Kiki con delicadeza, él se giró para toparse de nuevo con esa sonrisa que había extrañado tanto.

—Kiki, espera un momento — su tierno llamado lo regresó al pasado y al mismo tiempo lo situó en la realidad — quizá no te recuerde del todo o no sepa porque me llamas maestro pero si nos conocimos en el pasado es posible que conozcas a la persona que estoy buscando.

"A la persona que estoy buscando" esa frase hizo eco en su mente, retumbó como una cruel resonancia en sus oídos, hizo migas en su corazón – ya recuperado – y estableció, quizá, un par de dudas más: ¿Quién podría ser?, ¿Por qué le buscaba?, ¿Podría ser alguien que también conocía?, ¿Por qué ahora?, Lo miró, intentando descifrar lo que escondía en su alma, en lo más profundo de aquellos pensamientos que no eran más que remembranzas lejanas de un pasado distante en el que había estado, del que había sido protagonista y cuya historia yacía apenas completa en un inmenso libro.

— ¿Cómo es?, quizá pueda ayudarlo, quizá así pueda recordar un poco más, así tal vez me deje saber que pasó aquella vez — le sonrió, Mu no comprendía del todo pero se dejaría guiar, algo en aquel muchacho le inspiraba una enorme confianza.

—No puedo decirte mucho — ambos comenzaron a avanzar colina abajo — lo que tengo son fragmentos incompletos, como si fueran...

—Fotografías rotas o flashazos — completó a lo que su interlocutor solo asintió con pesadez. 

—Lo más nítido que tengo es su voz: gruesa, potente pero amable — sonrió como si sus oídos hubiesen escuchado aquella dicción — y solo puedo decirte que es alto, muy alto y su piel es de un tono bronceado muy bonito — sus mejillas se tintaron de rojo — eso es todo.

—Lo conozco, sé quién es y también se conocieron hace mucho, usted y el señor Aldebarán fueron... — meditó un poco, no podía revelar tanta información de un solo golpe pues apenas lo recordaba a él — muy buenos amigos — lo ayudaré a buscarlo. 

São Sebastião do Rio de Janeiro, Brasil, 2015.

"Te buscar é y te amaré en la otra vida si esta no me es suficiente" despertó sorprendido, esa había sido su voz confesando aquello al muchacho que le miraba desde lo alto de una colina bajo la sombra de un hermoso olivo cuyos maduros frutos caían como pétalos en primavera. Se incorporó apenas pudo acostumbrarse a la luz de la mañana, salió de su pequeña habitación y encontró a su familia, como siempre, moviéndose de un lado a otro, buscando cosas en la alacena, sentándose a desayunar y hablando de cosas sin sentido. Sonrió por inercia.

Salió de casa, como de costumbre, despues de haber ayudado a su madre con los trabajos más pesados del día, y emprendió el camino rumbo al centro de su ciudad, con el único objetivo de buscar entre los rostros desconocidos aquel que no abandonaba sus memorias y que recorría el laberinto de sus sueños como un rufián, como un fantasma que se disipaba en la niebla, que desaparecía conforme los días pasaban. Llegó a creer que aquella imagen que siempre estaba ahí, se desvanecía porque estaba cerca, porque su sueño se había hecho realidad y tan solo le faltaba encontrarlo, topárselo frente a frente.

 Caminó por las angostas calles de Rio, sin dejar de observar a todos los que pasaban a su lado y cuyos ojos no se despegaban de su persona. Hoy era como los demás días, no hubo avance, no pudo localizar a aquel hombre escurridizo, torció el gesto y regresó sobre sus pasos a casa, a la casa que estaba al fondo de la escalinata pero que no era la última. Entró como los días anteriores y como los venideros, con el rostro lleno de frustración y apenas con ánimos de algo, su madre, que cada vez lo observaba con mayor detenimiento se acercó a él poniendo una mano en su hombro en señal de apoyo.

—Has estado los últimos tres años haciendo lo mismo — expresó con un tinte de tristeza aunque en su voz no se notara, aquella mujer, era igual a ellos, tan alta, tan fuerte y tan bella que ninguno pensaría que pasaba los 45 años.

—Quiero creer que cada vez estoy más cerca — la miró, sus orbes marrones se encarnaron en ella como suplicándole que pusiera un poco más de fe en él. — Madre — la llamó con dulzura — ¿Crees que ya nos conocíamos?

—No puedo responder a eso, Aldebarán — con franqueza respondió porque era verdad, aquella pregunta le tomó por sorpresa y no supo que decir.

En realidad no tenía una respuesta concreta, no podía afirmar o negar un hecho del que no sabía nada, del que sospechaba y del que creía una posibilidad bastante fuera de la realidad. No obstante, aquello no dejaba de hacer ruido en su cabeza, intuición femenina, habría dicho, aunque en esta ocasión fuese algo más que simple coincidencia, suponía que el destino, como era de esperarse, había intervenido y que quizá en un pasado lejano su hijo y aquel desconocido habían cruzado caminos y ahora se buscaban para resolver algún asunto pendiente, pero aquello le asustaba porque había de por medio futuros que no quería que pasaran puesto que eran caóticos y hace mucho que el caos ya no era parte de ella.

—Seguiré buscando un poco más — confesó decidido.

— ¿Cuánto tiempo más? — Preguntó preocupada — ¿Por cuánto tiempo más seguirás buscando a un extraño que solo aparece en tus sueños?, ¿Qué pasa si solo es una ilusión o una jugarreta de tu mente?, Habrás perdido tiempo valioso siguiendo una corazonada que apenas te da satisfacción — lo regaño como pocas veces. — No quiero que, de resultar una mentira, la tristeza llene tu mente y te arrepientas toda la vida.

—Tengo toda una vida para encontrarlo, madre — quiso sonar lo más neutral posible porque debía de serlo — además, ¿Qué pasaría si estos sueños no son solo sueños? Si son...

— ¿Qué tratas de decir? — lo interrumpió apresando su rostro entre sus manos.

—Que tal vez son recuerdos — fijo sus ojos marrones en los de su progenitora con el único objetivo de persuadirla — ¿no te parece extraño que siga apareciendo en mis sueños?, si fuera una ilusión habría desaparecido hace años pero ahora escuchó mi voz prometiendo que lo buscaría y él me dice algo que no logro entender.

El silencio se formó despues de sus palabras, Violette apenas tuvo tiempo de analizar sus palabras pues la ola de pensamientos surcó su mente, las posibilidades cobraron razón de ser y tal vez hasta de estar ahí, posiblemente se enancharon en la memoria de aquella mujer que no pudo hacer más que ver a su hijo más pequeño con un mueca indescriptible, apenas se divisaba en sus ojos la luz y su palidez no ayudaba en nada. Aldebarán creyó que había dicho algo malo y por ello su adorada madre había guardado silencio pero la verdad era que había dicho la verdad sin que lo supiera, sin que se enterara que quizá, su idea no estaba fuera de los estándares de la realidad.

No hubo más acerca del tema, aquella noche Alde no pudo dormir, se quedó viendo el techo de su habitación como si fuese la cosa más interesante del mundo y a duras penas pensaba en algo, su mente yacía en blanco y nada de lo que hiciera, la posición que adoptara o las veces que se cubriese con la manta o no, servían para que conciliara el sueño. Por pocos minutos llegó a creer que el enmudecimiento de su madre había sido por el comentario pero también estaba firme en hacer que aquellas remembranzas lo llevasen a dónde quiera que estuviese. Entrada la madrugada, por fin pudo dormir.

Ahí estaba, al final de la escalinata abrazando al joven de cabellos lavanda, estrujándolo en sus brazos como si nunca más lo fuese a ver, como si fuese esa la despedida, pudo impregnarse de su dulce aroma y finalmente escuchó su voz: "Encuéntrame cuanto antes, amor, encuéntrame en el techo del mundo", respondió por inercia un sincero "te lo prometo". Lo vio alejarse, perdiéndose en la niebla, sus ojos verdes le miraban. Trató de alcanzarlo. No lo logró.

Se me apretó el corazón con las partes de Kiki :(

*Investigue y resulta que así se llaman las marquitas de Mu, Kiki, Shion y todos los que pertenecen a ese pueblo.

Dan R.

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