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CAPITULO 16.

Soo Bin ansiaba una venganza. Eso era lo único en lo que mantenía centrada su mente. Ya lo había charlado con Beom Gyu mientras desayunaba en la habitación y, aunque este le había prohibido por completo que se entrometiera en su asunto, Soo Bin no estaba dispuesto a dejar que las cosas fluyeran sin que él interviniera.

Algo tenía que hacer. No sabía qué, no sabía cómo, pero sabía que alguna ingeniosa idea se le ocurriría en algún momento. O, al menos, eso esperaba. Entretanto, tenía la certeza de que lo golpearía en honor a su mejor amigo apenas se le presentara la oportunidad. No le temblaría el pulso, ni lo abordaría el miedo, de eso estaba seguro. Y más le valía al alfa que no le devolviera el golpe, porque entonces el asunto se volvería personal.

Luego de almorzar, el omega se pasó gran parte de la tarde dando vueltas en la habitación, pensando en cómo debía actuar cuando se enfrentara a Eun Seok y qué debía contener su venganza para que la misma resultara efectiva. Todavía no lo sabía bien, pero ya estaba cansado de maquinar ideas con su cerebro. Estaba cansado y aburrido. Muy aburrido, pues el celular tampoco le entretenía los suficiente.

Es decir, él era un omega de calle. Amaba salir, conocer gente nueva todos los días, embriagarse por allí con su grupo, lo que sea, pero afuera. Detestaba permanecer mucho tiempo en soledad dentro de cuatro paredes. Le sofocaba.

Además, no se había cruzado a Yeon Jun en todo el jodido día, y ni siquiera sabía a que hora lo vería. ¿Así sería el resto de los días? ¿Él encerrado allí, albergando el mayor aburrimiento posible, mientras aguardaba impaciente la llegada del alfa durante el anochecer? Una inmensa porquería.

Soo Bin estaba inquieto, ansioso, nervioso. Al no tener nada importante que hacer su estado de alteración aumentaba por cada instante. Sus manos le sudaban, concorde su respiración se aceleraba. La falta de droga en su organismo se hacia notar cada vez más, carcomiéndolo por dentro.

No sabía qué hacer. Quería salir de la habitación. Quería correr en busca de la salida y huir. Escaparse y reunirse con la marihuana. Pero de más sabía que los de seguridad no le dejarían el pase libre para que se fugara con tanta facilidad. Lo atraparían y lo encerrarían de nuevo allí, informándole a Yeon Jun de su fallida escapada. Y Yeon Jun se enojaría, y no confiaría en él. De seguro lo castigaría y lo encerraría con llave... y... y...

Tras dar la milésima vuelta por la inmensa habitación, decidió marcar el número de Yeon Jun. Ya estaba desesperado.

—No puedo hablar ahora, más tarde te llamo —se oyó la voz mecánica de Yeon Jun a través de la linea teniendo de fondo el leve rumor de un bullicio.

—No, no, espera, no cortes —suplicó el omega aterrado de perder la comunicación—. Lo siento, es solo que estoy a punto de colapsar... Estoy sufriendo un ataque nervioso y no sé cuánto más pueda resistir... no sé qué hacer para calmarme... Y-yo...

—Tranquilo, bebé, respira hondo. ¿Qué ha ocurrido para que te pusieras de ese modo?

—Na-nada... No me gusta es-estar solo y encerrado sin nada que hacer... Me agobia, y no sé cómo distraerme. Yo ne-necesito salir un rato —comunicó el omega en medio de su desesperación articulando lo mejor que le era posible, omitiendo por completo el asunto de la abstinencia.

—¿A dónde irías?

—A visitar a Beom Gyu —reveló.

La línea quedó en silencio, aunque todavía se lograba oír apenas el revuelo que habitaba del otro lado.

—¿Yeon Jun? —lo llamó, y por alguna razón su voz se escucho quebrada como si estuviese a punto de largarse a llorar. Y quizá, era así.

—¿Estar un rato con él te tranquilizará? —preguntó el alfa.

Soo Bin asintió con la cabeza frenéticamente, pero al reparar en que no podía verlo repitió la palabra sí varias veces.

—Bien, puedes salir. Dos horas. Scott te recogerá, te llevará y te traerá. No te quiero cerca de ningún otro alfa. Nada de alcohol, nada de drogas. Nada de trucos. Quedas advertido.

Y no bastó más que media hora de impaciencia dentro de un jodido auto siendo conducido por un fornido y uniformado alfa para, finalmente, llegar a su destino. Estaba a un solo paso de ingresar al apartamento de Tae Hyun cuando advirtió que el chofer aún continuaba siguiéndolo, y bastante de cerca, sin siquiera disimularlo.

—No entrarás —le ordenó Soo Bin mirándolo de frente, plantándose frente a él, como si tuviera algún poder sobre este.

El alfa le doblaba en altura y en masa, pero aún así no había rastros de miedo en la directa mirada del omega. Y ahora que lo observaba bien, no se veía nada mal el tal Min Kyu. A Soo Bin le pareció bastante atractivo, a decir verdad. Era joven, fuerte, irresistible, y en su mente ya se estaba imaginando cómo sería acostarse con semejante tipo.

  —No sigo sus ordenes —espetó el alfa con su semblante serio,  manteniéndole la mirada—. Permaneceré en la puerta. Siete en punto nos vamos. Si no quiere que nadie salga herido, no intente nada.

Soo Bin sonrió de lado, y decidió apartarse antes de que comenzara a desprender feromonas que delatasen la posible excitación que le habría causado sus ardientes pensamientos.

Golpeó la puerta, tratando de distraerse y no permitir que su cuerpo reaccionara. Lo último que quería era ingresar al departamento de Tae Hyun con especiales partes de su cuerpo pidiendo atención. Mierda, detestaba a Yeon Jun por haberle mandado a aquel tipo para que lo acompañara. ¿Es que no había otro más feo?

Las dos horas que pasó con sus dos mejores amigos transcurrieron realmente rápido. Soo Bin estaba muy feliz de poder estar con ellos. Si bien estar con Yeon Jun no era, por el momento, tan malo, no se comparaba en lo absoluto con estar con sus amigos. La felicidad que cargaba su ser se notaba a kilómetros. Encontrarse a su lado era como volver a los viejos tiempos, como si nada hubiera cambiado, como si volviera a la vida por un instante.

O quizás, la verdadera razón por la cual se sentía de aquel modo era debido la pequeña ayuda que le brindo el porro que Beom Gyu le había compartido. Tae Hyun se había negado rotundamente a que se drogaran en su casa, pero aquello no le impidió al travieso par de omegas a que lo hicieran.

Y a Soo Bin no le importó en lo absoluto la advertencia de Yeon Jun. Tal vez luego lo lamentaría, pero prefirió no pensar en eso y dejarse llevar por sus impulsos. Además, ¿quién era Yeon Jun para prohibirle que se drogue? Nadie, solo un estúpido alfa encaprichado con él. A parte, el tema de las drogas y demás ni siquiera lo habían negociado cuando hablaron de las reglas, por lo tanto no valía.

Yeon Jun sabía lo rebelde que era, por ende era su culpa dar ordenes y esperar que se cumplieran al pie de la letra. Por lo que, sin albergar culpabilidad alguna, fumó uno... o quizás dos  cigarros de marihuana. Su ser se lo agradeció de inmediato, pues su crisis de abstinencia se había esfumado por completo.

Los efectos de la droga marcaron presencia con rapidez, por lo que no tardó en recrear aquella sensación de bien estar y euforia que provocaba que todo se ralentizara.

Muchísimo más aliviado, y con su alma en armonía, les contó sin, omitir detalles, acerca de su estadía con el alfa. No se guardó nada, ni siquiera el gran atractivo que recientemente había detectado en el chofer.

—Soo Bin, ya ha sido demasiado —se opuso Tae Hyun, quitándole de entre los dedos el segundo porro que este llevaba fumando.

El rizado torció el gesto, disgustado, pero luego se rio.

—Tienes que despejarte, hermano. ¿Cuántas horas tienes? Sabes que no puedes volver con los efectos a flor de piel, te ganarás un buen correctivo —le recordó Beom Gyu, quien le arrebato el cigarro al beta para terminar de fumarlo.

Tae Hyun frunció el ceño y se lo quitó, retándolo con la mirada.

—Tú también debes parar. Ni siquiera debieron hacerlo —reprendió el joven de ojos azules, enojado.

—Trae eso aquí, cariño, no es bueno para ti —le dijo el pelinegro desde su sitio en el sofá, sin ánimos de moverse en busca del bendito cigarro.

Soo Bin, quien estaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en uno de los sillones, se carcajeó al ver la expresión terca del rubio.

—Ustedes son un peligro drogados —masculló el beta, apagando el porro—. Y en especial tú, Soo Bin. No consigues nada bueno con esto. El humo y el olor de esa porquería esta por todos lados, ¿te crees que el matón no lo habrá olfateado ya? Por más ducha y despeje que te des, considérate omega muerto.

—Shhh. ¿Has visto lo hermoso que es? Intentare algo con él...

—¡¿Es que acaso estás loco?! —exclamó Tae Hyun desconcertado con las ocurrencias de su amigo—. ¡Beom Gyu dile algo!

El ojimiel trató de ponerse serio, y carraspeó, mirando al rizado omega.

—Estás loco, hermano.

—Oh, gran aporte —dijo sarcásticamente el beta, exasperado, y de pronto el sonido de la puerta siendo golpeada con fuerza retumbó en todo el departamento, desesperándolo aún peor—. ¡Ahí esta! ¡Te matará!

—Espera, ¿cuántas horas te permitió? —quiso saber Beom Gyu, medianamente alterado. Abrió los ojos como platos al descubrir a Soo Bin levantando dos dedos—. ¿Dos? ¿Solo dos? ¡Joder! ¡¿Por qué no lo has dicho?!

—¡Y ya han pasado como dos horas! ¡¿Ven?! ¡Yo les dije! —protestó Tae Hyun escandalizado, a punto de desbordarse de rabia y frustración—. ¡¿Y ahora qué?!

La puerta volvió a ser golpeada, esta vez con mucha más fuerza.

—Dile que... que no quiero volver y que está invitado a mi fiesta esta noche —habló Soo Bin, desde el suelo, sin inmutarse.

—Eh, no es mala idea —concordó Beom Gyu—. Y si quiere llevarte a la fuerza, pues... que pase por nuestros cadáveres.

—Es que eres tontito, corazón, pasará muy fácilmente por nuestros cadáveres —objetó el beta con algo de fastidio.

—Tontito serás tú, pulmón. Y por experiencia, te sugiero que le abras la puerta... sacará un... —con un de sus manos formo la figura de una pistola—... piu, piu...

Los ojos de Tae Hyun por poco y no abandonaron sus órbitas.

—¡Y así quieres oponerte a que se lo lleven! ¡No lo puedo creer! No dejaré que te lastimen una vez más, Beom Gyu. Y lo siento, Soo Bin, pero tú te lo has buscado. 

Dicho eso, en un absoluto estado de alteración, corrió hacia la puerta y la abrió un segundo antes de que volviese a ser golpeada. Min Kyu lo empujó con brusquedad, ingresando al apartamento con pasos decididos. El omega de ojos verdes echó su cabeza hacia atrás, elevando su mirada cuando el alfa se colocó justo enfrente de él. Sonrió, y ni siquiera se quejó al ser levantado del suelo con una rapidez que él ni siquiera notó, aterrizando de golpe en el hombro de aquel hombre.

Para él, todo ocurría tan despacio, tan calmado, que no lograba percibir gota de peligro en la situación. El alfa lo bajó únicamente cuando llegaron al auto. Soo Bin se encontraba mareado por los repentinos cambios de posición, teniéndose  que sujetar de alguna parte del cuerpo del tipo para no caer.

—No, espera —dijo este sin soltarlo al momento en que Scott trató de empujarlo dentro del vehículo.

—Entre —le ordenó con su voz gruesa.

—No —Soo Bin buscó conectar sus miradas—. No tenemos por que irnos tan pronto —mencionó procurando utilizar un tono de voz seductor para luego morderse el labio inferior.

—No se busque más problemas, ¿quiere?

—Si es por ti, me metería en cualquier problema. Solo déjame...

Sus atrevidas manos descendieron queriendo alcanzar la entrepierna del alfa, pero este reaccionó a tiempo sujetándole las muñecas con fuerza.

—He dicho que te metas al puto auto —demandó Min Kyu con agresividad, usando su infalible voz de alfa que, de inmediato, hizo doblegar al omega drogado y desubicado.

Los efectos producidos por la marihuana tardaron alrededor de dos horas en abandonar el cuerpo del rizado. Toda euforia y atontes se fue despidiendo de él a medida que transcurría el tiempo metido en aquella tina repleta de agua. El olor de aquella droga impregnado en su piel y en su cabello fue reemplazado por el bonito aroma de vainilla del jabón.

Todo parecía ir bien, pero, en realidad, nada iba bien. Su omega interior se sentía aterrado, avergonzado, completamente arrepentido de haberle fallado al alfa que, tal vez, confiaba en él. La culpabilidad lo arribaba por un lado, mientras que por otro no tanto, pues Soo Bin creía que aquello le serviría a Yeon Jun para darse cuenta la clase de omega que él era. Y eso estaba bien. El no pensaba cambiar.

Salió del cuarto de baño teniendo las yemas de sus dedos totalmente arrugados por estar tanto tiempo en contacto con el agua. Se vistió con uno de sus pijamas, y aguardó resignado a que el huracán Yeon Jun ingresara por la puerta a destruirlo todo, incluyéndolo.

Cuando sucedió, no fue como Soo Bin se lo imaginaba. Sí, Yeon Jun apestaba a furia, enojo, decepción, pero en ningún momento destruyó nada, ni parecía querer hacerlo. No le dirigió la mirada, ni la palabra. Lo ignoró por completo, como si su presencia solo fuese la mismísima nada.

Soo Bin lo perseguía en silencio con la mirada, atento y preparado a lo que sea. Pero nada pasaba, y eso no le agradaba. Yeon Jun solo se despojó de su elegante traje, colocándose una simple camiseta blanca y unos pantalones de pijama, y se metió en la cama. Soo Bin continuaba estático, sin saber como reaccionar. Jamás se imagino que, en vez de atacarlo, lo ignoraría.

Tragó en seco, comenzando a acercarse despacio hacia la cama. Rodeó la misma, quedándose de pie del que se suponía que era su lado para acostarse. Sin embargo, apenas rozó el colchón se vio obligado a alejarse unos cuantos pasos por un inesperado rugido del alfa.

—Al suelo. Y ni se te ocurra acercarte —exigió furioso, mirándolo con desdén.

El omega asintió despacio, bajando la mirada, apenado. ¿Ese era su castigo? ¿Dormir en el piso? No era nada nuevo para él. Soo Bin ni siquiera se imaginaba la cantidad de noches que pasó durmiendo en la calle, sufriendo del frío invernal, muriendo lentamente de hambre. Eso si era un verdadero castigo. Pero dormir allí, en la calidez de una acogedora habitación, sin hambre, sin frío, sin el pánico constante de que pudiese ser violado de nuevo en cualquier momento, eso... eso no era nada comparado.

Soo Bin se descubrió a él mismo llorando. No le hacía nada bien recordar aquella horrible etapa de su vida, no hacía más que reabrir las heridas que creía haber sanado. En un estado de absoluta tristeza, se ubicó en un rincón contra la pared, y en medio de las penumbras, con sus piernas contra su pecho, se dedicó a llorar y llorar hasta que no quedara lagrima por escapar.

Ninguno de los dos pudo dormir esa noche.

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