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ཻུ۪۪ Final

Ahora estaba viajando entre las nubes. Su pequeñita bebé descansaba en su regazo, cubierta por una cobija azul casi celeste como los bonitos ojos de su alfa.

Varias personas le habían expresado su confusión con respecto al color de aquella manta que Jeongin había escogido, pues decían que el azul era para los cachorros varones y que el rosa habría sido mejor elección dado el género de Alaska. Jeongin sólo respondía de la forma más educada posible que él no seguía jodidos estereotipos y que si quería una puta manta azul para su hija la tendría.

Porque el azul era mucho más significativo, porque el azul despertaba en el sensaciones de calma, de alivio, de esperanza, porque el azul lo llevaban los ojos del alfa que tanto amaba. Porque Christopher era el azul, y ahora lo sabía, el azul jamás lo traicionaría.

Y es que, además, Christopher siempre había sido su manta, su cobija, su refugio, porque envuelto entre sus brazos el frío se alejaba, la calma lo inundaba y él se acurrucaba entre la suavidad de su tacto.

Christopher era la perfecta manta azul, aquella que Jeongin no supo apreciar desde el principio, aquella que el omega maltrató creyendo que no era merecedor de su acogedor calor, prefiriendo quedarse con el frío al que ya se había acostumbrado. Y, aun así, maltratada y adolorida, su manta azul volvía a él para abrazarlo una vez más, para calmarlo de todo dolor, para abrigarlo y darle la sensación de que regresaba a casa.

Y Jeongin quería que su bebé también tuviera su propia manta azul, aquella que la hiciese sentir a gusto con la suavidad de su roce como si estuviese en una tarde tranquila en casa y no en su primer vuelo de avión. Aunque en aquel caso era literal, y no metafórico como lo era con Christopher.

En fin, le gustaba el azul.

Y allí estaba, atravesando aires europeos, arribando hacia Italia solo para ver al jodidamente hermoso amor de su vida.

Los planes habían sido cambiados. Se suponía que a Christopher lo trasladarían a Corea en cuanto fuese posible y allí sería su reencuentro con todos, pero, debido a las ansias de Jeongin, decidieron trasladarse ellos a Italia para acompañarlo en su recuperación.

Y Jeongin estaba emocionado, aunque temeroso. No sabía en qué condiciones se encontraba Christopher ahora mismo, no sabía que tan lastimado estaba externamente. Solo sabía que apenas lo vería se echaría a llorar.

Tras aterrizar en Roma, Jeongin y su bebé, junto a Félix y una pequeña porción de la familia de Christopher, se dirigieron en autos escoltados por guardaespaldas hacia el hotel en el que se hospedarían durante su estadía allí.

Jeongin ni siquiera sintió ganas de curiosear su cuarto de hotel, ni de detenerse a contemplar los increíbles lujos de este, ni la maravillosa vista. Sólo tenía mente para Christopher. Por lo que, apenas cambió el pañal de su pequeña y la alimentó, la dejó al cuidado de Félix, listo para partir hacia el hospital, el cual, al parecer, no quedaba muy lejos de allí.

Fue una alegría para Jeongin saber que el hospital sólo estaba a pocas cuadras, por lo que podría visitarlo sin problema cada día y regresar para estar con su hija.

Jay y Jeongin ya estaban allí, a escasos minutos de ingresar a la habitación en la que se recuperaba Christopher. El corazón del omega latía desbocado, sus manos sudaban un poco por el nerviosismo, por la incertidumbre, por el desespero.

Se encontraban atravesando un corredor de ambiente frío y aséptico, escuchando las palabras de un médico que los guiaba. Pero Jeongin no entendía su dialecto, más no importó, nada importó un segundo después, cuando sus pies ya pisaban el cuarto de Christopher y sus ojos vislumbraban la figura de su alfa tendido en aquella camilla, rodeado de monitores, conectado a cables y a tubos repartidos por su cuerpo.

Su corazón se oprimió al instante, y sus ojos se cristalizaron.

—Chris... —murmuró con su voz quebrada, dejando que las lágrimas resbalaran por sus mejillas mientras se acercaba con cautela.

Los azules ojos de Christopher brillaron y una débil sonrisa asomó en su pálido rostro, el cual para sorpresa de Jeongin no llevaba ningún rasguño.

—Amor... —apenas consiguió decir Christopher con su voz rasposa, moviendo ligeramente una de sus manos que descansaban sobre la sábana.

Jeongin sollozó, tomando con extrema delicadeza aquella misma mano, envolviéndola entre las suyas, cuidando de que no se saliera el aparatito que controlaba su pulso desde uno de sus dedos.

—Oh, Christopher... n-no tie-tienes idea de... d-de...

—Sh... Tranquilo, bebé —interrumpió el alfa en voz baja, y carraspeó—. Todo está bien ahora, ¿no... no te lo prometí?

El omega asintió sin dejar de derramar lágrimas. Habría deseado decirle que en ningún momento desconfió de su palabra, que siempre creyó fielmente en él, pero era mentira. Y la prueba estaba en su antebrazo aún vendado, cubierto bajo la manga de su suéter.

Mio figlio —se oyó de pronto la voz de Jay, quien se había acercado del lado contrario, luciendo verdaderamente dichosa de volver a ver a su hijo.

—Má —el alfa le dedicó una sonrisa, mientras la observaba—. E bello vedervi.

Jeongin notó que los ojos de su suegra también se llenaban de lágrimas, pero sabía que eran gotas de felicidad.

—¿Nuestra bebé? —preguntó el castaño, mirando a su omega con curiosidad.

—Está bien, está en el hotel —contestó Jeongin, sorbiendo los mocos—. Me hubiese gustado traerla para que la veas, pero ya sabes... no lo permiten.

—Muero por verla en tus brazos —dijo, centrando la vista en su mano siendo sostenida por las de Jeongin.

Frunció levemente el ceño al descubrir que debajo de la manga del suéter de su omega apenas sobresalía una especie de tela blanca cuyo borde comenzaban a deshilacharse.

—¿Qué tienes ahí? —quiso saber.

—Oh, n-nada... s-solo... nada —respondió temeroso, llenándose de nervios mientras arreglaba su manga luego de soltar la mano de Christopher. Y con su mirada le suplicó a Jay que no le dijera nada. No estaba preparado para hablar de eso.

Pero Christopher ya se había hecho una idea, rogando que no fuese aquello que se imaginaba. No insistió con el tema, pues si había pasado lo que él suponía, esperaba que Jeongin se lo dijera por su cuenta.

Y de pronto, sus ojos se tornaron acuosos de solo pensar en su pequeño omega sufriendo por su culpa, sintiendo que ya no había otra salida más que el suicidio. ¿Jeongin habría sido capaz de quitarse la vida por él? Le costaba poder creerlo.

Pero así era. Mientras él era capaz de matar por Jeongin, Jeongin era capaz de matarse por él.

(...)

Su omega, sus hermanas y su madre se turnaban para ir visitarlo cada día, y Christopher adoraba pasar algo de su aburrido tiempo en el hospital con sus seres más cercanos. Era feliz con su familia allí, aunque aún más lo sería si su beba también estuviese con él. Pero entendía que, por el momento, no era posible.

Tras una semana, Jay junto a sus hijas tuvieron que regresar a casa, siendo Jeongin y Félix —y claro, Alaska— los únicos que continuaron permaneciendo en Italia, con todos los gastos pagados y seguridad asegurada.

Jeongin siguió yendo sin falta al hospital, iluminándole el día a su alfa con su sola presencia. Christopher amaba verlo, ver su sonrisa, sus hoyuelos, sus verdes ojos. Amaba escuchar su voz cuando le contaba las nuevas noticias o recientes anécdotas ocurridas en su estadía en Roma. Siempre le sacaba una risa, una risa que terminaba en un quejido de dolor y miles de disculpas de Jeongin porque olvidaba que reírse le hacía dar una tremenda punzada de dolor.

Fue luego de varios días que Christopher le pidió que lo besara. El omega titubeó, pero lo hizo, inclinándose con cuidado hasta alcanzar sus labios. Ese día fue un beso inocente. El siguiente fue un poco más intenso. Y así iban avanzando, hasta que un día los besos rebasaron todo nivel, teniendo que parar repentinamente porque ambos estaban comenzando a excitarse.

Abochornado, Jeongin tuvo que abrir un poco la ventana para que el apestoso olor que liberaron se largara antes de que alguna enfermera entrara.

—Lo primero que haré al salir de aquí será hacerte al amor —mencionó débilmente en un murmuro—. No, lo segundo... Primero quiero estar con nuestra bebé.

Jeongin rió por lo bajo, sonrojándose un poco, mientras tomaba asiento en un borde de la camilla.

—Mi cuerpo, uhm, no luce tan bien como antes —admitió el omega apenado, bajando la mirada—. Debí cuidarme más en el embarazo, ahora me han quedado muchas estrías y ni siquiera he vuelto a mi peso normal.

—Oh, amor... eso no cambiará nada. Tú siempre serás perfecto para mi —aseguró, obsequiándole una pequeña sonrisa—. Además, ¿quieres ver como quedé yo? Tengo... ugh, feas cicatrices en mi abdomen y pecho, y no se si en la espalda también... Así que creo que me llenaré de tatuajes.

Jeongin sonrió apenas de lado, animándose a mirarlo.

—Prefiero mil veces tenerte con cicatrices a que no tenerte —expresó con sinceridad—. Y si te haces tatuajes, yo también quiero.

—¿Tú también quieres camuflar cicatrices? —preguntó Christopher refiriéndose indirectamente a aquello que Jeongin jamás le contó. El rizado volvió a bajar la mirada, entristecido y avergonzado—. ¿Cuándo me hablarás sobre eso, Jeongin?

—Preferiría no hacerlo —susurró.

—¿Por qué?

—Porque me da pena. No debí hacerlo.

—¿Lo hiciste por mí?

Jeongin asintió despacio, sin quitar la mirada de sus manos sobre su regazo.

—El lazo se rompió y creí... creí que habías muerto —contó este, dejando que las lágrimas fluyeran—. Yo n-no quería seguir viviendo s-sin ti.

—Oh, mi amor, ven aquí —habló Christopher con su expresión hundida en la tristeza, mientras extendía débilmente uno de sus brazos, reprimiendo una jodida mueca de dolor al removerse unos castos centímetros hacia un costado.

El omega se acurrucó con cuidado a un lado de su alfa, tratando de no tocarle demasiado, dejándose envolver por uno de sus brazos. Y allí continuó llorando, al tiempo que Christopher le acariciaba sus rizos suavemente, aguantándose el dolor punzante de sus músculos resentidos que trataba de tensar.

—Te amo, Chris, te amo mucho más de lo que crees —habló Jeongin entre medio de sollozos.

—Yo te amo a ti, mi amor, con cada fibra de mi ser —dijo, depositándole un pequeño beso en la frente—. He estado pensando y... y quiero... cuando salga de aquí... me gustaría... ugh... Jeongin, cásate conmigo.

(...)

Navidad se acercaba a gran velocidad. Y Jeongin se tomaba en broma que en Noche Buena también fuera el cumpleaños de su alfa. Hasta que le revisó el documento de identidad, dándose cuenta de que así era. Sólo entonces se alteró y comenzó a presionar a al médico para que le dieran el alta a Christopher, pues este ya se encontraba mejor de sus operaciones y tan sólo le quedaba el reposo, el cual lo podría hacer tranquilamente fuera del hospital, según Jeongin.

El omega no iba a permitir que Christopher pasara su cumpleaños y Navidad metido allí, con la única compañía de las enfermeras, cuando podría pasarlo junto a él y a su bonita bebé en el hotel.

Sin embargo, el médico le repetía lo mismo, que aquel reposo necesitaba de un seguimiento especial. Y Jeongin, sin estar satisfecho, reprochó que aquel seguimiento podría hacerse en el hotel con algún médico contratado, y si hacía falta alguna enfermera también que, si todo era por cuestión de dinero que no se preocuparan, pues tendría todo el que deseara.

Además, le hizo entender, por medio de un amenaza, que si no lo hacía por las buenas (aceptando el dinero que le proponía), Christopher Bang se encargaría de hacerlo por las malas, y que por lo tanto le convenía colaborar con él, un omega que no le haría nada, y evitarse la confrontación contra los hombres de Christopher, aquellos que, según las noticias, asesinaron a toda una familia de mafiosos en Calabria, creando una bestial másacre.

El rizado logró meterle miedo a aquel beta que, instintivamente, pensó en su familia, sabiendo que las amenazas de la mafia no eran amenazas, eran advertencias, y a él no le convenía tener conflictos con el crimen organizado.

Jeongin ganó la batalla, y una sonrisa de autosuficiencia reinaba en su rostro, aún más cuando Christopher le expresó lo orgulloso que estaba de él, quejándose juguetonamente con que le había robado la idea. Pues, Christopher también ansiaba salir de allí y pasar la primera Navidad de Alaska junto a ella, por lo que había pensado en sobornar a su equipo médico para que le habilitaran la salida. Y le sorprendió tanto que Jeongin se le hubiese adelantado, más adoró que fuese así.

—Has hecho tu primer negocio ilegal, bebé, y sin necesidad de poner un arma en su cabeza. —Asimiló Christopher, impresionado, y luego, en tono burlón, agregó—: Como creces, joder, ya eres todo un mafioso.

Dicho eso, fingió quitarse una imaginaria lágrima de emoción.

El omega se rio, bajando su mirada tímidamente, costándole trabajo creer lo que había hecho. Ni siquiera sabía cómo se había atrevido.

—¿Qué tan ilegal es? ¿Yo... lo he metido en muchos problemas? —consultó Jeongin con preocupación, temiendo que aquel hombre perdiera su empleo por su culpa.

Christopher sonrió, enternecido.

—No, bebé, nadie se meterá en problemas. Lo que hacemos nosotros como organización son favores por favores. El médico nos hace este favor y nosotros estaremos en deuda con él. Por lo que, si llegan a descubrirlo y le hacen juicio, yo moveré mis contactos políticos y haré que no lo encarcelen. Y si luego de todo el escándalo, ningún hospital de Italia lo acepta, le buscaré uno en Corea. Ahora si no lo descubren, él podrá pedirle un favor a la mafia y, sea lo que sea, lo tendrá.

—Oh... bueno, no... no son tan malos como creí, quiero decir... ustedes —comentó el omega, rascándose la nuca con nerviosismo.

—No, de hecho, las mafias italianas se crearon para estar del lado de la gente, del pueblo, y en contra del gobierno. Un jefe de mafia no permitía que en su pueblo hubiese hambre o desempleo. Por eso la gente pedía favores, ya sea por dinero, trabajo o lo que sea, y la mafia lo ayudaba a cambio de otro favor. Hasta que llego el narcotráfico y... todo se fue a la mierda.

—¿Por qué? ¿Qué paso? —preguntó, interesado e intrigado.

—Porque los nuevos jefes ya no eran tan buenos y considerados. Permitieron que parte de su gente se intoxicara con esas porquerías, volviéndolos dependientes al negocio de narcóticos, quienes luego se llenaban de deudas y pedían grandes sumas de dinero para salvarse. Dinero que después no podían devolver, y como la mafia jamás debe ser traicionada, eran asesinados. Y eso sigue pasando hoy en día. Pero, en fin, lo positivo es que aún quedan jefes con buenos valores, y eso aspiro a ser yo.

(...)

Un enfermero llevó a Christopher en una silla de ruedas hasta la entrada de aquel hospital, donde lo recogerían para llevarlo al hotel. El alfa había esperado por tanto tiempo la llegada de aquel ansiado momento que, apenas sus ojos divisaron a la pequeña Alaska entre los brazos de su omega, su ser se inundó de estallidos de emoción, de ternura, de amor. La inmensa felicidad lo abrazaba. Y ni siquiera trató de detener las lágrimas.

No podía creer que allí estaba la bebita que Jeongin había albergado en su vientre desde la primer semana en que se conocieron. Tan chiquita, preciosa y delicada. Ahora la tenía entre sus brazos con mucho cuidado y temor por provocarle el más mínimo daño. Y Christopher lamentó demasiado el haberse perdido las primeras semanas de vida de su hija, pero prefirió mil veces aquello a que perderse la vida entera de su princesa.

Y fue entonces que se sintió rotundamente feliz de estar vivo, de haber sobrevivido a la muerte. Agradeció al universo entero por tener la oportunidad de experimentar la bellísima sensación de ser padre.

Con la ayuda de una enfermera, quien se quedaría al servicio de Christopher en el hotel hasta que el médico autorizara su real alta, instalaron a este en la comodidad de aquella lujosa, enorme y extravagante cama, y Christopher se sintió en el completo paraíso al estar allí junto a sus dos amores.

No dejaba de sonreír, estando totalmente encantado con su bebé, quien descansaba relajadamente entre sus brazos, cubierta por aquella mantita azul.

Y Jeongin amaba verlos juntos. No se cansaba de admirar con enternecimiento lo cariñoso y juguetón que se volvía Christopher cuando su retoño se encontraba despierta.

Ver la preciosa sonrisa que el rostro de su alfa no abandonaba mientras le hablaba a la bebé, jugueteando con ella, llenándole de adorables besitos, era lo mejor de lo mejor para el omega. Y más porque Alaska no dejaba de mirar a Christopher directo a los ojos, como si los azules de estos la hipnotizaran, como si estuviese creando aquella misma conexión que había formado con Jeongin.

(...)

Faltaban pocas horas para que el veinticuatro de diciembre se presentara y su alfa cumpliera un año más. Toda la familia de Christopher viajaría hacia allí, llegando por la mañana. Se reencontrarían, y a la noche todos juntos festejarían a lo grande en uno de los salones de eventos del hotel, recibiendo la Navidad a su vez.

Jeongin salió del cuarto de baño tras darse una relajante ducha y, al entrar en la habitación, se encontró a Christopher completamente dormido en un costado de la gigantesca y majestuosa cama, teniendo a su lado a la bebé también dormida con un almohadón del lado contrario. Jeongin sonrió, enamorándose una vez más de aquella preciosa imagen.

Con cautela, el omega buscó ropa en el armario y se vistió haciendo el menor ruido posible. Luego, se acercó a la cama y, siendo cuidadoso, cubrió mejor a su alfa con el edredón, verificando que no tapara por completo a la bebé. Una vez hecho, depositó un dulce beso en la frente de Christopher y se marchó a la sala.

Félix se encontraba frente a un espejo, retocándose el pelo con sus manos, buscando que quedara presentable.

—¿Sales? —preguntó Jeongin, alzando una ceja al advertir lo elegante que iba su mejor amigo, mientras sacaba del mini bar un refresco.

—Sí, quiero disfrutar de mis últimos momentos con Nino. Además, también quería dejarlos solos —acotó el pelinegro, arreglándose el cuello de la camisa—. No pretendo quedarme aquí y traumarme con sonidos raros.

Una risa se fugó de entre los rosados labios del rizado, atragantándose por culpa de un previo sorbo de bebida que había ingerido. Tosió un poco y se aclaró la garganta.

—Aquí no pasará nada esta noche; Christopher ya se durmió. De igual modo, yo no lo habría permitido. Sigue siendo demasiado pronto para mí.

—Bueno, después no quiero verte caminar chueco —dijo, guiñándole un ojo a su amigo.

—¿Perdón? A mí no me dicen Félix Lee —burló Jeongin manteniendo una divertida expresión en el rostro.

—Shh —siseó—. Ya debo irme. Nos vemos mañana.

—De acuerdo, cuídate.

Jeongin suspiró al quedarse solo, sintiendo una muy extraña sensación al oír nada más que el sonido del silencio. Todo por fin estaba en calma y era tan raro, como si no pudiese creérselo ni él mismo que todo estuviese tan bien.

No tardó en pedir su cena a través del servicio a la habitación, y luego de hacerlo permaneció un buen rato en el balcón principal, admirando desde la altura lo bello que se veía Roma bajo la luz de la luna. La brisa fresca chocaba contra su piel, erizándosela, causándole unos que otros escalofríos. Pero no se quejaba. De algún modo, le relajaba el frío viento contra su rostro.

—Tu comida ha llegado, amor.

Jeongin volteó, sobresaltado, topándose de pronto con la preciosa figura del amor de su vida. Sonrió, marcando sus hoyuelos.

—Pensé que dormías —dijo, mientras Christopher se acercaba a él, posando las manos en su cintura. Los brazos del omega fueron directo a los hombros del otro, rodeando su cuello, y se besaron sin más.

—Sí, pero faltaba mi otro bebé en la cama —mencionó el alfa al romper el beso, rozando con su nariz la suave piel de su omega, olisqueándolo, haciendo que este soltara una risita—. ¿Félix se fue? —consultó, llevando sus labios al cuello del contrario, besando justo donde antes resplandecía la marca que ahora no era más que una apagada cicatriz.

—Sí... s-se ha ido —respondió Jeongin, sintiendo como todo su organismo reaccionaba ante el estímulo de su alfa.

—Perfecto —murmuró, mordisqueando levemente la piel de su cuello al tiempo que sus manos apretaban con firmeza los glúteos del menor, sacándole un jadeo al instante.

—No, amor... p-para... no debemos —decía el omega en un débil intento de detener lo indetenible.

—Sh... Ambos lo necesitamos, bebé, y lo sabes —aseguró, metiendo sus traviesas manos debajo del pantalón de Jeongin, quien tal parecía no llevaba ropa interior.

Jeongin colocó sus palmas en el pecho del alfa, empujándolo con la poca fuerza que le quedaba.

—No, Chris, tú estás...

—... muriendo por tenerte —completó la frase con la pasión desbordándose en su tono tan determinado, y se apegó a él, besándolo desesperadamente. Jeongin se dejó, seducido por sus actos, acabando con la última pizca de voluntad que le quedaba.

Ingresaron a la sala de estar sin despegar sus labios, regando el ambiente del intenso aroma que ambos emanaban sin filtro alguno. La atmósfera se recargó de deseo, de lujuria, de excitación. La temperatura estaba al límite, casi quemándoles.

Acabaron en el amplio y cómodo sofá. Jeongin sobre el regazo de Christopher, inclinando su pelvis una y otra vez, rozando sus duras entrepiernas que latían con fuerza por debajo de su ropa.

El alfa se deshizo del suéter del otro, despojándolo también de su camiseta. Su oscurecida mirada se centró en el desnudo torso de su omega, admirando cada centímetro de aquella zona, logrando notar las pequeñas secuelas del pasado embarazo. Y entonces, añoró tanto verlo con su enorme vientre.

Jeongin bajó la cabeza con timidez, incómodo ante la minuciosa mirada de su alfa. El omega sabía que ya no se veía tan atractivo como antes, y eso no hacía más que volverlo totalmente inseguro.

—Te dije que mi cuerpo no... —comenzó a decir en un murmullo apenas audible, pero no pudo acabar la oración.

—Tranquilo, bebé, sigues siendo totalmente hermoso para mí —expresó Christopher con sinceridad, acariciando con la yema de sus dedos la zona de la cadera.

El omega esbozó una débil sonrisa, una que se disipó de repente apenas el alfa tomó su antebrazo izquierdo, analizándolo. Sus cicatrices resaltaban sobre su piel, siendo demasiado evidente que por allí había pasado algo filoso. Suavemente, Christopher las acarició entristecido, estrujándosele el corazón de solo imaginarse como habría sido el intento de suicidio de su bebé.

Sus labios se presionaron con dulzura sobre aquellas marcas, dejándole un camino de besitos. Jeongin tragó en seco teniendo su mirada vidriosa. El alfa hizo lo mismo con sus estrías; las besó, llenándolas de amor, luego de que cambiaran de posición, siendo Jeongin quien se recostaba en el sofá con Christopher encima, inundando su imperfecto abdomen de dulces besitos y leves mordidas.

El omega acabó llorando en silencio, sintiéndose incapaz de creer que le había tocado el alfa más tierno del puto mundo.

Christopher le limpió las lágrimas, repartiendo más besos sobre sus mejillas, su nariz, sus párpados, volviendo a besar sus labios una vez más.

Ya no había desespero en sus actos, ni tampoco apuro. Sólo amor. El alfa terminó de desvestirlos, y entonces comenzó a hacerle el amor al padre omega de su hija. Lo penetró despacio, siendo dulce y delicado en sus movimientos, pues ansiaba no hacerle ningun daño.

Su rostro se escondía en el cuello del omega, ubicando sus dientes en el mismo lugar en el que se hallaba la marchita marca. Ni siquiera lo pensó cuando volvió a hundir sus colmillos, enterrándolos, mordiéndolo una vez más.

Jeongin ahogó un gemido, aferrándose a la espalda de su alfa, mientras recibía las lentas, pero profundas, embestidas que lo cargaban de placer.

Y entonces, incentivado por la nueva mordida que le quemaba hasta las entrañas, pidió más. Jeongin quería más. Necesitaba más. Y Christopher lo complació, aumentando el ritmo, aumentando la potencia, aumentando la dosis de éxtasis que los embargaba.

Jeongin comenzó a morder el hombro del contrario, buscando no gemir en voz alta. No olvidaba que su bebé estaba durmiendo en la habitación y no deseaba que despertara por sus ruiditos de satisfacción.

Sin embargo, Christopher no pudo contener su gruñido cuando el orgasmo ya estaba alcanzándolo. Aceleró aún más sus duras embestidas, chocando de lleno una y otra vez con aquel punto dulce que a Jeongin tanto le enloquecía.

El aludido se corrió al instante, liberando un ineludible gemido en el que exclamaba el nombre de su alfa. Christopher no resistió mucho más, llenando de su escancia el interior del omega, mientras el nudo se hinchaba.

La sala se sumió en un parcial silencio, pues lo único que se oía era la agitada respiración de ambos. Todo se encontraba envuelto en la tranquilidad, hasta que de pronto Jeongin empezó a preocuparse.

—¿Qué sucede, bebé? —preguntó Christopher en un tono bajo, cansado, casi adormilado.

—No estoy tomando pastillas —reveló Jeongin con cierta pizca de temor.

El alfa lo miró desde arriba con una sonrisa.

—Mejor.

—No, Chris —hizo un puchero—, no quiero. Es demasiado pronto.

Jeongin lo oyó respirar hondo, removiéndose un poco para acomodarse mejor sobre su cuerpo, lo que le hizo emitir un leve quejido, pues aún seguían unidos por el nudo.

—De acuerdo —accedió en un murmuro con su rostro escondido en el hueco de su cuello, aprovechando para lamer la herida—. Mañana compraremos tontas pastillas.

El rizado se remordió el labio inferior, suspirando al percibir la lengua de su alfa sobre la mordida.

—Al menos será por estos meses. Te prometo que tendremos todos los cachorros que quieras, pero hay que ir con calma, amor.

—Lo sé, es que... sabes que tú eres mi completa debilidad, Jeongin, pero con una pancita de embarazo te conviertes en mi debilidad multiplicada por mil. Es como una debilidad extra que me es inevitable no desear —explicó el alfa, mientras ascendía por la mandíbula del menor, dejándole besos a su paso.

Jeongin sonrió, recorriendo con sus manos la espalda de Christopher, percatándose de que en ciertas partes su piel resaltaba ciertas elevaciones que se sentían más suaves, más delicadas; sus cicatrices.

—Dame un poco de tiempo, ¿sí? Enfoquémonos en Alaska primero.

El alfa asintió y al instante unieron sus labios en un beso.

Luego de aquello, y aprovechando que su bebé seguía durmiendo, se dieron el lujo de darse una segunda ronda de sexo. Jeongin después se compraría esas píldoras de emergencia.

Totalmente exhaustos, permanecieron acurrucados el uno con el otro sobre aquel confortante sofá por un tiempo indefinido. Hasta que, en un momento dado, Jeongin miró la hora en un reloj de pared y sonrió.

—Feliz cumpleaños, amor.

(...)

Luego de cenar, ambos fueron a la habitación con la intención de acostarse. Jeongin tomó cuidadosamente en brazos a su pequeña y la ubicó en su cuna, una que el hotel había tenido la cortesía de conseguir sólo para ella. Al instante, acomodó al lado de su bebé una almohada que rebosaba de su olor antes de que esta comenzara a llorar al no sentir el aroma de su papá junto a ella.

Christopher esbozó una sonrisa, abrazando por detrás a su omega, viendo juntos a su preciosa creación durmiendo.

—Te aviso que a eso de las dos de la mañana se despertará y tendré que amamantarla. Así que, amor, espero que ya te hayas acostumbrado a dormir para la mierda —le dijo Jeongin en tono bajito, divertido.

—¿Qué tan enfermo es que sienta ganas de probar tu leche? —preguntó el alfa, besando su cuello.

Jeongin contuvo una carcajada.

—La leche de mi pene vas a probar —dijo burlonamente al voltearse para mirarlo de frente.

El castaño enarcó una ceja, viéndolo con una expresión incrédula y divertida.

—Joder, Jeongin. En definitiva, contigo fracasé rotundamente como dominante. Diez meses y ni siquiera pude imponer mi primera regla en ti. Que imprudente y descarado eres.

Jeongin rio, para luego mirarlo seductoramente con su labio siendo remordido con sensualidad, fingiendo actuar con timidez e inocencia.

—Y así me amas —afirmó con sus dedos enredándose entre los cortos mechones de Christopher.

—Mierda, sí —gruñó bajo, apegándolo totalmente a su cuerpo—. Me vuelves loco.

—¿No crees que debes castigarme, Daddy?

Los azules ojos de Christopher se oscurecieron. Su aliento fue robado por aquel instante solo por aquella palabra que hizo que todo se detuviera un efímero lapso de tiempo. Jeongin lo miraba con su mejor sonrisa lasciva, siendo consciente de lo que había provocado.

—Dilo de nuevo —pidió el alfa rozando la desesperación.

El omega se atrevió a jugar con su lengua, relamiéndose los labios, luego pasándola por debajo de sus dientes superiores en modo provocativo, teniendo a su merced a aquel alfa cegado por sus actos.

—Daddy —articuló con una exquisita lentitud bajo un susurro cautivador.

Aquello terminó de hechizar a Christopher. Todo su ser se deleitó al escuchar aquella voz que derramó erotismo al pronunciar esa palabra. El deseo y la lujuria lo consumieron por completo.

—¿Qué harás cuando Alaska te llame así? ¿Te imaginas?

Y entonces, la expresión del alfa cambio totalmente al haberse roto el hechizo del modo más burdo. Jeongin se cubrió la boca con una mano, acallando la carcajada.

—Joder, Jeongin, ¿qué necesidad tienes de arruinar el momento? —protestó, no pudiendo creer lo que le había hecho—. Ya verás, estúpido omega desubicado que sólo juega con su alfa —agregó con sobreactuado enojo, y al segundo siguiente ya había levantado a Jeongin del suelo, llevándolo directo a la cama.

El omega sólo reía bajito, encantándole la situación.

—¿Te has dado cuenta de lo que has hecho? —dijo Christopher, mientras se colocaba por encima del cuerpo del menor, decidido a atacar su cuello—. Siempre haciendo lo que quieres conmigo —besó la mordida y mordisqueó sus alrededores—. Siempre teniéndome a tu merced, siempre aprovechándote de mí —bajó por su clavícula, llenándole de mordiscos—. Sabes perfectamente como controlarme, como persuadirme —destrozó la prendas que le separaban de la piel de su bebé y comenzó a besar su pecho, haciendo a un lado los trozos de telas—. No te pude dominar porque tú me dominaste primero. Siempre me has dominado, Jeongin. Tú tienes el poder. Tú mandas. Tú llevas el control de lo nuestro —Christopher había detenido sus besos sólo para elevar la mirada y observarlo a los ojos mientras decía aquello—. Tú, Jeongin. Siempre tú... Y me alegra profundamente estar rendido a los pies de un omega tan valiente, tan rebelde, tan determinado, tan tú... Eras todo lo que menos buscaba pero que más necesitaba tener. Y ahora te amo tanto, mi vida.

Jeongin lo miraba perplejamente conmovido. Su omega interior se removió de felicidad, derritiéndose por aquellas palabras que ablandaban por completo su corazón. Esbozó una deslumbradora sonrisa, y al instante se inclinó para buscar los labios de su alfa.

—Entonces... ¿el dominante fue dominado? —mencionó el rizado, sonriendo con sorna al tiempo que volvía a recostar su cabeza sobre la cama.

—Enamoradamente dominado, diría yo —repuso el alfa con expresión divertida, recargando su peso sobre sus codos, hundiendo su rostro en el hueco de su cuello.

Jeongin hizo su cabeza para atrás, dejando descubierta aquella especial zona que a su pareja tanto le gustaba. Largó un suspiro, disfrutando de sus lamidas.

—En los últimos años, siempre que estaba con alguien, prefería rotundamente tener el control —comenzó a contar el omega—. Era la única forma de sentirme seguro, de tener sexo sin miedo. Por eso si un tipo quería controlarme trataba de escabullirme como fuese de sus garras y, si no podía, Kai me ayudaba. Me asustaba mucho la idea de que volvieran a tomarme, usando mi cuerpo a su antojo, lastimándome al ser tan jodidamente agresivos. Y yo no confiaba en los alfas, no podía, no cuando uno había atentado contra mi cuerpo al ser yo más chico.

Christopher lo miró desde arriba con la desolación reflejada en su azules ojos. De un cuidadoso movimiento, volteó en la cama, llevándose al omega consigo, quien sin quejarse se acomodó mejor sobre el cuerpo de su alfa.

—Voy a asesinar a ese hijo de puta —masculló este con el entrecejo fruncido, abrazando a su bebé dulcemente.

—No, Chris, no desperdicies tu tiempo en cosas del pasado. Además, no sería el único alfa que abusó de mí.

—Oh, mierda, ¿han... han... abusado más hombres de ti?

—Sí, no siempre estaba Kai para salvarme —explicó Jeongin con algo de amargura, recordando que no había sabido nada de Kai desde aquella noche en el bar—. Pero ya no importa.

Dicho aquello, se sentó a horcajadas sobre el mayor. Tomó el borde del suéter de este y comenzó a subirlo. Christopher despegó su espalda de la cama para que la prenda fuera quitada sin problema. Pensó que también le sacaría la camiseta, pero no fue así, y le sorprendió ver que Jeongin acabó metiéndose dentro del suéter, cubriendo su torso.

—Pensé que... Oh, ¿tenías frio?

—Sí, tienes que dejar de romper la ropa, Chris, en especial si nos vamos a tardar un poco en calentarnos —dijo, riendo—. Y para antes de que te enciendas, quiero decirte que no he terminado de hablar. Así que escúchame, ¿de acuerdo?

—Siempre te escucho —repuso, recargando su peso en sus codos apoyados sobre la cama.

—Bueno, a lo que iba con todo eso... yo quería contarte ese aspecto de mi pasado para que entiendas lo importante que era para mí el hecho de tener el control en el sexo y porque odiaba que quisiesen dominarme, tal como tú al principio. Pero estando contigo dejé de sentir aquel miedo, dejé de sentir la necesidad de querer de tener si o si el control en la cama. Contigo ya no me importa quién manda porque a tu lado me siento seguro, porque sé que tú nunca me lastimarías, porque si hay un alfa en el que confiar ese eres tú y solo tú, amor.

Christopher sonrió, encantado ante la declaración de su omega.

—Y te equivocas, Chris, porque yo no soy el único que manda. Tú también me dominas, tú también me persuades. Yo no quería que tuviéramos relaciones y te lo dije, te dije que no, pero en centésimas de segundos pudiste conmigo, lograste controlarme y hacerme todo aquello que querías, complaciéndome a la vez.

—Pero... pero en el fondo si querías, quiero decir, tú también me necesitabas —puntualizó.

—Sí, pero tenía mi fuerza de voluntad, la cual destruiste enseguida, ¿comprendes? Por lo que ambos nos dominamos mutuamente y eso es lo especial entre nosotros, esa es nuestra magia, porque aun siendo tan diferentes congeniamos a la perfección.

Christopher sonrió ampliamente, e iba a decir algo, pero el llanto de un bebé lo interrumpió.

(...)

—Oh, mierda —masculló Félix por lo bajo, viendo entre la multitud al alfa que más detestaba. Sin pensarlo, hizo fondo blanco, tragándose el vino de su copa de una—. Me había olvidado de Minho.

El salón de eventos se sumía en un gran bullicio. Estaba repleto de gente, y todos italianos a excepción de ellos dos.

Jeongin arrullaba a su bebé en brazos, mientras buscaba a Christopher con la mirada.

—Mierda, mierda, mierda, ¡se está acercando! ¡Dame al bebé! No me hará daño si tengo un bebé —decía alterado, pero el rizado se negó a entregarle a su hija como escudo.

—Tranquilízate, no pasará nada —mencionó Jeongin con cierto desinterés, más centrado en encontrar alguna señal de su alfa.

La mirada del rizado se desplazaba por todo el salón que rebosaba de elegantes mesas y personas bien vestidas que charlaban entre sí, aguardando la gran cena. Hasta que sus ojos se toparon con la presencia de Minho, quien se había plantado frente a él. Jeongin advirtió que Félix ya se escondía a sus espaldas, liberando feromonas de temor.

—No he venido a causar problemas —aclaró Minho ante la reacia mirada del omega rizado—. Se que he sido un completo idiota, un jodido maniático obsesionado, y... Félix, quería ofrecerte mis más sinceras disculpas por todo el daño que te causé. Sé que esto no arreglará nada, sé que no volverías conmigo ni aunque te pidiera perdón de rodillas y lo entiendo. Sólo quiero redimirme. Y para ello me he encargado de buscar a alguien —agregó, y le hizo una seña a uno de los guardaespaldas que se mantenían al margen del evento.

El uniformado hizo un asentimiento de cabeza y abandonó su puesto, regresando a los pocos minutos en compañía de alguien más. Jeongin y Félix quedaron sin aliento, boquiabiertos y con sus ojos casi saliendo de sus órbitas. No podían creer lo que veían. Se paralizaron por completo, presos del desconcierto que les invadía.

Changbin venía caminando temerosamente junto al guardaespaldas, mirando a su alrededor sin entender nada. Hasta que los vio, parando en seco por la sorpresa. Una enorme sonrisa no tardó en aparecer en su rostro iluminado.
Los ojos de los omega se llenaron de lágrimas de forma inmediata, y Félix fue el primero en salir corriendo a su encuentro. Jeongin quiso hacerlo, pero tenía presente que llevaba a su bebé en brazos y no saldría corriendo como loco con ella.

Una mano fue posada en su cintura de modo inesperado, y el rizado volteó ligeramente asustado. Unos preciosos ojos azules lo observaron, y entonces se relajó. Christopher le otorgó una cálida sonrisa y con un gesto de sus brazos le hizo entender que él se encargaría de la bebé.

—Ve —le dijo, tras darle un beso en la mejilla, mientras Alaska pasaba a sus brazos con cuidado.

Jeongin sonrió, lagrimeando, y no se demoró en correr hacia sus mejores amigos, fusionándose en el abrazo que estos tenían. Un abrazo que Jeongin pensó ya nunca jamás volver a tener.

—Bien hecho, hermano —habló Christopher, dirigiéndose al castaño de ojos marrones con aprobación, al tiempo que observaba desde la lejanía la bonita escena que su omega estaba montando con sus amigos—. No hay como emotivos reencuentros en Noche Buena.

—Gracias por tus consejos, sabes que lamento demasiado no haber venido a verte antes. Pero no habría podido controlarme sabiendo que Félix estaba también aquí. Necesitaba conseguir algo de autocontrol y creo que lo estoy haciendo bien, ¿no?

—Demasiado bien, hasta pareces un alfa equilibrado —contestó Christopher, burlándose un poco, mientras mecía suavemente a su bebita para antes de que llorara.

—Cállate, Chan.

—¿Serás el padrino de mi boda? —preguntó, mirándolo con una sonrisa, una que se desvaneció al divisar, por encima del hombro de Minho, a Leonzio, el cual le dirigía una fulminante mirada desdeñosa.

—Lo seré, y no te preocupes por el imbécil, sólo está resentido porque no moriste. Cuando estábamos haciendo la búsqueda de Alaska y recibimos la noticia de que al parecer no sobrevivirías, yo escuché sin querer una conversación de él, no sé con quién hablaba, pero decía que planearía hacerle de padre alfa a Alaska, ya que él la rescataría, y que además mordería a Jeongin para "salvarlo" del sufrimiento que le habrías dejado y así el quedaría como todo un héroe ante el jefe.

Christopher procesó aquellas palabras con su peor cara de enfurecimiento.

—Qué hijo de puta. Claro, como no tiene una vida, quiere que yo muera para apropiarse de la mía. Jodida mierda.

—Sólo te tiene envidia, sabe que tú llegarás a ser jefe primero, aún si ser hijo propio del Don. Es como un pequeño crío celoso de su hermano mayor.

Christopher le dio un besito en la frente a su bebé, agradeciendo una vez más estar vivo para ser él quien criase y cuidase a su pequeñita en compañía del amor de su vida.

—Tienes razón.... ¿Y sabes? Ahora me da pena, tiene tanto odio y enojo guardado, tal como yo antes de conocer a Jeongin. Él sólo quiere sentirse reconocido por algo, quiere la atención que siempre le he quitado sin darme cuenta. ¿Y has notado que yo nunca me detuve a charlar con él? Nunca le pregunté por qué me detestaba tanto, sólo dejé que nuestra enemistad continuara, porque yo también necesitaba descargar mi odio en alguien más. Pero ahora estoy en paz conmigo mismo, ya no necesito absurdos enfrentamientos, y para demostrarle esto acabo de decidir que Leonzio será el padrino de Alaska, qué tal, ¿eh? Lo anunciaré en el brindis, y es más, le dedicaré algunas palabras. Haré que se sienta bien.

Minho rio, negando con la cabeza ante aquella locura, y le palmeó el hombro despacio.

—Quiero ver su cara cuando se lo digas —dijo con gracia—. ¿Tú dices que aceptará?

—No lo sé, pero estoy seguro de que Jeongin querrá matarme —respondió también riendo.

(...)

Once meses después todo estaba listo para la boda. La ceremonia se llevaría a cabo en el bellísimo y espacioso jardín de la residencia Martini, en Corea.

Los invitados de a poco comenzaban a marcar presencia con sus elegantes ropas y lujosos autos, siendo la mayoría conocidos de Christopher o socios de su padrastro. Sin embargo, también estaba allí la familia de Jeongin y todo su grupo de amigos, con quienes se había reencontrado hacía tiempo.

El alfa de ojos azules se encontraba de pie frente a un espejo de una de las tantas habitaciones de la mansión, dándole los últimos arreglos a su impecable traje negro. Luego suspiró, sonriéndole a su perfecto reflejo.

Estaba tan jodidamente feliz. Por fin había llegado aquel día. Su día. El día que se uniría a Jeongin de la última forma posible. El día que pasarían a ser esposos, y se hallaba muriéndose de los nervios, de la emoción, del encanto.

No había visto a Jeongin desde la noche anterior, y las ansias le carcomían. Necesitaba con urgencia sentir su olor, sentir su presencia, sentir sus labios. Pero debía aguantarse hasta la ceremonia, donde su bebito caminaría hacia él en el altar.

Realmente estaba emocionado. Quería que el tiempo pasara rápido, que ya mismo terminara todo y ambos viajaran a su luna de miel.

Jeongin le había dicho con una juguetona sonrisa que ya no tomaba pastillas, por lo que estaba ansioso de procrear a su segundo cachorro, si es que ya no lo habían hecho. Ahora mismo necesitaba tener a su omega con su pancita de embarazo.

Pero, de pronto, supo que algo no andaba bien. Su aliento se cortó repentinamente tras experimentar una fuerte punzada de dolor en el pecho. Colocó una de sus manos en aquella zona, presionando entre sus dedos la fina tela de su traje de etiqueta, desarreglándolo. Soltó el aire retenido, contrayendo su rostro al sentir la punzada de nuevo.

Decidió sentarse en una silla cercana, tratando de inhalar hondo y exhalar con calma, buscando entender cuál era el problema. Jamás le había dolido de esa manera.

Pensó en Jeongin, y buscó encontrar algún sentimiento suyo que le hiciese entender qué pasaba. Pero fue en vano, pues Jeongin no estaba experimentando ningún sentimiento fuerte que le pudiera transmitir. No sentía nada de su parte, sólo un dejo de su propio dolor pasado.

Al tranquilizarse, fue hacia la cocina, pidiendo a una de las empleadas un vaso de agua. No se sentía muy bien, su presión había bajado un poco y su pecho aún se molestaba por cada respiro que daba.

No logró entender la razón de su estado, sino hasta una hora después, cuando Hyunsik entró en la habitación donde él estaba y lo miró con una extrema melancolía. Christopher le escuchó decir con la voz medio rota, casi a punto de llorar de impotencia, varios "Lo siento" entrecortados, acompañados de "No sé qué paso", y luego "Jeongin desapareció".

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