Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

ཻུ۪۪ Extra 1

El horizonte se tornaba anaranjado con la lenta huida del sol. Jeongin miraba el bonito atardecer a través de la ventana del espacioso y confortable vehículo en el que se encontraba viajando en compañía de su preciosa familia. Aquella que había formado con Christopher, su alfa, su más que preciado amor de su vida, quien ahora mismo se encontraba conduciendo la flamante Vans hacia la zona costera de Los Ángeles, California.

Dos autos con algunos de sus hombres de seguridad los acompañaban de cerca en aquella trayectoria, no sólo para brindarles protección rutinaria sino para cooperar en el operativo armado que se realizaría durante el anochecer del día siguiente.

Sería una misión tan básica, pero a la vez tan importante, la que se llevaría a cabo. El futuro de uno de sus hijos se definiría con ésta, y por ello toda la familia Bang-Yang se involucraría en modo de apoyo.

Desde su lugar en el asiento del acompañante, Jeongin miró hacia la parte trasera del auto, posando su verdosa mirada en su hija menor, Nayeli, la cual estaba sentada al fondo junto a uno de sus hermanos mayores.

—Ya estamos por ingresar al autopista, así que... última oportunidad para arrepentirte, Nayeli —avisó Jeongin en un tono suave y calmado, sonriendo ligeramente.

Nayeli levantó la vista de la pantalla holográmica de su dispositivo móvil, haciéndola desaparecer luego de escuchar su nombre. Extrañada, notó que la mirada de toda su familia estaba puesta en ella. Hasta su padre Christopher la miraba por el espejo retrovisor, expectante.

Se encogió un poco sobre sí misma, intimidada.

—Ya sabes que no nos enojaremos, ni nada por el estilo, amor. —Le recordó su padre alfa, haciendo resaltar la dulzura y la comprensión que albergaba en su ser a través de su tono, poco después de regresar la vista a la carretera—. Aún puedo dar la vuelta y dejarte en casa.

—No, sí q-quiero ir c-con ustedes —respondió la menor, titubeante, nerviosa, procurando no lucir tan temerosa—. Ya no quiero ser la única de la familia que falte —agregó tímida, casi en voz baja.

En realidad, deseaba estar presente para alentar al alfa al cual amaba. Pero eso no iba a decirlo; era su secreto.

—¡Esa es mi chica! —exclamó Alaska con orgullo y emoción, y a continuación estiró uno de sus brazos hacia atrás para que su hermanita le chocara los cinco. Ella sonrió y lo hizo.

Nayeli Bang Yang, de profundos ojos azules, suave piel lechosa y alisado cabello oscuro, apenas acababa de cumplir diecisiete años. Diecisiete y aquella no sólo sería la primera misión en la que se involucraría en persona, sino que también sería la primera vez que vería a uno de sus hermanos convertirse en asesino.

Si bien Nayeli aborrecía la situación, aterrándole demasiado el hecho de presenciar algo así, estaba decidida a afrontarlo.

Todo lo hacía por él; por su alfa.

Porque ella sabía que él la necesitaba en aquel momento, porque, aunque su presencia no fuese fundamental, ansiaba estar allí para calmar sus nervios y ver con sus propios ojos que todo saliera bien. Además, en Nayeli asomaba un ápice de deseo por averiguar por su cuenta como se sentía la acción fuera de las pantallas.

Porque sí, a su corta edad, Nayeli ya era casi toda una experta en el área de la tecnología y la computación, resultando ser una increíble hacker. Había colaborado varias veces con su padre Christopher, ayudándole en misiones donde se requería hackear sitios o sistemas.

Nayeli siempre había destacado por su inteligencia y su habilidad detrás de la pantalla que fuera. Por tal razón, jamás le interesó las armas, ni los enfrentamientos, ni nada que tuviese que ver con poner el cuerpo en la escena en la que habría un crimen.

Ella no era como sus demás hermanos. No era tan entusiasta y atrevida como Alaska, no era tan valiente y persuasivo como Intak, ni tan ágil y veloz como Seungmin. No se parecía ni un poquito a ninguno de ellos, Y, sin embargo, los admiraba demasiado. Porque, dios, sus hermanos eran tan increíbles.

Alaska, una impertinente e imponente alfa, tan directa y descarada como su padre omega, manipulaba todo tipo de armas con vigor, jamás fallándole al blanco; Intak, otro imponente alfa, tan cínico y frío por fuera, pero tan dulce y apasionado por dentro, persuadía a quien sea sin necesidad de un arma de por medio; Seungmin, un precioso omega especialmente sensitivo, arisco y delicado, sabía defenderse con astucia y rapidez a mano desarmada.

Y Nayeli... ella sólo era buena en el mundo virtual, fuera de él se sentía una omega tan indefensa y ordinaria. Una omega que necesitaba de sus papis para sobrevivir o, en su defecto, de su supuesto hermano. Ese al que tanto amaba como a algo más que un hermano.

—De acuerdo, cariño, sólo espero que lo hagas porque realmente quieres y no porque te sientas obligada —habló Jeongin, mirándola a través del espejo retrovisor con sus tranquilizadores orbes verdes. Nayeli asintió, pareciendo no albergar intenciones de retroceder en su decisión—. Bien, quiero pensar que cada uno ya se tiene bien aprendida su posición. Mañana temprano realizaremos una simulación y les indicaremos un plan B en caso de que...

—¿Plan B? Oh, genial, gracias por pensar en que mi misión fallará y se necesitará de un plan B... Joder, Yang, que gran motivador eres —soltó Intak con el sarcasmo resbalándose de entre sus labios, al tiempo que miraba distraídamente por una de las ventanas, sin saber que su comentario alteraría al alfa jefe de la familia.

Christopher soltó un repentino gruñido de puro instinto, sintiendo a su alfa interno removerse de disgusto, ansiando defender a su omega de aquel ataque, aunque sólo se tratase de uno de sus muchachos y sólo era inofensivo sarcasmo.

Intak Bang, hijo no biológico de la pareja, con veinte años ya aseguraba que estaba listo para cometer su primera misión de verdadera importancia. Christopher también lo creía. Y, sin embargo, Intak no podía dejar de sentirse algo agobiado y nervioso, cargando una presión en su hombros que procuraba esconder a toda costa.

Intak nunca se había sentido del todo seguro ocupando un rol importante dentro de la familia Bang-Yang. De algún u otro modo, jamás se creyó suficiente al no ser un auténtico hijo de Jeongin y Christopher.

Sólo era un sobrino de Christopher, un huérfano hijo de la difunta omega Boyoung y el difunto alfa Hyunsik. Personas que Intak ni siquiera lograba recordar, apenas sabiendo de ellos por las anécdotas que Christopher y Jeongin solían contarle, pues éstos jamás le ocultaron su verdadera procedencia.

Realmente le habría gustado mucho conocer de grande a sus verdaderos padres. Estaba orgulloso de saber que habían sido honradas personas que hasta el último momento dieron todo por la familia. Aun así, no se quejaba para nada de haber crecido junto a sus tíos, a los que en realidad consideraba como unos padres de corazón por el inmenso amor que les tenía.

Pero, quizá, habría tenido menos presión si sólo se quedaba en el puesto de un hijo de guardaespaldas. Porque estar en el puesto de un hijo de un jefe no siendo un hijo, era algo difícil.

En plena pubertad, Intak llegó a sentirse poca cosa como para ser considerado un hijo del enigmático Christopher Bang. Asunto por el cual durante toda su adolescencia vivió esforzándose por ganarse el lugar, por ser el orgullo de su padrino Christopher, por ocupar con dignidad el puesto de ser aquel destacado hijo alfa que nunca pudo tener.

Realmente se esforzó, adoctrinándose a la perfección de acuerdo a las expectativas de su padrino. Por lo tanto, Intak se formó de tal modo que a sus cortos veinte años ya era lo suficientemente maduro, prudente y responsable, tan leal e inteligente, como para transformarse pronto en la mano derecha de Christopher.

Pero a veces el miedo a fallar lo arremetía. Intak no quería fallarle a su padrino, no quería cometer un error y decepcionarlo, obteniendo más que su orgullo su completo rechazo.

Y fue por tal motivo que a pesar de sentirse enfermizamente atraído y más que enamorado de la pequeña e indefensa Nayeli, la omega por la cual su alfa interno rugía de veneración, no existió instante en el que se atreviera a tratarla como algo más que su hermana menor.

Intak siempre estuvo consciente de lo peligroso que habría sido involucrarse de un modo más sexualmente íntimo con ella. Por lo que, pese al gran deseo que le tenía, jamás lo hizo. Ni en sus peores y más insufribles celos. Pues la lealtad ante Christopher era primero, e Intak le tenía demasiado respeto como para burlar su confianza de aquella atrevida e imperdonable manera.

Del mismo modo en que no le fallo con su hija menor, Intak no iba a fallarle en aquella misión. O eso rogaba.

—No podemos descartar la posibilidad de que falles, ¿comprendes? —escupió Christopher con el ceño fruncido, apretando el volante con fuerza mientras se adentraba al autopista, tomando más velocidad. Luego respiró hondo al ver y sentir la mano de su esposo con sus respectivos anillos adornando sus preciosos dedos posada sobre su muslo, claro indicio de que debía calmarse. Así que lo hizo. Relajó sus músculos tensados y suavizó su endurecida expresión, controlando a su alfa interno—, lo cual no estará mal —continuó al recuperar la tranquilidad—. No será el fin del mundo si fallas, hijo. Ni siquiera lo será si tampoco te atreves a disparar. Yo lo entenderé. Así como entenderé si cualquiera de ustedes no está dispuesto a trabajar conmigo y con Jeongin de este lado. Del lado crudo y sin censura, del lado que no todos ven y prefieren ignorar, del lado que va en contra de la ley, de esa absurda hipocresía sobrellevada por los gobiernos cuya grandeza no es más que porquería maquillada. Esta es la realidad; nuestra realidad. El mundo es como es, y nosotros somos lo que somos.

El silencio que dejó Christopher tras acabar con su improvisado discurso fue quebrado por los fuertes e inmediatos aplausos espontáneos que dio Alaska en un gesto puro de diversión, fingiendo con dramatismo e inmadurez que aquellas palabras le habían llegado al corazón.

Jeongin esbozó una sonrisa y se remordió el labio inferior, reimprimiendo las ganas de reír. Oh, cuánto amaba a su nena.

—Apropósito, si Intak no se atreve a disparar, ¿puedo hacer yo el trabajo? —La hija mayor de la pareja sonrió con sorna, observando de soslayo a su hermano alfa, saciando su sed de provocación.

Intak frunció su entrecejo y su puño cerrado viajó directo hacia el hombro de la alfa, golpeándola.

—Sí me atreveré —gruñó el aludido muy seguro de sus palabras—. Ya verán que no fallaré y ni se necesitará de un plan B.

Muy al contrario de quejarse del golpe que recibió, Alaska cerró también su puño y le devolvió a su hermano el impactó con más fuerza, iniciando así una pelea, lo cual ya era costumbre entre ellos. Llevaban peleándose desde que eran unos niños.

Jeongin evocó aquel recuerdo con nostalgia, añorando de pronto aquellos años de juventud.

—Niños, dejen de golpearse —habló Yang con voz firme, autoritaria, más su nostálgica media sonrisa rompía con la seriedad.

—¿Niños? ¿Cómo niños? —protestó Alaska, haciendo a un lado la pelea con su hermano—. Habla por él, yo ya tengo veintidós años y...

Jeongin soltó una gran risa, sin dejarle seguir.

—¿Escuchaste, Christopher? Veintidós años dice que tiene nuestra bebé —le dijo a su alfa con una divertida tonada, y apenas su esposo lo miró, sonrió sin más remedio y negó con la cabeza.

—¿Cómo que veintidós? Cinco años tienes, Alaska, cinco —le corrigió Christopher en modo burlón, viéndola por el espejo retrovisor con la sonrisa que no despegaba de su rostro.

Y en momento como ese era cuando se daba cuenta de todo lo que había crecido su princesa, su beba, su primera hija ya hecha toda una mujer. Luego miró a su sobrino y ahijado, a Intak, quien estaba a punto de tener su primera misión con un arma de fuego, y Christopher no podía creer como el jodido tiempo había pasado. ¿Cuándo fue que sus niños cambiaron sus juguetes por las armas?

Antes de regresar su vista al frente, le echó un vistazo a sus bebés del fondo, descubriendo que Nayeli ya había vuelto al mundo virtual, mientras que Seungmin se encontraba limándose las uñitas ligeramente larguitas con las que a diario rasguñaba a medio mundo cual arisco gatito.

—¿Y qué hay de ti, Seungmin? ¿Estás seguro de querer venir? —preguntó Christopher al subir las revoluciones—. Mira que aún puedo dar la vuelta y dejarte en casa, no es obligación que...

Dejó la oración en el aire al no lograr contener la risa que Jeongin le contagió.

—¿Qué? —Seungmin lo miró con una ceja elevada, fingiendo ofensa—. ¿Dejarme en casa? ¿A mí? Que chistoso eres, pa.

Seungmin Bang Yang, de marrones ojos, finos rasgos y cabello castaño, contaba con diecinueve años, y si bien había sido criado junto a los Bang, no llevaba la sangre de la familia en sus venas.

Seungmin tampoco era hijo de la feliz pareja. Más bien era el hijo de aquel pequeño omega de doce años del cual Jeongin se había encariñado cuando estuvo secuestrado en Rusia.

El inocente e inofensivo Seungmin no había sobrevivido al parto de aquel embarazo no deseado. Su cachorrito nació en perfecto estado, pero él ya no estaba en el mundo como para llorar de felicidad. Quien estuvo allí fue Jeongin, llorando de angustia con su vientre levemente hinchadito por su segundo embarazo, aquel embarazo que poco después perdería por culpa del hermano de Vólkov, el cual, en su venganza, al fracasar y no poder ejecutar a Jeongin y a su alfa, su último recurso antes de morir en manos de Christopher fue dejar estéril al rizado omega.

Porque sabía que un omega esterilizado perdía por completo toda su magia, transformándose en un ser apagado y marchito, uno que ya ningún alfa desearía tener a su lado. Y en eso mismo se convirtió Jeongin a sus joviales veintiún años. Pero lo que jamás llegó a saber el hermano de Vólkov, era que Jeongin contaba con un fiel alfa que jamás lo abandonaría, ni aún con el peor de los defectos.

Fue gracias al amor de su alfa y de su preciosa hija que Jeongin salió a flote cuando se hundió en la desgarradora tristeza. Sólo entonces, ya con sus fuerzas renovadas, no dudó en hacerse cargo del bebé de su pequeño Seungmin, llamándolo de igual forma en honor a él. Christopher tampoco había titubeado en responsabilizarse por aquella huérfana criatura.

Ambos lo cuidaron y lo amaron como si fuese un cachorrito propio, como si fuese su cachorrito, aquel que perdieron. Por lo tanto, Seungmin siempre fue un hijo más para ellos.

Al igual que Intak, el también solía sentirse insuficiente por no ser un hijo biológico de la pareja a la cual tanto apreciaba y admiraba. Pero tampoco se quejaba. Jeongin y Christopher eran unos padres geniales, tan liberales y confiables, que él nunca se sintió incomodo por haberse presentado como un omega hombre.

Jeongin fue quien se encargó de que el autoestima de su Seungmin no se bajara por no ser un alfa, inculcándoles a todos sus hijos que el ser omega no significada ser menos, que valían tanto como los alfas y que merecían el mismo trato y respeto. De aquel modo buscó quebrar con la estereotipada sociedad que de a poco se abría más hacia la igualdad.

Gracias a la educación y al buen trato que recibió de sus padres, Seungmin jamás se menospreció por ser como era, teniendo una buena base de confianza y seguridad con la que se desenvolvía en el mundo, ignorando los pensamientos retrógradas de los mente cerrada.

Y Christopher estaba tan orgulloso de él, así como estaba orgulloso de su pequeña Nayeli, su hacker preferida, la última bebé que criaron como suya. Porque la secreta realidad era esa. Nayeli no lo sabía, pero tampoco era una legítima hija de sangre.

La única a la que Jeongin llevó en su vientre fue a Alaska. Miles de noches el omega lloró por no lograr darle más bebés a su alfa y por haber perdido al único que había concebido antes de quedar estéril. Jeongin ansiaba tanto volver a estar en estado, pero hiciese el tratamiento que hiciese, ya no podía concebir un nuevo cachorro de Christopher.

Por lo que, después de largos años llenos de desilusiones, dejaron de intentarlo, comprendiendo que si la vida les había dado bebés de otra forma fue por algo.

Jeongin no había podido volver a quedar embarazado, y por eso con su alfa terminaron de formar su familia con bebés huérfanos, envueltos en desgracia, a los que la vida compensó con una segunda oportunidad al caer en brazos de dos ángeles sin alas.

(...)

El anochecer raspaba el horizonte sonrosado casi abandonado por el sol. La familia Bang y sus agentes de seguridad ya se encontraban instalándose en la bonita y ostentosa casa de verano que fue seleccionada para ser habitada hasta después de que la misión se concretara.

La familiar casa poseía una maravillosa vista al mar y un precioso patio hecho de un pulcro piso de madera que desembocaba directo hacia la playa de Malibú. Balcones con barandillas de cristal decoraban todo el primer piso.

La cena no se demoró en ser hecha, por lo que pronto ya todos se encontraban degustando de la especialidad de los Bang: pasta con un buen vino para acompañar. Comieron en familia, manteniendo el silencio apartado al no dejar de conversar desde lo más profundo hasta lo más trivial.

Luego, dado que aún era algo temprano como para ir a dormir, los jóvenes optaron por montar una pequeña fogata en la playa, llevándose con ellos algunas latas de cerveza y unas que otras mantas, mientras que Jeongin y Christopher decidieron iniciar una partida de billar.

La pareja adoraba enfrentarse juguetonamente en la actividad que sea, y más si aquella actividad acababa en sexo duro. Pero esa noche no estaba en sus mentes tener intimidad por obvias razones. Aunque a Christopher le encantara hacer suyo a su omega sobre mesas de juego, ese no era el momento, ni el lugar.

—Tu turno, amor, a ver si ya la metes —dijo Christopher con un aire burlesco, al darse cuenta de lo distraído que andaba su esposo.

Jeongin se rio, inclinándose sobre la mesa, buscando la posición adecuada para pegarle a la bola seleccionada en su mente. Pero antes de dar el golpe, miró a su alfa y sonrió de lado, coqueto, marcando uno de sus hoyuelos.

—La metería si me dejaras —argumentó, haciendo notorio su doble sentido con un guiño de ojo, y sin más golpeó con el taco la bola lisa que se impulsó con velocidad por la mesa, chocando contra un extremo y yendo directo hacia una esquina, más por una falla de milímetros no entró—. ¿Qué dices? ¿Me dejas? —agregó Jeongin, sonriendo con cierta insolencia.

Christopher lo miraba directo a los ojos con una ceja alzada, esbozando una media sonrisa juguetona.

—Cuando seas un alfa te dejaré —sentenció en forma de broma y caminó hacia el lado opuesto de la mesa, para luego inclinarse sobre ésta, poniendo en posición el taco de billar.

—¿Me harás esperar hasta una próxima vida en la que me presente como alfa para meterla?

El mayor dio su golpe a la bola. La misma se desplazó a gran velocidad hasta caer en uno de los huecos de las esquinas. Sonrió, victorioso y altanero.

—Lo siento, amor, así funcionan las cosas. Quéjate con la vida, no conmigo.

Jeongin bufó.

—Bien, cuando sea alfa te buscaré y más te vale que sigas siendo un alfa porque me excita imaginar la agresividad y la brutalidad tremenda que tendríamos ambos en la cama, todo sudados, gruñéndonos, destrozándonos la ropa mientras nos peleamos por tener el control. Y claro, ganaría yo y te haría mío. Luego, como soy bueno, en la siguiente jugada te dejaría follarme.

Christopher soltó una ligera risa incrédula.

—Deja de soñar, cariño mío, jamás ganarías contra mí.

—¿Quieres apostar? —Jeongin sonrió con picardía, arrojando el palo del billar contra la mesa, importándole una mierda que las bolas que quedaban en juego se dispersaran por su culpa—. Hasta siendo omega podría ganarte si me lo propondría.

El alfa lo miró con detenimiento, poseyendo en su azulada mirada un destello de diversión y un mísero rastro de lujuria.

Gozaba demasiado cuando su esposo se ponía de aquel modo.

Y, sin embargo, toda aquella lujuriosa diversión se desvaneció de un segundo a otro en cuanto el semblante de Jeongin se tornó pálido y sin expresión al colocar una mano sobre su estómago.

—¿Estás bien, amor? ¿Volvieron las náuseas? —Christopher soltó el taco de billar, preocupado.

—Sí... —El omega suspiró amargamente—. Iré por un vaso de agua —anunció antes de retirarse hacia la cocina.

Sin embargo, jamás llegó a la cocina. Unas repentinas arcadas le obligaron a desviarse instintivamente hacia el baño más cercano. Acabó de rodillas frente al escusado, vomitando la cena entera que tal parecía su estómago no había podido retener.

Al terminar, tocó el botón para que el agua se llevara toda aquella asquerosidad y se puso de pie, para luego limpiarse la boca con agua y quitarse las lágrimas de su rostro.

Con amargura se miró a través del espejo y trató de recordar cuantas veces había tenido náuseas y se había mareado aquella última semana.

La puerta del baño fue golpeada suavemente, y Jeongin ni siquiera tuvo que abrir para saber que su alfa era el que se encontraba del otro lado. En efecto, Christopher fue quien entró y regó el aire con una oleada de aroma a alfa preocupado y entristecido. Jeongin no dudó en tirarse a sus brazos y llorar, preso de una angustia incontenible.

Christopher lo sostuvo con fuerza, aferrándose a él al sentir en su cuerpo y en su mente todo lo que éste le estaba transmitiendo.

—No llores, amor —susurró el alfa con una tonada tranquilizadora, mientras arrullaba a su esposo con suaves caricias—. Hay que mantenernos fuertes, cariño, no te angusties.

—Pensé que ya lo había superado, pensé que ya no volvería a caer en lo mismo... ¿Por qué mi mente vuelve a jugar conmigo de esta manera?... E-Es tan duro.

—Lo sé, amor, lo sé...

—Los mareos, las náuseas y ahora el vómito... Mierda, Chris, no soportaré que me envíen de nuevo a terapia por otro jodido y estúpido embarazo psicológico —expuso entre débiles sollozos al tiempo que se aferraba aún más al cuerpo de su alfa.

—Tranquilo, mi cielo, no te precipites. Puede que sea cualquier otra cosa —Hizo una breve pausa en la que rompió con aquel abrazo que mantenían y miró a los ojos a su omega, limpiándole las lágrimas con un suave roce de sus pulgares—. Cuando regresemos a casa hablaremos con nuestro médico, ¿de acuerdo? Y si llega a ser el caso, si es otro embarazo psicológico, ya disté un enorme paso al darte cuenta de que sólo es un truco de tu mente. Ya has ganado tú al no dejarte convencer. Y sé que duele, Jeongin, sé que no deja de ser un puto recordatorio de que no hubo ni habrá un nuevo cachorro en tu vientre, pero hay que mantenernos fuertes y mirar hacia adelante. Es una realidad que venimos enfrentando desde hace mucho, así que no te eches hacia atrás, mi vida. Aquí me tienes a mí, aquí tienes a todos, ¿quieres que te recuerde que tenemos cuatro maravillosos hijos y que pronto uno nos hará abuelos? ¿Permitirás que la tristeza de una realidad ya aceptada te nuble la bonita vida que llevamos?

Deshecho en un mar de angustiosas lágrimas, Jeongin esbozó una ligera sonrisa que apenas hizo notar uno de sus hoyuelos.

—Abuelos —repitió luego de sorber los mocos y pasarse las palmas de las manos por sus mejillas para secarse las lágrimas—. Me hace sentir tan viejo —admitió, riéndose por lo bajo.

Las comisuras de los labios de Christopher se elevaron en una genuina sonrisa al ver que la alegría renacía en el amor de su vida.

—Ya somos viejos —repuso este.

—Cállate, yo sigo siendo joven —replicó el omega teniendo de regreso su terca y juguetona actitud, luego abrazó con prisa a su esposo, aferrándose de golpe a él—. Gracias por no dejarme caer, Christopher, gracias por siempre tener las palabras justas para levantarme el ánimo. Sé lo mucho que te esfuerzas por mantenerte sólido para mí y gracias, mi amor, gracias por no dejar de ser tan fuerte.

—Oh, Jeongin... tú me haces fuerte.

Dicho eso, el alfa buscó los labios de su esposo, encontrándolos con facilidad para fundirse en un húmedo y reconfortante beso.

—Bebé, escúchame, si mañana te sigues sintiendo mal, será mejor que te quedes aquí a descansar, ¿de acuerdo? No quiero que te expongas sabiendo tu estado.

Jeongin suspiró, desganado, no muy conforme con la idea de perderse la misión. Sin embargo, aceptó. Sabía que con ello se ganaría la tranquilidad de su alfa.

—Esto me ha puesto tan sensible que ahora lo único que quiero es estar acurrucado junto a ti bajo una manta, que me mimes con tus suavecitas caricias y me arrulles con tu bonito canto, así como cuando éramos más jóvenes, ¿lo recuerdas, Chris? Y-Yo... Necesito eso...

Una pequeña sonrisa decoró el rostro del alfa, quien se enterneció demasiado con aquella declaración de su omega.

—Podrán pasar todos los años que sean, podrás haber crecido y madurado todo lo que quieras, podrás ser tan sin vergüenza y atrevido como deseas, pero me encanta saber que al final del día tu continuarás siendo mi adorable y sensible bebito que necesita de mis mimitos y canciones para dormir.

Jeongin torció el gesto, disgustado, y le dio un leve empujón.

—Joder, te odio, ya no quiero nada —dijo, medianamente humillado, con sus mejillas apenas encendidas.

Christopher se carcajeó, y para antes de que su omega se le escapara lo atrajo hacia su cuerpo y lo besó.

—Dile al Jeongin terco y orgulloso que se vaya que quiero a mi bebé sensible de vuelta.

El omega se sonrojó aún más, ocultando su rostro en el cuello de su esposo por pura pena.

—No me gusta que te aproveches de mis momentos de debilidad —susurró—, ya sé que en el fondo sólo sigo siendo un estúpido omega infantil, sensible y vulnerable. Me avergüenza serlo y lo sabes, me duele que te burles...

—Oh, cariño, pero... pero si sabes que no lo hago con mala intención, ¿por qué te pones a la defensiva? A mi me encanta como eres por dentro, Jeongin, y no tienes porqué sentir vergüenza. Siempre te menciono que adoro mimarte y arrullarte, para eso he nacido. Así que no debes avergonzarte, bebé, sabes que eres perfecto para mí y que te amo en cada una de tus etapas.

Jeongin ya estaba llorando de nuevo.

—Tú eres un alfa tan perfecto, Chris, y... y-yo... yo soy tan...

—No, Jeongin, no sigas. No te autodestruyas. Mierda, bebé, ¿otra vez pasaremos por esto?
(...)

La brisa veraniega de una cálida noche de luna llena acariciaba el rostro de los cuatro jóvenes que, en medio de la playa, con mantas, música, latas de cerveza y un cigarrillo electrónico con un filtro de cannabis, pasaban el rato bajo la luz del fuego.

—Nayeli, bonita, ¿puedes dejar ya de estar metida en tu maldito mundo virtual? —reprochó Alaska luego de haberle dado una pitada al cigarro antes de pasárselo a Seungmin—. Sé que ni siquiera prefieres estar aquí, que ni siquiera te gusta nuestra onda, pero has un esfuerzo, hermana, no te aísles en ti misma. Piensa que esta podría ser la última noche que estemos todos juntos y no la desperdicies, disfrútala con nosotros.

La omega de oceánica mirada se estremeció ante aquello, haciendo de inmediato a un lado su portal virtual.

—Joder, Alaska —Intak soltó una ligera risa segundos después haber bebido un buen sorbo de cerveza—, ¿podrías no ser tan dramática?

—Oh, ¿qué ocurre, pequeño Intak? ¿Te asusto con mi dramatismo? ¿Quieres que llame a uno de nuestros papis para que te arrulle y te calme así no tienes tanto mied...? —Alaska detuvo súbitamente su habla al recibir de golpe un frío y líquido chorro contra su rostro, torciendo el gesto por reflejo y sorpresa. Pronto comprendió que su hermano le había arrojado cerveza, por lo que relajó su expresión y se relamió los labios—. Gracias, amor, tenía sed —dijo con una sonrisa y al instante le tiró un puñado de arena, el cual su hermano no dudó en devolver, iniciando así otras de sus infantiles paleas diarias.

—¡Hey, paren! Van a apagar el fuego, idiotas —intervino Seungmin tras retirar de su boca el humo del cigarro al que acababa de darle una calada—. A la que asustas es a Nayeli, ¿que no ves, Alaska? —añadió cuando los otros dos se calmaron, reprimiendo con dificultad la risa que de su boca quería escapar mientras se acercaba a su hermanita menor. Al llegar a ella, la envolvió entre sus brazos de manera protectora y le acarició el cabello, cuidando de no perder el cigarro que aún sostenían sus dedos—. Ya pasó, bebé, ya pasó. No escuches a la perra dramática.

Nayeli se dejó, riéndose por lo bajo con pizcas de pena. Hizo un gran esfuerzo en calmar su excesivo terror ante la idea. Porque, dramática o no, Alaska tenía toda la razón. Aquella tranquilamente podría ser la última noche que estuviesen todos juntos, y Nayeli no podía sentirse más atemorizada por tal motivo.

—Basta de decirme dramática. No soy dramática, soy realista, chiquis. Aquí cualquier día puede ser nuestro último día, por lo que, si vamos a vivirlo, vamos a vivirlo bien —expresó Alaska con divertida determinación y tomó su lata de cerveza para alzarla en el aire.

Intak y Seungmin no se demoraron en imitarla y, entre risas, los tres chocaron sus latas, salpicando la arena de cerveza.

Y así eran ellos. Alaska, Intak y Seungmin vivían la buena vida, tomándoselo todo a la ligera, mientras que Nayeli era su perfecto antónimo. Algo que a ella no le agradaba. Porque mientras sus hermanos se divertían bebiendo, saliendo y follando, ella prefería quedarse en casa siendo feliz en su mundo virtual, aquel único mundo en el que se sentía por completo segura.

Ella no bebía alcohol, no fumaba ningún tipo de cigarros, no salía de fiestas, ni mucho menos follaba. Nayeli era tan pura que ni siquiera su primer beso había dado y se sonrojaba cada vez que alguien decía la palabra sexo. Era tan frustrante, porque ella de verdad deseaba integrarse al grupo de sus hermanos, pero por culpa de sus tan notorias diferencia no lo lograba.

Alaska, Seungmin e Intak tenían una misma onda, iban al mismo ritmo y compartían las mismas locuras. Mientras que Nayeli iba cuatro pasos por detrás, lo que causaba que fuese más difícil adaptarse a la vida que llevaban sus hermanos.

No era compatible con ellos, pero aun así esa noche había elegido formar parte del estilo de vida de la familia y en su interior le agradaba estar allí, pasando tiempo con ellos.

—Agh, tengo toda la ropa pegajosa —se quejó la alfa al tiempo que creaba una mueca en su rostro, sosteniendo con asco apenas una puntita de su blusa humedecida de cerveza.

—Quítatela —le sugirió Seungmin con una burlona sonrisa lasciva para luego darle una calada al cigarro.

Intak bebió un trago de cerveza, mirando con escaso disimulo a la omega de bellos ojos azules, aquella que lo embobaba con su simple aroma a fresa. Era tan inocente y delicada que de sólo pensar en ella brotaban dentro de él aquellas inmensas ganas de resguardarla entre sus brazos para que nadie le hiciese daño.

Sabía que podría estar por horas observándola y no se cansaría de admirarla, porque era realmente preciosa y merecía toda su atención. Por lo que, si Alaska llegase a desnudarse, ni siquiera le importaría, pues sus ojos ya eran fieles víctimas del encanto de Nayeli.

Unas uñitas se deslizaron por su brazo, dándole un horrible escalofrió que le erizó la piel. Su vista se apartó al instante de la pequeña omega, dirigiéndola hacia uno de sus costados, encontrándose a Seungmin a su lado. No le sorprendió. Esas afiladas uñitas no podrían ser de nadie más.

—¿No era que ya nada pasaba? —la pregunta de Seungmin salió en forma de un murmullo que apenas Intak oyó.

El alfa respiró hondo, aceptando el cigarro que le ofrecía su hermanastro omega. Más que hermanastro, su más fiel compañero.

—Dime, ¿cuándo pasó algo? —murmuró Intak luego de darse el lujo de una profunda calada al cigarrillo, recién notando que la ropa de Alaska estaba sobre la arena y que ella ya estaba metida entre las olas del mar—. Es una completa mierda, ¿por qué me tiene que atraer ella y no tú? Todo sería mucho más jodidamente fácil —se quejó a regañadientes, asegurándose de que sólo Seungmin lo escuchara.

El omega se carcajeó y apoyó su mejilla en el hombro del alfa.

—¿Fácil? ¿Realmente crees que todo sería más fácil conmigo?

En ese momento, Alaska pegó un grito desde el agua, pidiéndole a Nayeli que le buscara una toalla. La menor obedeció sin replicar, levantándose de su lugar para abrirse camino hacia la casa.

Intak la observó marcharse. Le dio una calada al cigarro y expulsó el humo restante, pensando en cuanto deseaba poder ser el alfa de Nayeli, morderla y cuidarla por el resto de su vida. Todo eso sin ganarse el rechazo de Christopher.

—Por lo menos no sería tan enfermizo lo nuestro y podría estar contigo sin problema —puntualizó.

—Bueno, sí, pero sería un desastre lo nuestro —opinó el omega, el cual continuaba con su rostro pegado al hombro de Intak. Sus dedos comenzaron a juguetear con la arena y suspiró, percibiendo en su ser la tristeza y la frustración que el alfa experimentaba al verse imposibilitado a enlazarse con su omega—. Es decir, nosotros no congeniaríamos. Porque tú cuando la ves a ella sientes esas irremediables ganas de protegerla y llenarla de ese especial cariño que solo tú o deseas brindarle, y si así me miraras a mí te mandaría a la mierda porque no necesito de ningún alfa para que me cuide y me trate como su estúpido tesoro. Yo no necesito ninguna de esas mierdas. Y créeme, si tú fueras mi alfa no te lo haría nada fácil. Nada.

—Es que... igual creo que si tú fueras mi omega, yo no sentiría ganas de protegerte y todo el rollo, creo que más bien me darían ganas de pasárnosla con la adrenalina al máximo, viviendo experiencias peligrosas y echándonos buenos polvos donde sea y cuando sea.

El omega se apartó para reírse con ganas.

—Mierda, de ser así, entonces creo que si te la haría fácil.

Esta vez fue turno del alfa de reírse.

—Lástima que no eres mi omega.

—Lástima...

People always

Trying to escape it

Move on to stop their heart breaking

But there's nothing I'm running from

You make me strong...

Christopher acarició con suaves roces el cabello de su omega medianamente adormilado sobre su pecho. Ambos se encontraban metidos bajo las sábanas de la que sería su cama durante esa noche. La calidez los rodeaba, inundándolos de una preciosa tranquilidad casi palpable.

La respiración de Jeongin era profunda y serena, y el ronroneaba de mera relajación. Sus párpados le pesaban, por lo que los mantenía los ojos cerrados, pero su intención no era dormirse, al menos no tan pronto. Aún deseaba seguir deleitándose con el suave canto de su alfa, lo cual era una completa caricia a su alma. Pero al reparar en que ya no había voz aguda que escuchar abrió un ojo y gruñó ligeramente contra el pecho de su esposo, quejándose por la carencia de su arrullo.

Christopher se rio por lo bajo, depositándole un mimoso y dulce beso en la frente.

—¿Ya te sientes mejor, bebé? —preguntó.

El omega se removió un poco, acomodando mejor su pierna entrelazada con las del otro.

—Ahora no porque has dejado de cantar, sigue.

—Recuerdo que antes a la primera canción te dormías, ¿qué paso? ¿Ya perdí mi toque?

Jeongin apenas sonrió, aspirando profundo para sobreexplotar su olfato del sólido aroma de su alfa.

—No, estoy haciendo fuerza para no dormirme. Hace mucho tiempo que no te escuchaba cantar y, joder, me había olvidado de lo bien que me hacía.

El alfa esbozó una sonrisa de complacencia y hundió sus dedos entre los mechones del cabello de Jeongin. Pero aquella sonrisa se fue disipando al traer al presente todos aquellos momentos del pasado en que había tenido que utilizar su canto como método tranquilizante, alejando todo doloroso tormento que hacía llorar a Jeongin por las noches.

Lo había utilizado muchísimos cuando Jeongin había regresado a su vida luego de haber sido esclavizado en Rusia. Las primeras noches habían sido las más difíciles.

A Jeongin le aterraba la idea de dormirse, pues le daba pánico despertarse y descubrir que todo aquello no era más que un muy bonito sueño, uno que al despertar se desvanecería. Tenía miedo de dormirse y perder a Christopher de nuevo. Tenía miedo de cerrar los ojos y al abrirlos encontrarse una vez más en aquella oscura y fría habitación repleta de omegas.

Esa pesadilla lo torturó por varios meses. Más de cien noches Jeongin se despertó chillando, deshecho en lágrimas, luego de haber vivido en sus sueños las experiencias más traumáticas que Rusia le había dejado.

Las secuelas tardaron su tiempo en desaparecer, y cuando por fin Jeongin pudo superar aquel pasado, apareció otro ruso a hundirlo de nuevo en la desgracia. Un ruso que Christopher recordaba, pero Jeongin no.

—... Hay dos alfas uniformados bien protegidos que controlan todo. Son los dueños del sitio, y al parecer uno de ellos es el alfa del omega que, entre comillas, nos robaremos. Así que, escucha bien que esta es la parte más emocionante, ni bien Vincent me de la señal, abriremos fuego contra ellos. Tú corres directo hacia el objetivo y una vez lo tengas huiremos. Hyunsik nos estará esperando con el auto en marcha.

—¿Realmente hablas en serio? ¿Y por qué yo sería quien tiene que salir corriendo por el "objetivo"? —cuestionó Christopher, abatido, y se puso de pie—. No quiero correr, es más, no quiero tener nada que ver con todo esto. Estoy muy cansado y desanimado. Lo siento, Minho, pero yo no...

Las luces se apagaron de repente. Los reflectores iluminaron con su cegadora luz el escenario vacío, que pronto fue pisado por aquel omega de rizada cabellera y pupilas dilatadas al tiempo que la introducción de You can leave your hat on comenzaba a sonar en todo el sitio.

Christopher volteó, y todo se detuvo en aquel segundo.

—Jeongin...

Fue un súbito impulso que brotó instantáneamente de su interior lo que le hizo salir corriendo hacia su omega.

El tiroteo había iniciado, pero él ni siquiera era consciente de ello. Solo corría atropelladamente, siendo golpeado por un choque de adrenalina que ya penetraba sus venas. Sus dilatadas pupilas no quitaban la vista del omega que le estaba robando el aliento.

No podía creerlo. Su Jeongin estaba ahí, su bebé estaba vivo. Pero ni siquiera hubo tiempo para lágrimas, ni para festejos. Tenía que sacarlo de allí. Tenía que llevárselo consigo. Tenía que ponerlo a salvo. Y claro, no morir en el intento.

El bar estallaba en un revuelo. Los detonantes disparos se mezclaban con los alaridos de las personas, formando la perfecta melodía del completo caos.

Christopher pasó por encima de todo sin importarle nada, desgarrándose la garganta al gritar una y otra vez el nombre de su omega, viendo claramente como se lo llevaban a la fuerza hacia la parte trasera del escenario. Christopher los siguió a grandes zancadas, empuñando su arma, dispuesto a matar a quien sea que le dificultara el rescatar a su bebé.

En el pasillo de los camerinos, Christopher disparó, acertando el tiro en la cabeza de uno de los hijos de puta que arrastraba al omega rizado en contra de su voluntad. El cuerpo cayó, pero el otro continuó el veloz recorrido, llevándose al omega en su hombro.

Christopher apuntó a sus pies, y cuando estaba a punto de disparar un brazo rodeó su cuello, apretándole con fuerza, consiguiendo robarle todo el aire al instante. Christopher gimió, y de un rápido movimiento disparo al apoyar el cañón del arma en la cintura del hombre que le ahogaba con su fornido brazo.

Su cuello fue liberado y no bastó más nada para salir corriendo nuevamente detrás del alfa que se llevaba a su omega. Lo había perdido de vista y sus nervios aumentaron en el segundo exacto en el que se un disparo resonó seguido de otro. Christopher aumentó su desesperada corrida, temiendo con lágrimas en los ojos lo peor.

Fue al doblar en una esquina del corredor cuando todo su sistema se alivió.

El alfa yacía en el suelo junto a una oscura mancha de sangre, y Jeongin estaba allí, de bruces, con la sangre ajena tiñendo partes de su pálida piel. Un arma se situaba en su mano, siendo la clara evidencia de que había sido el asesino del alfa. Christopher no desperdició ni un segundo y corrió hacia él tan desesperado como nunca, guardándose el arma para luego quitarse con rapidez el saco con el fin de cubrir la casi total desnudez de su bebé y llevárselo consigo.

Sin embargo, no fue tan fácil como creyó.

Jeongin se asustó al detectarlo y de inmediato se puso a la defensiva, echándose velozmente hacia un costado, apartándose con un golpe de adrenalina al tiempo que colocaba el arma en posición para atacar. Tenía la visión borrosa y distorsionada, por lo que tuvo que hacer un gran esfuerzo por apuntar con precisión hacia el borrón que parecía ser una persona.

Christopher retrocedió un paso por la sorpresa de ver a su omega apuntándole con la seguridad anclada en su verdosa mirada enrojecida y dilatada.

—Jeongin, mi amor... Tranquilo... S-Soy yo —dijo Christopher, temeroso, esforzándose por no tirarse encima de Jeongin para abrazarlo. Temía asustarlo todavía más—. Bebé, soy Christopher... —continuó diciendo al tiempo que comenzaba a arrodillarse, acercándose muy lentamente.

—¿C-Chris? —El omega bajó el arma despacio, agudizando su olfato con frenesí al verse imposibilitado de enfocar su vista para mirarlo.

—Sí, mi amor, a-aquí... aquí estoy —confirmó el alfa con su voz rota y su mirada inundada de lágrimas.

—¡Chris! —Jeongin rompió en llanto, recibiendo el impacto de su presencia con fuerza. Dejó caer el arma y gateó hacia él, echándose a sus brazos con prisa, aferrándose a él como si su vida dependiera de ello.

Repitió el nombre de su alfa una y otra vez, frotando con desespero e impaciencia su mejilla contra el cuello del aludido, queriendo con ansias marcarse con su olor.

—Lo siento por no haber podido encontrarte antes, lo siento por haberme dado por vencido, lo siento, lo siento, lo siento, nunca debí haber bajado los brazos. Mierda, no puedo creer que estés vivo —le decía Christopher en un hilo de voz, llorando a la par de su omega, no pudiendo creer que Jeongin se encontraba entre sus brazos de nuevo. Su adorado bebé... lo había encontrado.

El rizado sólo se apartó de su cuello para buscar sus labios, y entre medio de lágrimas y sollozos se besaron, tan fogosa y pasionalmente que ambos volvieron a sentirse vivos después de lo que había sido como una maldita eternidad, tan lenta y dolorosa.

Jeongin se embriagó con el sabor de sus labios. Unos labios que había necesitado tanto, unos labios que no había dejado de extrañar, unos labios que había estado ansioso de volver a besar.

Sus lenguas se entrelazaban efusivamente al tiempo que Jeongin ladeaba su cabeza para profundizar aún más aquel húmedo contacto. Sus dedos se enterraban entre las castañas hebras de su alfa, mientras sentía la estimulante presión de las manos de este sobre la piel desnuda de su cintura. Christopher lo apegaba con deseo contra su cuerpo.

Sin embargo, la intensidad de aquel primitivo beso cargado de desespero les robó el aliento, por lo que Christopher rompió el contacto y al instante unió sus frentes, consiguiendo que sus irregulares respiraciones colisionasen.

En ese momento, Jeongin sintió un tirón en su cuello y supo entonces que Vólkov se había dado cuenta de todo.

Y ahora venía por él.

—Chris... m-muérdeme, q-quítame... quítame e-esto —pidió él, enseñándole el cuello a su alfa.

Christopher observó la mordida con el enojo aflorando en su ser. Su expresión se tornó fría y severa, su alfa interno rugía de furia y consternación. Y allí nació su potente deseo de aniquilar al maldito hijo de puta que se había atrevido a marcar lo suyo.

Envuelto entre los brazos de la rabia, Christopher sacó a relucir sus colmillos y, con sus ojos enrojecidos, mordió a su omega, penetrándole la piel sobreexplotada de mordidas.

Un gemido de dolor se deslizó por entre los labios del omega, quien se retorció felizmente adolorido por haber sido enlazado otra vez al primer y único amor de su vida.

El alfa suavizó su expresión y empezó a lamer suavemente la herida, sonriendo como un bobo al volver a experimentar los efecto del lazo. Jeongin también sonrió, sintiéndose todavía más atontado y desorientado, pero feliz por percibir en su mente la felicidad de su alfa.

—Te amo, mi bebé, te amo mucho —le dijo Christopher antes de besarlo fugazmente y echarse a llorar mientras lo hacía.

—Y-Yo... t-te amo... a ti —le contestó Jeongin con sus mejillas humedecidas por las lágrimas.

—Ven, hay que salir de aquí.

Christopher se levantó primero y ayudó a su omega a ponerse de pie, el cual al hacerlo se mareó, por lo que Christopher tuvo que sostenerlo. Luego le ayudó a colocarse el saco, cubriendo con el mismo una parte de la casi total desnudez de su omega. Christopher tomó del suelo aquella pistola que Jeongin había usado y se la entregó, así los dos estarían armados. Le dio un último besito en los labios y, con sus manos unidas, emprendieron camino hacia la búsqueda de la salida.

Pero Christopher desconocía por completo aquel lugar. No sabía para donde quedaban las salidas secundarias, por lo que se vio en absoluta desventaja.

Intentó regresar por donde había venido, más al hacerlo se topó inesperadamente con uno de los alfas uniformados que le había mencionado Minho momentos antes. Aquél iba bien acompañado por dos hombres con rifles en sus manos. Rifles que apuntaban directo en su dirección.

Christopher retrocedió un paso, resguardando a su bebé detrás suyo. Tomó rápidamente su arma y le apuntó al uniformado, como si eso bastara para acabar a los tres.

—¿Qué te crees que haces con mi omega? —espetó Vólkov cuyo semblante lucía más severo que de costumbre.

El castaño frunció el ceño, comprendiendo que aquel era el jodido hijo de puta que había mordido a su bebé. La furia lo dominó y su pecho vibró por el potente rugido que dejó escapar.

Una incrédula y maliciosa risa se hizo escuchar en modo de respuesta.

—Oh, como me divertiré esta noche —mencionó el ruso, esbozando una malévola sonrisa al vislumbrar al omega escondido—. Jeongin, que decepción resultaste ser al permitir que un mediocre italiano rompiera nuestro lazo. Pensé que eras más inteligente, pero por lo visto te gusta caer bajo —agregó, cínico y arrogante, menospreciando al castaño con la mirada.

Jeongin trató de enfocar su mirada en el arma que llevaba en la mano, la sostuvo del cañón y se la extendió a su alfa desde uno de sus costados. Christopher la tomó con la mano izquierda, y ahora en vez de apuntarle al mugroso alfa altanero, apuntó a los dos tipos con sus rifles ubicados a cada lado de su jefe.

—Bang, Bang, Bang, que ingrato que lleves un apellido que no te mereces. Que ingrato que aún lo conserves después de haber acabado con tu familia. Podrías haber sido un excelente sucesor de mi difunto gran socio, podrías haber tenido buenas conexiones con la actual mafia más poderosa de Europa, pero en vez de eso optaste por ser un mediocre y despreciable traidor.

»La muerte de Mark Bang debía de ser vengada, por lo que me tomé la molestia de deliberar tu condena. No quería simplemente matarte, porque me parecía poca cosa, por lo que torturarte en vida me resultó lo mejor. Pensé en las torturas más burdas, pero luego se me hizo una exageración, pues Mark me importaba, pero no tanto. Además, tenía entendido que a los italianitos como tu, tan tradicionales y sentimentales para con sus seres queridos, se les es muy fácil torturarlos. Y dado que lucías tan feliz junto a tu omega y su pequeño engendro, iba a ser todo un placer para mi arrancártelos si aquello significaría tu sufrimiento. No logré quitarte a tu hija, claro está, pero si logré quedarme con tu omega y con eso me bastó. Jeongin ahora es mío, y no pienso renunciar a él bajo ninguna circunstancia, por lo que será un honor deshacerme de ti finalmente.

Vólkov empuño su pistola y apuntó a Christopher de frente. Iba a disparar, pero Jeongin actuó con rapidez y de un ágil movimiento liderado por la adrenalina, le arrebató las dos armas a su alfa y se posicionó delante de éste, resguardándolo.

Le apuntó al asqueroso ruso que tanto repudiaba, demostrándole con su mirada rabiosa lo mucho que deseaba aniquilarlo. Jeongin ni siquiera había recuperado la claridad en su visión, siendo la misma aún desenfocada. Pero lo sentía, lo olía, escuchaba su pesada respiración, y de ese modo sabía que estaba apuntando en la dirección correcta.

Christopher sonrió y deposito un pequeño y cariñoso besito en el hombro de Jeongin, percibiendo de fondo el enfurecido gruñido del ruso.

Quizá para otro alfa habría sido un completo insulto que su omega se pusiera en su lugar, defendiéndolo y cuidándolo del peligro, haciéndole ver como un inútil alfa que necesita de su omega para que le proteja. Y, sin embargo, Christopher sólo podía sentirse complacido de que su bebé fuera dueño de un gran puñado de valentía. Estaba orgulloso. Pero, aun así, su alfa interno se removió de preocupación ante la muy expuesta posición que adquirió su omega de golpe.

Por lo tanto, estiró uno de sus brazos, tomando una de las armas que Jeongin sostenía y se posicionó a un costado del mismo.

—Veo que te conoces toda mi vida, y deberás disculpar mi falta de cortesía, pero ¿y tú quién mierda se supone que eres? Alguien insignificante en el mundo de los negocios, de eso estoy más seguro porque de lo contrario sabría al menos tu nombre. Te agradezco todo el tiempo que te has gastado pensando en mí, me imagino que habrán sido meses y meses sintiendo envidia de la gran vida de triunfo que llevaba. Y sí, me he ganado la guerra contra el imperio Bang, y no te preocupes por mi apellido que yo sí le daré un buen uso. Y dime, ¿tú que has logrado en tu vida? Más que tener un clubcito de mierda. Oh, ¿y te crees que no tengo buenas conexiones con la red rusa? ¿Qué te piensas que hago aquí? Lo que sucede es que yo armo contratos con negociadores serios, de mi clase, y no con idiotas como tú, tan bajos y desagradables. Déjame decirte que te equivocaste en grande al haberte metido con mi omega y en mis lares los imperdonables errores se pagan con sangre, no hay otra manera. Despídete, porque es tu fin.

Antes de abrir fuego, Christopher desplazó a Jeongin detrás de sí al tiempo que le quitaba el seguro a su pistola, dispuesto a matar. Los dos guardias amenazaron con fusilarlo allí mismo con sus rifles, pero entonces una tanda de balas de metralleta perforó sus cuerpos, arrebatándoles la vida en cuestión de segundos.

Hyunsik los había acribillado por detrás, tomando por sorpresa a Vólkov, quien absorto volteó para verlo. Fue en ese mismo segundo que Christopher disparó contra él, aprovechando su distracción. Jeongin no quiso quedarse atrás, por lo que se unió a su alfa y entre los dos dispararon sin pizcas de piedad, asesinando a tiros a aquel bastardo.

Tras la última bala despedida, Christopher y Jeongin bajaron las armas y se miraron. El alfa sonrió, tan encantado y orgulloso de lo que acababa de suceder. El omega también sonrió, aunque un poco más tímido e inhibido, sin saber si lo que había hecho había estado del todo bien para su alfa. Obtuvo su respuesta en cuanto Christopher lo atrajo hacia sí y lo besó, transmitiéndole toda su felicidad a través del lazo.

Un carraspeo les interrumpió.

—Lo siento, pero debemos salir lo más pronto de aquí —avisó al instante Hyunsik—. Han herido a varios de los nuestros, incluido a Minho, y la policía se nos viene encima.

Christopher abrió grande sus ojos, llenándose de preocupación.

—¿Minho?... Oh, mierda... ¿qué tan grave es? —consultó con la angustia golpeándole en el pecho, mientras tomaba de la mano a Jeongin y comenzaban a emprender camino a paso veloz.

—Le han dado en el pecho y en el estómago. Las cosas no iban nada bien cuando entré, lo cual me esperaba. Se suponía que sería una fuga rápida de cinco minutos, ya han pasado veinte y ni siquiera hemos dado la retirada. Minho no es muy bueno planificando a las apuradas, y él lo sabía, sabía que esto dejaría consecuencias, su plan no estaba hecho para que todos saliéramos con vida...

Christopher dejó de escuchar en ese precioso segundo en el que comenzó a llorar en silencio, recién cayendo en la cuenta de lo que había hecho Minho por él. Si ahora estaba sosteniendo la mano de Jeongin había sido totalmente gracias a él, y asimilar que la idea de recuperar a su omega a costo de la vida de su mejor amigo era lo que podría ocurrir fue lo justo y necesarios para que su corazón recién reparado se volviera a destrozar.

No quería perder a Minho.

El sufrimiento de Christopher no se demoró en afectar a Jeongin, a quien su corazón se le encogió dolorosamente por la angustia ajena. Jeongin sabía que aquel no era el momento indicado para agregarle más problemas a su alfa, pero Seungmin se había presentado en sus pensamientos y aquello bastó para que un cúmulo de nerviosismo le atacara, pues no desconocía el modo de decirle a Christopher que no podía marcharse así sin más.

Fue al llegar al auto que el alfa advirtió que algo no andaba bien con su omega, pues este clavo sus pies en el suelo y se negó a subir.

—T-Seungmin —balbuceó Jeongin con su mirada apenada, tratando de soltarse del agarre del mayor. Pero Christopher no lo soltó.

—¿Cómo?... ¿Qué sucede, Jeongin?

—Tengo que ir por Seungmin... n-no puedo irme s-sin él.

—¿Quién es?

—Es un pequeñito que me necesita... Sé que tú estás muy preocupado por Minho y no quiero que por mi culpa te pierdas de verlo o estar con él, sé también que lo último que querrías es que me alejara de ti ahora, pero necesito ir a buscar a mi pequeño. Y-Yo... le prometí que lo sacaría de allí, no puedo abandonarlo. Déjame ir p-por el, Chris...

Su mirada suplicante y cristalizada en contraste con su voz rota y sus labios temblorosos era la justa combinación a la que Christopher jamás lograría resistirse.

—¿En dónde está él? —preguntó, evaluando sus posibilidades.

—En un sitio en el que nos alojaban a todos los omegas, lo único que sé es la calle en donde queda... Si me dieras algo de dinero podría arreglármelas y...

—Iré contigo.

—Oh, no, Chris, de verdad no quiero que...

—No pienso perderte otra vez, Jeongin —espetó Christopher con severidad—. No puedes pedirme que me aleje de ti cuando lo único que más necesito es tenerte conmigo. No te dejaré solo, no me arriesgaré a perderte de nuevo.

El omega formó un tembloroso puchero y se apresuró a envolver a Christopher entre sus brazos.

—Tranquilo, amor, no volverás a perderme —le aseguró, haciendo un esfuerzo por retener las lágrimas—. Está bien, no me alejaré de ti.

Al finalizar el abrazo, Christopher tomó suavemente de la barbilla a su omega y unió sus labios en un corto y dulce beso. Luego se subieron al auto y se mantuvieron acurrucados entre sí todo el veloz recorrido que los llevó hacia la dirección dicha por Jeongin.

Por la forma en la que Jeongin se lo describió, Christopher realmente esperaba encontrarse a un niño chiquito, jamás se imaginó que se trataba de un pequeño omega embarazado, tan dulce e inocente que dolía de sólo verlo. El corazón se le estrujó terriblemente al observarlo con su ropita sucia y gastada, abrazado a Jeongin con fuerza, asustado por su presencia y la de Hyunsik.

Hyunsik se había tomado la molestia de desarmar y acabar con cada alfa o beta que salía a defenderse dentro de aquel horrendo sitio.

Los pocos omegas que había estaban en agonía, golpeados en el suelo, u otros ya ni siquiera tenían vida. Christopher observaba aquel lugar con un nudo atascado en la garganta, sufriendo al vislumbrar con sus propios ojos las terribles condiciones en las que habían tenido que estar aquellos omegas, incluido el suyo.

Y no era como si Christopher nunca hubiese escuchado de aquel negocio. Él sabía de su existencia, sabía muy bien de que iba el tráfico de omegas, pero jamás pensó que le dolería tanto estar dentro de un sitio plegado de evidencias de aquel negocio, en especial cuando su omega había sido parte del mismo. Le afectó a tal punto de tener que recargarse en una pared por lo extremadamente abrumado que se sentía.

Habían encontrado a Seungmin hecho un ovillo bajo las mantas de una cama que Jeongin supo identificar como la suya. El pequeño temblaba, asustado por el disturbio de balas que había escuchado minutos atrás. Sin embargo, sólo bastó ver a Jeongin para que su miedo se disipara y saltara sin rastros de temor a sus brazos.

El rizado le obsequió un dulce y ruidoso beso en la mejilla y lo alzo a upa, diciéndole con una radiante sonrisa que se irían al fin junto a Christopher, aquel alfa del cual tanto le había hablado.

Seungmin miró al alfa con curiosidad, pero al instante escondió su rostro en el cuello de Jeongin en un acto de timidez. Jeongin rió y lo dejó en el suelo, yendo de inmediato a buscarse algo de ropa para ponerse.

Un momento más tarde, habiendo ya entrado en el auto, Jeongin pidió hacer una llamada a emergencias con el fin de que aquellos omegas que quedaron en el sitio recibieran asistencia, teniendo al menos una oportunidad para ser salvados. Así lo hizo, con el auto ya en marcha hacia el hotel en el que se había estado hospedando Christopher.

Seungmin se quedó impresionado por todos y cada uno de los lujos que presentaba aquel prestigioso sitio, quedándose embobado frente a un ventanal con una bonita vista panorámica. El jamás había visto algo tan increíble.

—Escúchame, amor, me encargaré de conseguir a un médico para que les haga una revisión —comenzó a decir Christopher a su omega, el cual sonreía al observar al pequeño fascinado con la vista—. Ustedes pueden darse un baño si quieren o si tienen hambre pueden pedir lo que deseen. Yo estaré manteniéndome al pendiente de Minho, ¿si? Pero si me necesitas ya sabes que aquí me tendrás lo más rápido que pueda, ¿de acuerdo?

Jeongin asintió, mirándolo con una leve sonrisa. Luego se aproximó a él para enlazar sus brazos alrededor de su cuello y besarlo.

—Gracias, Chris, aquí estaremos bien, no te preocupes. Espero que todo vaya bien con Minho.

Un beso más, y Christopher tuvo que irse. Jeongin aprovechó aquel tiempo para darle a su pequeño un muy merecido y calentito baño de espuma.

A Jeongin le encantaba mimar a Seungmin, así como le encantaba verlo jugar con las burbujas mientras él le levaba el cabello. Y aunque se derritiese de ternura, le entristecía saber que su Seungmin sólo era un dulce bebé en un mundo enfermo y podrido. Un bebé que esperaba otro bebé. Nada le rompía más el corazón que aquello.

Al terminar el baño, Jeongin lo ayudó a secarse y le colocó una de las camisas que había encontrado en el guardarropa. Pensó en pedir algo de comida para Seungmin, pero este no tardó en quedarse dormido luego de meterse en la cama y disfrutar de aquella exquisita comodidad nunca antes tenida.

Un besito de buenas noches fue dejado en su frente tras haber sido arropado, fue entonces cuando Jeongin decidió que era su turno de darse un buen baño. Lleno la tina de nuevo y, al meterse, el agua se fue tiñendo de un tinte rojizo al despegarse la sangre ajena de la piel de Jeongin.

Se vistió con ropa de su alfa y se quedó en la sala, aguardando con ansias la llegada de este.

El alivio volvió a ser parte de Christopher al enterarse de que su mejor amigo ya había salido de peligro. Habían pasado sólo unas horas, las suficientes para que el sueño le persiguiera de cerca. Fue por tal razón que, apenas lo echaron de la habitación en la que estaba Minho, Christopher se fue directo a su hotel, alegre de saber que Minho estaba bien.

Pero al salir del hospital, un segundo antes de subirse al auto, divisó a una persona del otro lado de la calle. Un hombre trajeado lo miraba fijo, más el mismo se esfumó apenas una camioneta paso. Christopher sacudió su cabeza y bostezó, pensando que no había sido más que su imaginación luego de haberle preguntado a Hyunsik si había visto a un tipo del otro lado y este le negó.

Christopher jamás se habría imaginado que aquel hombre sería el causante de la esterilidad que su omega sufriría meses después.

No importaba que fuesen alrededor de las cuatro de la madrugada, Jeongin continuaba despierto, sentado en el suelo al lado de la puerta, esperando ya con desespero a que su alfa regresara.

Cuando Christopher apareció, todo su ser se llenó de felicidad y se apresuró a levantarse para abrazarlo y besarlo. Y no pararon de besarse hasta que ambos acabaron sin prenda alguna sobre un sofá, cubiertos de sudor, formando un solo cuerpo al quedarse unidos por el nudo.

—Allie... ¿Cómo está, Alaska? —preguntó Jeongin en un murmuro con su mejilla apoyada en el pecho de su alfa—. Muero por verla, por abrazarla... no tienes idea de cuánto los he extrañado...

—Ella no ha dejado de extrañarte, créeme que se volverá loca cuando te vea y te sienta. Estoy seguro de que correrá a tus brazos y no se despagará de ti en años, así como yo.

Jeongin rio bajito, lagrimeando de sólo imaginarse el reencuentro con su pequeña Alaska.

—Por ti y por Alaska fue que intenté escaparme una y otra vez, no tienes ni una idea de todo lo que me tocó pasar, los de castigos que me han dado por tratar de huir. Y... y ese asqueroso alfa no p-paraba de golpearme y, y... v-violarme...

El omega comenzó a sollozar, sufriendo de soló recordar todo lo que había vivido en manos de aquel alfa inhumano. Christopher lo arrulló, percibiendo su dolor, quebrándosele el corazón por completo. Un nudo se instaló en su garganta y se aferró a su omega angustiosamente, deseando desde lo más profundo de su ser guardarlo entre sus brazos para siempre, de modo que ya nadie nunca pudiese hacerle más daño.

Con cuidado, Christopher abandonó la cama cuando se aseguró de que su esposo se hubiera dormido. Se fue a la cocina a beber un vaso de agua y poco después ya se encontraba saliendo de la casa por el patio trasero, caminando sobre la arena hasta alcanzar la fogata que sus hijos habían hecho.

Tomó asiento a un lado de Alaska, quien se encontraba recién salida del agua, con sus rizos deshechos por el agua y su cuerpo humedecido bajo una toalla. Al verla temblar, Christopher alargó un brazo y la refugió debajo de este. Al contrario de recibir queja alguna, Alaska se acurrucó, totalmente complacida.

—Escuchen, habrá cambios de último momento para mañana —comenzó a informar Christopher, teniendo la completa atención de los cuatro jóvenes—. Jeongin no se siente muy bien, ha sufrido una crisis repentina y lo mejor para él será que mañana no forme parte de la misión. A su vez, y dado que él me necesitara consigo, me temo que yo tampoco formare parte.

Alaska se rio.

—Vamos, pá, no estamos para bromas.

—Me gustaría que fuese una broma.

—¿Cómo? Espera, ¿hablas en serio? —preguntó Intak asimilándolo.

—¿Papá está bien? ¿Una crisis de qué le ha dado? —consultó Seungmin por su parte.

—Espera, espera, ¿es verdad? ¿Papá se siente mal? —intervino Alaska preocupada.

—Sí, es verdad, pero no es nada grave, no se preocupen. Mi decisión es más que nada por precaución, no quiero exponer a Jeongin. Y no se alarmen, ustedes tienen los conocimientos necesarios para poder afrontar la misión sin nosotros. Por lo tanto, olvídense de sus puestos, Alaska ahora tú ocuparas mi lugar, ¿correcto? Seungmin tú ocuparás el lugar de Jeongin... e Intak, la misión seguirá siendo tuya así que esperamos que puedas concretarla. Por último, Nayeli, cariño, voy a necesitar que les instales micrófonos y micro cámaras y que lo sincronices en simultáneo para que yo pueda monitorearlos en vivo, ¿sí? Todo el material lo conseguiremos mañana.

Nayeli asintió, más preocupada que nunca.

No tenía un buen presentimiento. Sin sus padres en la misión, ¿todo saldría como se lo planeó?

"Esta podría serla última noche que estemos todos juntos..." 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro