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ཻུ۪۪ 37

Jeongin era un completo manojo de nervios. No sabía qué hacer, no sabía qué mierda estaba ocurriendo con su alfa. ¿Ya era hora de entrar en pánico? ¿Ya los habían descubierto? ¿Ya iban a matarlos? ¡Ni siquiera había pasado un año! ¿Y ahora qué haría? Jeongin daba vueltas en la sala, impaciente, desesperado, totalmente asustado.

De pronto, su aliento fue robado cuando, de la nada, la luz se cortó en toda la casa. El corazón de Jeongin se aceleró aún más, sus pupilas dilatándose en la casi total oscuridad y el miedo presionando en su pecho con fuerza. Se quedó paralizado con sus ojos tornándose llorosos. Soltó un agudo grito cuando un sonido resonó dándole un respingo. Pero sólo era su celular, una llamada siendo recibida. Temeroso, Jeongin caminó con cuidado hacia el sonido. Un inmenso alivio lo llenó completamente al ver que era Christopher. Así que atendió.

—Chris... —musitó al borde de las lágrimas.

—Bebé, tranquilízate, estoy bien, sólo... —un melancólico suspiro se oyó del otro lado de la línea—. Nos han encontrado.

Jeongin inhaló aire con miedo, cubriéndose la boca con su mano disponible, mientras las gotas saladas ya adornaban sus mejillas.

—Un grupo está dirigiéndose hacia allí, intentaran atentar contra los guardias que vigilan la casa... Mi equipo y yo iremos por ti, te sacaré de allí, ¿de acuerdo? Tú tranquilízate, amor. ¿Recuerdas lo que te he dicho que hagas en caso de emergencia? Hazlo, bebé, y por favor, cuídate mucho —habló Christopher angustiado, esforzándose por mantener la calma.

Los sollozos del omega ya se hacían escuchar, tan histéricos y desesperados.

—Todo va a estar bien, cariño, confía en mí. Ahora necesito que seas fuerte, bebé, sé que podrás. Toma un arma, ve a esconderte y, escúchame bien, pase lo que pase, no salgas de allí, a menos que sea yo quien aparezca. Confía sólo en mí, bebé. Si alguien más quiere llevarte, sea quien sea, dispara... Yo... d-debo irme. Nos veremos en un ratito, mi vida. Te amo demasiado, nunca olvides eso.

—Oh, Chris... y-yo... —musitó con un hilo de voz e intento decir algo más, pero entonces la llamada fue cortada. Inhaló hondo, hipando, y aunque ya nadie lo escuchara dijo—: También te amo.

Se secó las lágrimas de las mejillas y, dispuesto a salir con vida de aquella situación, se dispuso a seguir las instrucciones que Christopher le había dado. Con la luz de su celular buscó el escondite más cercano de algunas de las calibres. Al empuñar el arma, se dirigió con cautela a la planta alta, no sin antes tomar de su nido una manta que oliera mucho a Christopher, así tendría algo con que calmar su ansiedad. Así que, con mantita y pistola, subió al primer piso y luego al ático, donde allí se escondió, justo detrás de un mueble viejo y algo polvoriento.

En ese oscuro y frío sitio le tocó esperar la salvación o la muerte. Jeongin rogaba porque fuera la primera opción, rogaba al cielo que Christopher llegaran primero que lo malos. Porque, sinceramente, no sabía si se animaría a disparar si alguien más apareciese. No, no podría. ¿De qué mierda había servido tanto entrenamiento si, al fin y al cabo, aún seguía siendo un cobarde que no se atrevía a herir a nadie? Era una completa decepción.

Jeongin se sobresaltó, entrando en pánico cuando, de repente, un tiroteo se presentó fuera de la casa. El miedo lo invadió, cortándole la respiración al sentir los disparos tan cerca, y la inmensa angustia de Christopher golpeando en su pecho no ayudaba en nada.

Se descubrió a si mismo sollozando, apretujando la mantita con una de sus manos al tiempo que empuñaba el arma con la otra. Su pulso temblaba, todo su ser temblaba. Jeongin luchaba por acallar los chillidos que su omega interior soltaba, llamando a su alfa.

Los disparos volvieron a resonar, pero esta vez mucho más cerca. Ya habían entrado en la casa, y eso sólo hizo que el rizado se sumergiera aún más en el terror absoluto.

Fragmentos de su terrible pesadilla lo atacaron. El vívido recuerdo de la bala atravesando su enorme panza de embarazo lo atormentó una vez más, provocándole un inevitable llanto. Y entonces, mirando con sus vidriosos ojos su vientre sobresaliendo debajo de su suéter, lo decidió. No dejaría que nadie le hiciese daño a su beba.

Soltó la manta, echándola a un lado, y se quitó las lágrimas de sus mejillas con el dorso de su mano. Se levantó, abandonando su escondite, dejando allí todo su miedo y angustia. Mantuvo el arma firme entre sus dedos, sintiéndose imparable.

Con mucho sigilo se aproximó a una de las pequeñas ventanas que contenía el ático. Se resguardó muy bien de que nadie lo viera cuando se asomó, haciendo un rápido análisis del panorama con el que se encontró. Logro ver a un desconocido hombre con un rifle, al parecer vigilando la entrada principal de la casa.

De pronto, un ruido proveniente de la escalera que llevaba al ático hizo que Jeongin se alejara de la ventana y apuntara con manos temblorosas hacia la puerta cerrada. Su corazón latía demasiado rápido, y una corriente de adrenalina lo abordó cuando el pomo de la puerta se giró, cediendo. La puerta se abrió y el omega retrocedió unos pasos, todavía apuntando con el arma en aquella dirección.

No era Christopher. No era Christopher. No era Christopher.

Quitó el seguro, dispuesto a disparar.

—Calma, baje el arma —dijo Hyunsik, colocando sus palmas a la altura de su pecho para demostrar que iba en son de paz, pero Jeongin no obedeció.

—¿Y Christopher? ¿Dónde está Christopher? —casi escupió el omega, frunciendo el ceño, recordando perfectamente sus palabras.

—Me ha mandado a buscarlo. No debemos perder tiempo, hay que marcharnos —decretó con seriedad, acercándose al rizado.

—Das un paso más y te disparo —le advirtió Jeongin, mirándolo con los ojos inyectados de rabia.

—Bang lo está esperando, ¿puede dejar las jodidas estupideces? —espetó el alfa, aproximándose sin miedo al menor con intenciones de quitarle el arma de las manos.

—¡No! —chilló—. ¡Aléjate!

Y disparó.

Sin embargo, no le dio. No porque le hubiese errado, sino porque Jeongin realmente no quería lastimarlo. Sólo quería asustarlo; demostrarle que ya no tenía miedo.

El alfa respiró hondo.

—Tranquilícese, no he venido a aquí a hacerle daño. Bang me ha dado estrictas órdenes, así que o se viene conmigo ahora mismo o se irá como carnada con los otros.

—¿Y cómo sé que tú no eres de los otros?

—¡Oh, vamos! Si fuera de los otros Christopher habría muerto la misma noche que ocurrió el incidente en el bar.

Jeongin reflexionó, percatándose de que aquello tenía algo de cierto. Y entonces se sintió confundido, creyendo que, quizá, había exagerado un poco con su desconfianza. ¿Y si los planes de Christopher habían cambiado y no pudo avisarle? ¿Y si era verdad que Hyunsik estaba bajo sus órdenes?

El omega bajó el arma despacio, agachando la cabeza, apenado. Sus mejillas se encendieron ligeramente cuando percibió que Hyunsik se le acercaba.

—Aléjate de mi omega ahora mismo —demandó con severidad una tercera voz a sus espaldas. Hyunsik volteó, encontrándose a un desafiante e implacable Christopher que le apuntaba con su propia arma.

Jeongin jadeó involuntariamente, sorprendido ante la repentina presencia de su alfa. Lo miró con verdadero alivio y confusión, y luego miró a Hyunsik otra vez, quien bajó la mirada mientras Christopher le apuntaba con la rabia resbalándose por sus poros.

Entonces... ¿Hyunsik si era un traidor?

—Jeongin, ven aquí —le ordenó el castaño, indicándole con un movimiento de cabeza que se ubicara a su lado.

El omega no vacilo ni un segundo en correr hacia él, llenándosele los ojos de lágrimas cuando por fin se encontró a su lado, abrazándolo de la cintura, aferrándose a su cuerpo con fuerza. Se echó a llorar, escondiendo su rostro en el cuello de Christopher y entonces, dio un respingo en el momento exacto en el que un disparo retumbó en sus oídos. Y luego otro, y otro. Jeongin sufrió, cerrando sus ojos con fuerza, agradeciendo no haber visto como el cuerpo de Hyunsik acaba en el suelo.

—Ya está, bebé, ya pasó todo —habló el alfa con voz suave, luego de arrojar el arma al suelo y abrazar a su omega con cuidado. Tras unos segundos, una de sus manos fue hacia el hinchado vientre de su omega, quien ya contaba con seis meses de embarazo, mientras sus labios se unían en un beso—. Vámonos a casa.

—¿A c-casa?

—Sí, a casa, mi vida.

Y mientras se alejaban en auto hacia el aeropuerto, Jeongin se preguntó a qué se refería Christopher cuando le dijo que se irían a casa. ¿Volverían a Corea? Jeongin sonrió, acurrucándose aún más contra el pecho de su alfa, sintiendo la mano de este acariciando su pancita. Sea como sea, a Jeongin no le importaría ir a otro país distinto del suyo, porque, después de todo, a donde sea que vaya Christopher siempre lo llevaba a casa.

(...)

En efecto, el avión aterrizó en el aeropuerto de Londres. Un auto escoltado demasiado bien por otros vehículos los llevó hacia la apartada zona residencial donde se cernían aquella majestuosas mansiones. Jeongin pensó que regresarían a la mansión de su alfa, pero para su extrañeza no fue así. Acabaron en la enorme residencia del padre de Christopher, o bueno padrastro. Jeongin no entendió muy bien por qué, más se limitó a mantenerse callado al lado de su alfa.

Al entrar en la mansión descubrieron que una considerable cantidad de personas acudieron a su encuentro. La familia entera de Christopher los recibió con felicidad, unos más entusiasmados que otros. Jeongin, sonriendo, observó con enternecimiento como su suegra llenaba de besos las mejillas de Christopher, mientras este plasmaba en su rostro una mueca por la excesiva muestra de cariño frente a todos. Luego, Jay lo abrazó a él con la misma alegría, brillándole los ojos al notar el avanzado estado de gestación que presentaba Jeongin. Y, por si fuera poco, casi se desmaya al vislumbrar la perfecta mordida en su cuello.

Las feromonas de felicidad que Jay soltaba estaban que inundaban el salón entero. Y ni hablar de las de Jeongin, quien sentía en su pecho la intocable felicidad de su alfa.

Luego fue el turno de las hermanas de Christopher de llenar a su hermano de incontables abrazos y besos. Todas ellas terminando con su atención en la redondeada panza del omega, preguntando miles de cosas relacionadas a su embarazo y pidiendo permiso para poner sus manita encima. Jeongin les permitió tocar su vientre, riéndose cuando tantas manos posadas allí le genero algo de cosquillas.

Pero todo aquello acabó al momento en que Christopher, carraspeando, lo llamó. Al parecer, quería presentarle a alguien.

Christopher se encontraba de pie junto a un hombre que Jeongin ya había visto antes. Era un alfa de cuarenta y tantos, casi rozando los cincuenta, que poseía una apariencia seria, determinante, pero compasiva.

—No te lo he presentado antes formalmente —comenzó a hablar Christopher, dirigiéndose hacia aquel formal señor—. Él es Jeongin Yang, el omega que he elegido como compañero de vida, mi prometido y futuro padre de mi beba.

El rizado ya podía sentir el tinte rojizo tiñendo sus mejillas.

—Jeongin —continuó Christopher, ahora hablando hacia él—, este es Don Leko Martini, el hombre que me bautizó dentro de esta familia y que ahora nos refugiara aquí.

—M-mucho gusto —mencionó Jeongin intentando que su voz no temblara y delatara su gran nerviosismo, mientras extendía con cierto miedo una mano hacia él.

Tan sólo esperaba que aquel hombre le estrechara su mano, evitándole un enorme bochorno que no sabría cómo manejar.

Para su gran fortuna, el alfa mayor se tardó sólo unos segundos en examinarlo con la mirada, para luego tender su mano y estrechársela con firmeza, esbozando una pequeña sonrisa mientras daba un asentimiento de cabeza.

—El gusto es mío —concedió el aludido, sin rastros de mentira en su voz bordeada de un inconfundible acento italiano, y le soltó—. Las cosas cambian ahora que Christopher formará una familia contigo. No quiero que anden allí fuera, en el exterior, expuestos al peligro constantemente. Se quedarán aquí. Aquí estarán asegurados. Por lo tanto, a partir de ahora, esta también es tu casa.

Jeongin asintió, sonriente, acumulando una gran burbuja de emoción que pronto explotaría. Christopher le sonrió con orgullo y amor, acercándose para atraerlo hacia él y besarlo.

Esa tarde, ambos recibieron infinidades de felicitaciones, de abrazos y bonitas palabras. De todos, menos de un alfa. Un alfa que Jeongin recordaba bastante bien, un alfa que habría preferido no volver a ver en su vida. Era ni más ni menos que el estúpido que le había casi rugido en aquella primera cena de negocios que Jeongin asistió obligadamente por Christopher.

¿Y ahora se suponía que vivirían bajo el mismo techo? ¿Por qué sentía que su convivencia no sería la más amistosa? Jeongin ya se veía venir todos los problemas que surgirían entre ellos, incluyendo a Christopher.

Y entonces, pensó, ¿realmente estarían seguros allí? Porque Jeongin no confiaba absolutamente nada en ese alfa. Y si Hyunsik, que tan de confianza era, los había traicionado, ¿por qué no ese imbécil también?

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