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ཻུ۪۪ 35

El despertador sonó. A través de la ventana, el exterior se veía parcialmente oscuro. No había amanecido aún, al menos no por completo. Ni siquiera alcanzaban a ser las seis de la mañana, y Christopher odiaba el jodido frío que hacía. Desde que estaba en Alaska le era mucho más complicado abandonar la cama, abandonar el cálido espacio que compartía con su omega, en donde se daban calor mutuamente.

Por lo que, gruñendo bajito, salió de la cama con cuidado y fue directo al baño a ducharse. Si bien la calefacción estaba encendida salió de allí temblando ligeramente, teniendo solo una toalla envuelta en su cintura. Se apresuró a vestirse con otro de sus típicos trajes, y cuando estuvo a punto de terminar de arreglarse un gemido de dolor hizo que todo su sistema se alertara.

Christopher dejó caer la corbata al piso y casi corrió hacia la cama, preocupado, notando que su omega había despertado, llevando en su rostro una muy clara mueca de dolor. En sus labios se instaló un puchero al tiempo en que sus ojos se tornaron llorosos. El alfa tomó asiento en el borde de la cama, muy cerca del rizado, e iba a preguntar qué sucedía, pero entonces lo entendió.

Sus ojos adquirieron un brillo sinigual al vislumbrar la preciosa marca en el cuello de Jeongin. Una sonrisa instantánea asomó en su rostro, mientras se emocionaba terriblemente por aquello. El lazo. Ya estaban unidos por el lazo. De inmediato, ambos comenzaron a experimentar los efectos del mismo, percibiendo los sentimientos del contrario como propios.

Jeongin sentía con fuerza en su pecho el deseo irrevocable que tenía Christopher de protegerlo. Sentía la feroz posesividad, el inmenso amor y la incomparable felicidad que afloraba del alfa; todo como si se tratasen de sentimientos suyos. Y era asombroso.

—¿Duele mucho? —preguntó Christopher, admirando con sus brilloso ojos azules la mordida que aún se conservaba fresca.

El omega asintió despacio, y Christopher se inclinó para esconder el rostro en su cuello. Comenzó a lamer la herida, produciendo una cálida satisfacción en el menor, quien ladeó su cabeza y cerró sus ojos, respirando hondo, permitiéndose disfrutar del alivio que le daba aquellas suaves lamidas.

—Quédate conmigo, Chris —musitó, sintiéndose mareado, débil y cansado—, no me dejes solo.

—Tranquilo, la herida tiene que curar —su voz salió en un murmuro—, y estaré contigo mientras eso pase.

Se apartó de su cuello y lo miró, sonriendo. No tardó en buscar sus labios para besarlo con suavidad.

(...)

En Londres eran cerca de la una y media de la tarde, y el sol ni siquiera había asomado entre las grisáceas nubes que gormaban el cielo de Seúl. Félix estaba de pie en el balcón del apartamento de Changbin, observándolas. Sus codos recargados en la barandilla del mismo y un cigarrillo encendido entre sus dedos. No llevaba camiseta puesta, por lo que la brisa colisionaba directo contra su piel, erizándosela. Pero no le importaba.

Estaba tan nervioso, tan ansioso, que ni siquiera el cigarro parecía ayudarlo. No tenía ni idea de qué mierda había pasado con Jeongin y aquello era algo que no le dejaba dormir por las noches. No había dejado de sentirse intranquilo desde que recibió la llamada de la madrastra de su amigo. ¿Por qué Jeongin no se había comunicado con él? ¿Dónde mierda estaría? ¿Por qué se marcharía sin siquiera haber avisado?

Félix lo conocía demasiado bien, y no comprendía qué había ocurrido. Su mejor amigo no era el tipo de personas que dejaría todo para largarse con un alfa, o al menos eso creía él. Y ahora estaba tan frustrado, tan confundido. Necesitaba saber si Jeongin se encontraba bien, saber dónde diablos estaba. No podía estar tranquilo sabiendo que su mejor amigo se hallaba en poder de un alfa tan peligroso como Bang.

Una mano ajena acarició su espalda con cuidado. Volteó su cabeza y vio a Changbin de pie a su lado. Sus ojos azules reflejando toda aquella preocupación que albergaba su interior.

—Verás que en cualquier momento llamará o mandará alguna señal de vida —mencionó, intentando animar un poco al omega de cabello negro.

Aunque se suponía que Jeongin era la principal causa de preocupación para ambos, no lo era exactamente para Changbin, pues para él había una más importante; Félix, quien casi no comía, no dormía y se la pasaba fumando. Le hacía muy mal verlo de aquella forma y no sabía qué más hacer para ayudarlo.

Changbin se sentía tan inútil, tan tonto, que a veces, durante la noche, mientras Félix se hundía en la angustia y se encendía un porro en el balcón, él se echaba a llorar con un nudo instalado en su garganta, haciéndose una bolita en la cama.

Y mientras Changbin recordaba con tristeza aquello, Félix observó desde lo alto de aquel balcón que un auto frenó de golpe frente a su edificio.

—¿Y si no lo hace? —cuestionó, tras darle una calada a su cigarrillo, restándole importancia al suceso recién visto.

—Lo hará —aseguró Changbin, obligándose a sí mismo a creer en su propia palabra.

Félix respiró hondo, viendo el modo en el que tres corpulentos hombres salían de aquel auto. Frunció el ceño, no le daba buena espina la situación. Uno de ellos levantó la vista, observando en su dirección, y Félix sintió un horrible escalofrió recorrerle la espina dorsal.

—¿Esos...? Están entrando... ¿tú los conoces? ¿son de aquí? —se apresuró a interrogar el pelinegro.

—¿Quiénes?

—Los hombres que acaban de bajar de aquel auto.

—Uhm... no los he visto bien —dijo Changbin asomándose.

—No sé porque tengo la sensación de que algo no va bien...

—¿Cómo? ¿Por qué? —preguntó el beta, asustándose.

—Siento como si... no lo sé —bufó—. Tal vez estoy delirando, no me hagas caso.

—Oh... Deberías dormir un poco, Félixie, no te hace nad...

La puerta de entrada fue golpeada con fuerza, y el corazón del omega se aceleró. Entonces, lo supo; nada estaba bien.

(...)

La chimenea encendida lograba que el ambiente se rodeara de una exquisita calidez que tanto como Christopher y Jeongin disfrutaban por completo. Ambos se encontraban acurrucados uno con el otro sobre el amplio sofá de la sala. Una acogedora manta los cubría, haciéndolo todo más confortable. Una película transcurría de fondo, una que hacía rato habían dejado de prestarle atención. Y es que Christopher no podía aguantarse las ganas de llenar de besos a su bonito omega, siempre terminando con sus labios pegados a la mordida.

Jeongin no paraba de sonreír. Jamás en su vida había estado tan feliz, era como si ya más nada le faltara; lo tenía todo.

—Te amo —susurró, marcando sus hoyuelos cuando las manos del alfa se infiltraron entre su ropa, quedándose sobre su pancita.

—Yo te amo a ti, mi vida —dijo, sonriendo contra su cuello.

Fue en ese instante cuando el celular de Christopher comenzó a sonar. El aludido suspiró, no teniendo las ganas suficientes para levantarse y abandonar su acogedor nidito, lleno de almohadones y mantas, el cual había armado con Jeongin. Pero dado que el aparato no cesaba de sonar, optó por hacer aquel sacrificio. Buscó el celular y atendió la llamada, acomodándose nuevamente en el sofá, junto a su amado.

Jeongin se acurrucó sobre su pecho, escuchando a medias la conversación de Christopher, la cual había dejado de entenderla ni bien el alfa empezó a hablar con dialecto italiano. Siempre se le había hecho entretenido oírlo con aquel acento, pero entonces se preguntó... ¿Por qué iniciar una conversación en un idioma y luego, como si nada, pasarla a otro? ¿Por qué sentía que Christopher lo había hecho apropósito para que él no lograra entender hacia donde se dirigía el resto de la conversación? Y si ese era el caso, ¿qué era lo que él no debía saber?

Christopher le acarició la espalda con su mano disponible, como si buscara tranquilizarlo. El menor respiró hondo, relajándose al pensar en que podían ser asuntos de trabajo, asuntos en los que él no debía involucrarse.
Después de todo, ¿qué cosa que fuese de su interés podría ocultarle Christopher?

—¿Quién era? —soltó la pregunta sin poder contenerse una vez que la llamada fue finalizada.

—Del trabajo —se limitó a decir Christopher, dejando el celular en la mesita de café.

—¿Pasó algo?

—No, bueno, al menos aquí no.

—¿Cómo aquí no?

Jeongin se apartó y lo miró de frente, intentando deducir qué significaba aquello.

—Me informaron de algo que pasó en Corea, pero no tienes de que preocuparte. Minho se encargará de ese asunto —comunicó, manteniéndose impasible—. En fin, ¿cómo te sientes? ¿sigue doliendo...?

—Oh... bueno. Me molesta un poco, pero estoy bien —contestó Jeongin, y al instante tuvo los labios del alfa ubicándose en la mordida sin cicatrizar de su cuello.

Sonrió. Amaba aquella sensación. Era increíble como su estado de ánimo cambiaba totalmente al tener a su alfa así de cerca, besando la marca que dio lugar al lazo más importante de su vida. Sentirlo allí, física y mentalmente, era el pasaje directo hacia el paraíso. El húmedo contacto en su herida parecía generarle amnesia, pues ya no recordaba nada más, solo que estaba allí, amando con cada célula de su ser a Christopher.

El mayor se llenó de felicidad al sentir el amor de Jeongin en su pecho, latente, voraz, verdadero, y era como estar soñando. Había esperado tantos años por sentir el genuino amor de alguien más, toda su vida aguardando aquel momento que por fin se hallaba viviendo. Y nada podría ser mejor.

(...)

—Mira lo perfecto que eres, Jeongin —mencionó el alfa, quien se encontraba detrás del rizado, con su pecho pegado a su espalda, ambos frente a un enorme espejo que poseía el nuevo cuarto de baño.

Jeongin esbozó una sonrisa, devolviéndole la mirada a su reflejo. Pronto su vista se desplazó hacia la preciosa marca en su cuello, la cual ya había cicatrizado por completo.

—Perfecto y mío, completamente mío —murmuró muy cerca de su oído, mientras sus manos se colaban debajo de su suéter y camiseta, quedándose sobre la tibia piel de la apenas abultada pancita de su omega.

Y Jeongin amaba lo que veía. Amaba verse marcado, aclamado, amado por un alfa tan perfecto como Christopher. Amaba estar junto a él. Amaba saber que estaba embarazado de él. Lo amaba.

—Yo sólo soy un perfecto desastre, Christopher.

—Claro que no.

—Claro que sí, no me discutas.

—Bueno, en ese caso, eres el desastre más hermoso de todos.

Jeongin rio ligeramente.

—No sé cómo mierda he llegado a este punto —admitió el susodicho con un negativo movimiento de cabeza—. Siento como si hubiese sido hace tanto tiempo cuando me encontraba preparándome para aquella fiesta, fumando marihuana en mi habitación junto con Félix. No quería saber nada con uniones, ni mucho menos con tener hijos. Y mírame ahora... enlazado, embarazado, ¡mierda, Christopher! —exclamó, riéndose—. Mira lo que me has hecho, te odio.

Christopher sonrió, acariciando sus rizos con la nariz, para luego mordisquear con suavidad el lóbulo de su oreja.

—¿Me odias por hacerte feliz? Porque eso es lo único que te he hecho.

El omega lo miró a través del espejo, observando aquellos azules ojos con una sonrisa en su rostro.

—Sí, te odio, te odio mucho —dijo utilizando aquel tono juguetón, mientras volteaba su cabeza, buscando ansiosamente sus labios. Christopher se inclinó un poco más y lo besó, apegado aún más sus cuerpos.

Luego de separarse, Jeongin se dio media vuelta, quedando de frente a su alfa.

—Este baño me gusta más que el otro, sabes, gracias por cumplir mi capricho. Se me hacía imposible ingresar a la otra habitación sin recordar mi pesadilla —habló el menor, situando sus brazos alrededor del cuello del ojiazul.

Y es que sí, después de algunas súplicas por parte de Jeongin, ambos se trasladaron a otra habitación de la casa. La misma se suponía que era la de huéspedes, pues era sólo un poco más pequeña, pero ellos la ocuparon de igual modo. Jeongin no podía seguir atormentándose con su horrible sueño.

—Todo lo que quieras lo tendrás, bebé, haría cualquier cosa con tal de que te sientas a gusto —mencionó Christopher con sinceridad, sonriendo antes de darle un casto beso en los labios—. Ahora, ¿vamos a entrenar?

Jeongin inhaló profunda y pesadamente. No quería entrenar, mucho menos cuando se instruiría en asuntos de armas, pero le gustara o no, debía hacerlo.

—Bien, vamos —contestó, desganado.

Se abrigaron con lo justo y necesario para resistir una tarde fuera, y se subieron al auto, en el que ya aguardaba el chofer dentro. Irían a realizar el entrenamiento en un sitio especializado en tiro, el cual portaba con todos los elementos necesario para llevar a cabo el entrenamiento.

Empezarían con lo básico.

Puesto que Christopher era demasiado celoso y posesivo, no permitió que ninguno de los instructores se acercara a su omega, ni siquiera a saludarlo. Sólo él se encargaría de enseñarle. No necesitaba de nadie más, por lo que cuando alguien atrevía a aproximarse hacia ellos, Christopher sacaba a relucir sus colmillos, gruñendo.

Día por medio regresaban a aquel establecimiento a seguir con las practicas. Al principio, Jeongin disparaba con miedo, errándole por completo al blanco. Sin embargo, a medida que el tiempo avanzaba, más cerca del blanco le pegaba.

No sólo fue aprendido a manipular armas de fuego, sino también armas blancas. Y sinceramente, no era un aprendizaje del cual Jeongin estuviese orgulloso. El no quería herir a nadie, no se creía capaz de tal cosa. Pero si era asunto de vida o muerte, entonces lo haría. No dejaría que le hiciesen daño a su cachorro.

Tres meses había cumplido de embarazo y su pancita ya comenzaba a tener un poco más de forma. Aunque con toda aquella ropa grande que se ponía su estado pasaba desapercibido. Y es que adoraba vestirse con camisetas o suéteres holgados, y más si se la pasaba en casa. Como aquel día.

La música se escuchaba de fondo a un volumen medio. Jeongin se encontraba en la cocina tarareando la letra, mientras preparaba la cena. Estaba solo en la casa, dado que Christopher había empezado a trabajar en un horario vespertino. El omega movía sus caderas de modo inevitable, siéndole imposible no seguir el ritmo de la música, al tiempo que cortaba algunos vegetales.

Desde que su cuerpo comenzó a desarrollarse, y él a descubriese en el ámbito sexual, había tomado una pequeña pasión por el baile, el cual acabó inclinado por completo hacia lo erótico. Si bien Jeongin siempre detestó la idea de vender su cuerpo en sitios tan repugnantes como burdeles, no pensaba lo mismo de aquellos sitios en que los omegas realizaban bailes. El juraba que, por fuerza mayor, terminaría en uno de esos.

Pero allí estaba, en una bonita casa en Alaska, con un delantal de cocina cubriendo su torso hasta sus muslos, preparando la cena que compartiría luego con su alfa. Algo que nunca se imaginó que sucedería en su puta vida.

La puerta de entrada se abrió y se cerró de golpe, generando un sonoro ruido que no tardó en llegar a los oídos del omega, quien se sobresaltó. Miró la hora en un reloj de pared. Era demasiado temprano para que Christopher volviera. Su corazón se aceleró. El murmuro de unos apresurados pasos se hicieron notar por la casa, alarmando a Jeongin, el cual se quedó paralizado y asustado al percibir que aquellos pasos se dirigían directo hacia él.

Se descubrió a sí mismo apretando con fuerza el mango del cuchillo con el que anteriormente cortaba las verduras. Sus nudillos se tornaron blancos y, en vez de soltarlo, lo aseguró aún más entre sus dedos. No quería voltearse, le daba miedo.

Inhaló con fuerza al advertir que alguien más ya estaba en la cocina con él. Un muy intenso y potente aroma a excitación se disparaba del alfa que acababa de entrar. Incontrolable feromonas se dispersaban en el aire, acalorando la atmosfera.

Jeongin soltó el cuchillo, expulsando el aire que había retenido sus pulmones. El completo alivio lo arribó al percatarse de que sólo se trataba de Christopher... Bueno, Christopher en celo.

—Mierda, me has dado un buen susto, idiota —reprochó Jeongin, casi gimiendo cuando las manos del alfa se posaron en su cintura, apegándose atrevidamente a su cuerpo por detrás—. ¡Hubieras avisado, tonto! No lo sé, un "ya llegué, amor, prepara tu trasero" ¡o algo así, joder! ¡Un día de estos me matarás! —continuó quejándose, sintiendo la húmeda lengua de Christopher en su cuello y la dura erección de este chocando contra su trasero.

—Lo siento... —su voz sonaba ronca, profunda, cargada de deseo. Gruñó, restregando con notable desespero su entrepierna contra el cuerpo del omega—... y-yo... te necesito, ahora.

—Sí, ya me he dado cuenta —dijo, soltando una leve risa—. Déjame quitarme esto y vayamos a la habitación.

Jeongin intentó zafarse del agarre del castaño, pero este lo sostuvo aún más fuerte de la cintura, impidiéndole totalmente el poder escaparse de entre sus manos.

—No. Aquí. Ahora —demandó el alfa con brusquedad—. No puedo esperar más.

Y para antes de que el menor pudiera decir o hacer algo, Christopher le destrozó su pantalón junto con su bóxer sin importarle absolutamente nada. Le acarició el ahora desnudo trasero con atrevimiento, apretándole las nalgas, abriéndose paso entre ellas hasta rozar su entrada con sus dedos.

Jeongin ahogó un gemido, capturando su labio inferior entre sus dientes. Quería resistirse, pero su cuerpo ya había comenzado a reaccionar ante los estímulos que le daba el alfa. Su espalda se arqueó y su cabeza se echó hacia atrás al preciso instante en el que Christopher, habiéndose puesto de rodillas, hundió su rostro entre sus glúteos. Las manos de este mantenían separadas sus nalgas, mientras su lengua jugueteaba con la ya humedecida entrada del omega. Christopher lamía, chupaba, saboreaba con verdaderas ansias, filtrando su traviesa e inquita lengua en el interior del otro, sintiendo su palpitante miembro cada vez más urgido y desesperado, enloqueciendo dentro de sus pantalones.

Pronto liberó aquella erección y se alineó con prisa, separándole un poco las piernas a su omega. Sin perder ni un solo segundo, empezó a embestirlo, sujetándolo fuerte de la cadera.

—Oh, mierda, Christopher —jadeó el rizado, sorprendido, sosteniéndose con firmeza de la encimera—. Despacio, Chris... me harás daño... recuerda que estoy en estado, estúpido.

Christopher, en medio de su total descontrol hormonal, tomó consciencia de la situación y suavizó notablemente su agarre; aunque continuó con aquel veloz ritmo de estocadas, hundiéndose por completo dentro de su omega, haciendo que su alfa se regocijara de placer y que el tortuoso dolor de su celo se disipara.

—Oh, Jeongin —gimió contra la piel de su cuello, entretanto le llenaba de tiernos besitos—. Lo s-siento, jamás tendría la intención de lastimarte.

—Lo s-sé... ¡ah!... dios... será... será mejor que... que... ¡ahh, mierda! —exclamó el menor, frustrándose al no poder hacer escuchar su punto sin ser interrumpido por los gemidos que soltaba sin control—. Espera, Christopher... d-detente.

El alfa gruñó, realizando un esfuerzo sobrehumano para detener sus embestidas. Lo hizo, quedándose dentro del omega, dejando sus cuerpos totalmente unidos.

—¿Qué pasa? —preguntó jadeante, recargando su mejilla en el hombro de Jeongin.

—Vayamos a la habitación, arriba —propuso el omega, respirando con irregularidad.

—No, está lejos, no quiero despegarme de ti.

—Uhm... entonces a la sala, al sofá... no estaremos cómodos aquí cuando me anudes —explicó, ganándose un nuevo gruñido de parte del mayor—. Será solo unos segundos, amor, por favor. Luego volveremos a estar así de unidos.

Christopher respiró hondo, y refunfuñando se apartó de su omega. No tardó en volver a experimentar aquel estallido de dolor físico y mental que le generaba su jodido celo. Entre gruñidos y lastimeros gimoteos, casi arrastró a Jeongin hacia la sala, donde terminó de destrozar el resto de ropa que le quedaba y tomó asiento en el sofá más grande, esperando angustiosamente a que Jeongin lo montara.

—Vamos, bebé —suplicó, su rostro contraído de consternada desesperación.

—Si... ya voy —se apresuró a contestar el omega, quien luchaba por conseguir desatar el nudo del delantal que todavía llevaba puesto—. Solo estoy tratando de...

—Bebé, p-por favor, ahora —casi lloriqueó, no soportando más aquella horrible sensación.

—Si... yo... ¡agh! —expresó impacientado, quitándose a la fuerza el delantal. Segundos después, se despojó del suéter y su camiseta, haciendo visible su desnudez. Sólo entonces se aproximó a su alfa, subiéndose a su regazo con cuidado, acomodando una pierna a cada lado de su cuerpo.

Christopher tragó en seco y se relamió los labios, batallando por llenar de aire sus pulmones. Jeongin posó sus manos en el hombro de este, percibiendo bajo su tacto la elevada temperatura que poseía su alfa. Estaba hirviendo. Su rostro sudado y encendido, teniendo sus azules ojos brillosos y vidriosos, como si estuviese a punto de llorar. Jeongin nunca había visto algo así. Nunca había podido apreciar tan de cerca a un alfa en celo. Y no tenía palabras para definirlo.

De pronto, advirtió que Christopher llevó su mirada a su vientre, y ambos observaran por un instante el pequeño bulto que sobresalía en su pancita.

—N-no... no quiero hacerte daño —la voz del alfa salió en un murmuro, rota y quebrada, siendo acompañada de un par de lágrimas que abandonaron sus ojos.

Y algo dentro de Jeongin se partió en mil pedazos. Su pecho se oprimió al ser capaz de sentir el dolor insufrible de su compañero de vida. Dolor y miedo. Un miedo aberrante que brotaba del alfa sin antecedentes. Jeongin se abrumó con la intensidad de aquel sentimiento, teniendo como consecuencia que su omega interior se inundara de angustia.

Su alfa jadeando por el celo, lagrimeando, viéndose tan frágil y desesperado, tan aturdido y asustado, por primera vez teniendo miedo de hacerle daño. Jeongin no podía con tanto.

—Oh, Chris... —musitó con labios temblorosos, sus manos yendo directo a sus mejillas—. No lo harás, amor, nunca me harías daño. Lo sé —hablo con la seguridad estampada en su mirada y unió sus labios en un beso, acomodando mejor su trasero encima del miembro del mayor.

Bajó una mano para alinear la dura erección de su alfa en su entrada. Una vez bien posicionado, empezó a moverse de modo lento y suave, dejándose caer con libertad; sin rastros de temor. Christopher inhaló profundo y exhalo un ronco gemido, ejerciendo sólo un poco de presión con sus manos sobre la cintura del menor. Echó su cabeza hacia atrás, recargándola en el respaldo del sofá, permitiéndose relajarse y deleitarse con el trabajo que Jeongin realizaba con devoción.

Christopher, en efecto, dejó que el omega se tomara la libertad de moverse a su antojo, subiendo y bajando sobre su miembro con el ritmo y la velocidad que más satisfactorio le resultase. Sin embargo, no resistió mucho tiempo sin hacer nada, por lo que, tras un par de minutos, Christopher contribuyó con su omega en el acto sexual empujando sus caderas cada vez que el trasero de este descendía, colisionando ambas pieles, uniéndose como si solo fueran uno.

El alfa se deshacía en jadeos y gruñidos, mientras aceleraba sus embestidas. Los gemidos de su pareja acariciando sus oídos sólo hacía que aquella fogosa llama de deseo se encendiera aún más, quemándolo por dentro. Sus manos acunaron las nalgas del menor, acompañando cada movimiento.

—Mío. Siempre mío —estableció Christopher en un gruñido, apunto de alcanzar el mayor éxtasis de la vida.

—Siempre t-tuyo —afirmó Jeongin, su voz saliendo por medio de gemidos que enloquecían más y más a su alfa.

Jeongin se encontraba embriagándose con el puro e intenso aroma del castaño, su abusado olfato no se veía capaz de percibir otro olor más que aquel. Y era una completa droga. Una que amaría consumir por el resto de su vida.

Un familiar cosquilleo se hizo notar en su vientre bajo. Jeongin mantenía sus labios entreabiertos y sus ojos cerrados, entregándose por completo al placer que le daba su alfa. Lo sentía en todas partes. Su lengua recorría la marca en su cuello, sus dientes mordisqueaban la piel, sus manos en su trasero, su miembro enterrándose en su agujero, chocándole justo donde más sensible sentía.

Jeongin no podía aguantar más. Y mientras el orgasmo de ambos se presentaba, Christopher volvió a clavar profundo sus dientes, reabriendo la mordida. El omega chilló y dejo sus caderas quietas al sentir una punzada de dolor cuando intentó subir, más el nudo abriéndose paso en su interior no se lo permitió.

Totalmente exhausto y agitado, se dejó caer sobre el pecho de Christopher, apoyando su mejilla en su hombro. El alfa esbozó una sonrisa en medio de su cansancio, pues la pancita de su omega se encontraba sobre su abdomen. Le hacía tan feliz sentirlo contra su cuerpo. Su cachorro estaba allí, en medio de ellos, siendo testigo indirecto del amoroso momento de sus padres. Amaba tanto que su omega estuviese embarazado que ya estaba decidiendo que lo embarazaría un montón de veces más.

Serían una gran familia.

Aunque, para ello, primero debería conseguir la absoluta seguridad. No podrían seguir teniendo hijos sabiendo que se hallaban en un período de peligro. Ahora mismo, ellos no estaban del todo seguros. Y Christopher temía gravemente por la vida de su cachorro, pues apenas el imbécil de su padre se enterara de que esperaba un hijo su odio se multiplicaría y ya no solo querría acabar con él, sino también con el omega que engendraba su descendencia.

Christopher suspiró con cierta melancolía. Rodeó con su brazo la cintura de su bebé y estiró el contrario para alcanzar una manta, con la que cubriría la espalda de Jeongin. No olvidaba que estaban desnudos y sudados y que pronto tendrían frío.

(...)

Había anochecido, y para entonces ya habían terminado con la tercera ronda de maravilloso sexo. Estaban acostados en la cama, bajo las sábanas, piernas enlazadas y cuerpos pegados. Ambos tan relajados, compartiendo un momento en el que las palabras sobraban. Pero aquel se vio interrumpido cuando el timbre de la casa se hizo escuchar.

Jeongin se alegró. Su estómago ya rugía de hambre, y aquel timbre sólo indicaba que la comida había llegado. Porque sí, dado que su casera cena no pudo realizarse, Christopher mandó a su chofer a comprar comida hecha.

El alfa gruñó cuando Jeongin se apartó de entre sus brazos, abandonando la cama.

—Enseguida vendré, Chris, tú quédate allí —le dijo al tiempo que se colocaba un bóxer y luego pasaba por sus brazos un holgado suéter que le cubrió hasta el trasero. Luego se apresuró a ponerse sus adorables pantuflas de perrito y salió disparando del cuarto, ignorando las quejas de su alfa.

Bajó por las escaleras con rapidez, no soportando más el vacío en su estómago. Abrió la puerta sin temor, recibiendo una helada brisa que le hizo temblar, y entonces toda su emoción por la comida se esfumó. Jeongin inhaló aire con sorpresa y frunció el ceño, confundido al ver de quien se trataba. Ese no era el chofer de Christopher... bueno, si lo era... pero...

—¿Qué haces tú aquí? —cuestionó, sonando bastante descortés.

Él nunca se imaginó que volvería a ver a aquel alfa, al menos no tan pronto. Sus mejillas se ruborizaron ligeramente, pues habría deseado tener un jodido pantalón puesto. Si hubiera sido el chofer de Chris, el beta, no habría pasado nada, porque no le causaba nada. No era tan joven, ni tan apuesto, ni era un tonto alfa al que él había intentado meterle mano.

Jeongin se sentía tan abochornado.

—Cumplo con mi deber —contestó Hyunsik con voz clara, manteniendo una expresión neutra en su semblante y le tendió un bolsa—. Tome y vaya, le hará mal el frío.

—Uhm, sí, adiós —dijo, tras tomar la bolsa, y le cerró la puerta en la cara.

Se lanzó escaleras arriba, pero se detuvo en medio, sintiendo un cúmulo de arrepentimiento molestándole. No debió ser tan hostil. Bufó, y bajó rápidamente. Volvió a abrir la puerta, dejando que el frío volviera a ingresar. Hyunsik ya estaba yéndose por las escaleras del porche, pero se volteó al escuchar la puerta.

—Lo siento... gracias —se animó a decir, algo tímido.

El alfa sólo se limitó a darle un formal asentimiento de cabeza y continuó con su camino. Jeongin cerró la puerta con sus mejillas encendidas, odiándose por sentirse tan avergonzado ante ese tipo. Es que, agh, ¿por qué mierda tuvo que insinuársele cuando estuvo drogado? Jamás se lo perdonaría. ¿Y ahora tenía que soportar su incómoda presencia de nuevo? Genial.

Soló... sólo esperaba que aquello no complicara su relación con Christopher.

Jeongin tenía tanto miedo de sí mismo; tanto miedo de desear otro alfa que no fuera el suyo.

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