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ཻུ۪۪ 32

Estaban llegando tarde. Christopher odiaba llegar tarde. Debió haberse comprado un jodido despertador. No podía creer que había dormido tanto. De no haber sido por el chofer que había pasado a recogerlo y que había insistido tanto con el timbre, ni siquiera se habría despertado.

Lo único bueno era que la fiebre y la tos ya se habían marchado. Christopher ya se sentía mejor que antes, sin embargo, su nariz aún estaba congestionada, limitándole el olfato.

Se encontraba de tan malhumor que Jeongin ni siquiera se atrevía a decirle palabra alguna, tenía miedo de que le respondiera mal, o peor, le gruñera.

Christopher no estaba enojado con él, todo lo contrario, estaba enojado con el hecho de no poder estar un momento tranquilo junto a él. Desde que llegó no había disfrutado de nada. Si no era por el jodido papeleo y los lazos laborales, era por su jodido resfrío. Ni un puto beso en los labios le había podido dar a su omega.

Y por tal razón poseía aquel desfavorable humor de perro, el cual le otorgaba un aura aún más intimidante, pero que siempre le hacía quedar como un alfa grosero.

Llegaron. Christopher fue el primero en bajar del auto, arruinando la intención del chofer de abrirle la puerta, por lo que el beta quiso abrírsela al omega. Sin embargo, dio un respingo cuando recibió un voraz gruñido de parte de Christopher, quien, luego de rodear el auto por la parte trasera, lo fusiló con la mirada.

—Yo le abro —espetó con severidad.

El beta realizó un asentimiento de cabeza, algo apenado, y se alejó.

Cinco minutos más tarde, Christopher y Jeongin ya se encontraban dentro de la residencia del nuevo jefe del alfa, siendo recibidos por el mayordomo de este. El lugar era tan cálido y ostentoso. Jeongin caminaba junto a su alfa, observándolo todo a su alrededor.

Una muy joven omega, rubia y despampanante, metida dentro de un ajustado vestido plateado, se acercaba a ellos haciendo resonar sus tacos en cada paso. Con una enorme sonrisa plasmada en su rostro maquillado se detuvo frente a ellos.

—Mucho gusto, mi nombre es Brooklyn —se presentó la omega con el acento americano enroscado en su lengua, mirando con especial atención a Christopher—. Tú debes de Byung, ¿no?

—Bang —le corrigió con rapidez Jeongin, lanzándole una mirada desdeñosa mientras se apegaba a su alfa, entrelazando sus brazos. Una clara muestra de que aquel hombre ya estaba apartado por él.

Christopher sonrió, negando con la cabeza por la posesiva reacción de su bebé.

—Sí, mi apellido es Bang. Christopher Bang —aclaró el alfa—. Y este es Jeongin, mi omega.

La rubia enarcó una ceja, algo cínica, su sonrisa ya se había borrado hacía rato.

—Ya veo. Lo siento —dijo, intentando sonreír de nuevo—. Mi padre te espera, acompáñenme... Oh, y por cierto, felicidades.

Christopher frunció el ceño. ¿Felicidades?

Y Jeongin palideció, sintiendo un repentino vuelco en su estómago. Su corazón se aceleró cuando el alfa lo miró interrogativo, expectante.

—¿Cómo que felicidades? —preguntó, confundido.

—Por el cachorro, claro —habló Brooklyn, extrañada ante la confusión del alfa. Pero, entonces, lo entendió y soltó un gritito, tapándose la boca con ambas manos—. ¿Arruiné la sorpresa?

El omega capturó su labio inferior entre sus dientes, nervioso. Quería asesinarla. ¿Por qué mierda tuvo que abrir su estúpida boca? Se suponía que se lo diría él, que se enteraría gracias a él, no gracias a una jodida rubia tonta.
Christopher lo miró al instante y no supo descifrar las emociones que reflejaban sus azules ojos. No sabía si estaba alegremente desconcertado o furiosamente asombrado. O quizás todo junto. Y Jeongin se encogió sobre sí mismo, espantado por lo que sea que estaba a punto de ocurrir.

—¿Nos darías un momento a solas? —le dijo Christopher a la chica.

La misma asintió, comprensiva, y se retiró del hall de la mansión, aunque quedándose no muy lejos de allí.
Christopher respiró hondo, muy hondo, aspirando y retirando el aire por su boca, pues su nariz no servía.

—Lo siento... —murmuró Jeongin con temor—, he querido decírtelo desde que llegamos, pero...

—¿Desde cuándo lo sabes? —le cortó con seriedad, mirándolo fríamente—. ¡¿Desde cuándo, Jeongin?!

El omega agachó la cabeza, derramando las primeras lágrimas.

—H-Hace... más o menos... un mes —confesó bajito, dispuesto a no mentirle más.

—¡¿UN MES?! ¡¿COMO QUE UN MALDITO MES?! —exclamó, realmente alterado, deseando descargar su ira a través de duros golpes contra algo—. ¡La puta madre, Jeongin! ¡¿Cómo mierda pudiste ocultármelo por tanto tiempo? ¡Joder, yo sabía! ¡Sabía que había algo diferente en ti! ¡Te había olfateado! ¡Y me mentiste! ¡Hubo tantas malditas oportunidades en las que podrías habérmelo dicho, ¿y decidiste mentirme en cada una de ellas?! ¡¿Qué mierda pensabas, maldita sea?! ¡¿Es que me ibas a dejar ir sin siquiera decírmelo?!... Espera, ¿siquiera es mío? Hace un mes... hace un mes no estábamos...

—E-Es tuyo, Christopher, e-eso te lo aseguro —se apresuró a decir el omega en medio de sus sollozos, sin saber cómo hacer para controlar su creciente e histérico llanto.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —inquirió el alfa frunciendo aún más su entrecejo, largando incesantes feromonas de enojo—. ¡Mierda, Jeongin! ¡No puedo creerlo! ¡Es por eso que no me lo has dicho, ¿verdad?! ¡Ni siquiera debes saber de quién mierda es!

—No... s-si es tuyo, Christopher —musitó con su rostro contraído por el inevitable lloriqueo—. Déjame... déjame explicártelo... por favor.

Los dedos del alfa se enterraron entre sus propios mechones, demostrando la frustración que le invadía. Sus ojos comenzaron a picarle, su labio inferior estaba a punto de sangrar por la fuerza con la que lo presionaba sus dientes. Tenía tanta rabia, tanta furia acumulada.

Pronto, sus dedos bajaron y sus puños se apretaron con tanta fuerza que sus nudillos no tardaron en tornarse blancos. Hizo ademan de golpear una pared, pero entonces contuvo la respiración y contó hasta diez en un intento de calmar sus músculos tensados.

—C-Christopher...

—¡Cállate! ¡Solo cállate, maldita sea! ¡No quiero que me expliques nada ahora! —vociferó con potencia—. Esto lo hablaremos cuando lleguemos a la casa, ahora te limpiarás tus malditas lágrimas, te recompondrás y utilizarás tu magnífica capacidad de engaño para fingir que todo está bien delante de la familia de mi jefe, ¿capisci?

Jeongin sorbió los mocos y asintió, cabizbajo, luciendo sumamente sumiso. Se limpió las lágrimas, hipando de modo incontrolable.

—Chris, d-de verdad, e-es tuyo —repitió el omega al levantar la mirada y observarlo de frente.

—Hablaremos después —estableció el mayor con seriedad, mirando de reojo como la rubia volvía a aparecer en escena.

Solo entonces, con la omega acercándose con cautela, Christopher lo envolvió entre sus brazos, confortándolo.

—Ya, tranquilo —susurró este un tanto más calmado, notando como el rizado se aferraba a su cuerpo, iniciando un nuevo llanto—. Por favor, no me hagas quedar mal, Jeongin. Deja de llorar. Solo resistamos las siguientes horas. Ya tendremos tiempo de hablar sobre esto más tarde.

—Lo s-siento, Chris, te amo, no quiero p-perderte —admitió el omega en voz bajita, muriendo de miedo por la simple idea de que Christopher lo abandonara.

—Yo también te amo, pero deja de llorar, carajo.

—¿Todo bien por aquí? —una voz fémina se hizo escuchar de repente, haciendo que el abrazo que ambos compartían se rompiera al instante.

—Sí, lamento haberte hecho esperar, esto... me tomó de improvisto —explicó el alfa algo avergonzado—. Pero ya estamos listos para irnos... digo... a comer, claro. Aunque, antes mi omega necesitaría pasar por el lavado, ¿podría ser?

—Claro, detrás de las escaleras, a la izquierda —indicó la rubia, señalando el sitio con cierto desgane.
Christopher puso una de sus manos en la espalda del menor, dándole un leve empujón para que avanzara hacia dicho lugar. Jeongin no replicó y caminó, hipando, alejándose de su alfa.

—Dado que eres bastante joven intuyo que será tu primer hijo, ¿verdad? —mencionó Brook, sonriendo con entusiasmo al ver que ya se encontraban solos.

—Oh... uhm... sí —contestó Christopher medio dudoso, todavía sin caer por completo en que Jeongin, su Jeongin, se encontraba en estado.

No, definitivamente, no podría creerlo. Mucho menos podía creer que Jeongin le había mentido tan descaradamente. Qué maldito bastardo.

—Veo que no te agrada mucho la idea —comentó la omega, relamiéndose los labios, mientras lo miraba de un modo seductor.

—No, no es eso... Es que... de verdad, me habría gustado enterarme de otra manera —explicó, con su mirada puesta en el sitio por el que se había marchado su omega, ignorando por completo el, para nada disimulado, coqueteo de la chica.

—Lo siento, pero he notado que no lleva tu mordida, ¿eso significa algo? —preguntó con una sonrisa coqueta, mientras se aproximaba al alfa, acortando el poco espacio que los separaba.

Christopher se hizo a un lado, mirándola con una ceja enarcada.

—Significa que pronto la llevará —habló con convicción—. Escucha, no quiero ofenderte, ni nada, pero si deseas ser la amante de un alfa emparejado por lo menos intenta con uno que no sea gay. Por lo que te agradecería un poco de espacio, lindura, pues no me interesa tu vagina, ni ninguna otra del mundo entero.

La omega enrojeció con violencia, apartándose unos meros pasos, bastante sorprendida ante aquella intervención. Bajó la cabeza, apenada, no pudiendo evitar sentirse como una completa tonta.

—Lo siento, no he querido ser tan grosero. Eres hermosa, ¿sí? Y aseguro que cualquier otro alfa moriría por estar contigo. Sólo que yo... —Jeongin apareció en su campo visual, venía caminando desde lo lejos, y Christopher no consiguió apartar su vista de la zona de su abdomen. Todo este tiempo su omega había estado con un cachorro en su vientre, Y, sin embargo, se lo había negado tantas veces. ¿Cómo se lo podría perdonar?—... Yo ya tengo omega y, aunque quisiera, no podría cambiarlo por absolutamente nada.

Poco más tarde, en el comedor de la mansión, Christopher saludó a su jefe y al resto de su familia, disculpándose enormemente por la demora. Luego les presentó a Jeongin como su prometido y, como la noticia de su embarazo se había dispersado, comenzaron a recibir más felicitaciones.

Jeongin hacía su mayor esfuerzo por actuar una feliz sonrisa y ocultar a toda costa sus inmensas ganas de echarse a llorar. Tan sólo deseaba que todo aquello acabara pronto y que nadie preguntara por sus ojos hinchados, ligeramente rojizos.

El almuerzo se llevó a cabo, y el omega apenas pudo tocar su comida. No tenía apetito, y las ganas de seguir manteniendo su falsa sonrisa se fueron agotando con el correr de los minutos.

Su rostro se sumergía en la melancolía cada vez se topaba con los apagados ojos de su alfa, este parecía mirarlo con decepción, desaprobación, desagrado. Y Jeongin ya no lo soportaba. Silenciosas lágrimas habían fluido por sus mejillas, las cuales procuró quitar con rapidez para que nadie las notara.

Pero sus feromonas... esas sí que no pudo ocultarlas. Emanaba, de modo involuntario, aroma a tristeza. Porque así se sentía. Estaba triste, angustiado, y no lograba controlar su estado.

Lo único bueno fue que ya no tuvo la necesidad de meter excusas para no beber el jodido vino. Ya Christopher había entendido porque tantas veces se había negado en el pasado.

Ya era tiempo de volver. Se habían despedido media hora después de haber probado el postre, habiendo dejado satisfecho a su jefe con su visita. Y es que Christopher se había desenvuelto de un modo tan increíble frente a la familia ajena, hablando con la frescura de todo alfa despreocupado y atento, como si no hubiera estado a punto de perder el control momentos antes con su omega. Y a Jeongin le sorprendió tanto aquello. Al parecer, Christopher sabía fingir mejor que él.

Llegaron al auto que aguardaba por ellos, y el alfa no le abrió la puerta como solía siempre hacer. Ni siquiera lo miró, ni le habló, sólo lo ignoró todo el camino.

Al llegar a la casa, lo primero que hizo Christopher fue ir a la cocina a prepararse un trago con lo primero que encontrara de alcohol. Sabía que, por su estado de resfrío, no le convenía beber. Pero le daba igual. Necesitaba un trago. También se encendió un cigarrillo, buscando calmar su interior.

—Bien, habla. Cuéntamelo todo sin nada de engaños —demandó el alfa al entrar en la sala, sitio en el que se había quedado el rizado temeroso y angustiado.

Christopher dejó su trago en una pequeña mesita, y con el cigarro entre la comisura de sus labios, encendió el fuego de la chimenea. A continuación, tomo asiento en uno de los sofás, quitándose el cigarrillo de los labios. Expulsó el humo hacia un costado, sintiendo su garganta seca y rasposa, y le indicó a Jeongin con un gesto de la mano que se sentara en el sofá que se encontraba frente a él.

El omega obedeció, tragando en seco.

—Te lo repito. Ya no quiero más engaños. No quiero más mentiras. Dime absolutamente toda la verdad. Si no es mío, házmelo saber, no me enojaré. Créeme, será peor si me sigues mintiendo.

—De verdad, no hay engaño cuando digo que es tuyo. No tengo duda de eso —confirmó el menor mirándolo directo a los ojos.

—¿En qué te basas para afirmarlo?

—Christopher, desde que te conocí no me he acostado con nadie más que tú. Admito que antes de ti hubo miles, pero todas esas veces, las que fueron por mi consentimiento, me cuidé. Tomaba las píldoras cada día, sin excepción. Tenía la alarma en mi celular, por lo que no había manera de olvidarme. Hasta que tú me acogiste. Yo estaba en celo, sin celular, sin pastillas, sin nada. Y todas las veces que me follaste aquella semana en la que recién nos conocíamos fue sin protección.

—Pero tú me habías dicho que las tomabas, sino yo... yo no te habría follado sin cuidado —reprochó el alfa despacio, asimilando lo que acababa de escuchar.

—Pero te lo dije porque era verdad, yo las tomaba, nunca me habría imaginado que las dejaría de tomar. Aparte estaba en celo, yo solo quería tu pene, no me importaba nada más.

—¿Por qué no las seguiste tomando? Era tu responsabilidad, ¿entiendes? Tú podrías haber hablado con cualquiera de mis empleadas y te habrían conseguido las píldoras en un abrir y cerrar de ojos —reprochó una vez más, luego de haberle dado una calada a su cigarro, el cual estaba a punto de consumirse.

—Lo sé, sé que era mi responsabilidad, pero... Entiéndeme, no tenía celular, no tenía mi alama, y yo me olvidé por completo de aquel detalle, ¿o es que acaso piensas que yo quería quedar embarazado? Por supuesto que no... Pero recién me di cuenta de mi error cuando volví a casa, allí vi el paquete de las pastillas y mi mundo se fue la mierda. Yo no quería tener hijos, la simple idea me llenaba de terror. No tienes idea de cuanto sufrí aguardando el tiempo necesario para hacerme el estúpido test y cuando dio positivo quería matarme. No sabía qué hacer. Lo único que sabía era que no quería tenerlo...

Christopher lo miraba expectante, ateniendo a cada palabra que el omega soltaba. No comentó nada, pues esperaba a que este terminara de contar.

—... Hasta había pensado en abortarlo, pero estaba seguro de que luego no podría seguir viviendo en paz sabiendo que me había deshecho del bebé sin siquiera darle una oportunidad. No podía abandonarlo, no quería ser igual que mis padres que me tiraron en la calle resolviendo así su problema. Yo... había llegado a la solución de que tendría al cachorro, pero se lo daría a mi madrastra al nacer. Ella es estéril y jamás pudo tener hijos, yo quería darle esa oportunidad... pero nos faltaba dinero...

—La deuda de tu madre —murmuró Christopher, más para sí mismo que para Jeongin, estando momentáneamente perplejo. Se encontraba uniendo los cabos, asimilando los hechos—. No había ninguna deuda...

El omega negó con la cabeza despacio, afirmándole que era tal como él decía.

—Es decir que volviste a mí con el fin de quitarme dinero para sustentar los gastos de mi propio hijo, el cual se lo ibas a dar alguien más sin mi puto consentimiento —expresó el alfa con verdadero enojo, frunciendo el ceño severamente—. ¡Pero qué mierda te pasaba por la cabeza, joder! ¡No sólo me ocultaste la existencia de mi cachorro, sino que también me mentiste para resolverte la vida con mi dinero!

Jeongin agachó la cabeza, demasiado apenado.

—Al principio, no creí que quisieras hacerte cargo —musitó—, y tenía miedo de que me rechazaras si te enteraras de que estaba embarazado. No teníamos tanta confianza y aseguraba que no me creerías si te habría dicho que era tuyo. Por eso decidí ocultarlo. Luego nos empezamos a encariñar, pero yo no quería tener pareja, no quería ser papá, no quería hacerme cargo del bebé. Ya sabes que yo sólo quería volver a mi descontrolada vida, y con la idea de dárselo a mi madrastra yo habría vuelto a ser la puta que era pasado los nueve meses. Ese era mi plan inicial.

Christopher se inclinó para alcanzar su trago de alcohol. Bebió un sorbo y se dispuso a encender otro cigarro.

—Luego cambió todo al darme cuenta que ya estaba realmente jodido, y cuando digo jodido me refiero a enamorado. Pero entonces tú me saliste con que te irías del país y todo volvió a la misma mierda. Yo no me creía capaz de viajar contigo, y esa fue la nueva razón para seguir ocultándotelo. No quería que te fueras y estuvieras en el otro lado del mundo preocupado por mi embarazo y por un hijo que no conocerías hasta quién sabe cuántos años...

—¿Y qué mierda pensabas hacer? ¿Pensabas contarme todo esto cuando yo volviera? ¿O me lo ibas a seguir ocultando por el resto de mi vida? Es que no sé cómo mierda habría reaccionado si regresaba a Corea y te me aparecías con un pequeño hijo al lado. ¡Joder, te habría odiado!

—¿Ahora no me odias? —preguntó Jeongin bajito, mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.

—No, no te odio. Sólo estoy enojado —le dijo, tras haber dado una calda al cigarro—. Jeongin lo que has hecho fue demasiado inmaduro e irresponsable, un acto de total inconsciencia. Y no lo digo sólo porque me habría gustado saberlo desde un principio, lo digo por el contexto. ¿Tienes idea del peligro que hemos estado corriendo? Mierda, Jeongin, ¿y si te pasaba algo? ¿Y si le pasaba algo al bebé? Si yo hubiera sabido de tu estado nos habría puesto muchísima más seguridad y te habría tratado con un cuidado enorme. Y es que, joder, ahora me siento horrible por las veces que te follé como un maldito animal.

—Lo siento, Chris —susurró el omega entre medio de un sollozo, sin siquiera atreverse a levantar la mirada—. Y tienes razón... sí fui muy inconsciente... e inmaduro, irresponsable, egoísta, caprichoso, insensible... Sólo era un estúpido adolescente asustado, uno que no quería enfrentar la realidad —reveló, elevando su mirada—. Pero ahora estoy aquí, contigo, y me siento tan diferente. Ya no tengo miedo de dar aquel paso que antes me aterraba, ya no tengo miedo de enfrentar la vida como se debe. Quiero hacerme cargo de mis actos y también de mis sentimientos... Christopher, te amo como nunca antes en mi puta vida amé a un alfa y me encantaría tener este cachorro contigo.

El alfa lo observaba detenidamente con la expresión mucho más suavizada y enternecida. Sus oceánicos ojos comenzaron a adquirir vida de nuevo, brillando con sutileza. Tenía tanta emoción consumiéndolo en aquel momento, que no sabía cómo hacer para que la misma no se escaparan en forma de lágrimas.

Christopher se levantó y se acercó al omega, sentándose a su lado en aquel amplio sofá.

—¿Puedo...? —dejó la pregunta en al aire al extender su mano hacia el vientre de Jeongin, más no lo tocó, sólo lo miró, aguardando a que este le diera el permiso.

El rizado sonrió, marcando sus hoyuelos, mientras un destello aparecía en sus orbes esmeraldas.

—Eres mi alfa, Christopher, la pregunta ofende —burló, esperando con verdadero entusiasmo a que la mano de su alfa se abriera paso entre su ropa hasta quedarse reposada sobre la piel muy ligeramente abultada de su pancita.

De aquel mismo modo Christopher lo hizo, sonriendo como todo alfa perdidamente enamorado de su omega embarazado. Y Jeongin amó verlo de aquella hermosa manera, así como también amó que el cálido tacto de la mano de Christopher le generara un repentino cosquilleo dentro de su estómago. Era como si su interior supiera con exactitud de quien eran aquellas caricias.

—¿Puedes perdonarme? —preguntó Jeongin con cierto ápice de temor, luego de haber colocado su mano encima de la de su alfa.

El mayor respiró hondo por la boca.

—Te perdonaré sólo si me prometes que nunca, nunca, me volverás a hacer algo así, Jeongin. Jamás vuelvas a mentirme con tal magnitud, ni a ocultarme nada de verdadera importancia —exigió con un firme todo de voz—. Júramelo, bebé, y te perdonaré.

Sin siquiera vacilarlo, Jeongin asintió con frenesí.

—Te lo juro, Christopher. Nunca, nunca, nunca volveré a ser tan estúpido. Te prometo que no habrá más mentiras —dijo este con extrema seguridad.

—Bien, ya estás perdonado —anunció Christopher más relajado y, sin apartar la mano del vientre del menor, se acercó al cuello de este, comenzando a depositarle dulces besos en aquella delicada zona—. Mañana mismo te conseguiré turno con algún médico. Quiero asegurarme de que todo este marchando bien... Oh, Jeongin, no tienes idea de cuan feliz me hace tenerte aquí a mi lado y ahora muchísimo más al saber que esperas un cachorro mío... Mierda, bebé, no sé qué habría hecho sin ti. Estoy tan agradecido de que hayas decidido venir conmigo. Mi estadía aquí sin tu presencia habría sido una completa mierda.

Y ciertamente, ambos no paraban de desprender puro aroma a felicidad.

—Habría sido un completo error quedarme en Corea, y lo supe cuando estabas a punto de alejarte de mí. Yo tampoco sé qué habría hecho sin ti, Chris. De seguro habría muerto de tristeza... Pero estoy aquí, contigo, y por primera vez en la vida siento que estoy donde debo estar con la persona con la que debo estar.

Christopher sonrió contra la piel de su cuello y dejó un nuevo beso, acompañado de un leve mordisco. El omega se estremeció, ladeando su cabeza, mientras su piel se erizaba. Y entonces, sólo pudo pensar en una cosa.

—C-Chris... q-quiero que me muerdas.

—Lo haré, mi vida, pero no ahora.

—¿Por qué no ahora?

—Porque quiero enlazarte mientras te hago el amor.

—Entonces... hazme el amor.

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