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ཻུ۪۪ 31

Tan solo aquellas tres palabras bastaron para que la completa felicidad arribara placenteramente al alfa, cuyas facciones se iluminaron con notabilidad luego de que aquella enorme y maravillosa sonrisa decorara con encanto su rostro.

Mierda, no podía estar más feliz. Su bebé, su omega, su Jeongin, su todo lo acompañaría. Ya no se apartaría del amor de su vida, ya no habría sufrimiento que atravesar, ya no habría alma gemela que extrañar. Jeongin iría con él a Norteamérica. ¡Iría con él!

Quería gritar, llorar, saltar de la pura alegría que había consumido su ser. ¡Mierda! Era todo un sueño cumplido, un milagro caído del cielo. No lo podía creer. Sentía que explotaría de la emoción en cualquier segundo.

Y estornudó.

—Joder —murmuró, luego de sorber los mocos que parecían no querer dejarlo en paz. Ni siquiera pañuelos tenía.

Su rostro se contrajo en una mueca de asco cuando sintió toda la mucosidad estancada en su garganta. Tenía tantas ganas de escupir en aquel preciso momento. Y, por muy asqueroso que fuera, no se privó de hacerlo en cuando bajó la ventanilla del auto. Después de todo, tenía que ingresar la clave para abrir la compuerta que le permitiría salir a la avenida.

Al abrirse esta, Christopher aceleró, adentrándose al tráfico de Seúl. No tardó en volver a dibujar aquella feliz sonrisa en su rostro. Todavía no lo creía. Comenzaría una nueva vida con Jeongin a su lado. Tendría consigo a su adorado bebé, lo tendría todo el tiempo que quisiera. Ya no habría más despedidas definitivas. Ya no habría más espera. Su amor florecería, se amarían, lo mordería, se casarían. ¡Sí!

Paró en un semáforo y se dedicó a mirar a Jeongin, intentando asimilar de una vez por todas que aquel no era un estúpido sueño, que eso, en realidad, estaba pasando.

Jeongin le devolvió la mirada, sonriéndole apenas de lado, contagiándose por completo de la felicidad que el alfa no cesaba de emanar. Christopher tenía tantas ganas de fundir sus labios en un beso, tantas ganas que habría sido capaz de ignorar totalmente la mucosidad en su garganta. Pero se contuvo, utilizando la poca fuerza de voluntad que le quedaba. No deseaba transmitirle el virus o las bacterias que se habían infiltrado sin permiso en su organismo.

Por otro lado, recordó que debía hablar con el consigliori de su padre cuanto antes, por lo que quitó su celular del bolsillo de su saco y marcó su número. Cuando el semáforo se puso en verde aceleró, dejando el celular en altavoz recargado en su muslo.

—Odio decir que tenías razón, pero tenías razón —fue lo primero que dijo Christopher cuando la llamada fue atendida—. Se infiltraron. Debes de conseguirme guardaespaldas cuanto antes y dejarme listo el avión, estoy dirigiéndome hacia el aeropuerto.

—Enseguida te mandaré hombres para que te escolten. Me encargaré de que tengas preparado el Jet apenas llegues. Ten cuidado y apenas corte la llamada deshazte del celular.

Tal y como se lo ordenó, ni bien la comunicación se cortó, Christopher bajó un poco la ventanilla y arrojó el aparato sin importarle nada en lo absoluto.

—¿A d-dónde iremos? —preguntó Jeongin con cierta timidez, sintiéndose curioso por saber cuál sería su próximo paradero.

—Ya lo sabrás.

—¿Y q-qué... qué pasara con nuestras cosas?

—No te preocupes, bebé, allí compraremos todo lo que haga falta.

—Uhm... bueno. ¿Podré llamar a mi mamá al menos para decirle que estaré bien?

Christopher frunció los labios.

—Mh... sí, bueno tendrá que ser una llamada muy corta y desde algún teléfono público. Cuando lleguemos al aeropuerto lo harás.

El omega asintió, conforme con las condiciones. Suspiro, relajándose, pensando que, a partir de aquel momento, su vida cambiaría por completo.

Se iría a vivir con un alfa a otro país. Un alfa que de seguro no se demoraría en intentar morderlo. Un alfa que era el padre de su cachorro... Dios, tendría un bebé junto a Christopher. Su omega interior chillaba de felicidad.

—Chris... —el alfa lo miró de reojo—, te amo.

Christopher sonrió, verdaderamente feliz.

—Y yo a ti, mi vida.

(...)

Habiendo llegado al aeropuerto, Jeongin llamó a su madrastra ante la presencia de un fornido alfa que le ponía los nervios de punta. Christopher le había dicho que este lo cuidaría mientras él arreglaba un último asunto con el piloto del Jet, pero, al contrario de sentirse seguro, se sentía sumamente desprotegido, como si no pudiese ser capaz de confiar en aquel alfa.

Sólo en Christopher confiaba. Por lo que, cuando acabó su llamado y regresó con el castaño, volvió a sentirse seguro otra vez.

No le había dicho mucho a su madre, sólo que no se preocupara, que había encontrado a su alfa y que haría su vida junto a este. No respondió ninguna otra pregunta que la beta le formuló, tan sólo se limitó a asegurarle que estaría bien y que la vería en un par de años. Y entonces, le cortó, soltando lágrimas desde sus ojos.

Quince minutos más tarde, ya se encontraban abordando aquel Jet privado. Jeongin se quedó maravillado con la elegancia que albergaba el interior del mismo. Nunca en su vida había volado, mucho menos en un avión tan lujoso, por lo que no podía dejar de sentirse tan nervioso.

Lo único que lograba mantenerlo tranquilo era la presencia del alfa a su lado. Olfatear su aroma, sentir su piel, sólo eso necesitaba para saber que todo estaría bien.

Una repentina sensación de vértigo lo dominó cuando el avión inició su despegue. Sin darse cuenta, apretó con más fuerza la mano de Christopher, quien, al instante, percibió el nerviosismo de su bebé y acarició suavemente el dorso de su mano en un intento de calmarlo con sus tiernas caricias.

El Jet se elevó por los aires, persiguiendo las nubes, y Jeongin sintió que había soltado una gran parte de él, dejándola allí abajo. Una parte que ya no necesitaba se había quedado en aquella ciudad; su pasado, había soltado todo su pasado.

Y sólo entonces se sintió como nuevo. La carga en sus hombros se había disipado. Ahora se sentía tan liviano, tan vacío de preocupación que era como estar flotando junto al avión.

Iniciaría una nueva vida, construiría un nuevo presente junto a su alfa. No habría más mentiras, ni estúpidos tratos. Sólo serían omega y alfa, y un cachorro en espera, yendo por el mismo camino, compartiendo la misma dirección.

Y Jeongin nunca se imaginó que alejarse de Corea junto a un alfa mafioso se sentiría tan placentero y aliviador. Jamás pensó que sería tan renovador. Pero allí estaba, más feliz que nunca.

(...)

Tras casi nueve horas de vuelo el Jet aterrizó. El omega se había pasado gran parte del viaje durmiendo, la otra pequeña parte comiendo mientras, acurrucado junto a su alfa, veía muy cómodamente una película. No hubo besos en todo el viaje, pues Christopher insistió en que no deseaba contagiarlos.

El alfa también había aprovechado para descansar. Varias horas de sueño le había hecho bien a su organismo, y ya no tuvo que seguir lidiando con los estornudos. Pero si con su nariz sumamente congestionada y su garganta picándole.

Pero al fin habían llegado, y Jeongin no podía estar más ansioso de salir a explorar aquel nuevo mundo en el que se habían metido. No tenía ni idea de en donde estaban, pero había nieve. Mucha nieve... y montañas.

—¿Dónde estamos? —preguntó el rizado con cierta emoción, dejándose abrigar por el mayor al tiempo que curioseaba a través de una ventanilla del Jet.

Christopher también se abrigó, procurando envolver bien su cuello con una bufanda. Tomo un grisáceo beanie del bolso que le había traído el piloto y se lo colocó al omega, cubriéndole sus encantadores rizos, aunque dejando algunos sobresaliendo. Por encima le puso unas orejeras tan blancas y suaves, las cuales le quedaron tan tiernas que el corazón de Christopher se derritió de enternecimiento. Un par de guantes para ambos y ya estaban listos para bajar.

—En Alaska —respondió Christopher con la voz tomada, esbozando una genuina sonrisa de enamorado al ver a su chico con aquel beanie y aquellas orejeras que le hacían ver tan precioso y adorable—. Aquí hace muchísimo frío, bebé. Que ni se te ocurra quitarte algo de todo lo que te he puesto porque te enfermarás y no querrás estar como yo, ¿de acuerdo?

Jeongin asintió, entusiasmado. Amaba la nieve, amaba el frío, amaba el paisaje, aquello no podría ser más perfecto, pensó.

Y bajaron, pisando por primera vez la tierra estadounidense. Alaska los recibió con su helada oleada de frío que tanto le caracterizaba, dándoles la bienvenida con una leve nevada.

Un auto aguardaba por ellos, y por tal motivo no duraron mucho tiempo afuera, sufriendo de aquel frío al cual pronto se acostumbrarían. La calidez los rodeó nuevamente al adentrarse en aquel vehículo. Jeongin pasó todo el trayecto apegado a Christopher, observando la belleza que derramaba Alaska a través de las ventanas.

Jeongin realmente no supo muy bien lo que se esperaba. Por su mente pasaron varias ideas de a donde irían a parar, primero pensó que se hospedarían en algún hotel de primera clase, pero después se le ocurrió que, quizá, Christopher ya tenía alguna propiedad en aquel país y se instalarían en otra mansión llena de lujos.

No fue ni lo uno, ni lo otro. Se esperó muchas cosas, menos encontrarse frente a una preciosa casa rodeada de pinos, alejada totalmente de la ciudad. Y le encantó. Le encantó porque era grande, pero acogedora; completamente hecha de madera lucía muy hogareña.

—¿Te gusta? —preguntó Christopher una vez que entraron a la misma, descubriendo que el interior se encontraba preciosamente amueblado y decorado.

El mismo chofer que los había traído, el cual era un formal beta, fue también el encargado de enseñarles las instalaciones, informándoles de todo aquello que creía necesario.

La chimenea ya estaba encendida, junto con la calefacción, brindándole al interior de la casa un agradable ambiente rodeado de calor.

—Sí, todo es tan hermoso —contestó el omega maravillado, luego de haberse quitado todo su abrigo—. ¿Aquí nos quedaremos?

—Sí, este será nuestro hogar, bebé —confirmó Christopher, acercándose al menor. Lo tomó de la cintura y hundió su nariz en el cuello de este, besándole la piel de aquella zona—. Sólo nuestro —susurró—. Joder, estoy tan feliz de que estés conmigo. No tienes idea de cuanto te amo —agregó, rozando su nariz contra su cuello.

Si bien ya no lograba olfatear nada, debido a la congestión nasal, su alfa deseaba marcar al omega con su olor. Porque era suyo, sólo suyo, y debía oler a él.

—Yo te amo a ti, Chris, mucho, mucho —dijo el omega riendo por el cosquilleo que le generaba la nariz de su alfa sobre su cuello—. Hay algo... hay algo que tengo que decirte...

—Después me dices, ahora debo marcharme —se apresuró a decir Christopher, mirando de soslayo al beta que aguardaba por el en la entrada—. Tengo que encontrarme con el socio de papá, trabajare para él y estaré bajo su protección, por lo que debo ir a conocerlo cuanto antes. Luego vendré y hablaremos más tranquilos, ¿de acuerdo? No salgas de la casa. Te amo.

Dicho eso, le plantó un dulce beso en la frente y, ajustándose la bufanda, se encaminó hacia la salida. Jeongin suspiró. Tenía tanta ilusión de contarle acerca de su embarazo, ya no quería seguir esperando, sin embargo, Christopher no le daba más opción que hacerlo.

Ya estaba decidido: se lo diría apenas llegara. Sólo esperaba que no se enojara tanto con él...

La casa se encontraba muy bien equipada. La espaciosa cocina rebosaba de alimentos, y Jeongin aprovechó para familiarizarse con la comida de aquel país, la cual no era tan diferente a la inglesa.

Se sentía tan feliz de estar allí, en una casa normal, sin tener excesivos lujos, ni personal de ningún tipo. No había gente de limpieza, ni sirvientas, ni cocineras, ni nada. Solo iban a ser ellos dos, viviendo como una pareja normal.

La felicidad lo inundaba sin filtro. Ahora podría ser él quien le preparase el desayuno a su alfa, llevándoselo a la cama. Ahora podrían cocinar juntos, jugueteando en la cocina. Podrían salir a pasear, a conocer la ciudad, a recorrer Alaska en todo su esplendor. O tan solo quedarse en casa, acurrucados junto a la chimenea, bebiendo chocolate caliente, mientras se mimaban y veían alguna serie.

Todo sonaba tan magnifico.

Las horas pasaban, y Jeongin se aburría. Realmente, no pensó que Christopher se tardaría tanto, pero así fue y cuando al fin llegó ya se había hecho de noche hacía rato. Christopher no sólo se veía cansado y fatigado, sino que bastante malhumorado y enfermo. Su nariz en vez de mejorar, parecía empeorar.

—Lo siento por la demora, tuve que arreglar unos asuntos con el tema de la visa. Se suponía que sólo yo tendría residencia aquí, pero me importa un bledo. Ilegal o no te quedarás conmigo —dijo este con fastidio, mientras dejaba sobre el sofá de la sala una tanda de bolsas y paquetes—. Oh, y he aprovechado para comprar ropa. Mañana almorzaremos con mi nuevo jefe y su familia, por lo que ya he conseguido nuestros atuendos. Ahora sólo... necesito... un descanso —agregó con su voz rara, echándose en otro sillón de la sala, agotado.

—¿Mañana? Christopher tu deberías quedarte en cama hasta que mejores —opinó Jeongin, preocupado, acercándose a su alfa. Le colocó una mano sobre su frente para comprobar su temperatura—. Estás que ardes...

—Ya he tomado algo para la fiebre —contó y no pudo evitar toser—. Estaré bien, solo... —carraspeó—... quiero dormir, ¿me acompañas?

—Claro, amor, ve subiendo. Te prepararé un paño frío —le avisó, dándole un beso en la mejilla antes de salir disparando hacia la cocina en busca de algo que pudiera servir.

Sólo entonces Christopher subió las escaleras, percibiendo la debilidad con la que se desplazaba su cuerpo. Ciertos escalofríos lo atacaban. Si bien allí dentro estaba calentito, el frío parecía no querer abandonarlo.

Llegó a la habitación que compartiría con su omega y comenzó a desvestirse. Había pensado en darse un baño, pero se sentía tan débil y devastado que ahora sólo tenía ganas de acurrucarse debajo del acolchado que poseía la cama. Y lo hizo, acostándose solo con sus bóxeres puestos.

Estaba sudando, y aun así moría de frío. La tos apareció de nuevo, dándole leves sacudidas que no lograba controlar.

Jeongin no se demoró en llegar. Al instante, le puso un húmedo trapito en la caliente frente de su alfa. Luego se desvistió y se adentró en la cama, acomodándose muy cerca del cuerpo de su hombre. Jeongin siempre amó ser la cuchara pequeña, pero esta vez fue él quien abrazó a Christopher por detrás, llenándole de mimitos y besitos en su hombro desnudo.

—Chris, ¿recuerdas que antes quería decirte algo? —empezó a decir Jeongin tras haber puesto mejor el edredón sobre ellos, cosa que los tapara bien a ambos.

—Mhm —emitió el alfa ya teniendo sus ojos cerrados, a punto de sumirse en un profundo sueño.

—Sé que no es el momento indicado, pero ya no puedo seguir reteniendo más esto... y... y... no sé cómo decirlo. Sé que no debí haberte mentido y de seguro te enojarás por haberte ocultado algo como esto... y... —suspiró—... Chris, estoy... estoy embarazado.

Jeongin cerró sus ojos con fuerza, esperando con gran temor alguna reacción. Pero los segundos transcurrieron y nada ocurrió.

—¿Chris? —dijo, abriendo con cuidado sus ojos para llevar su mirada hacia el rostro relajado del alfa. Fue entonces cuando descubrió que este, al parecer, ya se había dormido.

El omega respiró profundo.

—En mi pancita está tu cachorro, Chris... —susurró, aun sabiendo que no lo escuchaba realmente—... espero que puedas amarlo tanto como me amas a mí... Lo siento... por favor, no me odies... s-sólo... sólo estaba asustado...

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