ཻུ۪۪ 29
El omega cayo arrodillado frente al retrete, expulsando desde su garganta todo aquel contenido que su organismo no parecía querer conservar. Vomitó todo su desayuno, y hasta la limonada que se había bebido durante la noche en el bar.
Una mano ajena se posó en su desnuda espalda. Christopher le dio aliento, mientras le retiraba los rebeldes rizos de su rostro.
Un gran alivio se presentó en Jeongin cuando, al fin, el asqueroso vomito cesó. Con algo de papel se limpió la comisura de sus labios, sin embargo, no sintiéndose para nada limpio, se enjuagó la boca en el lavado.
No supo en qué momento Christopher se había marchado para traerle agua, pero allí estaba, ofreciéndole un vaso cargado de aquel liquido transparente.
—¿Hay algo que dabas decirme? —inquirió Christopher, tras haberle entregado el vaso.
Jeongin bebió el agua, mirándolo como si no supiera nada.
—Mh, no.
—Jeongin —dijo su nombre en tono de advertencia.
—¿Qué? Me habrá hecho mal algo que he comido, ¿qué quieres que te diga?
El alfa frunció los labios no muy convencido.
—¿Por qué siento que hay algo más?
Jeongin elevó sus hombros, luciendo desinteresado, y regresó a la habitación, siendo seguido por el otro.
—Jeongin —el alfa le tomó de un brazo con cuidado, deteniéndole su andar—. No me ocultes nada, ¿realmente es por algo que has comido?
—Es lo que supongo yo, Christopher, o capaz fue algo que me dieron anoche, no lo sé —objetó, fastidiado, soltándose del agarre del mayor.
Era mentira. Por supuesto que Jeongin sabía la verdadera razón de su repentino vomito, pero no podía revelársela a Christopher. No porque no quisiese, al contrario, le carcomían las ganas por contarle. Pero, ¿qué ganaría con ello? Christopher se separaría de él; se desvanecería de su vida por años.
Jeongin no quería que su alfa se encontrara en otro continente preocupado constantemente por él y su embarazo. Sufriría mucho al verse privado de compartir con su omega aquella bonita etapa, no pudiendo ver, ni acariciar, su hinchado vientre, ni tampoco presenciar el nacimiento.
Se perdería la preciosa imagen de su bebé recién nacido, todo chiquito y delicadito, con sus puñitos apretados y sus ojitos cerrados, durmiendo envuelto en una acogedora manta entre los brazos de Jeongin. También se perdería los primeros pasos, las primeras palabras, los primeros dientes, ¿y quién sabe qué más?
Jeongin aseguraba que el alfa no podría vivir sabiendo que a miles de millas se hallaba su bebé creciendo sin la presencia de su otro padre. Era demasiado para un corazón tan noble como el de Christopher. Por tal motivo, lo mejor era que su cachorro continuase siendo un secreto.
Sin embargo, algo dentro de Jeongin se rompió al tener en cuenta que su alfa no lo acompañaría en su primer embarazo. Su pancita no recibiría besos, ni mimos, ni seria tiernamente consentida por Christopher. No tendría a su alfa para que le cumpliera sus futuros antojos, ni para que lo consolara en sus días de sensibilidad, o lo aguantara en sus días de fastidio. Christopher no estaría para él, ni para su bebé, y eso le llenaba de angustia.
—¿Me estas escuchando? —oyó, de pronto, el cuestionamiento de Christopher.
—¿Qué?
El omega había entrado en un estado de desorientación en cuanto a la conversación. Los pensamientos que le habían hecho sentir una enorme pesadumbre hicieron que dejase de prestarle atención al alfa.
—Te revisará un médico —reiteró, tan serio como le fue posible.
—Oh, no hace falta. Estoy bien, sólo... sólo quiero dormir —dijo el rizado, desganado, no logrando disimular la tristeza que ahora lo embargaba. Y aunque lo hubiese logrado, de nada habría servido, pues su amargura ya se sentía en el aire.
—Bebé, por favor, dime qué sucede —el pedido del alfa salió envuelto de preocupación. Este se acercó al omega compasivamente, rodeándole la cintura con los brazos, otorgándole un reconfortante abrazo—... Dime que es lo que tienes...
Jeongin no lo soportó más y se largó a llorar con su contraído rostro escondido en el cuello del alfa.
—No q-quiero q-que te v-vallas —sollozó angustiado, mientras las pequeñas gotas saladas huían de sus cristalizados ojos—. No q-quiero que me-me dejes, p-pero tampoco quiero q-que arriesgues t-tu vida q-quedándote aquí.
—Oh, bebé... —Christopher intensificó el abrazo, sensibilizado, contagiándose por completo de la tristeza de su omega.
—Y-Yo sabía q-que no era b-buena idea que n-nos encariñemos —artículo con dificultad, sorbiéndose los mocos, aferrándose a su alfa como si temiera perderlo en ese preciso momento.
Y Christopher lo creyó oportuno. Pensó que era el instante perfecto para planteárselo. Quería irse con su omega.
—Jeongin —lo llamó, apartándose un poco para mirarlo de frente. Le limpió las lágrimas, acariciándole ambas mejillas con suavidad—. ¿No te gustaría venir conmigo?
El menor palideció. Su llanto se pausó, turbado por aquella pregunta. Se alejo unos pasos, desviando su mirada, sintiendo atónico ante la idea de abandonar por años su país, su pueblo, su hogar, su vida. ¿Qué ocurriría con su madrastra?, ¿la dejaría así no más? ¿y con sus amigos? Fue entonces cuando recordó a Kai, tenía que ir a verlo. Debía saber cómo estaba. No podía dejarlo.
—N-No... n-no puedo —musitó, entristecido, reanudando su llanto.
Christopher tornó su expresión taciturna. Bajó la mirada, asintiendo con melancolía, desilusionado al haber conservado una última chispa de esperanza. Oficialmente, le quedaban tres días junto a su omega.
—Lo s-siento, Christopher... y-yo...
—Entiendo, no te preocupes —le cortó—. Solo déjame disfrutar de ti estos últimos días que me quedan a tu lado, déjame pasar cada segundo contigo, déjame sentirte hasta que ya no pueda, déjame amarte.
El omega lo miró con sus verdes ojos acuosos, con sus temblorosos labios formando un leve puchero, y asintió, deshaciéndose de aquel espacio entre ellos. Se unió a Christopher en un tan sentimental y húmedo beso, recargado de una generosa dosis de amor.
—Quiero hacer algo p-por ti antes de que t-te vayas —mencionó el omega muy cerca de los labios ajenos, rozando su nariz con la del otro, mientras sus dedos jugueteaban con los mechones de este.
Christopher dibujó una débil sonrisa en su rostro.
—¿Qué quieres hacer por mí?
—Quiero complacerte como debí haberlo hecho desde un principio, quiero hacerlo todo a tu manera. Después de todo, no me olvido que tengo una gran deuda contigo que no la he pagado como fue debido —reveló, sonriendo apenas de lado.
—Mm, creo que me gusta cómo suena eso —mencionó Christopher, coqueto, mirándolo con algo de lascivia—. Y dime, ¿qué implicaría?
—Implicaría que me dejaría dominar a tu antojo, con tus reglas y tus jodidos fetiches. No me opondré a tus órdenes y haremos lo que quieras, cuando quieras, como quieras —anunció, seguro de sí mismo—. Sólo... s-sólo por ti haría e-esto —agregó, sonriendo con cierta timidez.
—Me halagas, bebé, pero no quiero que te sientas obligado a...
—No, no lo hago por sentirme obligado. Todo lo contrario. Lo hago porque me siento capaz de hacerlo. Antes... y-yo... la simple idea de que un alfa me controlara como le viniera en gana en el sexo me aterraba, por eso siempre procuraba ser yo el que tomara el control, ese era el único modo en el que podía hacerlo sin miedo, sin el terror de ser brutalmente lastimado de nuevo. Pero ahora, contigo, es tan diferente. Me siento seguro a tu lado y me gustaría intentarlo. Quiero tratar de ser ese sumiso omega que en un principio buscabas...
Christopher lo miraba realmente conmovido, pensando que Jeongin no era un ser merecedor de toda la mierda que le hicieron.
—Ese sumiso omega que antes buscaba era única y exclusivamente para explotarlo sexualmente. Ya no lo quiero. Y Jeongin, bebé, tú no tienes nada de sumiso. Créeme, nada. Y está más que bien, amor, no tienes por qué intentar abandonar tu escancia —le dijo, utilizando el tono de voz más dulce posible—. Quiero pasar los últimos días contigo, no con algo que no eres.
Y Jeongin rompió en llanto por milésima vez, afectado emocionalmente por aquellas tan bonitas palabras que jamás pensó en recibir. Estaba tan sensible, tan quebrado, que el hecho de asimilar que Christopher lo amaba a él con su rebeldía incluida le provocaba un vuelco en el corazón y aún más al saber que no quería cambiarlo.
Los brazos del alfa ya se encontraban rodeándole el cuerpo una vez más, dándole aquella calidez que Jeongin no podría sentir en ninguna otra parte más.
—Te amo, Chris —admitió el rizado entre sollozos, produciendo una enorme sonrisa de felicidad en el alfa, quien estaba a escasos milímetros de llorar.
—Yo te amo a ti, mi precioso bebé.
Y no bastó más para que sus labios se encontraran, colisionando entre sí, fusionándose en un sólido y cariñoso beso atiborrado de kilos y kilos de amor.
Minutos después fueron a dormirse, inseparablemente abrazados.
(...)
Las relajantes gotas que se desprendían de la ducha caía sobre el desnudo cuerpo de Jeongin, quien había sido el primero en despertar de aquellas generosas horas de sueño.
Había estado alrededor de quince minutos observando con una tonta sonrisa estampada en la cara el bonito rostro dormido de su alfa. Lo contempló con verdadera felicidad, pensando que aquella, si mal no recordaba, era la primera vez que se despertaba antes que él.
Sin embargo, tras recordar que debía suprimir su olor de alguna manera, se levantó en silencio, corriendo sigilosamente directo hacia la ducha. Necesitaba camuflar con prisa su delatador aroma. Qué mejor que una buena dosis de jabón y un extra de su colonia favorita.
Utilizó la misma, minutos más tarde, para también rociar su lado de la cama con suma precaución de no despertar al alfa, quien recibió parte de su perfume en la espalda.
De repente, entró en un súbito pánico que le cortó el aliento de inmediato. Christopher había estornudado. Un cúmulo de adrenalina se distribuyó en el organismo del omega, acelerándole el corazón, cuando advirtió que el alfa se removía en la cama, despertándose.
Rápidamente, escondió el frasco de perfume debajo de la cama.
Christopher abrió los ojos, volteándose con pereza, olisqueando aquel olor que había llenado sus fosas nasales. La imagen de Jeongin de pie frente a su respectivo lado de la cama fue lo primero que vio, por lo que sonrió.
—Ciao, bambino —murmuró Christopher, dormido.
El omega ladeó su cabeza con su ceño ligeramente fruncido, tratando, en vano, de comprender el dialecto del mayor. Aunque no le entendiera, no dudaba en decir que amaba escuchar la voz de su alfa saliendo con aquel acento italiano.
—No sé qué has dicho, pero yo no fui —dijo, encogiéndose de hombros mientras sonreía con inocencia.
Christopher rio, incorporándose en la cama. Se frotó los ojos, para luego volver a mirar a Jeongin con más detenimiento. Frunció su entrecejo al notar que sus rizos se encontraban mojados.
—¿Te has duchado? —preguntó.
—Sí.
—Oh, ¿por qué no me has despertado? Hace días que quiero tomarme un baño contigo —se quejó el alfa, casi haciendo un puchero.
Jeongin sonrió ante aquella preciosa imagen.
—Lo siento, te veías muy bonito durmiendo. Además, quería dejarte descansar más —se excusó este.
—¿Quieres decir que despierto no me veo bonito? —cuestionó Christopher, alzando una ceja.
El omega se ruborizó de modo ineludible, mordisqueando su labio inferior. Sin embargo, no tardó en recuperar su postura y negar con la cabeza, reprobándose por su actitud.
—Exacto. Ahora luces horrible, hazme el favor y duérmete —le dijo con sorna, no pudiendo ocultar su divertida sonrisa.
Christopher se echó a reír con gracia.
—Te diría que me dormiría si vienes conmigo, pero... ¿qué hora es? ¿Cuánto hemos dormido? ¿Sigue siendo domingo o ya es lunes? —interrogó el aludido, desorientado, al tiempo que se inclinaba para tomar su celular de la mesita.
—Ni idea —respondió el rizado, pues estaba tan desorientado como él.
Por los grandes ventanales se percibía la escasa luz nocturna de una profunda noche estrellada. Sin embargo, Christopher no sabía que tan de noche era. Ni siquiera sabía si era la noche del domingo o la madrugada del lunes.
Conectó el celular al cargador cuando advirtió que el mismo no contaba con nada de batería.
—Chris... —comenzó a hablar el omega, sentándose en la cama a un lado del alfa—, eh estado pensando en la charla que tuvimos antes y... de verdad, si quiero hacer algo por ti antes de que te vayas. No intentaré ser ningún sumiso, pero me gustaría que, sin dejar de ser yo, hagamos todo aquello que alguna vez quisiste y nos quedó pendiente. No sólo en lo sexual. Porque, por ejemplo, ¿recuerdas aquella cena que se supone que habríamos tenido sólo los dos, pero se transformó en una pesada reunión de alfas en la cual uno de ellos me gruñó? Quiero tener esa estúpida cena formal, sólo contigo.
Christopher sonrió ampliamente, inclinándose hacia el rizado para besarlo.
—Eso me encantaría, bebé —murmuró cerca de sus labios—. Amaría tener esa cena contigo. Mandaré a que organicen todo ya mismo. Será la cena más perfecta del mundo, sí, contigo no podría ser de otra manera.
El omega se sonrojó, sonriendo con felicidad.
—Mira las cosas que me obligaré a soportar por ti. Te odio —refunfuñó el aludido, procurando deshacerse de su bochornoso sonrojo—. ¡Te juro que odio que me hagas sonrojar! ¡Odio que seas tan lindo conmigo! ¿Por qué eres así?
—Porque amo ser el que provoque ese lindo tinte rojizo en tus mejillas —dijo, sonriéndole coqueto, al tiempo que le tomaba de la barbilla para unir sus bocas en un beso.
—Definitivamente, te odio —decretó Jeongin, luciendo molesto.
—Entonces, ¿qué hago? ¿Te trato mal?
—No... Es que... —suspiró—... me gustaría, no lo sé, que las cosas fueran algo así como cuando recién nos conocíamos. Yo te había dicho que no quería que lo nuestro se volviera todo jodidamente cursi y meloso. No te voy a negar que... bueno, muy en el fondo, me gusta; mi omega lo disfruta. Pero mi omega es un tonto e iluso que no entiende que te alejarás, no entiende que no somos pareja, no entiende que no me morderás y que no nos uniremos hasta después de algunos años. No comprende la gravedad de la situación y cuanto antes tiene que hacerse la idea de que estará sin tu cariño.
Christopher suspiró, dejando que el aire fluyera con amargura. Su rostro decayó al instante, no gustándole en lo absoluto aquello.
—Entonces... ¿cómo quieres que nos tratemos?
—Como antes, tu solías tratarme con formalidad, seriedad, madurez. Así. Volvamos a cuando tú eras mi daddy estricto y malhumorado y yo tu omega rebelde y descarado.
El alfa contrajo su rostro en una mueca de desagrado.
—Si será así, el malhumor ya lo tendré instalado desde ya —se quejó este.
—¡Perfecto! Así tu alfa también se acostumbra de paso —dijo, sonriendo animadamente por unos segundos, hasta que vislumbró la completa desilusión en los ojos del alfa—. Mierda, Christopher, piensa que será lo mejor. ¿Para qué llenarnos de dulzura y amor ahora cuando lo nuestro ni siquiera podrá ser hasta quien sabe cuánto tiempo? Es mejor prepararse y guardar todo el cariño y la completa felicidad para cuando regreses... Todo lo sentimental del bar y lo de esta mañana solo fue un permitido. Pero ahora debemos volver a la realidad.
Christopher respiró profundo, procesándolo frustradamente. Y aunque odiara que fuera verdad, no podía negar que tenía razón.
—Bien. Entonces, ¿lo que quieres es volver al principio?
—Sí. Volver desde donde lo dejamos la primera vez, cuando me fui. Con esas reglas, con esas actitudes, con mi deuda. Quiero volver a tener esos putos pensamientos de que tú me dejaras con mi maldita libertad una vez saldada mi deuda.
El castaño frunció el ceño, tensando la mandíbula.
—Entonces, ¿le tengo que hacer creer a mi cabeza que ahora solo eres mi jodido juguete que botaré apenas me canse?
—Exacto.
—¿Qué clase de mierda es esta? Comenzaremos a sufrir siquiera antes habernos separado.
—Por eso mismo. Así cuando nos separemos ya no será la gran cosa el sufrimiento, pues ya veníamos sufriendo de antes y ya estaremos familiarizados con el sentimiento. Imagínate si nos amamos, mimamos, consentimos, teniendo los días más felices de nuestras vidas y luego, pum, nos separamos de repente y caemos de golpe a la cruda realidad.
—Odio decir que tienes razón —masculló Christopher.
—¿Lo ves? Por lo que no quiero más quejas. Ya no serás mi alfa, serás mi daddy, te guste o no.
El mayor rodó los ojos, negando con la cabeza. Pero luego soltó una pequeña risa, pensando en qué clase de mundo un omega le exigía a un alfa que dejara de ser su alfa y fuera su daddy.
—De acuerdo. Entonces, mi nombre queda prohibido para ti. Ya no harás nada sin mi previa aprobación, te vestirás como yo te diga, harás las cosas como yo las diga y si fallas no haré nada porque quiero que falles.
Jeongin resopló, cruzándose de brazos, reprobándolo.
—No pienso castigarte —replicó el alfa decidido.
—Oh, vamos, necesito alguna razón para temer en caso de que falle.
—Bien, si fallas te haré sonrojar tanto como pueda —decretó el alfa con seriedad.
Jeongin llevó una mano a su corazón con dramatismo.
—Justo en mi punto débil...
—¿Aceptas o no?
—Bueno, sí.
—Sí, ¿qué?
El omega no pudo evitar sonreír. Que rápido aprendía su alfa.
—Sí, daddy.
(...)
Jeongin quedó atónico. De pie en la majestuosa terraza de la mansión, veía, desde lo lejos, todo lo que los empleados de Christopher habían preparado para su dichosa cena. Una elegante mesa para dos se hallaba en el centro de aquel bonito decorado.
Velas y algunas lámparas llamativas iluminaban todo bajo la oscura noche estrellada. Las velas metidas dentro de cristales se protegían de la incesante brisa fresca que provenía del mar, cuyas olas rompían con grandeza haciéndose notar en el fondo.
Jeongin estaba tan impresionado. Vestido de traje, tal y como Christopher le pidió, comenzó a acercarse muy despacio, notando los pétalos de rosas en el suelo, deslizándose por el viento.
—¿Vamos? —preguntó el alfa, colocando una mano en la espalda del menor.
—S-Sí.
Al llegar a la mesa, Christopher le corrió la silla al omega esperando a que este tomara asiento. Luego se sentó del lado de enfrente.
—Mierda, esto es tan bonito —expresó Jeongin, atontado con la belleza que desbordaba el sitio.
No tanto como tú, habría querido decir el mayor, pero se contuvo de dejar salir aquel comentario.
Pronto, apareció en escena un beta empleado de Christopher, quién traía consigo un vino en una cubeta con hielo. Jeongin se mordió el labio con nerviosismo al verlo servir la bebida en dos copas. Otra vez el jodido vino.
—Sé que me odiarás por lo que haré a continuación —comenzó a decir Christopher una vez que el beta de marchó—, pero lo tenía planeado desde antes que me salieras con esta mierda de trato. Lo siento demasiado necesario. Ya que no puedo reclamarte mediante una mordida, quiero dejarte esto —añadió, quitando de su saco una pequeña cajita cuadrada de terciopelo.
La dejó sobre la mesa, deslizándola hacia el omega, quien abrió sus ojos por completo, atragantándose con su propia saliva por culpa de la conmoción.
—¡Dios mío, Christopher! —exclamó estupefacto.
El susodicho sonrió. Había dicho su nombre. Se había ganado un castigo.
—Te amo, Jeongin. No hay otro omega en el mundo con el que quisiera estar más que contigo. Eres una de las mejores cosas que me han pasado en la vida y no quiero perderte. No quiero que me olvides con el tiempo y me reemplaces con otro. Quiero que nuestra promesa se mantenga, quiero que te comprometas conmigo, bebé, ¿aceptas?
Los verdes ojos del rizado ya habían comenzado a expulsar las lágrimas que se habían acumulado allí. Una tras otra, aquellas gotas se derramaban. Jeongin se cubrió con ambas manos la boca y asintió, emocionado, sensibilizado, atolondrado; emanando fuertes feromonas de felicidad.
Christopher se levantó, dirigiéndose hacia el omega. Le tendió una mano para que se levantara y este lo hizo. Solo entonces, frente a frente, el alfa tomó la cajita, abriéndola, exponiendo un costoso y realmente precioso anillo de compromiso. Lo quitó de allí y, mientras Jeongin sorbía los mocos, lo deslizó con delicadeza en el dedo anular de este.
—Mierda, Christopher. Es... es... es tan... hermoso —musitó el omega, sollozando, poniendo su mano frente a él para mirar el espléndido anillo decorando su dedo—. Te odio —agregó, echándose a llorar con el rostro escondido en el cuello del alfa, quien lo abrazo con fuerza.
Tras un instante, Jeongin se apartó lo justo y necesario para que los labios de ambos se encontraran en un apasionado beso. Uno que no tardó en robarles el aliento.
—Cada vez que veas este anillo quiero que pienses en mí, que recuerdes nuestra promesa, la cual no se romperá si de tiempo se trata. Quiero que seas fuerte. Llénate de fe y nunca pierdas la esperanza. No importa el tiempo, volveré; volveremos a estar juntos... Promesa —dijo Christopher enseñando su dedo meñique, Jeongin también lo hizo y enredaron ambos meñiques, sellando aquel compromiso.
Se besaron una vez más, de manera lenta y apaciguada, antes de regresar a sus respectivos asientos.
—Dios, acabas de irte muy a la mierda —mencionó Jeongin con su vista enfocada en la mano poseedora del anillo, todavía sin creérselo—. Eres tremendo. Aunque... uhm... esto no significa que no podré acostarme con otros, ¿no?
El alfa enarcó una ceja, desafiante.
—Quiero decir, mientras no estés, obvio —se apresuró a aclarar el rizado.
—¿Quieres acostarte con otros?
—No, bueno, ahora no. Pero me refiero a cuando esté en mis celos, ya sabes... Aparte se supone que volveré a mi independencia, a mi vida loca. El anillo no es porque estamos juntos, sino porque estaremos juntos, ¿verdad? En síntesis, seguiríamos "solteros"...
—Tranquilo, Jeongin, que el significativo anillo en tu dedo no te impida abrirte de piernas a cualquiera —espetó Christopher con fastidio, desviando su mirada.
—¡Oh, vamos! Porque tú si vas a permanecer largos años sin siquiera tocar a otro omega, ¿no? Por favor, no seas hipócrita.
El alfa le lanzó una mirada de desprecio.
—Dije que no pensaba castigarte, pero creo que te estás ganando unos buenos azotes.
Jeongin suspiró, desganado.
—Bien, lo siento. Pero, ¿qué quieres que haga? ¿Pretendes que me quede cruzado de brazos en mi habitación llorando hasta que vuelvas? Lo lamento, pero no. Dejaré pausada mi vida amorosa, pero mi vida social y sexual no... Pensé que ya tenías claro que odio que me controlen y me obliguen a hacer lo que no quiero.
—Haz lo que quieras —dijo Christopher con simpleza, luciendo notablemente enojado.
El menor resopló, levantándose. Caminó hasta quedar detrás de Christopher, colocó las manos en sus hombros, inclinándose para hablarle al odio.
—Nadie nunca se comparará contigo, Chris. Créeme, para mí eres único. Los demás descartables. Pero es a ti a quien amo, es a ti a quien reservaré toda mi dulzura, a quien reservaré mi cuello para ser marcado, a quien le reservaré mi vientre para que únicamente contenga cachorros tuyos. Eso es lo que te prometo yo, mi amor.
Dicho aquello, le besó el cuello, la mandíbula y cuando Christopher volteó su cabeza para verlo, besó sus labios. El alfa tironeó de él, indicándole que se ubicara en su regazo. Jeongin obedeció, sentándose encima del alfa luego de pasar una pierna por el otro lado de su cintura.
Envolvió el cuello del mayor con sus brazos, apegándose completamente a su cuerpo y lo besó. El húmedo contacto comenzó a tornarse más brusco y desesperado por cada segundo que pasaba. Jeongin empezó a frotar sus entrepiernas, sintiendo como el alfa se endurecía debajo suyo.
—No, paremos —habló Christopher, jadeante—. Enseguida vendrán con la comida.
—Bueno, en ese caso... —el omega comenzó a decir, esbozando una sonrisa pícara mientras se salía de encima del alfa—... Si viene alguien avísame.
Dicho eso, le guiñó un ojo. Se arrodilló, adentrándose debajo de la mesa, acomodándose justo entre las piernas del alfa, quien había quedado anonadado con su atrevida idea.
—Jeongin, no... —se apresuró a decir cuando el omega ya se encontraba sacando su prominente erección de sus pantalones.
Jeongin no vaciló en meterse el miembro ajeno en la boca, ganándose un gemido del alfa. Se lo metió hasta el fondo, sacándolo antes de le surgiera una arcada. Comenzó a lamer el rosado glande con deleite, mientras que con su mano lo frotaba de arriba a abajo.
—Mierda, Jeongin —gruñó el alfa con satisfacción, echando su cabeza hacia atrás, moviendo apenas un poco su cadera siguiendo el ritmo del menor.
Sus manos tomaron los extremos de la mesa, gimiendo pesadamente cuando Jeongin inició una lenta y excitante succión por toda la longitud de su pene. Lo chupaba con ganas, hundiéndolo hasta el fondo.
La adrenalina lo colmaba al ser consciente de que, en cualquier segundo, podía aparecer uno de sus empleado. Pero, mierda, ya no le importaba. La mamada de Jeongin se estaba sintiendo tan bien que no deseaba que parara por nada del mundo.
Christopher, literalmente, estaba viendo las estrellas, disfrutando de la magnífica sensación de tener la húmeda y traviesa lengua de Jeongin jugando con su miembro.
De repente, el sonido de un plato estrellándose contra el piso se hizo escuchar desde lejos. El alfa ni siquiera miró. Se limitó a morderse el labio inferior, reteniendo una risa al imaginarse lo que había sucedido. Con prisa, enterró una de sus manos entre los rizos del omega, haciendo presión cuando este quiso apartarse de su erección por culpa del ruido.
No, no permitiría que aquella intromisión arruinara su momento.
Esta vez, el ruido no los detuvo. Pero la próxima los detendrá cuando disparos serán los que interrumpan.
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