ཻུ۪۪ 25
Hay que poner reglas —anunció el omega, intentando frustradamente colocarse el bendito moño frente a un espejo de aquella habitación.
Christopher apareció detrás suyo con aires de serenidad, tomando con cuidado la pequeña prenda entre sus dedos, ayudándolo.
—¿Reglas para qué? —cuestionó el susodicho, terminando de acomodarle el moño a su bebé.
—Para lo que sea que tengamos ahora —dijo Jeongin, volteándose para verlo de frente—. Es decir, no quiero que nos emparejemos ahora, ¿entiendes? Porque si todo se vuelve extremadamente lindo entre nosotros, luego nos va a costar muchísimo más separarnos y será demasiado sentimental... No sé tú, pero yo quiero ahorrarme eso y dejar todas las boberías de pareja para cuando regreses.
—Entiendo tu punto, pero no entiendo qué clase de reglas quieres poner —comunicó el alfa, posando sus manos en la cintura del menor.
Jeongin carraspeó, viendo más de cerca aquellas salpicadas manchitas rojizas en el atuendo del otro.
—Por ejemplo, nada de tus cursilerías, a menos que sea para halagar mi trasero —expuso este, provocando que una risa se escapara de entre los labios de Christopher—. ¡Oye, esto es asunto serio! —reprendió, haciendo un mohín.
Christopher negó con un movimiento de cabeza, sin deshacer la expresión divertida que cargaba su semblante. Se permitió a él mismo enterrar su rostro en el cuello del omega, disfrutando con plenitud de su dulce aroma, depositándole territorialmente el suyo propio.
—De verdad lo digo. No estoy acostumbrado a escuchar cosas lindas sobre mí, quitando lo obsceno, y no quiero que arruines mi costumbre sabiendo que luego volveré a lo mismo de antes. No quiero sentirme excesivamente vacío.
El alfa respiró hondo, separándose un poco de su lugar favorito en el mundo.
—De acuerdo —murmuró, derrotado, con un atisbo de tristeza marcando presencia en sus orbes azules.
—Pero no te pongas triste —se apresuró a decir Jeongin, llevando sus manos a las mejillas del castaño—. Te prometo que cuando vuelvas y estemos juntos hasta yo seré dulce contigo.
De nuevo, inhaló profundo, intentando resignarse. Rozó suavemente sus labios con los del omega, para luego besarlos despacio, con la ternura desbordándose en aquel íntimo contacto.
—Ni siquiera me he ido y ya quiero volver, joder —expresó Christopher con frustración cuando se hubo apartado—. Hasta hace una hora me importaba una mierda el tiempo que pudiese permanecer en el exterior, es más hasta creía que me serviría para despejarme y olvidarme de ti. ¡Estaba seguro de que no lo sentías! Y ahora... ahora irme es un nuevo y jodido problema que ansío quitármelo de encima ya mismo.
Jeongin se sintió fatal. Su rostro decayó en una expresión de absoluta amargura al pensar en que aquel viaje no sería un verdadero problema para el alfa si él lo acompañara. Cierta parte de él tenía deseos de hacerlo, de ir tras él sin importar a donde quiera que fuese. Pero, por otro lado, tenía tanto miedo.
¿Y si las cosas entre ellos no salían bien? Jeongin estaría solo en otro continente sin en el apoyo de nadie más que de Christopher, ¿y si peleaban? ¿y si quería separarse del alfa? ¿A dónde iría a escaparse? Al menos, si estuviesen en Londres e intentaran ser pareja, él tenía la certeza de que podría volver con su madre o con sus amigos si algo no iba bien. El tendría un lugar donde refugiarse si Christopher llegase a agobiarlo.
Aparte, ¿qué pasaría con sus amistades, con sus salidas? Él no quería perder aquel contacto por largos años. ¿Abandonaría su vida entera por un alfa? ¿Un alfa? Una risa irónica provino de su consciencia. ¿Desde cuándo Jeongin Yang consideraba la idea de marcharse lejos con un alfa que ni siquiera era su tipo? ¿Desde cuándo? Si él no era omega de nadie.
—Tómatelo con calma. Piensa en que... uhm, cuando vuelvas me tendrás aquí. Y... espera, ¿tampoco podremos comunicarnos por teléfono, videollamadas...?
—Me encantaría, sabes. Pero me veré en la obligación de cortar el contacto directo con todos. Comunicarme contigo, del modo que sea, no solo podría delatar mi ubicación, sino ponerte en riesgo a ti. Y hablando de eso, solo por precaución, dejaré asignados a un par de hombres para que te custodien lo primeros meses.
—Oh, joder. ¿Hablas en serio? No, yo no quiero. No soporto la idea de que constantemente controlen todo lo que hago.
—No te controlarán, tu podrás hacer lo que quieras. Ellos solo se encargarán de cuidarte a la distancia, de que nadie sospechoso se te acerque, de que nadie intente llevarte a la fuerza o hacerte daño. Entiende que, si ellos descubren que te he dejado indefenso, sin seguridad, correrás peligro.
El omega se pasó una mano por entre sus rizos con intranquilidad.
—¿Quiénes son ellos, Christopher? ¿Por qué quieren asesinarte? ¿Qué has hecho para ganarte semejantes enemigos? Todo esto es como si fueses un jodido prófugo que está huyendo de la ley y...
Paró en seco, analizando con sorpresa sus propias palabras. Jeongin ató unos cuantos cabos atropelladamente, quedándose tieso, creyendo que por fin lo había descubierto.
—¿Es eso? Tú... tú éstas...
Christopher rodó los ojos.
—No, Jeongin, no. No estoy escapando de ningún maldito crimen que cometí. Si piensas que la policía es quien me persigue, estás muy equivocado. La policía está por debajo mío. Esto es un asunto muchísimo más jodido, y si huyo es para protegerme porque no pienso batallar contra ellos. No por ser un asustado alfa que sólo quiere refugiarse. No lo hago por cobardía, lo hago con el fin de cuidar a los míos. Porque si llegara a enfrentarlos, si saliera de mi neutralidad dentro de la guerra, toda mi familia, por simple moral, tendría que ponerse a pelear conmigo y no quiero arriesgar sus vidas por un asunto tan estúpido. Tú has visto la cantidad de pequeños que hay, no deseo quitarles la oportunidad de crecer junto a sus dos padres. No me lo perdonaría.
Crecer junto a sus dos padres.
Su corazón se partió una vez más al oírlo decir aquello con la sinceridad casi palpable en sus palabras. Jeongin se abrazó disimuladamente el abdomen, teniendo ganas de llorar por el solo hecho de que su bebé crecería alejado de Christopher, quien tan sensible y amoroso era en cuanto a los pequeños se trataba, quien, sabía, sería un gran padre algún día.
Sus labios temblaron y sus ojos se llenaron de inevitables lágrimas que anhelaban escapar con prisa. Miró hacia arriba, tratando de contenerlas. Pero las mismas huyeron sin permiso, una tras otra, desbordándose por sus mejillas. Y lloró. Lloró sin ocultarlo.
El alfa ingresó en un estado de preocupación al instante, acercándose al menor sin titubearlo. Sus manos viajaron hasta sus mejillas y lo miró con la angustia creciendo en su interior.
—¿Qué pasa, bebé? ¿Por qué lloras?
—Yo no... no p-puedo seguir con e-esto —se limitó a decir Jeongin con su voz quebrada, teniendo su rostro contraído por el llanto.
—¿Con qué no puedes seguir? —interrogó Christopher, acariciándole las humedecidas mejillas con suavidad, observándolo expectante.
—Christopher, estoy... estoy...
Unos inesperados y aturdidores golpes en la puerta no le dejaron completar la reveladora oración. Jeongin se asustó, y el alfa lo envolvió entre sus brazos protectoramente. Una voz gruesa y elocuente habló desde el otro lado de la puerta, Christopher enseguida contesto utilizando su idioma natal.
—Es mi padre, será mejor que salgamos de aquí. Trata de tranquilizarte, ¿sí, bebé? Luego hablamos en casa. Ahora ve al baño a lavarte la cara y despejarte unos segundos, no quiero que te vean así. Creerán que te he estado maltratando.
Jeongin asintió en medio de un débil sollozo. Le hizo caso y se dirigió al cuarto de baño que poseía la habitación, sitio en el que mojo su rostro con ambas manos, bañando sus poros con agua fría. Se secó con una toalla y se miró con detenimiento en el espejo, queriéndose cachetear por haber perdido el control, por casi haberle confesado su estado a Christopher.
Luego de eso, bajó enganchado al brazo del alfa hacia el salón principal, donde se reunieron con todos nuevamente. Llegaron justo para la gran cena. Jeongin nunca supo que se celebraba, jamás preguntó. Solo supo que, a la hora del brindis, no fue capaz de beber el vino que le fue servido en su copa, ganándose unas cuantas miradas de desaprobación, incluyendo la de Christopher.
(...)
Jeongin se encontraba frente a un espejo de cuerpo completo. Su camiseta levantada le permitía observar por completo su vientre, el cual ya no se veía tan plano como solía estarlo antes. Se puso de costado, analizando con preocupación lo poquito que había crecido su pancita.
A simple vista, casi ni se notaba, pero si te detenías a mirar atentamente se lograba apreciar una pequeña diferencia que cualquiera lo habría hecho pasar por un simple descuido con la comida. Y el esperaba que Christopher pensara eso o, mejor aún, que ni siquiera lo notara.
Bueno, ¿quién lo notaria? Apenas era un chiquitín más de panza, pues ni siquiera llegaba a los dos meses de embarazo, según sus cálculos. Y, además, Jeongin estaba consciente de que, debido a sus ansias, comía más de lo que acostumbraba. Por lo que, de seguro, engordaba más por la comida que por el bebé.
Por dicha razón, le había pedido permiso a Christopher para que fuese a comprar ropa. Ropa que, secretamente, compraría un talle más grande para el futuro. En especial los jeans.
Suspiró. Debía aprovechar sus últimas semanas de delgadez. Y lo iba a hacer, por supuesto que sí. Ya tenía planes para esa noche. Planes muy interesantes que amaría compartir con Christopher a modo de experimento.
Había estado comunicándose con su grupo de amigos, y estos, sin tener idea de su embarazo, le habían invitado a asistir a un bar esa noche.
Al principio lo rechazó, pero luego accedió al pensar en que sería entretenido ir con Christopher. Claro que no bebería, ni nada de eso. Solo se divertiría con la reacción del alfa al entrar en su enfiestada vida y al conocer a sus alocadas amistades.
Por tal motivo, estaba dispuesto a convencerlo apenas llegara de trabajar. Sabía que el castaño no cedería al primer intento, pero también sabía que, al ser su debilidad, Christopher nunca conseguía negarse por mucho tiempo a sus pedidos.
Cuando Jeongin oyó el ruido de la puerta, se bajó rápidamente la camiseta y corrió a recibirlo con una ineludible alegría. Ni bien entró el alfa a su habitación, el menor se impulsó, saltando hacia él, tomándolo totalmente por sorpresa. Christopher actuó por reflejo, sosteniendo el cuerpo del omega contra el suyo para que el mismo no se cayera.
Jeongin enredó las piernas en su cintura y, situando una mano sobre su mejilla y la otra en su nuca, lo besó con fogosidad, como si no lo hubiese visto por varias semanas, como si hubiese estado aguardando por un largo tiempo la llegada de aquel ansiado encuentro.
Y Christopher pensó que no existía mejor manera de llegar del trabajo.
El rizado lo llenó de pequeños y tiernos besitos por todo su rostro, terminando sobre sus labios de nuevo. Christopher, entonces, lo supo. Le pediría algo. Había estado aprendiendo a conocer al omega y, hasta ahora, las pocas veces que había sido así de lindo con él no fue más que para convencerlo de algo. No era tonto.
La primera vez había sido cuando Jeongin se encaprichó en querer ayudar en la cocina, cuyo objetivo logró después de darle miles de besitos y hacerle una dulce escena de cachorrito mojado. La segunda vez fue cuando Jeongin le reprochó el que fumara estando a su lado, pidiéndole con adorables besos y suaves caricias que no lo hiciera en presencia de él.
A Christopher le pareció absurdo, más no encontró forma de resistirse a los jodidos encantos del omega, limitándose a fumar en el balcón.
—¿Qué me pedirás ahora? —preguntó el aludido, esbozando una incrédula sonrisa mientras caminaba hasta la cama.
Jeongin rio contra su cuello, advirtiendo lo predecible que era.
—Se que debes estar cansado y que de seguro has tenido un día largo, pero me gustaría salir contigo, aunque sea un ratito —dijo el omega despacio y con tranquilidad, al tiempo que Christopher tomaba asiento en el borde del colchón, permitiéndole al más joven acomodarse sobre su regazo.
—¿A dónde? —indagó, manteniendo una expresión neutra.
—Pues..., mi grupo se juntará en un bar esta noche, me han invitado y quiero ir contigo. No pienso beber alcohol, ni drogarme, ni nada. Solo quiero ver a mis amigos, presentártelos, pasar el rato y ya.
—No lo sé, yo no creo que...
—Oh, por favor, Chris... ¡es sábado! —objetó Jeongin, haciendo un puchero, suplicándole con su mirada enternecedora.
Christopher respiró hondo, luciendo cansado. A continuación, se relamió los labios y se inclinó hasta esconder su cara en el cuello del menor. Acción que solía realizar con inmoderada frecuencia. Amaba sobreexplotar su olfato con el adictivo aroma de su bebé.
Olía a vainilla con ápices de tierra mojada, con un aire dulce y otoñal. Les recordaba a las tardes lluviosas en medio del sendero, con las hojas secas coloreando la acera de un luminoso anaranjado. Christopher amaba aquella época del año. Porque la lluvia fluyendo entre las descoloridas hojas había sido siempre su mejor medicina para calmarse. Era ese el momento en el que su mente y su corazón se aliaban logrando aquella particular armonía en su interior. Y ese era el mismo sentimiento que le causaba el aroma de Jeongin.
Olerlo era inhalar una profunda sensación de paz, inundar su organismo de calma, de tranquilidad. Era sinónimo de que absolutamente todo estaba bien.
Y ahora, embriagado por su aroma, no tenía mente para nada más que para besarlo y amarlo con cada gota de su ser. Todo asunto ajeno se había disipado, cayendo en el abismo del olvido.
Christopher deseaba hacerle el amor allí mismo y luego, simplemente, dormirse con el delicado cuerpo de su omega acurrucado junto al suyo. Lo habría empezado a desnudar, pero, de pronto, percibió el débil atisbo de un nuevo olor en el menor. Agudizó su olfato, confundido, entendiendo que aquel no era un aroma que fuese posible desprenderse de Jeongin. ¿O sí?
El alfa se apartó de su cuello, extrañado, y lo miró de frente.
—¿Tu tomas las píldoras? —cuestionó.
Jeongin se tensó, elevando sus cejas con sorpresa por la repentina pregunta. Asintió de inmediato con movimientos lentos de cabeza, dando su mejor intento de lucir relajado y despreocupado.
Christopher torció el gesto, no muy conforme.
—¿Seguro? ¿No hubo ningún día que te hayas olvidado de tomarla?
—No, ¿por qué? —dijo con tramposa seguridad, soltando una ligera risa divertida como si no entendiera a que venía aquella ridícula intervención.
Disimulaba bastante bien el estallido nervioso que se había desencadenado en su interior.
—Es que... he sentido... no lo sé, ¿es posible...?
Y Jeongin cayó en la cuenta.
El aroma.
Su jodido aroma.
Oh, mierda...
—Oh, no, no, Chris. No es lo que piensas —se adelantó a decir el aludido, sonriendo, pues la excusa perfecta tránsito por su mente con rapidez—. ¿Recuerdas que te he pedido permiso para salir de compras? Bueno, en una de las tiendas, justamente en la que más tiempo me quedé, había un omega en estado, fue quien me atendió y seguro me habrá quedado impregnado algo del buen rato que lo entretuve a mi lado.
—Oh... entiendo —la voz del alfa salió acompañada de desilusión.
Su expresión se hundió por un efímero instante en la consternada decepción, más, sin embargo, su ánimo cambió al pensar en que aquel no era el momento más indicado para tener hijos. No, definitivamente no.
De solo pensar en que, si se enteraba la red mafiosa enemiga de la espera de un hijo suyo, podrían ser capaces de asesinar al omega con su cachorro dentro solo para torturarlo antes de matarlo de la manera más lenta y dolorosa, se les destruía el alma a pedazos.
—Chris, ¿estás bien?
La preocupada voz de Jeongin lo sacó de sus atemorizantes pensamientos, ayudándole a darse cuenta que, de modo inconsciente, lo había estado sujetando con más fuerza de la cintura. Aflojó el agarre, disculpándose, para luego afirmar que, en efecto, estaba bien.
Jeongin se inclinó a dejarle un corto beso en sus labios.
—Entonces, ¿podemos ir?
—¿A dónde?
—Con mis amigos, al bar, como te dije antes.
Christopher inhaló profundo.
—Sólo un rato. No más de una hora. No podemos exponernos demasiado, aparte estoy cansado y lo único que quiero es meterme en la cama contigo. Así que, desde ya te digo, no estoy de humor para soportar a otros inmaduros como tú. No me interesa agradarles, ni me interesa tratarlos. Iré solo por ti. No toleraré comentarios ofensivos, ni actos imprudentes, ni de ti, ni de terceros. Oh, y te sugiero que te prepares, porque tendrás contigo mi lado más posesivo, en especial si hay otros alfas cerca. No dudaré en recordarte que eres mío, y solo mío, a cada segundo. ¿Entendido?
El omega sonrió, aguantándose la risa, mientras jugueteaba con el cuello de aquella pálida y algo arrugada camisa. La situación en la bar iba a ser tan entretenida que ya podía sentir la diversión de solo imaginarlo.
—De acuerdo, alfa gruñón. Pero tú trata de conservar tu preciosa paciencia. No quiero que te enojes por cualquier tontería y que me arrastres de nuevo a aquí sin haber aprovechado hasta el último segundo.
—Contigo puede que dure mi paciencia, pero con los demás no. Con que uno sobrepase mis limites ya es motivo suficiente para que se acabe todo y nos volvamos, te guste o no.
—No. Chris, no seas así. Tengo una dignidad que mantener y si tú me obligas a obedecerte delante de ellos arruinarás mi reputación y me harás quedar como un patético omega dominado. ¡Y no! Por lo que, si te atreves a darme órdenes durante esa maldita hora, créeme, no regresaré contigo.
El alfa arqueó una ceja.
—Tú no me amenazas —espetó con gélida mirada.
—Yo te amenazo todo lo que quiero —replicó Jeongin, desafiándolo sin pizca de temor.
Ambos se sostuvieron la intensa mirada con firmeza por interminables segundos de tensión. Sin embargo, por muy serio que Christopher quiso mantenerse, termino cediendo ante el rizado. Sonrió incrédulo, tomándole de la barbilla para estampar sus labios contra los de Jeongin.
—Así me gusta. Que buen chico eres, Chris —mencionó el de ojos verdes con sorna, burlándose de él.
—Oh, cállate, joder. Sal de mi vista antes de que decida azotarte el trasero por imprudente y desvergonzado.
Jeongin abandonó su cómodo sitio sobre el regazo del mayor, riéndose con verdadera gracia.
—El asunto es simple, Christopher. Yo no te avergoncé con mis comentarios inapropiados frente a tu familia, tú no me avergüences con tus órdenes frente a mis amigos. ¿Hecho? Hecho. Me ducho y nos vamos.
Procuró refregarse muy bien la piel con la esponja en su corta ducha de diez minutos, esperando que eso bastara para que su delatador aroma fuera camuflado por la fragancia que le dejaba el jabón.
Ahora que las feromonas del embarazo estaban empezando a dispararse debía bañarse con muchísima más frecuencia, en especial antes de que llegase Christopher del trabajo. No debía permitir que su olor estuviese a flor de piel durante la presencia del alfa.
Y, por si el jabón fuera poco, antes de marcharse con Christopher, se roció de su colonia favorita; su nueva mejor aliada.
El viaje fue bastante largo. Más de lo que Jeongin pensó. Pero el tiempo no pareció ser un gran enemigo para ellos cuando consiguieron matarlo con facilidad intercambiándose amorosos besos mezclados con sutiles caricias.
Por esa noche, por ese instante, Jeongin le concedió a su alfa el deseo de que pudiesen comportarse como una feliz y melosa pareja que no le importara demostrar su precioso amor frente a terceros. Por lo que, entre risas estúpidas, besos románticos y palabras empalagosas pasaron el viaje completo.
Pero todo acabó al llegar.
Jeongin se carcajeó al percibir lo tenso que se había puesto Christopher cuando se encontraron frente a la entrada del bar, cuya música y disturbio se lograba oír aun estando afuera. No era un lugar muy pintoresco, pero tampoco era un sitio de mala muerte.
A Christopher se le erizó la piel. Aquel sitio le traía vívidos recuerdos de sus gloriosos días de rebeldía. Ya había estado ahí. Por supuesto que sí. Claro que muchos años atrás. Él lo recordaba perfectamente. Ese bar había sido testigo de varias de sus mejores noches de diversión y peores noches de borrachera.
En el pasado, aquel lugar había sido uno de los mejores para perder el tiempo con sus amigos de la universidad. El billar era lo que los conectaba con ese bar. Pero todo eso acabó cuando lo clausuraron. Christopher jamás supo que lo habían restaurado.
Y mierda, al entrar todo se veía exactamente igual, como si los años no hubiesen pasado, como si el tiempo se hubiese congelado. Las meses, los sillones, la barra, los reservados, el billar. Todo estaba allí. No tan lucidos como antes, pero allí seguían.
Lo único que había cambiado era la música, la gente, él.
Él ya no era aquel rebelde y descontrolado veinteañero que se tomaba la vida como un mero juego. Había crecido, había madurado. Le había tocado aprender a la fuerza que la vida era más que embriagadoras salidas nocturnas, más que ridículas borracheras que le incentivaban a hacer puras idioteces. Ahora él era otra persona. Un hombre que nada tenía que ver con aquel jovencito del pasado.
¿Quién iba a decir que, siete años después, se encontraría en el mismo lugar de sus viejos tiempos habiendo sido invitado por su omega? Jamás se imaginó tal escena, así como tampoco se imaginó que tendría como pareja a un adolescente omega que transitaba por aquella misma etapa de rebeldía. Era curioso.
Había sido tanta la nostalgia y la conmoción que experimentó Christopher, que había perdido la capacidad de prestarle atención a Jeongin. La única razón por la cual no se preocupó de perderlo fue porque este lo tenía sujeto de la mano, arrastrándolo consigo entre medio de la gente.
Recién logró salir de su transe cuando sintió que su mano había sido liberada del suave agarre de su omega. Christopher lo buscó de inmediato con la mirada, preocupado y desorientado.
Estaba a punto de gritar su nombre al verlo correr lejos de él, pero entonces se percató de que corría hacia un grupo de personas que se encontraban jugando al billar. Sus amigos, supuso Christopher. Y, mientras se acercaba, pudo confirmar su pensamiento al admirar como su omega se abrazaba felizmente con cada uno de ellos.
Sus celos se activaron de modo instintivo. Dos de aquellos tipos eran alfas. Alfas que estaban abrazando a su bebé. Sus puños apretaron a cada lado de su cuerpo, hirviéndole la sangre de tan solo presenciar eso.
Sin embargo, se contuvo, haciendo su mayor esfuerzo para conservar la calma y no explotar de rabia allí mismo. Acababan de llegar, no podía perder el control tan rápido.
Christopher carraspeó de un modo un poco exagerado, esperando que eso bastara para que el estúpido alfa quitara sus sucias manos del precioso cuerpo de su omega, dejándolo en el suelo. Porque hasta se había atrevido a levantarlo del piso.
Así paso. Pero no sólo había logrado que el alfa soltara a Jeongin, devolviéndolo al suelo, sino que también se había ganado unas cuantas miradas de curiosidad, incredulidad y evidente diversión por parte del resto del grupo.
Eran seis. Christopher los analizó con la mirada. Un beta, un par de omegas y dos... no, no eran dos, eran tres alfas. Sin embargo, el tercero no era el, era ella. Una alfa.
—Así que es por este por quien nos has cambiado —dijo, de pronto, el tipo al cual Christopher le había interrumpido su abrazo.
El castaño frunció el ceño, enojándose, sintiéndose deseoso de soltarle un gruñido en la cara. Y estuvo a punto de hacerlo, pero Jeongin se le adelantó, dándole una rápida e inesperada cachetada a su amigo.
—No lo hagas enojar, idiota —reprochó Jeongin segundos después de haberle dejado su huellita en la mejilla—. Él es Christopher, mi alfa. Mi de mío por si no quedó claro. Así que, manga de atrevidos, ni se les ocurra ponerle un dedito encima, ni faltarle al respeto porque se las verán conmigo.
Y Christopher quería sonreír como estúpido por haberle escuchado decir mi alfa. Era, tal vez, la primera vez que lo decía, la primera vez que lo admitía en voz alta. Y lo había pronunciado con tanta seguridad y orgullo que a Christopher se le iluminó el rostro.
Sin embargo, no sonrió. No deseaba lucir tan tontamente enamorado solo por aquel detalle. Al menos no frente a aquellos sujetos desconocidos para él.
—Chris, ellos son Lily, Jake, Stephen, Karina, Joshua y Kai —Jeongin los presentó señalándolos con el dedo índice por su correspondiente nombre—. Oh, esperen... ¿Y Félix?
—Se fue hace poco —informó una de las chicas, posicionándose sobre la mesa de billar para golpear alguna bola con el taco—. Hubo un escándalo con un alfa y no sabes lo que te has perdido —agregó, para luego hacer su jugada—. Félix terminó yéndose con un beta que había traído.
—Era un loco. Intentó atacarnos a nosotros por defender a Félix, y casi nos echan de aquí por el disturbio —contó el otro alfas, el que no había sido víctima de la cachetada de Jeongin, viendo con atención en que nueva posición habían quedado distribuidas las bolas.
—Por lo que no queremos más problemas —esta vez si fue ese alfa el que habló, al cual Christopher ya le había tomado verdadero desprecio. Su voz fue determinante y algo acusadora, como si le estuviese advirtiendo a Jeongin que no aceptarían que su Christopher armara una nueva escena.
El rizado elevó una ceja.
—¿Disculpa? Tú has sido el primero en querer provocarlo con tu jodido comentario. Cálmate un poco, Kai —mencionó Jeongin, molesto, mientras se colocaba a un lado de Christopher, dejando que este pasara un brazo por su cintura, atrayéndolo por completo a su cuerpo—. Aparte, ¿qué sucede contigo? ¿desde cuándo eres así? ¿últimamente no te han dado buen sexo o qué?
Risas y abucheos se hicieron notar del resto del grupo.
—Oh, Innie, desde que te has alejado que no tengo buen sexo. Te extraño —habló con un fingido tono seductor, decorando su rostro con una coqueta sonrisa, al tiempo que lo miraba con lascivia.
Jeongin soltó la carcajada más grande de su vida, y a continuación le enseñó el dedo del medio. Christopher había estado, una vez más, a punto de explotar de ira. Pero, esta vez, iba en serio. Muy gustoso le habría rugirle con potencia, demostrándole que aquel bonito rizado ahora era suyo, solo suyo... Habría porque Jeongin le suplicó con su enternecida mirada que se calmara, que eso solo había sido una broma.
Pero Christopher no sabría cuánto más podría resistir. No sabría cuánto más podría retener aquel rugido que luchaba por conseguir escapar de su garganta.
Si ese maldito alfa seguía provocándolo, correría sangre esa noche. Y Christopher no jugaba. No le importaría gastar una bala
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro