ཻུ۪۪ 22
Le costó alrededor de dos días y medio poder recomponerse de la última relación sexual que había mantenido con Christopher. Su jodido culo le había quedado doliendo considerablemente, resultándole molesto sentarse, teniendo que verse obligado a tomar cierta precaución cada vez que lo hacía.
Por fortuna, el alfa no había tratado de volver a follarlo las últimas noches, permitiéndole a su cuerpo un mero descanso.
Christopher tan solo se había limitado a arrullarlo cada vez que llegaba de trabajar, mimándolo con suaves caricias, inundándolo de dulces besos, tratándolo como un pequeño ser necesitado de cariño, hasta que cayera en los cálidos brazos del sueño.
El alfa solía quedarse despierto más tiempo, contemplando con admiración la paz que emanaba el menor estando profundamente dormido. Aquella, sin rastros de vacilación, era la perfecta imagen que todas las noches deseaba observar antes de cerrar sus ojos, con la palpable seguridad de que Jeongin se encontraba a su lado.
Solo de esa manera lograba conciliar el sueño.
Algo similar ocurría al despertar. Adoraba que Jeongin fuese lo primero que sus ojos veían al abrirse por la mañana. Era tan bonito sentir el calor de su cuerpo junto al suyo, tan bonito olfatear al aroma dulce y fresco que desprendía su piel, que le costaba demasiado abandonar la cama; alejarse de él.
Tanto que, a veces, deseaba tan sólo tomarse el día libre y permanecer junto a su omega cuantas horas quisiera. Pero él siempre había sido muy responsable en cuanto a su trabajo, y no podía decidir no ir porque se le antojaba. Simplemente no podía. Era su deber atender los asuntos que demandaban su empleo poco tradicional.
Muchas cosas estaban en juego en aquel preciso instante de su vida, por lo que no era momento para actuar como un caprichoso e irresponsable alfa inmaduro. Ni por Jeongin podía tomarse aquellos atrevimientos.
Y esa era la razón por la que el rizado amanecía cada mañana en compañía de la silenciosa soledad y la consoladora luz matutina. Pero no se quejaba. No era como si le entusiasmara la idea de compartir una escena melosa también por la mañana. Ya con la dulzura que se empeñaba en darle Christopher por la noche le bastaba.
No ansiaba sufrir sobredosis de azúcar tan pronto, mucho menos cuando, por culpa de la bendita falta de droga, el mal humor lo embargaba de forma periódica por la mañana. Tendía a ponerse demasiado irritable, y todo en lo absoluto le molestaba.
De ese modo continuaba, hasta después de ducharse y bajar a desayunar, quejándose gruñonamente con la servidumbre si había algo que no estaba como él quería. Claro que, cuando cesaba su crisis de abstinencia, regresaba a la cocina a disculparse, sintiéndose apenado por su actitud, queriendo ayudarles en lo que fuese con tal de tener la mente en otro sitio.
Jamás le permitieron realizar las tareas de la casa, pues Christopher podía echarlos a todos si se enteraba que habían dejado que su omega hiciese su trabajo. Por ende, a esa altura, Jeongin ya se había hecho un pequeño mapa mental de cómo, más o menos, era la mansión. Pues, con tanto tiempo libre, ya se había recorrido el establecimiento entero varias veces por mero aburrimiento.
No solía haber mucho movimiento en la casa, más que el de empleados y algunos que otros alfas que desconocía, por lo que, la mayor parte del tiempo, era un sitio realmente apacible en el que podía andar tranquilamente.
Y así fue como se lo encontró.
En uno de sus típicos paseos, logró divisar a Minho desde lo lejos, el cual no tardó en ingresar en una habitación sin siquiera haber notado su lejana presencia. Jeongin frunció el ceño, recordando que aún tenía un asunto pendiente con ese alfa.
No se había olvidado de lo que le había hecho a Félix, ni tampoco se había olvidado de su venganza. El omega se armó de valor. Se tronó los huesos de sus manos, queriendo hacerse el rudo. Como si fuese posible que pudiera molerlo a golpes cuando ni siquiera mataba a una mosca, cuando lo más probable era que Minho lo destrozara en un abrir y cerrar de ojos. Pero no le importó.
Sintiéndose imparable y prepotente, tal cual alfa enfurecido, caminó a paso seguro y apresurado hacia su destino. Abrió la puerta de un golpe, atreviéndose a entrar sin permiso alguno, interesándole una mierda lo que estuviese haciendo.
—¡Oye, imbécil de mierda ahora vas a...! —la oración exclamada por Jeongin quedó inconclusa ni bien el fuerte olor se infiltró en sus fosas nasales, ofuscándolo sorpresivamente.
Estaba en celo.
Oyó un potente rugido que le hizo temblar, congelándolo de puro espanto. Su respiración se cortó en seco en cuanto quiso escapar, pero no pudo. Unas filosas garras ya lo habían tomado, estampándolo contra una pared con brutalidad. Un chillido desesperado huyó de entre sus labios, siendo este el llamado de ayuda por parte de su omega interior para que su alfa fuera a rescatarlo.
Jeongin batallaba angustiosamente, buscando la forma de zafarse de aquel violento agarre que no hacía más que dañarlo. Sus manos se plantaron en el fornido pecho del alfa, pretendiendo alejarlo. Pero era vano. No tenía la suficiente fuerza para apartarlo.
Lágrimas cargadas de dolor ya surcaban de sus mirada rota. Minho lo aprisionó aún más con su cuerpo, frotándose con descaro. Lo sintió succionando la piel de su cuello, con sus manos recorriéndole el cuerpo atrevidamente.
—¡No!... ¡Suéltame, maldito imbécil! ¡No me toques! —gritó desgarradamente, desesperado, llorando con histeria. Sin embargo, el alfa parecía hacer oídos sordos.
El impenetrable olor que desprendía Minho por causa de su celo lo asqueaba cada vez más, sofocándolo, aturdiéndolo, haciéndole perder de a poco la razón. La visión empezó a nublársele ligeramente. Su estómago se revolvió por completo, descomponiéndolo.
Ya no conseguía prestarle atención a lo que ocurría. Ni siquiera se percató cuando un tercero se interpuso entre Minho y él, quitándoselo de encima. No reparó en la brutal pelea que se desencadeno a metros suyo. Solo podía centrarse en que se encontraba de rodillas y de manos en el suelo, vomitando.
En el momento en el que las arcadas cesaron y ya no hubo más nada que expulsar por su garganta, Jeongin retrocedió un poco gateando, sentándose contra una pared. Seguía llorando, estando en un estado de conmoción y desorientación total. Se abrazó las piernas, asustado, asimilando con la mirada perdida que había estado a nada de ser abusado.
Al percibir que alguien se le acercaba, Jeongin se alarmó, encogiéndose sobre sí mismo, arrastrándose por el suelo hacia un costado, pretendiendo escapar de esa manera.
—Tranquilo, no te haré daño —mencionó una calmada voz masculina que el omega no se vio capaz de reconocer.
—Aléjate de mí —musitó con la voz quebrada, aun con sus brazos envueltos en sus piernas. Continuaba arrastrándose siendo guiado por la pared en la que se recargaba su espalda.
—Solo quiero sacarte de aquí —expuso el tipo que apestaba a alfa, colocándose de cuclillas frente a él.
Jeongin se apresuró a alejarse, pero entonces su hombro choco contra otra pared perpendicular. Su corazón se aceleró al darse cuenta que se había arrinconado solito en una esquina.
—¡No! ¡Aléjate! —chilló, nervioso, cuando vio una mano ajena acercándose a él.
Él quería a Christopher. Necesitaba a Christopher. Él no confiaría en nadie más que en aquel alfa de oceánicos ojos. Él no se dejaría tocar por nadie más que su alfa.
—Q-q-quiero a Chris... Christopher —reveló en medio de sollozos.
—Enseguida vendrá. Pero déjame ponerte a salvo —dijo el otro, volviendo a aproximar sus manos al encogido cuerpo del menor con la intención de tomarlo.
—¡Que no quiero que me toqueeees! —Jeongin dejó escapar el grito más histérico y agudo de toda su vida, aturdiendo por completo los tímpanos del alfa.
El omega lo observó con desprecio, teniendo su mirada acuosa. Solo entonces cayó en la cuenta de que ya había visto antes a aquel hombre. No se trataba de un simple extraño. Era Hyunsik, y por alguna razón su rostro contenía algo de sangre.
—No... no me toques —musitó con su cuerpo sufriendo de leves espasmos por el llanto, escondiendo su cara entre sus manos.
De pronto, escuchó su nombre siendo gritado desde lo lejos. Esa voz. Alguien se acercó corriendo hacia el rincón en el que se encontraba hecho un ovillo. Ese olor. Jeongin levantó la vista con un tembloroso puchero, topándose con unos ojos azules inyectados de preocupación.
El omega saltó de su sitio con prisa, aterrizando entre los brazos de Christopher, quien lo sostuvo con fuerza y lo cargó. Jeongin se aferró al cuerpo del mayor como jamás lo había hecho. Se echó a llorar una vez más, sintiéndose verdaderamente a salvo sabiendo que Christopher ya estaba allí con él, sabiendo que no dejaría que nada malo le sucediera.
Sus deditos estrujaron con inevitable fuerza el saco del alfa, sus piernas, enredadas en la cintura del susodicho, se apretaron con firmeza. Todo con el fin de asegurarse de que nada, ni nadie, pudiera separarlo de él.
Lograba escuchar palabras tranquilizadoras de Christopher, a la par que caminaba lejos de aquella asquerosa habitación, dueña de un nuevo tormentoso recuerdo.
Jeongin se negó a separarse cuando el mayor quiso dejarlo sobre la cama, desesperándose por la simple idea de quedarse solo y desprotegido. Por lo tanto, Christopher se vio en la obligación de sentarse en el borde de la misma, acomodando al omega en su regazo, apartándose ligeramente con el único propósito de verificar que el cuerpo de Jeongin no tuviera ninguna herida.
—¿Te ha hecho daño? ¿Se atrevió a golpearte?... ¿Llegó... llegó a tocarte? —preguntaba al alfa afligido, preocupado, angustiado, a medida que lo examinaba con cuidado.
El rizado utilizó el dorso de su mano derecha para limpiarse la nariz en medio de imparables sollozos e incontrolables espasmos.
—Dime, bebé, dime que te ha hecho —pidió Christopher usando el tono de voz más suave y, a la vez, más entristecido posible, mientras se encargaba de limpiarle las lágrimas con sus pulgares.
—E-él... el q-quiso... iba a...
—Tranquilo, cariño, respira hondo. Ya sé lo que pretendía. Solo dime si ha llegado a hacerte algo. Necesito saber qué tan lejos llegó antes de que lo asesine —dijo con la mandíbula apretada, hirviéndole la sangre de furia, costándole verdadero trabajo creer que Minho fue capaz de traicionarlo de esa manera—. ¿Te golpeó?
Jeongin negó débilmente con la cabeza.
—¿Metió sus jodidas manos por debajo de tu ropa?
Otra vez negó.
—M-me tocó p-por en-encima de la ropa —declaró—, s-se frotó c-contra mí y, y, y... —Jeongin se señaló el cuello hipando de forma involuntaria—... me d-dejó su olor... me hace s-sentir sucio... q-quítamelo, Christopher... ¡quítamelo! —gritó desesperadamente con su voz rota, arañándose la piel, al tiempo que una nueva tanda de angustiosas lágrimas se derramaba de sus rojizos ojos.
De inmediato, el alfa le sujetó las muñecas, sin permitir que siguiera lastimándose a sí mismo. Se levantó de la cama, cargándolo nuevamente entre sus brazos, apegándolo por completo a su pecho. Fue hasta el cuarto de baño y abrió la llave del agua caliente para que la tina se llenara.
Bajo al omega despacio, dejándolo de pie en el suelo, y comenzó a desvestirlo. Christopher lo sentía tan frágil, tan delicado, tan endeble que hacía su mayor esfuerzo por tratarlo con toda la suavidad de la cual era capaz, temiendo lastimarlo de alguna manera.
Lo ayudó a meterse dentro del agua, habiéndose asegurado antes de que la misma estuviese en una temperatura agradable. Se quitó el saco y se arremangó las mangas de su camisa, buscando que estas no se mojaran cuando sus manos se encontraran en contacto con el agua.
No le importó invertir tiempo de trabajo en su pequeño. Lo bañó con paciencia, con tranquilidad, limpiando suavemente cada centímetro de su pálida piel. Deseaba darle todo el tiempo que fuese necesario para que, al fin, pudiese tranquilizarse por completo bajo la contención de un relajante baño que acabara con todas las impurezas que había depositado Minho en él.
Solo cuando el agua comenzó a tornarse fría, Christopher lo sacó de la extravagante tina, colocándole una nívea toalla sobre los hombros, envolviéndolo con la misma. Lo cargó cuidadosamente hasta la habitación, sitio en el que lo secó y lo vistió con un pijama para que se mantuviera cómodo.
Él acabó por quitarse la camisa, la cual mojó de forma inevitable y, mandando a la mierda las horas que le quedaban de trabajo, decidió ponerse ropa ligera y adentrarse en la cama junto con su bebé.
Jeongin se acurrucó contra su pecho, y en sintonía de las consoladoras caricias del alfa permaneció en silencio, tratando de alejar su mente de aquellos horribles recuerdos.
El shock fue disolviéndose de a poco con el correr de las interminables horas de la noche.
Jeongin sabía que lo suyo no había sido más que un terrible susto que reanimó todos aquellos sentimientos de su triste pasado, de cuando un alfa en celo había abusado por primera vez de él, arrancándole la virginidad con brutalidad, sin que hubiera alguien allí afuera que lo salvara.
Ese día, con tan solo catorce años, Jeongin había quedado destruido, física y mentalmente, y nadie hizo nada para ayudarlo. Nadie se preocupó por un pequeño y desamparado omega de tristes ojos verdes que acababa de ser violado.
Y ahora, que ni siquiera había sido tocado debajo de su ropa, que ni siquiera había recibido violentos golpes que le hiciesen sangrar, y ahora que nada demasiado malo le había sucedido había tenido la mayor contención que en toda su vida jamás se imaginó recibir de un alfa.
Era la primera vez que uno de ellos lo ayudaba de tal forma, utilizando su valioso tiempo en consolarlo entre sus brazos, sin importar nada más.
Jeongin respiró hondo, sonriendo de lado. Se encontraba acostado sobre su hombro derecho, observando en medio de las penumbras el rostro adormecido de Christopher. Una de sus manos viajo hasta la mejilla de este, colocándola con suavidad sobre la rasposa zona debido a la barba de unos días. Se acercó despacio, posando sus labios en los del otro, susurrando un débil gracias al separarse.
El alfa paso su brazo por el costado de Jeongin, atrayéndolo a su cuerpo, volviendo a unir sus labios en un beso más movido, en el que ambas partes correspondían de igual modo. Las piernas de ambos se entrelazaron, acortando cualquier espacio entre los dos cuerpos.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Christopher al haber dado por finalizado aquel ansiado beso.
—Mejor —contestó el rizado, sonriendo apenas un poco—. De verdad, gracias.
Christopher se limitó a dejarle un protector beso en la frente.
—Intenta dormir algo, ¿sí? Yo me quedaré aquí, contigo.
El menor asintió. Ciertamente, necesitaba descansar. Ya sus hinchados ojos le pesaban demasiado.
—¿Me podrías cantar? —preguntó en un susurro, mientras cerraba los ojos, ovillándose contra Christopher.
—¿Cantar? —el desconcierto se apodero del alfa—. Yo no canto.
—Por favor... un poquito. Se que suena muy infantil, pero eso hacía mi madre cuando me costaba dormir por culpa de... de... bueno, solo cántame.
—¿De qué?
—Nada, cántame...
—Cuéntame antes.
Jeongin resopló, reprendiéndose.
—Por culpa de un trauma, del cual preferiría no hablar —dijo, melancólico, y se apartó del alfa—. Déjalo, intentaré hacerme dormir por mi cuenta.
—No, quédate —se apresuró a decir Christopher, atrayéndolo de nuevo hacia sí—. Está bien, no te obligaré a hablar de algo que no quieres. Pero, Jeongin, si alguien, quien quiera que fuese, tuvo que ver con ese trauma dímelo y juro que le haré pagar por lo que te hizo.
El omega lo miró, sonriendo de lado ante aquel tono de voz tan vengativo, y a la vez guardián. ¿Christopher realmente era capaz de ir en busca de aquel sujeto que le había arrancado su inocencia? ¿Tanto le importaba aquel pasado asunto?
—Ojalá supiera su nombre —se lamentó Jeongin—. Pero ya no tiene importancia. Quiero dormir, ¿me cantarás o no?
Lo sintió respirar hondo, antes de asentir no muy convencido con la idea. Al cabo de unos segundos comenzó a escucharlo cantar en un tono bajito.
'I might never be your knight in shining armour
I might never be the one you take home to mother
And I might never be the one who brings you flowers
But I can be the one, be the one tonight...'
(...)
El estruendoso sonido causado por la brutalidad con la que se abrió la puerta, provocó un respingo en el omega, quien se hallaba en completa tranquilidad dentro de la habitación, hablando con Félix por teléfono.
Al instante, sus fosas nasales de rebosaron de aquel apestoso olor a alfa enojado. Jeongin frunció el ceño, confundido, echándole una interrogativa mirada a Christopher, cuyos azules ojos se encontraban clavándose en él con ardiente ira.
Tragó en seco, despidiéndose de Félix, cortando la llamada abruptamente.
—¿Qué sucede? —preguntó el rizado, sosteniéndole la intensa mirada, aguantándose la desesperación que le generaba la incertidumbre.
Christopher se aproximó a pasos seguros, parándose justo enfrente de él. Se cruzó de brazos, prepotente, sin dejar de aniquilarlo con su asesina mirada cargada de enfurecimiento. Su ceño firmemente fruncido no ayudaba en nada.
—¿Me vas a decir qué mierda pasa contigo? —se impacientó el omega, poniéndose de pie, puesto que había estado sentado sobre la cama desde que llegó.
—Tú eres quien me tiene que decir qué mierda pasa contigo —espetó solemne, desenredando sus brazos—. ¡Es que no entiendo qué diablos te pasa, Jeongin! ¡No entiendo qué pretendes! ¡¿Dime cómo mierda quieres que cumpla con mi palabra de que nadie te lastimará si tú mismo te metes donde no debes?!
Los potentes gritos del alfa lo intimidaron por completo, viéndose obligado a encogerse sobre sí mismo. Atemorizado, bajó su mirada, colocando una sumisa postura, entendiendo por donde venía el asunto.
Decidió no enfrentarse a Christopher. Decidió no agrandar más el problema y dejarse humillar por este, pues tenía todo el derecho de enojarse con él.
—¡Contéstame! ¡¿Qué mierda hacías en la habitación de Minho?! ¡Es que piensas tirarte a todos los alfas de la puta casa, ¿eh?! ¡¿Quieres dejarme en completo ridículo?! ¡¿No te bastó con Hyunsik que también querías revolcarte con Minho, pero luego te arrepentiste o qué?! ¡Explícame que no lo entiendo!
—No... —susurró el omega, totalmente apenado, comenzando a llorar de manera silenciosa—. En ningún momento he querido tirarme a otro alfa, Christopher, ni mucho menos a Minho. De saber que estaba en celo jamás habría entrado.
—Entonces, ¿por qué entraste?
—Y-yo... no sé en qué pensaba realmente. Soy impulsivo. Quería vengarme, quería que ese imbécil me escuchara.
—¿Vengarte de qué? —indagó, frotándose el puente de la nariz en una clara muestra de exasperación.
—De lo que le hizo a Félix.
El alfa elevó una ceja, uniendo todos los cabos, despejando la gran nube de confusión que se había instalado en su mente. Negó con la cabeza cuando lo comprendió, sin terminar de creérselo.
—Lo que paso es problema de ellos. No tuyo. No debes meterte en los asuntos que no te conciernen —reprendió el castaño con frialdad.
Jeongin frunció el ceño ante aquellas palabras que le disgustaron por completo.
—Hipócrita —escupió de repente con desdén.
—¿Cómo?
—Que eres un jodido hipócrita —dijo, alzando la voz para que lo escuchara fuerte y claro. Levantó la mirada con firmeza, sin miedo, ni temor—. Claro, yo no puedo vengarme por mi mejor amigo porque no es problema mío y tú si puedes meterte en mis delicados asuntos queriendo hacer justicia por mi cuando yo no soy nada tuyo. En ese caso, quédate tranquilo, que a ti no te concierne en lo absoluto que hayan atentado en contra de mi voluntad, violándome en medio de un callejón, arrancándome la virginidad de la forma más burda y desgarradora. Nada debería importarte, después de todo, el problema es mío. No tuyo.
Dicho eso, aparto al alfa de su camino, el cual había quedado anonadado por aquel inesperado giro en la conversación. Jeongin deseó marcharse hacia cualquier parte con tal de estar lejos de él, pero Christopher no se lo permitió, tomándolo suavemente del brazo.
—Jeongin, yo... Oh, mierda, ven aquí —mencionó este, entristecido, estrechándolo contra su cuerpo en un fuerte abrazo.
—Déjame, no necesito de tu jodida lástima —repuso el omega, enojado, batallando con el fin de romper todo contacto con el alfa.
De un ágil y preciso movimiento consiguió escabullirse de entre los brazos del otro, apartándose lo justo y necesario para mirarlo de frente.
—Aclaremos algo, porque estoy cansado de esta maldita situación —expresó con fastidio—. Mírame, Christopher, mírame. Ya sabes de qué clase de barrio vengo, sabes qué clase de omega soy. Sabes que no valgo ni un puto centavo y que no soy digno de nada. ¿Por qué te molestas en preocuparte por mí? ¿Por qué lo haces? ¿Por qué te empeñas en tratarme con tanto cariño? Es que, ¿acaso así tratas a todos tus omegas o qué?
Lo vio fruncir el entrecejo y retroceder ligeramente, procesando aquellas palabras, luciendo bastante dolido.
Jeongin respiró profundo antes de seguir hablando.
—Con eso no quise decir que no me gustara que conmigo fueras de tal forma... Pero, es que no sé qué esperas de mí, Christopher. Yo no pensé que iba en serio cuando me dijiste que no me querías solo para sexo. Y... y no sé qué pretendes conmigo, no sé por qué te intereso más que otros, pero desde ya te digo que no soy bueno para ti. Así que te sugiero que no mal gastes tu cariño en mí y que me folles hasta que te canses, porque lo único que yo deseo es librarme de esto cuanto antes y volver a tener mi independencia. Volver con mi callejero grupo, volver a drogarme, volver a los clubes, a las fiestas. Volver a mi vida.
El omega habló con decisión, exponiendo sin pizca de dubitación su opinión con respecto al tema, esperando que el alfa finalmente comprendiera que no valía la pena desperdiciar el tiempo en cursilerías. Cursilerías que no hacían más que confundirlo, que ilusionar a su omega interior.
Y Jeongin no debía dejar que eso sucediera. No debía dejar que su omega se acostumbrara a los estúpidos mimos, las estúpidas caricias, el estúpido amor.
Jeongin odiaba a Christopher por tratarlo de esa especial manera. De esa misma que enamoraba a su omega.
Lo odiaba, porque él quería seguir con su plan, seguir con su vida. No quería estancarse allí, atrapado en un aburrido y jodido romance patético. No quería que Christopher lo quisiera. No quería tener alfa. No quería tener una mordida. No quería que fueran padres.
No quería tener nada con Christopher. O, quizás sí, pero tenía miedo, mucho miedo. Miedo de fallar, miedo de no poder ser la pareja ideal, miedo de no poder con tanta responsabilidad, miedo de agobiarse y abandonar al alfa y al bebé.
Por eso prefería permanecer en su zona de confort, en las calles, en las fiestas, con su gente, donde no tenía que preocuparse más que de sí mismo. Donde el alcohol solía ser su fiel compañía y la droga su eterna alegría. Donde no habría a quién decepcionar, donde no habría a quien lastimar. Donde el amor no existía y las lágrimas no caían. Es ahí donde él quería estar.
Por ende, su plan de dejarle su cachorro a su madrastra no decaería.
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