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ཻུ۪۪ 13

Jeongin se removió en un completo estado de somnolencia bajo las calidez de aquellas sábanas que, junto al alfa, le brindaron calor durante la noche entera. Buscó una nueva posición cómoda en la que colocarse y seguir durmiendo. Pretendía encontrar el cuerpo del ojiazul para acurrucarse junto a él, más al no sentirlo en su lado de la cama, abrió los ojos, extrañado, dándose cuenta que lo único que lo acompañaba bajo las sábanas era la soledad.

Bostezó, estirándose con pereza. Una genuina sonrisa se asomó en su rostro al traer al presente los bonitos recuerdos de la noche anterior. Suspiró con aires de romanticismo, aspirando profundamente el embriagador aroma del alfa que estaba impregnado en el ambiente. Y Jeongin pensó que adoraría despertar allí todas las mañanas.

La amplia habitación se encontraba iluminada muy débilmente por la escasa luz matutina que le ofrecía el exterior. Era un día poblado de grisáceas nubes que prometían tormentas. Típico de Londres.

El omega se incorporó, tallándose los ojos con cuidado. Quitó las sábanas de encima de su desnudo cuerpo, y apenas se levantó vislumbró sobre la mesita de noche un bellísimo, enorme y colosal ramo de flores, en el que podría jurar que había alrededor de cien rosas rojas unidas por un encantador envoltorio que era sostenido por una elegante vasija.

La sorpresa lo inundó por completo, pero fue reemplazada rápidamente por un cúmulo extra de felicidad. Su corazón se derritió allí mismo por aquel dulce gesto que para él significaba demasiado. Jamás había recibido un regalo de la infinidad de tipos que lo habían follado, tampoco era como si él lo pretendiera. Él no quería nada de ningún alfa más que atención sexual, droga o alcohol.

Sin embargo, allí estaba, conmocionado a más no poder, con una gigantesca sonrisa estúpida estampada en la cara, sintiendo el modo súbito en el que tontas mariposas revoloteaban en su estómago sin nada mejor que hacer. Se sentía tan especial, tan consentido, tan mimado, que su omega, preso de sus encantos, ya estaba dispuesto a caerse rendido ante sus pies.

Pasó un largo rato contemplando el ramo de rosas entre suspiros, pensando en qué clase de droga le habrían metido en su última bebida para estar alucinando con tal magnitud.

Debía ser un sueño, sí. Ningún alfa sería capaz de cortejar a un omega tan usado, tan impuro, tan desgraciado como él. De seguro se encontraba postrado en una camilla de hospital con un coma alcohólico y todo eso no era más que producto de su inconsciente. Pero no importaba porque estaba siendo demasiado feliz en su sueño, o fuese lo que fuese.

Por lo tanto, sin abandonar la dicha que controlaba su ser, se fue directo a la ducha. Al salir, con una toalla envuelta en su cintura y otra entre sus rizos, indagó dentro del armario del alfa que ropa ponerse. Suponía que este no se enojaría si utilizaba prendas de su pertenencia. ¿O acaso qué pensaba? No saldría de la habitación desnudo a descifrar dónde diablos estaba su supuesto cuarto, donde tenía su supuesta ropa.

Se colocó uno de sus bóxeres, y optó por una de sus tantas camisas escogiéndola al azar. Se miró en un espejo, admirando lo bien que se veía llevando sólo eso. Sonrió satisfecho, y sin más nada que hacer, salió de la habitación en busca del alfa, sin siquiera importarle la posibilidad de toparse con alguien desconocido en su camino. Es más, ¡que lo vieran! Así alardeaba la razón de su presencia.

Caminó con seguridad a través de los corredores, tratando de descubrir dónde estaban las escaleras. Por fortuna, no tardó en hallarla y descendió, pero le resulto raro que la misma lo dirigiera a un nuevo corredor. ¿Y la escalera principal por la que había sufrido aquella pequeña y bochornosa caída?

Totalmente confundido, continuó caminando sin saber en lo absoluto hacia donde iba. Y lo que era más extraño aún: no se veía señal de nadie, en lo absoluto, ni siquiera una sirvienta.

Sus pies se frenaron en seco cuando, de repente, oyó a sus espaldas un corto silbido, llamándolo. Se quedó tieso, pero todos sus músculos se relajaron al voltearse y darse cuenta que era el alfa de oceánicos ojos azules. Sonrió de inmediato.

—¿A dónde pensabas ir, bonito? —la pregunta se escurrió de entre sus labios seductoramente, para luego esbozar una coqueta sonrisa—. Buen día, ¿no?

Jeongin se acercó a él casi corriendo, irradiando felicidad con su rostro iluminado. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello, y lo besó con energía, demostrándole que era más que un buen día.

—¿Has desayunado? —quiso saber el alfa, poco después de haber dado por finalizado aquel deleitoso contacto entre sus labios.

—Te buscaba para eso, quiero desayunarte —expresó el aludido derrochando lascivia en su tono de voz.
En sus ojos habitaba una llamativa chispa de deseo que no pretendía pasar desapercibida. Christopher se mordió el labio inferior, divertido, y negó con la cabeza. Lo tomó de la barbilla y volvió a unir sus labios en un enérgico beso recargado de pasión.

—Ven, entra, pediré que te suban el desayuno —dijo, dejándole el pase libre hacia su despacho.

Jeongin ingresó sin titubeos, recordando aquel sitio a la perfección. Ver algo conocido en aquel enorme laberinto de mansión era algo agradable; algo así como llegar por fin a casa, a la zona de confort. Y el omega lo demostró muy bien al decidir echarse en uno de los sofás con la mayor confianza.

—No necesito que suban nada. Tú ya estás aquí, es decir, no hay como el semen de un alfa por la mañana —canturreó el rizado entretenido.

El alfa frunció el ceño, disgustado por completo con aquel comentario. Los celos lo aniquilaban por dentro de solo pensar en cuantas veces Jeongin se habría despertado con otro alfa, diciéndole lo mismo. Un gruñido se atascó en lo profundo de su garganta al imaginarse a cualquier otro depositando su jodido semen en la boca de su omega. Y no lo soportó. El gruñido arrasó su garganta siendo dominado por el súbito enojo.

El desconcierto que se ganó Jeongin fue total, asesinando cada rastro de deseo o perversión de su rostro. No comprendía que había ocurrido, que había hecho mal para que el alfa se enfadara de un segundo a otro.

Jeongin se acercó a él con cautela, ligeramente asustado. Posó despacio una de sus manos en su mejilla, tratando de calmarlo con su suave tacto.

—Lo siento si he dicho algo que te molestó, solo jugaba —se disculpó arrepentido, acariciando levemente la mejilla rasposa por la pequeña barba de unos días.

—Mío —gruñó el alfa territorial, apegando al omega a su cuerpo—. Quiero que seas mío, de nadie más.

Jeongin se sorprendió gratamente, y no se demoró en formar una leve sonrisa en la comisura de sus labios.

—Ya soy tuyo —mencionó con seguridad—, al menos lo seré hasta que te canses de mí.

Aquello hizo que Christopher dejara de estar tenso. Suavizó su expresión con notabilidad, y hasta habría sido capaz de decirle que jamás se cansaría de él, pero prefirió guardárselo.

—¿Con cuántos alfas has estado? —cuestionó el susodicho intentando mantenerse relajado ante el asunto.

El menor lo miró estupefacto. Tragó en seco al instante, pues no sabía a qué venía aquello.

—N-no... no lo sé.

—¿Has tenido alfa?

—Alguien como yo no podría tenerlo —contestó volviendo su expresión taciturna.

—¿Por qué no? —interrogó Christopher con una ceja alzada.

—Porque yo solo sirvo para sexo, nadie me querría más que para eso... Además, estoy bien así, prefiero ser independiente.

El alfa suspiró pesadamente. La frustración lo invadió al no ser capaz de contradecirlo, pues, en verdad, él ni siquiera estaba seguro de para qué lo quería. Tenía que aclarar sus ideas. ¿En qué mierda estaba pensando? Jeongin estaba allí para servirle sexualmente y ya. Eso era todo, y no importaba lo que sintiese su alfa. Estaba claro que el omega de Jeongin no sentía lo mismo.

—Aclaremos los puntos —anunció Christopher severo, apartándose de golpe del rizado para encaminarse hacia su escritorio.

Jeongin lo siguió, respirando hondo, preparándose para lo que vendría. Observó al castaño ubicarse en su lugar en torno al escritorio, éste le indicó que tomara asiento del lado contrario frente a él. Jeongin obedeció, mientras le oía comunicarse con el personal de cocina para que le subieran el desayuno.

—Quiero que nos pongamos de acuerdo en esto. Ya me quedó bastante claro que no eres la clase de omega que yo manejo, pero eso no quita que desee que permanezcas conmigo. Ya te lo he dicho, no te dejaré ir, y si hace falta que haga algunos cambios en mis reglas, lo haré con tal de que me prometas que te quedarás conmigo.

—Eso me agrada —expuso el omega contento, subiendo sus piernas al pequeño sofá, dejándolas a la altura de su pecho—. Hay muchas cosas que no me gustan, como por ejemplo eso de cuidar mi vocabulario, tampoco eso de los castigos, ni mucho menos eso de que pretendas que te obedezca en todo.

Christopher dio una profunda inhalación antes de hablar.

—Lo del vocabulario podría dejarlo pasar, pero solo entre nosotros dos. No quiero escucharte decir ni la más mínima grosería frente a terceros, y menos cuando salgamos.

—¿Salgamos? ¿Te refieres a nosotros? Te he dicho que...

—Eso no se discutirá. Tú saldrás conmigo a donde quiera, cuando quiera —decretó el alfa, haciendo que el omega rodeara los ojos.

—De acuerdo —bufó—. Pero si lo arruino, será tu culpa, no mía.

—Se que no lo harás —aseguró, al tiempo que encendía un cigarrillo. El humo se escapó de entre sus labios luego de darle una calada—. Con respecto a lo otro, yo necesito que estés dispuesto a aceptar ser lo más cercano a un sumiso en la cama, pero no tiene por qué ser así siempre. Podemos alternar, es decir, lo de anoche fue... increíble. Has superado todas mis expectativas y tendrás tu recompensa por eso.

Una enorme sonrisa se plasmó en el rostro de Jeongin, quien de inmediato se sintió sumamente orgulloso de sí mismo. Lo había logrado.

—Pero, de verdad, yo necesito tenerte de ese modo. Necesito que intentes meterte en la piel de un sumiso, que intentes obedecerme y dejarte llevar, tal como lo he hecho anoche contigo. Yo me dejé y tú hiciste lo que quisiste conmigo, necesito que hagas exactamente lo mismo por mí.

El omega lo deliberó un instante manteniendo su mirada enfocada en sus dedos, tratando de no darle interés al tentativo humo que se extendía en el aire hasta disiparse.

—Lo intentaré, solo si me prometes que lo de anoche se repetirá seguido —propuso éste, para luego morderse el labio inferior y mirarlo traviesamente.

—Oh, claro que se repetirá. Lo haremos cuantas veces quieras, siempre y cuando tú cumplas con tu parte.

—Trato hecho —dijo Jeongin sonriente, visibilizando sus adorables hoyuelos, al tiempo que se ponía de pie. No dudó en escupirse en la palma de su mano y extenderla con la finalidad de que fuese estrechada, por el contrario.

El rostro del alfa se contrajo en una mueca de asco, y el omega soltó una sonora carcajada, quitando su mano.

—Eres un asqueroso —masculló aún asqueado.

—Y tú un amargado. Dame algo para limpiarme, ¿quieres?

Christopher negó con la cabeza en un gesto de desaprobación, mientras se encargaba de revisar en los cajones de su escritorio en busca de algún pañuelo de papel.

—Además de asqueroso, descarado, no entiendo como mi alfa puede... —paró en seco, dejando la oración inconclusa, puesto que se llevó la sorpresa de advertir que aquello lo estaba diciendo en voz alta.

—¿Puede qué? —preguntó Jeongin, curioso, sonriendo con incredulidad.

—... soportarte —mintió tranquilamente, entregándole un pañuelo. Esa no era la palabra que completaba la oración. Pero, por supuesto que él no dejaría expuesto lo que sentía su alfa.

—¿Quién no soportaría a un ser tan atractivo como yo? —la pregunta retórica bañada de sarcasmo salió con diversión de entre los labios del menor—. Listo, manita limpia —agregó haciendo un bollo con aquel pañuelo con el que se había limpiado.

—No vuelvas a hacer eso, y todavía no hemos cerrado el trato. Así que ven aquí, ahora —exigió el alfa señalando su regazo.

Jeongin obedeció, sonriente. Se acomodó sobre sus piernas, aprovechando para echarle una mirada más de cerca a la cantidad de hojas, folios y carpetas que había allí. No tardó en sentir manos ajenas en su cintura y un par de húmedos labios colisionar con la piel de su cuello.

—A partir de ahora dormirás conmigo en mi habitación. Escoge toda la ropa que quieras, y alguien se encargará de trasladarla. Siguiente punto, no pretendo tenerte aquí como un prisionero. Puedes salir si quieres, pero debes informarme y no puedes tardar mucho. Solo durante el día y tendrás un chofer que te llevará, te esperará y te vigilará.

—¿Tan controlador eres? —reprochó.

—Es por protección.

—Como sea, ¿qué más?

—Trata de pedirme permiso antes de hacer algo, o si quieres algo encárgate de hacérmelo saber. Dentro de lo que establecimos, si considero que no has cumplido no debes rehusarte a recibir el castigo, de ser así el mismo se extenderá. Ya he aclarado que mis castigos no incluyen golpes, ni nada que se le asemeje. En el caso de que cumplas a la perfección y superes lo previsto tendrás tu merecida recompensa.

—De acuerdo —expuso Jeongin resignado, dejando que su espalda cayera sobre el pecho del alfa, cuyo aroma resaltaba en el ambiente—. Lo intentaré, pero tenme paciencia y no esperes maravillas de mí. No estoy acostumbrado a esto.

—Paciencia es lo que me sobra contigo —dijo Christopher rozando con su nariz los rizos del bonito omega.

Sus manos se infiltraron por debajo de la camisa que se había puesto Jeongin sin su permiso, comenzando a acariciarle la cálida piel del abdomen, percibiendo el modo en que se erizaba la misma bajo su tacto. Sus manos bajaron, pasando por la tela del bóxer, hasta llegar a la parte interna de sus muslos, dándole el inicio a un caliente juego de manoseo.

La cabeza de Jeongin se echó hacia atrás, reposándose en el hombro del alfa mientras permitía que éste lo tocara, lo acariciara, lo llenara de deseo con sus atrevidos dedos adentrándose en su ropa interior.

De repente, la puerta fue golpeada con brusquedad, ocasionando que las manos del alfa abandonaran su sitio con extrema rapidez, transformando la excitación en espanto en una muy reducida cifra de segundos. Una sirvienta jamás golpearía de esa forma.

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