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ཻུ۪۪ 08

La introducción de la canción Bad to the Bone de George Thorogood sonando de fondo era lo único que a Jeongin le hacía falta para complementar su perfecta entrada de chico malo.

La tonada rocanrolera iba, sin rastros de error, totalmente a juego con aquella chaqueta de cuero que el omega optó por colocarse encima de una camisa oscura, la cual llevaba sin abotonar los primeros botones, dejando al descubierto una leve fracción de su pecho. Lugar en el que habitaban pequeñas marcas violáceas, producto de Christopher.

Un jean negro completaba su atuendo, uno lo suficientemente ajustado para remarcar bien sus largas y refinadas piernas. Unos zapatos Gucci adornaban sus pies, unos de los cuales se había maravillado al segundo en el que los vislumbró en aquel colosal closet atiborrado de ropa que, al parecer, era destinada a él. O así le habían dicho.

Mientras Jeongin bajaba aquella escalera de mármol con el propósito de encontrarse con Christopher, se imaginaba la escena con dicha canción de fondo, tal película de Hollywood. El bajando en cámara lenta, luciendo irresistible, con una ligera brisa removiéndole apenas un poco sus rizos, sacando de su bolsillo unos lentes de sol y colocándoselos como todo un bad boy.

Pero la perfecta escena que había armado en su cabeza, donde él era el protagonista, fracasó con notabilidad. Su espléndida presentación se fue al demonio cuando pisó mal uno de los últimos peldaños y perdió el control del equilibrio.

Y no, no resultó ser como en las películas. Ningunos brazos lo sujetaron salvándolo de estrellarse contra el piso. Christopher no estaba para rescatar la fallida escena y transformarla en una caída romántica. De esas que luego terminan en un beso.

Solo fue él encontrándose con la dureza del piso.

Aturdido, se levantó con rapidez. Se acomodó un poco la ropa, y se dispuso a fingir que nada había ocurrido. Todo estaba bien. Nadie había visto eso. Soltó un resoplido y se pasó una mano por el pelo, echándole un vistazo a su alrededor.

Solo advirtió la presencia de una persona a unos cuantos metros de allí. Lo que aparentaba ser un guardaespaldas aguardaba de pie a un lado de una enorme y singular puerta que, Jeongin supuso, era la entrada principal.

Suspiró, apenado, sin siquiera saber hacia dónde ir. Lo que a él le habían dicho era que el joven Bang lo estaría esperando abajo, más no había señales del alfa por allí. Únicamente se movió cuando el tipo junto a la entrada abrió la puerta y le indicó con un gesto de la mano que pasara. Lo estaba dejando salir. Afuera. Esa era su oportunidad de escaparse.

Sin embargo, al salir todas sus esperanzas de marcharse libremente se esfumaron por completo. El sitio tenía más de doscientos metros de reluciente pasto que era dividido por un camino de asfalto que guiaba hacia el portón de entrada. Un portón que contaba con bastante seguridad. Y Jeongin solo podía pensar en que era un tonto por no haberlo supuesto.

Bajo los peldaños del semejante porche que poseía la mansión, y a su derecha percibió un auto negro estacionado y junto a este estaba el alfa de ojos azules con un elegante traje hablando por teléfono. No tardó en colgar cuando él lo vio.

—¿Y esto? —fue lo primero que mencionó Christopher luego de examinarlo de abajo hacia arriba y viceversa.

—Se le llama ropa —contestó Jeongin altanero, sin un ápice de temor.

—¿Y tu traje? —interrogó el alfa molesto, casi gruñendo.

—Oops, no lo traje —respondió burlón, recordando que una de las sirvientas le había dejado claro que debía vestirse formalmente. Pero el eludió la zona de los aburridos trajes y se encaminó por algo más cómodo.

El alfa cerró los ojos y respiró hondo, buscando que la paciencia no se apartara de el tan pronto. No quería que el enojo lo cegara con tal rapidez. Abrió los ojos y analizó el atuendo una vez más. Se tranquilizó un poco cuando reparó en que al menos llevaba una bendita camisa.

Una camisa sin corbata y sin terminar de abotonar. Christopher negó con la cabeza, desaprobándolo, pero acabó cediendo. Al fin y al cabo, no le quedaba nada mal, y no tenían tiempo.

—Que esto no se repita —espetó el alfa, mirándolo con frialdad. A continuación, le abrió la puerta trasera del auto—. Sube.

—Como sea —dijo rodeando los ojos, y se adentró al vehículo—. A propósito, sigo esperando mi celular, daddy.

—Continúa así y no tendrás nada —le advirtió el castaño y le cerró la puerta.

Jeongin frunció el ceño. Debía encontrar la manera de complacer al alfa sin tener que dejar de ser él mismo. Porque no iba a cambiar, de eso estaba más que seguro. Pero, entonces, ¿Cómo haría? Un bufido huyó de entre sus labios. No soportaba la situación.

—Me surgió algo de improvisto y los planes cambiaron. Iremos a cenar, pero no estaremos solos —reveló el alfa después de haberse subido al auto por el lado contrario—, y te pido por favor que te comportes —hizo una pausa para indicarle al chofer que arrancara, luego volvió su vista al omega—. Son personas importantes, y si llegas a arruinarlo o dejarme en ridículo no dudare en destrozarte. Así que haz lo que te pida.

El menor procesó aquellas palabras con cierta dificultad, sintiéndose mayormente presionado. No sabía muy bien cómo reaccionar o cómo sentirse. Era extraño. ¿Por qué lo llevaría a él si sabía los problemas de obediencia que tenía? Entonces, se preocupó. ¿Y si lo arruinaba todo? Estaba claro que lo haría.

—¿No prefieres que me quede? —murmuró la pregunta medio atemorizado—. Será mejor que lo haga, yo no sirvo para... —suspiró entristecido—... exponer.

—¿Por qué te rebajas? —cuestionó molesto manteniendo su vista al frente—. Por protocolo tengo que tener un acompañante, por lo que vienes conmigo.

—Oh, entiendo, voy contigo porque no tienes opción —argumentó medianamente ofendido.

Suspiró de nuevo, dejando que la tristeza acoplara todas sus emociones. No albergaba pretensiones de disimularlo, por lo tanto, dejó caer su cabeza en el respaldo del asiento, y con su rostro decaído miro a través de la ventana el recorrido que al auto efectuaba. No le importaba que el ambiente comenzara a oler a omega afligido.

—Por favor, Jeongin. Podría tener a cualquier otro omega si así lo deseara. Si vienes conmigo es porque quiero, no porque no tenga opción —aclaró Christopher exasperado, y a continuación pasó uno de sus brazos por encima del hombro del omega con el propósito de atraerlo hacia su cuerpo.

El rizado cedió sin problema, acurrucándose con gusto en la calidad de su pecho. La tristeza que sentía se disipo de a poco con aquellas palabras que expresó el alfa.

—¿Y no te importa que te vean junto a un omega varón? —indagó curioso, casi ronroneando.

—¿Por qué debería importarme? —objetó.

—No lo se, reputación.

—Poseo una reputación muy marcada como para que cambie por el género de mi omega. El asunto sería otro si fueras un beta, o peor, un alfa. Ahí si me preocuparía.

Una deslumbrante sonrisa asomó sin prisa en el rostro de Jeongin, quien había dejado de prestar atención a las palabras del alfa por la culpa de centrarse en solo dos de ellas: mi omega. Aquello sonaba tan bonito saliendo de los labios de aquel hombre que emanaba su nuevo aroma favorito, tan bonito que su omega interior ya se estaba derritiendo.

(...)

Debí haberme puesto un maldito traje, esa era la frase que con más frecuencia transitaba por la mente de Jeongin mientras se hallaba sentado en torno a una gran mesa en una zona reservada poblada de gente vestida con extrema elegancia.

El lugar mismo era un lujo, y él no era digno de este. O eso creía, pues no dejaba de sentirse como un jodido bicho raro fuera de lugar.

Cada imponente alfa que ocupaba su sitio en la mesa era acompañado de una omega que rebosaba de belleza y perfección metida dentro de un refinado vestido. Hasta inclusive divisó a Minho en un extremo junto a una preciosa hembra.

Y ahí estaba él, con el autoestima por el piso solo por el hecho de ser un omega hombre. De ser el único omega hombre. No podía sentirse peor. Si había algo que ansiaba más en aquel momento era salir corriendo de allí. Ya no lo soportaba, y eso que habían llegado hacía solo quince minutos.

Pero la tensión aumentaba por cada segundo que pasaba, haciendo que aquellos quince minutos fueran un verdadero sufrimiento. No sabía qué era lo que le ponía más nervioso, si la mirada poco furtiva e intimidante de los demás alfas que lo analizaban con incredulidad o los pares de guardaespaldas que custodiaban la mesa en completa cautela desde la distancia.

Se trataba de un mix de sensaciones la que se encontraba experimentado. Era una mezcla entre miedo por arruinarlo y salir cruelmente lastimado, nervios por no ser aceptado por quienes fueran aquellos, por lo visto, importantes hombres, enojo por no haberse puesto más presentable, tristeza por ser tan imperfecto y confusión porque el idioma que predominaba en la mesa era el italiano.

Una mano se posó en su muslo suavemente. El omega volteó por instinto hacia su izquierda, encontrándose con la mirada pacifica de Christopher, quien parecía haber percibido su estado.

—Necesito que te relajes —le susurró sereno cerca de su oído—. Tú no eres menos, Jeongin. Vamos, que no te importe —agregó, aspirando un poco de su aroma, todavía con la mano sobre su muslo.

Las mejillas del omega adquirieron un pequeño tinte carmesí, dado que no le era para nada difícil descubrir que más de una mirada estaba puesta en ellos. Ni siquiera se molestaban en disimularlo. Sin embargo, lo que más le molestaba era la odiosa mirada de desprecio de las omegas que pretendían soltar un cierto aire de superioridad ante él.

—Ellas son preciosas y... y yo... —musitó casi haciendo un puchero en sus labios, dejando la oración inconclusa dando a entender con un suspiro afligido cuál era su punto.

—No, no es así —objetó el alfa disgustado—. No te compares. Ellas lucen preciosas por la cantidad de maquillaje que cargan encima, pero tú no necesitas nada de eso para verte precioso porque ya lo eres. Es decir, mírate, ni siquiera te has preparado como se debe y aun así luces perfecto.

Jeongin sonrió tímidamente, sintiéndose muchísimo más animado ante los encantadores cumplidos que su alfa le había dicho sin una gota de ironía. Eso era justo lo que prescindía para que su autoestima volviera a su lugar en la altura.

—¿Eso crees? —quiso corroborar el omega, pestañando seguidas veces, anunciando cuan feliz se sentía con su espléndida sonrisa.

—Por supuesto, bebé —aseguró sonriente, mirándolo de frente. Una de sus manos se trasladó al mentón del menor y unió sus labios sin dar rodeos.

Lo estaba besando. Allí, frente a todos. Un alfa y un omega del mismo sexo compartiendo un momento íntimo en medio de una cena importante. Y si a Christopher no le importaba, Jeongin decidió que a él tampoco le importaría. 

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