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Capítulo 8

El bar estaba abarrotado de gente. Todas las mesas se encontraban ocupadas y había varias personas de pie distribuidas en pequeños grupos, todos con un trago en la mano y balanceándose al ritmo de la música. Más al centro, un grupo de chicas, todas con accesorios carnavalescos, bailaban alegres mientras celebraban lo que parecía ser una despedida de soltera. No pudo evitar recordar sus intentos fallidos por hacer lo mismo con Lucila antes de que ella y su hermano se casaran.

Junto con Daniela, lo habían dispuesto todo para que tuviesen una salida de chicas. Irían a cenar a un lindo restaurante con vista al río y después a un boliche para terminar la noche bailando. Su cuñada le había dicho que no quería nada de strippers, así que tuvo que quedarse con las ganas. Sin embargo, no le importó. Sabía que con cualquier cosa que hiciesen lo pasarían bien. Pero entonces, su querido hermano y su compañero aparecieron a mitad de la fiesta para cortar toda la diversión.

Bueno, al menos para ella. Las otras dos, en cambio, estaban encantadas con tener a sus hombres allí. En realidad, no las culpaba. Si hubiese estado en pareja en ese entonces, seguramente ella también se habría sentido feliz de ver a su chico, ¿verdad? Bufó. ¿A quién engañaba? Nunca antes había sentido esa añoranza por nadie, esas ganas irrefrenables de ver a otra persona, de sentir sus brazos alrededor de su cuerpo y sus labios devorando los suyos. Hasta ahora.

—¿Sucede algo?

¡Mierda! Estaba tan ensimismada en sus pensamientos que se olvidó por completo de donde se encontraba y, peor aún, que él estaba justo detrás de ella.

Dio media vuelta y alzó la vista. Casi se le cortó la respiración cuando sus ojos se clavaron en los suyos. ¡Dios, se veía tan sexy! Advirtió que se había quitado la corbata que siempre llevaba en el cuello cuando trabajaba y los primeros botones de su camisa se encontraban desprendidos, lo que le daba una sutil visión del vello en su pecho.

"Los ojos están arriba, Ana", se recordó a sí misma al percatarse de que se había quedado mirándolo como una tarada. A regañadientes apartó la vista de su cuello para centrarse en su rostro. ¡Error! Su cabello seguía húmedo a causa de la lluvia y un rebelde mechón ondeado caía sobre su frente. Cerró la mano en un puño para refrenar el intenso impulso de tocarlo que la había invadido.

—No, solo me acordé de algo —alcanzó a decir con voz quebrada.

Él frunció el ceño cuando, al dirigir la mirada hacia el lugar donde ella había estado viendo, observó lo que las mujeres estaban haciendo.

—¿De tu despedida de soltera? —preguntó volviendo a posar sus ojos en los suyos.

—¿Qué? ¡No! Me refería a... Yo nunca...

Detuvo su repentina verborragia al verlo esbozar una sonrisa traviesa. ¡Estaba jugando con ella! Sonriendo también, reaccionó sin pensar, como lo hubiese hecho con cualquiera de sus amigos, y lo golpeó con suavidad en un costado del pecho. Tarde se dio cuenta de que nunca se había comportado de ese modo con él. Nerviosa, intentó apartar la mano, pero, en el acto, él la cubrió con la suya, atrapándola, y la presionó, aún más, contra su cuerpo. Sus ojos volvieron a coincidir y todo en su interior vibró. ¿Cómo hacía para generarle tantas cosas?

No había sido su intención tocarla, mucho menos acercarla a él, pero no pudo evitarlo. En cuanto sintió su calor a través de la tela de su camisa, estuvo perdido. Cuando la había oído bufar, minutos antes, mientras miraba a ese grupo de chicas, le llamó la atención y, luego de su respuesta, no tardó en inferir en quién estaba pensando y el recuerdo de Lucila lo alcanzó también a él. Podía estar equivocado, por supuesto, pero su intuición le decía que no. En las pocas semanas desde que la había conocido, se había dado cuenta de lo cercana que era a su familia.

Decidido a parar el sinfín de pensamientos negativos que sabía que vendría a continuación, había bromeado con ella. No podía permitirse regresar al pasado, a ese tiempo en el que, incluso, había llegado a desconocerse a sí mismo. Necesitaba quedarse en el presente y nadie mejor que Ana, y todo lo que ella le hacía sentir, para anclarlo en el aquí y ahora. Y no se había equivocado. El modo en el que se apresuró a aclararle que era soltera le resultó adorable y evitó que oscuros recuerdos lo succionaran al instante en una espiral de culpa y remordimiento.

Pero ella fue más allá y, con toda la naturalidad del mundo, lo empujó levemente en una instintiva reacción amistosa. Entonces, su mano fue directo a la suya abarcándola toda. Presionó contra su pecho para sentirla más cerca y su calor lo alcanzó al instante irradiándose, cual descarga, por todo su cuerpo. ¡Dios, quería besarla! Tenía tantas ganas de volver a apoderarse de esos suaves y gruesos labios que su corazón se disparó de solo pensarlo. Sin embargo, sabía que no debía. No podía arriesgarse a comprometerla de ese modo.

—¡Ahí están, vamos!

La voz de Estefanía, alzándose por encima de la música, lo sacó de sus pensamientos. La soltó de inmediato al tomar consciencia de donde se encontraban y retrocedió un paso. En el acto, intercambió una breve mirada con la chica y le pareció advertir un destello de molestia en sus ojos. ¡Carajo! Era evidente que lo había visto sujetar a Ana y, aunque no estaba seguro de por qué, no parecía haberle gustado demasiado. Maldijo al caer en la cuenta de que se estaba volviendo descuidado. No sabía qué tan amigas eran y no podía permitir que sus acciones la perjudicaran de ningún modo.

En silencio, las siguió hasta la mesa donde se encontraba el resto de la banda junto a una de las camareras de la discoteca. Había más personas con ellos, pero no recordaba haber visto a ninguna antes. Si bien socializar no era su fuerte, mucho menos cuando apenas había dormido y tanto el agotamiento físico como el mental comenzaba a pesarle, lo haría por ella. Todo en su interior se había agitado cuando, en la puerta, le dijo que deseaba que se quedase y no iba a desaprovechar la oportunidad de pasar tiempo a su lado.

—¡Hola! —los saludó la cumpleañera al verlos llegar—. ¡Qué bueno que pudieron venir! ¡Oh, ¿también vino Gustavo?! —le preguntó a Ana en cuanto sus ojos se posaron en él.

Notó cómo ella se tensaba al oír ese nombre y, bajando la mirada, nerviosa, negaba con la cabeza. Luego, cerró su mano, esa que antes estuvo sobre su pecho, formando un puño apretado. Era evidente que la pregunta la había incomodado. Sintió el repentino impulso de deslizar la suya sobre esta, entrelazar sus dedos con los de ella y acariciarla hasta que consiguiese calmarse de nuevo, pero se contuvo a tiempo.

—Hoy vine a cuidarlos a ellos —se apresuró a decir desviando la atención hacia él—. Feliz cumpleaños.

La joven camarera esbozó una gran sonrisa al oír su saludo.

—Muchas gracias —respondió, contenta—. La fama tiene su precio, ¿verdad?

Él asintió. Su respuesta había sido ambigua a propósito y con su felicitación, había logrado distraerla. No obstante, la actitud de Ana volvió a llamar su atención y, dirigiendo la mirada hacia ella una vez más, abrió la boca para hablar. Por fortuna, justo en ese momento, Rodrigo comenzó a reír a carcajadas acaparando el interés de la chica. En el acto, se giró hacia el baterista y se le acercó con actitud seductora.

—¿Estás bien? —susurró solo para ella.

Pero antes de que pudiese responder, Estefanía la tomó de la mano para llevarla hacia la silla vacía que se encontraba junto a la suya. Por su parte, él se ubicó en frente, justo al lado de Julián, quien charlaba animadamente con Roxana, la bajista de la banda. Estos lo incluyeron de inmediato en la conversación y, aunque lo único que deseaba en ese momento era estar con Ana, procuró responder con más de un monosílabo cada vez que le hablaban. Aun así, no se perdía detalle de cada cosa que hacía o decía ella.

Luego de una hora entre bromas y risas, Ana por fin comenzó a relajarse. Podía sentir el efecto de la bebida en su sistema y cómo toda la tensión acumulada en los últimos días la abandonaba, poco a poco. Ni siquiera el hecho de que Gabriel estuviese allí, de la sensación de su intensa y continua mirada sobre ella, impidió que bajara las barreras y se divirtiera. Por el contrario, sentirlo cerca después de tanto tiempo añorándolo, le resultó estimulante y, por primera vez en mucho tiempo, volvió a ser ella misma.

—¡Uno más y vamos a bailar, amiga! —le reclamó a Estefanía al oído.

Sin embargo, había tenido que gritar debido a la música, lo cual hizo que tanto Gabriel como Julián la escucharan.

—¡Hecho! —replicó la aludida con una sonrisa traviesa a la vez que preparó todo para que repitiesen el famoso ritual de los caballitos de tequila.

—¿Lista?

—¡Obvio!

Ambas pasaron la lengua por el dorso de sus manos, tomaron el trago de tequila de un golpe y chuparon la rodaja de limón.

—¡Mierda, eso sí que es sexy! —murmuró el cantante con sus ojos fijos en la escena que se desarrollaba frente a ellos.

Gabriel no respondió, pero estaba absolutamente de acuerdo con el joven. En su mente, la maldita secuencia parecía desarrollarse en cámara lenta y la visión de su lengua lamiendo su piel disparó una violenta descarga a lo largo de su columna que desembocó directamente en su ingle. Hipnotizado por la hermosa mujer que tenía el poder de despertar sus más primitivos instintos, la observó alejarse, de la mano de su amiga, hacia el centro del bar. A pesar de no tratarse de una discoteca, había una especie de pista y varias personas ya estaban bailando allí.

Anclado en la silla, continuó mirándola, embobado. Una frente a la otra, comenzaron a danzar de forma sensual al ritmo de la música. Por supuesto, no tardaron en llamar la atención de los hombres presentes, quienes interrumpiendo lo que estaban haciendo, giraron hacia ellas para deleitarse con el espectáculo. Sintió cómo crecía en su interior un repentino e intenso sentimiento de posesividad que provocó que deseara golpear a los imbéciles que comenzaban a hacer ronda alrededor.

Ellas, por completo ajenas a lo que estaban generando en los espectadores, se meneaban con lentitud con las manos sobre la cadera de la otra, moviéndose arriba y abajo mientras rozaban sus cuerpos. Las piernas de Ana estaban expuestas gracias al despampanante vestido, corto y ajustado, que llevaba puesto y cada vez que Estefanía pasaba sus manos por el costado de su figura, su falda se subía dejando aún más piel al descubierto. ¡Mierda! Solo faltaba el barro y que empezaran a luchar para que la fantasía de muchos se cumpliese.

De pronto, oyó a Julián lanzar un insulto al aire al notar cómo aumentaba de forma vertiginosa el número de hombres que se acercaban para disfrutar del entretenimiento gratis. A continuación, se puso de pie, decidido a ir en búsqueda de su novia. Con todo el cuerpo en tensión, intentando no reaccionar a los arrebatadores celos que lo estaban corroyendo, permaneció inmóvil esperando a que ella regresara. Estaba seguro de que, en cuanto su amiga dejase de bailar, Ana también lo haría.

Sin embargo, eso no fue lo que sucedió. Una vez que Estefanía se vio envuelta por los brazos de su novio, se dio la vuelta y comenzó a bailar con él. Ella, por su parte, continuó meciéndose sola alzando las manos hacia arriba para luego bajarlas pasándolas por su silueta de un modo tan provocativo que hizo que su corazón brincara dentro de su pecho. ¡Carajo! Iba a tener que ir y arrastrarla de la puta pista antes de que los buitres intentaran aprovecharse de la situación.

Levantándose de golpe, se dirigió hacia ella avanzando con determinación. De camino, le lanzó una mirada de advertencia a un muchacho que había hecho el amago de acercarse. "Sí, más te vale desaparecer, imbécil", gruñó en su mente cuando este retrocedió, intimidado. Sin importarle ya quien pudiese estar mirando, colocó ambas manos en su cintura y la giró con brusquedad hacia él. Advirtió la sorpresa en sus ojos, pero la misma fue reemplazada al instante por deseo. ¡Dios, esta mujer no tenía un gramo de sentido de autoconservación!

—¡Hola! —exclamó ella con esa sonrisa que hacía tantas cosas en él.

—¿Por qué no vamos a sentarnos? Tus amigos...

—¡No! —lo interrumpió sin dejar de sonreír a la vez que se colgó de su cuello—. ¡Quiero bailar! Quedate conmigo... bailemos juntos.

Apretó la mandíbula cuando la sintió moverse contra su cuerpo, absolutamente desinhibida y, aunque lo intentó, no fue capaz de evitar reaccionar a ella, a su cercanía.

—Ana —jadeó en un susurro cuando ella giró y, dándole la espalda, balanceó sus caderas de forma intencionada.

Supo en ese instante que no había chance de que pudiese controlarse por mucho más tiempo. Al menos no si insistía en provocarlo de ese modo.

Entonces, como si no estuviese sufriendo suficiente ya, "Dance monkey" de Tones and I comenzó a sonar a todo volumen haciendo que ella pegara un grito, emocionada, y volviese a voltear quedando de frente a él.

—¡Me encanta esta canción! —afirmó acercándose a su oído para que pudiese escucharla.

Su voz reverberó en su columna y avivó la llama que había encendido con su pequeño baile. Las manos le picaron cuando ella retrocedió unos pasos impidiéndole tocarla, pero no se movió. En lugar de eso, se quedó quieto observándola moverse para él.

Ana había sentido la excitación de Gabriel y ¡por Dios cómo le había gustado! Contrario a lo que debía de estar pensado, no estaba borracha, simplemente estaba siendo ella, completamente libre y sin tapujos. Se comportaba como solía hacer antes de que Gustavo empezara a digitar su vida a su antojo. Le gustaba divertirse con sus amigos, y bailar así con Estefanía se había vuelto un clásico. A ambas les resultaba gracioso el modo en que reaccionaba la mayoría de los hombres al verlas. Sin embargo, nada la preparó para la reacción de él. Tanto su mirada como el contacto de sus manos en su cuerpo la hizo vibrar.

Reconoció el deseo en sus ojos cuando estos se habían clavado en los suyos y supo que estaba haciendo un esfuerzo por no besarla. ¡Dios! Solo imaginar que lo hacía, hizo que un calor se alojara en la parte baja de su vientre y un delicioso cosquilleo hormigueara en su centro. Ignorando al resto de las personas a su alrededor, se centró en él y le bailó como si estuviesen solos sosteniéndole la mirada en todo momento, demostrándole, con acciones, lo mucho que también lo deseaba.

Incapaz de apartar los ojos de ella, se dedicó a contemplarla. Había una chispa en su mirada que nunca antes le había visto y supo que, ahora mismo, estaba viendo a la verdadera Ana. La traviesa y provocadora Ana. Su Ana.

En ese momento, la letra cobró otro sentido para él. Nunca antes le había prestado demasiada atención, pero ahora parecía describir el modo en el que se estaba sintiendo.

"They say: oh my God I see the way you shine. Take your hands, my dear, and place them both in mine. You know you stopped me dead while I was passing by. And now I beg to see you dance just one more time. Ooh I see you, see you, see you every time. And oh my I, I, I like your style. You, you make me, make me, make me wanna cry. And now I beg to see you dance just one more time. So they say: dance for me, dance for me, dance for me, oh, oh, oh. I've never seen anybody do the things you do before. They say: move for me, move for me, move for me, ay, ay, ay. And when you're done I'll make you do it all again"—"Dicen: oh Dios mío, veo la forma en que brillás. Tomá tus manos, mi amor, y colocalas en la mía. Sabés que me dejaste paralizado mientras pasaba. Y ahora ruego verte bailar solo una vez más. Ooh, te veo, te veo, te veo cada vez. Y Dios mío, me, me, me gusta tu estilo. Vos, vos me hacés, me hacés, me hacés querer llorar. Y ahora ruego verte bailar solo una vez más. Entonces ellos dicen: bailá para mí, bailá para mí, bailá para mí, oh, oh, oh. Nunca vi a nadie hacer las cosas que vos hacés. Ellos dicen: movete para mí, movete para mí, movete para mí, ay, ay, ay. Y cuando termines, te haré hacerlo todo de nuevo"—.

Definitivamente quería que bailase para él, una y otra vez. Sin poder seguir conteniéndose, volvió a acercarse a ella. Se había sumado más gente a la pista, por lo que los dos estaban fuera del alcance de la vista del resto del grupo. Rodeándola con sus brazos, de nuevo, la apretó contra su cuerpo y se inclinó hacia abajo hasta que sus labios rozaron su oreja.

—¿A qué estás jugando, Ana? —preguntó con voz ronca—. ¿Es esto lo que querés? —continuó presionando la parte baja de su espalda con una mano para permitirle sentir todo lo que provocaba en él.

La oyó jadear ante la sorpresa. Sus mejillas estaban enrojecidas debido al calor, su cabello se encontraba un tanto alborotado por las veces que había pasado las manos por este y su pecho subía y bajaba a causa de su agitada respiración. Era increíblemente hermosa, pero más que nada, sensual y femenina. La deseaba con una intensidad nunca antes experimentada, con una vehemencia desconocida hasta el momento.

—Respondeme —insistió al ver que seguía callada.

Aun así, no se había apartado y eso le indicó que sus conjeturas eran correctas. Reprimió un gemido cuando ella posó sus preciosos ojos pardos en los suyos. No sabía cómo, pero Ana ejercía un extraño poder sobre él que lo hacía bajar la guardia. Había sido verla por primera vez y desearla, acercarse a ella y ansiar tocarla, besarla y quererlo todo. Anhelaba darle lo que jamás había entregado de sí mismo y, por supuesto, tomarlo todo también. Quería adorarla y venerar cada centímetro de su cuerpo. Enamorarla y enamorarse, si es que no lo estaba ya.

—Sí.

Fue tan solo un susurro, pero le bastó con eso.

—Despedite de tus amigos. Nos vamos ahora mismo.

Sentada en el asiento del acompañante de su auto, se frotaba las manos, ansiosa. Las mismas temblaban y no quería que Gabriel lo notara y pensara que estaba asustada. Lo estaba, pero no porque temiese lo que podía llegar a pasar en cuanto traspasaran la puerta, sino porque lo sabía perfectamente. "¡Dios, como si esta fuese tu primera vez!", pensó para sí misma. Tanto que se las daba de mujer experimentada y ahora se sentía nerviosa, cual adolescente virginal. Y todo se debía a lo que ese hombre, serio, callado y ardiente como el infierno, despertaba en su interior.

—Esperame acá —le pidió en cuanto apagó el motor.

Lo miró extrañada por un momento. No obstante, no tardó en darse cuenta de por qué se lo había pedido. Tras desplegar su paraguas nada más bajar, rodeó el auto para ir hasta su puerta. A continuación, la abrió y extendió una mano hacia ella. A pesar de que eso delataría sus temblores, la tomó si dudarlo. Después de todo, él ya se habría dado cuenta de que estaba histérica. Sin embargo, no dijo nada.

Caminaron con premura en dirección a la entrada del edificio. Sus cortas botas estaban empapadas y sus piernas, completamente heladas. Necesitaba cuanto antes deshacerse de aquella ropa mojada. Una risita escapó de sus labios al darse cuenta de que ya se encargaría él de hacerlo por ella.

Demostrando, una vez más, lo caballeroso que era, le quitó las llaves de sus trémulas manos y procedió a abrir la puerta.

—Gracias —dijo justo antes de tiritar.

Al oírla, Gabriel se apresuró a pasar un brazo por encima de sus hombros y, pegándola a su cuerpo, la instó a avanzar hacia el ascensor. En cuanto la había visto sospechó que ese piloto no era abrigo suficiente y ahora acababa de comprobarlo. Estaba helada. Manteniendo el paraguas cerrado lejos de ambos, pasó la mano libre por su espalda en un intento por hacerla entrar en calor. Sin embargo, eso pareció empeorar la situación ya que Ana comenzó a temblar con más intensidad.

Una vez en su piso, al igual que había hecho abajo, utilizó su llave para que ambos pudiesen entrar en el departamento. El abrupto cambio de temperatura la hizo tiritar de nuevo.

—No debiste salir tan desabrigada —regañó con más brusquedad de la que pretendía.

—Estoy bien —aseguró con la voz entrecortada contradiciendo por completo lo que acababa de decir.

—Decime donde está la cocina así te preparo un té mientras te quitás esa ropa.

Pero ella no respondió. Hipnotizada, lo observó sacarse la chaqueta y colgarla en una de las sillas para, luego, desprenderse los botones de las muñecas y arremangarse hasta los codos.

—Ana.

¡Mierda!

—No... no me... no me gusta el té —respondió, nerviosa.

—¿Café? —preguntó acercándose despacio.

Negó con su cabeza al tiempo que frunció la nariz.

—Menos.

Dejando caer los brazos a ambos costados de su cuerpo, exhaló, resignado.

—¿Entonces no querés nada caliente?

—Eso depende.

Él la miró y arqueó una ceja. Estaba a solo un paso de ella.

—¿De qué?

Con un dedo, le apartó el cabello del rostro deslizando la yema por la piel de su mejilla y fijó los ojos en sus labios entreabiertos.

Ana suspiró ante su suave caricia. Su cercanía la embriagaba más que cualquier bebida que pudiese tomar y el calor que emanaba de su cuerpo era más que suficiente para calentar el suyo. Ya no sentía frío, solo una imperiosa y urgente necesidad que solo él era capaz de saciar. Su corazón latió apresurado y su respiración se volvió pesada.

—De vos.

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