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Capítulo 7

Pese al poco espacio del sofá, para Gabriel fue la mejor noche de sueño en mucho tiempo. De alguna manera, tener a Ana entre sus brazos le había brindado la calma que necesitaba. Desde que la había dejado en su habitación, horas antes, no pudo dejar de pensar en ella. Había visto la furia en los ojos de su jefe cuando ambos llegaron del parque y la idea de que tomase algún tipo de represalia en su contra no dejó de atormentarlo.

Por su trabajo, había aprendido muy bien a reconocer la maldad y la violencia en las personas y tenía la sospecha de que Gustavo albergaba un poco de ambas en su interior. Si bien hasta el momento no se había mostrado agresivo con ella, estaba seguro de que era cuestión de tiempo. No obstante, tampoco podía hacer nada para prevenir que algo así sucediese. No dependía de él lo que Ana hiciera con su relación. ¿O sí?

Una vez más, la vida lo ponía en un lugar complicado. No se había propuesto sentirse atraído por Ana, mucho menos ceder a la tentación y besarla, pero no pudo resistirse a todo lo que ella generaba en él. ¡Y por Dios cómo le había gustado! Sus labios eran aún más suaves de lo que imaginó y su sabor, simplemente adictivo. ¡Carajo, solo recordar aquel apasionado e intenso beso que habían compartido lo ponía duro como una piedra!

Y ahora estaba allí, junto a ella, deseoso por quedarse a su lado hasta que estuviese despierta. Contemplarla abrir esos bonitos ojos, entre verde y marrón, que tanto le gustaban y esperar el momento en que los mismos se posaran en los suyos. Sentirla desperezarse contra su cuerpo y verla sonreír cuando le dijese lo hermosa que se veía por la mañana. No obstante, no podía hacerlo. Era demasiado peligroso. Gustavo podía aparecer en cualquier momento y entonces, se desataría el infierno porque si de algo estaba seguro, era de que jamás dejaría que le hiciera daño.

Con delicadeza, los giró a ambos hasta recostarla sobre su espalda y sacó lentamente el brazo que quedó debajo de su cuello. Permaneció inmóvil observándola. "Es preciosa", pensó mientras miraba su rostro, embelesado. Necesitaba moverse en ese instante o ya no sería capaz de resistirse.

En cuanto estuvo de pie, la vio rodar, aun dormida, de nuevo hacia el lugar donde había estado él hacía apenas unos segundos y, tras un quejido ininteligible, se acomodó boca abajo. Sonrió. Al parecer, no era una persona madrugadora.

Conteniendo el impulso de besar su cuello, la cubrió con la manta y se alejó en dirección al cuarto de baño. Sabía que, luego de haber pasado toda la noche abrazados, tendría su delicioso olor impregnado y aunque no deseaba quitárselo, no le quedaba más remedio que hacerlo. No podía arriesgarse a que Gustavo se diera cuenta.

Gruñó, frustrado, al pensar en que pronto tendría que volver a verlos juntos. Si bien Ana se había mostrado asustada por la reacción que este tuvo la noche anterior y parecía muy segura de no querer estar cerca de él, no sabía hasta qué punto seguiría sosteniendo aquella postura. Los tipos como su jefe, posesivos, celosos y manipuladores, tienen una gran habilidad para conseguir lo que quieren y estaba claro que Ana era una especie de trofeo para él.

Estaba terminando de vestirse cuando, de pronto, alguien golpeó a la puerta. Se tensó por un momento al pensar que podría ser Gustavo. No esperaba que llegase tan temprano.

Poniéndose la chaqueta que había dejado olvidada en una silla cuando Ana apareció en su habitación y corrió a sus brazos, caminó hacia la puerta. Exhaló, aliviado, al ver por la mirilla y comprobar que era un empleado del hotel. Minutos antes, había pedido que le trajeran el desayuno para que ella tuviese un poco más de tiempo antes de enfrentar a su novio.

—Gracias —susurró al muchacho cuando este le entregó lo solicitado y le dio unos billetes de propina.

—A usted, señor, que tenga un buen día.

Cerró la puerta despacio y arrastró la pequeña mesa con ruedas hasta encimarla a la que había en el centro del cuarto. Luego, traspasó todo a la misma.

Revisó, una vez más, su celular solo por si acaso había recibido algún mensaje de su jefe. Nada. Al parecer, su noche había ido muy bien. Estaba por guardarlo en su bolsillo cuando recordó su última conversación. Este le había reprochado por no haberlo atendido a la primera y eso le había llamado la atención.

Extrañado, revisó el registro de llamadas perdidas sorprendiéndose al descubrir que tenía una suya. Por la hora, supuso que había sido cuando intentaba contactar con algún hotel que tuviese habitaciones disponibles. ¡Mierda! Ni siquiera se había dado cuenta. Tendría que estar más atento a partir de ahora.

Guardando el teléfono, se acercó al sofá para despertar a Ana. Ella había vuelto a girarse, por lo que ahora se encontraba recostada sobre su espalda. La observó por un momento. Estaba profundamente dormida. Eso explicaba por qué no había escuchado la puerta. Su cabello se encontraba alborotado y esparcido en la almohada y la expresión de su rostro era de la más absoluta calma.

Incapaz de resistirse, se puso en cuclillas frente a ella y con el dedo índice, le apartó un delgado mechón de pelo que caía por su mejilla. Tragó con dificultad al oírla suspirar ante la suave caricia y sus ojos fueron directo a su boca. El recuerdo del furtivo y arrollador beso en el parque volvió a golpearlo con fuerza y debió recurrir a toda su fuerza de voluntad para no inclinarse y posar sus labios sobre los de ella.

Ana despertó con el delicado roce de unos dedos en su piel y respiró profundo, todavía adormilada. Percibió en el ambiente un leve aroma a café recién hecho y, por un momento, pensó que estaba en el departamento de su amiga. Pero entonces, su olor la alcanzó de lleno, su exquisito, varonil y malditamente sensual aroma, y comprendió que eran sus dedos los que la acariciaban con tanta suavidad.

—Buenos días, preciosa —lo oyó susurrar en un tono bajo y grave que le provocó una descarga eléctrica a lo largo de su columna.

Abrió los ojos despacio hasta enfocarlos en los de él. ¡Dios! Se veía tan atractivo... Su estómago dio un vuelco al verlo curvar levemente sus labios formando una hermosa sonrisa y no pudo evitar fijar la mirada en ellos. ¡Mierda, mierda, mierda! Tenía que dejar de hacer eso o terminaría colgándose de su cuello y tirando de él para que la besara.

—Buenos días —balbuceó a la vez que se acomodó en una posición sentada—. ¿Qué hora es?

—Las ocho y media —indicó con voz quebrada, como si estuviese igual de afectado que ella, pero se recuperó rápido, ya que, en el acto, se incorporó asegurándose de volver a poner distancia entre ambos—. Sé que es temprano, pero no quiero que corramos riesgos. Gustavo debe estar por volver en cualquier momento.

Oír su nombre consiguió despabilarla del todo.

—¿Todavía no volvió? —preguntó, sorprendida.

Gabriel la miró a los ojos con expresión indescifrable. No tenía idea de lo que estaba pensando, pero parecía estar evaluándola.

—No. Pasó la noche en otro lugar.

Ella negó con su cabeza y sonrió con burla. ¿De qué se sorprendía? Hacía dos semanas que venía evadiéndolo con cualquier excusa para no tener que ir con él a la cama. Era obvio que saldría a buscar en otro lado lo que no encontraba con ella.

—Voy al baño. Enseguida vengo —se excusó cuando sintió que empezaba a formarse un nudo en su garganta.

Nada más encerrarse, comenzó a llorar. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué seguía en una relación que no le aportaba nada? Además, era evidente que ya no deseaba estar a su lado. No sentía absolutamente nada hacia él, ni siquiera atracción física. Y, por lo visto, a Gustavo le daba igual con quien se acostaba mientras pudiese saciar su apetito sexual. Pero eso no era lo peor. Lo que más le molestó fue darse cuenta de que ni siquiera le importaba. ¿Cómo había permitido que las cosas entre ellos fueran tan lejos?

Gabriel cerró los puños al notar el modo en el que la noticia la había afectado. De repente, se percataba de que no tenía la más mínima idea de cuáles eran los sentimientos de Ana. Podía afirmar, sin duda, que se sentía atraída hacia él. Lo había demostrado no solo al devolverle el beso con la misma pasión, sino también al buscarlo cuando, asustada y enojada por la violenta reacción de su novio, necesitó sentirse protegida. Sin embargo, eso no quería decir que fuese a abandonar a Gustavo.

Tal vez, la había malinterpretado cayendo, una vez más, en ese ciclo vicioso que lo hacía meterse en problemas de los que luego no encontraba salida. Necesitaba resguardarse a sí mismo, hacerse a un lado y tomar distancia antes de que fuese demasiado tarde. Lo que ella despertaba en él era demasiado intenso para ignorarlo y su autocontrol se desvanecía cuando estaba a su lado. Si seguía enamorada de su jefe, lo mejor era que se olvidase de ella.

De pronto, como si lo hubiese llamado con el pensamiento, su celular vibró indicándole la llegada de un nuevo mensaje. En el mismo, este le avisaba que se encontraba volviendo y le pedía que tuviese todo listo para volver a Buenos Aires a su regreso. Frunció el ceño ante el repentino cambio de planes. Tenía entendido que iban a quedarse hasta la noche. Seguramente, la pelea con Ana tenía algo que ver en su decisión.

Tras acusar recibo, se terminó de un trago su café y empezó a guardar sus pertenencias.

—¿Sucede algo? —la oyó preguntar cuando salió del cuarto de baño.

—Nos vamos. Gustavo viene hacia acá y quiere volver cuanto antes —respondió sin mirarla—. Cuando termines de desayunar, por favor juntá tus cosas y llevalas a la recepción. Yo estaré allí esperándote.

Sin más, salió de la habitación.

Por fortuna, no habían necesitado recurrir al pequeño ardid. Tenían tiempo suficiente para encontrarse con él en el hall del hotel.

Dos días habían pasado desde el corto y fugaz viaje a Rosario y, desde entonces, Ana no volvió a ver a ninguno de los dos. Cuando la dejaron en el departamento de su amiga, Gustavo le había dicho que estaría ocupado con unos asuntos de la discoteca junto a su hermano y ella simplemente había asentido con su cabeza. No sabía por qué, pero en ese momento, no se animó a decirle cómo se sentía. En cambio, prefirió esperar a que estuviese más tranquila para hacerlo. Ahora estaba arrepentida. Conforme el tiempo pasaba, más temor sentía.

Tampoco sabía nada de Gabriel. Después de lo sucedido entre ellos, ya no podía seguir negando lo mucho que le gustaba, así como tampoco que él sentía lo mismo que ella. No la habría besado de ese modo si no le correspondiese. No obstante, su actitud la confundía un poco. Había sido muy dulce aquella noche en la que acudió a él, asustada. La había contenido cuando más lo necesitaba y se había encargado de transmitirle seguridad. Pero al día siguiente, parecía otra persona. Si bien la había despertado con ternura, minutos después comenzó a tratarla con frialdad y distancia y no tenía idea de por qué.

Resopló al darse cuenta de que por mucho que lo intentara, no había forma de que pudiese sacárselo de la cabeza. Ofuscada por la falta de control que estaba experimentando, encendió la pava eléctrica para calentar agua. "Nada como un buen mate para despejar la mente", pensó, convencida. Sonrió al darse cuenta de lo absurdo que sonaba eso, pero no le importó. De alguna manera, este significaba mucho para ella: Compañía, contención, placer...

En cuanto estuvo listo, llenó el termo con suficiente agua y llevó ambas cosas a la mesita ratona que se encontraba justo frente al sofá donde se sentaría a tomar su infusión preferida. Le habría gustado salir al balcón, pero afuera llovía fuerte y, aunque amaba ese tipo de clima, en especial las tormentas eléctricas, hacía demasiado frío. Lo que menos necesitaba en ese momento era enfermarse.

Tras correr las cortinas para tener una mejor visión del cielo, se sentó en el sillón y se cebó el primero de muchos. Mientras tomaba uno tras otro, pensaba en las personas a las que no les gustaba. Era algo que simplemente no podía entender. Un mate era mucho más que una bebida. Era un compañero, un fiel e incondicional amigo. Volvió a sonreír ante el rumbo que habían tomado sus pensamientos. Si los fanáticos del café la escucharan, no tardarían en enviarla al manicomio.

Con eso en mente, comenzó a tararear la melodía de "Umbrella" de Rihanna. Si bien no era su estilo, Estefanía venía escuchándola desde hacía días y se le había pegado. Divertida, con el mate pegado a su pecho, se puso de pie para cantar y bailar al ritmo de la música.

"You can run into my arms. It's okay, don't be alarmed. Come into me. (There's no distance in between our love). So gon' and let the rain pour. I'll be all you need and more. Because when the sun shines, we shine together. Told you I'll be here forever. Said I'll always be your friend. Took an oath, I'm a stick it out 'til the end. Now that it's raining more than ever. Know that we'll still have each other. You can stand under my umbrella. You can stand under my umbrella, ella, ella, eh, eh, eh. Under my umbrella, ella, ella, eh, eh, eh. Under my umbrella, ella, ella, eh, eh, eh. Under my umbrella, ella, ella, eh, eh, eh, eh, eh, eh" —"Podés correr a mis brazos. Está bien, no te alarmes. Vení hacia mí. (No hay distancia entre nuestro amor). Así que vení y dejá la lluvia caer. Seré todo lo que necesites y más. Porque cuando el sol brilla, brillamos juntos. Te dije que estaría aquí por siempre. Dije que siempre seré tu amiga. Hice un juramento y lo mantendré hasta el final. Ahora que está lloviendo más que nunca. Sabé que aún nos tendremos el uno al otro. Podés pararte debajo de mi paraguas. Podés pararte debajo de mi paraguas, guas, guas, eh, eh, eh. Debajo de mi paraguas, guas, guas, eh, eh, eh. Debajo de mi paraguas, guas, guas, eh, eh, eh. Debajo de mi paraguas, guas, guas, eh, eh, eh, eh, eh, eh—".

Aun giraba cuando la puerta se abrió y su amiga con el novio entraron en el departamento. Mientras que Estefanía abrió grande los ojos, sorprendida, Julián dejó caer la mandíbula, divertido. Se irguió de golpe, un tanto avergonzada por haber sido atrapada en medio de un momento de pura catarsis, y sonrió. Al menos esta vez sí tenía un pijama puesto.

—Creo que llegamos tarde, mi amor. Ya se volvió loca —dijo su amiga intentando mantener una expresión seria.

Aun así, se notaba lo mucho que la situación la divertía.

—No sé. Creo que la cordura está sobrevalorada —respondió el joven encogiéndose de hombros.

Ambos rieron.

—Bueno, che, estaba aburrida —se justificó para, luego, unirse a ellos.

—Tengo la solución para eso.

—No voy a salir con ustedes, Estefi. Ya suficiente con que les invada la privacidad acá como para que encima tengan que sacarme a pasear como a un maldito perro.

—Yo por mí encantado, eh —intervino Julián—. ¿A qué hombre no le gusta que lo vean con dos mujeres hermosas?

—Vos seguí así... —regañó la chica con una mirada de advertencia.

Ana reprimió una sonrisa. Ella era como una hermana para él, por lo que nunca la había mirado —ni lo haría— con otros ojos. Sin embargo, sabían lo mucho que le gustaba provocar a su novia y lo peor era que ella siempre caía.

—Ay, amigo, como si te fuera a dar el cuero para dos ejemplares como nosotras.

—Sí, probablemente tengas razón —reconoció, abatido.

A continuación, se dejó caer en el sofá arrastrando a Estefanía con él quien terminó sentada en su regazo.

—Volviendo a lo importante —dijo con claro tono de reprimenda hacia su novio—. Quedamos en encontrarnos en el bar de la esquina frente a la discoteca con los mellizos en una hora. Es el cumple de Daiana y nos invitó a todos.

—¿La camarera? —preguntó, extrañada.

Sabía que a su amiga no le caía demasiado bien porque en varias oportunidades la había encontrado rondándole a Julián con más que dudosas intenciones.

—Sí. Según Roxana, está re metida con Rodrigo y quiere congraciarse con nosotros para que él la tome en serio —aclaró al ver su incertidumbre.

—¡Como si eso fuera a pasar! —exclamó con una sonrisa sin poder creer lo que le estaba contando—. ¿Acaso no lo conoce?

—Sí, pero tiene la esperanza de que cambie de parecer.

—Le deseo suerte con eso. —Hizo una pausa—. ¿En serio tengo que ir? Pensaba mirar una peli y...

—Ana, desde que volviste de Rosario que no te sacás ese pijama. Sí, por supuesto que tenés que ir. Ahora, andá y ponete aún más bella que en treinta minutos salimos.

Debía reconocer que su amiga tenía razón. Nunca había sido de las que se encerraban y se quejaban de su mala suerte. Jamás permitía que otro afectase su estado de ánimo y no iba a empezar ahora. Se pondría su ropa más sexy, esa que siempre le levantaba el ánimo y saldría a disfrutar con sus amigos.

—Que sean cuarenta —dijo antes de dejar un beso en su mejilla y correr hacia la habitación.

Dos días después de haberla dejado en su departamento al volver del viaje, Gabriel seguía sin poder sacársela de su mente. Cuarenta y ocho horas de completa y absoluta tortura. No había un minuto en el que no hubiese pensado en ella, en qué estaría haciendo, si pensaba en él, si deseaba volver a verlo. Y cuando por fin se quedaba dormido era incluso peor porque entonces la soñaba. En sus sueños, estaban juntos de nuevo en esa habitación de hotel y la besaba como lo había hecho en el parque cuando ya no fue capaz de seguir conteniéndose.

Nunca antes una mujer le había generado tanto. Si bien sintió atracción hacia otras, algunas de ellas con bastante intensidad, con Ana era diferente. El foco de atención ya no estaba puesto en él y lo que sentía, sino en cómo estaba ella. Claro que también pensaba en lo mucho que ansiaba acariciarla y besarla, pero lo que no dejaba de darle vueltas en la cabeza era la idea de que pudiese necesitarlo de algún modo y él no estuviese cerca.

Cuando Gustavo regresó de donde fuese que pasara la noche, Ana y él lo esperaban en el hall del hotel para emprender la vuelta. Minutos después, ya en viaje, la tensión en el auto se volvió insoportable. Mientras uno estaba atento a su teléfono con llamados y mails, la otra permanecía en silencio con los ojos fijos en el exterior. Todavía recordaba cómo, en un momento, sus nudillos se volvieron blancos debido a la fuerza con la que se aferró al volante cuando sus miradas coincidieron a través del espejo retrovisor. Estaba angustiada, de eso no tenía dudas, lo que no sabía era el porqué.

Al igual que las noches anteriores, sintió que la necesidad de verla se volvía abrumadora. Hasta ahora había conseguido contenerse, pero no estaba seguro de cuánto tiempo más podría soportarlo. En las pocas ocasiones en las que su jefe le hablaba, no la mencionaba y tampoco se había cruzado con ninguno de los integrantes de la banda como para enterarse de algo. Tal vez podría enviarle un mensaje y chequear que estuviese bien. Aunque nunca lo había usado antes, tenía su número, junto al de todos los demás.

¡No, definitivamente no! Había decidido mantenerse al margen y eso era lo que iba a hacer. No importaba que ella lo desease tanto como lo hacía él —sabía que así era—. Mientras no cortase el vínculo que la unía a Gustavo, no haría nada. Y no porque era la mujer de otro hombre, lo cual solo pensarlo provocaba que todos sus músculos se tensaran, sino porque no quería interferir en su decisión. Lo mejor era erradicarla de sus pensamientos, olvidarse de ella. Y si no podía, aunque le resultase muy difícil, intentaría, al menos, mantenerse lejos.

—Podés irte por hoy. —La voz de su jefe lo sacó de sus pensamientos.

—¿No va a necesitar que lo lleve después a su casa, señor? —preguntó, confundido.

Apenas había dormido durante esos días porque Gustavo lo llamaba bien temprano en la mañana y lo liberaba muy tarde en la noche. Como debía permanecer fuera de su oficina, tampoco sabía con exactitud lo que hacía, solo que tenía que ver con los negocios de su hermano. Ariel Deglise le había encargado algo delicado y parecía abrumado por la responsabilidad. ¿O tal vez nervioso porque no quería defraudarlo? Con él nunca se sabía. Era bastante hábil para ocultar sus emociones.

—No, no va a ser necesario —aseguró, sin dar detalles—. De hecho, tomate la mañana también. No tengo nada importante hasta la tarde.

—Muy bien. Hasta mañana entonces.

Él no correspondió el saludo —jamás lo hacía—, pero no podía importarle menos. Estaba cansado y los pies lo estaban matando, por lo que no veía la hora de llegar a su departamento y acostarse a dormir.

Maldijo al comprobar que estaba lloviendo torrencialmente. Tendría que caminar debajo de los aleros hasta la esquina y desde allí correr hacia su auto que se encontraba estacionado al otro lado de la calle. Aunque, incluso así, sabía que terminaría mojándose.

Nada más cruzar, giró hacia la derecha. Media cuadra más y alcanzaría su objetivo. Sin embargo, mientras avanzaba junto a la gente que esperaba para entrar en el bar, una voz, que reconocería donde fuese, lo detuvo.

—¿Gabriel?

Dio la vuelta al instante y su corazón latió con fuerza al verla. ¡Estaba más hermosa que nunca! Llevaba un impermeable que se cernía a la perfección a sus curvas, aunque dudaba que la mantuviese abrigada, y debajo de este, asomaban sus preciosas piernas cubiertas tan solo por una fina capa de nylon. No pudo evitar recorrerla con la mirada antes de centrar sus ojos en los suyos.

—Hola.

¡¿Hola?! ¿Eso era lo único que se le ocurría decir después de haber anhelado tanto volver a verla?

—Hola —respondió ella con una sonrisa que, en el acto, lo caldeó por dentro—. ¿Estás solo? —continuó mirando por encima de su hombro.

Advirtió su temor al preguntar y supo que no deseaba encontrarse con Gustavo. Eso, de alguna manera, consiguió aplacar un poco sus preocupaciones.

—Sí, ya me estaba yendo a casa.

—¿Cómo estás? —preguntaron los dos al mismo tiempo provocando que ambos sonrieran.

—Bien —se apresuró a decir ella.

Estaba nerviosa. Había deseado volver a verlo desde que se despidieron, días atrás, y ahora que por fin lo tenía en frente, no sabía qué decir.

—¿Qué hacés, man? ¿Todo bien? —preguntó Rodrigo, interrumpiéndolos, a la vez que pasó un brazo por encima de los hombros de Ana.

Gabriel siguió con la mirada ese movimiento antes de fijar los ojos en los del baterista.

—Todo bien —murmuró entre dientes.

Estaba mintiendo. Todo estaba lejos de estar bien ya que, en ese momento, en lo único en lo que podía pensar era en distintas formas de desmembrarlo y eso no era una buena señal. ¿Verdad?

Por fortuna, los demás se acercaron a saludarlo también consiguiendo distraerlo de tales pensamientos homicidas.

Su hermana debió advertir algo en su actitud, ya que se apresuró a acercarse al muchacho y lo golpeó en el hombro.

—Soltala, ¿querés? No seas pesado.

Este obedeció de inmediato.

—¡Pero es de cariño! Y a ella no le molesta. ¿No es cierto, Anita?

—¡¿Y qué te va a decir la pobre?! Dale, entremos que tengo frío.

—Está bien, está bien. Dios, necesitás un novio vos —se quejó mientras se alejaba en dirección a la puerta.

La chica replicó algo ininteligible, pero no necesitaban oírla para saber que lo estaba insultando.

—Hermanos —dijo Estefanía negando con la cabeza.

—¡Qué bueno verte, chabón! —saludó, alegre, Julián—. ¿Qué andabas haciendo? Si estás libre podés quedarte con nosotros. Estábamos por entrar acá a tomar algo.

—Ay, mi amor, no lo comprometas. Tal vez tenga otro compromiso —se apresuró a objetar Estefanía.

—Y si lo tiene me dirá que no —replicó sin entender cuál era el problema.

—Pero puede sentirse obligado y...

Sin embargo, para ese momento, ninguno de los dos les prestaba atención. Ana, por completo inmóvil, tenía los ojos fijos en los del guardaespaldas, a la espera de su respuesta. Él, por su parte, le sostenía la mirada evaluando su reacción.

—¿Vos querés que me quede? —preguntó en voz baja, solo para ella.

No tuvo que pensarlo siquiera.

—Sí.

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