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Capítulo 4

—¡Dale, Ana, o vamos a llegar tarde!

La voz de su amiga, proveniente del living, la sacó bruscamente de sus cavilaciones.

—¡Ya voy! —gritó en respuesta poniéndose de pie en el acto.

Una vez más, se había quedado colgada en medio de los preparativos, pensando en el apuesto y sexy guardaespaldas que conoció la noche anterior. No dejaba de rememorar las sensaciones que había experimentado cuando sintió su mirada sobre ella. Sus ojos claros, profundos y penetrantes, se clavaron en los suyos haciendo que le fuese prácticamente imposible apartarlos. No estaba segura de por qué estos la atraparon al instante, cautivándola por completo.

Todavía recordaba lo incómoda que se había sentido cuando Gustavo la abrazó y la besó delante de todos, sin ningún tipo de reparo, siendo que varias veces le había pedido que no lo hiciera. Sí, todos sabían que estaban juntos, pero no por eso tenía que gustarle que se mostrase tan posesivo. Porque sabía que se trataba de eso. Era la forma que tenía él de advertirles a los demás que no se metieran con ella y, en este caso, iba dirigido a su nuevo empleado.

No obstante, no podía culpar a nadie más que a sí misma por su comportamiento. Luego de aquella noche en la que había decidido unirse a la banda, él la invitó a cenar y, como bien era de esperarse, terminaron en la cama. Eso no fue una sorpresa, el tipo estaba siempre a la pesca y ella andaba con ganas, para ser sincera. Después de todo, había venido a Buenos Aires buscando justamente eso, ser libre y disfrutar de su soltería sin culpa.

Pero dos días después de su primer concierto y un fogoso reencuentro bajo las sábanas, había vuelto a invitarla a salir, esa vez para dar un paseo por el delta en el yate de un amigo y, una vez más, aceptó. Después de eso, le siguió una serie de salidas, todas inocentes al principio, pero con el mismo final. Ellos dos desnudos en la cama.

A pesar de eso, en ningún momento se había planteado ni de cerca la posibilidad de formalizar. Para ella estaba claro que lo que tenían era algo temporal y pasajero. Aun así, conforme las semanas pasaron, la relación se volvió cada vez más seria. No tenía idea de cómo había pasado, en ningún momento fue algo que hubiesen conversado o consensuado, pero él se manejaba como si fueran una pareja de años y ella, por algún motivo, no lo había contradicho nunca.

Tal vez tenía que ver con el miedo de que este tomara represalias apartándola de la banda y todo lo que habían logrado juntos en los últimos tres meses. Si bien el canto nunca había sido una meta en su vida, le gustaba mucho y no quería dejarlo aún. Además, sus amigos estaban contentos con su incorporación y, por lo que le habían dicho, no tenían ninguna urgencia en buscar su reemplazo.

Sin embargo, comenzaba a sentirse asfixiada y no estaba segura de cuánto tiempo más iba a poder seguir sosteniéndolo. Sus sentimientos no se habían profundizado y sabía muy bien que no lo harían tampoco.

Consciente de eso, al principio había hecho todo lo posible para mantener sus encuentros en secreto, pero Gustavo nunca puso demasiado empeño en disimular y el grupo no tardó en darse cuenta. Roxana, la bajista, fue la primera en notarlo. Luego, lo hicieron Rodrigo y Julián, quienes eran los que más tiempo pasaban junto a ellos. Contrario a lo que había pensado, a ninguno le molestó y, en cierto sentido, se sintió aliviada. Lo que menos deseaba era generarles un conflicto con quien les conseguía los shows.

La última en enterarse fue Estefanía, quien, aunque lo disimuló muy bien, no se mostró muy contenta con la noticia. No estaba segura de por qué. Quizás le había molestado que no se lo hubiese contado a ella primero; después de todo, era su mejor amiga y podría sentirse traicionada por su silencio. No obstante, la conocía y sabía que anunciarlo era una forma de validar un compromiso del que no estaba del todo convencida.

Nunca le había gustado sentirse atada a otra persona. Valoraba demasiado su independencia y su libertad, aunque debía reconocer que no estaba haciendo demasiado uso de esta última. Desde que había llegado, ningún otro hombre se le acercó y creía saber el motivo. Gustavo siempre andaba rondando a su alrededor ahuyentando a cualquiera que pudiese estar interesado. Entonces, al final de la noche, hacía su movida y ella terminaba aceptando. No sabía cómo hacía, pero encontraba la manera de que no pudiera negarse. Lo cierto era que no lo pasaba mal, pero de ahí a formalizar, había un largo trecho en el medio.

Pero todo cambió la noche anterior tras conocer a su guardaespaldas y ahora no podía dejar de pensar en él. Una vez más, recreó ese momento en su mente. Incapaz de disimular el fastidio que había sentido por el modo en que Gustavo la agarró y envolvió entre sus brazos, alzó la vista para saludar al tipo que le estaba presentando. Le había comentado que estaba pensando en contratar un custodio, y estaba un poco intrigada.

No estaba segura de a quién esperaba encontrar, pero, sin duda, nadie parecido a aquel hombre. Todos los guardias que había conocido hasta entonces, tanto los que custodiaban a Ariel, el otro dueño de la discoteca, como los que estaban apostados en todos los accesos de la misma, era gigantes, brutos, con rasgos duros y movimientos toscos que, incluso, asustaban un poco e invitaban a mantenerse lejos.

Pero él no era así y, contrario a lo que le sucedía con los demás, sintió la necesidad de acercarse. Su cuerpo se adelantó sin que se lo ordenase y sus ojos quedaron atrapados en los suyos cuando su magnética mirada se posó en ella. Jamás lo había visto antes y, aun así, todo en su interior vibró con su proximidad.

Su porte era imponente, aunque de ningún modo amenazante. Sus facciones eran masculinas, pero suaves y sus ojos celestes tenían un deje de tormento y misterio que acaparó al instante su atención. Era increíblemente atractivo. Y qué decir de su voz grave y profunda que la hizo estremecer cuando la saludó al ser presentados. Por un momento, llegó a percibir desconcierto en su expresión, pero este desapareció tan rápido que se convenció de que lo había imaginado.

Entonces, una sensación de lo más extraña la invadió. Sabía que no era posible, ya que nunca antes lo había visto en su vida, pero sintió que lo conocía de algún lado. Sin embargo, él lo negó cuando ella se lo preguntó. "No, señorita", le había dicho con determinación para luego, apartar la mirada.

—¡Ana!

El grito de su amiga la hizo reaccionar antes de que sus pensamientos se perdieran de nuevo en los recuerdos. No sabía qué era lo que tenía Gabriel Acosta que le generaba tanto, pero tenía que averiguarlo. Jamás había tenido una respuesta tan visceral hacia ningún hombre, mucho menos por uno a que acababa de conocer. ¿Tenía que ser justo con el guardaespaldas de su novio? Novio... ¡Dios, hasta ella había empezado a llamarlo así!

Resoplando, agarró el abrigo que había arrojado la noche anterior sobre la silla y se dirigió a su encuentro.

—Ya estoy, tranquila —murmuró cuando Estefanía golpeó con un dedo su reloj de pulsera en ademán de quien está apurado.

—Tendríamos que haber salido hace media hora. ¿Qué estabas haciendo que tardaste tanto?

—Nada, amiga. Anoche no descansé bien y estoy un poco lenta. Debe ser por eso.

No mentía. Cada vez que cerraba los ojos, el rostro del custodio aparecía frente a ella y su cuerpo, lejos de relajarse, se inquietaba, ávido por saciar una necesidad que ni siquiera sabía que tenía.

—¿Discutiste con Gustavo?

La pregunta la tomó por sorpresa.

—No, ¿por qué?

—Por nada en especial. Solo me pareció raro que no hubieses ido a dormir a su casa. Siempre te vas con él después de un show.

Y tenía razón, así había sido desde que llegó a la ciudad... hasta anoche.

—Es que no me sentía muy bien y preferí venir a casa —mintió.

Por el contrario, se había sentido mejor que nunca. Su cuerpo estuvo rebosante de energía, su corazón latiendo con ímpetu y un torbellino de emociones arrasó con todo en su interior desestabilizándola y nada de eso tenía que ver con Gustavo. Por este último, en cambio, había experimentado un fuerte rechazo. Era la primera vez que algo así le pasaba, pero algo le decía que no sería la última.

—¿Por qué no me dijiste nada? —recriminó a la vez que apoyó la palma de la mano sobre su frente.

—No tengo fiebre, Estefi. No exageres —respondió apartándose de su contacto.

Su amiga frunció el ceño ante su reacción. Era evidente que percibía sus nervios. No podía culparla. Saber que, en breve, lo vería de nuevo la tenía caminando por las paredes. ¿Volvería a sentir lo mismo cuando lo tuviese frente a ella? Por su bien, esperaba que no. 

Gabriel conducía por las calles de la ciudad con la mirada fija al frente. No había pegado un ojo en toda la noche. De todas las personas con las que podría haber llegado coincidir, jamás se imaginó que sería con ella.

Por lo que había averiguado en su investigación, si bien creció en Buenos Aires, hacía doce años que se había mudado a Misiones junto a su familia. ¿Cuáles eran las posibilidades de que se encontrasen allí? Ninguna, sin duda. Pero bueno, desde entonces, muchas cosas podían haber cambiado.

Se estremeció al volver a pensar en ella. La noche anterior, había experimentado una mezcla de emociones al verla y, aunque fue capaz de esconderlas bajo una perfeccionada máscara de indiferencia, lo cierto era que su autocontrol estuvo muy cerca de resquebrajarse. ¡Mierda! ¿Cómo iba a dejar atrás el pasado si este seguía asomando su cabeza a donde quiera que fuese?

Por fortuna, ella no lo reconoció. No tenía por qué. Los medios nunca dijeron nada sobre lo sucedido con Lucila en la costa y, aun si lo hubieran hecho, él no fue el culpable. No obstante, su hermano podría haberlo mencionado o, tal vez recordar su nombre de cuando secuestraron a Daniela, la hija del político a quien custodiaba en ese entonces. Eso sí había sido noticia, por lo que, sin duda, era una posibilidad.

Todavía estaba afectado por los miles de pensamientos que cruzaron por su mente en el preciso instante en el que fueron presentados. Había llegado, incluso, a plantearse el rechazar el trabajo. Podría devolver el cheque y marcharse. Al fin y al cabo, no lo había cobrado aún. Era preferible eso a que ella descubriese quien era. Lo que menos necesitaba era que la policía cayera para hacerle preguntas. Él ya había pagado por sus errores. No necesitaba volver a pasar por lo mismo.

Sin embargo, no fue capaz de reaccionar. Abrumado por su presencia y por las intensas sensaciones que recorrieron su cuerpo nada más verla, se quedó petrificado con sus ojos fijos en los de ella. Ana, por su parte, tampoco se había movido y, con su cautivadora mirada, aumentó aún más el efecto que estaba teniendo sobre su cuerpo.

Fue en ese momento que comprendió que aquella fotografía no le hacía justicia. En persona era mucho más hermosa.

¡No, no, no! No podía tener esos pensamientos. Tenía que eliminar, de raíz, cualquier emoción que ella pudiese generarle. No solo por las razones obvias, su pasado, sino porque no era nada más ni nada menos que la novia de su jefe.

El destino parecía estar empecinado en ponerlo a prueba. Pero él le demostraría que había aprendido la lección. A partir de ahora, se enfocaría únicamente en su trabajo sin dar lugar a distracciones de ningún tipo.

Horas después, no podía apartar los ojos de ella. ¡Carajo! ¿Acaso era idiota?

Luego de llegar a la discoteca, permaneció junto a Gustavo mientras este se reunía con algunos empresarios que estaban interesados en invertir en el negocio. Al parecer, buscaban apelar a su buena voluntad e influencia para convencer a su hermano. Eso le confirmó lo que sospechaba. Ariel era quien manejaba todo.

Al terminar, lo acompañó a la parte central y toda la determinación que había logrado reunir, se fue a la mierda en cuanto volvió a tenerla frente a él. Las otras bandas ya habían tocado y ahora era el turno de "Beyond time" —"Más allá del tiempo"—, el grupo en el que ella cantaba, llamado así debido a sus interpretaciones de canciones retro, en su mayoría de los años 80' y 90', aunque, a veces, incluían temas icónicos de otras décadas también.

Una vez más, se preguntó cómo era posible que una mujer a la que ni siquiera conocía pudiese provocarle tantas sensaciones juntas. No tenía idea, pero lo que sí sabía era que no había chance de que fuese capaz de mirar hacia otro lado.

Cautivado por su belleza y la sensualidad que emanaba de ella, la observó desde el rincón en el que se encontraba junto a la barra donde su jefe se había sentado para beber. Sabía que debía ser cauto, pero no podía evitarlo; era más fuerte que él. Ella lo atraía, cual sirena, en medio de un naufragio.

A pesar de que el lugar estaba abarrotado de gente, Ana lo vio nada más pisar el escenario. Ni siquiera tuvo que buscarlo. Sus ojos simplemente aterrizaron en los suyos, como si hubiese sido capaz de sentirlo a la distancia. ¿Cómo podía ser? No entendía qué le estaba pasando, pero era incapaz de luchar contra los impulsos de su cuerpo. Gabriel parecía ejercer un extraño poder sobre ella. La seducía con una intensidad que jamás había sentido antes y eso comenzaba a asustarla.

Obligándose a apartar la mirada, observó al público que esperaba, ansioso, a que comenzaran a tocar y cantar. Necesitaba centrar su atención en cualquier cosa o persona que no fuese aquel apuesto y endemoniadamente sensual guardaespaldas cuyos ojos no se despegaban en ningún momento de ella. Falló, por supuesto, y en cuanto la música llenó el ambiente, volvió a caer presa de su mirada.

Dieron comienzo al concierto con varios temas de los 80' dejando para el final los de los 90'. No era que tuviesen un orden establecido. Por lo general, iban intercalando, yendo y viniendo de una época a otra, pero esa noche a Julián se le había ocurrido hacer así en un intento por transmitir la maravillosa sensación del paso del tiempo a través de la música y todos estuvieron de acuerdo. No se equivocaron. El entusiasmo de la gente crecía conforme las canciones avanzaban.

Si bien la música siempre había tenido el poder de transportarla haciendo que todo a su alrededor se desvaneciera, no se olvidó en ningún momento de Gabriel. Definitivamente le gustaba y, a juzgar por el modo en que la miraba, estaba segura de que a él le pasaba lo mismo. Temerosa de que Gustavo notase lo mucho que su custodio la afectaba, lo miró en varias oportunidades; sin embargo, este parecía estar más interesado en su teléfono que en su actuación.

Entonces, sus ojos volvieron a coincidir y todo su cuerpo experimentó una violenta descarga eléctrica, imposible de ignorar. Sus manos temblaron, su respiración se aceleró y su estómago se llenó de mariposas que nada tenían que ver con los nervios que solía sentir en cada presentación. No sabía cómo era posible, pero cuanto más tiempo pasaba en ese escenario bajo el escrutinio de su intensa mirada, más fuerte lo sentía.

Solo quedaba la última canción y se libraría por fin de aquel dulce martirio. Mas no se trataba de cualquier tema. Este reflejaba a la perfección todo lo que venía sintiendo desde que él se había cruzado en su camino. Qué curioso que hubiese sido ella quien lo eligió para cerrar el concierto. Al parecer, su inconsciente le había jugado una mala pasada y ahora no tenía otra opción que seguir adelante y dejar salir lo que tenía dentro.

Los primeros redobles de la batería, acompañados por el bajo y la guitarra, anunciaron el comienzo de "(You drive me) Crazy" de Britney Spears. Cerró los ojos un instante e inspiró profundo para concentrarse antes de empezar a cantar. Falló. En cuanto volvió a abrirlos, estos se clavaron en los suyos, como si estuviese cantando solo para él. Tenía que tener cuidado o alguien podría notarlo. Gabriel, sin duda, lo había hecho.

"Baby, I'm so into you. You got that something, what can I do? Baby, you spin me around. The earth is moving, but I can't feel the ground. Every time you look at me, my heart is jumping, it's easy to see. You drive me crazy. I just can't sleep. I'm so excited, I'm in too deep. Whoa oh oh, crazy, but it feels alright. Baby, thinking of you keeps me up all night" —"Cariño, me gustás mucho. Tenés ese algo, ¿qué puedo hacer? Cariño, das vueltas a mi alrededor. La tierra se está moviendo, pero no puedo sentir el suelo. Cada vez que me mirás, mi corazón está saltando, es fácil de ver. Me volvés loca. Simplemente no puedo dormir. Estoy tan emocionada, estoy demasiado metida. Whoa oh oh, loca, pero se siente bien. Cariño, pensar en vos me mantiene despierta toda la noche"—.

Gabriel debió hacer un esfuerzo para no dejar caer la mandíbula cuando la vio clavar sus ojos en los de él y empezar a cantar. Todo a su alrededor se desvaneció. En ese momento, solo existía ella y la forma sensual en la que, meneando las caderas, caminaba por el escenario sin dejar de mirarlo. Incluso desde la distancia, fue capaz de sentir el fuego que emanaba de ella.

Sabía que era imposible, que debía ser un producto de su imaginación, de su más que evidente necesidad de sentirse querido y deseado; pero Ana no apartaba los ojos y no pudo evitar que su cuerpo reaccionase a ella. Hipnotizado por tan increíble visión, se olvidó por un instante de donde estaba y se centró únicamente en ella.

"Tell me you're so into me. That I'm the only one you will see. Tell me I'm not in the blue, oh that I'm not wasting my feelings on you. Every time I look at you, my heart is jumping, what can I do? You drive me crazy. I just can't sleep. I'm so excited, I'm in too deep. Whoa oh oh, crazy, but it feels alright. Baby, thinking of you keeps me up all night" —"Decime que te gusto mucho. Que soy la única a la que verás. Decime que no estoy en el limbo, oh que no estoy desperdiciando mis sentimientos en vos. Cada vez que te miro, mi corazón está saltando, ¿qué puedo hacer? Me volvés loca. Simplemente, no puedo dormir. Estoy tan emocionada, estoy demasiado metida. Whoa oh oh, loca, pero se siente bien. Cariño, pensar en vos me mantiene despierta toda la noche"—.

Estaba jodido, muy jodido. Si antes había creído que sería capaz de manejar las inesperadas sensaciones que Ana despertaba en él, acababa de comprobar que estaba completamente equivocado.

Después de esta pequeña función, no había chance de que pudiese olvidarse de ella. Prueba de ello era la notable y firme erección que ocultaban sus manos cruzadas delante de su cuerpo y empujaba contra sus pantalones, producto de la combinación de tan sensual baile y la intensidad de su mirada.

—Veo que te gustó.

La voz de su jefe lo tomó por sorpresa. ¡Mierda! Estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se dio cuenta de que se le había acercado. "Que buen custodio resultaste", se recriminó a sí mismo mientras se golpeaba la frente mentalmente.

—No sé a qué se refiere, señor —respondió tras aclararse la garganta en un intento por ganar tiempo.

Gustavo lo evaluó con la mirada y sonrió de lado.

—A la banda, ¿qué más podría ser?

—Sí, claro. Tocan muy bien —afirmó con seguridad fingiendo no haberse dado cuenta de su sarcasmo.

Sin duda, se había percatado de su interés y ahora parecía estar disfrutando con su incomodidad. Como fuese, la culpa era suya por haber bajado la guardia de ese modo. Maldito imbécil.

—Así es. Son lo mejor de lo mejor. Por eso me ocupo de que tengan todo lo que necesitan y desean.

Gabriel no pasó inadvertido el doble sentido de sus palabras. Con ese comentario, le hacía ver con mucha diplomacia que Ana era suya y que le convenía no meterse en medio.

Tenía que tener más cuidado en el futuro. Por nada del mundo debía hacerlo dudar de él. De lo contrario, podría perder su trabajo y entonces, no volvería a verla. ¡¿Qué?! ¿Desde cuanto ella se había vuelto importante? Evidentemente, estaba empezando a perder la cabeza.

Cuidándose de mantener una expresión imperturbable, asintió.

—Bien —concluyó Gustavo poniendo fin a la conversación.

A continuación, se dio la vuelta y empezó a caminar rumbo a donde se encontraban los camerinos. Lo siguió en silencio guardando cierta distancia entre ellos y observando con atención los alrededores.

Como no hacía falta que entrase con él, permaneció fuera y esperó junto a la puerta. Desde allí, podía oír las voces del grupo, pero solo una llamaba su atención, la que pertenecía a la persona que había mantenido su mente a la deriva, minutos antes.

Notó cómo esta se volvía cada vez más nítida hasta que, de pronto, la puerta se abrió y ella salió, apresurada. Con el teléfono pegado en su oreja, se alejó unos pasos en dirección opuesta. En ningún momento lo vio y él tampoco la puso sobre aviso.

—Pensé que estaría despierta, perdoname. Es que la extraño mucho y quería darle las buenas noches.

No tenía idea de con quién hablaba, pero por el tono empleado, supuso que sería alguien muy querido para ella.

—Lo sé, solo necesitaba escuchar su voz. —Hizo una pausa antes de que un suspiro, que denotaba cansancio, escapara de sus labios—. No pasa nada. De verdad, Luci, estoy bien.

Se tensó en cuanto oyó ese nombre. Después de dos años, pensó que jamás volvería a oír de ella. Ahora sabía que quién estaba del otro lado de la línea era Lucila Narváez, la cuñada de Ana y la mujer por la que había terminado encerrado.

Contuvo la maldición que estaba por escapar de sus labios. Si la velada advertencia de Gustavo no había sido una llamada de atención para él; esto, sin duda, lo era. Por mucho que Ana le atrajese, por más que sintiera esa extraña conexión con ella desde que los presentaron, debía mantenerse lejos. Tenía que hacerlo por el bien de ambos.

Todavía se estaba recuperando de la sorpresa cuando sus ojos colisionaron, una vez más. No la había escuchado despedirse. De hecho, no había sido capaz de oír nada más. Ahora, volvía a tenerla frente a él y lo que generaba en su interior era igual de arrollador que la primera vez. ¡¿Qué carajo le estaba pasando?!

—Hola, no sabía que estabas acá —dijo, nerviosa.

Él también lo estaba, aunque disimulaba un poco mejor.

—Mi trabajo es estar siempre cerca de su novio —respondió con más brusquedad de la que se proponía remarcando, adrede, la última palabra.

Advirtió cómo su expresión cambiaba de inmediato. Al parecer, lo que acababa de decirle no le había gustado nada. ¿Acaso...?

Pero antes de que terminase de plantearse esa pregunta, Gustavo salió del camerino, interrumpiéndolos.

—Muñeca, estaba felicitando a los chicos por la increíble actuación de hoy. —Dando un paso hacia ella, la rodeó por la cintura con un brazo y acercándola a él, le sujetó el mentón con su mano—. Con vos prefiero hacerlo en privado —declaró justo antes de tomar completa posesión de su boca.

Gabriel apartó la mirada. No era algo que deseara presenciar, precisamente.

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