Capítulo 15
Conmovido, volvió a besarla, dejándose llevar por la ardiente pasión que incitaba en él. Incapaz de resistirse a ella y a todo lo que generaba en su cuerpo, le hizo el amor una vez más, en esta oportunidad, con menos urgencia, con más tranquilidad; pero experimentando la misma necesidad de tocarla, de sentirla, la misma ansia que lo hacía olvidarse de todo excepto de ellos dos.
Nunca antes le había pasado algo así. Si bien estuvo con mujeres desinhibidas y apasionadas a lo largo de su vida, lo que ella provocaba en su interior era completamente diferente, algo que ni siquiera sabía que podía llegar a sentir. La deseaba con una intensidad que lo asustaba y cuando la tenía delante, apenas era capaz de contenerse. ¿Esto era el amor? ¿Podía sentirse tan pronto?
A Ana, por su parte, le pasaba algo similar. Había estado con varios hombres hasta ahora; no obstante, con ninguno de ellos había experimentado ni la mitad de lo que él le hacía sentir. El guardaespaldas era sexy, intenso, brusco y eso avivaba su propia llama haciéndola arder de deseo y necesidad.
En la cama estaba acostumbrada a ser ella quien llevase la batuta. Con él, en cambio, cedía por completo el control, lo cual le encantaba. Gabriel parecía saber exactamente lo que quería antes incluso que ella misma. Le daba placer para luego negárselo y justo al borde de la desesperación, dárselo todo. ¡Dios, solo pensar en la forma en la que la besaba la hacía estremecerse! Jamás se había sentido así antes. ¿Acaso se estaba enamorando?
—Salgamos —propuso él todavía con la respiración acelerada.
—¿Qué?
Apenas podía pensar luego de lo que acababan de experimentar.
—Muero de hambre —aclaró mientras se apoyaba sobre sus codos para poder mirarla—. Daría lo que fuera por una hamburguesa en este momento.
Ana no pudo evitar reír ante su comentario.
—Mmmm con queso cheddar y papas fritas.
Gabriel sonrió, complacido. No dejaba de maravillarlo lo mucho que congeniaban, en especial en pequeñas cosas como esas. Otra mujer en su lugar, le habría dicho de cocinar algo o bien quedarse en la cama y pedir comida a domicilio. Ella, en cambio, aceptó su plan sin ninguna objeción, mostrándose, incluso, entusiasmada ante la idea. ¿Cuánto había anhelado encontrar una compañera así? Toda su vida.
—Conozco el lugar perfecto —afirmó, feliz.
Quince minutos después, se dirigían en su auto hacia una de las mejores hamburgueserías del barrio de Palermo. De fondo, el locutor en la radio anunció que sería un día soleado e inusualmente cálido para la época y luego, presentó uno de los temas más populares de los años ochenta: "Take on me" de A-ha.
Ana jadeó al reconocerlo y esbozando una amplia sonrisa en el rostro, subió el volumen. De inmediato, el sonido de la batería, seguida por el bajo y la melodía en el piano, llenaron el interior del vehículo.
—¡Me encanta esta canción! —exclamó y, moviendo su cuerpo al ritmo de la música, se puso a cantar a la par del cantante.
Gabriel sonrió al verla tan emocionada.
—"We're talking away. I don't know what I'm to say, I'll say it anyway. Today's another day to find you shying away. I'll be coming for your love, okay? Take on me (take on me). Take me on (take on me). I'll be gone in a day or two". —"Seguimos hablando. No sé lo que voy a decir, pero lo diré de todos modos. Hoy es otro día para encontrarte evadiéndome. Vendré por tu amor, ¿está bien? Dame una oportunidad (dame una oportunidad). Aceptame (dame una oportunidad). Me iré en un día o dos"—.
Sin desatender el camino, le dedicó una mirada significativa y, tomándola por sorpresa, comenzó a cantar también él.
—"So needless to say, I'm odds and ends, but I'll be stumbling away. Slowly learning that life is okay. Say after me. It's no better to be safe than sorry". —"No hace falta decir que no valgo mucho, pero seguiré tropezando, aprendiendo poco a poco que la vida está bien. Repetí después de mí: Es mejor pedir perdón que permiso"—.
Intercambiando otra mirada, esbozaron una sonrisa mientras cantaron a dúo.
—"Take on me (take on me). Take me on (take on me). I'll be gone in a day or two". —Dame una oportunidad (dame una oportunidad). Aceptame (dame una oportunidad). Me iré en un día o dos"—.
A continuación, le siguió el solo de piano y Ana hizo la mímica como si en verdad estuviese tocándolo enérgicamente. Gabriel estalló en carcajadas, fascinado por sus payasadas; pero ella, aunque también reía, se las ingenió para seguir con su ferviente interpretación hasta el final de la canción.
—¡Oh por Dios, no sabía que podías cantar así! —exclamó una vez hubo terminado.
Le gustó reconocer alegría y admiración en su voz.
—Se podría decir que sabés cómo sacar a relucir mis talentos ocultos.
—Creo que usted es muy peligroso, señor Acosta —señaló agitando el dedo índice en su dirección en cuanto notó el efecto inmediato que sus palabras tuvieron en ella.
Él arqueó las cejas, divertido, al oír la forma en la que lo había llamado y giró la cabeza hacia el costado para encontrarse con su mirada. Al instante, se perdió en sus bonitos ojos de ese color tan especial entre marrón y verde. Estos brillaban con deseo contenido haciendo que el suyo emergiera sin más. Suspiró y, con una sonrisa, negó con la cabeza.
—Usted mucho más, señorita Ferreyra.
Se moría por besarla, pero era consciente de que, si lo hacía, no querría detenerse, lo cual sería un grave problema considerando que estaba al volante y debía estar atento al camino. Por fortuna, no faltaba demasiado para llegar a destino.
En cuanto estacionó, la condujo hasta el local donde vendían hamburguesas. Si bien podían comer allí, las pedirían para llevar y luego, cruzarían hasta el lago para comerlas en uno de los bancos apostados a lo largo de la orilla.
—Hacía muchísimo que no venía por acá —dijo ella nada más sentarse, su mirada perdida en la gran masa de agua frente a ellos.
—Yo también.
Ana posó los ojos en los suyos notando al instante un deje de tristeza en estos. Sin embargo, antes de que se atreviese a preguntarle, él le entregó su comida.
—Espero que te gusten. Para mí son las más ricas de Buenos Aires.
Se apresuró a quitarle la envoltura. El delicioso aroma la alcanzó de lleno provocando que su estómago protestara.
—Mmmm —musitó al dar el primer bocado—. Está buenísima.
Gabriel asintió antes de morder la suya. Gimió en cuanto la saboreó.
—Te lo dije —murmuró con la boca aún llena.
—Y tenías razón —lo imitó.
Ambos rieron ante la falta de modales que manifestaban los dos. Evidentemente el hambre surtía ese efecto en ellos.
Las papas fritas también recibieron su cuota de halagos y, menos de cinco minutos después, no quedaban ni las migas.
—¡Dios, siento que voy a explotar! —Se quejó Ana llevando una mano a su vientre a la vez que se reclinó sobre el respaldo del banco.
—Yo me comería otra —reconoció él encogiéndose de hombros.
—¡No, tenés que dejar espacio para el helado!
—Oh, tengo lugar para todo, preciosa, tranquila.
La risa que le causó ese comentario la hizo escupir la bebida. Gabriel se carcajeó al verla y se apresuró a entregarle una servilleta.
—¡Ay, soy un desastre! —aseveró sin poder dejar de reír—. ¿Qué vas a pensar de mí?
Él la miró a los ojos por un momento. Era la mujer más bonita que conoció alguna vez, la más sensual y espontánea, la más interesante y desinteresada. La mujer con la que siempre había soñado.
Bajando la mirada a sus labios, la sujetó de la nuca y la acercó a él para besarla. Cualquier rastro de risa que hubiese quedado desapareció al instante y, manifestando el mismo deseo que sentía él, Ana le devolvió el beso con igualada pasión.
—Sos un hermoso desastre —susurró contra sus labios antes de volver a apoderarse de su boca.
Nada más oírlo, lo dejó hacer, perdiéndose por completo en todo lo que él le hacía sentir. No sabía cómo ni por qué, pero a su lado se sentía completa, como si por primera vez en la vida lo tuviese todo.
—Esto me recuerda a Santa Fe, cuando me encontraste frente al lago en el Parque de la Independencia. ¿Te acordás? —preguntó luego de unos minutos.
—Por supuesto que me acuerdo —dijo mientras le acariciaba una mejilla colocando el pelo suelto detrás de su oreja—. Quería besarte y hacerte mía. Lo deseaba tanto que apenas podía respirar.
—Y yo pensando que no lo harías —provocó.
—Era cuestión de tiempo. Creo que hubiera muerto si no probaba tus labios.
—La que casi muere soy yo cuando finalmente lo hiciste. Fue tan... sexy... —Sonrió—. Ahí supe que estaba jodida. No había chance de que pudiese olvidarte.
Gabriel acunó su rostro entre sus manos.
—Esa noche, hasta que te apareciste en mi habitación, me estaba volviendo loco pensando en vos —confesó mientras la acariciaba con los pulgares—. No soportaba que estuvieses sola con él. Temía que te... Quería sacarte de allí y llevarte lejos. Cuidarte y protegerte. Tenerte solo para mí.
—Acá me tenés, Gabriel. Toda para vos. Solo para vos.
Gimió al oírla y, sin demorarse un segundo más, cubrió sus labios con los suyos una vez más. Empujando despacio con su lengua, se abrió paso a su interior y recorrió con suavidad cada recoveco de su boca. Se deleitó con su dulce sabor mientras profundizaba el beso con ansia.
Cuando finalmente se separaron para tomar aire, apoyó la frente sobre la de ella y cerró los ojos.
—Solo para mí —repitió en un débil susurro.
Permanecieron abrazados en silencio durante un rato contemplando los patos nadar en el lago. Luego, decidieron caminar un poco por el lugar.
Ana sonrió cuando lo vio extender una mano hacia ella y, sin dudarlo, se aferró a esta entrelazando los dedos con los suyos. Sabía que esa pequeña burbuja en la que se encontraban se rompería en cualquier momento, pero intentaría no pensar en nada más mientras durase. Estar allí juntos le transmitía toda la serenidad que necesitaba para afrontar lo que fuese que los esperaba más adelante.
Mientras caminaron, Gabriel observó los alrededores. Venía haciéndolo cada tanto desde que llegaron, buscando asegurarse de que nadie los estuviese siguiendo. Por fortuna, nada parecía estar fuera de lugar y eso lo tranquilizó un poco. Sin embargo, no descartaría que fuese a suceder en los próximos días. Pese a que Gustavo se encontraba lejos, no podía confiarse. Sus celos y necesidad de ejercer control sobre ella estarían más desbocados que nunca debido a la distancia y un movimiento en falso de su parte podría llegar a desencadenar una catástrofe.
—¿Aún querés tomar ese helado que dijiste antes? —preguntó a la vez que tiró despacio de su mano instándola a seguirlo.
—Sí, espero que tengan crema del cielo. —Él la miró, sorprendido, pero antes de que pudiese replicar, ella habló de nuevo—. No te atrevas a decir que es americana con colorante.
Fue incapaz de reprimir la risa. Era exactamente eso lo que iba a decir. Pero, en su lugar, optó por hacer un gesto con la mano en ademán de quien cierra la boca.
Luego de pedir, se sentaron frente a una de las pequeñas mesas que había distribuidas fuera de la heladería para disfrutar del rico postre. No recordaba cuándo había sido la última vez que lo hizo, pero estaba seguro de que nunca antes se había sentido tan bien. Y sabía que era su compañía la que estaba haciendo la diferencia.
La observó por un instante, complacido de verla distraída y relajada, sin ese temor que había percibido en su mirada la noche anterior. La dejaría disfrutar hasta que terminasen y entonces le diría de volver. Todavía tenían que llamar a un cerrajero y no quería que se hiciera más tarde. No tenía idea de quién había entrado a su departamento, pero no iba a dejar que lo hiciera de nuevo.
—Se te está derritiendo todo el helado —dijo Ana de repente, sacándolo de sus pensamientos.
Pero antes de que pudiera reaccionar, ella se inclinó hacia este y pasó su lengua despacio alrededor del cucurucho. Tragó con dificultad al contemplar la sensual escena.
Decidido a vengarse, lo empujó sobre su boca para mancharla con la crema y, acto seguido, lamió sus tentadores y carnosos labios. Al parecer, ella despertaba su lado juguetón; lo instaba a sentir y dejarse llevar. Ana era una maldita bocanada de aire fresco para él.
—Mmmm delicioso —murmuró con picardía y sonrió al notar que su pequeño ardid había tenido el efecto esperado.
—Otro —pidió ella con los ojos vidriados por el placer.
Él cedió y con total alevosía, volvió a pasar la lengua por la costura de sus labios.
—¿Así? —murmuró contra estos en un erótico susurro.
Ana gimió y deslizando una mano por su nuca, tiró de él hasta que sus bocas volvieron a unirse. Entonces, lo invadió con su lengua, perdiéndose en su delicioso sabor mezclado con el chocolate del helado. Excitada por su sensual jueguito, hurgó en su interior, acariciándolo despacio y tirando de su labio inferior con sus dientes.
—Así.
Menos mal que la señora y los cuatro niños que se encontraban allí cuando llegaron ya se había ido. De lo contrario, habrían tenido flor de espectáculo. De todos modos, a ninguno de los dos le preocupaba demasiado quién pudiese verlos. Al parecer, nada más importaba cuando estaban juntos.
—Creo que no lo entendí bien —provocó él, divertido—. Tal vez deberías mostrármelo de nuevo.
—Tonto —murmuró con una sonrisa antes de volver a devorar sus labios.
Mientras regresaban de su paseo, le sugirió que llamase a un cerrajero para resolver el tema esa misma tarde, pero ella se negó. Le dijo que la decisión debía tomarla su amiga, ya que era su casa, y que aún no le había contado lo que pasó, por lo que tenía que esperar a que pudiese hablar con ella. No le gustó demasiado que lo dilatase, pero entendía su punto. Algo así era mejor hablarlo en persona. No obstante, habría preferido que cambiase la cerradura y después hablara con ella.
De todos modos, tampoco importaba demasiado. Después de lo sucedido, no volvería a dejarla sola. En el baúl del auto, tenía una bolsa con ropa que había llevado al lavadero. Se ducharía allí y se pondría una de sus camisas antes de llevarla a la discoteca para el recital de esa noche. Solo bastaría con plancharla y nadie notaría que no había pasado la noche en su casa.
Todavía rodeados por esa mágica burbuja en la que se encontraban, subieron por el ascensor consiguiendo apenas mantener la compostura. Desde el no tan inocente juego de seducción que habían realizado en la heladería, se morían por volver a dejarse llevar y dar rienda suelta a la arrolladora pasión que los invadía cada vez que estaban cerca. Y estar encerrados en un pequeño cubículo no era de gran ayuda.
En cuanto este se detuvo al llegar a su piso, salieron sin dejar de besarse y acariciarse con enfebrecido furor. ¡Carajo, parecían dos adolescentes cachondos desesperados por echar un polvo! Por un instante, Ana pensó en lo incómodo que sería si alguno de los vecinos saliese justo en ese momento, pero de pronto se rindió. La boca de Gabriel era implacable y sentir su húmeda y caliente lengua sobre la piel de su cuello le hacía puré el cerebro.
Con torpeza, colocó la llave en la cerradura, dispuesta a entrar. Sin embargo, la mano de él se cerró sobre la suya, deteniéndola.
—Esperá, preciosa... Dejame entrar primero a mí —murmuró con voz ronca.
Pese a la excitación que le nublaba el juicio, no se olvidaba del peligro y no iba a arriesgarse a que alguien estuviese esperando dentro.
—Está bien —aceptó, pero no se apartó y, poniéndose en puntas de pie, buscó su boca, una vez más.
Gabriel gruñó al sentir su pasión y, sujetando sus muñecas con una mano, las alzó por encima de su cabeza mientras la aprisionaba contra el marco de la puerta y recorría su silueta con su mano libre. Lo encendía oírla gemir por completo afectada por la intensidad de lo que ambos sentían.
—Ana, tengo que...
Pero sus palabras quedaron suspendidas cuando la puerta de la vivienda se abrió de repente. Apartándose por acto reflejo, se ubicó un paso delante de ella para cubrirla con su cuerpo en un gesto protector.
—¿Gabriel? —preguntó la dueña de casa, extrañada, al encontrarse con el guardaespaldas.
—Hola, Estefanía —saludó con voz baja, todavía afectado por lo que estaban haciendo.
Ana avanzó en cuanto él se hizo a un lado. Era consciente de que no podría ocultarle lo que acababa de suceder. Sus labios debían de estar enrojecidos e inflamados debido al roce de la corta barba contra su piel y estaba segura de que su cabello era un desastre total. Eso sin mencionar que aún estaba agitada. ¿Cómo era posible que no hubiera pensado en que su amiga podría haber regresado?
—¿Todo bien? —preguntó, nerviosa. Podía sentir su inquisitiva mirada sobre ella—. Digo... ¿encontraste todo en orden?
La vio fruncir el ceño, confundida.
—¿Y por qué no habría de estarlo?
—Es que... anoche...
Pero antes de que pudiese seguir hablando, Julián apareció detrás de ella.
—¿Y mi amor? ¿qué era ese rui...? —Se calló al verlos. Sus ojos se posaron en los de Ana, luego en los de Gabriel y, por último, regresaron a los de ella—. Oh...
Una sonrisa se dibujó en su rostro al comprender lo que estaba pasando. Al parecer, poco le importaba su relación con Gustavo. Su amiga, por el contrario, parecía molesta. Al menos, eso decía el entrecejo fruncido que lucía su rostro.
—¿Anoche...? —repitió sin hacer caso a la pregunta de su novio.
—Creo que deberíamos seguir esta conversación adentro —intervino el custodio antes de que Ana dijera algo más.
—Sí, claro, perdón —se disculpó y dio media vuelta para adentrarse en el departamento.
Julián la siguió y a continuación, entraron ellos.
Podía sentirse la tensión en el ambiente. Por algún motivo, Estefanía parecía molesta. Gabriel, por su parte, no se quedaba atrás. Los observaba a ambos con desconfianza, evaluando cada uno de sus gestos y movimientos. Y ella comenzaba a enojarse. No estaba acostumbrada a tener secretos y, sin duda, no solía ocultar lo que sentía. Siempre había sido libre y frontal, sin importar lo que dijeran los demás y por eso, toda esta situación la estresaba demasiado.
—¿Estuviste por acá ayer a la madrugada entre las dos y las cuatro de la mañana?
La pregunta del guardaespaldas descolocó a todos, tanto a la pareja como a ella misma. ¿Qué carajo estaba haciendo?
—Gabriel...
—Es una simple pregunta, Ana —la cortó antes de que pudiera terminar de objetar, sus ojos fijos en los de su amiga.
—No —respondió ella, desorientada—. Pasé la noche en la casa de Juli. —El muchacho asintió a su lado, secundándola—. ¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Alguien entró mientras estaba durmiendo.
—¡¿Qué?! —exclamaron los dos a la vez.
—¿Pero estás bien? ¿Te hizo algo? ¡¿Por qué no me llamaste?!
Si antes parecía molesta, ahora estaba furiosa.
—Estoy bien. No me hizo nada porque ni siquiera lo vi y no te llamé porque no quería preocuparte. Yo ya estaba con Gabriel y no lo vi necesario.
Estefanía cerró los puños al oírla.
—¡Es mi casa! Creo que tengo derecho a saber si alguien entra en medio de la noche.
—Calmate, mi amor —intercedió su novio.
—Lo sé, pero no había nada que pudieras hacer, Estefi. Estaba esperando a que volvieras para decírtelo.
Ella inspiró profundo para calmarse.
—¿Se llevaron algo?
—No creemos que hayan entrado para robar.
—¿Cómo? ¿Entonces para qué...? No entiendo nada, Ana.
Ella intercambió una mirada con Gabriel y, a continuación, le contó todo lo que había pasado, desde el momento en el que despertó en medio de la noche, hasta la llegada de él a la vivienda.
—No puedo creerlo. ¿En verdad estás bien? —preguntó a la vez que se sentó a su lado y tomó sus manos.
—Sí, por suerte Gabriel estaba en la calle saliendo del trabajo y eso le permitió llegar rápido.
Tras asentir, su amiga lo buscó con la mirada.
—Gracias por haber estado con ella en un momento así.
Él se limitó a asentir. ¡Por supuesto que lo haría! ¿Acaso creía que tenía que pedirle permiso?
—Lo importante ahora es cambiar la cerradura para asegurarnos de que no puedan volver a entrar —afirmó con más brusquedad de la que pretendía.
—Sí, por supuesto. Lo haré mañana mismo.
Estaba tan pendiente de ambos, que notó el preciso instante en el que Julián se tensaba y, nervioso, hurgaba en el bolsillo de su pantalón como si estuviese comprobando que lo que hubiese en su interior siguiera allí.
—¿Algo que quieras compartir con nosotros? —preguntó con voz áspera, su tono brusco.
El muchacho se pasó la mano por la nuca y, tras inspirar profundo, sacó las llaves del bolsillo.
—Creo que la persona que entró podría haber usado mi llave.
Ana y Estefanía jadearon ante la sorpresa. Gabriel, en cambio, no dejó entrever ningún tipo de emoción. No obstante, sus puños se encontraban fuertemente cerrados y toda su postura anunciaba peligro.
—Me di cuenta de que me faltaba hace una semana, pero me olvidé de decírtelo —aclaró mirando a su novia—. No pensé que fuera importante, pero ahora... Lo siento, Ana —prosiguió, posando los ojos en los de su amiga—. Jamás imaginé que... ¡Soy un pelotudo!
—Tranquilo, Juli —se apresuró a decirle al tiempo que se paraba y se posicionaba entre ambos hombres, solo por si acaso—. No tenés la culpa de nada —remarcó más para el custodio que para él.
—Anita tiene razón, mi amor. No podías saberlo —concordó Estefanía—. Creo que lo mejor es que nos quedemos en tu casa hasta que pueda coordinar con el cerrajero.
—Sí, por supuesto, ambas son bienvenidas.
—No.
Los tres voltearon hacia Gabriel, quien, con expresión indescifrable, permanecía de pie en un extremo del living.
—No es ninguna molestia para mí.
Pero volvió a negar con la cabeza.
—Yo me quedaré con ella —afirmó sin dar lugar a réplica.
A Julián no pareció gustarle su actitud, estaba seguro, pero no podría importarle menos. Ella se quedaba con él y punto.
—¿Ana? —indagó Estefanía a la espera de su aval.
—No se preocupen por mí. Estaré bien.
—Muy bien. Voy a buscar unas cosas a mi cuarto.
—Te acompaño —dijo antes de seguirla.
Nada más entrar, se acercó a ella.
—Estefi, yo... te quería pedir un favor. —La miró con atención—. Supongo que no hace falta que te diga lo que pasa entre...
—No voy a decir nada a nadie, si es lo que te preocupa —la interrumpió.
Ella asintió.
—Gracias, es solo por un tiempo hasta que veamos qué hacer.
—Lo entiendo —le dijo apoyando ambas manos en sus hombros—. Lo único que te pido es que tengas cuidado, Ana. Sabés que no todo lo que brilla es oro y no me gustaría que salieses lastimada solo por un capricho.
Se envaró al oírla. ¡¿Qué carajo había querido decir con eso?! Estaba por preguntárselo cuando Julián apareció en la puerta.
—Me voy. Cualquier cosa llamame, bella. Te quiero —le dijo antes de besar su mejilla.
Ana no respondió. Sabía que estaba preocupada y que lo decía por miedo porque quería lo mejor para ella, pero no le gustó para nada la forma en la que había hablado de Gabriel. Nadie hablaba así de él en su presencia. Ni siquiera su mejor amiga.
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¡Espero que les haya gustado!
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