Capítulo 14
El sonido de una notificación en su celular la despertó de repente. Aún adormilada, se sentó en la cama y bostezó desperezándose. Se sentía cansada, como si hubiese dormido solo unas pocas horas. Frotándose los ojos, se estiró para agarrar el teléfono y corroborar la hora. ¡Casi las once! Qué raro, no solía dormir hasta tan tarde.
A continuación, abrió los mensajes y leyó el último recibido. Era de Estefanía. Le avisaba que iba a regresar a la noche porque pasaría el día con Julián. Una sonrisa se dibujó en su cara al pensar en ellos. Era una de las parejas más sanas que conocía y eso la hacía feliz. Suspiró. Si tan solo a ella le fuese igual de bien en el amor...
De pronto, los recuerdos de la noche anterior acudieron a su mente en una repentina sucesión de flashes. Alguien había entrado en el departamento mientras dormía, dejando en el living un oso de peluche ensangrentado —o al menos eso creía en ese momento—, junto con una foto comprometedora de ella. Su estómago dio un vuelco al comprender lo que eso significaba. Quien lo hubiese hecho, no solo sabía lo de Gabriel, sino que lo estaba usando para amenazarla.
Despabilada por completo, miró a su alrededor. Aterrada como estaba por el macabro descubrimiento, se había apresurado a llamar a la única persona que sabía que podría tranquilizarla, al único capaz de hacerla sentirse segura, incluso en una situación así. Y por supuesto, él acudió de inmediato. A pesar de que ya era de madrugada, se encontraba despierto y, por fortuna, iba en su auto, por lo que se dirigió hacia allí sin dudarlo en cuanto le comentó lo que había pasado.
Aun así, no había rastros de él en la habitación, solo su olor impregnado en la piel por haber pasado horas en sus brazos. Inspiró profundo para llenarse de él. De alguna manera, esto parecía calmarla. Recordó cómo, luego de asegurarse de que no hubiese peligro y revisar las evidencias que el intruso había dejado, él se ocupó de cuidarla. Incluso, le preparó un chocolate caliente y permaneció a su lado hasta quedarse dormida. ¿Dónde estaba? ¿Acaso se habría marchado al igual que la otra vez? No pudo evitar sentirse decepcionada de solo pensarlo.
Un delicioso aroma a café recién hecho y tostadas invadió sus fosas nasales de repente. Frunció el ceño al darse cuenta de que no podía ser su amiga, ya que esta le acababa de decir que no iría hasta la noche. Su corazón dio un vuelco al comprender que probablemente fuese Gabriel. Eso significaba que sí se había quedado. Ansiosa, salió de la cama y se metió en el cuarto de baño. Si en verdad estaba allí, intentaría lucir lo más presentable posible.
En la cocina, el desayuno estaba casi listo. A pesar de no haber dormido casi nada esa noche, las pocas horas de sueño fueron más que suficientes para él. Probablemente el hecho de tenerla por fin en sus brazos luego de haber añorado tanto su compañía, tenía algo que ver. Todavía recordaba los nervios que sintió cuando ella le dijo que alguien había entrado en su casa. El miedo que podía percibir en su voz despertó su más profundo instinto protector llevándolo casi a la desesperación.
Los minutos que tardó en llegar a ella fueron los más largos y tortuosos de toda su vida. Ni siquiera los días en la cárcel tenían punto de comparación. Pensar en que estuviese a merced de un extraño que intentaba lastimarla simplemente lo desquició. Por suerte, se encontraba en la calle al momento de su llamada y eso le permitió llegar mucho más rápido.
Jamás se olvidaría del alivio que experimentó al sentirla de nuevo segura en sus brazos. No sabía cómo, pero de alguna manera, Ana se había vuelto la persona más importante para él y eso incluía hacer lo que fuere para mantenerla a salvo. No tenía idea de quién la había amenazado, pero no pensaba quedarse de brazos cruzados. Para empezar, le sugeriría cambiar la cerradura. Después, vería cómo seguían. Lo cierto era que no se quedaría tranquilo dejándola sola.
Además, sentirla relajarse poco a poco contra su cuerpo conforme se iba quedando dormida fue lo más maravilloso que había vivido en mucho tiempo, porque que hicieran el amor era increíble, algo de otro mundo, pero saber que podía brindarle la tranquilidad y la seguridad para que ella bajase la guardia, que confiara en él hasta ese punto, era simplemente sublime. Ana lo hacía sentirse bien consigo mismo, lo hacía pensar en un futuro juntos, le devolvía la esperanza.
Al levantarse, optó por no despertarla. Se veía tan linda durmiendo que no le supo bien interrumpir su descanso. Con cuidado de no hacer ruido, se metió en el cuarto de baño y, minutos después, salió de la habitación. Había visto el mate cuando le preparó el chocolate caliente antes de acostarse y no tardó en deducir que era de ella. Todavía recordaba lo que había dicho respecto de que no le gustaba el té ni el café. Sonrió. Menos mal que a su amiga sí, ya que no se imaginaba desayunando otra cosa.
Nada la preparó a Ana para la exquisita visión de Gabriel en su cocina. Con la camisa arrugada y arremangada hasta los codos y sus pies descalzos, acomodaba todo dentro de una bandeja que ni siquiera sabía que tenían. Como estaba de espaldas a ella, no se había percatado aún de su presencia, por lo que aprovechó para contemplarlo. Se intuía su cuerpo firme y trabajado por debajo de la ropa y no pudo evitar pensar en lo bien que se sentía recorrerlo con sus manos y su boca. Negó con su cabeza al notar el efecto inmediato que esos pensamientos tenían en ella.
—Buenos días.
Gabriel volteó hacia atrás al oír su saludo y le dedicó una sonrisa que la hizo estremecerse. ¡Dios, era tan sexy!
—Hola, preciosa. Espero que hayas dormido bien.
Quería responderle, decirle que sí, que tenerlo a su lado había hecho una gran diferencia, pero no conseguía hacer que su cuerpo obedeciese una simple orden. Lo vio ampliar la sonrisa ante su silencio, como si supiera su lucha interna, y luego, dio un paso hacia ella. ¡Mierda, mierda, mierda! No podía siquiera moverse. Solo sostener su mirada y rezar para que su cara no reflejara todas las cosas pecaminosas que corrían por su mente en ese momento.
Gabriel reconoció el deseo en sus ojos cuando sus miradas se encontraron y su cuerpo cobró vida solo por eso. Sin embargo, no haría nada al respecto. Aunque por dentro se estuviese muriendo debido a las intensas ganas de volver a besarla y darle placer hasta que se retorciera debajo de él, no avanzaría. Tenía muy fresco ese maldito mensaje que le había escrito días atrás. Ella había puesto un límite, una barrera, y él no la traspasaría a menos que se lo pidiera expresamente.
Se detuvo frente a ella y se inclinó hasta rozarle la oreja con sus labios.
—Mate, ¿verdad? —preguntó justo antes de depositar un beso en su mejilla.
Un escalofrío le recorrió la espalda al sentir su cálido aliento sobre la piel. ¡Dios! ¿Cómo podía ser que la afectara tanto su cercanía? No estaba del todo segura, pero en ese momento solo podía pensar en colgarse de su cuello y besarlo como si no hubiese un mañana. No obstante, no lo haría. Por mucho que le gustaría dejarse llevar, era consciente de que no se conformaría con eso. Gabriel despertaba en ella sus instintos más bajos y viscerales, pero también lo que nunca nadie pudo antes: su deseo de algo más.
—Sí —consiguió articular tras unos segundos.
—Excelente —replicó con otra sonrisa y se alejó para agarrar las cosas.
Frunció el ceño. Ahora que su cercanía ya no obnubilaba su juicio, fue capaz de pensar con claridad.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó mientras lo seguía hasta la mesa.
—Soy muy observador —afirmó él con sus ojos celestes fijos en los suyos.
Ana tragó con dificultad ante las múltiples sensaciones que solo ese gesto generó en su interior. ¡Carajo! Tenía que controlarse o no sería capaz de comer nada y, para ser honesta, moría de hambre —por lo visto, en más de un sentido—. Apartando las sensuales ideas de su mente, se sentó frente a él y se cebó su primer mate. Ah, estaba delicioso, bien caliente como a ella le gustaba. Y las tostadas tenían el punto justo, bien crujientes, pero no quemadas.
—Gracias por el desayuno.
—Un placer —dijo antes de tomar un sorbo de su café.
A continuación, Ana procedió a untar mermelada sobre una tostada antes de pasársela a él, quien la aceptó, gustoso. Luego, hizo lo mismo para ella. Y así continuó hasta que las comieron todas, actuando como lo haría una pareja de años que compartían un grato desayuno juntos. Ninguno necesitó hablar para rellenar un silencio incómodo. Era como si los dos supieran exactamente lo que el otro necesitaba sin tener que expresarlo en voz alta.
Al terminar, fue ella quien se encargó de levantar la mesa y lavarlo todo. Al fin y al cabo, era lo justo. Cuando todo estuvo limpio, secó sus manos en el repasador y se giró para mirarlo. Él no se había movido y desde su silla, la observaba con un brillo especial en los ojos. Se mordió el labio inferior al experimentar, una vez más, ese deseo arrollador en su interior que arrasaba con todo a su paso y su centro vibró al sentir cómo la mirada de él descendía hasta su boca.
—Gracias por quedarte —logró articular pese a la bruma de placer que sentía.
—Te dije que lo haría.
Asintió. No obstante, seguía intranquila. Sabía que no tenía derecho a pedirle explicaciones, pero no podía evitarlo. Tenía que saber qué pensaba él con respecto a ellos. Necesitaba sacarse la duda.
—Pero no estabas obligado... Nosotros no... Podrías haberte...
—Ana —la interrumpió a la vez que se puso de pie.
Ella retrocedió hasta sentir la mesada en la espalda mientras lo observaba acercarse despacio. Notó un deje de molestia en sus ojos antes de que esta fuera reemplazada por la más reconfortante calidez. Su corazón se disparó y su respiración se volvió pesada a la vez que una placentera electricidad la recorrió entera debido a la anticipación. Empezaba a entender que era incapaz de controlar la respuesta de su cuerpo cuando él estaba cerca.
—No sos una simple aventura para mí —declaró acariciándole el cabello con suavidad y acomodándoselo detrás de la oreja—. Desde que te vi en la discoteca la primera vez, ya no pude quitarte de mi mente. Por favor creéme, no estoy jugando —rogó con voz grave y pausada, sus ojos fijos en los suyos—. Quiero estar en todo momento con vos, quiero abrazarte, acariciarte... besarte. Y sí, claro que deseo tu cuerpo —reconoció—, pero también tu corazón. No tengas dudas de eso.
Se estremeció ante sus palabras. Su cercanía la abrumaba, alteraba sus sentidos, la hacía querer olvidarse de todo y dar rienda suelta a sus sentimientos. La instaba a dejarse llevar por las increíbles sensaciones que despertaba en ella y entregárselo todo. Sin embargo, no podía hacerlo. Sabía que perdería su trabajo en cuanto Gustavo se enterase y no quería ser la culpable. Lo mejor era regresar a su vida y olvidarse de él.
—Voy a volver a Misiones.
Gabriel se tensó nada más oírla. Estaba a escasos centímetros de su boca, esperando una señal de ella para adueñarse de esos labios que tanto deseaba. Sabía que se sentía igual de afectada que él porque su respiración se había alterado, así como sus mejillas se encendieron. Ana lo deseaba con la misma intensidad que él a ella. Su cuerpo, caliente y tembloroso, pedía a gritos por el suyo. Aun así, mantenía la distancia.
—No.
—Ya no puedo seguir fingiendo que no siento nada y no quiero... Tengo que irme.
—No —repitió inclinándose sobre ella, aprisionándola entre sus brazos.
—Podrías perderlo todo —murmuró de forma entrecortada.
Su cálida respiración sobre su cuello estaba haciendo añicos su determinación.
Él se apartó solo lo suficiente para mirarla a los ojos.
—Te tendría a vos.
Tembló al escuchar lo que acababa de decir. Con esa afirmación, confirmaba que él también la quería, que el sentimiento era recíproco. Y aunque era consciente de que las cosas no serían fáciles, estaba dispuesta a enfrentar las consecuencias. Lo que había entre ellos valía la pena. Él valía la pena.
—A mí ya me tenés —susurró, apenas audible.
Pero él la oyó y, ya sin fuerzas para seguir resistiéndose, se inclinó más hacia ella y cubrió sus labios con los suyos. Se adentró con su lengua en cuanto la sintió separarlos, sediento de ella, ansioso por volver a recorrer cada recoveco de su boca. La apretó contra su cuerpo cuando advirtió que se relajaba y profundizó el beso dejando salir toda la pasión que venía reprimiendo desde hacía días.
Ana gimió al notar su virilidad contra su vientre y se frotó contra él, desesperada por sentirlo más cerca. La forma en la que la besaba con tanta vehemencia y desenfreno, hizo que todo en su interior vibrase. Siempre había sido una mujer muy pasional, pero el nivel que alcanzaba junto a él no tenía precedente. Sus caricias la elevaban alto y sus besos la llevaban al borde del precipicio.
Incapaz de controlar el ferviente deseo que ella despertaba en él, la sujetó de las caderas y la alzó para subirla a la mesada. Sin dejar de besarla, se acomodó entre sus piernas desnudas y presionó su erección contra su calor. Ana dejó escapar un gemido que él devoró antes de rodearlo con ellas y susurró su nombre, por completo ida. Gruño al sentir el modo en el que se aferraba a su espalda y a su cabello con deseo y necesidad. Amaba que fuese tan desinhibida.
—¡Dios, apenas puedo respirar cuando estamos juntos! —murmuró contra sus labios—. Mi corazón quiere salirse de mi pecho. Sentí... —dijo mientras tomaba una de sus manos y la llevaba hasta el lugar indicado. Este latía desenfrenado—. Es por vos, preciosa. Por todo lo que generás en mí —declaró antes de volver a apoderarse de su boca.
—Gabriel... —balbuceó ella, extasiada.
Con manos temblorosas, intentó desabotonar su camisa. Necesitaba sentir el calor de su piel en ese instante o se volvería loca. No obstante, él la detuvo y, sin dejar de mirarla, se apartó para deshacerse de esta. Tras arrojarla a la silla, volvió a centrar toda su atención en ella. Esbozó una sonrisa traviesa mientras comenzó a tirar de su remera para sacársela por encima de su cabeza.
—Por mucho que me guste Betty Boop, prefiero tenerte desnuda.
Ella sonrió al oírlo. Pero entonces, su boca cubrió uno de sus pechos y todo pensamiento coherente la abandonó de inmediato. Emitiendo un largo gemido, dejó caer hacia atrás la cabeza a la vez que se arqueó hacia él. Sus dedos se enterraron en el nacimiento de su cabello mientras lo empujaba hacia abajo para sentirlo más cerca. Lo oyó gruñir, complacido, antes de aumentar la intensidad de su beso.
—Ahhhh —exclamó al sentirlo raspar con sus dientes su endurecido pezón.
Él succionó en respuesta para luego, hacer lo mismo con su otro seno. Ana lo dejó hacer, disfrutando de sus caricias y sus besos mientras él la elevaba cada vez más y más alto. Podía sentir el deseo arremolinándose en su vientre, una imperiosa necesidad que clamaba por satisfacción, un fuego que solo se apagaría en cuanto fuesen uno.
Como si fuese capaz de leer su mente, Gabriel apartó hacia el costado la fina tela que los separaba e introdujo un dedo.
—¡Oh, Dios! —jadeó entre gemidos al sentir la bienvenida invasión.
Él agregó otro dedo al tiempo que frotaba su centro con el pulgar.
—Te gusta, ¿verdad? —provocó, consciente de que no podría responderle. Estaba extasiada, por completo perdida en las exquisitas sensaciones—. Sí, sí que te gusta —continuó, aumentando aún más los movimientos de su mano.
Era una delicia sentir cómo sus músculos se apretaban alrededor de sus dedos mientras su cuerpo temblaba entre sus brazos y su rostro enrojecía de placer. Deseoso por satisfacerla, apartó la mano y, enroscando los pulgares en los bordes de su ropa, la deslizó por sus piernas hasta sus tobillos y se las quitó de un tirón. Luego, volvió a acercarse, esta vez colocando las piernas arriba de sus hombros.
Ana gritó al sentir el calor de su lengua sobre su zona más íntima. Su boca era pecaminosa y él no le daba tregua. Exteriorizando un ansia que la hacía temblar de placer, comenzó a lamer sus pliegues con hambre, atormentando su inflamado botón con arrebatada lujuria mientras se adentraba con sus dedos, llevándola a la cima con cada estocada.
—Gabriel, por favor —suplicó entre jadeos.
Él apartó la cara, pero no se detuvo.
—¿Qué querés, preciosa? —preguntó sabiendo perfectamente lo que deseaba.
—¡A vos!
Nada más oírla, tomó un preservativo del bolsillo y bajó sus pantalones. Tras colocárselo con rapidez y destreza, guio su miembro hasta su entrada y se enterró de lleno en ella sin preámbulos. Ambos gimieron ante la unión de sus cuerpos, placer mezclado con el alivio de saber que por fin estaban en casa. Inspiró profundo en un intento por controlarse. Su interior lo rodeaba, lo comprimía, lo instaba a moverse hasta encontrar la satisfacción. Pero no podía hacerlo. Primero tenía que asegurarse de que ella la alcanzase.
Se retiró solo un poco para, al instante, volver a entrar. Una vez más, sus paredes se ciñeron sobre él ordeñando su falo, sometiéndolo a un delicioso martirio del que no quería escapar. Se alejó de nuevo y volvió a deslizarse dentro hasta llenarla por completo. Repitió el movimiento una y otra vez mientras la sujetaba con firmeza con una mano en su nuca y la otra en la parte baja de su espalda. Se aferraba a ella, desesperado, mientras empujaba con frenesí llevándolos a ambos al cielo.
La oyó gritar su nombre al llegar a la cima y lo arrastró con ella en una espiral de sensaciones que casi acabó con él. Su orgasmo desencadenó el suyo y con una última y profunda embestida, se dejó ir.
Ambos respiraban de forma agitada cuando él se apartó apenas y buscó su mirada. Aún dentro de ella, le sujetó el rostro entre sus manos.
—Este es tu lugar. Conmigo. A mi lado. Por favor no te vayas.
Ana se estremeció al oírlo. Había sinceridad en sus ojos y verdad en sus palabras. Se dio cuenta de que Gabriel acababa de entregarle su corazón, pidiéndole que no lo rompiera. Sintió la humedad que invadía a los suyos conforme comprendía que él también la quería. Ya no había chance de que pudiera irse. No tenía la fuerza necesaria para alejarse de él.
—Me quedaré —aseguró antes de volver a besarlo.
El resto de la mañana la pasaron entre sábanas, disfrutándose mutuamente, una y otra vez. Sin embargo, la realidad comenzaba a imponerse y Ana quería aclarar algunas cuestiones. Esa noche la banda tocaría de nuevo, por lo que volverían a cruzarse con el representante y si bien no deseaba presionarlo para que tomase una decisión, era preciso saber qué pensaba para poder actuar en consecuencia.
—Voy a hablar con Gustavo, dejarle claro que no pienso volver con él —dijo apoyando ambos codos en la cama—. No te preocupes, no mencionaré lo que pasó entre nosotros —se apresuró a aclarar cuando lo vio tensarse.
—No es eso, preciosa —respondió a la vez que se acomodó de costado para mirarla—. Es solo que antes no te dije todo.
Ahora fue ella quien se tensó. Gabriel exhaló, derrotado. Odiaba verla preocupada, pero tampoco quería mentirle u ocultarle cosas. Había aprendido de sus errores. No volvería a cometerlos. No iba a dejar que hubiese secretos entre ellos. Bueno, al menos ninguno referente a esto. Con respecto a su pasado, ya vería qué hacer más adelante.
—Anoche me dijo que saldría de viaje por una o dos semanas. Se iba temprano en la mañana.
—Pero eso es bueno. No tendríamos que ocultarnos.
Con una sonrisa que no llegó a sus ojos, le acarició la mejilla, colocando un mechón de pelo detrás de su oreja.
—Sí y no —prosiguió—. Sospecha que estás con alguien y me pidió que me acerque a vos para descubrir quién es.
Contrario a lo que hubiese esperado, Ana comenzó a reír.
—¿En serio? Dios, me imagino su cara cuando descubra que se trata de su propio custodio.
—No es divertido, Ana. El tipo es peligroso.
Ella frunció el ceño ante la brusquedad de sus palabras.
—Puede que sea posesivo y celoso, pero no es un criminal. No creo que decida mandarte a matar —indicó con diversión.
Era evidente que no tenía idea de la clase de persona que era.
—Yo no estaría tan seguro de eso.
Al oírlo, todo rastro de diversión desapareció de su rostro.
—¿A qué te referís? ¿Qué es lo que no me estás contando? —presionó, ahora sí completamente seria.
Gabriel maldijo en su mente por haber hablado de más. Por mucho que deseara que las cosas entre ellos fueran transparentes, no podía decirle lo que había descubierto. No cuando eso podría ponerla en peligro. Porque no había chance de que ella pudiese disimular algo así y Gustavo era demasiado observador. No tardaría en darse cuenta de que lo sabía todo.
—Nada, Ana. Fue una forma de decir. La verdad es que nunca se termina de conocer a una persona y no podemos anticipar hasta dónde puede llegar alguien tan manipulador como él.
Ella lo observó por unos segundos. No era tonta, sabía que algo le estaba ocultando, pero también que por mucho que insistiera, no se lo contaría.
—¿Y qué vamos a hacer entonces?
Frunció el entrecejo.
—¿Qué vamos a hacer con qué?
—Con nosotros.
Gabriel lo pensó por un momento. Independientemente de sus negocios sucios, Gustavo no era un tipo al que uno podía joder. Tenía poder y conexiones suficientes como para hundir a quien considerase un enemigo o una amenaza y, aunque poco le importaba que ensuciara su imagen, no iba a permitir que se metiera con ella.
Tal y como acababan de resaltar, el hombre era en extremo posesivo, celoso y territorial y la consideraba una especie de trofeo. Lo había escuchado hablar de ella en varias ocasiones. Más allá de que estuviesen juntos o no, para él Ana era sinónimo de dinero y, sin duda, no iba a renunciar sin más a su mayor activo. Sin embargo, no podía decirle eso. Primero porque no quería lastimarla, mucho menos asustarla, y segundo, porque no podía arriesgarse a que su temperamento se impusiese y dijera algo equivocado.
—Creo que lo mejor va a ser que no sepa lo nuestro.
—Ya veo —dijo recostándose sobre su espalda, sus ojos fijos en el techo.
Estaba molesta, se daba cuenta de eso, pero de momento no podía ofrecerle más. No cuando su seguridad estaba en juego.
—No es lo que estás pensando. Por mí lo gritaría a los cuatro vientos, creéme. Pero no quiero exponerte a sus cambios de humor. Cuanto más lo alejes, más interesado estará, lo sabés.
—¿Debería seguir siendo su novia entonces? —inquirió con sarcasmo.
—¡No, por supuesto que no!
—¡No te entiendo!
Con un dedo sobre su mentón, la hizo mirarlo.
—Solo digo que no lo provoquemos. Gustavo es inteligente y le gusta hacer las cosas a su manera. Pero, por alguna razón, lo hacés perder el control. Ya te amenazó una vez y casi te golpeó. Dejame que encuentre algo sobre él antes de que descubra que estamos juntos porque no sabemos de qué podría ser capaz. Dame un poco más de tiempo, preciosa. Prometo que lo resolveré.
Permanecieron en silencio por unos instantes. Sabía que le estaba pidiendo demasiado, pero no tenía otra opción. Solo así podría protegerla.
—Está bien. Confío en vos.
Tragó con dificultad ante sus palabras. Por primera vez en su vida se sentía apreciado y valorado. Que ella confiase en él lo era todo.
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