Capítulo 11
—¡Mierda! —gruñó cuando el delineador se desvió de su curso dejándole una raya torcida junto a su ojo.
Con fastidio, agarró una toallita desmaquillante y se apresuró a pasarla por su párpado inferior. Hacía más de veinte minutos que trataba de pintar sus ojos de negro y no había forma de que la línea le saliese pareja. Tenía la mente en cualquier sitio y, claramente, no estaba prestando demasiada atención.
Esa noche tenía que cantar junto a la banda en la discoteca y estaba nerviosa, incluso más que durante su primer show. No había vuelto a ver a Gustavo desde que la amenazó con perjudicar a sus amigos y, aunque sabía por Estefanía —que a su vez se lo había dicho su novio—, que estaría ocupado esa noche trabajando con su hermano y era poco probable que se lo cruzara, no se confiaba del todo.
Estaba en una encrucijada. Por un lado, no quería hacer nada que arruinase la carrera de sus amigos. Estos eran unos músicos increíbles y amaban lo que hacían, por lo que se merecían tener todo el éxito del mundo y no fracasar por culpa de sus acciones. Pero, por el otro, tampoco iba a ponerse a sí misma en una situación que no deseaba.
Tenía que intentar razonar con Gustavo, hacerle ver que lo personal y lo profesional no tenían por qué ir de la mano. Sin embargo, descartó la idea en cuanto se le ocurrió. Ni siquiera estaba segura de cómo iba a reaccionar cuando volviese a verla. Por el modo en que la había tratado la última vez, era claro que no iba a ceder tan rápido. De alguna manera que no entendía, quería tenerla a su lado, le gustaba ostentarla delante de todos como si fuese un objeto de su propiedad, una maldita muñeca como le gustaba llamarla, y no iba a aceptar perderla.
Resopló. Todo esto era su culpa. Conociéndolo, tendría que haber previsto que algo así sucedería. Ya cuando estuvieron juntos, tiempo atrás, había evidenciado signos de una personalidad posesiva y dominante. Se tomaba atribuciones que no le correspondían y manifestaba una intensidad desmedida para ser una relación casual. Sin embargo, era bueno en la cama y la pasaban bien juntos, lo cual hizo que todo lo demás pasara desapercibido. Era muy fácil hablar con el diario del lunes, ¿verdad?
Exhaló cuando por fin logró delinearse los ojos y, acto seguido, continuó aplicándose un poco de sombra y rubor. Por último, pintó sus labios de rojo. Al finalizar, se miró en el espejo para contemplar su trabajo y se sorprendió de las maravillas que hacía el maquillaje. El cansancio había desaparecido por completo de su rostro.
Se veía muy bonita en ese osado vestido del mismo color que su boca que remarcaba cada una de sus curvas. "Y también provocativa", susurró una voz en su interior. Y sí, era verdad. Con su prominente escote, sin duda, atraería las miradas masculinas.
Era consciente de que, si Gustavo la viese, lo tomaría como un desafío, pero no le importaba. Su lado rebelde se había impuesto instándola a tomar decisiones impulsivas y arriesgadas. Después de todo, era una mujer soltera e independiente. Nadie le decía lo que podía o no ponerse. O, al menos, era lo que se repetía, una y otra vez, para evitar pensar en lo que en verdad le preocupaba.
Gabriel no había respondido aún el mensaje que le escribió en un arrebato para decirle que no volvería a acostarse con él y su indiferencia la estaba volviendo loca. Durante el altercado en su casa con Gustavo, se había sentido decepcionada por su pasividad. ¿Cómo podía ser que, después de haber compartido una noche increíble, no hubiese siquiera reaccionado? Había llegado a creer que lo que pasaba entre ellos era igual de importante para él, pero comenzaba a pensar que se había equivocado.
Horas después, comprendió que, si él hubiese hecho algo, habría perdido su empleo y, aunque le hubiese gustado que la defendiera, no podía pretender que se arriesgase de ese modo, más teniendo en cuenta que el representante no la había agredido en verdad. Sin embargo, esperaba, aunque fuese, un llamado, un mensaje, ¡algo!, por parte de él. No obstante, no hubo nada y, furiosa, le escribió para cortar con todo. Estaba claro que su trabajo le importaba más que ella.
Hoy se sentía más enojada que antes, si acaso era eso posible. Por mucho que lo intentaba, no lograba sacarse de la mente a Gabriel. Incluso, había llegado a verlo en sueños. Allí, en lugar de Gustavo era él quien estaba del otro lado de la puerta y, con sus ojos celestes encendidos en llamas, la devoraba con la mirada. Luego, se abalanzaba sobre ella y, con una brusquedad que la ponía a cien en segundos, la tomaba en brazos, aprisionándola contra la pared para introducirse de lleno en ella.
¡Dios! Solo recordarlo le provocaba un exquisito cosquilleo en su centro haciendo que debiese reprimir un gemido. Era la primera vez que un hombre le generaba tanto, así fuese en la realidad o en sueños. Jamás había anhelado un mensaje con tanta desesperación y, definitivamente, nunca se había sentido tan frustrada y ansiosa. Estaba acostumbrada a ser ella quien los hiciese esperar, no al revés. Hasta ahora... hasta él.
Era curioso que, en lugar de sentirse agradecida con él por respetar su decisión, estuviese tan molesta. Porque sí, le había dicho que lo que hicieron no podía repetirse, pero no era lo que en verdad deseaba.
Había estado tan enojada de que no hubiese salido en su defensa, por su dolorosa indiferencia, que optó por cortar por lo sano y escribirle ese absurdo mensaje del que hoy se arrepentía. Y lo peor de todo era que, en su mente, lo justificaba como un modo de ahorrarles a ambos problemas futuros, ya que, sin duda, Gustavo no reaccionaría bien si descubriera lo que pasaba entre su guardaespaldas y ella.
Hoy, apenas podía respirar debido a la opresión en su pecho. Lo extrañaba como nunca imaginó que sería capaz. Se moría por volver a sentir sus brazos alrededor de su cuerpo, sus labios sobre los suyos y el sonido de sus deliciosos gemidos mientras entraba y salía de ella hasta llevarla al paraíso. Sus sentidos lloraban por su ausencia. Deseaba ver su hermoso rostro, oír su grave voz, llenarse de su olor, tocarlo y besarlo hasta aprenderse su sabor de memoria. Lo deseaba a él.
Inspiró profundo y expulsó el aire despacio. Tenía que sacarse esas ideas de la cabeza cuanto antes, así tuviese que estar con otro para conseguirlo. Sí, no iba a seguir esperándolo. Ella era Ana Ferreyra, la indomable y arrolladora cantante de "Beyond time" y no necesitaba de su atención para sentirse hermosa. Si a él no le interesaba, bien. A alguien más lo haría. Ese vestido jamás fallaba.
Roció su cuello con un poco de perfume, se peinó el cabello con las manos y se colocó el abrigo. Si su amiga la veía antes de salir, la haría entrar en razón y no estaba dispuesta a ceder. Esta vez no. Ella era una mujer libre y podía hacer lo que le diera la gana con su ropa y con su cuerpo. Tanto Gustavo como Gabriel podían irse a la mierda.
En el camerino, era la única que aún no se había quitado el abrigo. Sabía que, en cuanto lo hiciera, sus amigos comenzarían a hacer preguntas y no se sentía preparada para responderlas. ¿Por qué tenía que ser tan impulsiva? Si tan solo lo hubiese pensado mejor...
Su familia siempre se lo había señalado, en especial su hermano quien, aunque era muy parecido a ella en cuanto a espontaneidad, jamás permitía que su temperamento afectara su conducta. Lucas era mucho más paciente y sus acciones solían ser más calculadas. Tal vez su entrenamiento como policía tenía algo que ver con eso.
Como fuese, ella no se caracterizaba por medirse precisamente y, por supuesto, luego tenía que lidiar con las consecuencias de sus actos, tal y como le estaba pasando en ese preciso momento. Ahora no le quedaba más remedio que seguir adelante con la decisión que había tomado.
A pesar de la música que se alcanzaba a oír desde afuera, un repentino y absoluto silencio se formó en el cuarto cuando finalmente decidió quitarse el abrigo. Al girarse, cada uno de los presentes tenía los ojos puestos en ella. En algunos notó sorpresa, en otros, admiración, y en los de su mejor amiga, una mezcla de ambos hasta que, poco a poco, se transformó en reproche.
—¡¿Te volviste loca, Ana?! —le dijo, molesta, mientras la agarró del brazo y la llevó hasta la esquina más alejada.
Claro que, si querían, podían escucharlas, pero en cinco minutos sería el turno de ellos y decidieron salir en ese momento para darles privacidad.
—No seas exagerada, Estefi. Es solo un vestido.
—¡Para matar! —exclamó, confundida—. ¿Ya te vio Gustavo?
Se tensó al oír la pregunta. ¿Acaso importaba?
—No, pero eso no cambia nada. Solía ponérmelo antes y si dejé de hacerlo fue para no tener que escuchar sus quejas. Por favor, amiga, no me hagas escuchar las tuyas.
Estefanía suavizó su expresión y, tras un suspiro, acunó su rostro entre sus manos.
—Se trata del guardaespaldas, ¿verdad?
—No sé de qué estás hablando —respondió alejándose de su contacto.
—Ana, no soy tonta y te conozco. Además, tengo ojos. Vi la forma en la que se miraban en el bar. ¡Todo el mundo lo vio! Como también que te fuiste con él.
—Solo me hizo el favor de llevarme a casa. Estaba lloviendo y...
Se detuvo al ver su expresión de incredulidad. Ella la miraba con una ceja levantada.
—No te pregunté nada antes porque esperaba que fueses vos quien me lo contase, pero ya no puedo quedarme callada. ¿Te hizo algo?
—¡¿Qué?!
—Hace dos días que no estás bien. Cortaste con Gustavo, lo cual está bien si era lo que querías hacer, pero no parece que estés mejor y la verdad que estoy preocupada. Sé que no dormís bien y estás... no sé... triste. —Hizo una pausa—. ¿Gabriel se propasó de alguna manera la otra noche?
—¿Qué decís? ¡No! ¿Cómo se te ocurre eso?
—Desde ese día te noto rara, como más seria, cohibida, y vos no sos así, amiga. Ahora, de la nada, te venís vestida como para levantar hasta los muertos. Es como si quisieras llamar su atención de nuevo. Como si... ¡Oh! —exclamó de pronto a la vez que se llevó una mano al pecho—. Claro, ¿cómo no lo pensé antes? Ahora tiene sentido.
—¡No es lo que pensás! —replicó, segura de que, sin duda, lo sería.
—Dormiste con él.
—Bajá la voz, Estefanía —siseó sujetándola de los brazos.
—Querés llamar su atención, no la de Gustavo.
—Por favor basta, no sigas —suplicó con un nudo en la garganta.
Podía ver la decepción en sus ojos y no lo entendía. De todas las personas, de ella era de quien menos esperaba que la juzgase.
—¡Estás enamorada de él!
Exhaló, angustiada. No tenía sentido mentirle. La conocía demasiado bien como para intentar engañarla. Además, ¿de qué le serviría hacerlo? Por el contrario, necesitaba sentir su apoyo, hoy más que nunca. No obstante, ella permaneció en silencio mientras digería la noticia. ¿Por qué le afectaba tanto?
—No tiene importancia. Él ya dejó claro que no está interesado.
—Yo no estaría tan segura de eso.
Ana la miró de nuevo a los ojos.
—Estefi, no podés contárselo a nadie, ni siquiera a Julián. Prometeme que no vas a decir nada.
—Quedate tranquila —aseguró con una sonrisa, pero la misma no alcanzó a sus ojos—. Mis labios están sellados. Solo tené cuidado, ¿sí? No me gustaría verte en problemas por meterte con un custodio.
No supo por qué, pero hubo algo en su respuesta que le molestó. No fue tanto lo que dijo, sino cómo lo había dicho y, más que nada, el tono empleado, como si Gabriel no mereciera la pena. ¡¿Cómo podía insinuar eso si ni siquiera lo conocía?! Pero antes de que pudiese preguntárselo, Roxana entró para buscarla. Había llegado el turno de ellos.
Vítores y aplausos resonaron en el ambiente mientras la banda subía al escenario. Rodrigo fue el primero en ubicarse en su asiento y, con una sonrisa de oreja a oreja, hizo un pequeño solo en su batería que provocó que todos gritaran entusiasmados. Roxana se le unió al instante y siguió el ritmo del tambor improvisando junto a su hermano, dejándose llevar por su amor a la música. Cuando terminaron, todos los presentes aplaudieron eufóricos.
Todas las miradas se centraron en ella cuando Julián anunció su nombre por el micrófono y no pudo evitar sentirse un poco cohibida, lo cual era extraño en ella porque jamás sentía vergüenza o pudor con relación a su cuerpo. No obstante, hasta el momento, jamás había usado ropa tan provocativa en la discoteca y, al igual que sus amigos, el público también lo notó.
De pronto, como si alguien la hubiese llamado, dirigió la mirada hacia uno de los pasillos que conducían hacia una parte privada del boliche, justo donde se encontraban las oficinas de los dueños. A pesar de la tenue luz y la distancia, alcanzó a ver unos ojos celestes fijos en ella. Una abrupta corriente eléctrica la recorrió al reconocerlo y su sexo palpitó de anticipación. Su expresión era seria y se veía notablemente tenso.
"Hora del show, Ana", se dijo a sí misma conteniendo las ganas de sonreír. Acababa de comprobar que Gabriel no era tan indiferente a ella como pensaba. Sin embargo, eso no hizo más que aumentar su enojo. ¿Por qué entonces no le había respondido el mensaje? ¿Por qué no le pidió para hablar? ¿Por qué se conformó en vez de luchar por ella?
Bueno, eso ya no tenía importancia ahora; pero la venganza era el placer de los dioses y ella se aseguraría de disfrutarla. Le iba a mostrar lo que había perdido.
Decidida, se acercó a Julián antes de que empezaran a tocar. Él asintió con una sonrisa y les avisó a los mellizos del cambio de planes. Entonces, los tres acercaron sus bocas a los micrófonos y, acompañándola con el coro, comenzaron a cantar en perfecta sintonía. Todos reconocieron la canción de inmediato y sumaron sus voces. Si bien "Lady Marmalade" de Christina Aguilera, Lil' Kim, Mya y Pink pertenecía a una década más reciente, valía la pena hacer la excepción.
Al instante, Ana dejó salir a esa gatita juguetona que llevaba dentro y, moviendo su cuerpo de forma sensual, comenzó a cantar. Podía sentir todos los ojos sobre ella, pero, lejos de intimidarla, la motivó a seguir.
Sonriendo, miró de forma furtiva hacia el lugar en el que lo había visto. Allí estaba, en la misma posición, con las manos cerradas en puños y la mandíbula apretada. Podía sentir el fuego de su mirada. Estaba furioso y ella no podía alegrarse más. Sabía que se estaba comportando de forma infantil, pero no se detendría. Necesitaba sentir que a él le importaba, aunque fuese por medio de celos absurdos.
El público aplaudió, enloquecido, cuando la canción terminó. Los espectadores quedaron maravillados por su actuación, y sus compañeros le sonrieron, felicitándola. Sabía que tendría que estar contenta por el éxito, pero lo cierto era que se sentía pésimo. Lo que acababa de hacer había sido una locura, no solo porque fue una provocación directa a Gabriel, sino porque Gustavo podría haberla visto y, entonces sí, todo se habría salido de control, ya que, por lo visto, tenía problemas para comprender que ya no estaban juntos.
Siguieron con el show tocando el resto de los temas que estaban previstos para esa noche y luego, una más a pedido del público. Al igual que las veces anteriores, fue el grupo más aplaudido.
Cada vez les iba mejor y las entradas a sus recitales comenzaban a agotarse antes de lo esperado, al punto de que el representante les había mencionado la posibilidad de que, si seguían así, pronto realizarían una pequeña gira por el interior del país.
Cuando bajaron del escenario, un grupo de jóvenes los abordó en el pasillo para pedirles sacarse unas fotos con ellos. Por supuesto accedieron y posaron para la cámara durante unos minutos antes de seguir su camino. Sin embargo, uno de los chicos agarró a Ana del brazo antes de que pudiera marcharse y la acercó a él con la intención de sacarse una selfie con ella sola.
En otras circunstancias, no le habría molestado, pero la forma en que le apretaba la cintura y la pegaba a su cuerpo la hizo sentir incómoda.
—Disculpame, tengo que irme.
Intentó apartarse en cuanto vio que había obtenido su fotografía, pero el joven no le hizo caso.
—Una más, diosa —insistió sujetándola con más fuerza—. Es que sos tan hermosa...
Su corazón comenzó a latir apresurado y una imperiosa urgencia por salir corriendo la invadió. Quería que la soltara, que dejara de tocarla, pero estaba al borde de un ataque de pánico y de su boca no salía ningún sonido.
De pronto, sintió un brusco tirón y, antes de entender lo que estaba pasando, se encontraba detrás de Gabriel.
—Te voy a pedir que te retires por favor. —Su grave voz reverberó a su alrededor, calmándola al instante.
Si bien sus palabras habían sido educadas, su tono fue escalofriante. Su rígida y erguida postura era un claro indicio de cuan al límite se sentía y lo mucho que se estaba conteniendo. Por fortuna, el chico obedeció de inmediato.
—Lo siento —se apresuró a decir en cuanto sus ojos se encontraron de nuevo.
No supo por qué le pedía perdón. Su mirada era muy dura y lo sentía tan lejano que no se le ocurrió decir otra cosa.
—No tenés por qué disculparte —replicó él suavizando el tono. Aun así, mantenía la distancia entre ellos.
—Gracias por...
—Solo hago mi trabajo —la interrumpió.
Su actitud era fría, lo cual le resultó espantosamente doloroso.
Asintió en silencio y, reprimiendo las ganas de llorar, se alejó en dirección al camerino.
Para cuando entró en el pequeño cuarto, la humedad se agolpaba detrás de sus ojos. Sus amigos, felices y entusiasmados, conversaban animadamente sobre lo bien que les había ido. Ella, por su parte, solo quería desaparecer.
—¡Anita! Estuviste increíble allá afuera —exclamó Rodrigo al verla—. Más de uno debe haber tenido problemitas ahí abajo —bromeó.
—¡Sos un bruto! —lo regañó su hermana.
—Soy sincero que es diferente —replicó, divertido.
—Tarado —murmuró y puso los ojos en blanco.
Ana forzó una sonrisa mientras se acercaba al perchero para agarrar su abrigo.
—¿Te vas? —preguntó Julián, sorprendido—. Justo estábamos diciendo de ir a tomar algo.
—Perdón, pero me duele un poco la cabeza y quiero acostarme. La próxima me prendo, lo prometo —agregó, intentando no sonar demasiado brusca.
No sabía cuánto tiempo más aguantaría antes de largarse a llorar.
—Uy, qué mal. Dame unos minutos y te llevo.
—No, no te preocupes, Juli. Me tomo un taxi en la puerta y listo.
—¿Querés que vayamos con vos? —ofreció su amiga.
—No, ni se les ocurra. Voy a estar bien, en serio. ¡Pásenla lindo! —saludó tirando un beso al aire y, sin más, se marchó.
Ya en el pasillo, optó por salir por la parte trasera. No quería tener que cruzarse con nadie, mucho menos con Gabriel o Gustavo, incluso sabiendo que este último estaba con Ariel y no se desocuparía hasta muy tarde.
Una vez afuera, decidió que caminaría las quince cuadras que la separaban del departamento. Hacía bastante frío, pero no deseaba estar adentro de un auto con un desconocido cuando el llanto finalmente llegara. Antes de siquiera terminar de pensarlo, las lágrimas afloraron.
Pese a que lo del dolor de cabeza había sido una mentira, era cierto que se sentía mal. Estaba angustiada y confundida y, una vez más, no sabía qué hacer con su vida. Por un lado, no quería ser egoísta y marcharse. La banda la necesitaba y no deseaba dejarlos colgados. Sin embargo, tampoco veía factible el quedarse.
Había estirado demasiado su visita y empezaba a sentir que era hora de volver a casa. Una vez de regreso en Misiones, podría enfocarse en ordenar sus cosas y, ¿por qué no?, conocer un buen chico con quien pudiese tener una relación y formar una familia. Al parecer, eso era lo que hacían todos en su entorno.
Bufó ante ese pensamiento y descartó la idea de inmediato. Desde que había estado con Gabriel, o, mejor dicho, desde que lo había conocido, ya no fue capaz de imaginarse con nadie más. Eran sus caricias las que deseaba, sus besos los que añoraba y su calor el que necesitaba, el de ninguna otra persona, incluso, a pesar de que a él ya no parecía importarle.
Si bien había alcanzado a ver un destello de furia y celos en sus ojos cuando la vio con ese vestido, lo cual evidenciaba un mínimo interés de su parte; en el momento en el que intervino cuando ese chico comenzó a pasarse de la raya, la trató con absoluta frialdad. O quizás siempre había sido igual y ella lo sentía diferente por haber compartido una noche apasionada con él.
¡Dios! Se sentía tan sola... No pudo evitar pensar en su familia. Los extrañaba mucho y sabía que le haría bien verlos. Pero era demasiado orgullosa para volver en ese estado. Aunque ellos habían respetado su decisión de viajar, era consciente de que ninguno estuvo en verdad de acuerdo y no quería escuchar el típico "te lo dije".
Estaba tan ensimismada en sus pensamientos, que el viaje se le hizo cortísimo y cuando se quiso acordar, ya se encontraba en la entrada de su edificio. Se apuró a abrir con su llave y subió hasta su departamento. Una vez allí, se quitó la ropa y se metió bajo la ducha caliente. Entre los nervios y el cansancio acumulado, se moría de sueño, por lo que, de seguro, se quedaría dormida en cuanto apoyara la cabeza en la almohada.
Se puso ropa interior limpia, aunque solo la parte de abajo porque arriba se cubriría con su amada remera de Betty Boop, y se metió en la cama. Tras apagar la luz, se tapó hasta el cuello y, tal como había supuesto, se durmió a los pocos minutos.
El sonido de un golpe seco la despertó en medio de la noche. Le pareció que había sido la puerta y aguzó el oído. Tal vez era su amiga que había optado por volver allí en lugar de quedarse con Julián. No obstante, no hubo ningún otro ruido.
Miró el reloj, eran las tres y media de la mañana. ¡Carajo! Solo había dormido dos horas nada más. Cambiando de posición, cerró los ojos, dispuesta a seguir durmiendo, pero le resultó imposible y desistió luego de quince minutos. Quizás si tomaba un chocolate caliente y miraba algo de televisión, conseguía que le agarrase sueño de nuevo.
Bostezando, se levantó y salió de la habitación para ir a la cocina. Al instante le llamó la atención un osito de peluche que había sobre la mesa ratona. No recordaba haberlo visto cuando llegó más temprano y sabía que ni ella ni Estefanía tenían uno de esos. Se asomó a la habitación de su amiga para comprobar si había regresado, pero la misma estaba vacía. ¡Qué extraño!
Intrigada, se acercó al pequeño oso con un corazón cosido a sus manos con las palabras "Te amo" estampadas en él. Le pareció super tierno y lo agarró para examinarlo más de cerca, pero lo dejó caer en cuanto sintió que sus dedos se manchaban con un líquido rojo. Frunció el ceño. Parecía sangre.
Entonces, vio un papel doblado a la mitad junto al peluche. Este debió de haberse soltado con la caída. Con cuidado, lo recogió y lo desdobló para leerlo. Un jadeo escapó de sus labios al darse cuenta de qué se trataba. Era una amenaza y estaba dirigida a ella.
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