Sonneschein: 8 de noviembre de 2009
"El tiempo no existe. Es tan solo una manera de encontrarle sentido a lo que no lo tiene: el rostro visible de lo invisible."
Tiempo... Todo el mundo dice que no lo tiene, lo cual es extraño cuando se comprende como no más que un simple invento humano. Siendo tan solo un concepto imaginario, ¿cómo podemos justificar nuestra intensa necesidad por depender de él? Pasado, presente y futuro... Se trata de una compleja línea secuencial, un camino definido que, sin importar lo que se haga, lleva consigo la tendencia a siempre suceder de la misma manera.
—¿Cuál es tu opinión acerca de los lineamientos cronológicos del tiempo, Emma? —Giré el rostro hacia mi amiga con la intención de poner aquel cuestionamiento sobre la mesa—. ¿Crees probable que los hechos ya estén determinados y que todo eso del libre albedrío no sea más que una ilusión?
—Ahora no, ¿quieres? —farfulló con molestia, pues su atención estaba puesta en la charla que sostenían las chicas de al lado—. No tengo tiempo para responder a preguntas filosóficas, o sea, ¿no ves que estoy tratando de escuchar?
—Es interesante que lo digas de ese modo —murmuré.
—Deja ya de hacer comentarios tontos, Sonne.
Mi nombre no es Sonne, y ya estoy cansada de repetírselo.
—Sonneschein —dije entre dientes—. Me llamo Sonneschein.
—¡Shhh! —Se llevó un dedo a la boca.
Entorné los ojos y me limité a clavar la vista en el párrafo siguiente:
"Algunas veces no es suficiente, otras recién se convierte en una tortura. En algunos momentos se deja pasar, en otros se le retiene con fuerza. Muchos luchan por cambiarlo, por acelerarlo, por detenerlo; la inconformidad es inevitable."
Sin duda, el calendario es la pesadilla acosadora de cientos de personas. Todos siempre están quejándose por causa de plazos, fechas u horarios. Nunca nadie queda satisfecho. El transcurso del reloj se asume como el enemigo y la gente inicia una guerra imposible de ganar.
"El tiempo es tan asombroso porque, aún sin existir, es la razón de nuestra locura..."
—¿Quisieras parar de leer y apoyarme con esto? —protestó Emma de repente, colocando una mano sobre el papel para hacer que alzara la vista.
—¿Cuál es el problema contigo? —inquirí—. Estás arrugando la página.
—¡Ellas son mi problema!
Las risas llegaron a mis oídos en cuanto Emma me hizo reparar en ello. En total, eran cuatro chicas quienes conversaban en grupo alrededor de la mesa contigua, todas hablando entre chillidos estruendosos, como si el resto del espacio realmente les perteneciera. Emma tenía razón; no solo resultaban molestas, sino que en serio parecían indiferentes ante la idea de armar un completo escándalo:
—Ya, esta vez es en serio —decía Astrid mientras se confería el derecho a sentarse encima de la mesa—. Derek y yo hemos terminado.
—¿Qué? —exclamó una de sus amigas con recelo—. ¡Apenas duraron dos semanas!
—Las cosas que fácil llegan, fácil se van —respondió Astrid sin rastros de vergüenza.
—¡Diantres, querida!
—¿Qué pasará con Norman, entonces? —la cuestionó otra de ellas—. ¿No planean retomar su relación?
—Ni en broma —sentenció Astrid mientras negaba con la cabeza—. Lo nuestro ya es historia.
—¿Por qué? —le preguntaron—. Ambos hacían una hermosa pareja.
—Norman y yo no compartíamos las mismas metas —explicó Astrid, indiferente—. Llamémoslo... Intereses en diferentes direcciones, justamente eso.
—¿Estás segura, querida? El prestigio de un jefe de escuadrón es difícil de igualar.
—Norman tiene buena fama, lo sé —Astrid se encogió de hombros para después dirigir a sus amigas una sonrisa de picardía—, pero eso no me quita las ganas de reemplazarlo con otro mago todavía mejor.
—¿Quién podría ser mejor que Norman? —ironizó la más joven—. Tampoco es como que simplemente pudieras intentarlo con el hijo del líder.
En eso, comprendí por qué Emma se empeñaba tanto en escucharlas. Era obvio que, en algún momento de tan extravagante conversación, alguien mencionaría a Lukas a raíz de que continuaba tratándose del único chico de quien todo el pueblo siempre hablaba. Tan acosado como codiciado, parecía que sus condiciones le convertían en el "platillo predilecto" de una comunidad hambrienta de drama. Igual que un objeto en la vitrina. Nada diferente a un trofeo.
—Y ¿por qué no? —preguntó Astrid para sí misma, tomando en consideración aquella propuesta aún pese a ser algo disparatada—. Sería un reto intrigante.
—¿Intrigante? —se burlaron sus amigas—. Más bien imposible.
—Venga, chicas —las animó Astrid en respuesta—, ¿a quién no le gustan los buenos desafíos?
—Eres una dulzura, querida, pero con todo y eso, no creo que te alcance para enganchar a un mago de tercer rango.
—¡Soy increíblemente persuasiva! —garantizó ella, orgullosa—. Por favor, ¿cuándo ha salido algo mal para mí?
Nunca. Astrid era la chica más bonita de la comunidad; con su brillante cabellera negra y sus grandes ojos azules, era imposible que cualquier chico se resistiera a sus encantos... Vale, tal vez era bella por fuera, pero estaba hueca por dentro.
—Me decepcionan, chicas —dramatizó Astrid, cruzándose de brazos—. Están siendo demasiado pesimistas.
—Realistas —corrigió una ellas.
—¿Quieren apostar? —las retó Astrid sin dudar.
—Diantres, querida, hay cosas con que no te puedes poner a jugar.
—Oh, vamos...
—Acepta que no estás a la altura.
—..., denme una semana y les juro que encontraré la manera de acostarme con él.
—¡Astrid! —la reprendió su mejor amiga con una expresión de inmensa incredulidad—. ¡En verdad estás pasándote del límite!
Mi vista se desvió hacia la esquina del aula preferencial: el muchacho causa de polémica reposaba tranquilamente detrás del escritorio más apartado de la biblioteca. Con gafas de lectura puestas y varita sobre la mesa, centraba su atención en un viejo manual de teoría al mismo tiempo que alternaba sorbos de una pequeña taza de café.
—Vamos, chicas, ni siquiera sería una noche mal desperdiciada —continuó diciendo Astrid mientras se tomaba la libertad de ponerse de pie—. Me habría animado a intentarlo incluso aunque no se tratara de una apuesta —confesó—, es algo que siempre he querido probar.
—¡No seas tan resbalosa, Astrid!
—¿Qué hay de malo con las buenas dosis de diversión? —inquirió para justificarse—. Es guapo y del rango más alto, es casi como si todo en él me estuviera rogando sacarle el máximo provecho.
Volví el rostro hacia Emma. Tan solo verla a los ojos fue suficiente para saber que estaba molesta... O, mejor dicho, terriblemente enfurecida.
—Caramba —la escuché balbucear con cierto horror, cubriéndose los oídos a toda prisa justo después de que Astrid comenzara a soltar otro montón de comentarios burdos—. No puedo, no puedo, ¡no puedo!
—Escucha, Emma —traté de calmarla—, no creo que...
—¡No puedo soportarlo más, Sonne!
—Escúchame un momento, ¿vale? —insistí.
—Ya estoy harta —me susurró en voz baja para evitar que las palabras llegaran a oídos de aquel grupo de chicas—. Lo están convirtiendo en una apuesta, literalmente lo están viendo como un juego.
—Lo sé. —Asentí.
—¿Tienes idea de lo indignante que es eso? —se lamentó con frustración—. Por favor, tienes que decirles que se callen.
—Queda fuera de mis manos, Emma.
—Eres de segundo rango —simplificó, como si se tratara de una solución—, seguro algo podrás hacer.
—Podría si ellas no lo fueran también —le recordé.
—¡Para colmo!
—En realidad, lo único que queda por hacer es sentir lástima por él.
—¿Lástima?
—Parece que pasará toda su vida siendo tratado como mercancía —concluí.
Mi amiga bajó la mirada con pesadumbre, dejándose atrapar por sus propios pensamientos en el mismo momento en que yo me resignaba a apoyar el libro sobre la mesa.
—Tienes razón —balbuceó segundos más tarde—. Aún para la comunidad entera, parece que Lukas no es más que un entretenimiento.
—Su Alteza—la corregí de inmediato—. Cuando hables de él en voz alta, tienes que llamarlo como es debido.
—Conozco al chico desde que era un niño, Sonne. —Soltó al aire una pequeña risotada—. No pienso llamarle "Alteza" cuando incluso fuimos juntos al mismo colegio.
—Ah, ¿sí? Y ¿cómo era?
—Tierno y quejumbroso. —Se encogió de hombros—. Igual que ahora.
—No él, Emma —puse los ojos en blanco—, me refiero al colegio.
—Oh, pues... —Lo meditó por un momento antes de responder—: Era tedioso y aburrido, supongo.
—Me hace sentido —coincidí—. Asistí por un tiempo a un instituto humano y, curiosamente, sostengo la misma opinión.
Parpadeó varias veces, perpleja.
—¿Tú también pasaste tu niñez entre humanos? —se escuchó sorprendida.
—Solo algunos años —especifiqué.
—¿Por qué?
—Ni idea. —Los argumentos de mamá nunca fueron lo bastante claros para brindarme una respuesta—. Pero siempre me pareció que los contenidos académicos eran muy poco entusiastas e increíblemente básicos.
—Tengo la sospecha de que eso era culpa tuya, Sonne —me dirigió una sonrisa forzada—, no del colegio.
Hubiese estado dispuesta a contradecir tal dictamen de no ser porque los movimientos repentinos de Astrid robaron nuestra atención. Ambas la seguimos con la mirada, en especial cuando encaminó sus pasos en dirección al aula preferencial. Aparte de Emma y de mí, sus amigas también la observaban con total incertidumbre, todas fijando la vista en el espectáculo que, suponíamos, estaba a punto de comenzar.
—¡Oye, Diederich! —la oímos gritar desde la distancia, un llamado lo suficientemente escandaloso para hacer que Lukas alzara la cabeza—. ¿Te gustaría salir conmigo, dulzura?
Emma me sujetó del brazo con fuerza, alarmada con la posibilidad de que, por algún motivo, él decidiera acceder a la propuesta. ¿La respuesta de Lukas? Francamente maravillosa, si algo puedo decir: ni siquiera se dignó en abrir la boca y, en su lugar, regresó la mirada al libro que sostenía entre manos con tal de fingir que no había escuchado ni un solo ápice de aquella pregunta.
Al instante siguiente pude escuchar a mi amiga suspirar, aliviada de que su chico no le hubiese fallado.
—Ya suéltame, Emma —me apresuré a ordenarle—, me estás lastimando el brazo.
—Caramba, por un momento pensé que iba a decirle que sí. —Tomó una bocanada de aire.
—¡Bah! —resoplé—. Eso ni de chiste.
—¿Cómo lo sabes?
—Creí que eras tú quien afirmaba conocerlo a la perfección. —Entorné los ojos y le dediqué una mirada de desaprobación—. Vamos, Emma, si en verdad te interesa, como mínimo tendrías que hacer un esfuerzo por mantener tus celos al margen.
—No puedo evitarlo, solo... —Se llevó ambas manos a la cabeza—. ¡Agh! ¡Me fastidia por montones!
—Siendo así, más te vale aprender a lidiar con ello porque, punto número uno, él ni siquiera es tu novio todavía.
Giró el rostro hacia mí con una mueca de falso contento.
—Gracias por recordármelo, mi muy apreciable mejor amiga —ironizó.
—Lo que trato de decir es que no tienes ningún derecho a molestarte —expliqué para resumir—. Harías bien en desarrollar un manejo más controlado de tus celos. Con alguien como él cerca de ti, pues...
Darme cuenta de que era Astrid quien ya retomaba su curso hacia la mesa del fondo me hizo callar de golpe. Sus amigas reían a carcajadas detrás de ella, exhortándola a probar su suerte con un segundo intento.
—Sonne, haz algo —me exigió Emma, volviendo a sujetarme del brazo—, haz algo, ¡haz algo!
—¿Y yo qué puedo hacer? —protesté.
—¡Lo que sea!
Astrid era posesiva y arrogante, por eso reflejó altanería mientras sus contoneos de cadera la llevaron a quedar a unos pasos del muchacho cuya atención todavía no encontraba la manera de atraer.
—Estoy segura de que no escuchaste lo que acabo de decir —le espetó a Lukas con cierta indignación, fingiendo que la indiferencia de su "presa" no se trataba de algo más que de un mero malentendido—. Puedo repetírtelo, dulzura, no hace falta que me lo pidas.
Tal como lo predije, Lukas ignoró la presencia de la chica y mantuvo los ojos fijos en las viejas páginas del libro.
—Ya veo... Prefieres que te llame Alteza, ¿no es cierto? —inquirió Astrid, tomándose el atrevimiento de sentarse sobre su mesa en una pose traviesa y desvergonzada—. Lo haré a cada minuto del día si eso es lo que quieres.
Nada. Ni un movimiento, ni una sola mirada. La atención de Lukas continuó prendida en la lectura aún pese a tener a aquella chica casi acostada enfrente.
—Oye, Diederich, estoy hablando contigo. —Astrid tuvo que arrebatarle el libro de las manos para obligarlo a alzar la vista—. Hacerme esperar es muy poco cortés de tu parte.
Después de eso, ella le dijo algo más, pero el volumen de su voz fue tan bajo que ninguna de sus distantes espectadoras fue capaz de descifrarle siquiera la mitad de las palabras.
—¿Qué está ocurriendo? —me preguntó Emma enseguida—. ¿Puedes oírla?
—No —respondí.
—¿De qué está hablando?
—Diantres —refunfuñé con hartazgo—, ¡ya te dije que no tengo idea!
—¿Crees que esté invitándolo a salir? —Mi amiga se hundió en el asiento, nerviosa—. ¿O crees que se trate de algo mucho peor?
No me dio tiempo para contestar, pues haber visto a Lukas inclinarse hacia aquella chica me hizo quedar por completo desconcertada. Astrid sonrió, complacida, sobre todo cuando él se permitió acercar el rostro al de ella con la intención de susurrarle algo al oído.
—Caramba. —Estupefacta, Emma parpadeó varias veces con preocupación antes de empezar a balbucear—: No, no, no... Sonne, ¡por favor! —Me agitó de los hombros—. Tienes que hacer algo ¿sí? Solo ve allí y diles que está prohibido mantener distancias tan cortas.
—¿Disculpa? —Me reí.
—Si no lo haces tú —tragó saliva de manera audible—, te juro que voy a hacerlo yo.
—Por favor...
—¡De verdad siento que estoy por morir!
—Tampoco lo dramatices, ¿quieres? —No solo tuve que reprimir otra carcajada, sino también detener a mi amiga del brazo en cuanto la vi hacer un intento por ponerse de pie—. Diantres, Emma, ¡cálmate ya!
—¿Acaso no estás viendo lo mismo que yo?
—¡Claro que lo veo! —exclamé, fastidiada—. Pero es evidente que él solo está jugando con ella.
Emma me fulminó con la mirada.
—¿Jugando con ella? —murmuró a regañadientes, casi escupiendo las palabras.
—Por favor —entorné los ojos—, sabes que no es a eso a lo que me refiero.
—¿Te causan gracia mis conflictos sentimentales?
—Me causa más gracia lo que está pasando allá al fondo. —Le indiqué con una mano que llevara su atención hacia el final de la biblioteca: era Astrid quien, todavía sentada a las orillas de esa mesa, permanecía con una expresión inescrutable mientras que Lukas continuaba hablándole al oído a modo de coqueta reprimenda.
Además del respeto intelectual y político, admito que le guardo cierto cariño a ese chico por el modo en que suele responder sin ataduras: si algo le incomoda, lo ignora; si algo le molesta, lo encara; sus ideas acostumbran ser radicales y directas, aunque eso no cancela el hecho de que se traten de una completa genialidad.
Astrid no tardó demasiado en llevarse las manos a la boca y soltar al aire un bramido de indignación, pero él solo le guiñó el ojo antes de pedirle con una mano que volviera a su asiento.
—¿Lo ves, Emma? —Giré el rostro hacia mi amiga—. Te dije que no había razones para escandalizarte.
—Claro —musitó—, supongo que eso depende de tu definición de "escándalo".
Arqueé una ceja, extrañada, mas bastó con regresar la mirada hacia el aula preferencial para entender a qué se refería: Astrid acababa de ponerse de pie, pero no con la intención de volver a su mesa, sino con el propósito de echarle más leña a un fuego que parecía estar a punto de prenderse en llamas:
—Siendo así, dulzura, estoy convencida de que tampoco te importará que me adueñe de esto —espetó ella, adjudicándose el derecho a levantar la varita de Lukas de la mesa—. ¿Dices que no puedo tomar las cosas según me plazca? Más te valdría darte el tiempo de reconsiderarlo.
Y a eso, por no decir otra cosa, se le conoce como "meterse a voluntad en la boca del lobo".
—Te crees un chico listo, ¿no es cierto? —continuó quejándose Astrid sin pensar—. Eres influyente y prestigioso, la gente te sigue las órdenes sin titubear y te piensas intocable porque es tu padre quien posee el cargo más importante, pero ¿te digo una cosa? Siendo grosero no conseguirás ni por asomo estar a la altura del puesto.
—No fui grosero —la contradijo Lukas enseguida.
—Ah, ¿no?
—¿Utilicé un lenguaje despectivo, acaso? —increpó para evidenciarla—. No hice más que ser sincero contigo.
—Noticia de última hora, dulzura: a una mujer nunca se le rechaza.
—¿Es una regla? —ironizó él.
—¡Mucho menos de una manera tan indignante como la que acabas de hacer ahora!
Por las barbas de Merlín, ¡en serio lo estaba retando! Le gritaba a un mago de tercer rango cuyo poder la superaba sin lugar a dudas; le reprochaba una estupidez a quien, seguro, se trataba del próximo líder de la comunidad mágica.
—¿Que no te importa lo que sea que yo haga? —resopló Astrid mientras tomaba la ridícula decisión de sujetar la varita por ambos extremos—. ¿Qué te parece, entonces, si la parto por la mitad?
—Hazlo y veremos en qué clase de problemas terminas involucrada —respondió Lukas en tono de desafío.
—Oh, vaya, ¿ahora resulta que sí quieres jugar?
—No te compliques más las cosas, ¿vale? —La advertencia iba en serio a juzgar por la forma en que él le sostuvo la mirada—. Devuélvemela y te prometo que encontraré la forma de evitarte una sanción con el Concejo.
—¿Disculpa? —la voz de Astrid tembló. Mitad ofendida, mitad asustada.
—Para los de segundo rango, cada acto tiene con quién acusarse.
—Diantres, ¿en serio estás amenazándome con ir a contárselo a mi padre?
El chico se encogió de hombros.
—No me dejas ninguna otra opción —justificó—, tampoco me gustaría simplemente tener que obligarte a regresármela.
—¿Obligarme? —La sonrisa pícara se le dibujó a Astrid casi por inercia—. Quiero ver que lo haga, Alteza.
Tal última oración, aparte de atrevida, resultó suficiente para que Emma se pusiera de pie en menos de un chasquido, empujando su asiento sin cuidado hasta que cayó al piso de golpe. El estrépito atrajo la atención de todos hacia nuestra mesa. Durante algunos instantes los ojos de Lukas se quedaron clavados en los de Emma; lo vi dedicarle un gesto extraño, una especie de mirada fulminante combinada con un expresivo "no te metas" reflejado en cada parte de la cara.
—¿Quieres ver que haga qué, perdón? —el chico retomó la conversación segundos más tarde, regresando el rostro hacia Astrid con tal de dejar en el olvido aquella interrupción—. ¿Por qué tanto entusiasmo por una simple frase?
—No eres muy bueno para interpretar los juegos de palabras, ¿o sí? —se burló ella—. Estoy hablando con un doble sentido.
—Pues no entiendo nada de lo que sea que estás tratando de decirme.
Astrid acompañó su carcajada con un ruidoso chasquido de lengua.
—Es una pena, Alteza, en serio. —Se limitó a fingir una mueca de lástima—. Me hubiera gustado saber qué clase de reacción habría tenido de ser el caso contrario.
—¿Quisieras ser más específica? —preguntó él con inocencia.
—Por supuesto que sí, dulzura, pero eso necesitaría hacerlo en privado.
—¿Por qué en privado?
—De acuerdo, ya basta —escuché a Emma murmurar a regañadientes—. No es más que una niña malcriada y resbalosa, ¡caramba!
Mi amiga encaminó sus pasos hacia el meollo de la discusión sin siquiera ponerlo en duda; no obstante, fue cuando ya iba por la mitad del camino que un auxiliar del Servicio Médico Real irrumpió en la biblioteca de forma atropellada, apresurando su andar en dirección al aula preferencial como si realmente se tratara de un asunto de vida o muerte.
—¡Alteza! —exclamó entre gritos desesperados, atrayendo la atención de Lukas incluso desde metros atrás—. ¡Es una emergencia!
—¿Una emergencia? —lo cuestionó él.
—Es su padre, Alteza. —El auxiliar se detuvo a pocos pasos de la última mesa—. Por favor, ¡tiene que venir conmigo enseguida!
Hubo un instante de completo silencio.
Astrid se volvió hacia Emma. Emma me miró a mí. Yo fijé la vista en Lukas. Todos quedamos un tanto perplejos, pero fue el chico quien no tardó en despejarse con un par de parpadeos antes de darse prisa en avanzar. Seguido por el mensajero cuyo rostro expresaba preocupación en más de un sentido, ambos abandonaron la biblioteca en cuestión de segundos hasta dejar impreso en el aire un extraño sentimiento de incertidumbre.
¿Problemas? Era más que seguro. La inestabilidad médica del Maestro no era ningún secreto: sus condiciones de salud empeoraban semana tras semana y, hasta cierto punto, el pueblo entero era consciente de que no faltaba mucho para que las malas noticias llegaran a oídos de todos. La noción de temor era latente. Sin el gran jefe que guiara la toma de decisiones, pues... El rumbo a seguir quedaba en manos del líder más joven que la comunidad mágica jamás hubiese tenido.
—Tienes algo que yo quiero —Emma fue la primera en romper con el silencio, retomando su marcha hacia el final del corredor.
—¿Qué? ¿Un toque de magia? —se burló Astrid con descaro mientras observaba a mi amiga posarse frente a ella—. Como humana, no tienes derecho siquiera a dirigirme la palabra.
—Humana o no, resulta que tengo un puesto todavía más influyente que el tuyo —trató de defenderse Emma.
—¡Por favor! —bufó Astrid—. No presumas de un cargo como secretaria de papeleo.
—Es importante para los miembros del Concejo. Sin una correcta organización de los documentos, no habría posibilidades de...
—No me digas, ¿acaso te crees parte del Concejo ahora?
—Al menos trabaja para ellos, ¿no? —intervine desde lo lejos porque, en cualquier caso, sabía que Emma no tardaría en vacilar hasta terminar sometiéndose al ingenio de su contrincante—. ¿Qué haces tú, Astrid? ¿Sacar malas notas en tus reportes de investigación?
La chica me dirigió un vistazo cargado de rabia antes de advertir:
—No te metas en lo que no te incumbe, Sonneschein.
—Más bien me meto porque me incumbe —corregí. No me costó mucho esfuerzo avanzar en su dirección aún a expensas del modo tan disgustado en que Astrid ya me miraba—. Es mi mejor amiga con quien discutes, ¿recuerdas?
—Amiga de la humana —ridiculizó en respuesta, cruzándose de brazos—, por supuesto.
—Desde que teníamos quince —pronuncié con orgullo.
—¿Sabes algo, querida? —Me recorrió con la vista de arriba abajo—. Para ser un mago de segundo rango, lo cierto es que te sometes demasiado.
—Qué curioso, Astrid, yo estaba a punto de decirte exactamente lo mismo.
Resopló con incredulidad, ofendida. Me daba igual el resultado que mis palabras tuvieran en ella, siempre y cuando fueran suficientes para rebajarle la altanería.
—Dámela, Astrid —se animó Emma a exigir justo después de haberme visto posarme a su lado—, no te la dio prestada siquiera.
—¿Qué cosa? —dudó ella.
—La varita —especifiqué.
—Oh —expresó Astrid para fingir sorpresa, haciendo ademán de señalarnos su más reciente adquisición—. ¿Así que es esto lo que tanto están buscando? Es una pena que no tenga intenciones de devolverla.
—Dámela —empezó a decir Emma—, o...
—O, ¿qué?
—... tendremos que quitártela —me limité a completar la oración—. No será difícil tomando en cuenta lo mal que te va en los entrenamientos diarios.
—¿Disculpa?
—Tu desempeño es espantoso —le espeté con sinceridad—, preguntáselo a cualquiera.
Ambas nos sostuvimos la mirada. Astrid entrecerró los ojos con molestia, pero yo me aseguré de mantenerme firme.
—¿Todo bien por aquí, jovencitas?
Tal llamado nos hizo apartar la vista una de la otra para concentrarnos en el rostro de Philip. El anciano nos observaba desde un costado, arqueando las cejas con recelo al percatarse de que Astrid mantenía entre manos una varita evidentemente ajena.
—Por supuesto —mintió ella con una sonrisa forzada, no sin antes habérsela entregado a Emma de mala gana—. Juegos de niñas, Philip. Eso es todo —simplificó—. Tan solo estaba pensando que sería una gran idea enseñar buenos modales a quienes todavía les hace falta comprender la jerarquía comunitaria.
—Ya veo —musitó el anciano entre pequeños asentimientos de cabeza—. Es una excelente propuesta, Astrid. Siempre creí que carecías de una serie de aptitudes básicas en cuestión de etiqueta y cortesía.
Fue Emma quien dejó escapó la carcajada, aunque también fui yo quien se tomó la libertad de aplaudir con disimulo. Sea como sea, el rostro de aquella chica lució tan enfurecido que tampoco tardó en girar sobre sus talones y limitarse a salir huyendo en dirección a las puertas.
—Bien hecho, Emma —apunté.
—Bien hecho, Sonne —me susurró mi amiga enseguida—. Cielos, Philip, ¡y usted estuvo genial! —felicitó al anciano con emoción—. Llegó justo a tiempo para...
—¿Cuál es el afán de estar en pleito con el resto de las chicas, eh?
Ambas borramos las sonrisas prácticamente de golpe.
—Estoy cansado de repetírselos —nos reprendió—. Siempre estoy detrás de ustedes, como si en serio se trataran de dos chiquillas del preescolar.
—Pero solo nos estábamos defendiendo —traté de explicar.
—No se metan en más problemas.
—¿Problemas, Philip? Fue Astrid quien...
—Es la última vez que estoy dispuesto a recordárselos —calló a Emma con firmeza, extendiendo la palma frente a ella para darle a entender que debía devolver lo que no le pertenecía—. Le diré que es un obsequio de tu parte.
Con algo de resignación, mi amiga tuvo que conformarse con entregar la varita en sus manos al mismo tiempo que hacía un esfuerzo por ocultar una leve sonrisa.
—Fingiremos que todo terminó en orden, ¿de acuerdo? —decretó el anciano para luego suspirar—. Mi muchacho tiene asuntos más angustiantes en qué pensar como para preocuparse por las tonterías de un par de adolescentes.
—¿Asuntos más angustiantes? —pregunté.
—Hay problemas, Sonneschein —Philip giró el rostro hacia mí—, y tu madre quiere verte justo ahora.
—Pero apenas es media tarde, Emma y yo teníamos planeado...
—Hazme caso y deja de protestar —insistió con una sonrisa de tintes tristes—. Será lo mejor por el momento, créeme.
Me limité a tomar una bocanada de aire. Lo que sea que estuviese ocurriendo allá afuera, era un hecho que no se trataba de nada simple.
—Entiendo —accedí.
—Envía mis saludos a Martha —añadió el anciano a modo de despedida, dándose prisa en retomar su caminata por el corredor a la vez que llevaba consigo aquella varita causa de disputa.
—Lo lamento mucho, Emma. —Me volví hacia mi amiga casi de inmediato—. Mamá está buscándome y... creo que es importante que vuelva a casa.
—También lo escuché todo, ¿sabes? —ironizó.
—Estoy segura de que sí, pero eso no significa que vayas a hacer caso a las advertencias.
—¿De qué hablas?
—Te conozco —enfaticé con el rostro serio—. No trates de buscar a Lukas y tan solo regresa a tu cuarto, ¿quieres?
Ella no dijo nada. Llevó la mirada hacia los libreros en un intento de fingir que tal posibilidad no era exactamente la que había pasado por su cabeza.
De todas maneras, la imprudencia de sus decisiones no era algo que pudiera alterar el curso de lo que estaba por sucederle a la comunidad entera. Porque Philip no era del tipo de hombres que solieran angustiarse con cualquier cosa y, peor aún, Lukas no era del tipo de chicos que acostumbraran tomarse los cambios muy a la ligera.
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