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Philip: 24 de febrero de 2013

—¿Lukas?

Me da la impresión de que mi muchacho vive en dos realidades distintas. En ocasiones, pareciera que pasa los minutos encerrado en un mundo privado y solitario, inaccesible para el resto de nosotros sin importar cuánto se haga por seguirle el ritmo. Es fácil que permanezca estancado en sus propios pensamientos; su mirada se pierde en alguna parte de la habitación y luego se vuelve sordo ante cualquier sonido que provenga del exterior. Ciertamente, el reto no era asimilar los motivos o echar culpas a su autismo, sino encontrar la manera de recuperar su atención sin que ello implicara malgastar la paciencia de por medio.

—¿Lukas?

Estaba acostumbrado ya al modo tan distante en que solía comportarse, de allí que tampoco me resultara engorroso concederle un tiempo extra y esperar.

—¿Lukas?

—¿Sí? —habló por fin.

—¿Vas a hacerme caso ahora?

Giró el rostro hacia mí.

—¿Estabas tratando de conversar conmigo? —Su pregunta fue genuina, quedaba claro a juzgar por el gesto inocente que me dirigió.

—¡Por supuesto! —resoplé—. ¿Por qué otra razón estaría sentado aquí, sino?

—Creí que te habían parecido cómodos los asientos, esta clase de tela es la única que no...

—Oye, muchacho —me vi en la obligación de interrumpir sus divagaciones—. Necesito que centres tu atención en la actividad, ¿de acuerdo?

—¿Qué actividad?

Le señalé el montón de cajas que aún continuaban dispersas alrededor del despacho. Pilas y pilas de libros que faltaban por ordenar. Manuales, encuadernados e investigaciones científicas; todo era un desastre tomando en cuenta la gran cantidad de ejemplares que habría que revisar.

—Las pertenencias de tu padre —le recordé—. Organizar lo importante, deshacernos de lo insignificante.

No tardó ni unos segundos en dedicarme una sonrisa cargada de vergüenza.

—Es verdad. —Se llevó una mano a la frente para reprenderse a sí mismo—. Lo lamento mucho, Philip.

—No te disculpes por insignificancias —dije para minimizar el asunto.

—¿Has encontrado algo que parezca útil?

—Además de un fabuloso recetario de cocina latinoamericana —me guardé aquella revista en el bolsillo del saco—, en realidad no.

—Ir caja por caja nos quitará demasiado tiempo —pensó en voz alta.

—¿Sugerencia?

—Olvidémonos del tema y tan solo echemos todo a la basura.

Alcé la vista hacia él. Hasta cierto punto, por motivos de sorpresa.

—Me parece una idea brillante —respondí, complacido.

—Creí que estabas a punto de decirme que lo reflexionara con mayor detenimiento...

—¿Por qué? —Me encogí de hombros—. Tampoco es como que vayamos a requerir de todo esto de nuevo, ¿o sí?

Su rostro se volvió serio. Era consciente de la terrible sensación que lo invadía cada vez que alguien (ya sea con intención o por mera casualidad) hacía un comentario referente a la muerte de su padre.

—No debí decirlo de ese modo, muchacho —pedí perdón al momento—. Lo siento.

—La teoría referente al plan se encuentra dispersa en cada uno de estos libros. —Hizo lo posible por cambiar de tema—. ¿Qué tal si fuera yo quien más necesitara conservarlos?

—¿No habías dicho hacía algunos meses que conocías de memoria todas las fases? —lo cuestioné—. ¿Por qué habrías de necesitar siquiera alguno de estos libros?

No contestó. Sin duda, lo que para él era una incógnita sin respuesta, para mí era una interpretación evidente: estaba tan acostumbrado a seguir órdenes que ahora le tenía pavor a la sola noción de tomar sus propias decisiones. Resultaba un hecho que, sin Nic, mi muchacho no estaba muy seguro de cómo proseguir con el plan.

—¿He dicho algo malo? —pregunté a propósito.

—¿Recuerdas el día en que me nombraron líder, Philip?

—¿Te refieres a aquella ceremonia en la que no quisiste bailar con ninguna chica?

Se giró hacia mí con cierta irritación reflejada en los ojos.

—Emma se veía hermosa en ese vestido rojo —continué hablando, aún a sabiendas de que mi palabrería no haría más que incomodarlo—. Tardó casi dos meses en preparar su atuendo. Las zapatillas, las joyas, el peinado... —suspiré, negando varias veces con la cabeza—. Fuiste muy descortés con ella. No puedes tratar de ese modo a una persona que ha hecho de todo para, como mínimo, ganarse un cumplido honesto de tu parte.

—Ya basta —exigió.

—¿Cuál es tu problema con Emma? —quise saber, intrigado—. ¿Qué ha hecho esa pobre niña para ser merecedora de tus insultos?

—Dije que basta.

—Lucía bellísima, Lukas, y sostengo la impresión de que eso te consta...

—¿Me escucharías a mí en lugar de tratar de ayudarla a ella con sus propósitos románticos? —Al escucharlo expresarse con tanta molestia, tuve que resignarme a la única posibilidad de dejar el asunto de lado—. Ese día, en la ceremonia, el Concejo me trató como si yo debiera ocupar el lugar de mi padre.

—¿Y no es eso lo que implica ser el líder? —ironicé.

—No hablo de tomar su puesto, me refiero a sustituirlo y... realmente ser como él. —Me sostuvo la mirada—. No estoy muy seguro de poder hacerlo.

Eso último fue inesperado, por completo curioso y prometedor. Era la primera vez que lo escuchaba dudar de aquella misión que el mismo Nic le había exigido cumplir con mano firme. Las palabras que siempre quise oír, ese pequeño atisbo de confusión acababa de comprobarme que, quizás, aún era posible alejarlo del camino que le tenían trazado desde hacía años.

—Vaya, muchacho, eso es... interesante.

—¿Crees que mis habilidades sean suficientes para reemplazarlo? —dudó, recargando la cabeza contra el respaldo del asiento—. Ellos esperan que sea alguien más.

—Entonces demuéstrales que basta con ser tú mismo.

—Es mi responsabilidad estar a la altura de mi padre, Philip, no puedo concederme libertades ni tampoco cambiar de reglas. —Respiró hondo—. Es mi deber estar a cargo del proyecto.

Por sus vacilaciones, me tomé el atrevimiento de sugerir:

—Podrías hallar la forma de reescribir algunas normas si así lo quisieras.

—¿Es un chiste? —preguntó entre risas—. ¿Cómo se supone que habría de hacerlo si el Concejo se asegura de que todo se siga al pie de la letra?

—Eres un chico listo, sabes que algunos miembros solo están cumpliendo órdenes sin estar cien por cien de acuerdo con ellas.

—No es a eso a lo que me refiero, más bien hablo de mi posición como...

—¿Acaso debo recordarte cuál fue tu oráculo de coronación? —interrumpí.

—No —farfulló con fastidio—, no otra vez.

—Ópalo —pronuncié sin su permiso—. Tótem de la voluntad.

—Mi tarea es terminar con el proyecto de papá —objetó—, no seguir mis propios ideales.

—¿Cuál de las dos opciones va más con la definición de "voluntad", eh?

Ni siquiera se movió: prefirió permanecer en silencio y clavar la vista en los estampados de la alfombra.

—Te dicen qué hacer y qué cosas son buenas para ti —enfaticé a modo de resumen—. Tu padre siempre quiso que creyeras en la historia que él mismo se había inventado.

—¿E intentas convencerme de que crea en tu versión? —Enarcó una ceja.

—No, intento persuadirte para que formules una propia.

Por desgracia, es posible que una persona renuncie a su integridad con el objetivo de recibir la aceptación y el respaldo de quien se considera la autoridad más valiosa. Con su montón de exigencias insolentes, Nic había convertido a su hijo en alguien que dudaba completamente de todo, incluso de sí mismo.

—Quiero que dejes de tomar información del exterior, Lukas, y que, en su lugar, la tomes de tu interior.

—Eso es ridículo —bufó, cruzándose de brazos.

—Tienes miedo de lo que encontrarás si buscas dentro de ti, ¿no es cierto? —Volvió a mirarme a los ojos—. Es una lástima que lo que realmente necesitas solo pueda hallarse de esa manera.

—Admitir que no estaba seguro de poder reemplazarlo fue un error —masculló—. No quise decir eso.

—A mí no me pareció un simple accidente —apunté con disimulo, levantándome del asiento para retomar la organización de las cajas—. Si quieres ser un verdadero líder, tendrás que aprender a dominar el miedo.

—No es lo que tú piensas, me refiero a... —Tomó una bocanada de aire—. Me refiero a que mis habilidades no se comparan con las suyas, ni de cerca.

—Tu padre practicó durante años.

—Su determinación era admirable —su voz denotó orgullo—, el mago más poderoso de todos los tiempos.

—¿Perdona?

—¡Incluso tenía la capacidad de manipular el fuego, Philip!

—Qué barbaridad, muchacho, ten mucho cuidado con confundir poder y grandeza —lo reprendí enseguida—. Tu padre nunca trató de entender el equilibrio de la magia. Olvidó que nuestra verdadera marca es la que tú llevas en la muñeca, no aquella que él combinó con la esvástica por simple capricho.

—Pero él...

—Poseía habilidades envidiables, pero estaba tan obsesionado con ellas que se creía capaz de predecirlo todo. No se puede controlar la realidad como si fuera una partida de ajedrez...

Detuve la oración de golpe, aunque solo porque mis ojos atisbaron a un montón de personas en movimiento desde la ventana. Tanto la necesidad como la curiosidad me obligaron a avanzar unos pasos hacia el cristal, lo suficiente para darme cuenta de que el tumulto de risas y gritos parecían provenir de una pandilla de miembros del ejército. Estaban celebrando. Conducían su caminata en dirección a la entrada subterránea de las mazmorras, felicitándose entre sí al mismo tiempo que enaltecían con júbilo la extraña adquisición que llevaban entre manos.

—¿Qué sucede, Philip?

El grupo de magos arrastraba el cuerpo de una chica, una niña pelirroja cuya presencia me resultó mucho más familiar de lo que hubiera deseado. Por tantas veces que Nic solía vigilarla a través de portarles, estaba al tanto de quién era ella, y también tenía la certeza de que se encontraba herida... Incluso me atrevería a decir que inconsciente.

—¿Philip?

—El ejército se dirige a las m-mazmorras —le expliqué, titubeante—. Parece que capturaron a un hyzcano.

—Lo llevan como prisionero —asumió sin pensarlo dos veces—. Seguro se trata de otro más de sus intentos por sacarles el oro.

—No lo estás entendiendo, muchacho.

—Son ambiciosos, en especial ahora que estamos faltos de recursos...

—Lukas —me di prisa en interrumpirlo—, se trata de la niña.

Todavía lucía indiferente para cuando me dedicó un ceño fruncido.

—¿Quién?

—Yvonne —aclaré para él, indicándole que observara a través del vidrio.

Transcurrió un instante de silencio. Luego caí en cuenta de que no había comprendido bien el mensaje, lo supe por el modo en que parpadeó varias veces, como si se hubiera quedado estancado con la simple mención del nombre.

—Yvonne Fellner —repetí—, la niña pelirroja de Frankfurt.

—¿Qué hay con ella? —balbuceó con lentitud.

—La están arrastrando hacia el subterráneo.

Mis ojos se encontraron con los suyos y, con probabilidad, fue la seriedad de mi gesto lo que lo llevó a ponerse de pie.

—¿Hacia dónde? —quiso confirmar.

—La llevan a la prisión.

Se acercó con rapidez, atravesando por el laberinto de cajas hasta que consiguió posarse junto a mí.

—Es imposible, Philip, ella ni siquiera... —Su respiración se entrecortó en cuanto se dio el permiso de mirar por la ventana—. Una hyzcana no debería de estar aquí.

—Eso lo tengo muy claro —coincidí.

—¿Qué pretenden hacer con ella? —se preguntó a sí mismo—. Ni de chiste la pueden tocar, se supone que Yvonne es nuestra infiltrada.

—Estoy seguro de que ninguno de ellos la reconoce siquiera.

—Va en contra del plan. —Retrocedió unos pasos, luciendo tan desorientado que aquella fachada de líder de pronto se convirtió en la de un chico temeroso e inocente—. Tienen que dejarla ir o todo se irá a la ruina.

—Alguien debería de detener ese alboroto antes de que sea demasiado tarde —propuse.

—Sí —asintió de inmediato—, tienes razón.

—Alguien que posea un rango increíblemente influyente.

—No podría ser de ningún otro modo.

—Y que, además, la conozca lo suficiente para no darse por vencido si es que resulta casi imposible sacarla de aquí.

Arrugando el entrecejo, giró el rostro hacia mí.

—¿Qué?

—Me refiero a ti, muchacho —fui directo al grano—. Eres el único que podría hacer algo por esa niña sin que los otros magos se vean en la tentación de ignorar las advertencias.

—¿Te has vuelto loco? —se mofó, incrédulo—. Sabes perfectamente que yo soy el último que debería de entrometerse. —Se volvió hacia el resto de la habitación para evitar encontrarse con la ventana—. Si ella llegara a reconocerme, el plan tendría modificaciones... Habría que hacer nuevos cálculos.

—¿Y?

—Podrían tratarse de cálculos incorrectos —murmuró.

—Me parece que eres lo bastante inteligente como para manejar cualquier imprevisto.

—No soy mi padre, Philip. —Intentó ocultar su impotencia con una sonrisa de resignación—. Yo no soy él.

Se estaba dando por vencido; un pequeño obstáculo en el camino y ya estaba asumiendo que no contaba con la astucia suficiente para resolverlo... Tan desprovisto de voluntad como Nic se había asegurado que estuviera.

—Escúchame bien, Lukas. —Tuve que sujetarlo del brazo en cuanto intuí su disposición a salir huyendo del despacho—. Sabes que ella morirá si no eres tú quien le pone un alto a ese desenfreno y, según recuerdo, el plan sería irrealizable si esa niña termina mal herida.

—Le pediré al hechicero que se encargue de todo —respondió con la mirada perdida—. Estoy seguro de que él sabrá qué hacer.

—¿Confías cien por cien en ese hombre?

—No correré el riesgo de cometer un error, Philip.

—No correrás el riesgo —reiteré, buscando enfatizar su resistencia—. Es una decisión válida, aunque es un hecho que...

—Lo es.

—... también te verás en la obligación de aceptar las consecuencias que correspondan.

Con eso último, hice que detuviera en seco su caminata.

—Beker es algo insolente y descarado —añadí—. Le gustan los retos, ¿recuerdas? A veces confunde los permisos con una invitación a saltarse las reglas.

—¿De qué hablas? —dudó.

—Quizá le guste la idea de unirse al juego un rato antes de detenerlo —divagué en tono de insinuación—. No creo que le preocupe que los otros soldados estén buscando más cosas de ella que un simple montón de oro.

No dijo nada; cruzándose de brazos, conservó el gesto inescrutable para fingir que aquello no le había molestado en absoluto. Los ojos lo delataban sin reservas: el verde ya comenzaba a transformarse en una coloración amarilla que resultaba difícil de pasar por alto.

—Tienes miedo —me atreví a afirmar—, y no solo de lo que ocurra con el plan...

—Yo sé quién soy —me contradijo con firmeza—. Y también sé en dónde está puesta mi lealtad.

—Eso es porque todavía no te has equivocado lo suficiente.

Giró el rostro hacia la puerta y tan solo avanzó a largas zancadas en dirección a la salida.

—Toma el riesgo, Lukas —me permití aconsejarle desde la distancia—. No querrás que ese miedo se torne después en arrepentimiento.

Sin más, cruzó por la salida como quien está totalmente renuente a cambiar de opinión. Resoplé al aire en cuanto el otro lado de la estancia estuvo vacío.

No me cabía la menor duda de que se había marchado por motivos de angustia; la aparición de esa niña lo ponía nervioso, no tenía idea de cómo lidiar con la incertidumbre ni mucho menos se sentía con la confianza de alterar siquiera una pieza del rompecabezas predispuesto. Necesitaba tiempo para digerir las circunstancias y, por fortuna, yo estaba en ánimos de concedérselo. Mantendría a Yvonne bajo mi supervisión hasta que él aceptara tomar cartas en el asunto, pues dejar a una hyzcana a su suerte en medio de un montón de magos sería lo mismo que dictarle una sentencia de muerte.

—Paciencia, Philip —me dije y, lanzando un alarido de agobio, regresé mi atención hacia los libros que aún continuaban dispersos por los alrededores—. Todo irá a la basura y con eso llegarás a tiempo al subterráneo.

Tenía la intención de subir algunas cajas al escritorio. Los cartones delanteros obstruían la entrada y me pareció que sería inoportuno abandonar el despacho sin antes haber despejado al menos el pasillo central.

—¡Qué barbaridad! —me quejé, pues una libreta cayó al suelo en cuanto alcé en brazos la primera hilera de ejemplares—. ¿Por qué suceden las tardanzas cuando uno tiene más prisa?

Levanté del piso aquel pequeño encuadernado. Al tomarme un momento para desdoblar las orillas de sus páginas, mi mirada se detuvo por curiosidad sobre el primer párrafo que mis ojos atisbaron:

¿Y si existiera una persona capaz de controlar a las tres especies? Ningún mago querría seguir las órdenes de un líder ajeno a su comunidad, y tampoco creo que un hyzcano o un hada lo acepte tan fácilmente. La única forma de conseguir un gobierno unificado sería que aquel nuevo líder compartiera lazos con cada uno de nosotros. ¿Die perfekte Art? El resultado es un misterio, pero me da la impresión de que, en primera instancia, todos buscarían deshacerse de él por temor a lo desconocido.

No solo me tomó un par de segundos asimilar el significado de aquellas palabras, sino que también me costó algunos fragmentos de mi propia cordura darme cuenta de que la caligrafía coincidía con la de Nicolaus.

Cambié de hoja. Al principio con la expectativa de que el resto del texto no consistiera en bazofia, más tarde con el despecho de haber perdido mi esperanza en el proceso:

La atención que Lukas le presta a la niña hyzcana me parece repulsiva. Es indispensable encontrar la forma de sacarle esos recuerdos de la cabeza. ¿Se puede impulsar a alguien a caer en la locura? Habré de quitarle lo que más ama y con eso tendré hecho la mitad del trabajo.

Resultaba difícil pasarse por las anotaciones sin reconocer que eran producto de una mente obsesiva: la lógica de las narraciones estaba tan distorsionada que, estaba seguro, solo podían pertenecer al antiguo líder.

Mi hijo es incluso más peligroso que yo. Las decisiones las tomo por elección propia, puedo cambiar de opinión y conozco a profundidad los motivos de mi raciocinio; por el contrario, Lukas no está haciendo nada más que seguir órdenes. Carece de espíritu, de determinación. Estaría dispuesto a hacer lo que fuera con tal de seguir las reglas.

En eso, comencé a preguntarme qué más habría escrito ahí dentro. Fue un impulso casi imparable. Mis dedos se deslizaron por las páginas, hojeando aquella libreta con una sensación de impotencia, un hueco en el estómago que advertía de los dotes monstruosos del autor. Mis ojos atisbaron fechas, números y titulares, cada apartado solo aumentando mi angustia: El medallón del tiempo, Claves para la resolución de desafíos, Cualidades y personalidad de Yvonne Fellner, Técnicas de persuasión empleadas por Hitler, Propaganda nazi, Instrucciones para la manipulación de sueños... ¿Qué condenados era todo eso?

¡Los efectos fueron sorprendentes! Bastó con seguir los pasos de la lista para que la magia negra de Beker se combinara con el reloj de la niña. El control de su sueño fue exitoso. Escogiendo la apariencia de Lukas como disfraz, me tomó unos segundos lograr que ella se fijara en mí y, así, transmitirle el mensaje de apoyo que necesitaba ofrecerle.

Sabía de antemano lo elaborados que eran sus planes y tenía la certeza de que la familia Fellner resultaba de vital importancia para sus propósitos; no obstante, nunca me había planteado la posibilidad de que sus fantasías fueran tan siniestras.... Esa bitácora contenía un centenar de registros, una infinidad de predicciones.

Tal parece que el medallón activa sus mecanismos de defensa únicamente cuando las posibilidades de agresión contra su guardián son latentes. Si esa reliquia pensante considera que los riesgos del contexto son invisibles para el portador, entonces los hace notar a través de una visión de carácter sensorial. En caso de que el portador ya haya reparado en el peligro o se encuentre cerca de la amenaza, el medallón asume, en su defecto, que no es necesario mostrar ninguna imagen como advertencia.

Estaba tan inmerso en la locura del texto que no recuerdo cuánto tiempo pasé frente a él. Mi intuición pedía a gritos parar de leer, aunque lo cierto fue que no fui capaz de detenerme hasta que una anotación correspondiente al 1 de julio capturó de lleno mi atención:

Lukas se resiste a mis órdenes. Me mira con vacilación cuando hago referencia a la séptima fase del plan. No solo es una muestra clara de rebeldía, sino una oposición severa contra mi autoridad. Así que, por primera vez, estoy dispuesto a utilizar la última de mis fichas: mi preciosa Isabel. Conozco a mi hijo, necesita escarmientos fuertes; estoy seguro de que retomará el juego si elimino a su madre del tablero. Admito que no me siento del todo conforme con esta decisión... Sé que su ausencia podría resultar contraproducente para mí, pero también reconozco que es imprescindible deshacerme de mi mujer.

Algo en mi interior se paralizó, de manera tan fortuita que lo único que pude hacer fue dejar caer la libreta al piso y fingir que sería la forma más correcta de deshacerme de ella. Aparte de perturbado, ahora estaba aterrado.

¿Qué pasaría con mi muchacho si llegaba a leerlo, si el cuaderno terminaba en sus manos por alguna razón infortunada? Tenía el presentimiento de que jamás volvería a ser el mismo Lukas. Fui testigo de lo que la imagen de aquel portal provocó en su interior: perder a Yvonne le bastó para transformarse en una persona carente de total libertad... Entonces solo podía cuestionar lo que sucedería con él si es que, por alguna casualidad, llegaba a enterarse de lo ocurrido con su madre.

—No —determiné sin dudar—, eso nunca y bajo ninguna circunstancia.

Lo último que deseaba era darle a mi muchacho una razón más para seguir lamentando su pasado, de allí que la única alternativa a mi alcance continuara tratándose de hacer desaparecer aquella libreta.

—Tú nunca la leíste, Philip —me dije con firmeza, levantándola del suelo para encaminar mis pasos en dirección a la oscuridad del armario.

Porque era una bitácora demasiado macabra para tratarse de un simple conjunto de notas.

—Diabólica y demente —sentencié.

La lancé con rapidez hacia el interior de una caja, sellando el contenedor y colocando otro par de libros pesados sobre la superficie.

—Lo lamento mucho, Nic, pero lo único que veo en este sitio es basura.

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