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Nicolaus: 2 de diciembre de 2003

Los acontecimientos del pasado definen las posibilidades del futuro. Las memorias de un niño pueden ser tan profundas para crear cicatrices que, al final, actúan como rieles que encaminan el curso de su destino.

Hay una historia que ronda por mi mente día con día. En ocasiones me obligo a recordarla, pues me dota de la fuerza suficiente para continuar con la misión que me ha sido encomendada. Algunas veces tan solo viene a mi cabeza, de manera espontánea y sin que yo tenga que hacer un esfuerzo por mantenerla presente en cada pensamiento:

Existió un hombre hacía décadas. Era un militar honorable; excéntrico de carácter, firme de voluntad. Creía en la grandeza del pueblo alemán, en el valor del sacrificio y en la necesidad de recuperar la dignidad del país sin importar el costo. Acompañado por su mujer y por la niña que habían criado juntos, abandonó su hogar para cumplir con la tarea que un tal Adolf Hitler había puesto en sus manos. Como comandante a cargo del proyecto más ambicioso del partido, dirigió las estrategias que habían de ser implementadas a fin de que los primeros campos de concentración demostraran ser eficientes en la pesada labor del exterminio.

Llevaba una vida repleta de pendientes, pero eso nunca le impidió estar orgulloso de las cifras que alcanzaba tras cada jornada de trabajo. Había avanzado tanto en tan pocos meses que incluso se mostraba ansioso de mostrarle a su hija lo que hacía a diario. La instruyó, entonces, en logística militar. Le contaba a detalle sus grandes hazañas y le permitía acompañarle al interior del campo durante sus vigilancias matutinas. La niña creció siguiendo el progreso de su padre con entusiasmo; le admiraba, pues estaba al tanto de que solo un hombre tan valeroso como él entregaría su existencia a cambio de salvar a Alemania.

Fue una tarde de 1945 cuando toda esa perfección se vino abajo. El privilegio de estar del otro lado de los muros de púas se convertía en una condena, y el padre advirtió que habría que escapar del país lo más pronto posible. Teniendo los equipajes listos, el terror tocó a la puerta. La pareja escondió a la niña entre las paredes huecas del segundo piso, lo suficientemente oculta para que ningún soldado fuera capaz de seguirle la pista. Al pasar las horas y después de tantos ruidos de carácter infame, la pequeña muchacha se atrevió a bajar a la primera planta. Avanzó entre vidrios rotos y mobiliario hecho trizas, solo hasta topar con los cuerpos inertes de sus padres. Aquellos soldados les habían asesinado, aún pese a que lo hubiesen sacrificado todo por permanecer leales al partido. Era una injusticia, una condena sin sentido, una señal de que esos rostros inocentes (ahora manchados de sangre) habrían de ser vengados.

Su objetivo lo tenía muy claro, pero su filosofía estaba prohibida. La silenciaron muchas veces, la criticaron hasta el cansancio. De institución en institución, aquella chica pasó la vida entera callando el secreto de su familia, aun cuando los otros niños solieran insultarle diciendo que era hija de un criminal. Nunca se dejó vencer por los malos tratos o los comentarios ofensivos, ese fue el hecho más remarcable.

Al crecer, hizo de su hogar un homenaje para sus padres: cuadros, medallas y emblemas, una completa obra de arte dedicada a aquellos que el mundo se había propuesto dejar en el olvido. Contrajo matrimonio años más tarde, desposándose con un muchacho que percibía el mundo bajo el mismo filtro que el suyo: el hijo mayor de un prestigioso y adinerado hombre que, además de todo, se trataba del líder por derecho de la comunidad mágica.

El niño producto de tal matrimonio fue educado en la devoción a sus abuelos. Fue encargado con una misión, en especial cuando la fuerza de su magia fue motivo de orgullo y esperanza.

Ser un heredero digno es el propósito de mi vida.

Nada, absolutamente nada, puede apartarme del cumplimiento de mi deber. Está en mi destino vengar y retribuir a mi familia, así como también lo está corregir las injusticias del pasado. He sido llamado para ser el salvador de un mundo que colapsa; un mundo que, día con día, se ve amenazado con la imposición de lo artificial sobre lo natural.

Tengo la convicción de que Hitler cometió un error al momento de elegir a sus adversarios: el humano es un ser inofensivo, pero los híbridos que se multiplican sin parar son los verdaderos parásitos.

—¿Maestro?

Aquel llamado repentino me obligó a apartar la vista de la fotografía de mis padres para centrarla, en su lugar, en el rostro del hechicero que acababa de utilizar un portal de salto para inmiscuirse en el interior de mi despacho. Se le veía contento y satisfecho, razón por la cual me vi en la obligación de dejar pasar su impertinencia.

—Buenas noticias, ¿no es así, Beker?

—En efecto, majestad.

—¿Eso que traes ahí es un obsequio para mí? —curioseé.

Colocó sobre mi escritorio el par de portafolios que llevaba entre manos, unos archiveros de apariencia antigua que iban cargados de documentos.

—La investigación completa de Thomas Fellner, majestad.

—Vaya... —Hice una pausa—. ¿Es una broma de mal gusto o una sorpresa que promete festejo?

Me dirigió una media sonrisa antes de apuntar:

—Debe ser su día de suerte.

—¡Maldito desgraciado! —exclamé entre carcajadas de júbilo al mismo tiempo que él me dedicaba un gesto de altanería—. ¿Cómo demonios la conseguiste?

—Tengo mis contactos privados —alardeó—. Resulta que su viejo y muy estimado amigo dejó los archivos bajo el cuidado de su hija menor.

—¿Bajo el cuidado de Yvonne?

—No la Yvonne de este tiempo —se ocupó de especificar—, más bien utilizó una manipulación de sueños para llamar a la niña desde un plano temporal del futuro.

Negué con la cabeza, sorprendido.

—No me la puedo creer —ese hombre era astuto hasta la raíz—, ¿hizo que su hija viajara en el tiempo para entregarle la investigación? —Me eché a reír—. Sí que debía de estar desesperado.

—El hechicero del futuro habló conmigo esta misma mañana —aclaró también—. Parece ser que las cosas saldrán justo como las tenemos planeadas, siempre y cuando usted intervenga en el desafío para brindarle ayuda a la niña.

—Lo referente al medallón se encuentra entre las páginas de la investigación, ¿no es cierto?

—Así es, majestad.

—Cuéntame, ¿acaso ese tal "hechicero del futuro" te dio algo más aparte de buenos augurios?

—No pudo brindarme mayores detalles por causa del equilibrio cronológico de la línea temporal, pero me da la impresión de que fue usted quien le encargó la misión de mantener vigilada a la niña. —Hizo ademán de señalar los documentos—. Por algún motivo, el Nicolaus del futuro necesita estar al pendiente de las actividades cotidianas de Yvonne. Mi yo del futuro encontró la investigación en su recámara durante una de sus inspecciones nocturnas.

—¿Así que simplemente decidió traerla al pasado y dejarla en tus manos? —inquirí, dudoso.

—Sabe que es vital que usted cuente en este momento con las notas.

Asentí.

Haberme enterado de que la niña portaba un medallón con la capacidad de alterar el curso de los acontecimientos fue un dolor de cabeza. ¿Complejizar al gusto la existencia misma del tiempo? Me parecía una estupidez que habría de quedar corregida para el final del año, en particular si esperaba que las bases de mi plan permanecieran intactas. De ese modo, el reto no estaba en traer a ambos adolescentes de vuelta a casa, sino en guiar a Yvonne hasta el destino más conveniente sin que ella reparara en mi intervención.

—Me queda claro que el hechicero del futuro no está en posición de revelarte nada, pero... —Lo miré con incertidumbre—. Tú no puedes viajar al futuro, ¿o sí, Beker?

—Para crear un portal de salto tengo que conocer de antemano todas las circunstancias que rodean al lugar, majestad —contestó—. No puedo viajar a un sitio del que todavía no sé nada en absoluto.

—Claro —suspiré con resignación—, solo probaba con mi suerte.

La mala fortuna parecía seguir a Yvonne tan de cerca que, incluso, bastó con que tomara una sola decisión para que la cronología quedara dividida en tres desviaciones de tiempo:

A) La desviación original, tanto mi presente actual como la realidad de todos antes de que a esa chiquilla se le ocurriera hacer uso de una reliquia de magia negra. De algún modo u otro, la inteligencia de las SS dispuso de una oportunidad para localizar a mi hijo. Algunos de sus guardias con el elemento afín del viento irrumpieron en nuestra casa en cuestión de segundos. No solo se llevaron a Lukas, sino también a mi mujer. Horas después de la captura, los reportes indicaron que era mi hijo quien había desaparecido sin dejar rastro. Las SS liberaron a Isabel y el problema quedó sin resolverse en medio de un montón de malentendidos absurdos.

¿La raíz de tanto caos? La niña activando un desafío y creando, a su vez, una segunda línea temporal:

B) En esta desviación, mi alter ego se encuentra por sumo frustrado: su hijo fue secuestrado del centro clínico y no ha podido dar con su ubicación desde entonces. Ha mandado a un grupo de tres magos en su búsqueda y ha invertido todos sus recursos en averiguar su paradero antes de que las SS lo consigan primero. Yvonne tiene a Lukas bajo su cuidado, y yo me aseguraré de que las circunstancias permanezcan de esa forma hasta que el momento sea el indicado.

Aún me quedan un par de incógnitas por resolver, pues es un hecho que todavía desconozco los protocolos de operación del medallón. Pese a ello, me parece que el curioso artefacto de los Fellner posee la intención de corregir los errores de la niña, reparando cualquier ruptura hasta lograr que la cronología se mantenga lo más apegada posible a la realidad original. Si mis cálculos eran correctos, las probabilidades estaban puestas en que la reliquia hiciera uso de una nueva desviación:

C) La tercera realidad reemplazará a la temporalidad A, colocándose como la línea temporal restaurada. Para el final del año, ambos chicos habrán de estar de vuelta en la misma dimensión que la nuestra y, por tanto, aquella captura realizada por guardias de las SS habría de quedar borrada de la historia.

A, B y C son confusas, pero es evidente que no se puede alterar el tiempo sin esperar ninguna clase de impronta de por medio. Digamos que soy el único cuya intervención tiene la capacidad de asegurar que el resultado final sea el adecuado; el más conveniente, el más provechoso. Mi hechicero tiene la certeza de que es mejor dejar que las circunstancias sigan su curso: la niña ha incurrido en un error, pero ayudarla a repararlo sería menos desastroso que hacer lo posible por evitar que lo cometa.

—La hija menor de Thomas será la ruina de la colonia hyzcana —concluí en voz alta—, eso tenlo por seguro.

—Apenas tiene trece y ya arrastra más problemas que el mismísimo Lukas —coincidió.

—En cierta forma, Beker, es un alivio que tus habilidades para manipular el pasado de diferentes líneas...

—¿Nic? —los murmullos de Isabel interrumpieron nuestra conversación. Asomó la cabeza por el marco de la puerta, echando un vistazo al interior del despacho antes de atreverse a entrar—. ¿Alguna noticia, Nic?

—Estoy ocupado, preciosa —dije en tono de tedio para insinuarle que se marchara.

—Lo sé, pero... han pasado semanas desde que...

—Deja ya de balbucear —condicioné—, sabes que es irritante.

—Escúchame, ¿vale? Siquiera por esta ocasión, Nic.

—Te estoy escuchando.

—No, no es así. —Ella desvió la mirada hacia el hechicero para después volver a posarla sobre mí—. Estoy cansada, ¿me oyes? Mi hijo está desaparecido y lo único que haces es pasar horas enteras detrás del escritorio.

—Nuestro hijo —la corregí al momento.

—¿Al menos por eso harás algo al respecto? —respondió en tono de desafío.

—Hablaré contigo más tarde, Beker —me resigné a sentenciar, solo tras haber notado que las palabras de Isabel ya parecían ir acompañadas de un toque de frustración—. Me tomaré unos días para estudiar la investigación y luego te haré llamar.

Él me dedicó una reverencia de cabeza, limitándose a girar sobre sus talones para atravesar por la brecha que le conduciría de vuelta al palacio. Ambos permanecimos callados mientras le observamos cerrar el portal, unos segundos de silencio sepulcral que no tardaron en hacer que Isabel me dirigiera un gesto de completo fastidio.

—No te atrevas a decirme que ya tengo el permiso de hablar —refunfuñó, cruzándose de brazos—. Ya estoy molesta hasta el tope.

—Vamos, preciosa, ni siquiera he...

—Te lo advertí desde el principio, ¿no es así? —Me apuntó a la cara con el dedo—. Te dije que sería descabellado, pero tú... Diantres, ¡mira lo que ha pasado ahora! —reprochó—. ¡Ni siquiera tienes idea de dónde está Lukas!

—Claro que sé en dónde está —objeté sin demora.

—¿Y cuál es la razón por la que sigues sin traerlo a casa?

—No es de tu incumbencia, ya te lo he dicho.

—¿Que no es de mi incumbencia? —resopló, echándose a reír—. ¡Soy su madre, Nic!

—Y yo su padre —le recordé.

—¿Tienes idea de lo complicado que es seguirte las órdenes sin que me hayas explicado siquiera por qué debería de hacerlo?

Si ella llegaba a enterarse de mis otros motivos para dejar que el tiempo siguiera su curso, entonces no dudaría en apartar a Lukas de mi lado. Y verme obligado a arrebatárselo no era lo más conveniente cuando serían los cuestionamientos de mi hijo los que pondrían en riesgo al resto del plan.

—He cumplido con todo lo que me has pedido —continuó quejándose mientras hacía un esfuerzo por reprimir el llanto—. Le he mentido a Lukas durante años... Todos los días me rompe el corazón tener que fingir que desconozco los detalles de tu trabajo, que ignoro las razones por las que no estás en casa o que no tengo ni la menor idea de que su magia puede llegar a salirse de control.

—Mantenerlo alejado de esto era lo mejor para los tres —repuse.

—¡Incluso le tenemos prohibido salir de las residencias! —Para variar, era la primera vez que me miraba con tanta rabia—. ¡Lukas no tiene una vida normal por culpa tuya!

—Solo trataba de asegurarme de que estaría a salvo...

—¿A salvo? —ridiculizó—. ¿Encerrarte en el despacho mientras está desaparecido es tu definición de mantenerlo a salvo?

—Lo más conveniente, por ahora, es no hacer nada por cambiar las circunstancias.

—Diantres, Nic... ¡Haber permitido que conociera a esa niña fue una completa estupidez!

—Yvonne es inofensiva —resté importancia a su comentario.

—Claro, pero al parecer es por su culpa que mi hijo no está en casa —ironizó con desdén, negando con la cabeza—. ¿Permitir que una chiquilla inmadura se hiciera cargo del trabajo difícil? ¡Ni siquiera quiero pensar en cómo te dejé convencerme de una tontería como esa!

Si algo había de admitir, era que Isabel lucía mucho más atractiva cuando estaba enfadada. Por supuesto, ello no cancelaba el hecho de que sus protestas escandalosas pudieran resultar en un estorbo que tampoco estaba en ánimos de resolver. Necesitaba más tiempo. Necesitaba más paciencia.

—¡Por ti casi ocasiono que esas dos pobres niñas se queden sin madre! —espetó a gritos—. ¿Tienes idea de cuántas dosis utilicé?

—Gajes del oficio —simplifiqué.

—¡Envenené a Margarethe solo por causa de tus caprichos!

—Para el bien común, se vuelven imprescindibles ciertos sacrificios.

—Entonces intenta no sacrificar a Lukas de por medio, ¿quieres?

—Lukas estará bien. —Me di prisa en salir de detrás del escritorio, colocándome delante de ella para sujetarla por ambos antebrazos—. Es un chico listo.

—No me parece que sea suficiente con eso...

—Es un mago de tercer rango —traté de hacerla razonar.

—Vale, pero también es un niño que requiere de muchas atenciones. —Se zafó de mi agarre, cosa que no me agradó en absoluto—. Necesita de alguien que sepa qué hacer cuando...

—No necesita cuidados especiales —me mofé.

—¡Claro que los necesita, Nic!

La sujeté por la cintura para volver a atraerla hacia mí. Ella intentó quitar mis manos de encima, pero yo la retuve con más fuerza.

—No dramatices las cosas, preciosa —le supliqué—. Es un niño introvertido y ya está.

—Te equivocas.

—Inventarle síntomas clínicos es absurdo.

—¿Lo conoces, acaso? —El contraste de la atípica rudeza en su delicado rostro solo consiguió sacarme una sonrisa—. No pasas tiempo en casa, ignoras sus reportes del colegio y apenas has conversado con él cinco o seis veces.

—Soy un hombre ocupado —utilicé como excusa.

—Estoy hablando en serio, Nic —refunfuñó.

—Lo sé.

—No lo parece.

—Lo traeré de vuelta, ¿bien? —Tomándola del mentón, la forcé a clavar sus bonitos ojos en mí—. No quiero que te molestes conmigo.

—Si tu hijo te importa tan siquiera un poco, te pido de favor que le permitas llevar una vida normal.

Como descendientes de aquella herencia prestigiosa, tanto Lukas como yo estábamos obligados a seguir las riendas de un destino definido. Era nuestro deber recuperar el honor de la familia y no perder el tiempo con insignificancias de la vida cotidiana.

—Estará de regreso muy pronto —garanticé—. Hablaremos con el Concejo y nos mudaremos a la comunidad mágica en cuanto todo esto termine, ya lo verás.

Parpadeó varias veces antes de animarse a preguntar entre balbuceos:

—¿Realmente vas a presentarme ante el Concejo como tu esposa?

—Voy a hacerlo si eso es lo que quieres. —Me encogí de hombros.

—¿En público?

—En público —accedí.

Me dirigió una sonrisa tímida. Una sonrisa francamente irresistible.

—Entonces ¿qué dices, eh? —Pegué mi boca a su oreja—. ¿Te gusta la idea de convertirte en mi reina?

—Solo si encuentra la manera de traer a mi hijo de vuelta, majestad.

—¡Oh, vamos! —protesté al momento—. Deja de pensar en el niño por al menos un instante, ¿quieres?

—No.

Solté una carcajada, indignado.

—¿Perdona?

—Tráelo de vuelta —me plantó un beso, apenas dejándome tocarle los labios—, u olvídate de mí, Nic.

Me dio la espalda y encaminó sus pasos hacia la salida, con tanta exquisitez como para demostrar que estaba en plena consciencia del tormento por el que estaba haciéndome pasar. Vaya frustrante negociación... Si ella ya empezaba a condicionar cada uno de sus consentimientos, sería cuestión de tiempo para que también comenzara a entrometerse con los planes que tenía destinados para Lukas.

Mi vista se desvió hacia el par de frascos de receta que ella había colocado esta misma mañana sobre la superficie de mi escritorio. ¿Medicamentos para el insomnio? ¿O una muy efectiva fuente de drogas calmantes? No me parecía que hubiera gran diferencia.

—Una pequeña dosis diaria, sí —me convencí de ello—, con eso bastará.

Metí ambos frascos en el bolsillo de mi chaqueta. Después de todo, estaba seguro de que a Isabel no le importaría perder la noción de los días, siempre y cuando le resultara útil para olvidarse de su montón de angustias.

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