Lukas: 7 de marzo de 2012
—Escúchame un momento, ¿sí? —me pidió ella con voz temblorosa—. ¿No crees que sería muy arriesgado sacarme de aquí?
—Sería muy arriesgado no sacarte de aquí —objeté.
—Me refiero a... —Se llevó una mano a la frente—. Cielos, no quiero que algo malo te suceda por culpa mía.
¿Por culpa suya? Ciertamente improbable.
—No te preocupes por eso, Yvonne. —Ella lucía angustiada por algún motivo que escapaba de mi comprensión, pero aún con eso, hice el mejor de mis esfuerzos por transmitirle algo de calma—. Estaré bien, lo prometo.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Los conozco mejor de lo que imaginas —garanticé—. Son capaces de cualquier cosa menos de estar en posición de lastimarme.
—Es difícil creerte. Ellos son parte del ejército y tú... no tienes un puesto de alto mando, ¿o sí?
—El puesto es lo de menos —traté de que el tema pasara desapercibido.
—No confío en los demás, Horst. —Se cruzó de brazos—. Ese es el punto.
—Pero confías en mí, ¿no?
Hubo un momento de silencio antes de que la viera formar una pequeña sonrisa.
—Bastante —afirmó.
—Vale, entonces no tienes nada que temer —le aseguré a modo de consuelo—. Regresarás a casa y luego todo volverá a la normalidad.
—A la normalidad, claro —reiteró entre asentimientos de cabeza—. ¿Realmente piensas que tener mi antigua vida devuelta es lo quiero?
—Eso supongo, sí. —Me parecía que sería lo más lógico.
—¿Aun cuando todos allá tengan intenciones de hacerme a un lado?
—¿Por qué lo harían? —dudé.
—En mi colonia está mal visto mantener relaciones estrechas con el mundo exterior —argumentó—. Crecer en una ciudad como Frankfurt... Bueno, ellos creen que un historial de contacto humano me hace diferente a los otros hyzcanos.
—Sí que lo hace...
—¿Perdona?
—..., desde luego, eso no significa que sea algo malo —me di prisa en añadir.
Mirarla a la cara hacía que un estremecimiento extraño se apoderara de mí, una sensación difícil de explicar... ¿Era tristeza, acaso? ¿Impotencia? Sus cicatrices no eran fáciles de soportar, pese a que la poca luz de la celda ni siquiera me permitiera ver su rostro con la suficiente nitidez. ¿Lástima, tal vez? No lo sé, pero fuera lo que fuese, se convirtió en la razón por la que no dudé en acercarme un poco, alargando el brazo hacia ella para tocarle parte del cabello.
—Lo es, Horst —se aclaró la garganta y tomó una bocanada de aire—, sí es algo malo para ellos.
—¿Y qué hay con eso? —minimicé—. Está bien no agradarle a todo el mundo, ¿sabes? No complacer a todos no tiene nada de malo.
—Pero en la colonia...
—Sí, tal vez van a hablar mal de ti, y... Vale, es probable que también vayan a ignorarte. —Me encogí de hombros—. ¿Cuál es el problema con eso?
No dijo nada.
—Yo también pensaba que había que ser igual a todos los demás para evitarme problemas —confesé, todavía sin dejar de acariciarle el cabello. No por otro motivo que no fuera el de hacerla sentir mejor, por supuesto—. Cuando me instalé en la comunidad, me di cuenta de que alguien como yo jamás podría encajar en un sitio como este. Así que intenté cambiar, hacerles creer que yo no era tan diferente a ellos.
—¿Y lo lograste? —quiso saber.
—Solo por un tiempo porque...
Porque fingir se volvió tan cansado que, después de un tiempo, sencillamente me rendí. Creía que algo andaba mal conmigo, que yo era el culpable de mi forma inusual de percibir el mundo y que había que cambiarlo todo si en verdad esperaba ser un buen líder.
Los primeros meses fueron una total tortura para mí: "¿acaso no es normal frustrarse cuando la gente invade el espacio personal?", me preguntaba, "¿por qué a ellos no les fastidian las rutinas desordenadas?", "¿en verdad no les molesta todo este ruido tanto como a mí?", pensar en el escándalo, en tantas personas juntas... Me incomodaba de solo imaginarlo. Semana tras semana, traté de pretender que nada de eso resultaba suficiente para agobiarme; me obligaba a mí mismo a conversar con otros (aun cuando no deseara hacerlo) y me forzaba a mantener una fachada intacta durante cada una de las ceremonias reales.
Me desgasté en más de un sentido, y es obvio que no pude soportarlo durante mucho tiempo. Recuerdo muy bien cómo todos parecieron sorprenderse de que alguien como yo, un mago de tercer rango, se tratara en realidad de un chico completamente diferente al que tenían por supuesto. Alguien reservado, tranquilo y callado. Ese era yo.
—... me di cuenta de que no valía la pena cambiar solo por lo que los demás pensaran de mí —sinteticé en respuesta.
—¿Y eso no afectó el modo en que ellos te trataron?
—Claro —reconocí sin pena—, pero tampoco me pasó nada. Estoy mucho mejor así.
—Entonces... —lo pensó por un momento— no hubo nada de malo con ser diferente —concluyó.
—Absolutamente nada —reiteré para confirmarle.
—No le agradas a todo el mundo, ¿cierto? Y eso tampoco está mal.
—Te lastimas más cuando tratas de fingir algo que no eres. —La sujeté de ambas manos—. Tienes que prometerme que serás tú misma, Yvonne, sin importar lo que todos los demás digan sobre ti.
—Trataré de que siempre sea así, Horst.
¿Qué pensaría ella de saber que no era con él con quien hablaba sino conmigo?
Acompañarla todas las noches se asemejaba cada vez más a un desconcertante juego de probabilidades. En ocasiones, me tranquilizaba sabiendo que Philip hacía rondas constantes; sin embargo, había días en que alejarme de su celda me parecía imposible. Quizás no era yo quien se había propuesto llevar a cabo su captura, pero que mi ejército lo hubiera hecho sin mi autorización desde luego me hacía sentir como el principal responsable. ¿La mejor compensación? Al menos garantizar que su estancia en este lugar no fuera una pesadilla, en especial tomando en cuenta que el éxito del plan de mi padre dependía por entero de la supervivencia de Yvonne.
—Entonces, ¿las cosas eran diferentes para ti cuando eras más chico? —continuó interrogándome—. Ya sabes, antes de que llegaras a la comunidad.
—Muy diferentes. —Era curioso que estuviese preguntando por eso cuando era justamente ella quien más se había percatado de mis viejos hábitos. No traté de ocultar una sonrisa; después de todo, Yvonne ni siquiera lo notaría—. Para empezar, ni siquiera salía mucho de casa.
—Es obvio que eres muy reservado —apuntó.
—Más que obvio.
—¿Puedo preguntar el porqué?
—Nunca he sido muy bueno para hacer amigos —admití—. Ignorar a otros siempre me pareció la mejor forma de evitar el contacto social. —Estrategia que todavía resultaba útil. A veces.
—Prefieres pasar tiempo contigo y ahorrarte las frustraciones, ¿es así?
—Hay momentos en que ni siquiera sé cómo comportarme. —Hice una pausa para pensar en las palabras correctas—: En un mundo tan jerarquizado como este, es imposible hacer amigos cuando no respondes de la manera que otros suelen esperarlo...
—Hay una falla en tu explicación —alegó de repente.
Fruncí el ceño, confundido.
—¿Cuál falla?
—Yo soy tu amiga, Horst. —Me sonrió de una forma especial, una sonrisa que no había visto en su cara desde hacía mucho tiempo—. Voy a serlo siempre.
—Vale... —suspiré—. Eso te convertiría en la primera.
—Ah, ¿sí?
—Por algún motivo, pareces ser la única con las agallas para soportarme.
—Son ellos quienes se pierden de tu compañía. —Me sobresalté con sorpresa en cuanto aproximó su rostro para darme un beso en la mejilla—. Solo necesitas comprensión, es todo.
Tal vez fue eso lo que, años atrás, me llevó a hacer una excepción con Yvonne. En un principio iba a ignorarla, igual que como hacía con todos los demás; sin embargo, fue su manera tan inusual de lidiar con mi indiferencia lo que, al final, me hizo cambiar de parecer. Daba la impresión de que me entendía. Sus acciones demostraban que podía confiar en ella, y eso me bastó para notar que no éramos tan diferentes después de todo.
—¿Eso crees? —le pregunté en voz baja.
—No lo creo, lo sé. —Pegó su boca contra el otro lado de mi cara—. Estoy tan segura que casi podría apostarlo.
Mi mente quedó en blanco. Estaba tan cerca de mí que incluso podía... ¡Agh! Ni siquiera tenía idea de qué demonios pasaba conmigo. Me sentía extraño y... Vale, juro que todo lo demás fue meramente involuntario: del mismo modo que ella, me incliné hacia el frente sin reflexionar, concediéndome la libertad de plantarle un beso por debajo de las cicatrices de los párpados.
Mi vista se desvió hacia la leve sonrisa que intentó disimular, en especial cuando recorrí, beso a beso y centímetro a centímetro, todo el costado izquierdo de su rostro hasta parar junto a su boca. Me detuve. Le miré los labios por algunos segundos, pues pensaba en qué pasaría si llegaba a tocarlos, si tan solo pegaba mi boca con la suya durante un pequeñísimo instante. Algo rápido. Apenas notable. Un movimiento casi imperceptible que se convirtiera en la excusa perfecta para mentir diciendo que nunca pasó.
Me acerqué un poco más, aunque fue cuando estuve a punto de besarla que caí en cuenta de un detalle decisivo: mi corazón jamás había ido tan a prisa, y ese era un hecho de categoría espantosa. Era una alarma, la señal más clara del momento en que se está por cometer un error. Nada de aquello estaba bien. Los besos en la boca solamente se dan cuando las personas sienten amor una por la otra, ¿no? Y yo, en definitiva, no estaba enamorado de ella. No podía estarlo. La sola definición era incoherente, incómoda y estúpida. Era igual, o peor, que ir en contra de nuestras reglas más arraigadas.
—Tengo que irme, Yvonne. —Me aparté de ella al instante—. No puedo quedarme durante más tiempo.
—Pero tan solo estábamos... —suspiró, tomándose un momento para entrelazar las manos—. Es tu decisión, lo entiendo.
—Lo lamento, yo...
—¿Por qué te disculpas conmigo?
La respuesta era clara para mí: haberme permitido tanta cercanía había consistido en una equivocación de carácter infame.
—Porque... —tiendo a ser honesto, aunque eso no significa que no pueda mentir— no debería de tenerte despierta a estas horas de la noche —improvisé.
—No me molesta estar despierta contigo —objetó rápidamente.
—Ah, ¿no?
—Ni un poco.
—Vale, pero... —¿alguna excusa creíble?— es un hecho que no debería de estar aquí y... tal vez será mejor que me vaya.
—Comprendo. —Colocó una mano sobre mi mejilla, una caricia que no hizo más que duplicar mi sensación de agobio—. Buenas noches, Lukas.
Me paralicé en el sitio, perplejo, ni siquiera estando muy seguro de que hubiera escuchado correctamente.
—¿Cómo me dijiste? —quise confirmar.
—Buenas noches —repitió con simpleza.
—No, tú... —Respiré hondo antes de animarme a recalcar—: Me llamaste Lukas.
—¿Que te llamé cómo?
—Lukas.
Hubo un silencio incómodo a juzgar por la manera en que nadie dijo nada durante algunos instantes.
—¡Por todos los cielos! —Se llevó una mano a la frente al tiempo que negaba varias veces con la cabeza—. ¡Lo siento mucho, Horst! —se lamentó—. Qué vergonzoso, quiero decir, ni siquiera sé muy bien por qué...
—No importa, Yvonne —traté de tranquilizarla.
—¿Podrás perdonarme por eso?
—¿Perdonarte?
—Cielos, ¡fui una tonta! —continuó reprendiéndose—. Ni un millón de años hubiera considerado posible...
Le planté un último beso en la punta de la nariz, pues, por más ridículo que pareciese, esa pequeña confusión me había hecho sentir más feliz de lo que jamás me había sentido en años. No tenía muy claras las razones además de ser consciente de lo mucho que, en realidad, había extrañado escucharla pronunciar mi nombre.
—Buenas noches, Yvonne.
Me puse de pie todavía sin poder apartar la mirada de ella, rogando porque mi actitud insolente no hubiera bastado para provocarle alguna clase de molestia. De alguna u otra manera (quizás por la forma en que sonó mi voz), consiguió percatarse de que había una sonrisa en mi rostro.
—Buenas noches, Horst —corrigió.
Y solo tras haberla visto devolverme la sonrisa, me permití suponer que las cosas permanecían en orden. Al menos para ella.
Crucé la salida sin haber asegurado su celda. Tratarla como prisionera no estaba dentro de mis planes, de allí que no tuviera intenciones de utilizar un candado ni mucho menos de colocar el habitual pestillo sobre la cerradura. La puerta quedaba entreabierta todas las noches, aunque no creía que Yvonne hubiese reparado en ello.
—Vete ya, Lukas —susurré para mí mismo, echándole un último vistazo a su celda antes de exigirme subir por las escaleras.
Extrañamente, sabía que mis acciones no tenían mucho sentido. Fue un accidente, un desliz sin importancia que no tenía por qué significar algo más allá de un simple error. Un error que no volvería a repetirse. Esa sensación de malestar era el perfecto recordatorio de lo que estaba en juego: en el plan de mi padre no había cabida para riesgos ni improvisaciones.
No estaba pensando con claridad cuando alcancé el final del pasillo, vaga distracción que tampoco me permitió notar que era un muchacho en uniforme quien aguardaba de pie cerca del portón de la entrada.
—Estaba esperándolo, majestad.
Su voz me sobresaltó del susto y, a falta de luz, tuve que forzar la vista para mirarlo de frente.
—Te he dicho cientos de veces que no me llames así, Norman —lo sermoneé, molesto.
—Todo el mundo lo llama así, ¿no?
Estuve a punto de apartarlo del camino, lo hubiera hecho de no ser porque un presentimiento me impulsó a cuestionar el verdadero significado de sus palabras. ¿Esperándolo había dicho? Además de Philip, se suponía que nadie estaría al tanto de mis visitas al subterráneo. ¿Cómo demonios había hecho él para saber que podría encontrarse conmigo a las afueras de las mazmorras?
—Solo estaba... —vacilé en busca de una excusa—. Solamente fui allá abajo para comprobar el estado de la prisionera.
—¿En serio? —preguntó, enarcando una ceja—. ¿Y cuántos minutos se necesitan para hacer algo como eso?
Por un demonio, ¿por cuánto tiempo había estado parado allí afuera?
—No te concierne —me rehusé a dar explicaciones.
—Nunca se cuestiona al líder, ¿cierto? —resopló.
—¿Disculpa?
—¿Tiene alguna razón para visitar a diario a la chica que se encuentra en la celda?
En un principio, me limité a guardar silencio. Más por perplejidad que por cualquier otra causa.
—Escucha, hay ciertos asuntos que...
—¿Qué es lo que me pasa? —me interrumpió, reprendiéndose a sí mismo con exagerados movimientos de cabeza—. ¡He sido un necio! Tome por sentado que no tiene que contestar a eso.
—¿Estás burlándote de mí? —dudé.
—Eso nunca, majestad.
—Entonces, ¿qué estás tratando de darme a entender?
—Lo que me tiene consternado no es su falta de atención para con las chicas de la comunidad, sino su inesperado interés por una inútil y joven hyzcana que, aparte de todo, tiene el rostro destrozado. —Se llevó una mano a la barbilla, haciendo parecer que estaba analizando las circunstancias—. No tiene inconvenientes para reunirse con ella, incluso durante horas. Me queda claro que es una chica bonita, pero...
—No te metas en lo que no te incumbe. —Lo sujeté de la camisa sin haberme preocupado por la apariencia impulsiva de tal reacción—. Por ningún motivo deseo enterarme de que fuiste allá abajo, ¿me oyes? Tan solo olvida que me viste entrar y preocúpate por resolver tus propios asuntos.
—Oiga, calma, ¡calma! —se defendió entre carcajadas.
—No me digas que me calme —refunfuñé.
—Mi intención no estaba puesta en hacerlo enfadar, ¿comprende?
—No quieres saber lo que haré contigo si vuelvo a encontrarte en este sitio —advertí mientras accedía a soltarlo.
—Diantres —se sacudió los pliegues de la camisa—, no tenía idea de que la híbrida fuera tan importante para usted.
—No, no es lo que parece...
—¿Y qué es eso precisamente? —por el tono de voz, de pronto dio la impresión de que estaba molesto—. Se encierra con la chica en un sitio por completo oscuro y abandonado, ¿qué es lo que espera que piense?
—No tienes motivos para asumir nada —repliqué.
—¿Que oculte sus visitas no es motivo suficiente? —acusó, dando un paso al frente—. ¿Y qué hay de que encubra su identidad como líder de la comunidad? —Ignoraba cómo demonios había hecho para enterarse también de aquello—. Me doy cuenta de que es un líder bastante astuto, quiero decir, si la hyzcana se niega a producir el oro que necesitamos, pues... Imagino que existen diferentes maneras de persuadirla, ¿no es así?
—¿Perdona?
—Tiene facilidad para atraer a cualquiera, majestad —soltó un chasquido de lengua—, eso es innegable.
—Aguarda, tú... —Parpadeé varias veces, incrédulo—. ¿Estás sugiriéndome a mí que haga lo que sea con tal de aprovecharme de ella?
—No —musitó a regañadientes—, no me sentiría cómodo con esa opción, por supuesto que no.
—No entiendo qué tendría que ver tu comodidad con el caso, Norman.
—Me refiero a que usted provoca cierto efecto sobre la chica. Tengo el presentimiento de que ella no va a negarse a nada que...
—Mejor cierra la boca, ¿quieres? —lo obligué a callar, harto de su intromisión—. No pienso soportar más palabrería de un simple jefe de escuadrón.
Apretó la mandíbula y tragó saliva de manera audible. De algún modo u otro, supuse que acababa de ofenderlo aún pese a que tales palabras no tenían pinta de ser insultos.
—Solo soy realista —y terriblemente molesto—, ella no nos dará nada si no eres tú, usted, quien se lo pide.
—¿Y quién dijo que yo buscaba algo en particular? —respondí con una sonrisa forzada.
—Oh, vamos —se rio—, ¿por qué habría de visitarla, entonces?
Yvonne era importante para el plan, solo eso y... Solo eso.
—Me reservo mis comentarios. —Le dirigí un asentimiento de cabeza para, asimismo, retomar mi caminata de vuelta al palacio—. Regresa al cuartel si no quieres que convierta esta salida en un reporte de transgresión.
—Escúchame, Lukas.
—Olvídate del asunto.
—Majestad. —Se confirió el derecho a sujetarme de un brazo para después añadir—: Entenderá que los secretos, entre otras cosas, suelen ser bastante atractivos para alguien como yo.
—No me toques —condicioné de inmediato.
—¿No le interesan los misterios tanto como a mí?
—En serio voy a enojarme si no me sueltas ahora —insistí.
—Philip le dio la nota, ¿no? La tomó de mi escritorio porque, por alguna razón, creyó que era importante que usted la viera. —Me retuvo con mayor fuerza en cuanto intuyó mi disposición a avanzar—. ¿No quiere saber de dónde la saqué?
—Coordinaste la captura de alguien sin mi permiso y has desacatado cada una de las órdenes que te he dado —resumí para dejar en claro su insolencia—. ¿En verdad esperas que me tome la molestia de escucharte?
—Si es sobre la híbrida —se encogió de hombros—, tal vez lo haga.
—¿Qué te hace creer eso?
—Cambiaré su pregunta por una aún más interesante: ¿por qué el hechicero dejó esa hoja sobre mi mesa cuando, en teoría, todas sus actividades están reguladas por usted?
—¿Disculpa?
—El hechicero no hace nada sin su permiso, así que... —Hizo una pausa—. Dígame, ¿por qué diantres quería que capturáramos a la hyzcana?
Me giré hacia él al mismo tiempo que me obligaba a mirarlo de frente. Según los estudios de comunicación corporal, mantener la vista en alto resultaba útil cuando de decretar una posición de autoridad se trataba.
—¿De qué clase de tontería estás hablándome ahora? —le reclamé con voz firme.
—No tonterías, majestad, deducciones —corrigió.
—Pues lamento informarte que estás emitiendo mal el juicio.
—No me importa estar errado si con eso consigo que me veas a los ojos.
Le dediqué un ceño fruncido, pues aquello me pareció tan carente de sentido que, incluso, me vi en la necesidad de indagar más a fondo:
—¿Tienes algún problema conmigo, Norman? He tolerado ya demasiados atrevimientos para tratarse de un horario de descanso.
—Sí... —vaciló—. Puede ser que sí.
—Vale, en ese caso —fingí una sonrisa y utilicé una mano para indicarle que retomara la palabra—, ¿te gustaría evitarte más malentendidos y simplemente decírmelo a la cara?
—No —contestó.
—¿No?
—Cualquier cosa que dijera... —Bajó la vista, finalmente accediendo a liberarme de su agarre—. No creo que hablarlo con usted hiciera gran diferencia.
—¿Te parece que estoy de humor para juegos? —inquirí.
—No, majestad.
—Siendo así, permíteme dejar un par de pautas en claro —Retrocedí unos pasos—. Primero: ahórrate las molestias de utilizar un lenguaje que no sea literal. Las intervenciones de doble sentido no solo me son frustrantes, sino también incomprensibles.
—Lo sé, yo...
—Segundo: si te atreves a tocarme una vez más, no volveré a dejarlo pasar tan fácilmente.
Ni siquiera lo pensé dos veces antes de darle la espalda, mas fue cuando me disponía a seguir con mi trayecto que él se dio prisa en agregar:
—Está prohibido ayudar a un hyzcano, así como guardarse información que pueda resultar de relevancia para nuestra comunidad.
Me detuve.
—Y, por lo visto, parece que está haciendo mucho más que solo ayudar a la chica —continuó acusando entre murmullos.
—¿A qué te refieres? —respondí.
—No creo que el Concejo estuviera de acuerdo con aprobar demostraciones de afecto entre magos e hyzcanos.
¿Demostraciones de afecto? Un segundo... Antes de encontrarse conmigo, ¿acaso había bajado al subterráneo? Y de ser así, ¿exactamente qué clase de cosas había visto y oído decir? Tomé una bocanada de aire, resignándome a la idea de volver a girarme hacia él.
—¿Has estado observándome, Norman? —lo interrogué sin rodeos.
—Lo de esta noche no fue de manera intencional.
—¿Lo de esta noche? —recalqué, sin poder creer lo que escuchaba—. ¿Significa que has bajado más veces? ¿Por cuánto tiempo has estado espiando a la prisionera?
—No era a la prisionera a quien espiaba, más bien... —Optó por reformular su oración—: Me parecía extraño que estuvieras allí todos los días, ¿de acuerdo? No fue más que una cuestión de curiosidad.
—Lo que yo haga o no, eso no te incumbe —sentencié.
—Le incumbe al Concejo —me contradijo.
—¿Eres parte de ellos, acaso?
—Tengo información que podría serles de utilidad —alardeó.
—Sé un buen subordinado y guárdala para ti mismo.
—Tan solo me aseguro de que se sigan las reglas porque, para variar, nadie allá afuera está al tanto de que usted posee una faceta romántica sumamente interesante que parece solo funcionar con la chica híbrida que está allá abajo.
Maldita sea, ¿qué demonios dijo? Para empezar, "romántica" se trataba del adjetivo incorrecto, pues solo corresponde a la definición de un conjunto de comportamientos vinculados a la expresión del amor. Y yo no sentía amor. Sumando más incongruencias a la lista, las atenciones que yo tenía para con la infiltrada tampoco respondían a una cuestión de selectividad o preferencia, sino a una de interés político y de conveniencia en aras del plan.
Aún con todo lo anterior, no pude evitar que la vergüenza se tornara en mi emoción más predominante. Era consciente de que casi besar a una hyzcana consistía en una conducta reprochable. Que alguien más estuviera enterado de su ocurrencia (aparte de Yvonne) me ponía nervioso en un sentido que tampoco hallaba la forma de explicar.
—¿No era ella la misma niña de la que hablaba hacía años? —me cuestionó, ladeando un poco la cabeza.
—No —me apresuré a desmentir.
—Yvonne, ¿no es cierto? He escuchado su nombre en innumerables ocasiones, en especial cada vez que su padre le exigía...
—¡Basta! —increpé con fastidio—. El tema se queda entre tú y yo, Norman.
—¿Entre usted y yo? —Me dedicó una sonrisa extraña—. Será un placer.
—No estoy buscando problemas, ¿vale? Aunque los rumores no puedan correr —miré en todas direcciones para cerciorarme de que el sitio se encontrara vacío—, no quiero que se extiendan por las calles del pueblo ni mucho menos que lleguen a oídos del Concejo.
—Lo convertiría en una promesa de no ser porque toda esa información que ella compartió con usted nos proporcionaría una ventaja militar innegable —argumentó—. Son conocimientos que le vendrían bastante bien al Concejo.
—Y es justo por eso que no los divulgarás —repuse en tono de orden.
—¿Cómo puede estar tan seguro?
—Por un demonio. —Me llevé una mano a la frente, terriblemente harto—. ¡Porque cerrar la boca tampoco te costará mucho esfuerzo, imbécil!
Soltó un chasquido de lengua.
—Cuidado con el lenguaje, majestad, alguien como usted... —Negó con la cabeza—. No está para nada bien visto.
—No juegues conmigo —convertir tal condición en una advertencia bastó para que su semblante se volviera serio—. Sigo siendo tu líder, ¿recuerdas? Hay posiciones en las líneas jerárquicas que no se pueden ignorar.
Me conferí el derecho a darle la espalda.
A pesar de su montón de suposiciones incoherentes, sí existía un detalle que Norman había conseguido intuir con certeza: estábamos rompiendo las reglas, aunque seguir haciéndolo tampoco formaba parte de mis planes. Al menos no más de lo necesario. Es verdad que las fases estipuladas por mi padre demandaban resguardar a Yvonne y sacarla de la comunidad cuanto antes, pero... quizás había llegado el momento de dejar que Philip se encargara de ello. A fin de cuentas, un líder jamás podría darse el lujo de transgredir los decretos reales y eso, en especial ahora, me quedaba más que claro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro