Lukas: 29 de abril de 2013
No tenía siquiera una razón para estar en otro sitio que no se tratara del palacio. Por primera vez, actuaba por impulso. Sin un plan, sin un esquema de horarios; tal como se escucha, simplemente estaba allí porque sí. No solo estaba harto del Concejo, sino que, además, sentía una urgencia inexplicable por escuchar la voz de Yvonne, aunque fuera por una última vez.
Cruzar por la puerta de esa cabaña fue un atrevimiento mío, pues era un hecho que una novena visita se salía por completo del marco de las ocho reuniones programadas. Lo más curioso fue que, aún teniendo eso en claro, no vacilé ni un instante antes de encaminar mi marcha con decisión hacia el principio de las escaleras.
—¡Ni siquiera estás escuchándome! —oí gritar a Annaliese desde el segundo piso, lo bastante alto para obligarme a alzar la vista. Con pasos estruendosos, recorrió el pasillo en dirección a su recámara para luego cerrar la puerta de un solo golpe.
Estaba molesta, no hacían falta más pistas para deducirlo.
—Y molesta con Yvonne —me dije—, eso es casi seguro.
Todavía con la sensación de estar cometiendo un error, continué subiendo por los peldaños hasta alcanzar la primera habitación. La puerta estaba entreabierta. No me costó mucho esfuerzo abrirme paso hacia el interior y pretender que no había nada de malo con empezar una charla:
—¿Estás bien, Yvonne? Te ves algo... —manos en la frente, cabeza gacha y mandíbula apretada— preocupada.
Sentada en el medio de su cama, no tardó ni un par de segundos en levantar el rostro hacia mí.
—¿Qué estás haciendo aquí? —inquirió—. Creí que no nos veríamos hasta dentro de una semana.
—Pues... —siendo sincero, tenerla cerca era lo único que necesitaba— la verdad no lo sé.
—¿Meramente escapaste de tu comunidad o qué?
—Es muy probable.
Aparté la vista al darme cuenta de que ella iba vestida con pijama. Mirar de frente a una chica que usa ropa para dormir es descortés; las anécdotas universitarias de Philip solían ser muy específicas en cuanto al tema.
—¿Piensas quedarte allí parado? —me preguntó al momento.
—Dijiste que no podía entrar a tu cuarto porque era un lugar íntimo y personal —me expliqué.
—No, Lukas, yo... —su voz sonó divertida—. Me refería a que no puedes entrar si yo no te invito a pasar primero.
—¿Y qué hay con eso?
—Lo que estoy haciendo ahora es invitándote a pasar.
—Oh.
Tuve una sensación extraña en cuanto me permití cumplir con su petición, tal vez porque estaba cien por cien convencido de que yo no debía de estar allí.
—También puedes sentarte —agregó mientras ponía una mano sobre sus sábanas—. No voy a enojarme por eso.
Tenía prohibido acercarme a Yvonne de cualquier forma que no correspondiera a la establecida, pero ¿qué estaba haciendo ahora? No solo visitándola con una intención que dejaba de lado al plan, sino también concediéndome el derecho a acomodarme en la misma cama que ella... Vaya tontería.
—Tú también te ves algo preocupado —apuntó—. ¿Ibas a algún sitio importante o algo parecido?
—No debería de estar aquí —le hice saber.
—¿Y en dónde sí?
—En una reunión con el Concejo —contesté.
—De acuerdo, pero... —vaciló un poco— ¿por qué decidiste no ir?
Quizá estaba harto de no entender qué demonios pasaba conmigo. Quería cumplir con mis responsabilidades y demostrar ante el Concejo que no me hacían falta agallas para ser como mi padre; sin embargo, al mismo tiempo deseaba hacer notar mi desacuerdo con la última fase del plan y dejar en el olvido aquello que mi padre había decretado como prioridad... ¿Estaba siendo coherente conmigo mismo? Es decir, ¿aquello siquiera hacía sentido?
—No lo tengo muy claro todavía —me limité a decir—, aunque al menos puedo darme cuenta de que tú estás tan angustiada como yo.
Tomó una bocanada de aire.
—Lo estoy —respondió.
—¿Y cuál es tu excusa?
—Acabo de enterarme de una cosa que, en cierta forma, no tenía contemplado que fuera a convertirse en un problema.
—¿Tiene algo que ver con Annaliese? —traté de adivinar—. La escuché gritar justo cuando estaba por subir las escaleras.
—Vaya... —El gesto se le puso serio con solo haber mencionado el nombre de la niña—. Así que lo viste todo, ¿eh?
—No creo que todo.
—Nuestra conversación se tornó en una discusión porque... —Hizo una pausa—. Parece ser que Charles perdió los derechos de su custodia —confesó en voz baja—. La Unidad se los quitó hacía casi un año.
¡Qué gran milagro! Para variar, ¡por fin una buena noticia!
—Y con justa razón —me permití añadir a la par que reprimía una sonrisa.
—¿Con justa razón? —me cuestionó con el ceño fruncido—. ¿Acaso sabes algo que yo no?
Negué con la cabeza, pues estaba al tanto de que una promesa hecha siempre habría de respetarse sin importar las circunstancias. Tal como se acordó esa misma tarde, yo mantendría la boca cerrada mientras no fuera Annaliese quien me pidiera lo contrario.
—Que haya perdido la custodia no es tan malo como se escucha —dije para tranquilizarla.
—Ah, ¿no? —Se cruzó de brazos.
—Podrías obtenerla tú en su lugar —sugerí.
—No comparto con ella ningún parentesco familiar, Lukas —espetó entre resoplidos, dando la impresión de que ya empezaba a molestarse—. Aun cuando lo tuviera, pasarían años antes de que el servicio social siquiera me considerara como potencial candidata y... no tengo idea de qué pasaría con ella mientras tanto.
—Annaliese es una niña muy fuerte, sabrá cómo manejarlo. —Por lo que había vivido hasta ahora, estaba convencido de ello.
—¿Y si eso no es suficiente?
—Lo será —repuse con seguridad.
—Tu intuición no es garantía.
Desde luego que no, aunque no era por mí que lo tenía comprobado, sino más bien por el modo en que Yvonne solía responder a los desafíos.
—Aprendió de la mejor, esa es la verdadera garantía. —La tomé de la mano para hacer que girara el rostro hacia mí—. No te preocupes, ¿vale? Encontraremos el modo de resolverlo.
Sonrió. De una manera tan genuina que no pude evitar devolverle el gesto.
—Claro —murmuró—. Gracias, Lukas.
—No sirve de nada angustiarse, ¿cierto?
—Cierto —coincidió.
—Más sirve distraernos con otras cosas...
—¿Distraernos? —resultó curioso que su voz adquiriera tonos agudos así de repente—. Distraernos, ¿con qué clase de cosas?
—Con cosas como... —observé alrededor en busca de algún posible tema de conversación— la decoración de tu cuarto, por ejemplo.
Me miró de un modo cuyo significado escapó de mi comprensión. No era enojo, pero... Fuera la emoción que fuese, iba combinada con disgusto.
—¿Por qué? —protestó—. ¿Tiene algo de malo mi cuarto?
—No. —Me di prisa en negar con la cabeza.
—¿Entonces?
—Me refiero a que es fácil darse cuenta de que esta es tu recámara —puntualicé—. El escritorio lleno de bolígrafos y tintas de colores, el montón de libreros, los dibujos a lápiz pegados en las paredes, los atlas de mapas europeos... Incluso tu colección de mochilas y las lámparas de noche. —Mis ojos se desviaron hacia los cuadros de acuarela: eran cinco o seis pinturas las que llevaban rosas azules como parte central del lienzo—. Todo es muy Yvonne.
—¿Muy Yvonne?
—Sí, todo me recuerda a ti —resumí—. Por eso supe que esta era tu habitación la primera vez que entré.
—Son las cosas que más me gustan... —Hubo un momento de silencio—. Ahora mismo lo tengo todo aquí.
Regresé el rostro hacia ella, solo para caer en cuenta de que estaba mucho más cerca que antes.
—Vale, pero si yo siguiera la misma lógica que tú, entonces mi habitación estaría repleta de postres —improvisé, pues sentir sus ojos sobre mí no estaba haciendo más que ponerme inexplicablemente nervioso.
—No me sorprendería —sonrió.
—Lástima que deban conservarse en las cocinas...
—Comienzo a creer que tienes una adicción por el azúcar, ¿sabes? —Esperaba que se tratara de una mera exageración—. Es la única explicación que encuentro razonable.
—Siempre me ha gustado lo dulce —simplifiqué, encogiéndome de hombros.
—¿Por qué? —me preguntó.
—Pues... —Los postres me hacían feliz. Me sacaban de mi realidad por pequeños instantes y tenían el efecto de subirme el ánimo en más de un sentido—. Tal vez porque las cosas a mi alrededor nunca parecen serlo.
—Estás reemplazando las experiencias amargas con, literalmente, sabores dulces —estipuló a modo de conclusión.
—¿Experiencias amargas?
—Me refiero a las cosas que no te gustan, Lukas, a los problemas y asuntos que te preocupan.
¿Dulce y amargo en la misma oración? No me hacía mucho sentido.
—¿Y qué tiene que ver eso con los postres? —dudé.
—No importa, solo... —Cerró los ojos por unos instantes—. ¿Hay algo que te haga feliz además de los dulces?
Aparté la mirada con la intención de ignorar el rubor que estaba sonrojándole las mejillas. Era un rojo delicado y tierno, uno que desde hacía años no veía y que, para variar, estaba haciéndome tan feliz como estar comiendo una bolsa entera de fresas lo haría.
—Olvidar —contesté. No era del todo cierto, aunque tampoco era una mentira en su totalidad—. Olvidar todas las cosas que, se supone, tengo la obligación de hacer.
—Eso es algo... —soltó una leve carcajada— curioso.
—¿Por qué dices eso?
—¿Recuerdas la flor que me obsequiaste? —Asentí en respuesta—. Según mi hermana, las rosas azules están vinculadas con la noción del olvido, algo así como un "borrar todo de la memoria y volver a empezar", pero...
Su voz se extinguió de poco en poco hasta hacer que la habitación quedara en momentáneo silencio.
—Pero, ¿qué? —la animé a proseguir.
—Yo tengo una definición un tanto distinta. —Me dedicó una mueca estereotípica de incertidumbre, como si no estuviera muy segura de cómo continuar hablando—. Para mí, significa aprender a distinguir la magia de los momentos. Olvidarse del pasado y del futuro porque, a fin de cuentas, el presente es lo único que importa.
—Entiendo... —Lo pensé con detenimiento—. Es lo único que importa porque es lo único que existe.
—Y también lo único que todavía puede cambiarse sin la necesidad de estropearlo todo.
Estaba haciendo referencia al modo en que ella misma se había obligado a intervenir en el pasado con tal de corregir el presente. Era una anécdota graciosa del día en que una niña novata casi termina arruinando el plan de un hombre astuto, bien estudiado y de supuesta experiencia estratégica.
—¿De qué te ríes? —me cuestionó enseguida.
—De la forma en que crees que estropeaste todo con ese desafío. —Hice un intento por poner el rostro serio.
—Vamos, es que los planes inflexibles, a veces, suelen tener el efecto opuesto al que uno espera.
Solo tras escucharla pronunciar eso noté que su mano estaba ahora junto a mi cuello. Para mi sorpresa, su cercanía no estaba molestándome en absoluto.
—¿Los planes inflexibles suelen tener el efecto opuesto al que uno espera? —repetí.
—Así es, porque siempre pasan cosas que no puedes controlar —explicó entre susurros tan arrastrados que incluso me costó trabajo descifrar sus palabras—. El azar es la desventaja de querer actuar siempre bajo predicciones y cálculos.
El plan de mi padre no estaba basado en ninguna otra cosa además de predicciones y cálculos... ¿Acaso significaba que, en algún momento, se vería afectado por eventos aleatorios provocados por el mismo azar?
—Entonces... —Si no había una manera de garantizar el cumplimiento preciso de cada fase, ¿cuál era el punto de continuar percibiéndolas como el único camino posible?—. ¿En ocasiones es mejor olvidar y no seguir los planes? ¿Incluso aunque parezca algo estúpido?
—Lo estúpido no siempre es malo, Lukas.
Hice un intento por aparentar que el todavía perceptible rubor en sus mejillas no estaba fascinándome en alguna clase de sentido, pero en cuanto sentí sus dedos acariciarme parte del cuello, el pulso se me aceleró tan de prisa que de ningún modo encontré la manera de convencerme de lo contrario. No tardé en sujetarme mi propia muñeca: 10, 15, 18... Un aproximado de 20 latidos por cada 10 segundos, multiplicado por 6, ¿no significa eso un total de casi 120 pulsaciones por minuto? Estaba muy por encima de lo normal.
—Oye, Yvonne —intervine en voz baja.
—¿Qué ocurre, Lukas?
Su tacto combinado con la forma tan especial en que sonreía estaba dejándome con la mente en blanco. Eran caricias nada más, pero algo tenían, algo más. Contento, revuelo, entusiasmo... ¿Por qué el solo hecho de mirarla hacía que mis latidos se salieran de control?
—Acabo de mentirte. —¿Y si ese nerviosismo mío estuviera vinculado, más bien, con una sensación de profunda alegría?
—¿De qué hablas? —indagó, ladeando un poco la cabeza.
—Dije que olvidar era la única otra cosa que me hacía feliz además de los dulces, pero no estaba diciendo la verdad.
—¿Hay algo más, entonces?
—Sí —admití.
—¿Qué es?
No estaba muy seguro de que fuera la respuesta correcta, aun así, me di la oportunidad de comprobarlo atreviéndome a darle un beso en la mejilla. Con eso, las palpitaciones aceleradas volvieron en menos de un parpadeo.
—¿Yvonne? —volví a preguntar.
—¿Sí?
Estaba seguro de que mantener la mirada fija en sus labios consistía en una falta grave en contra del plan, una transgresión adversa a todo aquello que, alguna vez, papá se había asegurado de enseñarme. Pese al conjunto de reglas que me había prometido seguir, no vacilé antes de acercar mi rostro al de ella un poco más.
—Si estuviera a punto de hacer algo terriblemente estúpido —le susurré—, tú lo evitarías, ¿no es cierto?
Inhaló profundo.
—No, Lukas —contestó.
—¿Incluso aunque fuera algo tonto, irracional y antirreglamentario? —insistí.
—Incluso aunque fuera eso.
No debía, lo sé..., pero sí quería. Y lo quería tanto que también tenía la certeza de que no había cabida para dudas.
Le acaricié la mejilla mientras permitía que mi boca se tocara por instantes con la suya, todo eso al mismo tiempo que ella dejaba escapar otra sonrisa. Tal vez fue una mala elección, pero no fue un error: era muy consciente de lo que hacía. Le di un primer beso después de haberme convencido de cerrar los ojos. Luego otro, y otro. Y luego uno más. No tenía muy claro cuáles eran los movimientos correctos para besar a una chica, aunque hiciera lo que hiciera, al menos daba la impresión de que estaba funcionando a juzgar por los pequeños suspiros que la escuchaba soltar.
Pero los besos en la boca... ¿Acaso no se daban solamente cuando dos personas sentían amor una por la otra? Amor en sinónimo de estar enamorados, igual que como nos había ocurrido años atrás justo antes de que mi padre enviara al hechicero para asegurarse de intervenir. Porque ella y yo estando juntos no era parte del plan. No solo era impensable, sino también inconveniente: un líder con tantas responsabilidades jamás estaría en posición de darle la espalda a su pueblo. Y dar la espalda, en un significado no literal, era una noción vinculada a una actitud de indiferencia. Así que, ¿estaba yo siendo indiferente?
—No. —Detuve todo al instante y me aparté de ella—. No está bien.
Concederme la libertad de estar tan cerca de un miembro de la colonia enemiga, ¿no era lo mismo que traicionar a mi propia especie?
—¿Lukas? Oye, mírame a la cara, ¿sí?
Levanté la cabeza solo porque Yvonne así quiso que lo hiciera. Momentos más tarde, me pareció que haberle seguido las órdenes se trató de un comportamiento fuera de sitio. No estaba hecho para escucharla a ella, sino entrenado para acatar el plan al pie de la letra... ¿Al pie de la letra? Aquello ni siquiera tenía sentido, ¿o sí? Para empezar, era un hecho que la base fundamental de una letra consistía en un trazo lineal o curvo, no en una serie de normativas conductuales que hacen referencia a la replicación exacta y precisa de una instrucción.
Era necesario seguir principios con tal de garantizar que las conclusiones deducidas fueran válidas, pues no se podía creer que era amor lo que sentía cuando también era obvio que, durante todo este tiempo, no había hecho más que ignorar cada memoria que me venía a la mente. Ponía mi atención en estrategias y documentos porque sabía que, de no hacerlo, me centraría sin reservas en Yvonne y nada más. Y uno no podía concederse el lujo de ser tan descarado. Las responsabilidades no se dejan de lado, mucho menos las expectativas que alguien tan importante, como un padre, espera ver cumplir.
Entonces, sin que requiriera de un esfuerzo de mi parte, hubo silencio.
Al alzar la vista, lo único que pude ver fue a una chica. Era bonita. El cabello rojizo le caía por los hombros y los ojos le brillaban con ternura en una muestra de cariño incondicional. Era consciente de quién era ella, y también estaba convencido de que no existía nadie más en el mundo con quien yo quisiera pasar la vida entera.
Tomé una bocanada de aire, reparando en que era su frente la que estaba pegada contra la mía y sus manos las que estaban cubriendo mis oídos... Exactamente como mamá solía hacerlo. ¿En dónde lo había aprendido y desde cuándo lo sabía? No tenía idea, aunque me bastaba con verla sonreír para darme cuenta de que estaba a salvo con ella. No solo me entendía, sino que en serio daba la impresión de que nuestras diferencias no le causaban mucha molestia. Así, sin fingir y siendo yo mismo, ella me quería.
No pude menos que sentirme agradecido en cuanto tuve la oportunidad de volver a acercarme a su boca. Porque tal vez sí estaba enamorado, y quizás desde el principio sí me gustaba igual, o todavía más, de lo que lo había hecho en el pasado.
Sin pensarlo, me condecí el permiso de tocarla. Empecé acariciándole el cabello para luego deslizar una mano hasta su garganta. Un movimiento tan simple como ese tuvo el efecto de ponerla nerviosa, lo supe por la forma en que su piel se erizó ante mi tacto, como si estuviera tratando de cautivarme a propósito. Sus latidos yendo tan a prisa me conmovieron a tal grado que el cambio de ubicación me resultó inevitable: me separé de su boca para pasar a su cuello, intercalando besos sin reservas al mismo tiempo que una nueva idea me cruzaba por la cabeza... "Idea" en equivalencia metalingüística de "anhelo", pues genuinamente quería que se recostara sobre las sábanas, que me permitiera estar encima de ella por al menos unos minutos mientras yo descubría los modos correctos de besarle cada centímetro de piel.
Mas querer no es sinónimo de poder.
Colocar una mano en su cintura bastó para que ella me obligara a parar, apartándome con tanta impaciencia que incluso llegué a pensar que acababa de molestarla en alguna clase de sentido. Por eso asumí que la había incomodado, que tal vez había ido demasiado lejos para tratarse de un primer beso. Estando a punto de disculparme, reparé en que su atención no estaba puesta sobre mí, sino sobre la chiquilla que nos observaba con una mueca de espanto desde el marco de la puerta.
—Annaliese, espera —le ordenó Yvonne al momento—. Déjame explicarte todo, ¿sí?
Mis ojos se cruzaron con los de la niña, aunque lo único que fui capaz de percibir fue un gran enfado encubierto por un montón de lágrimas... No pude más que declarar para mí mismo que mis acciones estaban generándole emociones en un nivel increíblemente negativo.
—¡Annaliese!
Yvonne no tardó ni unos segundos en decidirse a ir tras ella, abandonando la habitación justo a tiempo para evitar darse cuenta de lo mal que estaban las cosas para mí.
Tenía el pulso acelerado y me costaba trabajo respirar, pero también era consciente de que aquello se debía al caos interno que habían alcanzado mis pensamientos para ese momento. Me quedaba claro que estaba enamorado de la persona de quien menos debía estarlo y, por lo tanto, no había forma de que simplemente me exigiera seguir respondiendo conforme al plan. Tenía la certeza de que ya no era el mismo de antes, detalle que, para colmo, estaba provocándome terror en una lógica que tampoco hallaba la manera de explicar.
—Por un demonio, ¡dime que se trata de un sueño! —Me cubrí el rostro con ambas manos y tan solo cerré los ojos—. No es real, Lukas, no es real... Se trata de un sueño —decreté mientras asentía—. Un sueño, sí.
Inspiré hondo, asegurándome de reunir el coraje suficiente para ponerme de pie. Porque aquello que acababa de suceder había sido el cumplimiento de un deseo tan imprudente que, con probabilidad alta, continuaba tratándose de un sueño del que todavía no encontraba el modo de despertar.
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