Lukas: 28 de abril de 2012
Una estrategia de manipulación nunca traerá los resultados esperados sin que exista una "ilusión de control" de por medio. Hacer creer a la víctima que todavía está en posición de controlar lo que sucede a su alrededor es, quizás, la manera más eficaz de llevar a cabo el engaño... ¿Víctima dije?
—Infiltrada —me apresuré a corregir mientras abría la llave del lavabo.
Porque el concepto de "víctima" hace referencia al daño que puede sufrir una persona por culpa de otra, usualmente vinculado a una noción de injusticia cuando dicha afectación se produce de manera intencional. Sin embargo, las consecuencias implicadas en la ejecución del plan de mi padre no tenían nada que ver con un propósito sin razón: terminar con la influencia de lo artificial era, más bien, todo lo contrario a injusto. No se puede denominar "víctima" a quien está cumpliendo con la tarea más importante en beneficio de la comunidad.
—Hola, amigo mago.
Me sobresalté del susto en cuanto me topé con el rostro de una chiquilla que me sonreía de forma entusiasta a las afueras del cuarto de baño.
—Eres el mismo que me ayudó a regresar a mi casa, ¿verdad? —farfulló a toda prisa—. El dueño de la varita al que le gusta pasar las tardes viendo Die Sendung mit der Maus mientras come helado y dulces. —Amplió su sonrisa—. Me acuerdo muy bien de ti. Tu nombre es Lukas, tienes veinte años y tu color favorito es el rojo.
Ni siquiera estuve seguro de cómo contestar a eso, en especial por el modo en que continuó observándome como si mi presencia en verdad tuviera algo de emocionante.
—Eres... —¿Annelies o Annaliese? No estaba muy seguro— Annaliese, ¿no es cierto? —intenté adivinar.
—¿También te acuerdas de mí? —preguntó con la boca abierta, lo cual me dio a entender que se trataba del nombre correcto.
—Claro, la niña astuta y divertida del bosque —aludí—. Yvonne te considera su hermana menor.
—Y a ti te considera un mago peligroso, ¿sabes? Me lo repitió varias veces después de que le dije que hablé contigo.
—Ah, ¿sí?
—Pero yo no creo lo mismo —se jactó—. Porque, aunque seas del equipo de los malos, fue gracias a ti que pude volver a la colonia.
—Vale... —no supe siquiera si sentirme ofendido o no—, gracias por la confianza.
—Me ayudaste mucho ese día —apuntó.
—No creo que "mucho" sea el adjetivo más acertado.
—¡Lo digo en serio! —exclamó mientras asentía varias veces—. Mucho, ¡muchísimo!
Yo negué con la cabeza.
—Deberías escuchar a Yvonne, ¿vale? Tiene razón cuando dice que soy igual a los otros magos.
—No, no es cierto. —Entrelazó las manos detrás de su espalda antes de volver a sonreír—. Elles n'ont pas de si beaux yeux... Je pense que tu es mignon. Très mignon.
¿Acaba de llamarme mignon?
—Et vous êtes aussi très gentil...
—Annaliese —la interrumpí, tratando de contener la risa—, ¿vous me parlez en français parce que vous ne voulez pas que je comprenne ce que vous dites?
Abrió los ojos de par en par en cuanto me escuchó cuestionarla de vuelta, formando un gesto idéntico al que tendría una persona testigo de una revelación impactante. Asumí que estaba sorprendida, quizás también avergonzada a juzgar por la forma tan repentina en que salió huyendo hacia el pasillo.
—Oye —alcé la voz—, espera un momento, ¿quieres?
Se precipitó hacia el interior de una habitación al tiempo que soltaba una serie de quejidos incomprensibles. La seguí solo tras haber echado un vistazo por encima del barandal: sin Yvonne aguardando al final de las escaleras, me dio la impresión de que todavía contaba con algunos minutos extra para, como mínimo, sugerirle a la chiquilla que dejara el tema en el olvido.
—¿Annaliese?
Empujé la puerta lo suficiente para toparme con una recámara de muros rosados y alfombras afelpadas. Las esquinas habían sido decoradas con juguetes de peluche, la mesita de noche con una lámpara de luz cálida y las ventanas del fondo con cortinas de estampados de colores; todo allí dentro daba el aspecto de una escena directamente extraída de un cuento infantil. Era tierno, aunque sofocante.
—Oh, no. —Me dedicó una mueca de espanto al verme parado junto a la puerta.
—¿Está bien si entro un momento? —pedí permiso.
—¿Vienes a burlarte de mí?
—¿Burlarme?
—Nada de lo que dije iba en serio —se ocupó de justificar—. Lo decía como... un cumplido. —Asintió rápidamente—. Un cumplido, sí.
Me reí.
—Más bien vengo a pedirte una disculpa —puntualicé—. Debí haberte advertido que podía entenderte desde que oí la primera frase.
—¿Por qué sabes francés? —más que una pregunta, tenía pinta de ser un reclamo—. ¡Nunca dijiste que lo sabías!
—Uno no suele andar por allí especificando cuáles idiomas conoce y cuáles no.
—No vas a contárselo a Yvonne, ¿verdad? —Juntó las manos a manera de ruego—. Por favor, por favor, ¡sería muy humillante!
—No voy a hacerlo —dije para tranquilizarla.
—¡Y mucho menos a mi hermano!
—Por favor —bufé—, ni aún estando demente pensaría en mantener una conversación con tu hermano.
Frunció el entrecejo, ladeando la cabeza un poco al mismo tiempo que se dejaba caer sobre su cama.
—¿Charles no te agrada? —inquirió.
—Siendo sincero... —Lo pensé por unos segundos—. No, para nada.
—¿Por qué?
—Me fastidia —admití sin remordimientos—, no sabe siquiera cómo valorar los aspectos más trascendentales de su vida.
—Aspectos más, ¿qué?
—Me refiero a las cosas que en serio importan —acepté especificar—. Disponer de un buen trabajo sin presiones sociales o la oportunidad de tener cerca a una familia hermosa, por ejemplo.
—¿Yvonne y yo? —quiso confirmar.
—Sí, exacto.
—¿Crees que somos hermosas? —Otra vez me miró con ese mismo gesto que me había dedicado a las afueras del baño—. ¿Las dos?
—Claro. —Me encogí de hombros—. Son gentiles, comprensivas e inteligentes; escuchan a otros cuando lo necesitan y no tienen miedo de hablar con la verdad.
Su sonrisa se borró al instante... ¿Por causa mía, acaso? Resultaba obvio que algún segmento de mi respuesta había bastado para cambiarle el ánimo, así que tampoco me dejé llevar por vacilaciones antes de preguntar:
—¿Dije algo malo?
—Estás equivocado —me espetó sin demora—. Yvonne a veces no me escucha, y yo a veces tengo miedo de decir la verdad.
Desconcertado, avancé unos pasos hacia el interior de la habitación.
—¿De qué hablas? —traté de indagar.
—Cuando digo algo sobre Charles... Yvonne nunca escucha porque cree que solo voy a contarle cosas que ella ya sabe. —Bajó la mirada hasta dejarla fija en los estampados de la alfombra—. Mi hermano se enoja muy rápido, pero ella todavía no está enterada de que es un hermano malo.
¿Un hermano "malo"? Había cientos de significados posibles y, por tanto, cientos de maneras diferentes de interpretar aquella descripción. Existía "malo" en sinónimo de ruin, agresivo, inmoral, peligroso, enviciado, indispuesto, molesto, perverso y egoísta; ¿a cuál de todas las definiciones se refería ella y por qué motivo?
—¿Te gustaría ser un poco más específica para mí? —le solicité.
—No —contestó a secas.
—¿No?
—No hablo mucho de eso porque no me gusta. —Se cruzó de brazos y giró el cuerpo hacia la ventana—. De todos modos, no vas a entender.
—Podría tratar de hacerlo —argumenté.
—No quiero decirlo porque me van a dar ganas de llorar —su voz se estremeció un poco.
—¿Y cuál es el problema con eso?
—Llorar es para débiles.
No, el llanto no es una debilidad. Es el reflejo de un sentir que, por lo general, suele estar vinculado con una emoción de tristeza.
—Más bien es una reacción que no determina ni de cerca tu escala interna de fortaleza —objeté.
—¿Qué?
—Es normal si nos sentimos tristes —le expliqué con calma—. Llorar, al igual que reír, son cosas que todo el mundo hace.
Cuando alzó la vista hacia mí, me di cuenta de que sus ojos se habían enrojecido.
—¿Tú también has llorado? —me preguntó entre balbuceos.
—Sí —respondí con la verdad, tomando una bocanada de aire—, tal vez más veces de las que imaginas.
—¿Y eso no te hizo más débil?
—En realidad, yo diría que me hizo más resistente —corregí.
—¡Charles cree lo contrario! —exclamó mientras se acercaba a las orillas del colchón—. Por eso se enoja cada vez que me ve llorar, ¡porque piensa que es una señal de que no aguanto nada!
—¿Eso es lo que él dice?
Asintió con cierta lentitud antes de permitirse añadir:
—Me pide que no llore para que Yvonne no se entere.
—Que no se entere, ¿de qué? —quise saber.
—Pues de algunas cosas que... —vaciló. Presté atención al modo en que le temblaron las manos cuando trató de abrocharse un botón del suéter—. De algunas cosas que él hace.
El temblor corporal es una respuesta de miedo o ansiedad. Ella estaba asustada. Eso o, con una probabilidad más baja, estaba angustiada por lo que sea que yo pudiera pensar al respecto. Por lógica, implicaba que no se sentía segura confesando dicha información frente a mí. ¿La única solución que me vino a la mente? Establecer primero un lazo de confianza que tan siquiera bastara para darle la libertad de abrir la boca.
—Sé que no me conoces muy bien, Annaliese, pero tienes que saber que soy tu amigo —le sonreí, en especial al momento en que accedió a echarme otro vistazo—. Puedes decirme lo que sea.
—No tengo mucho que decir. —Estaba seguro de que mentía.
—¿Te gustaría que te contara un secreto, entonces?
Volvió a levantar la mirada.
—¿Un secreto tuyo? —dudó, entrecerrando un poco los ojos.
—No muchas personas lo conocen.
—¿Ni siquiera Yvonne?
Todavía sonriendo, me limité a negar con la cabeza.
—Ni siquiera Yvonne —le confirmé.
—Okay, ¡sí quiero escucharlo! —Hizo un intento muy evidente por contener su emoción—. Además, si me lo cuentas, te prometo que Yvonne nunca se va a enterar.
—Vale —fingí que acababa de resolver mi mayor inquietud—, me convenciste con eso último.
Dio la impresión de estar ilusionada en cuanto me tomé un momento para acuclillarme sobre la alfombra. Con las rodillas pegadas al piso, encontré la manera de estar a su altura sin que aquello implicara verme obligado a invadir su espacio personal.
—¿Vas a contarme quién te gusta? —curioseó.
—Más bien voy a contarte una cosa sobre mi papá —rectifiqué—. Es un secreto que solamente dos o tres personas saben, incluyendo a mi mentor.
—¿Tienes un mentor? —Por el movimiento de sus cejas, intuí que estaba sorprendida.
—Es una costumbre del líder de la comunidad mágica —minimicé.
—¿Eres el rey de allí?
—No precisamente, pero el punto que quiero darte a entender es que todo el tiempo estoy obligado a seguir reglas. Cientos y cientos de ellas. —Libros enteros de códigos de conducta, entre otras cosas—. En un puesto como el mío, es importante cumplir las normas porque eres el ejemplo de todos los demás.
—Entonces, ¿no tienes permitido equivocarte?
—Mi papá se tomaba muy en serio cada precepto. Si yo cometía algún error y no desempeñaba con precisión mis responsabilidades, entonces él... —Hice una pausa para pensar en las palabras correctas—: Digamos que me lastimaba.
—¿Te lastimaba igual que Charles me lastima a mí? —me cuestionó en voz baja.
—No lo sé, Annaliese, pero en mi caso había golpes y moretones de por medio.
—A veces, yo también termino con moretones —especificó de repente, de una forma tan inocente que casi podría apostar que tan solo estaba tratando de ser empática conmigo—, en las piernas.
Le sostuve la mirada durante un instante antes de darme prisa en bajar la vista.
—Escúchame bien, ¿vale? —suspiré—. Hay acciones que no son justificables, y con eso me refiero a que no existe escenario en que debas de guardarlas para ti misma.
—Pero Charles dice que está prohibido decirlo en voz alta —trató de argumentar.
—Eso no significa que tengas la obligación de obedecerlo.
—Porque es algo que duele, ¿verdad? —por fin me dio la razón—. Por eso no está bien.
—Es aún peor cuando hay dolor de por medio —me aseguré de dejarle en claro.
—¿Peor?
—Sí, porque quiere decir que no hay forma de que debas dejarlo pasar.
—Entonces, al final, ¿tú le dijiste a tu papá que ya no te golpeara porque te dolía?
Parpadeé varias veces, perplejo.
Al contrario de todo aquello que estaba aconsejándole a la niña, en ningún momento me pasó por la cabeza la sola idea de desafiar a mi padre. Era él quien estaba en su derecho a reprenderme, y era yo quien estaba en la obligación de soportarlo. Así funcionaban las cosas: el líder daba las órdenes y el resto las seguía. Por supuesto que sus exigencias me lastimaban, sus golpes me dolían y cada grito de desprecio me agobiaba; sin embargo, jamás me pareció que realmente existiera una posibilidad de pedirle que parara.
—Así como tu papá, mi hermano también es malo —me dijo a regañadientes—. Hace cosas que no me gustan y luego me pide que no se las cuente a Yvonne.
¿Malo? ¿Mi padre era malo? Quizás tenía una autoconfianza destructiva que hacía que las vidas de otros resultaran insignificantes, pero... Un momento. ¿Acaso tal esbozo de características se ajustaba por definición a "ser malo"? En ocasiones gritaba, golpeaba y se reía, todo a la vez. En ese entonces, yo lo consideraba una muestra clara de determinación, pero ahora que lo pienso y cuando traigo a la mente cómo sonreía al verme llorar en el piso, creo que estaba actuando como un loco.
—Estaba demente —me atreví a concluir—, demente en sinónimo de malo.
Y si sus comportamientos eran en realidad un reflejo de locura, ¿acaso significa que su plan también lo era?
—Demente, ¿quién? —Pareció confundida—. ¿Mi hermano?
—Sí, él también —coincidí.
—Charles está segurísimo de que no está haciendo nada malo...
—Te está lastimando, Annaliese —sentencié, advirtiendo la seriedad del asunto—, y eso es tan delicado que Yvonne tiene que saberlo.
Me puse de pie al instante, mas lo único que conseguí fue que la niña se diera prisa en sujetarme del saco.
—No, ¡no! —lloriqueó, luciendo un tanto desesperada mientras me exigía volver al suelo—. ¡Por favor no se lo digas!
—¿De qué hablas? —protesté, incrédulo—. Alguien tiene que hacer algo al respecto.
—¡Charles va a matarme!
—No va a pasarte nada mientras los dos estemos aquí, ¿vale? Te prometo que no volverá a tocarte.
—Pero ¿qué hay de Yvonne? —insistió en poner trabas—. Ella ni siquiera va a creerme.
—Te creerá, estoy cien por cien convencido.
—No va a hacerlo —una lágrima resbaló por su mejilla al mismo tiempo que hacía un esfuerzo por contener el llanto—, no va a creerme porque tampoco quiere escuchar.
—Yo podría asegurarme de que lo hiciera —sugerí.
—Ni siquiera sé cómo contarle cada... —Detuvo su oración y respiró profundo—. Me da miedo decírselo.
—¿Quieres que yo lo haga en tu lugar?
—No —contestó rápidamente.
—¿Cómo esperas que te ayude, entonces?
Bajó la mirada, una vez más ajustándose los botones del suéter antes de permitirse balbucear entre dientes:
—Dile que no me deje sola.
—¿Charles te lastima cuando Yvonne no está en casa? —conjeturé.
Ella asintió.
—Vale, entonces... —Me tomé unos segundos para pensarlo, los suficientes para darme cuenta de que sería indispensable no dejar las circunstancias sin una pronta solución—. ¿Qué te parece si, de ahora en adelante, te llevamos con nosotros sin importar a donde sea que vayamos?
—¿Con Yvonne y contigo? —murmuró.
—No prometo que sea divertido, pero al menos cuidaremos de ti estando juntos. —Me encogí de hombros.
—¿Y vamos a ser como una familia?
—¿Qué?
—Yvonne, tú y yo —enumeró—. Una familia de tres personas.
Me apresuré a negar con la cabeza.
—Yvonne y yo no somos pareja, de ningún modo podríamos...
—Como si fuéramos los tres mosqueteros —precisó, haciendo que me quedara más tranquilo—. Solo como mosqueteros hermanos, porque sería muy raro si ustedes dos estuvieran juntos.
Tan solo aparté la vista.
—Prefiero que Yvonne se quede en casa conmigo y que tú esperes sin novia hasta que yo crezca. Pasarán muchos años, pero mientras tanto seremos como...
—Escucha, Annaliese —la interrumpí—. No bromeo cuando digo que es importante que hables siempre con la verdad.
—¿Cuál verdad?
—Lo que ocurrió entre Charles y tú —le reiteré con el rostro serio, buscando que dejara las risas de lado—. No debe quedarse como un secreto.
No trató de verme a la cara; en cambio, se limitó a limpiarse una lágrima con la manga del suéter.
—Decirlo en voz alta sería un acto muy valiente —le garanticé.
—Tú... no le vas a decir nada a Yvonne, ¿verdad?
—Solamente si prometes que serás tú quien lo hará —puse como condición.
—Tal vez... —Tomó una bocanada de aire—. Tal vez sí podría prometértelo a ti.
—Y, además de eso, si en algún momento llegaras a enterarte de que tu hermano también la ha lastimado a ella... —Me sentí extraño con tan solo imaginar tal escenario. Extraño en sinónimo de enfadado, curiosamente invadido por una serie de escalofríos desagradables—. Hazle saber que puede hablarlo conmigo.
Obligarme a callar era sencillo, pretender que era un líder honorable no era tan difícil e ignorar las diferencias que me separaban de mi padre resultaba un hábito manejable, pero ¿fingir que mis emociones no se descontrolaban cada vez que estaba cerca de Yvonne? Ya no era solo un reto, sino también un hecho que, en ocasiones, no encontraba la manera de ocultar.
—¿Puedes asegurarte de que las cosas sean así? —El sonido de un par de pasos me hizo girar la cabeza hacia el final de la habitación: era Yvonne quien, con brazos cruzados, permanecía de pie junto a la puerta—. Por favor, dime que sí.
La niña me dirigió una pequeña sonrisa para después decidirse a darme un abrazo. Las demostraciones de afecto suelen tener el efecto de incomodarme (en especial aquellas que involucran contacto físico), mas no por eso tuve intenciones de apartarla en cuanto se confirió la libertad de hablarme al oído:
—Le voy a decir a Yvonne que puede confiar en ti porque no eres un mago malo como ella cree.
¿No soy un mago malo? Mentir, ocultar y engañar, ¿no era eso lo que alguien como yo más acostumbraba hacer?
—Vale. —Pretendí que aquello era realmente cierto mientras me permitía sonreírle de vuelta—. Con eso me basta, Annaliese, te lo agradezco mucho.
Así, sin razón, fue un sentimiento opresivo de culpa el que me hizo darme cuenta de que algo andaba mal. Conmigo o con el plan, no estaba muy seguro. Aunque, en definitiva, bastó para que todo a mi alrededor se tornara en un panorama carente de sentido. ¿Qué hacía obedeciendo reglas a diestra y siniestra sin contar siquiera con una verdadera motivación para seguirlas? No solo era incoherente, sino también absurdo: alguien tan endeble como yo jamás podría ser igual a alguien tan firme como mi padre... Tal vez ni siquiera intentándolo.
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