Lukas: 23 de marzo de 2012
Hacía años que no le echaba un vistazo de cerca a la reliquia familiar de los Fellner. Era un accesorio que ciertamente tenía su encanto; las tonalidades rojizas enmarcaban el brillo de la joya, haciéndola evocar una sensación de misterio que, siendo sincero, no podía describirse con ninguna otra palabra que no fuera "hermoso".
Dejando de lado su naturaleza cautivadora, resultaba un hecho que aquel medallón del tiempo no podía ser más que la copia barata del poder de un hechicero. Papá me lo había repetido varias veces: no hacía falta saber mucho de teoría para estar seguro de que un artefacto como ese carecía de las propiedades genuinas de un mago. En otras palabras, una fuente artificial de magia negra que habría de ser destruida al llegar el momento oportuno.
—Lo artificial es enemigo nato de nuestra especie —me repetí a mí mismo—, es una burla para el verdadero equilibrio natural.
Me descolgué la mochila del hombro y, tomando asiento sobre la base despejada de una farola, no tardé en extraer del interior la carpeta de archivos correspondientes. Hojeé los documentos hasta dar con la sección que buscaba, aquella que Thomas había denominado como Anatomía básica del medallón y que, por fortuna, explicaba a detalle cada de una de sus peculiaridades a modo de un manual de uso.
—Cambio de modalidad, cambio de modalidad... ¡Cambio de modalidad! —Identifiqué el apartado indicado en cuestión de segundos, permitiéndome posar la vista en el primer párrafo—: "La palanca de modalidad del medallón (localizada al reverso) hace referencia al tipo de experiencia empírica que el portador desea activar durante su periodo como guardián".
Dar la vuelta a la reliquia bastó para encontrarme tanto con un botón alternativo como con el tornillo que Thomas mencionaba renglones más adelante. No lo pensé dos veces antes de sacar el desarmador de mi mochila y disponerme a hacer lo posible por quitar aquella tuerca. Un par de minutos de giros minuciosos hicieron todo el trabajo. La solapa cayó al césped momentos más tarde, solo para dejar al descubierto un interruptor diminuto cuya función radicaba en seleccionar la modalidad de preferencia.
La experiencia "Convencional", de acuerdo con las anotaciones, consistía en el modo más básico de uso: el medallón dotaba al portador de visiones sensoriales y le confería protección guiada, auxilio y manipulación condicional de la línea temporal. Por su parte, la experiencia "Inmersiva" posibilitaba al portador hacerse uno mismo con la reliquia. No solo le proporcionaba las ventajas anteriores, sino que también le permitía adentrarse hacia el propio núcleo del medallón. Con eso le proveía de un manejo espacial y temporal ilimitado, es decir, la capacidad de generar portales de salto o supervisar cualquier época del pasado sin la necesidad de intervenir de manera presencial.
—Inmersiva será. —Me tomé la libertad de cambiar la palanca, trabando de nuevo la solapa para después colocar el tornillo en su lugar.
Hacer aquel ajuste se trataba de una simple medida de seguridad. Papá tenía la certeza de que la infiltrada desconocía de la existencia de tal interruptor, de allí que cumpliera con la función de un escudo preventivo en casos de emergencia. Si ella llegaba a convertirse en un obstáculo para la realización del plan, bastaba con activar al medallón para dejarla atrapada en el interior del núcleo.
A punto de regresar los documentos a la mochila, mis ojos se posaron sobre el encabezado de la penúltima página: Manual de instrucciones para una manipulación efectiva de los sueños.
—Transmitir mensajes a través del plano de los sueños... —pensé en voz alta—. Interesante.
Tenía prohibido todo contacto con la infiltrada que no se encontrara dentro del marco de las ocho reuniones programadas. Por eso estaba consciente de que haber pretendido ser "Horst" durante semanas enteras había consistido en una equivocación de carácter impensable. Por ningún motivo intencionaba seguir sumando errores a la lista, pero al mismo tiempo, me daba la impresión de que despedirme de Yvonne sería una parte fundamental del modo en que estaban por cambiar las circunstancias. Hacerle saber que ni de cerca podría tratarme como la misma persona de antes sería la forma más honesta de iniciar con la tercera fase del plan.
¿Y qué mejor que hablar con ella a través de un escenario ficticio que tener que hacerlo de manera real y directa? Las instrucciones generales aparentaban ser sencillas, en especial porque contaba con los materiales necesarios para llevar a cabo la manipulación sin siquiera requerir de la intervención del hechicero.
—"Paso número uno: entrar en un estado de relajación sensorial" —leí, convenciéndome de intentarlo. Más por diversión que por cualquier otro motivo—. Vale, eso será fácil.
Recargué la espalda contra la superficie de la farola y, tomando una bocanada de aire, me aseguré de aflojar el cuerpo hasta encontrar la posición más cómoda. Mente enfocada, pensamientos completamente en calma.
—"Paso número dos: estar en contacto con la magia negra de un hechicero". —O con una fuente de magia negra tan poderosa como la de un hechicero.
Sujeté el medallón con mayor firmeza.
—"Paso número tres: estar en contacto con un elemento perteneciente al soñante en cuestión."
Por suerte, aquella reliquia familiar era también posesión de Yvonne, de modo que tampoco hacía falta otro objeto para cumplir con el requisito.
—"Paso número cuatro: mantener en mente la apariencia física que deseé emplear durante la transmisión del mensaje."
¿Cambiar de apariencia? Tenía pinta de ser la opción más razonable. No sería correcto actuar como Horst frente a ella a la par que se luce igual que... Vamos, exactamente igual que Lukas. Ni ojos verdes ni cabello castaño, no quería nada de eso. Dejar de ser yo por al menos unos instantes parecía una idea tentadora, pues estaba cien por cien seguro de que Horst y Lukas ni siquiera podrían pasar por la misma persona.
Por eso opté por hacer uso de la imagen de un muchacho alegre y de fachada despreocupada; alguien que representara a la perfección todo aquello que yo jamás tendría la oportunidad de ser.
—"Paso número cinco: por falta de una estructura temporal en el plano de los sueños, asegúrese de mantener en mente la fecha exacta en que aspire hacer llegar el mensaje. De otro modo, existe el riesgo de intervenir en un sueño ajeno al rango de tiempo seleccionado".
Estaba convencido de que deseaba comunicarme con ella justo después de aquel día en que corrí el riesgo de sacarla de la celda. Un amanecer de 14 de marzo, si mis cálculos no me fallaban.
—"Paso número seis: ocúpese de quedarse dormido. Tome conciencia de que, una vez dentro, deberá actuar con rapidez para evitar ser atacado por las defensas psíquicas del soñante".
Por algún extraño motivo, sentía que valía la pena estar momentáneamente en peligro si con eso conseguía a cambio una charla con Yvonne. Una última conversación para recordar los viejos tiempos, hacerle saber que esto no era nada personal y advertirle, por cortesía, que las cosas estaban a punto de empeorar.
Así que me concedí el permiso de cerrar los ojos.
Sujetando el medallón entre manos, inspiré hondo mientras hacía lo posible por prestar atención a las instrucciones recibidas. Controlé el ritmo de mi respiración y me dije a mí mismo que bastaría con dejar las preocupaciones de lado. Mis pensamientos comenzaron a ceder al poco tiempo. Me concentré en los sonidos del bosque: en los murmullos del viento al pasar por entre las hojas de los árboles, en el movimiento sigiloso del césped y en el suave correr del río Elbe. En medio de esa quietud, sucumbir al sueño parecía más una actividad inevitable que una estrategia planeada de manipulación.
No estoy muy seguro de cuántos minutos transcurrieron antes de que me quedara dormido.
Cuando menos lo esperé, me vi inmerso en un espacio suspendido en medio de la oscuridad, algo parecido a un pasillo extenso que no aparentaba tener direcciones ni existencia como tal. Mirara hacia la izquierda o hacia la derecha, cada cosa se presentaba en un escenario simétricamente idéntico: un corredor repleto de puertas, cada una de ellas tan uniforme como todas las demás. Sin delante, sin detrás. Sin principio, sin final.
Entonces mis ojos se posaron sobre una de las puertas. Por algún motivo, tuve la certeza de que se trataba de la correcta: la entrada oficial a los sueños de Yvonne de un 14 de marzo de 2012.
Al cruzar por el umbral, mi vista se encontró con el panorama de un despacho desordenado. El lugar estaba atiborrado de libros; estanterías por cada parte de la habitación, papeles dispersos sobre el piso y un escritorio colmado de mapas, enciclopedias y documentos. Mi mirada se desvió hacia Yvonne casi enseguida. Lucía desesperada, en particular por el modo en que registraba los libreros con rapidez, tratando de dar con la ubicación de algo. Tras haber tanteado detrás de unos manuales de geografía, la vi centrar su atención en un par de cajitas de regalo mientras se permitía lanzar un suspiro al aire. Su expresión facial pareció coincidir con la de una persona feliz en cuanto se llevó a la mochila aquellos obsequios decorados.
No tuve que esperar demasiado para que mirara hacia la puerta. Parpadeando varias veces, me observó de arriba abajo durante unos segundos antes de que una sonrisa apareciera en su cara. Di unos pasos al frente al mismo tiempo que ella se daba prisa en correr hacia mí. Fue un abrazo que me tomó por sorpresa, más aún tomando en cuenta que el muchacho que ella veía no correspondía con el aspecto de alguien que en verdad conociera.
—Cielos, no tienes idea de cuánto te extraño —me dijo al oído, como si realmente estuviera al tanto de quién era yo—. No ha pasado ni un minuto sin que me acuerde de ti.
—¿En serio? —pregunté, solo para corroborar que no se tratara de una exageración.
—Nunca te dije en persona lo mucho que me importas, y fue un completo error.
—Tú también me importas —al menos desde la perspectiva de Horst—, y también te extraño.
No estaba pensando cuando le di un beso en la mejilla, atrevimiento del cual me arrepentí apenas unos momentos más tarde.
—Quise venir a verte a modo de despedida —me apresuré a especificar mientras me apartaba unos pasos—. Esta es la última vez que hablo contigo sin que haya un plan de por medio.
—¿Qué?
—Es una despedida —repuse.
—No puedo oírte muy bien, Horst.
—¿De qué hablas? —pregunté, confundido.
—Sé que estás diciéndome algo, pero solo te distingo algunas palabras.
Preferí guardar silencio a la vez que la miraba a los ojos. Todavía conservaba su sonrisa, pero quizás se debía a que no estaba escuchando con claridad ninguna de mis oraciones. El canal de comunicación entre planos estaba fallando, seguramente a raíz de que fuera la magia del medallón (y no la de un hechicero) la que estuviera generando la energía de cada una de mis intervenciones.
Al principio no supe qué hacer a continuación. Si no podía mantener siquiera una simple conversación con ella, ¿había algún sentido en quedarme y pretender que tenía un verdadero motivo para estar ahí?
—Perdóname, Yvonne —me disculpé con sinceridad.
—¿Por qué? —inquirió.
—Por todo el desastre que estoy a punto de causar.
—¿Estás a punto de qué?
—Muchas cosas serán por culpa mía y ninguno de los dos estará en posición de hacer algo para controlarlo.
—Lo lamento mucho, Horst —me dirigió una sonrisa que, por el modo en que curvó las comisuras de la boca, parecía estar vinculada con la emoción de tristeza—, pero tampoco pude escuchar eso último.
Me limité a sonreírle de vuelta. No había nada que pudiera hacer para advertirle de los acontecimientos venideros, aun cuando así lo quisiera.
—Tengo que irme —sentencié de forma resignada.
—¿Irte?
Asentí.
—No —suplicó, sujetándome del brazo para evitar que retrocediera—. Aguarda un momento, ¿sí? Hay una cosa que debo confesarte todavía.
Ya escuchaba los ruidos a las afueras de las ventanas, pasos en multitud que se conducían hacia el despacho con tal de impedir que un intruso como yo continuara accediendo a la conciencia de su soñante.
—Se volverá peligroso para mí si me quedo más tiempo —traté de hacerle entender.
—Necesito que sepas lo especial que eres para...
—Puedes oír eso, ¿no? —Le indiqué que guardara silencio—. Están buscándome.
—Lo que quiero decir es importante —me espetó a regañadientes.
—Puede esperar.
—No estás prestándome atención, Horst.
—No puedo prestarte atención —le reiteré enseguida, colocando una mano sobre el picaporte—. Mucho menos ahora que mi nombre es otro.
Crucé por la puerta lo más rápido que pude, pues no deseaba que ningún imprevisto tuviera la osadía de hacerme cambiar de opinión.
Las circunstancias volvieron a la quietud en cuanto me topé con el mismo pasillo de antes. Hasta cierto punto, aquella infinidad de puertas resultaba perturbadora por causa de su desapego a la realidad. No se podía distinguir con claridad si era uno mismo quien andaba por los corredores o si era alguien más; tampoco se podía intuir si los pasos se alejaban o se acercaban, al menos no hasta que caí en cuenta de que, en efecto, era una persona distinta la que venía caminando por las baldosas suspendidas del pasillo.
—Oye, tú —me llamó desde la distancia con voz potente—. Alto allí, jovencito.
Giré la cabeza en todas direcciones, pero por la manera en que lo sentía venir hacia mí, realmente daba la impresión de que era conmigo con quien hablaba.
—¿Yo? —dudé.
—Sí, tú —afirmó en respuesta.
—Ya estaba por irme —dije para zafarme de aquello—, así que será mejor que vuelva por...
—No te atrevas a moverte, ¿me has escuchado? Espera allí mismo.
Se trataba de un sujeto joven, alguien de cabello castaño que vestía con traje de oficina y usaba anteojos de lectura. Avanzó entre pisadas rápidas y cortantes, igual que como haría un hombre furioso a quien le han tomado algo sin su permiso. Le bastó con otra serie de zancadas para estar en posición de verme de frente. En un principio no lo reconocí, mas poner en duda su identidad tampoco resultó de mucha utilidad para detener alguno de sus cuestionamientos:
—¿Quién diablos eres y por qué estás metido en los sueños de mi hija?
—¿Perdone?
—Es la mente de mi hija, ¿entiendes? —increpó a modo de reprimenda—. No tienes ningún derecho a estar aquí.
Thomas, ahora quedaba más que claro. Aún estando muerto en nuestro presente... El plano de los sueños carecía de estructura temporal, ¿no? Cualquiera que alguna vez hubiese entrado tendría posibilidades de toparse con otros en este mismo sitio.
—Bueno, yo... —por algún motivo, no pude evitar sentirme nervioso— vine porque necesitaba hablar con Yvonne en privado.
—La conoces, entonces —dedujo sin problemas.
—Supongo que sí, acabo de...
—¿Supones? —Soltó una carcajada—. Eso no se escucha muy bien para estar visitándola entre sueños.
—Fuimos amigos —me di prisa en explicar.
—Y, si ya no lo son, ¿por qué te asumes con el permiso de estar aquí?
—Me refiero a que la conozco desde hacía años —especifiqué.
—Ah, ¿sí?
—Desde que éramos niños.
Extendí mi mano hacia él, siendo consciente de que era así como los adultos solían presentarse durante un primer encuentro formal.
—Tal vez nunca tuvimos la oportunidad de conocernos en el plano real, pero mi nombre es...
—Lukas —respondió antes que yo.
Parpadeé varias veces, desconcertado.
—Sí, no esperaba que... —Aparté la mano al darme cuenta de que él no estaba ofreciendo la suya—. No esperaba que adivinara correctamente.
—No estoy adivinando nada —bufó.
—Es sorprendente tomando en cuenta que mi apariencia no es la convencional —quise hacerle notar.
—Claro, aunque es un hecho que cambiar de cara no te será ni de cerca suficiente para borrar esa marca en tu muñeca.
Me miré el brazo al momento. Sin duda estaba familiarizado con el grabado, sobre todo por la forma en que el ceño se le fruncía cada vez que se tomaba la libertad de escudriñarme con la vista.
—No puedo creerlo. —Negó con la cabeza antes de volver a reír—. ¿Por qué diablos es que mi hija sigue hablando contigo?
—¿Cómo dice?
—¿Cuántos años tienes, eh? —me cuestionó, mirándome de arriba abajo—. ¿Dieciocho?
—Veinte —contesté.
—Madre mía, ¿ocho años más? —Lanzó al aire un respiro hondo—. ¡Ella ya tendría que haberse librado de ti para ese entonces!
Desvié la vista para evitar encontrarme con sus ojos.
—Vaya... —musité en voz baja—. Tengo el presentimiento de que no le caigo nada bien.
—No lo tomes a mal, ¿de acuerdo? Mi problema no es contigo, sino con esa cosa que te dibujaron en la muñeca.
—Es solo un símbolo —repliqué.
—No, es una marca de pertenencia a la comunidad mágica. —Me apuntó con el dedo, lo cual me llevó a retroceder—. Eres importante para ellos, y no quiero esa clase de complicaciones merodeando alrededor de mi hija.
—Las complicaciones no merodean...
—¿Disculpa?
—... y, lo que es un hecho, el dibujo es un simple tatuaje y ya está.
—Es un rastreador —corrigió, ahora pareciendo más molesto que antes—, una maldición que le trajo muchos problemas a mi hija. Empezando con tu incapacidad para cuidar de ti mismo y terminando con la activación de un desafío que casi destruye la vida de ambos.
Eso último se trataba de una ofensa, ¿no? Una oración con similitudes de insulto que, por mi propio bien, parecía conveniente dejar pasar.
—Vale, pero eso ya está en el pasado —utilicé como excusa, haciendo un esfuerzo por ignorar aquello que resultaba evidente: su deseo de echarme en cara la culpa que yo tenía en todo esto—. Los dos volvimos a casa.
—Del pasado se forja el presente, jovencito, y del presente depende el...
—Aun cuando estuviera en riesgo nuestro futuro, Yvonne completó su misión —interrumpí—. Cumplió con las doce demandas del medallón y aprovechó cada segundo del desafío para enriquecer su persona.
—¿Y qué hay con eso? —se burló—. ¡Lo único que recibió a cambio fue un montón de angustias!
—Angustias que la harán más fuerte.
—Solo te pido de favor que... No. —Hizo una pausa—. Más bien te exijo que le digas a mi hija que yo le ordeno que se aleje lo más posible de ti.
—¿Qué?
—Tienes razón, eso ni por asomo va a funcionar. —Se llevó una mano a la frente mientras negaba repetidamente con la cabeza—. Aunque yo se lo pidiera y... Madre mía, ¡incluso se lo he pedido ya! ¡Cientos y cientos de veces! Es tan terca y obstinada como un tornillo clavado en la madera.
Me echó otro rápido vistazo antes de volver a mirar hacia el piso.
—No va a alejarse, claro que no —continuó diciendo a la par que iniciaba una caminata en círculos—. Si no lo hizo aún siendo consciente de lo que implicaba un desafío, ni de chiste lo hará ahora.
¿Seguía hablando de Yvonne, acaso? No lo tenía muy claro.
—Eres un chico marcado como mercancía, pero parece que a ella eso no le importa en absoluto —murmuró.
—Marcado como, ¿qué?
—Ya eras especial para Yvonne desde el principio, por eso estaba cien por cien decidida a traerte de vuelta. —Sus ojos se abrieron y sus cejas se elevaron en una mezcla de asombro y comprensión—. Incluso ya desde entonces era de ti de quien estaba... ¿Significa que la única opción que me queda es aceptarte? ¡Vaya tormento!
—Perdone que lo interrumpa, señor Fellner, pero ¿se supone que debería de entender algo de esto?
Haberme atrevido a alzar la voz también bastó para que él girara el rostro hacia mí.
—Lukas, por supuesto. —De manera repentina, optó por extenderme una mano—. Empecemos de nuevo, ¿quieres? Como si apenas hubiéramos entablado conversación.
—¿Cómo sería eso? —dudé.
—Olvida lo que acabo de decir y ya está.
—¿Se refiere a todo lo anterior o solamente la parte en que me pidió fingir un reinicio?
Lanzó un suspiro al aire.
—Anda, jovencito, solo dame la mano.
Fui algo vacilante, pues estaba tan confundido por su cambio de actitud que me tomó algunos segundos aceptarle el saludo.
—Perfecto —se escuchó complacido—, con eso estamos del otro lado.
—¿De cuál lado? —quise entender.
—Fue una insensatez de mi parte haber sido tan descortés... —otra vez dio la impresión de que conversaba consigo mismo—. Ahora que empezamos de nuevo, será más sencillo fijar las reglas.
—¿Cuáles reglas? —Fruncí el entrecejo—. No pienso que me hagan falta más reglas, he memorizado códigos enteros de...
—Las reglas del noviazgo responsable.
¿Noviazgo dijo?
—Escúchame bien, Lukas, esto es lo que harás de hoy en adelante. —Ni siquiera me dio la oportunidad de protestar—. Sé que las decisiones de Yvonne pueden llegar a ser espantosas, pero, regla número uno, lo importante es que tú estés allí siempre para apoyarla.
—¿Piensa que soy novio de su hija?
—Regla número dos: cual sea la emoción que ella esté sintiendo, no le impidas sentirla. Completa libertad sentimental, ¿me oyes? No quiero opresión ni mucho menos alguna clase de burla o prohibición.
No opresiones, no burlas, no prohibiciones... El discurso no me hacía mucho sentido, sobretodo porque en ningún momento me había planteado siquiera la posibilidad de reunirme con Yvonne en más de ocho ocasiones.
—Su mente se enfrasca en una sola opción con facilidad —continuó recitando—, así que, número tres, será parte de tu trabajo hacer que considere otras alternativas.
—No creo que mi trabajo tenga la flexibilidad de incluir...
—Número cuatro: la vas a respetar a cada momento del día y sin importar las circunstancias. —Me miró a los ojos—. Si ella dice no, entonces no hay otra respuesta que no sea "no", ¿está claro? —Apoyó una mano sobre mi hombro, asumí que con el propósito de poner un énfasis en esa última frase—. Harás lo posible por evitar que resulte lastimada. Sin heridas, daños, ni decepciones; esa es la número cinco.
—Tengo una pregunta que hacerle —traté de intervenir.
—La regla número seis tiene que ver más con su impulsividad y...
—Es una pregunta importante —insistí—. ¿Usted confía en su hija, señor Fellner?
—¿Que si confío en ella? —resopló entre carcajadas—. ¡Por favor, por supuesto que lo hago!
—No me lo parece —apunté.
—¿Disculpa?
—No tendría la necesidad de enumerar reglas para mí si usted confiara cien por cien en ella.
Tuve la sensación de que aquello resultó suficiente para molestarlo. Entrecerró los ojos un poco y me observó con fijeza; la misma expresión facial que los detectives de las películas suelen tener al tratar de descifrar las intenciones de su acusado.
—Confío en Yvonne más que en cualquier otra persona —pronunció a regañadientes.
—¿Está seguro de eso? —inquirí.
—Completamente.
—Entonces ¿por qué está diciéndome de qué manera tratarla, como si ella no pudiera especificármelo por cuenta propia?
—Porque soy su padre —respondió enseguida, cruzándose de brazos—, y ella me importa cientos de veces más de lo que alguna vez podría llegar a importarte a ti.
—No estoy aquí para decirle cómo pensar acerca de su hija —aclaré.
—Me parece muy sensato.
—Pero, como padre, debería estar al tanto de que Yvonne posee las herramientas necesarias para tomar una decisión pertinente, que es lo bastante autónoma para no dejar que otros intervengan con sus sentimientos y que todas las posibilidades que concibe están siempre fundamentadas sobre motivos razonables —le espeté a la cara, sin plantearme la idea de censurar mi opinión—. Tiene la capacidad de hacer que cualquiera la respete sin importar el caso y, además de todo, está aprendiendo a notar su propio valor hasta el punto de no permitir que otros la lastimen en ninguna clase de sentido.
—En realidad...
—Es la persona más inteligente que conozco, ¿comprende? Es astuta, gentil y asombrosa —añadí—. Puede hacer lo que sea que se proponga y siempre cuenta con un plan de reserva. Es brillante para identificar soluciones, tiene una fortaleza interna digna de aplaudir y confía con toda seguridad en sus acciones porque es consciente de quién es y quién quiere llegar a ser.
Hubo un silencio.
La pasividad de aquel hombre se extendió durante segundos enteros, tanto tiempo de espera que, incluso, la tardanza de su respuesta se convirtió en el minuto más angustiante de mi día. Las emociones que reflejaba su rostro me parecieron difusas... ¿Enojo, frustración, sorpresa, asimilación o recelo? No tenía idea, aunque pareció ser el factor determinante para que se convenciera de retomar la palabra:
—Eres persuasivo. —Me dedicó una sonrisa curiosa, una que me recordó demasiado al modo en que Philip solía sonreírme—. Eso no te quita lo corrompido, desde luego.
Así, con la imagen de su rostro en mi mente, desperté de improviso estando a la mitad de un panorama de bosque y bajo la luz de una farola pública. Me tomó unos instantes darme cuenta de que estaba de vuelta en la realidad, así como también advertir la presencia del medallón que todavía sostenía entre manos.
Tomé una bocanada de aire, pues tenía el pulso más que acelerado.
Independientemente del objetivo primordial de mi visita, haber obtenido a cambio un set de reglas de noviazgo responsable me parecía una total extrañeza tomando en cuenta que Yvonne apenas se trataba de una conocida. Quizás su padre lo ignoraba todavía, pero ella y yo no teníamos mucho en común además del interés por los libros. Yo era un líder de alto renombre, ella era la hyzcana elegida para cumplir con el rol de infiltrada; cualquier otra posibilidad resultaba tan impensable que correspondía sin reservas a la categoría de lo absurdo. "Absurdo" en sinónimo de disparatado, irracional e inconcebible.
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