Lukas: 18 de diciembre de 2006
Me pregunto si las 8.00 a.m. es el horario más adecuado para estar en la biblioteca sin que exista el riesgo de ser interceptados por otros magos. ¿No sería más sensato estudiar en los itinerarios nocturnos y, así, asegurar que nadie tendría la capacidad de espiar nuestra conversación? ¿Cuál era la probabilidad de que alguien estuviera deambulando por los pasillos justo en el momento en que papá...?
—¿Lukas?
Giré el rostro hacia él.
—¿Qué sucede?
—Por un demonio —maldijo enseguida, llevándose las manos a la cabeza—, más te vale prestar atención cuando estoy hablando.
—Estoy atento.
—Tienes minutos enteros con la mirada perdida —acusó.
—No —me apresuré a negar con la cabeza—, eso no es cierto.
—Estoy harto, ¿comprendes? No voy a repetírtelo.
—Tan solo estaba pensando en las desventajas del horario matutino —le hice saber para calmarlo—. No creo que sea tan eficiente cuando se trata de mantener conversaciones privadas...
—¡Por milésima vez, deja ya de cambiar de tema! —interrumpió a gritos, lo cual me hizo suponer que estaba molesto—. Te necesito concentrado y con la mente cien por cien enfocada en tus responsabilidades.
—Estoy enfocado, solo me pareció que cualquiera podría...
—Deja de balbucear tonterías y presta atención al plan, ¿quieres?
Respiró hondo antes de volver a señalarme el montón de papeles que había dejado dispersos sobre la mesa.
—Retomemos la explicación desde el punto de partida. —Indicó con una mano que mirara los esquemas—. La primera fase está completa; el contacto entre tú y la infiltrada ya se ha establecido de acuerdo con los requerimientos principales del plan.
Infiltrada... Creía conocer el significado de aquella alusión, pero por motivos de garantía, habría que validarlo.
—¿Con infiltrada te refieres a la niña pelirroja que antes era mi novia? —me atreví a preguntar—. ¿Esa niña cuyo nombre no vamos a mencionar en esta charla por razones de distanciamiento emocional?
—Exacto, pues uno permanece indiferente ante las cosas que carecen de nombre.
—Uno permanece indiferente ante las cosas que carecen de nombre —repetí.
—Es lo que acabo de decir, Lukas.
—Las oraciones me quedan más claras cuando las repito para mí mismo —me dispuse a explicar—. Verbalizar me ayuda a ordenar mis pensamientos y a estar seguro de que entiendo bien los significados.
Lanzó un suspiro al aire, luego farfulló:
—Si vas a decir estupideces, entonces mejor no abras la boca.
Bajé la vista. Diferenciar las "estupideces" de las "no estupideces" me parecía una exigencia de carácter complejo. Por eso opté por asentir y omitir todo comentario que no estuviera relacionado con la organización del plan.
—La segunda fase consiste en una primera batalla con la colonia hyzcana —prosiguió—. Es indispensable que se trate de un ataque sorpresa, ¿está claro? El combate quedaría programado para el 23 de marzo de 2013, aunque la fecha podría aplazarse en caso de que surgiera algún inconveniente.
—¿Por la tarde?
—Por la tarde —confirmó con el gesto serio—. Da igual cómo transcurra la batalla, el punto más determinante radica en que el General hyzcano muera durante el enfrentamiento. Eso generará caos entre los miembros de su ejército y se convertirá en un factor decisivo al momento de activar la tercera fase.
—Durante el combate, es parte del plan que yo busque a la infiltrada sin importar dónde se encuentre, ¿verdad? —quise corroborar.
—Así es. La interferencia del medallón que porta suele volver imprecisa a nuestra magia, pero al mismo tiempo, la potencia de sus vibraciones te brindará un rango estimado de localización.
—Entiendo.
—Es probable que también nos veamos en la necesidad de saquear sus almacenes de reserva. —Me echó un rápido vistazo antes de pronunciar la siguiente frase—: No estoy muy seguro de que nuestros recursos sigan siendo suficientes para inicios de ese año.
—Espera —intervine a toda prisa—, ¿con eso quieres decir que vamos a robar?
—El fin justifica los medios, hijo —sonrió—. Es la inspiración misma del gran Maquiavelo.
—Pero... —Adueñarnos de lo que no nos pertenecía estaba mal, ¿no es cierto?—. Eso iría en contra de las normas sociales y legales, incluso sería considerado un delito.
—¿Y?
—Tomar algo sin el consentimiento de la otra persona es injusto.
—¡Bah! —resopló al aire entre risas—. Esas son ideas retrógradas y limitantes.
—¿Retrógradas y limitantes?
—Hacer caso a la moral es perjudicial —me susurró en voz baja—. No solo te arrebata la posibilidad de actuar con completa libertad, sino que también te priva de tomar las medidas necesarias cuando de resolver conflictos se trata.
Es verdad: los argumentos de papá eran siempre objetivos y en vistas del bien común. No existe escenario en que él no tenga la razón, y casi me olvido de mantener eso en mente.
—Entonces... —Hice una pausa para concluir—: No hacer caso a la moral.
—Es la lección más importante de todas —reiteró entre asentimientos de cabeza—. En ningún momento hacer caso a la moral.
—Vale. —Me concedí un instante para escribir eso en mi cuaderno de notas—. No hacer caso a la moral. Lo tengo.
—Bien, porque la tercera fase del plan requiere de tu total atención, ¿me oyes?
—Fuerte y claro —respondí.
—Manipular a la infiltrada no es cosa de juego o suerte, es un conjunto de factores en sincronía que solamente tú estarás en posición de controlar.
—Lo sé. —Lo miré a los ojos—. Esa parte me las has repetido hasta el cansancio.
—¿Conoces las etapas de memoria?
—Sí. —Desvié la vista hacia el techo para forzarme a recordar—. Habré de reunirme con la infiltrada en un total de ocho ocasiones antes de entrar en la cuarta fase del plan.
—Enlístalas para mí —solicitó.
—Uno: acercamiento durante la batalla. Es importante intercambiar su medallón por mi varita para convencerla de entablar una charla conmigo. —Charla o discusión, habría de tratarse de nuestro primer reencuentro después de años enteros de separación. La niña pelirroja es astuta; es mi deber tener cuidado con su carácter persuasivo y sus múltiples intentos por sonsacar información—. Dos: devolverle el medallón y sugerir una alianza a cambio de un acuerdo de paz momentáneo.
—¿Tres?
—Reafirmar mi intención de formalizar la alianza —contesté—. Permitir que se quede con mi varita para probar mi honestidad y proponer soluciones a corto plazo que puedan ayudar a su colonia a recuperar las pérdidas de la batalla.
—Y en la cuatro se restituye...
—... el lazo de confianza. Tengo que ser un apoyo para ella y, al mismo tiempo, plantear la idea de que encontrar una fuente externa de recursos es lo más conveniente para ambas especies. —Según papá, construir una conversación alrededor de temas personales sería un método infalible para generar en ella la sensación de familiaridad—. Cinco: hacerle notar que soy su amigo. Utilizar la varita que dejé en sus manos para aproximarme a la ubicación de su hogar.
—Y es aquí donde escondes las notas en alguna parte de su habitación —añadió.
—En donde escondo, ¿qué? —dudé.
—Las notas anónimas. —Me dedicó un gesto muy parecido a una sonrisa de burla—. Las usaremos para sesgar las decisiones de la infiltrada y encaminarla hacia las conclusiones que deseamos que formule.
—¿Igual a una manipulación inconsciente?
—Bastante similar, sí.
Extendió para mí tanto un bolígrafo de tinta negra como algunos cartoncillos de papel.
—Que estén escritas con tu caligrafía será parte de la estrategia —especificó.
—No entiendo... ¿Quieres que escriba tres diferentes? —Me parecía un detalle un tanto redundante—. ¿Para qué necesitaríamos enviarle tantas cartas?
—En realidad, serán cuatro.
Se aseguró de pasarme también un naipe de Joker.
—Te diré qué escribir en cada una —encogiéndose de hombros, acercó una lista de enunciados a mi lado de la mesa—, será cuestión de que transcribas palabra por palabra.
Me permití posar la mirada en aquella página. Eran oraciones extrañas, lo bastante singulares para estar seguro de que se trataban de mensajes de poca lógica literal:
•Créeme, tendrás una mejor vista desde este asiento.
•¿Me extrañaste?
•Solo el más fuerte sobrevivirá.
•Di que sí y entra en el juego.
—Fírmalas bajo el nombre de "Anónimo" —me exigió también.
—No entiendo ninguna —confesé, alzando la vista hacia él—. Ni siquiera me hacen sentido.
—Confía en mí, ¿de acuerdo? Son indispensables.
—Y ¿para qué usaremos el naipe?
—Es para la última nota. —Soltó una carcajada—. Será un detalle teatral.
El teatro le fascina a papá, aunque solo porque la posibilidad de cambiar de rol le parece divertida. Dice que las puestas en escena sacan a relucir las verdaderas emociones y que, con el compromiso suficiente, la vida real podría llegar a convertirse en una bella expresión artística.
—Vale, entonces en la quinta reunión escondo las notas anónimas —resumí—. En la sexta le revelo la existencia del núcleo de oro y le planteo la posibilidad de invadir la reserva privada.
—Correcto.
—En la séptima me aseguro de que la estrategia tenga más firmeza. Es importante que ella colabore en la organización de cada punto del proceso porque...
—... de ese modo se verá más inclinada a llevarlo a cabo —completó él mientras asentía—. ¿Qué hay de la última reunión, eh? No me hagas perder el tiempo con divagaciones.
—Habré de usar la octava para aclarar sus dudas y convencerla de comunicar la estrategia a su General.
—Detalles más, detalles menos —convino, satisfecho con mi respuesta—. Estudia las alternativas que propongo respecto a una visita rápida al interior de su colonia.
—Vale.
—Terminadas las ocho reuniones, la alianza política se vuele el tema central de la cuarta fase —puntualizó con rapidez, señalando la siguiente parte del esquema—. Teniendo a la infiltrada de tu lado y habiéndola convencido de la necesidad de formar un pacto, entablar un acuerdo de guerra con el nuevo General será cosa de niños.
¿Cosa de niños? Juguetes, dulces, muñecos de felpa, parques de diversiones... No tenía idea de a qué se refería.
—La fase número cinco no es más que la batalla conjunta en contra del clan de las hadas —continuó explicando—. Nuestros magos deberán pelear bajo la premisa de que se respetará la alianza con la colonia hyzcana.
—¿Hasta qué momento habré de romper el pacto? —quise saber.
—La sexta fase, traición intencionada, comienza una vez las SS se hayan rendido o hayan quedado casi derrotadas.
—No me queda muy claro —volví a poner aquellas hojas sobre la superficie de la mesa—, quiero decir, ¿no sería mejor ahorrarnos esa batalla y simplemente vencer al ejército hyzcano por nuestra cuenta?
—Necesitamos el núcleo —argumentó en contra—. Si no incrementamos el número de nuestro batallón, no encontraremos la forma de robarlo. Es una fuente infinita de recursos, indispensable para nuestros proyectos a futuro.
—¿Te refieres a la séptima fase?
—La creación del nuevo imperio es una inversión a gran escala —dio la impresión de que estaba emocionado—. Apropiarnos del núcleo nos proveerá de fondos inagotables, pero al mismo tiempo, nos permitirá disponer de las fuerzas de las SS.
Porque ese tal "núcleo de oro" era un conjuro sagrado, al menos era eso lo que papá solía decir. Una fuente de adoración que obligaría a las hadas a quedar a merced de cualquiera que fuese su nuevo propietario.
—¿Para qué querríamos a las hadas como nuestros guardias? —inquirí.
—Las SS solían estar conformadas por asesinos, Lukas. Eran soldados leales al partido, crueles y salvajes... Ahora no son más que una bola de cobardes traicioneros. —Apretó la mandíbula y colocó los puños sobre la mesa, tal como lo haría un hombre encolerizado—. La indignación es mucha, pero las soluciones pocas. No tenemos ninguna otra opción además de aprovecharnos de sus habilidades para darle fin a la colonia hyzcana.
Un segundo... ¿Darle fin a la colonia hyzcana? ¿No significaba eso un sinónimo imperioso de "exterminio"?
—Espera, ¿qué? —pregunté al momento.
—Deshacernos de ellos, hijo, acabar con su influencia y expansión de una vez por todas.
—Hablas de... ¿matarlos? —No podía estar esperando que aquello se cumpliera al cien por cien, ¿o sí?—. ¿Matarlos en un significado figurativo?
—Más bien en un significado literal —corrigió.
—¿Lo que estamos haciendo ahora es planear el asesinato de su colonia?
—¡Pues claro!
No tardé ni un par de segundos en levantarme del asiento.
—No puedes estar hablando en serio —repliqué con el gesto serio.
—¿Por qué no?
—Porque hay cientos de personas allí —le recordé—. Hombres, mujeres y niños.
—Da igual mientras sigan tratándose de la raza inferior. —Se encogió de hombros—. Son fenómenos mediocres y repulsivos. Existen para quedar debajo de quienes realmente merecen vivir.
—Pero Yvonne... —Negué con la cabeza para reformular mi oración—: Digo, la infiltrada... —¿Estaba obligado a incluirla también?—. Ella es hyzcana.
—¿Y?
—Ella no es mediocre ni repulsiva —alegué.
—Ah, ¿no?
—Ella es noble, inteligente y...
—Y una completa abominación.
Se puso de pie hasta que consiguió rebasarme la altura. Después de eso me obligó a sostenerle la mirada; unos segundos de silencio que no hicieron más que forzarme a volver a mi asiento.
—Es una chica traicionera y mentirosa —masculló—, ¿o acaso lo has olvidado?
—No —contesté sin demora.
—Te abandonó, Lukas. Te humilló, te defraudó y te engañó.
—Ni siquiera es una amiga, lo sé. —Cerré los ojos, solo porque necesitaba apartar de mi mente aquella última vez que vi su imagen en el reflejo de un portal—. Pero aún con eso, no creo que matarla sea lo más correcto.
—Sin hacer caso a la moral, ¿recuerdas?
—Fue una pésima novia —me dije a mí mismo—, pero eso no significa que sea una mala persona.
—Los artificiales no son personas —refunfuñó.
—Hitler también pensaba que los judíos no eran personas, y esa confianza ciega en sus creencias terminó tornándose en su propia...
—¡Los artificiales no son personas!
Cerré la boca. Jamás le había visto tanta ira manifestada en el rostro... Las líneas curvas de expresión, la tensión en el entrecejo, los labios apretados y la mirada penetrante; todo en él denotaba su descontento con la misma precisión que una fotografía estereotipada de enojo.
—Son experimentos de laboratorio, Lukas, ¡fenómenos inhumanos sin alma ni cabeza!
Mi vista se posó sobre la parte final del esquema: "creación de campos de concentración y ampliación de terrenos", "captura y exterminio de hyzcanos dispersos", "uso indeterminado de los escuadrones de las SS como fuerzas de sometimiento"... Se trataban de las mismas estrategias, aquellos mismos planteamientos que, hacía años, terminaron dividiendo a la humanidad en más de un sentido.
—Quieres repetir el holocausto —concluí—, y eso podría ser un grave error.
—¿Disculpa?
—Recuerdas lo que la Segunda Guerra le hizo al mundo, ¿no? —Me convencí de levantar la cabeza—. Los libros lo explican claro y a detalle.
—¿Y qué hay con eso? —Enarcó una ceja.
—Con una tercera guerra, lo único que conseguirás será destruirnos a todos —advertí.
—No soy estúpido, hijo —se mofó, cruzándose de brazos—. Jamás pensaría en dañar a mi propio pueblo.
—Hitler tampoco intencionaba lastimar a sus soldados, pero lo cierto fue que los dañó a todos con solo darles la orden de convertirse en asesinos.
Quizás fue atrevido pronunciar eso último en voz alta, aunque por lo menos logré hacer que se sentara a las orillas de la mesa. La expresión de su gesto hablaba por sí misma: ahora no solo estaba enfurecido, sino también extrañamente sorprendido.
—Los homicidios en masa no son tragedia, son estrategia —gruñó—. Son números, no personas.
—¿Un millón de muertes es estadística? —insistí en cuestionar.
—Incluso Stalin lo sabía.
—Vale —le dirigí una sonrisa forzada—, pero ahora ese sujeto está muerto, ¿no?
Entonces fui yo quien se tomó la libertad de sentirse molesto. Ni siquiera lo dudé antes de levantarme del asiento y darle la espalda, asumiendo con consciencia los riesgos que ello implicaba.
—Mis motivos se elevan sobre tus objeciones, Lukas —lo escuché decirme desde la distancia—. Y la mejor parte es que tú no tienes voluntad alguna, sino la obligación absoluta de obedecer.
No me volví hacia él. Continué andando en dirección a la salida, seguro de que aquello me costaría un par de golpes en el rostro y alguno que otro día sin disponibilidad de alimento. Fuera como fuese, el dolor físico no me parecía relevante comparado con la idea de hacerle ver que yo no estaba de acuerdo con esa fase del plan. Podía dejar de lado mi racionalidad y poner mi fe en sus criterios, pero nunca terminaría por convencerme de que repetir los errores del pasado sería la mejor forma de planear nuestro futuro.
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