Lukas: 14 de mayo de 2013
Soy bueno para interpretar un rol de malvado. Puedo actuar; me resulta sencillo poner cara de indiferencia y, cuando me lo propongo con anticipación, puedo implementar algunas estrategias para mantener un control temporal sobre mis propias emociones. Tan solo había que ser el mismo chico imperturbable que, durante años, papá me había demandado que fuera: alguien temerario, cruel e inexorablemente despiadado.
De momento, digamos que me he convertido en el verdadero antagonista de esta historia.
"Sé el ejemplo a seguir", "Carga con el peso de tus responsabilidades", "Obedece sin pensar", "No hay espacio para mediocridades, tienes la obligación imperiosa de ser el mejor"... Papá no era del tipo de hombres que solieran conformarse con facilidad. Siempre, a cada segundo del día, exigía más de mí: más ágil, más poderoso, más inteligente, más insensible. "Deja ya de llorar, Lukas, puedes hacer eso y mucho más"... No. Lo cierto era que no, pues ya estaba dándolo todo para cuando él me forzaba con golpes a levantarme del piso.
Por eso mis nervios no aguantaron más.
En épocas anteriores, me creía todo lo que le escuchaba decir. Si él argumentaba que nosotros éramos más valiosos que un ser artificial, no lo cuestionaba; si él establecía como prioridad restaurar el honor de nuestra familia, no lo ponía en duda. "Solamente unos pocos tienen el valor de hacer lo indispensable con tal de limpiar a este mundo de quienes lo ensucian con su presencia" acostumbraba repetir, y me da pena confesar que, por un tiempo, eso también se lo creí. Era mi padre, ¿no? Estaba seguro de que no me quedaban muchas opciones además de seguirle las órdenes y decir a todo que sí.
—¡Caracoles, es justo como dijiste! —exclamó una voz aguda—. ¡Sí era un atajo!
Desvié la vista hacia el otro lado del río, justo a tiempo para verlas a ambas cruzar entre pasos vacilantes por el primer portal. Mi muy amada compañera... Ella lucía distinta. No solo porque el rostro se le notaba desgastado por causa de las lágrimas, sino porque en verdad daba la impresión de que no era la misma Yvonne. Sus movimientos parecían rígidos, su expresión estaba estancada en una mueca de seriedad y se sujetaba con firmeza de la mano de Annaliese, igual que si se tratara de su única posesión restante. Todo eso, en conjunto, hacía que me doliera el pecho como nunca antes lo había hecho.
—Era necesario, Lukas —me repetí mientras las observaba detenerse a las orillas del segundo portal—, era necesario.
Yvonne consistía en la mejor estratega que conocía, y era consciente de que hacer uso de su ingenio podría marcar la diferencia entre la victoria y la derrota. Pues sabía muy bien en quien tenía puesta mi esperanza, y estaba convencido de que era lo suficientemente astuta para modificar el curso de una batalla.
¿El fin justifica los medios? Quizás había evitado una catástrofe para la especie hyzcana, pero a cambio había hecho llorar a la persona que en este mundo más apreciaba. Entre todo, ¿cuál era la peor parte? Haber tenido que lastimarla de la forma más cruel que me vino a la cabeza. No solo le confesé aquello que sabía que podría herirla, sino que realmente destruí toda la confianza que, alguna vez, estuvo dispuesta a depositar en mí. Rompí con nuestro código de acuerdos, y lo hice de la manera más cínica. Le fallé. La abandoné por segunda ocasión. Compartió todo conmigo y, aun así, la defraudé. ¿Hasta qué punto el fin justifica los medios? Tal vez sea una de esas preguntas que, aún por más que se piensen, siguen careciendo de respuesta.
Yvonne me odia ahora, lo sé. No por eso pienso dejar de actuar exclusivamente con lealtad hacia ella.
—¡No entiendo, Yvonne! —oí gritar a la niña antes de que su rostro se desviara en mi dirección, de allí que me apresurara a retroceder unos pasos para quedar mejor oculto detrás de los árboles.
Según mi papá, los hyzcanos eran razón suficiente para que el mundo se viera debilitado en todos los sentidos. Consideraba que la mezcla entre artificiales y especies naturales era una abominación, un acto que afectaba la pureza de nuestra raza... Era gracioso pensar que fui justo yo (su propio hijo) quien menos caso hizo a su inflexible jerarquía de estándares sociales.
—Anda, vamos —escuché hablar a Yvonne al tiempo que se decidían las dos a cruzar por el segundo portal.
Con eso último, fui capaz de afirmar que las circunstancias sucedían cien por cien de acuerdo con el plan. Mi plan. Ella no tardaría en llevar la información hasta oídos del General y, sabía muy bien, bastaría con que nuestra traición saliera al descubierto para que él no dudara en poner en marcha una estrategia de retirada.
Tenía intenciones de aguardar a las orillas de la carretera durante unos minutos más, pues necesitaba que la noticia se difundiera entre todos los miembros del ejército hyzcano. Me senté a un costado del muro de rocas con todo el propósito de retrasar mi intervención. Al menos así lo hubiera hecho de no ser porque un llamado repentino me hizo cambiar de parecer:
—¿Lukas? —La voz de la chiquilla me sobresaltó del susto, en especial porque ni de chiste esperaba verla encaminar sus pisadas hacia mí—. ¡Lukas! Sí, ¡sí que eres tú!
—¿Annaliese?
—¡Ya estaba empezando a preocuparme por ti! —suspiró—. No te veía por ningún lado e Yvonne solo estaba dice y dice que dejara de...
—¿Cómo supiste en dónde encontrarme? —Me di prisa en ponerme de pie, todavía dudando si hablar con ella sería lo más correcto—. Se supone que estarías con Yvonne o, como mínimo, en algún otro sitio que sí fuera seguro.
—Ella dijo que tendría que volver sola a la colonia —respondió, encogiéndose de hombros.
—¿Sola? —Me sorprendí.
—Piensa que voy a tener ayuda para regresar, por eso estoy segurísima de que esta cosa me trajo hasta ti.
—¿Qué cosa?
—El medallón. —Me mostró la cadena que colgaba de su cuello: un accesorio de rubí idéntico a la reliquia familiar de los Fellner—. Muestra a los guardianes una guía para evitar que se equivoquen de camino. Da pistas y hace que veas imágenes en tu cabeza, así ya sabes con quiénes no debes hacer amigos y por dónde no...
—Espera —la interrumpí, sin poder creer lo que escuchaba—, ¿Yvonne te nombró guardiana del medallón?
—Sí. —Ladeó un poco la cabeza—. Bueno, eso creo.
Lancé al aire un suspiro de agobio, pues había armado mi plan contemplando que aquella reliquia le serviría a Yvonne como protección durante el tiempo que se hallara del otro lado del portal.
—Por un demonio —aceleré mis pasos en dirección a las orillas de la carretera—, ¡odio tener que improvisar!
—¿Adónde vas? —me preguntó la niña.
—Al mismo lugar que Yvonne.
—¿A la reserva esa de Bélgica?
—No pienso dejar que alguien la lastime —traté de hacerle entender—, el lugar estará repleto de magos que todavía no...
—¿Majestad?
Me detuve de golpe, pues con llevar mi vista hacia el frente del camino bastó para reconocer al muchacho que acababa de detenerse a pocos metros de nosotros. Sentí a la niña pararse detrás de mí, aferrándose a la manga de mi uniforme con la misma firmeza que alguien consciente del peligro tendría.
—Pensé que... —vaciló aquel joven—. Pensaba que estaría liderando el combate, majestad.
—¿Qué estás haciendo aquí, Derek? —alcé la voz para cuestionarlo.
—Norman canceló la misión de nuestro escuadrón —contestó—. De repente dijo que había recibido órdenes suyas y que habríamos de suspender la búsqueda del núcleo... —Hizo una pausa—. Tan solo quería asegurarme de que fuera verdad, aunque no esperaba encontrarme con usted a las afueras de los portales.
—Hubo un cambio de planes —me limité a decir—. Las órdenes de Norman son correctas, ¿vale? De momento, es importante que pospongan la misión porque los necesito a todos en el campo de batalla.
—¿Un cambio de planes? —dudó.
—Existen rumores de que el ejército hyzcano está por modificar su estrategia de ataque.
—Modificar su estrategia de... —Parpadeó varias veces para luego llevarse una mano a la frente—. Diantres, no cree usted que estén sospechando de los términos de nuestra alianza, ¿o sí?
—Desconozco la probabilidad, Derek, pero es justamente por eso que requiero de los servicios de cada escuadrón. Su presencia en el campo podría marcar la diferencia.
—Entiendo.
—Informa a tus subordinados y acata los comandos de tu superior, ¿vale? —Le dirigí un asentimiento de cabeza—. Es indispensable que retomes la formación lo más pronto posible.
—Lo haría, majestad, es solo que... —Su mirada se posó sobre la pequeña Annaliese, todavía aferrada a mi brazo derecho mientras se esforzaba por mantenerse oculta detrás de mi espalda—. Creí que era un deber de nuestro ejército capturar a todo hyzcano que... Ya sabe, que anduviera por el área.
La chiquilla me sujetó con más fuerza en cuanto escuchó pronunciar esas palabras.
—Las detenciones se llevarán a cabo hasta que concluya el día —improvisé.
—¿Hasta entonces, majestad? —Elevó las cejas y entrecerró los ojos—. Durante las reuniones de planeación se especificó muy claramente que habríamos de aprovechar la mañana para capturar a todos cuantos pudiéramos.
—¿No escuchaste lo que acabo de decir? —insistí.
—Me refiero a que las instrucciones del Concejo fueron bastante específicas.
—Pero eso no significa que no puedas hacer lo que yo mande en su lugar, ¿o sí?
Vi la vacilación reflejada en su rostro. No tenía pensado contradecir mis órdenes, aunque tampoco lucía muy conforme con la idea de subestimar la autoridad del Concejo. Una insubordinación de tal magnitud... Por lo general, las consecuencias solían ser fatales. En ese momento, no dijo ni hizo nada además de sacar la varita de su bolsillo, aunque percibir sus movimientos sutiles de muñeca sí que, a lo menos, resultó suficiente para intuir lo que planeaba.
—Sé lo que piensan los otros miembros del Concejo, Derek —me alejé unos pasos de la niña, apartándome con lentitud para evitar que aquel soldado interpretara mi desplazamiento como una posible señal de alerta—, pero eso no hará que cambie de opinión.
Él me miró con el ceño fruncido, no muy seguro de que dudar de mí fuese la decisión más sensata. Más allá de que optara o no por atacar, de mi parte no estuve muy dispuesto a simplemente correr el riesgo.
Así que fui yo quien atacó primero:
Me apresuré a establecer una conexión con la tierra antes de utilizarla como recurso y enterrar la mitad de su cuerpo bajo la superficie del suelo. Mi manipulación repentina no solo le obstruyó la movilidad de las piernas, sino que también le llevó a perder su varita.
—P-pero, ¿qué...? —titubeó, confundido—. ¿Qué diantres está haciendo, majestad?
No tuve idea de cómo justificar mi reacción. Estaba en el entendido de que no deseaba poner en peligro a la niña, pero verla prestar atención al recorrido de aquella varita me hizo caer en cuenta de que haber iniciado una pelea se trató, en realidad, de la peor forma de protegerla. El objeto rodó hasta chocar contra la base de un pino, terriblemente cerca del mago que todavía luchaba por liberarse de mi trampa de tierra. Lo que estaba por suceder me vino a la cabeza más como una advertencia que como un presentimiento: Annaliese ya se dirigía con velocidad hacia aquel sitio, y lo hacía al mismo tiempo que el muchacho desenterraba del suelo una de sus manos.
—¡No, Annaliese! —le grité—. ¡Regresa ahora mismo!
Fue demasiado tarde para correr detrás de ella. La chiquilla se había echado al césped en busca de la varita a la par que Derek estiraba un brazo con la misma intención. Fue sencillo adivinar quién la alcanzaría primero, y todavía más deducir el desastre inminente que ocurriría a continuación.
Vi el pánico reflejado en el rostro de la niña, la angustia al percatarse de que no llegaría a tiempo y el terror de hallarse justo frente a quien no dudaría en matarla... Teniendo la certeza de que importaba más su seguridad que la mía, no me permití vacilar antes de colocar una mano sobre la tierra y concentrarme en localizar las cepas del pino más cercano. Cerré los ojos, solo mientras trataba de establecer una conexión con las enredaderas que yacían por debajo. Una vez identificada la trayectoria correcta, no me quedó otra alternativa además de obligar a la planta a utilizar sus raíces para levantar la varita, envolviéndola con fuerza hasta partirla por la mitad.
El sonido de aquella ruptura hizo que ambos giraran el rostro hacia mí. Annaliese formó una mueca de alivio, mas fue Derek quien me observó con la boca abierta, alternando la vista entre mis ojos y los trozos de madera que habían quedado tendidos sobre la superficie del césped.
—Diantres... —murmuró él—, tiene que ser una broma. —Soltó una carcajada ahogada para después levantar la mirada hacia mí—. ¡Dime que es un chiste, maldita sea!
—Yo no estaba... —Tragué saliva de manera audible—. No era mi intención, Derek, tan solo estaba...
—¡La rompiste en pedazos! —recriminó.
—Lo lamento, en serio creí que...
—¿Lo lamentas? —inquirió en tono de burla—. ¡Tu trabajo es defender a los miembros de tu propia especie, imbécil!
Retrocedí unos pasos, pues de pronto resultó evidente que el único culpable de tal confusión se trataba de mí. Me sentí preocupado, puede que también algo espantado por la forma en que, así sin más, acababa de arrebatarle su magia a un simple muchacho.
—¿Lukas? —me llamó la niña al mismo tiempo que se ponía de pie—. Estás oyéndome, ¿verdad?
Era un delito, un acto atroz que no tenía cabida para alguien con una posición como la mía. Porque, sin lugar a dudas, aquella elección trascendía los límites de mi moral en un sentido que tampoco hallaba el modo de justificar. Sumado al peso de mi conciencia, ¿acaso ello implicaba que estaba convirtiéndome en el villano no solo de una, sino de ambas versiones de la historia?
—¡Eres nuestro líder! —continuó quejándose Derek desde la distancia—. ¡El único mago que tiene la obligación de defendernos eres tú!
—No lo escuches, Lukas. —Caminando con lentitud hacia mí, Annaliese insistió en que desviara la vista hacia ella—. No pasa nada, ¿sabes? —trató de argumentar—. Solo era una varita y ya.
—¿Una varita y ya? —me pregunté a mí mismo.
—Solamente era madera.
—Madera repleta de magia —apunté.
—Me elegiste en lugar de a un mago —constató ella mientras parpadeaba varias veces—. De no ser por ti, creo que... Me elegiste porque soy tu nueva hermana, ¿verdad?
Se abrazó a mí casi enseguida, rodeándome por la cintura en una demostración de agradecimiento. Para mi sorpresa, bastó con que le prestara toda mi atención a sus afectos para que el sofoco que antes sentía en el pecho se intercambiara por una impresión inexplicable de calidez.
—Nunca voy a olvidarlo —musitó, reprimiendo un sollozo a la par que recargaba la frente contra mi abdomen—. Perdóname, creí que los dos estaríamos a salvo si le quitaba la varita.
—No, Annaliese —negué con la cabeza, pues ella no había hecho nada malo—, no te disculpes conmigo.
—Pero si hubiera...
—No lo hiciste a propósito —repuse para dejar en claro.
—Fue culpa mía porque no llegué a tiempo —se reprendió.
La aparté un poco para hacer que me mirara a la cara.
—Fuiste muy valiente, ¿vale? —ocupé mis esfuerzos en calmarla, olvidándome de todo lo demás.
—¡Pero tuve muchísimo miedo, Lukas!
—¿Y? —minimicé—. Fuiste una valiente con miedo, es lo normal. Significa que eres toda una guerrera y, créeme, fue un honor haber peleado junto a ti.
—¿De verdad? —Asomó una pequeña sonrisa entre su montón de lágrimas—. ¿Una guerrera?
—Al cien por cien —le garanticé.
—¡Claro, será mejor que consueles a la pequeña! —exclamó Derek entre carcajadas sonoras—. ¡Podrían confundirla con un mago de tercer rango si insistes en protegerla de ese modo!
Tomando a la niña de la mano, no lo pensé dos veces antes de llevarla conmigo y retomar la caminata de vuelta a los límites del bosque.
—Tienes que irte de aquí, Annaliese —y entre más pronto, mejor—. Lo sabes, ¿cierto?
—Sí —coincidió—. Entiendo que no es seguro.
—Regresa a la colonia, te prometo que ese chico no podrá seguirte.
—Pero ¿cómo voy a hacerlo si no sé por dónde ir?
Ella tenía razón: no había manera de dejarla marchar sin antes contar con la certeza de que seguiría la ruta correcta. Mi tiempo se agotaba de poco en poco; sin embargo, mientras me concedía un instante para pensar en qué hacer, mis ojos se desviaron hacia la arboleda del fondo. A unos metros de distancia, un oso pardo paseaba con calma entre la maleza, olfateando las hierbas de alrededor justo en el momento perfecto en que más hacía falta un guía.
—Puede que tenga una idea, Annaliese —le anuncié entre murmullos.
—Una idea, ¿para qué?
—Para que puedas volver a casa sin complicaciones. —Dejé que una sonrisa se formara en mi rostro, aunque no precisamente por las razones que ella creía conocer.
—¿Vas a llevarme tú hasta allá? —se escuchó aliviada.
—Más bien será un amigo mío quien lo hará —rectifiqué.
—¿Un amigo tuyo? —Entrecerró los ojos un poco—. Si recuerdas que yo no le caigo bien a ninguno de los otros magos, ¿verdad?
—¿Y quién dijo que se trataba de un mago?
Enfoqué la vista en aquel gran oso hasta conseguir que sus ojos se cruzaran con los míos. Un negro ausente y profundo; una oscuridad dotada del mismo brillo que suele distinguirse en las pupilas cuando los sentidos se centran con determinación en un solo objetivo. Esa atención tan incondicional se convierte, entonces, en algo más significativo de lo que uno alcanza a percibir.
La conexión activa con un ser vivo abre camino hacia la imitación. Mis emociones se entremezclan con las suyas, uniendo nuestras experiencias en un lazo momentáneo que no solo me permite a mí asignarle comandos, sino que, al mismo tiempo, le permite al animal tener un acceso superficial a mi propia conciencia. El afecto por una persona no es una sensación que estuviera acostumbrado a transmitir, pero al menos esperaba que el oso pudiera captarla como un motivo suficiente para mantener a la niña bajo su cuidado.
—No entiendo —decía ella—, ¿tienes otros amigos que no son magos?
—Tengo otros amigos que son osos —farfullé.
—¿Osos?
—Ese de ahí, por ejemplo. —Le señalé al animal que, según el mandato que acababa de ordenarle, ya se ocupaba de venir hacia nosotros.
Echando un vistazo por encima de su hombro, Annaliese abrió la boca con sorpresa al toparse cara a cara con el gran animal que aguardaba detrás de ella.
—Será un excelente compañero de viajes —un par de palmadas en el cuello de mi nuevo amigo y con eso bastó para demostrar que era inofensivo—, será como si fuera yo mismo quien te estuviera guiando.
—¿Lo estás diciendo en broma? —inquirió ella, todavía con la boca abierta.
—No, para nada.
—¿Significa que este oso —volvió a echarle un vistazo—, aunque sea solo un oso, va a acompañarme en serio hasta la entrada de mi casa?
—El mejor transporte de todos, ¿no te parece?
Girando el rostro hacia mí, fui testigo de cómo le cambió el gesto por una mueca de entusiasmo. Enseguida soltó un chillido de alegría, apresurándose a cambiar de posición para colocarse junto al lomo del animal.
—No puedo creerlo, ¡un oso de verdad será mi guía! —exclamó entre sobresaltos.
—Mantente siempre cercana a él y tan solo sigue sus pisadas —condicioné.
—No pienso perderlo de vista por nada del mundo —garantizó con la mano en alto.
—Si por algún motivo llegara a perder la conexión con él, seguramente lo notarás.
—¿Cómo?
—Es probable que el medallón te lo advierta —le hice saber—. En ese caso, lo único que deberás hacer será continuar andando en la misma dirección... Oh, y hay una cosa más. —Casi me olvido del detalle más importante de todos: era consciente de que la oportunidad de pedir perdón a mi compañera estaba, de algún modo u otro, más al alcance de Annaliese que de cualquier otro—. Por favor, asegúrate de que Yvonne reciba esto, ¿vale? Es un regalo de mi parte.
—Un regalito, sí. —Entrelazó las manos detrás de su espalda.
—Bueno, más bien se trata de un intento inútil de compensación.
Sacándola del bolsillo de mi uniforme, extendí hacia ella la última rosa azul que había contemplado preparar con antelación. La había reservado para alguna ocasión especial, tal vez porque, en el fondo, me parecía que la probabilidad de perder mi magia durante la batalla sería bastante alta.
—Compensación, ¿por qué? —curioseó.
—Por no haber sido capaz de corregir algunos errores a tiempo. —Mantuve la mirada gacha.
—Pero... —lo reflexionó por un momento— a Yvonne no le importan tanto los errores.
—Ah, ¿no?
—A veces, cuando no era cuidadosa y le arruinaba por accidente algunos dibujos de acuarela, me perdonaba fácil si le decía la verdad. —Se encogió de hombros, prestando atención a la rosa—. Yvonne siempre dibujaba flores iguales a esta.
Sonreí, aunque no me di cuenta de que lo estaba haciendo hasta que la niña me devolvió el gesto.
—Estoy seguro de que nos veremos muy pronto, Annaliese —se trataba de una mentira—, tal vez incluso antes de que tengas la oportunidad de hacerle llegar este obsequio.
—Se lo daré —prometió—, ya lo verás.
Le revolví el cabello a modo de despedida y, recordando que sería vital intervenir en el campo cuanto antes, me obligué a retroceder unos pasos sin haber apartado la vista de ella. Me dirigió el ademán simbólico que suele acompañar por añadidura a la palabra "adiós". Al no estar siquiera en posición de contemplar su partida, me limité a ordenarle al animal que comenzara la marcha para asegurar que llegaría a casa lo más pronto posible.
Para cuando llevé mis pisadas de regreso a la frontera, fui capaz de percibir la mirada de aquel antes mago (ahora humano) sobre mí. Estaba seguro de que me observaba con una emoción predominante de rencor, lo sabía por la forma en que sus cejas se fruncían y sus labios se apretaban con fuerza, mientras sus ojos se entrecerraban de un modo fulminante. Crucé la carretera evitando verlo a la cara. No por causa de timidez, sino por causa de vergüenza.
—No me queda mucho qué decir además de reiterar cuánto lamento todo esto —opté por disculparme.
—¡Desde luego! —bufó Derek—. Una disculpa lo arreglará todo, majestad.
—Me apena confesar que no estaba anticipando las consecuencias de mis acciones con completa sensatez.
—Por ser de tercer rango, ¿crees tener el derecho a actuar por impulso? —Volvió a reír, negando con la cabeza—. Para alguien como tú, es todo lo contrario.
—Y es justo por eso que nunca es bueno improvisar —sentencié para mí mismo.
—¿Acaso tienes la mínima noción de lo que implica ser el líder de una comunidad como la nuestra?
Continué avanzando en su dirección con el propósito de romper la conexión que todavía mantenía activa con el pino detrás de él; sin embargo, pegar las rodillas al césped bastó para que Derek se sobresaltara del susto, alejando el cuerpo de mí como si por un perverso mago me tomase. Lo observé de frente, pero lo único que pude distinguir fue el miedo reflejado en cada parte de su rostro... La misma expresión que solía caracterizar a los miembros del Concejo cuando mi padre les miraba a la cara.
Bajé la vista, quizás aún más aterrado que él.
—Conozco a detalle todo lo que conlleva estar en el puesto y... me parece que requiere de alguien que esté dotado de espíritu crítico. Alguien que aprenda a pensar por sí mismo y que, dejándose guiar por la nobleza, esté en plena conciencia de que una opinión jamás podría ser confundida con una verdad absoluta.
Derek no respondió a ese último comentario. Desvió la mirada hacia el río y tan solo se resignó a permanecer callado. Por mi parte y habiendo separado mi magia del montón de raíces, me di prisa en ponerme de pie para echar un vistazo a mi reloj de muñeca: aquel percance había robado ya 13 minutos de mi tiempo disponible, 780 segundos que iban bien definidos por la marca de la mala suerte.
Porque el 13 es el número de la desgracia que suele encontrarse en cada maldito lado.
Un 8 de noviembre de 1939 (a punto de que las circunstancias para el mundo empeoraran), Hitler se había reunido en München con muchos de sus seguidores por motivos de una celebración. Por causa de alguna eventualidad, tomó la decisión de marcharse antes para dar paso a que el festejo continuara sin su presencia. Momentos después, una bomba explotó en el sitio. Hubo muertos y heridos, pero Hitler se libró del estallido en una coincidencia que solo estuvo delimitada por 13 minutos de diferencia.
Lástima, ¿no es cierto? 780 segundos más que hubiera esperado en su asiento y las circunstancias del ahora serían con certeza distintas a los horrores que, como comunidad, estamos acostumbrados a soportar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro