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Emma: 3 de febrero de 2006

Philip Rosenbauer era todo lo contrario a malvado. Era el único mago que me atendía y me escuchaba, el único que olvidaba que yo no pertenecía aquí. En ocasiones, se refería a mí como "el accidente necesario", la chica cuya vida no estaba destinada para esto, pero que traería consigo una nueva forma de ver las cosas. Que conste que yo nunca estuve de acuerdo con aquella interpretación. Tanto para el líder como para el resto de la comunidad, Emma no era más que una inútil humana. Y me habían hecho creer que así lo era.

"—Cada noche me pregunto quién soy realmente, Philip —le confesé alguna vez—. No tengo magia, pero tampoco tengo permitido apartarme de la comunidad mágica; dicen que no soy su prisionera, pero apenas me dejan salir del subterráneo.

—Si no lo sabes todavía, entonces con menos razón los dejes decidir por ti —me respondió—. Nunca estarás libre de condiciones que te determinen, mas depende de ti si te sometes a ellas o si te concedes la oportunidad de superarlas".

Philip nunca hablaba de hechizos, varitas o encantamientos; en su lugar, me recordaba con constancia que parte de la magia también estaba al alcance de los humanos:

"—La hallarás a través de acciones del corazón. Se encuentra en aquellos actos de amor que nos permiten descubrir que estamos hechos de magia."

Al principio, me llené de ánimos con solo escucharle tal frase; más tarde, me di cuenta de que era solamente él quien pensaba de esa manera. ¡Vaya decepción la que me llevé! Parece ser que no es suficiente con creerte valiosa en un mundo donde todos los demás tienen la intención de demostrarte lo contrario.

Entonces llegó otro de esos días en que el encierro se volvió insoportable. Una vez más, ansiaba con todas mis fuerzas salir de aquel hoyo, explorar más allá de lo que había a mi alrededor o, como mínimo, sentir la brisa del viento contra mi cabello.

Juro que en serio me sentía desesperada.

La ilusión de asfixia estaba matándome, aunque haber sido presa de la impaciencia por lo menos bastó para que Philip aceptara abrir mi celda con tal de obsequiarme un par de minutos al aire libre. Me dijo que no habría problema con que vagara por el sitio y anduviera por las calles del pueblo, siempre y cuando él permaneciera a mi lado... Nunca añadió a su línea de condiciones la parte en que me prohibía visitar los campos de entrenamiento de detrás del palacio.

—Qué barbaridad, Emma, ¿a dónde condenados crees que vas? —me reprendió el anciano desde la distancia, en especial cuando reparó en la verdadera dirección de mis pasos.

—¡Tan solo quiero verlos hacer magia! —me excusé.

—Ver, ¿a quiénes?

—A los grupos de estudiantes —especifiqué—. Dijiste que era aquí donde practicaban.

—¿Y qué clase de sentido tendría presenciar algo como eso?

—Tal vez pueda aprender algunos de sus trucos si me dedico a observarlos por un tiempo.

Me precipité y aceleré mis pisadas. Hasta cierto punto, era consciente de que no era así como funcionaban las cosas: uno nacía con magia o sin ella, no había mayor ciencia en el derecho a portar una varita. Sin embargo, tenía la esperanza de que trabajar duro y dar un esfuerzo extra sería lo bastante obstinado para lograr que aquellas habilidades brotaran en mí. Era un sueño que no podía sacarme de la cabeza. Una expectativa que, aún por más ridícula que fuera, estaba impulsándome a avanzar todavía más rápido.

—Para ya y regresa ahora mismo —insistió Philip.

—¡Eso ni de chiste! —Me giré hacia él con una sonrisa burlona—. ¡Ya estoy muy cerca de las vallas!

—No lo has entendido, niña, ¡es que ni siquiera estamos en horarios de entrenamiento grupal!

Corrí con emoción, haciendo caso omiso a su montón de gritos por simple causa de rebeldía. Tenía el presentimiento de que solo usaba esa tonta excusa para impedirme el paso hacia los jardines del palacio, pero en ningún momento se me ocurrió pensar que hablara realmente en serio. Al tomarme la libertad de cruzar las vallas laterales, lo entendí todo. Habiendo ignorado sus advertencias, no tuve ninguna otra opción además de frenar de golpe en cuanto mis ojos se toparon con la figura imponente del líder de la comunidad mágica.

—¿Qué demonios estás haciendo ahora? —Apenas escuché a aquel hombre alzar la voz con indignación, comprendí que era a su hijo a quien le dirigía las palabras—. Déjate de ridiculeces y levántate.

Mis ojos se desviaron hacia el chico que acababa de ponerse de rodillas sobre el césped: era Lukas quien parecía estar a mitad de un entrenamiento privado con su padre.

Ante tal escenario, me resultó imposible contener mi alegría. Hacía casi un año (sino es que tal vez más) que no había tenido la oportunidad de mirarlo aunque fuera desde lo lejos, no desde aquella vez que lo vi salir del palacio justo cuando Philip me permitía un respiro a las afueras del subterráneo. Tras haber reparado en mi interés, el anciano se hizo la costumbre de traer para mí archivos enteros de reportes, informes diarios y esquemas de actividades; todo lo que estuviera relacionado con Lukas y que tuviera la capacidad de mantenerme entretenida. Me confiaba una que otra información solo porque, de un momento a otro, se tornó en mi única posibilidad de sobrellevar las semanas detrás de los barrotes.

Por eso y más, no pude evitar sentirme entusiasmada con el solo hecho de encontrármelo a unos insignificantes metros de distancia. Al menos así lo fue en un principio.

—¿Acaso no oíste nada cuando dije que te levantaras? —continuó hablando el líder.

—No puedo —replicó Lukas—, te juro que ya no puedo más.

Mi sonrisa se esfumó de inmediato, pues con escucharle la voz me bastó para notar que algo no andaba del todo bien. Avancé con cautela por las orillas del campo hasta que conseguí mirar más de cerca. Tal vez es verdad que no debí hacerlo, pero aquello solo lo supe cuando ya era demasiado tarde para dar marcha atrás: unos pasos al frente y con eso pude distinguir el montón de moretones que le cubrían a mi chico casi la mitad de la cara. El corazón se me estrujó en menos de un segundo, más aún al momento en que vi un hilo de sangre escurrir desde el orificio de su nariz hasta sus labios.

—¿Qué clase de tontería te sucede ahora? —cuestionó el padre en tono de burla.

—Me estoy mareando —respondió su hijo entre balbuceos.

—¿Mareando?

—Por favor, solo dame cinco minutos y te prometo que...

—Jamás supliques, ¿escuchaste? —lo sermoneó—. Ese hábito tuyo de rogar de rodillas se está volviendo peligrosamente patético.

Me dio la impresión de que Lukas se obligó a sí mismo a guardar silencio, aunque solo porque apenas tenía la fuerza suficiente para abrir la boca.

—Creo que no lo has entendido bien todavía —expresó aquel hombre arrogante mientras daba inicio a una caminata de lado a lado—. Un mago de tercer rango nunca se detiene, nunca se cansa y nunca se humilla. No hay barreras para él. En ningún momento puede concederse el lujo de titubear o dudar, las reglas son las reglas. Nuestro honor se basa en la obediencia y en la lealtad incondicional para con los miembros de la comunidad.

—Pero en serio necesito... —empezó a decir Lukas.

—Obedecer a las leyes es nuestra responsabilidad —lo interrumpió su padre—. No hay espacio para cuestionamientos, sin importar cual sea la orden recibida. No existe sentimiento que no sea signo de debilidad, tampoco condición física que sea lo suficientemente dolorosa para impedirte el cumplimiento de tu deber.

—Espera...

—No voy a esperar, Lukas. Tu comportamiento es inaceptable.

—... cinco minutos.

—Párate ya, ¿quieres? —siguió insistiéndole—. No quiero tomarme la molestia de utilizar mis propios medios para obligarte a hacerlo.

Nada. Ni una sola palabra, ni un solo movimiento. Lukas se quedó acuclillado en el césped, manteniendo la cabeza gacha mientras fijaba la vista en las gotas de sangre que ya comenzaban a caerle sobre la piel de los muslos.

—Demonios, hijo... —El hombre soltó un chasquido de lengua—. No me gusta hacer esto, ¿comprendes? Pero si persistes con esa ridícula actitud de víctima, entonces tampoco me dejas con otras opciones.

Ver a su padre tomar aquella decisión con indiferencia me dejó por completo indignada. Sacó la varita de su bolsillo sin un leve indicio de duda, sin haberse concedido un instante para reflexionarlo mejor o, siquiera, para entender el verdadero motivo por el que su hijo parecía haber quedado paralizado así sin más.

Entonces me sentí molesta. Terriblemente molesta.

No era cien por cien consciente de lo que hacía cuando me atreví a dar unos pasos en su dirección. Casi al momento fueron los gritos de Philip los que alcancé a escuchar a mis espaldas; el anciano rogaba porque detuviera mi marcha, haciéndome señas desde la valla para impedir que cometiera la locura de intervenir. Le ignoré cada advertencia, es obvio. "Hallarás la magia a través de las acciones del corazón", ¿no era eso lo que él mismo se había esforzado en repetirme? Aquel sujeto ya lucía dispuesto a apuntar a Lukas con la varita y, sin importar las consecuencias, hacer lo posible por evitar que sucediera encajaba de modo perfecto con aquello que yo entendía por "acto del corazón".

—¡Aguarde, aguarde! —exclamé sin pensar al mismo tiempo que me interponía entre ambos—. No está haciéndolo a propósito, señor, ¡se lo juro!

—¿Y tú quién demonios...?

—Lukas es hemafóbico —expliqué. No creo haberlo pronunciado correctamente.

—¿Disculpa? —El hombre enarcó una ceja.

—Hemadafóbico. —Esa palabra tampoco existe, ¿o sí?—. No, más bien hamedafóbico. Hemato... ¿Hematifóbico? —Cerré los ojos durante un breve instante—. ¡Agh! Me refiero a que le tiene miedo a la sangre.

—¿Miedo a la sangre? —inquirió el padre.

—Igual que una fobia, ¿comprende? Es un problema clínico.

Parpadeó varias veces, perplejo, antes de limitarse a insinuar:

—¿Se trata de un chiste, acaso?

—No, señor. —Negué con firmeza—. Isabel misma fue quien me lo dijo.

—¿Isabel?

—Sí, su esposa creyó que sería bueno advertírmelo porque, a veces, también le duele la cabeza cuando en algún programa de televisión...

—Por un demonio —resopló con ironía—, tiene que ser una broma. —El modo en que se llevó ambas manos a la frente me hizo sentir nerviosa, en especial cuando empezó a reír a carcajadas—. Es un truco de mal gusto, es... Esto no puede estar pasándole a un mago con mi mismo historial de linaje.

Nos dio la espalda todavía entre risas y suspiros de incredulidad, como si le costara creer que se tratara de un tema serio.

Desde luego que, durante todos estos meses, Philip también me había contado algunas cosas sobre Nicolaus. Era un hombre irritable, de ideales inamovibles y de mente fría; radical y calculador, mitad genio estratega y mitad lunático de visión tiránica. Se creía el centro del universo, al menos era eso lo que el anciano solía decir. Cualquier comentario crítico sobre su hijo lo ponía colérico, por eso tenía la costumbre de exigirle demasiado. Su personalidad controladora siempre llevaba a que todos alrededor respondieran con miedo, pues no solo se trataba de un político ególatra que se hacía llamar a sí mismo "Maestro", sino también del líder por derecho de la comunidad mágica entera.

—¿Es cierto? —preguntó a su hijo sin mirarlo—. El asunto de la fobia y los dolores de cabeza, ¿todo lo que dice esta muchacha es cierto?

Lukas tragó saliva de manera audible. ¿Acaso había sido un error contarle la verdad? ¡Caramba, esperaba que no! Mi chico tenía pinta de estar aterrado; para colmo, su silencio no estaba haciendo más que confirmarle a su padre que yo estaba en lo correcto.

—Vaya —murmuró Nicolaus con una sonrisa forzada—. Sabía que eras un cobarde, Lukas, aunque nunca creí que tanto.

Eso me dolió.

—Tantas generaciones de éxito y líderes de convicción firme... —Volvió a girarse hacia su hijo mientras negaba con la cabeza—. Es una pena que los grandes logros de nuestra familia se vean opacados por un debilucho sin voluntad.

—Oiga —me atreví a protestar—, que Lukas le tenga miedo a algo no significa que...

—Cállate ya —me ordenó—. Mi hijo y yo estamos a mitad de un entrenamiento.

—Pero yo nunca dije que fuera...

—Por un demonio —dijo a regañadientes, girándose hacia mí—, ¿y tú quién te crees que eres?

—Lo lamento mucho, Maestro —interrumpió Philip de repente, acercando sus pasos hacia nosotros después de que se hubiera arriesgado a cruzar también por las vallas—. Es evidente que la niña no debería de estar aquí, es culpa mía que...

Nicolaus le indicó con una mano que detuviera su explicación, de modo que el anciano se vio en la obligación de callar. Enseguida sentí la mirada de ambos posarse sobre mí, quizás esperando por una respuesta. Mis ojos se cruzaron con los de Philip en un intento de rogar por su ayuda; sin embargo, era obvio que no contaba con ninguna otra opción además de limitarme a contestar:

—Mi nombre es Emma. Emma Getzler. Mi mamá... ha trabajado años enteros para su familia. La señora Isabel solía permitirme pasar tiempo en su casa...

—¿Eres humana? —me interrogó Nicolaus al instante.

—Sí —asentí—, el hechicero Beker me trajo a la comunidad el día que...

—No me la creo —musitó con desdén, soltando otro par de carcajadas antes de dirigirse una vez más hacia su hijo—: ¿Estás escuchando? Un humano ha tenido que venir en tu auxilio, ¡un maldito humano!

Ante esa última oración, me rendí a la idea de mantener la boca cerrada.

—Hay muchas cosas que habrá que cambiar por aquí, Lukas, un montón de viejas actitudes que habrá que corregir —expresó su padre en tono de reprimenda—. Partiendo de tu patética tendencia a actuar como retraído social y prosiguiendo con tu falta de apego a los valores más arraigados de esta comunidad —puntualizó—. Nada de huidas repentinas ni timidez distante, ¿lo has entendido bien? Te presentarás ante los miembros del Concejo como se debe, serás cortés con nuestros aliados de negocio y aprenderás a dar discursos firmes y coherentes. ¿Tienes idea de la enorme cantidad de vergüenzas que me has hecho pasar durante las últimas reuniones? ¡Me vale un comino si te molestan los ruidos o si prefieres evitarte los saludos de mano! El protocolo está allí para seguirse, y memorizar cada apartado de conducta es exactamente lo que harás.

Aparté la mirada de Lukas después de haberlo visto cerrar los ojos con cierta decepción. Si aquello resultaba hiriente para mí, no quería ni imaginar el impacto que estaba teniendo en él.

—No más fugas de palabras, preguntas tontas ni vista pegada al techo, cualquier cosa que no se ajuste a la normalidad hace que los demás corran rumores sobre ti... ¡Bah! ¡Ahora hasta creen que mi hijo es un fenómeno sin la capacidad de liderar al pueblo! —continuó quejándose Nicolaus, con descaro—. A partir de hoy, trabajaremos para deshacernos de todas esas tonterías y disparates, empezando por tu miedo injustificado a la sangre o como sea que hayan decidido llamarlo.

—Maestro...

—Ahora no, Philip.

—... la alarma de su reloj está sonando.

Fue solo hasta que el anciano le hizo reparar en tal detalle que aquel hombre se concedió un momento para mirar su reloj de muñeca.

—La junta de las nueve... —farfulló para sí mismo—. No llegaré a tiempo si me concedo unos minutos extra.

Tomé una bocanada de aire. Eso se escuchaba como todo un alivio.

—Hasta aquí dejaremos el entrenamiento de hoy —anunció a su hijo—. Agradece a tu amiga humana por ahorrarte las molestias de un nuevo moretón en la cara. —La voz se dirigía a Lukas, pero sus ojos estaban fijos en mí—. Es sorprendente... Eres solo una muchacha.

Comenzó a reírse sin razón, examinándome de arriba abajo como quien apenas puede creer lo que observa. De no ser por el traje de saco y corbata, es un hecho que confundirlo con algún paciente del psiquiátrico habría resultado un error sencillo de cometer. Tuve que bajar la mirada. Su presencia me resultaba intimidante y, hasta cierto punto, perturbadora.

—Philip, asegúrese de que esta humana tenga un puesto de servicio en el Concejo.

Alcé la vista con sorpresa.

—¿Un puesto de servicio? —lo cuestionó el anciano enseguida, incluso más desconcertado que yo.

—Auxiliar de limpieza, monitoreo de instalaciones o trabajo de papeleo —Nicolaus se encogió de hombros—, lo que sea que haga falta.

—¿Está contratando a la chica? —inquirió Philip.

—Quiero recompensar su nivel de osadía. Es justamente lo que le hace falta a mi hijo.

—Pero, majestad, los otros jamás estarán de acuerdo con que la niña...

—Algo que le valga por su esfuerzo —interrumpió—, pero tampoco nada lo suficientemente importante para ser manejado por un humano, ¿comprende?

—Claro, Maestro, yo... lo hablaré con los miembros del Concejo.

Vi a Philip dirigirle una pequeña reverencia, una inclinación de cabeza que, por desgracia, acabó obligándome a hacer lo mismo.

—Encárgate también de desinflamarle esos golpes a Lukas —añadió Nicolaus como último mandato, colocando una mano sobre el hombro del anciano—. No quiero que tenga nada en la cara para cuando empiecen los preparativos de la primera celebración.

Se despidió con una leve sonrisa de complicidad, no sin antes haberme echado un último vistazo que, al igual que antes, no hizo más que transmitirme una extraña sensación de incomodidad. Ambos lo seguimos con la mirada cuando partió del campo, avanzando por el césped entre pisadas aceleradas hasta que alcanzó los límites de las vallas.

Estaba muerta de miedo, sin exageraciones. Podía sentir la tensión en cada parte del cuerpo y los latidos acelerados del corazón estorbando en el fondo de mi garganta. Aquel sujeto sí que era terrorífico, justo como Philip lo había descrito. Pese a lo ocurrido, no podía dejar que tal sacudida desviara mi atención de lo realmente importante, pues era mi chico quien aún continuaba tendido de rodillas sobre la superficie del césped.

—¿Estás bien, Lukas? —le pregunté, dándome prisa en acuclillarme a su lado—. ¿Todavía te sientes mareado?

Vacilé un poco, aunque, al final, me convencí de que limpiarle primero la sangre sería la mejor elección. No me permití ponerlo en duda y simplemente llevé mi mano hacia su rostro. ¡Fue una pésima idea! Con solo rozarle la boca fue suficiente para que él se apresurara a sujetarme del brazo.

—No, Emma —me dijo—. Odio que me toquen y lo sabes.

Bajé la mirada.

—Lo lamento —pedí disculpas—. Nunca quise incomodarte, tan solo estaba tratando de...

—No estorbes más —intervino con voz débil y apagada—. Siempre arruinas todo en lo que te entrometes.

Quedé sorprendida cuando intentó ponerse de pie. Tal vez resultaba fácil pensar que su padre era un hombre cruel y desquiciado, pero también era verdad que Lukas estaba acostumbrado a los escarmientos fuertes: se necesitaba de algo mucho más potente que eso para hacer que aceptara darse por vencido.

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